Diferentes visiones sobre lo que acontece en Libia y en el Medio Oriente que sirven de ejemplo para futuras consideraciones con situaciones similares de desprecio y violación a los derechos humanos por parte de “demócratas que quieren ser vitalicios en las presidencias de sus países”
Recojo algunos artículos de los diarios El país y El Mundo de Madrid y The New York Times y The Washington Post de los Estados Unidos en los que su cubrimiento del caso Libia y más allá del país de Gadaffi, de Túnes y el Medio Oriente pues considero que deben darnos luces para entender que a pesar de los dineros del petróleo no se puede abusar de los derechos humanos, masacrando a quienes se oponen a cambios libertarios, ni salir ilesos con enormes fortunas a ninguna parte del mundo.
Gadafi, en estado paranoico
Isabel F. Lantigua
El Mundo España
Expertos en psiquiatría señalan que el comportamiento del líder libio responde a un claro cuadro paranoide y megalomaniaco.
“Es evidente que los jóvenes -los sublevados- están drogados. Ninguna persona racional cuestionaría mi mandato” o “Soy el líder de la revolución. No tengo que dimitir. Moriré como mártir” son sólo dos de las perlas que Muamar el Gadafi, el líder libio desde hace 41 años, ha soltado en sus últimas apariciones públicas televisadas. Dos afirmaciones que se cree a pies juntillas y que adereza con unos ademanes histriónicos, una puesta en escena más que estudiada y un lenguaje iracundo.
Unas características que para los psiquiatras denotan claramente una personalidad paranoide. “Sin ninguna duda, su discurso en una tarima improvisada con el fondo de su palacio tiroteado, rápido y lleno de cólera irracional tiene todos los rasgos de atender a una persona que presenta un cuadro paranoide activo en el final de su evolución”, reconoce a ELMUNDO.es José Cabrera, Psiquiatra Forense y Autor del libro ‘La salud mental y los políticos’.
Coincide Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, que añade que el líder libio “presenta un cuadro claramente patológico, un estado paranoico que le hace incapaz de aceptar cualquier crítica o duda sobre su persona”. Para Cabrera “Muamar está convencido de que tiene la razón y es el resto el que está equivocado. Piensa que todo es un complot y que los sublevados lo hacen por odio y rencor contra su persona. A lo largo de los años se ha fabricado un mundo egocéntrico, rígido, intolerante y totalmente narcisista, al que si sumamos petróleo y gas da una idea del polvorín en el que vive Libia ahora mismo”.
No se trata sólo de un paranoico, sino de un paranoico con éxito y poder, que resulta mucho más peligroso porque puede dar rienda suelta a sus creencias de superioridad, a su narcisismo y a sus miedos. Porque eso sí, estas personalidades viven con un temor constante. “Gadafi sufre lo que en psiquiatría se conoce como un desarrollo patológico de la personalidad. Sufre de manía persecutoria y es desconfiado y suspicaz con todos los que le rodean. Piensa que le quieren matar y que sus enemigos intentarán acabar con él en cualquier momento y en cualquier lugar”, indica Gándara.
Sus extravagancias -la querencia por dormir en tiendas beduinas esté donde esté, custodiado por guardaespaldas femeninas, los ropajes cada vez más excesivos, su harén de enfermeras ucranianas, etc.- no hacen más que acrecentar esta personalidad narcisista y poderosa. “Sus ademanes y locuciones denotan una personalidad rígida y egocéntrica mientras que el lenguaje compulsivo y entrecortado es propio de los paranoides y de personas megalomaniacas”, explica José Cabrera. Su insistencia en hablar en tercera persona para referirse a sí mismo indica sus aires de grandeza. “Es el uso del nos mayestático, como hacían antiguamente los reyes”, señala Gándara.
Sin salida posible
Ambos expertos destacan que “es imposible que Gadafi dé su brazo a torcer o que ceda a las presiones ni de su pueblo ni de otros líderes internacionales. No hay manera de cambiar sus ideas, ni siquiera funcionan los fármacos en esta gente”, afirma el psiquiatra del complejo asistencial de Burgos.
“No tiene salida con su personalidad y sus circunstancias, no entra en su pensamiento ni la posibilidad de rendirse, ni exiliarse ni suicidarse, todo apunta a que luchará con los ‘fieles’ hasta la muerte a no ser que sea asesinado antes por alguno de ellos en un acto de desesperación”, puntualiza el forense. “Su única salida es la muerte”, reconocen ambos expertos, pero también subrayan que estas personalidades no se suicidan, “a no ser que pierda todo el poder y entre en un estado depresivo grave”, matiza Gándara.
“Yo creo que Gadafi en estos momentos es una persona enferma y trastornada, aislada de la realidad, desesperada y confusa cuyo diagnostico ya poco importa a estas alturas”, admiten los psiquiatras.
Parecidos razonables
En cuanto a parecidos con otros líderes, Cabrera apunta que “su cara inexpresiva recuerda mucho a la que tenía en sus últimos días Saddam Hussein, nada que ver con Mubarak y sí por el contrario muy similar también al líder norcoreano Kim Jong-Il”.
Para Enrique González Duro, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, Gadafi tiene un perfil similar al de Pol Pot -el dictador de Camboya que causó uno de los más grandes genocidios de la historia-, “pero sin ideología política”.
Prueba de ello es, según este especialista, su Libro verde, una obra política de tres volúmenes escrita por el líder entre 1975 y 1979 en la que se exponen las ideas de su pensamiento político. “Los que lo han leído comentan que es una sarta de estupideces carentes de sentido”.
