TelegramWhatsAppFacebookX

Se nos olvidó hasta sonreír

smile

Tuve la oportunidad de disfrutar, por motivos personales, unos días de vacaciones fuera de Venezuela donde busqué desconectarme de la realidad de nuestro país por un momento. Inevitablemente pasé mis días haciendo comparaciones entre las cosas que estaba viendo en los países visitados y el estado de las mismas cosas en mi tierra natal. Aunque el ejercicio que hice no fue ni sano ni alentador, me terminé llevando una sorpresa.

Entrar a un mercado en un país distinto al nuestro es de las pocas experiencias en la vida que te produce la misma cantidad de alegría que de rabia y tristeza. En tierras extranjeras aparentemente es normal y cotidiano encontrar todos los alimentos que uno está buscando en un mismo lugar sin tener que hacer largas colas ni recibir números al mejor estilo de un bingo caribeño. Es común ver a las personas pasarse horas en un pasillo viendo qué tipo de arroz o de leche van a comprar, ya que la gran variedad de los mismos colabora con la indecisión. Salir de un mercado con toda la lista tachada sin haber pagado sobreprecio alguno sin duda es satisfactorio.

La experiencia de caminar tranquilo por la calle a altas horas de la noche con el teléfono en la mano para tomar una foto es de esas novedades que te hacen sentir como un tal ciudadano. Lo que aquí sería considerado como un deporte extremo o un peligroso reto, resulta que es muy natural y muy de turistas en otros países.

Disfrutar de un transporte público confiable, puntual y seguro es una de esas cosas que produce envidia y nostalgia. En primer lugar porque en nuestro país nosotros sí tuvimos, hace muchos años, un transporte público decente, y en segundo lugar porque el contar con un servicio de envergadura permite al ciudadano desplazarse libremente a un reducido costo por toda la ciudad, objetivo que es primordial en cualquier capital de un país medianamente serio.

Hasta los momentos mis reflexiones han sido de experiencias muy obvias y de hechos muy evidentes. Pero hubo algo que me sorprendió en el viaje, y lo más lamentable fue que me ocurrió al terminar el mismo. Cuando llegué a mi país, me di cuenta que tenemos algo muy diferente al resto de los países. Nosotros, los venezolanos, caminamos por nuestras calles con una carga que no es sana.  Ese algo que tanto nos diferencia es nuestro estado de ánimo. Cuando llegué, no había terminado de pisar las afueras del aeropuerto y percibía a simple vista la carga negativa que lleva consigo cada venezolano.

Al hacer memoria de escenas fugaces del viaje, me producía nostalgia recordar cómo las preocupaciones de muchas de las personas que vi en la calle eran absolutamente diferentes a las nuestras.  Con esto no quiero decir que en todo el mundo se vive con una pipa de la paz en la mano, pero sí quiero decir que nuestras preocupaciones diarias son absurdas, complejas y enfermizas.

No es sano ni normal que una persona debe estar pendiente todo el día de si lo roban o no, si hay una calle trancada o no, investigando cual detective qué alimentos hay en cada mercado, rezando para que el dinero llegue a final de mes y lo que es peor, ser testigo de la decadencia del país.

Poco a poco los que dicen llevar las riendas del país están logrando crear esa nueva realidad y esa nueva historia de Venezuela que tanto ansían. Ya hasta nos cuesta recordar lo que conseguíamos con facilidad antes en cada mercado. En pocas palabras, nuestra escasez es tan alta y nuestra memoria tan corta que hasta se nos olvidó lo que era sonreír…

Tomás Hernández

 @TomasHHR

TelegramWhatsAppFacebookX

smile

Tuve la oportunidad de disfrutar, por motivos personales, unos días de vacaciones fuera de Venezuela donde busqué desconectarme de la realidad de nuestro país por un momento. Inevitablemente pasé mis días haciendo comparaciones entre las cosas que estaba viendo en los países visitados y el estado de las mismas cosas en mi tierra natal. Aunque el ejercicio que hice no fue ni sano ni alentador, me terminé llevando una sorpresa.

Entrar a un mercado en un país distinto al nuestro es de las pocas experiencias en la vida que te produce la misma cantidad de alegría que de rabia y tristeza. En tierras extranjeras aparentemente es normal y cotidiano encontrar todos los alimentos que uno está buscando en un mismo lugar sin tener que hacer largas colas ni recibir números al mejor estilo de un bingo caribeño. Es común ver a las personas pasarse horas en un pasillo viendo qué tipo de arroz o de leche van a comprar, ya que la gran variedad de los mismos colabora con la indecisión. Salir de un mercado con toda la lista tachada sin haber pagado sobreprecio alguno sin duda es satisfactorio.

La experiencia de caminar tranquilo por la calle a altas horas de la noche con el teléfono en la mano para tomar una foto es de esas novedades que te hacen sentir como un tal ciudadano. Lo que aquí sería considerado como un deporte extremo o un peligroso reto, resulta que es muy natural y muy de turistas en otros países.

Disfrutar de un transporte público confiable, puntual y seguro es una de esas cosas que produce envidia y nostalgia. En primer lugar porque en nuestro país nosotros sí tuvimos, hace muchos años, un transporte público decente, y en segundo lugar porque el contar con un servicio de envergadura permite al ciudadano desplazarse libremente a un reducido costo por toda la ciudad, objetivo que es primordial en cualquier capital de un país medianamente serio.

Hasta los momentos mis reflexiones han sido de experiencias muy obvias y de hechos muy evidentes. Pero hubo algo que me sorprendió en el viaje, y lo más lamentable fue que me ocurrió al terminar el mismo. Cuando llegué a mi país, me di cuenta que tenemos algo muy diferente al resto de los países. Nosotros, los venezolanos, caminamos por nuestras calles con una carga que no es sana.  Ese algo que tanto nos diferencia es nuestro estado de ánimo. Cuando llegué, no había terminado de pisar las afueras del aeropuerto y percibía a simple vista la carga negativa que lleva consigo cada venezolano.

Al hacer memoria de escenas fugaces del viaje, me producía nostalgia recordar cómo las preocupaciones de muchas de las personas que vi en la calle eran absolutamente diferentes a las nuestras.  Con esto no quiero decir que en todo el mundo se vive con una pipa de la paz en la mano, pero sí quiero decir que nuestras preocupaciones diarias son absurdas, complejas y enfermizas.

No es sano ni normal que una persona debe estar pendiente todo el día de si lo roban o no, si hay una calle trancada o no, investigando cual detective qué alimentos hay en cada mercado, rezando para que el dinero llegue a final de mes y lo que es peor, ser testigo de la decadencia del país.

Poco a poco los que dicen llevar las riendas del país están logrando crear esa nueva realidad y esa nueva historia de Venezuela que tanto ansían. Ya hasta nos cuesta recordar lo que conseguíamos con facilidad antes en cada mercado. En pocas palabras, nuestra escasez es tan alta y nuestra memoria tan corta que hasta se nos olvidó lo que era sonreír…

Tomás Hernández

 @TomasHHR

Todavia hay más
Una base de datos de mujeres y personas no binarias con la que buscamos reolver el problema: la falta de diversidad de género en la vocería y fuentes autorizadas en los contenidos periodísticos.