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Plan B, ¡¿a mis casi 70 años?! por Belen Santaella

PlanB

 

Estaciono mi carro, me miro en el espejo retrovisor, agarro la cartera, reviso si el celular está adentro, y camino decidida al restaurante donde me esperan mis amigos.  Hoy es la reunión que hacemos dos veces al año.

Desde  lejos los veo. Sonrío al divisar el bastón debajo de la silla de Edgardo. Lo usa porque “se le desgastó el colchón de la rodilla”, como él dice.

Enseguida escucho las bromas de todos: “Te vi caminando con una ligera cojera, ¿cómo que se te encogió la pierna izquierda?”, “Edgardo, préstale tu bastón”,  “Belén, ya no eres una adolescente, reconócelo”.

Nos interrumpe Blanca para decirnos que en la reunión se enseñará un ejercicio para no dejar olvidados los lentes ni el celular. “¿Hacer Sudokus?”, pregunta Pepe. La risa de todos llamó la atención de los otros comensales.

Son mis amigos de siempre; todos alrededor de los 70 años. Nos graduamos juntos en el liceo del pueblo, a menos de una hora de Caracas. Conocemos nuestras historias, nuestros planes. Algunos ya no están…

Y así, entre risas y bromas, se nos pasó el tiempo.

Cuando empezamos a despedirnos, Oscar, con uno de sus cubiertos,  le dio golpecitos a  la copa que tenía delante para indicarnos que nos quería decir algo. Se levantó, y mirándonos dijo con algo de solemnidad:

—Amigos,  Chela y yo le tenemos una noticia: nos vamos del país dentro de dos meses.

Lo miramos con cara de sorpresa. Nadie dijo nada. Él continuó:

—No crean que fue fácil para nosotros dos tomar esta decisión  — Chela no levantó la mirada, se la veía compungida—. Después de mucho pensar, llegamos a la conclusión que no queremos quedarnos solos.  Mi hija, mi yerno y los nietos se fueron hace un mes. Se los anuncio porque ya vendimos nuestra casa…  —se le quebró la voz, respiró para tomar fuerzas—. Estamos poniendo en acción nuestro plan B.

 

Luego de la intervención de varios de los amigos, unos de acuerdo con él,  y otros, negados totalmente a irse de Venezuela, nos despedimos de ellos dos con fuertes abrazos, disimulando el efecto que sus palabras nos habían causado.

De regreso a mi casa pienso: Plan B… Yo, que creía que ya había llegado al futuro, resulta que ahora debo preocuparme por otro futuro, desconocido, incierto. No en el que labré con trabajo, ilusión, lleno a veces de sobresaltos, pero en mi país, con mi familia.

Plan B…  No me imagino el decir tan fácilmente: “me voy, hasta luego”. Vendo mi casa, mi carro, me despido de mis hermanos y de los amigos.

Cuando teníamos dieciséis o diecisiete años, las expectativas ante la vida estaban llenas de ilusión. Me veo a esa edad en la cantina del liceo hablando sobre lo que haríamos al graduarnos de bachilleres. Queríamos ser “doctores”; unos lo lograron, otros nos quedamos en el camino. Pero para la mayoría los sueños se cumplieron.  Hoy esas expectativas están envueltas en temor.

Ahora pertenecemos a la nueva generación de la tercera edad, con nuestros celulares inteligentes, los que dominamos Internet casi a la perfección, los que navegamos en las redes sociales desde muy temprano, porque los años nos transformaron en  madrugadores. Con los triglicéridos alterados, pero con muchas ganas de disfrutar. Rodeados de gente que nos entiende. El Plan B…

¿Cómo será el empezar de nuevo? ¿Y los amigos que se quedan? ¿Y mi médico mastólogo? ¿Y toda nuestra historia acumulada? ¿Y los cineforos, y mis reuniones de trabajo, y…?  ¿Y si es mejor irse?