El doctor González Duro cree que los días de Gadafi están contados, aunque subraya que la idea del mandatario es “traspasar el poder a su hijo, un descendiente que puede llegar a ser más peligroso que su padre, porque se ha educado en la cima”.
REPORTAJE: EL NEGOCIO DEL TIRANO
El tirano que compró a Occidente
Hasta hace poco los líderes mundiales se disputaban un encuentro con el coronel. Europa compra a Libia el 90% de su petróleo y la familia Gadafi ha penetrado en el corazón de las finanzas europeas
MIGUEL MORA 27/02/2011
En Italia nos respetan. En Estados Unidos nos respetan!”, bramó el coronel, tocado con un turbante y blandiendo iracundo ora el Libro Verde, ora la funda de las gafas. “¡Dejad de aplaudir y escuchad lo que digo!”. Su grito resonó en el vacío de las ruinas del palacio-cuartel bombardeado por Estados Unidos en 1986. Eran otros tiempos: Muamar el Gadafi era entonces el gran promotor del terrorismo internacional, un gobernante paria, el “perro loco” de Ronald Reagan. Hace solo dos años, el coronel llegó a la cumbre del G-20 como invitado especial a la reunión celebrada en L’Aquila (Italia), y los líderes del mundo occidental se rifaban un encuentro de cinco minutos con él. Ahora, las cosas han cambiado otra vez. En las ciudades de Libia es el Ejército de la Jamahiriya el que usa los helicópteros, tanques, misiles, granadas y cazas vendidos por las potencias occidentales para reprimir a sangre y fuego las protestas de los ciudadanos que exigen el final de un régimen que dura 41 años.
Mil muertos, decenas de millares de heridos… Nadie lo sabe a ciencia cierta. Quizá nadie lo sabrá hasta dentro de algunos años. Las milicias de Gadafi están borrando las pruebas del terror, y el tirano que escupía amenazas y disparates a la cámara es hoy un agente importante en la escena económica y financiera global. Un socio de peso para muchas empresas y países de Occidente. Su principal socio comercial es Italia, el segundo es Alemania. Y sobre todo, Libia es el octavo Estado mundial en reservas de petróleo, con 44.300 millones de barriles por extraer, y el decimoctavo en producción, con 1,65 millones de barriles diarios.
Gadafi tiene razón en sentirse respetado en Estados Unidos; y en Italia, pero también en Reino Unido, donde ha invertido en sectores como educación, prensa, fútbol o inmobiliario. O en España, que en 2007 firmó acuerdos para vender armas a Trípoli por valor de 1.500 millones de euros y confiaba en cerrar contratos comerciales por un monto de 12.300 millones, según revela un cable secreto del portal Wikileaks despachado por el embajador de Estados Unidos en Madrid.
Desde que, hace seis años, la Administración de George W. Bush decidió condenar al sanguinario Sadam Husein y sacar del ostracismo a Gadafi, olvidando sus numerosos delitos terroristas, el dictador libio ha utilizado su poder absoluto, sus fondos soberanos -el dinero líquido procedente de las ganancias del petróleo- y en menor medida sus empresas familiares para invertir en Occidente, reedificar su país con la ayuda de empresas extranjeras y ayudar a capitalizar muchas compañías importantes de Europa y Estados Unidos.
El ambiente de rapacería queda bien dibujado en este despacho diplomático de Trípoli hace un par de años. “El jefe del Consejo Libio de Viviendas e Infraestructuras, Mohamed Abujela al Mabruk, dijo al embajador el 15 de febrero que aproximadamente la mitad de la inversión prevista de 62.000 millones de dinares libios (47.000 millones de dólares) en proyectos de construcción para 2008 ha sido ya adjudicada, básicamente a compañías extranjeras. Añadió que esperaba que la inversión aumentara en unos 10.000 millones de dinares en los próximos años”.
Y agregaba el cable: “Aunque China y Turquía han recibido la mayor parte de los contratos adjudicados hasta ahora, Mabruk subrayó que hay todavía mucho espacio para que las compañías de Estados Unidos compitan potencialmente en proyectos todavía más grandes que los adjudicados hasta la fecha”.
El líder de la revolución libia empezó el siglo XXI en lo alto de las listas de apestados internacionales y de Estados terroristas, pero su metamorfosis ha sido meteórica: hace solo una semana era un ejemplo de inversor civilizado y empático. Lo dijo en público el verano pasado Cesare Geronzi, presidente de Generali y prohombre de las finanzas italianas: “No he conocido nunca socios mejores que los libios”.
El baño de sangre ha cogido a la comunidad internacional con las manos en la caja. La crisis se está viviendo con creciente repulsa ciudadana en Washington y en la Unión Europea, que ultimaba ya su acuerdo comercial con Libia cuando Gadafi decidió resucitar su retórica genocida y su rostro de carnicero y contratista de mercenarios.
El lugar donde el estallido libio ha producido más temor e incertidumbre es Italia, quizá el país que más ostentosamente se ha comprometido con el régimen de Gadafi. En los dos últimos años, el primer ministro Silvio Berlusconi ha visitado ocho veces Libia, y el coronel ha plantado sus jaimas (tiendas nómadas) en Italia en cuatro ocasiones. La relación entre ambos ha sido en apariencia cálida, con la triste broma del bunga bunga (el rito erótico libio importado) como piedra de toque. El coronel ha puesto en el platillo de la balanza su tesoro personal-estatal acumulado en los últimos años con las ganancias del crudo, estimado en unos 50.000 millones de euros, y su compromiso para frenar la salida de inmigrantes. Il Cavaliere pudo cumplir así su promesa electoral (reducir la inmigración clandestina) y abrió de par en par las puertas de Italia a los fondos libios, ayudando a legitimarlos en los mercados internacionales y pilotando con mimo las inversiones más importantes.
