Décima carta a un hijo por Carlos Dorado
Hijo, mi padre solía decirme: “Carlos, a los 18 años uno se preocupa por lo que los demás piensan de uno, a los 40 da igual lo que los demás piensen de uno, y a los 60 años uno se da cuenta de que nadie piensa en uno”.
En la vida hay tres espejos; el primero de ellos es el que refleja la opinión que tenemos de los demás, el otro es el que refleja la opinión que los demás tienen de nosotros, y el tercero es el que refleja la opinión que tenemos de nosotros mismos.
Con el primero, trata en lo posible de no hacer críticas sobre las personas, ya que nunca sabemos las verdaderas motivaciones que tienen para actuar como actúan. Una de las cosas más difíciles es ponerse en el lugar de los demás. Tampoco debes de interesarte por aquello que los demás estén diciendo; centra tu interés en aquello que las personas hacen, ya que es la forma más provechosa de aprender de alguien; además, los hombres que no respaldan lo que dicen con acciones, no tienen ningún tipo de valor. Tampoco esperes que los demás cambien, trata de cambiar tú, y antes de cambiar a los demás, preocúpate primero de cambiar tú.
En cuanto al segundo espejo, quiero darte un consejo: cuando nos obsesionamos con lo que otros piensan de nosotros, estamos permitiendo sin quererlo que manejen nuestra vida, y sin darnos cuenta dejamos de ser quien en realidad somos. ¡Esto es peligroso!
El espejo más importante es el tercero, y es mejor lo que tú piensas de ti mismo que lo que otros opinen de ti, ya que nunca debes permitir que el ruido de las opiniones de los demás ahogue tu propia voz interior. Ten siempre el coraje de seguir a tu corazón y a tu intuición, pues por alguna extraña razón casi siempre saben lo que tú realmente quieres ser. Por lo cual, sé valiente y olvídate de lo que piensen los demás. Afronta tu camino con coraje, no tengas miedo a las críticas de los demás, y nunca te juzgues por lo que puedan pensar. ¡No malgastes energía en eso! Pero tampoco, te dejes paralizar por tus propias críticas. Quizás tienes más cualidades de las que pienses, pero para eso tienes que ponerlas a rodar, tienes que probarlas.
Hijo, un hombre debe ser lo suficientemente autocrítico para admitir sus errores y sus defectos, y lo suficientemente valiente para corregirlos, ya que el daño emocional generalmente no viene de terceros, sino que se fragua y desarrolla dentro de nosotros mismos.
Da siempre la auténtica versión de ti mismo, porque no hay cosa que degrade más a un ser humano, que aquella virtud que termina siendo un defecto. Por consiguiente, nunca trates de ser más de lo que eres, pero tampoco menos. Encontrar el verdadero juicio de uno mismo, quizás sea uno de los ejercicios de autoconciencia más difíciles del hombre, pues hay una tendencia natural ya sea a sobrevalorarnos o a subvalorarnos, olvidándonos de que la clave está en actuar como pensamos, y pensar como actuamos.
Por consiguiente hijo, habla siempre con sinceridad y con la verdad por delante, sobre todo si hablas de ti mismo, sin temor a equivocarte ya que los errores son siempre perdonables, si se tiene la valentía de admitirlos y de rectificar; al final, la vida es el arte de sacar conclusiones suficientes a partir de actos insuficientes. Ten siempre el coraje de encarar la verdad, evalúate con la sinceridad por delante, y haz las cosas porque son justas, no porque son ciertas. ¡Estas son las llaves mágicas para vivir una vida con integridad!
Y finalizo con algo que me decía tu abuela: “Carlos, el ser humano no mira dentro de si mismo, prefiere hablar de los demás”.
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