La mentalidad nacionalista y socialista de nuestros gobernantes
En los últimos diez años, Argentina ha dejado el progreso atrás. Con la vuelta de gobernantes que adhieren a banderas nacionalistas y socialistas, se ha detenido el progreso que se insinuó claramente en la década de 1990.
La política energética es un ejemplo clave para entender como se ha demorado el avance en materia económica. De exportadores pasamos a ser importadores netos con un elevadísimo costo para el país, que pesa en el bolsillo de todos los argentinos.
Hemos regresado a una política estatista que obstaculizó la llegada del capital privado indispensable para el impulsar el desarrollo de las actividades hidrocarburíferas. Lamentablemente, no solo en este sector prevaleció la idea de que las inversiones estatales eran las que debían revitalizar la economía, provocando la inflación que hoy deteriora el salario real y crea problemas sociales de difícil solución.
Planes faraónicos irrealizables, como el fútbol para todos, los subsidios para financiar pérdidas, las prebendas y estatizaciones, son parte de las acciones erróneas destinadas a aumentar la popularidad y prestigio del Gobierno.
La emisión espuria de dinero termina siendo inevitable para poder financiar el déficit del presupuesto, y por ello el aumento general de los precios.
El diagnóstico lo hemos aprendido de memoria los que vivimos las crisis inflacionarias de 1976 y la del final del Gobierno de Raúl Alfonsín. Debiéramos preguntarnos si habrá en 2015 un Gobierno decidido a encarar con responsabilidad el problema. El kirchnerismo cree que con algunas medidas aisladas tendientes a morigerar los efectos inflacionarios se puede resolver el proceso sin enfrentar las causas.
El presidente que llegue al poder en 2015 tendrá al principio la confianza de la gente quien verá qué hace y esperará los resultados. Pero la sociedad ofrece el cheque en blanco por poco tiempo, solamente el necesario para saber si se puede brindar o no la confianza a un determinado gobernante.
¿Cuál partido apoyará la mayoría? ¿Al que pretenda seguir la senda del actual Gobierno o, por el contrario a uno que respete la opinión pública, se anime a terminar con la emisión espuria de moneda, libere todos los mercados, reestablezca la seguridad jurídica, recupere la inversión privada y permita que funcione la Justicia conforme a derecho?
La respuesta la tendremos cuando sepamos, luego de las elecciones, hasta qué punto ha envenenado la cabeza de los argentinos la prédica nacionalista y socialista de los gobiernos kirchneristas. Nos enteraremos si queda algún político que reconozca los errores producidos por un Gobierno demagógico y se anime a atacarlos de raíz asumiendo -no hay otra posibilidad- los principios liberales. Ellos permitirían una economía abierta portadora del capital privado necesario para poder emprender la tarea de sanear la economía y destrabar el progreso del país.
Dejar atrás el intervencionismo estatal es prioritario, como ir rápidamente en dirección de la economía de mercado -fuente de regeneramiento económico-, sin olvidar la Constitución de origen republicano y liberal. Ella nos legó un marco jurídico razonable que se basa en derechos reconocidos expresamente (trabajar, comerciar y ejercer libremente toda industria lícita), pero que han sido vulnerados por el Gobierno actual a pesar de que ninguno de ellos impide, sino promueve, la mejora del país. Argentina no solamente necesita líderes que se animen a ver la realidad tal cual es, sino que ayuden a la gente a conocerla.
Se podrá cambiar el modelo autoritario por el basado en la libertad individual si los ciudadanos toman parte en su conquista. La democracia es el mejor medio conocido para que nadie pueda gobernar sin su consentimiento. Pero para que funcione se debe educar para formar el espíritu democrático: hombres libres y responsables de sus deberes, que defiendan los derechos a la libertad y a la propiedad, y controlen al poder político -para que éste cumpla con su deber de proteger la vida, la libertad y los bienes- resistiéndose ante cualquiera que intente usurparlos.
Elena Valero Narváez