Gracias al Tratado de Amistad, Asociación y Cooperación, firmado el 30 de agosto de 2008 en la hoy rebelde Bengasi, Italia pasó a ser uno de los caladeros financieros favoritos de Gadafi: tras dos años de amistad, el coronel es hoy el quinto inversor individual por volumen de negocio de la Bolsa de Milán.
Por ejemplo, Lafico, la empresa del coronel para inversiones en el extranjero, tiene el 7,5% del capital de la Juventus, el equipo de fútbol de la FIAT (de la que Libia posee algo menos del 2%). El fondo soberano Lybian Investment Authority (LIA) es dueño del 1% de ENI, el coloso energético italiano. Y Trípoli es el primer accionista de Unicredit, el mayor banco de Italia, con una cuota del 7,5%, valorada en unos 2.500 millones. En septiembre de 2010, el fondo Libian Investment Authority (LIA) compró un 2% de las acciones del banco, que se sumó al 4,9% que habían adquirido dos años antes LIA, el Banco Central de Libia y el Libyan Foreign Bank.
A través de esa escalada en uno de los gigantes de la banca europea (más de 10.200 sucursales en 22 países), Libia -es decir, el régimen de Gadafi- se hizo con el sillón principal de un consejo de administración donde el segundo accionista es Mediobanca, del que es consejera la hija mayor de Berlusconi, Marina. La compraventa produjo en septiembre pasado un seísmo en el sector financiero, incluida la dimisión del consejero delegado de Unicredit, Alessandro Profumo. La xenófoba Liga del Norte se quejó en público, pero de hecho aumentó su poder en el banco. Y para que no quedara nadie descontento, el LIA creó un fondo conjunto de 500 millones de dólares con Mediobanca, banco en teoría rival, para rescatar a compañías en apuros.
La operación catapultó a Gadafi al corazón de las instituciones financieras italianas y europeas: de los 316 votos que administran el Banco de Italia, Unicredit posee 50, tantos como el San Paolo. El Banco de Italia posee el 12,5% de los derechos del Banco Central Europeo.
La fuerza de la presencia de Gadafi en Europa -países de la UE importan casi el 90% del crudo libio- se pudo medir el pasado martes. Ese día sucedió un hecho raro en la historia del capitalismo. La Bolsa de Milán estuvo cerrada toda la mañana a causa de una nunca aclarada “avería técnica”. El mercado de Piazza Affari paró por completo durante seis horas. Casi nadie entendía nada. El regulador pedía explicaciones, los brokers protestaban. Poco después se supo la verdad. No había tal avería, sino solo miedo al derrumbe de Gadafi. El cierre se produjo por temor a que se hundieran los títulos de las empresas italianas con intereses en Libia y de las sociedades en las que ha invertido el líder libio. El miedo es libre.
El día anterior, lunes, empezaron a llegar noticias sangrientas desde Trípoli. En solo unas horas, los títulos de la crema industrial, energética y bancaria italiana (Finmeccanica, Impregilo, Mediobanca, Generali, Fiat, ENI…) perdieron en el parqué milanés porcentajes cercanos al 5%. Petróleo y sangre es una mezcla que huele mal. Apesta. Libia es el país africano con mayores reservas de petróleo; su crudo, según los expertos, se encuentra entre los de mayor calidad del mundo. Y también tiene gas. El martes, ENI anunciaba con una escueta nota oficial que había cerrado el gasoducto Greenstreeam que transporta a Italia desde Libia el 10% del total de gas natural que importa Roma. El personal de las plantas volvía a casa.
Aun no está claro si el cierre fue voluntad de ENI o de los opositores a Gadafi, en represalia por el silencio de Italia y del conjunto de Europa ante las matanzas de Gadafi. ¿Silencio? Tampoco tanto. El miércoles, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU y la UE balbuceaban un comunicado de condena, y el ministro de Exteriores italiano, Franco Frattini, hacía acrobacias verbales para defender lo indefendible, en Roma se anunciaba que Libia acababa de comprar el 2% de las acciones del grupo estatal Finmeccanica, octavo vendedor de armas y equipos aeroespaciales del mundo.
Ironías de la vida: ese mismo día, Finmeccanica también ordenaba repatriar a sus trabajadores desplazados al país norteafricano. La noticia de la venta del 2% del gigante militar italiano no debió sentar demasiado bien en la Casa Blanca. Después de adquirir DRS en 2008, Finmeccanica es uno de los principales suministradores del Pentágono. Pero nadie se siente especialmente orgulloso estos días en el mundo político y financiero.
