¡Mi madre empresaria! por Carlos Dorado
Nadie sabe realmente si es un empresario, hasta que se convierte en uno de ellos. Y en muchas ocasiones, ni siquiera para ese momento lo llega a saber. Ya les había hablado en artículos anteriores, que al llegar a Venezuela mi madre encontró trabajo en un colegio como cocinera (perdón, ayudante de cocinera); y mi padre como “todero”. Esa profesión donde haces de todo y no haces de nada altamente especializado. A los gallegos se les daba bien eso de ser toderos, quizás por ser la única especialidad con la que Galicia los enviaba al mundo: especialistas del trabajo, sin importar qué trabajo.
Después de un par de años, mis padres con muchos sacrificios lograron unos pequeños ahorros, que en esos momentos me parecían cifras importantes, y aunado a un pequeño préstamo de una buena pareja de sus amigos, completaron el dinero para comprar una pensión en la zona del “Cementerio”. Quizás el término comprar, les quedaba un poco grande, ya que no compraron la propiedad; únicamente el fondo de comercio. La misma tenía 15 habitaciones, con un solo baño y una cocina en común. Yo ocupaba una habitación conjuntamente con mis padres; porque según ellos, así podríamos alquilar las otras 14 habitaciones (siempre la economía y el dinero por delante). Recuerdo que entre los dos hicieron lo que hoy los asesores llaman un “Bussines plan”, el cual debió haber sido perfecto (cosa imposible en los BP), porque dijeron que el préstamo lo pagarían en unos 20 meses, y así lo fue; y todos los meses, escuchaba a mi madre decir: “Manolo, este mes también lo logramos” (me imagino que se refería a los números)
Colocaron un cartel en la puerta que daba a la calle, elaborado con mucho cuidado por mi padre, que era el culto de la familia: “Se alquila habitación con o sin comida”; y como todo buen negocio que se precie, les ofrecía varias alternativas al cliente: sólo habitación, media pensión (habitación y cena), y pensión completa (habitación, almuerzo y cena). Tiempo mínimo de alquiler 1 mes, y la semana pagada por adelantado.
Cuando alguien tocaba la puerta solicitando habitación, siempre lo atendía mi madre, y antes de enseñarle la habitación, le preguntaba en qué trabajaba, de dónde era; y también le preguntaba sobre sus padres. Dependiendo de la respuesta, le daba uno de los siguientes precios: uno para que entrasen (precio normal) y otro para que se fuesen (triple del normal). Si después de esta estrategia de admisión de clientes, basada en la sicología de mi madre, alguno que habiéndole dado el precio triple, insistía en ver la habitación, mi madre le decía, que no tenía disponible. Algunos, se molestaban y le decían que para qué ponía el aviso en la puerta y le hacía todas aquellas preguntas, siendo que no tenía habitación disponible. Ella, siempre con su típica picardía gallega le respondía: “es que siempre busco personas serias como Ud., para que apenas se me desocupe una, llamarlo por si continuase interesado”. Era algo así como una lista de pre clientes, que nunca llegarían a ser clientes.
Pero tengo que reconocer que la fórmula fue muy eficiente, ya que no recuerdo que haya tenido problemas para cobrar y en mantener un orden dentro de la pensión; tomando en cuenta que los alquilados eran todos hombres en edades entre 20 y 40 años.
Un día le pregunté: “¿mamá qué es lo que más te gusta de la pensión?” “Que nadie me regala nada, y soy únicamente aquello que soy capaz de hacer por mí misma”. Nunca conocí un empresario más puro, valiente, con más pasión y coraje que mi madre (con el perdón de los grandes empresarios), a pesar de que ella quizás nunca se reconoció como tal.
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