Una desesperada y deteriorada política exterior venezolana
La política exterior venezolana a comienzo de 2010 se distingue con la llevada a cabo a partir de 1999 por varias cosas fundamentales: 1) la petrochequera sólo le está sirviendo al gobierno de Venezuela para mantener alianzas en lo regional con países como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba, Argentina, con el propósito de fortalecer esa coalición de países que han decidido (de la boca para fuera) no plegarse a la influencia de Estados Unidos. 2) Las grandes giras exteriores tienen el fin de recrear un status de “estabilidad” no existente a lo interno, y de reconfirmación para sus grandes aliados ideológicos que los acuerdos seguirán firmes y que aún Hugo Chávez goza de una proyección internacional; 3) la firmeza del gobierno de Chávez en seguir apoyando las causas de Gadafi en Libia o Al Assad en Siria frente a las revueltas y manifestaciones populares desde comienzos de 2011, han dejado un mal sabor para quienes esperaban una respuesta más apegada a la lógica de la defensa de los derechos humanos y no a la violencia.
En el plano internacional, el gobierno de Venezuela ha ido bajando en la escala de apreciación ante un contexto de políticas, seguridad, crisis económicas y sociales, que restan importancia al “proceso revolucionario” de Chávez. Mientras el senado estadounidense mantiene sus críticas frente a las acciones políticas de Hugo Chávez y sus alianzas extraregionales, el presidente de los Estados Unidos parece no preocuparle demasiado las retóricas y constantes acusaciones de parte del gobierno de Venezuela por dos motivos sencillos 1) se encuentra trabajando y atacando problemas álgidos en un clima preelectoral: muerte de Osama Bin Laden, crisis económica, revueltas en el Medio Oriente y Magreb, ley de inmigración, y, 2) Venezuela no resulta ser en lo más mínimo, un problema en la agenda de política exterior estadounidense.
Por otro lado, y teniendo en cuenta que las relaciones con Colombia se han restablecido desde mediados del año 2010, y ahora fortalecidas por los canjes y bondades del entendimiento diplomático, sin embargo, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, ha conseguido mayores dividendos con una política conciliadora frente a un problema que se había hecho insostenible entre dos países naturalmente hermanos en materia diplomática y comercial: el tema de las FARC y el narcotráfico, el comercio venezolano-colombiano y las diferencias ideológicas marcadas entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez.
Casos como el informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) que analizó durante años los discos duros del computador de Raúl Reyes, y en los cuales se determinó que en una reunión con Reyes, Hugo Chávez ofreció material y asistencia a las FARC para cambiar el balance militar en Colombia, o el caso de Joaquín Pérez Becerra, demuestran parte de las fisuras que poco a poco se irán abriendo y que determinarán a la larga, el nivel de injerencia que ha buscado Chávez para sumar esfuerzos, paradójicamente, de un “intervencionismo norteamericano”. Ante una estrategia hábil y acertada de un Juan Manuel Santos que no ha dudado en utilizar sus cartas, Chávez se ha visto en la necesidad incluso de sentarse a hablar sobre el reingreso a la OEA de una Honduras que dista mucho de lo que era el gobierno de Manuel Zelaya.
Brasil es un tema que debería de preocupar al gobierno de Venezuela en momentos en que su presidenta, Dilma Rousseff pareciera relegar a su vecino ante otras prioridades, completamente válidas, que significarían a la larga para nosotros, un distanciamiento con el gigante de Suramérica. Reuniones aplazadas, excusas sin sentido, y agendas que no terminan de coincidir son luces en una diplomacia que pretenden, un acercamiento más no una unión política e ideológica como si ocurría con el gobierno de Luiz Ignacio Lula da Silva.
Venezuela además no posee hoy una actuación estimable ante los organismos internacionales, a pesar de los grandes discursos por parte de representantes del gobierno que repudian las acciones de los organismos pero siguen necesitando de estos espacios para hacerse notar. La UNASUR siendo el retrato de un proyecto de respuesta ideológica ante una OEA debilitada, se encuentra compartida en su secretaria general con la ex canciller colombiana, María Emma Mejía, algo que no se contemplaba pero que resultó siendo “integracionista y favorecedor para el acercamiento de pueblos hermanos” según el gobierno de Venezuela. Esperemos que el desenvolvimiento de Alí Rodríguez Araque sea mejor como secretario de la UNASUR que como ministro de energía eléctrica.
El ingreso pleno de Venezuela a Mercosur todavía sigue pendiente en un escenario en donde la Comunidad Andina de Naciones ha quedado para el recuerdo y la gran pregunta que se hacen las personas es si nos hemos quedado sin el chivo y sin el mecate.
El levantamiento de la política exterior iniciada a partir de 1999, contenida en el Plan de la Nación 2007-2013 y precariamente en la Constitución, resaltaban una actividad claramente definida por un contexto interno en lo político, económico y social favorable para el gobierno.
La desesperación y el deterioro de esa misma política en pleno 2011 es evidente cuando, los resultados de innumerables acuerdos, alianzas, actuaciones y giras internacionales no le han dejado un saldo favorable al país y la imagen de Venezuela lejos de mejorar sigue estando entre los peores valorados, además de un presidente que no encanta más con ese discurso de “izquierda” y se encuentra cada vez más sólo en un mar de amigos que tienen que resolver sus propios problemas internos.
Adriana Boersner Herrera
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