La pregunta que muchos se hacen es si podía esperarse otra cosa de un tirano exaltado, que en el pasado ordenó derribar dos aviones llenos de civiles y de bombardear un bar de copas en Berlín. Sergio Romano, exdiplomático e historiador italiano, autor de un libro sobre Libia y asesor del Gobierno de Roma en la relación con Trípoli, responde saliendo por la tangente. “Lo que ha pasado era imprevisible. No podemos entrar ahora en el juego del ‘ya te lo dije’… Las revueltas en el Magreb han sido un movimiento espontáneo sin ideología, ha crecido mucho la masa crítica de jóvenes, la corrupción se ha unido a la chispa del suicidio de un tunecino y a la subida de los precios de los alimentos…”
“Lo triste es que estamos ante un problema ético sin solución”, añade Romano. “Ningún Gobierno lo dirá, pero por desgracia es así. Todo lo que están diciendo ahora es retórica vacía. Giulio Andreotti lo explicó con mucha gracia una vez: ‘Desgraciadamente, no podemos elegir a los vecinos de casa’. España lo sabe bien con Marruecos, y eso que el rey Mohamed es mejor que Gadafi. Si tienes un vecino, debes llevarte con él lo mejor posible”.
La duda es si era necesario llevarse tan bien. En Reino Unido, muchos ciudadanos habrán sonreído esta semana al recordar que Libia es dueña del 3% de Pearson, el grupo editor de uno de los periódicos más prestigiosos del mundo, el Financial Times. El año pasado, LIA puso en la mesa 224 millones de libras: hoy es uno de los accionistas de referencia del grupo, un modelo en el sector de la educación.
La ola de estupor, forzada o real, se extiende por el planeta. El senador John Kerry ha pedido al presidente estadounidense, Barack Obama, que retire de inmediato a las petroleras del país y que se impongan sanciones a Libia. Y en Turquía la oposición pide cuentas al primer ministro Erdogan por haber adobado los millonarios contratos bilaterales recibiendo en Trípoli, hace un par de meses, el Premio Gadafi a los derechos humanos…
Tampoco Alemania se queda a la zaga: la canciller Angela Merkel dijo que el discurso de Gadafi fue “aterrador”. Quizá le asuste menos saber que su país tiene todo tipo de negocios con Libia, que tocan al transporte, la construcción de infraestructuras turísticas y, por supuesto, el petróleo. Libia suministra algo más del 10% del crudo importado por Alemania: es su cuarto proveedor, después de la Rusia de Putin, Noruega y Reino Unido.
La gran arma de seducción empleada por Gadafi para conquistar al mismo mundo que una vez le condenó al ostracismo se llama LIA. Muchas de las inversiones en el extranjero que ha ordenado llevan la marca de este fondo soberano, creado en 2006 para reinvertir los beneficios generados por la extracción y venta del crudo.
Ideado como una forma de diversificar las inversiones, el LIA se considera en ambientes financieros más opaco y primitivo que otros de su género, y ha funcionado hasta ahora usando a bancos europeos y norteamericanos como intermediarios mientras aprende los secretos del negocio. Según afirma un cable de Wikileaks del 28 de enero de 2010, el responsable del fondo es (o al menos era entonces) Mohamed Layas, quien afirmó al embajador de EE UU que en aquel momento el LIA tenía “una liquidez de 32.000 millones de dólares”. Layas añadió: “Varios bancos americanos manejan, cada uno, entre 300 y 500 millones de dólares de los fondos de LIA”.
De acuerdo con una fuente española del sector, el LIA es menos sofisticado que otros de su especie con mayor experiencia, como los de Abu Dabi, que utilizan a muchos asesores y analistas para tomar cada decisión. También es bastante menos rico: en la actualidad, se estima que el Libyan Investment Authority tiene en caja unos 65.000 millones de euros líquidos. Poca cosa comparada con los 470.000 millones de euros de los fondos de Abu Dabi.
La misma fuente, un conocido gestor de fondos, cree que el LIA no pertenece a la fortuna personal de la familia Gadafi. “Son fondos institucionales, y con la crisis se han quedado en una especie de limbo, puesto que pertenecen al Estado, y en situaciones de incertidumbre sobre el futuro de ese Estado, los fondos quedan bloqueados. Así será hasta que aparezca una nueva estructura estatal, porque ahora están custodiados con las máximas garantías por bancos internacionales. Se puede decir que quedan a la espera del nuevo Estado libio”.
Pero entonces, ¿con quién hemos cerrado los tratos? ¿Con Gadafi o con un improbable y virginal Estado libio? Según Sergio Romano, “no es relevante quién haya hecho la inversión, da lo mismo si la hizo el LIA o el Banco Central. Libia es un Estado patrimonial. El Estado libio es Gadafi. Gadafi es el capo y el dueño de todo. El gestor único. Seguramente será uno de los tiranos que menos cuentas secretas tenga en el extranjero: disponía de todo el país. Su renuncia a los cargos le ha dado paradójicamente la libertad de hacer lo que quiere. Libia es un país sin instituciones. Nosotros (habla por el Gobierno italiano) le pedimos que privatizara algunas cosas, y lo hizo, pero poniendo a la familia al frente de ellas”.
Un asunto de familia, en definitiva. Hace dos años, según recordaba recientemente el Financial Times, algunos de los operadores más potentes del sector financiero anglosajón viajaron a Libia para cortejar a los responsables del LIA. El Grupo Carlyle, el gigante estadounidense al que se considera inspirado por la ideología neocon, fue de los primeros en obtener recursos libios, en 2007. Un año después, Saif el Islam Gadafi, uno de los hijos del coronel, se reunió en una cena privada con Frank Carlucci, exsecretario de Defensa de Estados Unidos y expresidente de Carlyle. Antes que ellos, los protagonistas de la famosa foto de las Azores tendieron los primeros puentes con el nuevo Gadafi estadista ejemplar y no repararon en gastos ni en reuniones privadas. Los mismos líderes que decidieron invadir Irak y acabar con el régimen dictatorial de Sadam Husein buscaron petróleo y dólares frescos en el régimen dictatorial de Gadafi.