Debo plantearle mis dudas a los hijos, a las hijas…

 

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Estaciono mi carro, me miro en el espejo retrovisor, agarro la cartera, reviso si el celular está adentro, y camino decidida al restaurante donde me esperan mis amigos.  Hoy es la reunión que hacemos dos veces al año.

Desde  lejos los veo. Sonrío al divisar el bastón debajo de la silla de Edgardo. Lo usa porque “se le desgastó el colchón de la rodilla”, como él dice.

Enseguida escucho las bromas de todos: “Te vi caminando con una ligera cojera, ¿cómo que se te encogió la pierna izquierda?”, “Edgardo, préstale tu bastón”,  “Belén, ya no eres una adolescente, reconócelo”.

Nos interrumpe Blanca para decirnos que en la reunión se enseñará un ejercicio para no dejar olvidados los lentes ni el celular. “¿Hacer Sudokus?”, pregunta Pepe. La risa de todos llamó la atención de los otros comensales.

Son mis amigos de siempre; todos alrededor de los 70 años. Nos graduamos juntos en el liceo del pueblo, a menos de una hora de Caracas. Conocemos nuestras historias, nuestros planes. Algunos ya no están…

Y así, entre risas y bromas, se nos pasó el tiempo.

Cuando empezamos a despedirnos, Oscar, con uno de sus cubiertos,  le dio golpecitos a  la copa que tenía delante para indicarnos que nos quería decir algo. Se levantó, y mirándonos dijo con algo de solemnidad:

—Amigos,  Chela y yo le tenemos una noticia: nos vamos del país dentro de dos meses.

Lo miramos con cara de sorpresa. Nadie dijo nada. Él continuó:

—No crean que fue fácil para nosotros dos tomar esta decisión  — Chela no levantó la mirada, se la veía compungida—. Después de mucho pensar, llegamos a la conclusión que no queremos quedarnos solos.  Mi hija, mi yerno y los nietos se fueron hace un mes. Se los anuncio porque ya vendimos nuestra casa…  —se le quebró la voz, respiró para tomar fuerzas—. Estamos poniendo en acción nuestro plan B.

 

Luego de la intervención de varios de los amigos, unos de acuerdo con él,  y otros, negados totalmente a irse de Venezuela, nos despedimos de ellos dos con fuertes abrazos, disimulando el efecto que sus palabras nos habían causado.

De regreso a mi casa pienso: Plan B… Yo, que creía que ya había llegado al futuro, resulta que ahora debo preocuparme por otro futuro, desconocido, incierto. No en el que labré con trabajo, ilusión, lleno a veces de sobresaltos, pero en mi país, con mi familia.

Plan B…  No me imagino el decir tan fácilmente: “me voy, hasta luego”. Vendo mi casa, mi carro, me despido de mis hermanos y de los amigos.

Cuando teníamos dieciséis o diecisiete años, las expectativas ante la vida estaban llenas de ilusión. Me veo a esa edad en la cantina del liceo hablando sobre lo que haríamos al graduarnos de bachilleres. Queríamos ser “doctores”; unos lo lograron, otros nos quedamos en el camino. Pero para la mayoría los sueños se cumplieron.  Hoy esas expectativas están envueltas en temor.

Ahora pertenecemos a la nueva generación de la tercera edad, con nuestros celulares inteligentes, los que dominamos Internet casi a la perfección, los que navegamos en las redes sociales desde muy temprano, porque los años nos transformaron en  madrugadores. Con los triglicéridos alterados, pero con muchas ganas de disfrutar. Rodeados de gente que nos entiende. El Plan B…

¿Cómo será el empezar de nuevo? ¿Y los amigos que se quedan? ¿Y mi médico mastólogo? ¿Y toda nuestra historia acumulada? ¿Y los cineforos, y mis reuniones de trabajo, y…?  ¿Y si es mejor irse?

Debo plantearle mis dudas a los hijos, a las hijas…

 

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