Cuentos de un empresario por Carlos Dorado
Mi madre siempre me decía al acostarme, y contándome un cuento para que me durmiera: “Carlos, los cuentos sirven para dormir a los niños, y para despertar a los adultos”. Esta frase y sus cuentos, me durmieron y me despertaron muchas veces durante mi vida.
Uno de los que más me motivó a ser empresario fue el de Pepito; un niño que se había quedado sin su padre a la temprana edad de seis años, quedando sólo con su hermanita pequeña de 3 años y su madre. Debido a la delicada situación económica en que quedó la familia, su madre tuvo que salir a trabajar, y como no podía darse el lujo de tener una persona para cuidarlos, le pedía el favor a Carolina; la hija de una amiga vecina, quien los recogía en el colegio y los cuidaba hasta que la mamá regresaba del trabajo.
Una tarde, a sabiendas de que los niños siempre dormían una hora, aprovechó para ir a visitar a su novio. Para no correr riesgos de que los niños pudiesen abrir la puerta y salir a la calle procedió a cerrar las ventanas, así como la puerta de la habitación. A fin de cuentas, sólo se ausentaría por una media hora. Antes de salir, procedió a desenchufar el teléfono, para que si la mamá llamaba, no descubriese su breve ausencia.
Quizás fue un cortocircuito en la sala; pero el caso es que apenas en minutos el fuego alcanzó toda la sala, y el humo comenzó a penetrar por debajo de la puerta del cuarto donde dormían. La hermanita comenzó a toser, despertando a Pepito que saltó de la cama, tomó de la mano a su hermanita y trató de abrir la puerta de la habitación, golpeándola desesperadamente; pero sin lograrlo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el teléfono de la mesita de noche para intentar llamar al número de teléfono que su mamá le había obligado a memorizar; pero apenas agarró el auricular se dio de cuenta de que no tenía tono.
Gritó desesperadamente llamando a Carolina, pero no hubo respuesta. Se fue hacia la ventana con malla e intentó abrirla con toda su fuerza, pero sus esfuerzos resultaban inútiles. Carolina se había asegurado de cerrarla muy bien, precisamente para que no pudieran salir.
Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos ellos era: ¿Cómo era posible que Pepito lograra salvarse, así como a su hermanita? Tuvo que romper el vidrio, la malla, caminar por una cornisa delgada y bajar por un árbol. ¡Eso era imposible! ¿Cómo pudo lograrlo?
El jefe de los bomberos, hombre sabio y de gran experiencia les dio la respuesta: “Pepito estaba solo. No tenía a nadie que le dijese que no iba a poder, y deseaba desesperadamente salvarse”
Es en los momentos difíciles y sin alternativas cuando uno se vuelve valiente, y quizás el acto de valentía supremo es el de preguntarse a uno mismo: ¿Qué es lo que realmente quiero?, y seguidamente responderse con toda sinceridad.
Es cierto que el destino barajea las cartas; pero somos nosotros quienes las jugamos, y lo más importante no es lo que el destino hace con nosotros; sino lo que nosotros queremos hacer con él, pues el destino casi nunca hace visitas a domicilio; somos nosotros los que tenemos que perseguir nuestros sueños, con firmeza, con férrea voluntad y mucha fe en nosotros mismos.
Mi madre que era una persona muy creyente, siempre me decía que la fe consiste en hacer, ya que son nuestros actos y no nuestras creencias, los que determinan quiénes realmente somos.
Cuando ella creía que yo estaba ya dormido, me susurraba: “Carlos, no importa de dónde vienes, lo importante es hacia dónde quieres ir”
Carlos Dorado
cdoradof@hotmail.com