De los cuatro jinetes del Apocalipsis, Tony Blair fue quizá el más eficaz. Desde que se hizo la primera foto con Gadafi, en 2004, unas 150 compañías británicas han sentado sus reales en Libia. En marzo de 2004, la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sierra Leona estableció que Libia y Liberia habían adiestrado y apoyado a los rebeldes del Frente Revolucionario Unido (FRU), la sangrienta guerrilla que entre 1991 y 2001 contribuyó a la muerte violenta de 50.000 personas. Libia fue condenada por la ONU a pagar compensaciones al Gobierno de Sierra Leona. Eso no impidió que, el 25 de marzo, Blair visitara Trípoli y se entrevistara con Gadafi. Era el segundo jefe del Gobierno británico que visitaba el territorio: el anterior fue Churchill. Coincidiendo con la visita, la angloholandesa Shell firmó un contrato con la petrolera estatal libia. Antes había llegado José María Aznar y después lo hicieron Gerard Schröder, Berlusconi, Sarkozy, Zapatero… Nada nuevo bajo el sol. Ha pasado siempre y volverá a pasar. Lo llaman realpolitik.
El conflicto de Libia se convierte en una crisis humana
Cargas contra los refugiados que colapsan la frontera – Militares tunecinos contienen a palos una avalancha humana que intenta huir de la represión de Gadafi
ÁLVARO DE CÓZAR, Ras el Ajdir (Enviado Especial) 28/02/2011
El conflicto en Libia se ha convertido ya en una crisis humanitaria. Varios miles de egipcios han colapsado esta noche el lado libio de Ras el Ajdir, la frontera con Túnez. Los refugiados se han concentrado en la verja azul que separa ambos países y han tratado de entrar en masa. Han lanzado sus maletas al aire y han intentado colarse por ambos lados de la cancela. Los militares tunecinos les han contenido a palos.
Un hombre en el suelo trataba de protegerse la cabeza con las manos mientras un militar le golpeaba. Otro se tapaba el cuello cubierto de sangre. Pero la desesperación parecía ser más fuerte que los golpes y los refugiados han insistido en entrar a toda costa. Exaltados, en medio del griterío y de la violencia, unos jóvenes trataban de subirse encima unos de otros para superar la tapia. Los gritos de los egipcios se han hecho más ensordecedores cuando la cámara les ha apuntado. Mientras ellos pedían salir en las imágenes, un grupo de jóvenes tunecinos al otro lado de la tapia les provocaban y ayudaban a los militares a que ninguno entrara.
La frontera de Ras el Ajdir ha cambiado mucho en las últimas horas. La organización de los primeros días y la hospitalidad de los tunecinos, unos sorprendentes anfitriones que han acudido en su ayuda sin pedir nada a cambio, se ha vuelto un caos ante la avalancha de personas. El ritmo de llegada de refugiados se ha acelerado y ha desbordado a los tunecinos.
Los últimos datos facilitados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) cifraban en unas 100.000 las personas que habían abandonado Libia por ambas fronteras, este y oeste. El número es anterior a la llegada de los egipcios de esta noche.
Algunos llevan horas viajando para recorrer los 200 kilómetros de carretera que unen la capital libia con Túnez. Después de ser robados por la policía de Gadafi en los controles del camino, los refugiados egipcios tienen que esperar durante horas para que les lleven en autobuses a pabellones y centros escolares en la ciudad tunecina de Ben Gardan. Se quejan de que ninguna autoridad egipcia se ha acercado hasta allí para darles información.
En el puesto fronterizo de Ras el Jdir confluyen ahora mismo los tres países que han protagonizado las revueltas de los últimos meses: Libia, Túnez y Egipto. Tres estados que todavía viven en el descontrol pero que mantienen vivos el sueño de la revolución.
“No se puede luchar con las manos desnudas”
Varios ciudadanos libios y trabajadores españoles que viven Trípoli nos cuentan que ha sucedido hoy en la capital
AURORA MUÑOZ – Madrid – 27/02/2011
“Trípoli es una gran colmena donde se distribuyen ‘las mieles’ y las abejas preparan su aguijón”. Así es como ha descrito hoy la situación en la capital libia M.D., un ingeniero informático de 43 años que vive en Hai-Andulas -a 25 kilómetros de Trípoli-, con su mujer y dos hijos, de 4 y 7 años. “Anoche no oímos disparos, pero esta calma me inquieta”, contaba a las 13.00 -hora española-, justo cuando la radio de Bengasi anunciaba que las tropas del régimen de Gadafi ponían en marcha para luchar en la franja comprendida entre Musrata y Sirte, que forman parte de la ‘Libia liberada’.
“Sirte es un enclave estratégico por su aeropuerto, pero la verdadera obsesión de Muamar el Gadafi es recuperar Musrata a toda costa. Allí se encuentra Mesfat Alzawia, una de las explotaciones de petróleo más importantes del país. No puede permitir que los manifestantes controlen el ‘oro negro’. Ha sido su moneda de cambio para ganarse el favor de la comunidad internacional”, señala A. A, una dentista de 30 años que vive en Gergaresh -localidad costera a 20 minutos en coche del centro de Trípoli-. M.D. apoya esta teoría desde Hai-Andulas: “Nunca se había hablado de los crímenes del régimen porque Gadafi reprimía a los opositores con dureza, los cercanos al régimen se vendieron por tierras que les cedió y los gobernantes de todo el mundo quería asegurarse el suministro de petróleo y gas”.
