Tuve la oportunidad de disfrutar, por motivos personales, unos dÃas de vacaciones fuera de Venezuela donde busqué desconectarme de la realidad de nuestro paÃs por un momento. Inevitablemente pasé mis dÃas haciendo comparaciones entre las cosas que estaba viendo en los paÃses visitados y el estado de las mismas cosas en mi tierra natal. Aunque el ejercicio que hice no fue ni sano ni alentador, me terminé llevando una sorpresa.
Entrar a un mercado en un paÃs distinto al nuestro es de las pocas experiencias en la vida que te produce la misma cantidad de alegrÃa que de rabia y tristeza. En tierras extranjeras aparentemente es normal y cotidiano encontrar todos los alimentos que uno está buscando en un mismo lugar sin tener que hacer largas colas ni recibir números al mejor estilo de un bingo caribeño. Es común ver a las personas pasarse horas en un pasillo viendo qué tipo de arroz o de leche van a comprar, ya que la gran variedad de los mismos colabora con la indecisión. Salir de un mercado con toda la lista tachada sin haber pagado sobreprecio alguno sin duda es satisfactorio.
La experiencia de caminar tranquilo por la calle a altas horas de la noche con el teléfono en la mano para tomar una foto es de esas novedades que te hacen sentir como un tal ciudadano. Lo que aquà serÃa considerado como un deporte extremo o un peligroso reto, resulta que es muy natural y muy de turistas en otros paÃses.
Disfrutar de un transporte público confiable, puntual y seguro es una de esas cosas que produce envidia y nostalgia. En primer lugar porque en nuestro paÃs nosotros sà tuvimos, hace muchos años, un transporte público decente, y en segundo lugar porque el contar con un servicio de envergadura permite al ciudadano desplazarse libremente a un reducido costo por toda la ciudad, objetivo que es primordial en cualquier capital de un paÃs medianamente serio.
Hasta los momentos mis reflexiones han sido de experiencias muy obvias y de hechos muy evidentes. Pero hubo algo que me sorprendió en el viaje, y lo más lamentable fue que me ocurrió al terminar el mismo. Cuando llegué a mi paÃs, me di cuenta que tenemos algo muy diferente al resto de los paÃses. Nosotros, los venezolanos, caminamos por nuestras calles con una carga que no es sana.  Ese algo que tanto nos diferencia es nuestro estado de ánimo. Cuando llegué, no habÃa terminado de pisar las afueras del aeropuerto y percibÃa a simple vista la carga negativa que lleva consigo cada venezolano.
Al hacer memoria de escenas fugaces del viaje, me producÃa nostalgia recordar cómo las preocupaciones de muchas de las personas que vi en la calle eran absolutamente diferentes a las nuestras.  Con esto no quiero decir que en todo el mundo se vive con una pipa de la paz en la mano, pero sà quiero decir que nuestras preocupaciones diarias son absurdas, complejas y enfermizas.
No es sano ni normal que una persona debe estar pendiente todo el dÃa de si lo roban o no, si hay una calle trancada o no, investigando cual detective qué alimentos hay en cada mercado, rezando para que el dinero llegue a final de mes y lo que es peor, ser testigo de la decadencia del paÃs.
Poco a poco los que dicen llevar las riendas del paÃs están logrando crear esa nueva realidad y esa nueva historia de Venezuela que tanto ansÃan. Ya hasta nos cuesta recordar lo que conseguÃamos con facilidad antes en cada mercado. En pocas palabras, nuestra escasez es tan alta y nuestra memoria tan corta que hasta se nos olvidó lo que era sonreÃr…
Tomás Hernández