Jarrón chino de la dinastía Chávez por Alexander Cambero
El imperio chino está entre nosotros. El proceso revolucionario venezolano no tiene autonomía, es tan grande su dependencia en todos los órdenes que prácticamente es dirigido desde Beijing. Ya los imitan hasta en la forma de presentar al congreso de su partido totalitario. Hablan del libro rojo como la piedra filosofal desde donde nacen todas sus atrocidades en contra de la libertad.
La travesía de Hugo Chávez quedará como un jarrón chino hecho de cerámica única. Será como aquél ejército manchurio que llevaba en sus puntiagudas lanzas el veneno mortal de la cobra real. Es decir, un hecho notable que quedó perennizado en las muestras de terracota gris. Manos curtidas lo modelaron con la maestría del artista. Sus herederos quisieron inmortalizarlo hasta transformarlo en la conciencia de la revolución. Desde algún tiempo ha comenzado a perder la batalla con el recuerdo. La obra fabricada en los hornos de un proceso decadente, ha ido diluyéndose con una velocidad que asombra a miles de sus seguidores. Ahora es un estorbo para los que llevan las riendas de la administración del socialismo. Los muertos tienen la grave dificultad de que son espectros huérfanos de vida, su naturaleza imperceptible termina liquidándolos en la certidumbre de los días. Sus acciones son borradas por aquellas cosas que pueden tocarse, el mundo irreal es mera invención de los misterios de la mente. No importa si su figura y mensaje sean colocados en muchas partes. La verdad es que nadie le encuentra un puesto al jarrón chino de la dinastía Chávez. Es la misma historia que corrió Mao Tse Tung después de morir. Su liderazgo se fue perdiendo ante la realidad de tomar decisiones prácticas alejadas de cualquier invocación con el pasado. No es descabellado indicar que el recuerdo de Hugo Chávez está agonizando. Esta vez no es un cáncer que mina a su organismo hasta hacerlo pantanal de huesos secos. La segunda muerte es la peor de todas: la que te lleva al cementerio de los olvidados. En donde su epopeya como el centro de su proyecto político termina estrujado en algún rincón en donde no existe más.
Una lánguida marcha de sus supuestos amigos son los que quieren sepultarlo lejos del corazón de su gente. Para poder seguir obteniendo los beneficios del gobierno requieren que su trayectoria fenezca. Un juego perverso en donde ocurren las peores deslealtades. Sin la presencia física y espiritual de Hugo Chávez, cada sector oficial hace lo que le viene en gana. Nadie guarda fidelidad y sostienen que antes que todo se acabe es necesario arrasar con el botín gubernamental.
El pueblo chavista no reconoce el liderazgo de Nicolás Maduro. Su pésima labor hace que millones de sus seguidores lo vean como un hombre sin la habilidad suficiente para sortear la crisis que confrontamos…