A las 14.30 -hora española-, la alarma se extendía a Zauiya, según informaba Al Arabiya. Adel Abdelmola, uno de los libios que se manifestaron este jueves en la plaza Sant Jaume de Barcelona en apoyo a su pueblo, tiene a toda su familia viviendo en esta localidad donde el miércoles habían muerto ya 60 personas. Habló con los suyos por última vez a primera hora de la mañana y le contaron que les habían cortado la luz. Cansados de la situación, el hermano y el padre de Abdelmola han decidido salir a la calle a plantarle cara a la milicia. “Espero que ésta sea la última noche en el poder de ese tirano. Lo queremos fuera de Libia. En África, en Rusia o donde quiera, pero que se vaya y nos deje en libertad. Queremos ser libres”, reclama con rabia este libio emigrado.
A.A., la dentista de Gergaresh, tiene dos hermanos. Uno está viviendo en su domicilio, junto con su mujer y dos hijos, desde que comenzaron las revueltas. La otra reside en Fashloom, un distrito de Trípoli donde han muerto al menos 233 personas según las cifras que maneja Human Rights Watch. “Esto ha sido la guerra. Las tropas de Gadafi disparaban a cualquiera que se moviera, incluso a quienes recogían los cadáveres”, relata angustiada esta familiar en una conversación por Internet. Sus hijos se han dormido noche tras noche escuchando explosiones, sonido de sirenas y lemas de los manifestantes como “la sangre de los libios no es gratis”, “solo traíste a la milicia, matarnos es lo que necesitas” y “el pueblo acabará con el sistema”.
A pocos kilómetros de allí, el corazón de Trípoli respiraba calma esta mañana. O.B., un español que continúa trabajando en la capital libia, contestaba a las 17.00 -hora española- a la llamada de EL PAÍS mientras caminaba por las calles desiertas.”Vivo con una amiga en un barrio residencial de las afueras y aquí no hemos visto disturbios”. @AliTweel, uno de los twitteros que están informando más activamente sobre las revueltas en las redes sociales, reflejaba esa misma sensación en un mensaje que colgó en su muro a las 13.50 -hora española-: “Hace menos de una hora que acabo de visitar la calle Jraba de Trípoli. La gente está ocupándose de sus asuntos; algunas panaderías están abiertas y bastante concurridas”. Pero no sucede lo mismo en todas partes. “Trípoli es una ciudad muy grande y la incomunicación de estos días hace que no sepas muy bien que sucede en otros barrios. Nuestra zona es tranquila. Los extranjeros estamos protegidos, es una cuestión política, pero te puede la presión psicológica”, señala O.B., que ha decidido permanecer en Libia por motivos laborales. “No entiendo como la comunidad internacional puede permitir que disparen a gente desarmada. Nos estamos limitando a evacuar a los nuestros y cerramos los ojos ante la masacre. Yo mismo he tenido miedo. Esta semana he visto como le pegaban una paliza brutal a un manifestante, tenía la cámara encima y no he sido capaz de sacarla. En ese momento solo podía pensar en que las milicias de Gadafi disparan antes de preguntar”, reconoce. “El régimen está acabado, pero no se puede luchar con las manos desnudas”, opina el español. O.B. piensa que Gadafi será derrocado cuando los rebeldes consigan armas y luchen “en igualdad de condiciones”. “Están dispuestos a morir antes que vivir sin libertad”, sentencia.
Al Yazira informaba a las 19.00 -hora española- de que en la Libia dominada por Gadafi empiezan a escasear los víveres y los medicamentos. Samir Ahmad (35 años), agente comercial de una marmolería en Barcelona, también tiene a sus madres y sus hermanos en Trípoli. El comercial libio recibió ayer noticias de su madre, que le cuenta como sobreviven en la escasez: “Me ha dicho que están bien, pero sólo les queda comida para una semana. Después de eso, no saben que pasará”, relata con tristeza. Las tiendas están desabastecidas y la población confía en que la ayuda humanitaria que comienza a llegar palie su falta de recursos.
A las 21.00 -hora española-, A.A. acaba de recibir la llamada de una amiga que trabaja como doctora en el hospital de Alkhadra. Le pide que acuda como enfemera voluntaria, ya que las auxiliares europeas han sido evacuadas y los pacientes están desatendidos. “No sólo les falta personal. Los centros médicos también están racionando sus recursos como pueden. Mi madre está siguiendo un tratamiento contra el cáncer y lleva una semana sin recibir la inyección que necesita”, cuenta la propia dentista de Gergaresh.
Sin embargo, en la otra Libia, en la ‘Libia liberada’ la situación es completamente diferente.Omar, un médico libio de 24 años que trabaja en Bengasi, cuenta que allí vuelve a tener “de todo” en las tiendas y que la gente pasea tranquila. El doctor libanes recuerda que mientras que duró la represión en Bengasi, los soldados destruían las bolsas de sangre y les faltaba material para atender a los heridos: “Fue traumático, y lo peor es que vuelve a repetirse en la capital”.
En esa misma zona se encuentran las hermanas de Nana Ahmed, una saharaui que estudia secundaria en Madrid. Najat (12 años) y Babmba (17 años) están en un internado estudiando y sus monitoras les contaron esta mañana que “todo ha vuelto a la normalidad” y que mañana se reanudarán las clases.
El primer ministro de Túnez anuncia su dimisión
Más de 50.000 manifestantes se concentran desde ayer en la capital tunecina para expresar su rechazo al Gobierno.- Béji Caïd Essebsi, nuevo primer ministro interino
AGENCIAS – Túnez – 27/02/2011
El primer ministro de Túnez, Mohamed Ghanuchi, ha anunciado su dimisión en la televisión estatal del país. La renuncia de Ghanuchi llega después de las nuevas protestas registradas en el país norteafricano.
Más de 50.000 manifestantes se concentraban desde anoche en la plaza de la Kasba en la capital tunecina para expresar su rechazo a la continuación del Gobierno interino, al que acusan de haber fracasado en su intento de intentar satisfacer las mínimas peticiones de la revolución y de ser una extensión del régimen del ex presidente Zine al Abidine Ben Ali. Según lo que ha constatado EFE, la policía ha empleado gases lacrimógenos para reprimir a los manifestantes.
Hombre del régimen
El primer ministro ha estado muy vinculado al presidente huido y a sus acciones en el anterior régimen. Tanto que los tunecinos le llamaban “Monsieur Oui Oui” (Señor Sí Sí) porque siempre decía que sí a Ben Ali, según informa Foreign Policy. Está considerado, sin embargo, como un tecnócrata muy competente.
Tras la salida precipitada del dirigente tunecino, Ghanuchi se proclamó presidente en funciones el 14 de enero, para dejar la puerta abierta al regreso de Ben Ali. Un día después, el Consejo Constitucional tunecino emitió un comunicado en el que matizaba que es el presidente del Parlamento, Fued Mebaza, y no el primer ministro, el que debe ocupar el puesto de presidente interino en caso de que el electo abandonase el cargo, como ha ocurrido.
Ghanuchi (18 de agosto de 1941) estudió ciencias económicas y pasó un tiempo de formación en el ministerio de Economía francés. Forma parte del Gobierno tunecino desde que Ben Ali fue nombrado primer ministro por el presidente anterior, Habib Bourguiba. Cuando este fue remplazado por Ben Ali, Ghanuchi se hizo cargo del Ministerio de Economía. Desde 1999 ocupa el puesto de primer ministro, en el que ha sido fiel al presidente saliente hasta su final.
El presidente interino de Túnez, Fouad Mebazaa, ha anunciado este domingo el nombramiento de Béji Caid Sebsi como nuevo primer ministro interino del país tras la dimisión de Ghannouchi, según ha anunciado la agencia de noticias estatal tunecina, TAP. Sebsi es un veterano político tunecino que ya ocupó el cargo de ministro de Asuntos Exteriores entre 1981 y 1982, durante la presidencia de Habib Burguiba, primer presidente del Túnez independiente.
Altas instancias
Túnez, el país que abrió brecha en la ola de revueltas en el Magreb, ha visto cómo se reanudaban hoy los enfrentamientos entre las fuerzas policiales y la población civil. La rabia del pueblo tunecino ha vuelto a estallar en las calles y llega hasta altas instancias. Uno de los sobrinos del expresidente tunecino ha denunciado haber recibido amenazas de muerte firmadas por el autodenominado Colectivo para una justicia magrebí, tal y como ha informado el periódico Le Parisien.
Según el tabloide francés, Mohamed Ben Moncef Trabelsi recibió una carta en el despacho parisino de su abogado, en la que los remitentes acusan a su clan de haber “expoliado Túnez hasta el infinito”, y le instan a que tenga el “coraje de afrontar la Justicia” de su país.
En Inglés:
Un analista y obeservador de la situación en Venezuela, me envía dos artículos del New York Times y el Washington Post que realmente nos muestran algunos puntos que no debemos dejar de lado en referencia futura a Venezuela.
Señala él “para los que quieran ver un final al régimen de Chávez”.
“Las diferencias y similitudes entre estos dos locuaces y aliados furibundos, serían la demostración de que toda esta situación podría ser el ensayo para gobiernos extranjeros que tengan que lidiar con corrupción, narcotráfico y militares en países donde las instituciones hayan sido desmanteladas con el correr de los años:
Me marcó en itálicas lo que vale la pena destacar.
White House caution in response to Gaddafi’s actions was guided by fears for the safety of Americans in Libya
By Scott Wilson
Staff Writer
Washington Post | Sunday, February 27, 2011; 12:00 AM
As President Obama and his advisers measured their response to the mass killing in Libya over the past week, they were mindful of one particular scene unfolding thousands of miles away.
The U.S. Embassy and other diplomatic posts in Tripoli, reopened only five years ago, comprise a series of lightly protected compounds and trailers. The guards there were Libyan, not the U.S. Marines posted outside most embassies. And an armed and angry Libyan opposition was approaching the city from the east, as hundreds of Americans awaited evacuation across rough seas.
Administration officials said the diplomats in Tripoli told them that, in the words of one official, “certain kinds of messaging from the American government could endanger the security of American citizens.” There were fears that Americans could be taken hostage.
“Overruling that kind of advice would be a very difficult and dangerous thing to do,” said Ben Rhodes, the deputy national security adviser for strategic communications.
“That was the debate, and frankly we erred on the side of caution, for certain, and at the cost of some criticism,” he continued. “But when you’re sitting in government and you’re told that ignoring that advice could endanger American citizens, that’s a line you don’t feel very comfortable crossing.”
The Obama administration’s quiet response to the atrocities in Libya left even reliable supporters stunned by its lack of force and plodding pace.
But officials now say that their previous public posture belied feverish diplomatic work and a head-versus-heart debate that played out in the White House Situation Room, where the immediate threat to Americans and the far-reaching lessons of the failed international efforts to end violence in Bosnia, Rwanda and Iraq have guided the recommendations the president has received.
Among those most involved in conceiving the administration’s response is a cadre of senior advisers who, as journalists, lawyers, academics and public officials, have worked for years on the subject of governments who kill their people and how to stop them.
They have vowed not to make the same mistakes that past American administrations committed in the face of mass killings, even as critics argue the Obama White House already erred by staying quiet as the death toll mounted.
Senior administration officials say the financial sanctions Obama announced Friday evening – after a plane carrying a last batch of Americans left Libya for safety – marked only the first in a range of steps that could include military options should Libyan leader Moammar Gaddafi step up his violent campaign. On Saturday, in a telephone call with German Chancellor Angela Merkel, Obama echoed European leaders’ demands that Gaddafi must step down.
“This is already breaking with precedent in many important ways,” said Samantha Power, the National Security Council’s senior director for multilateral affairs and human rights. “Normally, when a government starts targeting its own people, it takes longer for the U.S. to open its tool box and deploy tools that have bite. We have already seen a preparedness to scale the ladder of escalation.”
In addition to Power – who as a journalist wrote the Pulitzer Prize-winning survey of the American response to genocide called “A Problem from Hell” – Vice President Biden, U.N. Ambassador Susan E. Rice, and the State Department’s Michael E. Posner and Harold Koh have all worked on the subject of mass killing for decades, produced critical assessments of the U.S. approach, and have been among the country’s loudest voices in favor of sanctions, war crimes prosecutions, no-fly zones and other military measures to stop them.
The head of Obama’s newly created NSC office responsible for war crimes, atrocities and civilian protection, David Pressman, is a New York University law school graduate who once clerked for the Supreme Court of Rwanda.
During a speech Thursday at the Holocaust Memorial Museum, Biden criticized the slow U.S. response in the Balkans and said that “when a state engages in atrocity, it forfeits its sovereignty.”
It was the pedigree of Obama’s team that made his public passivity particularly hard to understand.
In the first days of the uprising in Libya, Obama condemned the killings through a written statement read by his press secretary, Jay Carney. Obama only uttered his first public words on the issue Wednesday evening from the White House Grand Foyer, avoiding any mention of Gaddafi by name.
“You usually expect the United States to take action and the Europeans to make statements,” Tom Malinowski, the Washington director of Human Rights Watch, said last week before the sanctions were announced. “So far, though, that seems reversed.”
Behind the scenes, officials say they have been drawing lessons from past genocides. From Cambodia through the Balkans, the international failures to stop mass killings have shared several common elements, including a failure to develop a coherent international response.
As Obama called world leaders, Rice, at the United Nations, worked to ensure that the Security Council adopted a strong resolution against the violence. It did so unanimously, with some nations, including Lebanon and India, urging an even harsher tone, and on Saturday adopted a wide-ranging set of economic and military sanctions and referral of the Libyan violence to the International Criminal Court. The African Union and the Arab League also rallied behind a rare rebuke of a charter member.
“Certainly, if we were sniping at one another or revealing divergent interests, Gaddafi would likely take that as a green light,” said Power, who cited divisions at the United Nations and between the United States and European allies in confronting genocide in Rwanda and Bosnia.
Administration officials and outside scholars say previous U.S. governments have tended to narrow the range of possible responses to mass killings to either military intervention or doing nothing.
Power said that “what was most heartbreaking about Rwanda,” where an estimated 800,000 people were slaughtered during a several-month spasm of ethnic violence in 1994, was not why countries didn’t invade, but why more actions, short of war, were not tried.
Among other options, she listed radio-frequency jamming, expelling the country’s ambassador from the United Nations, freezing assets, imposing an arms embargo, implementing a travel ban on officials, and threatening war crimes prosecution.
Some of those measures are already in place in the case of Libya, in part because European leaders have pushed them hard publicly since the uprising began.
“What we have tried to do is tee up, as quickly as possible, every possible policy option available to the president,” said Rhodes, adding that those options include military, diplomatic and economic plans to isolate and pressure Gaddafi.
The options are emerging from the so-called deputies committee, run by deputy national security adviser Denis McDonough. Administration officials say the high-level process, operated daily out of the West Wing, is intended to prevent the official neglect that marked past U.S. responses to mass killings.
During the 100-day genocide in Rwanda, the Clinton administration held only one deputies meeting on the crisis. Clinton later apologized to Rwanda for failing to act.
Administration officials acknowledge that the planning and diplomacy are more difficult with military options, including a no-fly zone designed to prevent Gaddafi from dispatching warplanes to bomb the regions of Libya now under opposition control.
How to raise support for such a measure when China, a veto-holding member of the U.N. Security Council, is likely to oppose it because of the precedent it could set, remains an open question within the administration.
But administration officials recall how the world finally rallied after years of delay to use military power in the Balkans.
In 1995, then-Secretary of State Madeleine K. Albright produced satellite photos of the disturbed earth outside the once U.N.-protected enclave of Srebrenica in northeastern Bosnia, providing concrete evidence of mass graves. The photos, Power said, “jarred loose the international consensus that hadn’t been there before on the use of military force.”