DDHH olvidados | Rubén González no piensa dejar la lucha sindical - Runrun
DDHH olvidados | Rubén González no piensa dejar la lucha sindical

Era de madrugada cuando Rubén González viajaba en carretera después de asistir al juicio de su compañero Rodny Álvarez y haber participado en una protesta laboral en Caracas. Pero no pudo llegar a su casa: el 29 de noviembre de 2018 lo detuvieron en una alcabala en Anaco, estado Anzoátegui. 

Lo agarraron y lo llevaron a El Tigre. “Me esposaron, me amarraron a un tubo y pasé toda la noche ahí, prácticamente a la intemperie y me llovió encima. Yo no aguantaba y pedí que me pasaran a los calabozos con toda la gente”. 

Las celdas estaban repletas de reclusos, así que el hacinamiento en el lugar era inevitable. Algo que ocurre en los centros de detención de todo el territorio: la población carcelaria es de 40.000 presos a nivel nacional, según el Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP).

A la mañana siguiente fue trasladado a Maturín, al Centro Penitenciario de Oriente del estado Monagas, conocido como La Pica. Lo dejaron tirado en el piso del pasillo y así pasó toda la noche. “Al otro día uno de los presos de la celda me lanzó una toalla para que pudiera apoyar la cabeza”. A pesar de las condiciones, Rubén no se dejaba amilanar. “Yo tenía fortaleza y me quedaba tranquilo soportando las humillaciones y vejaciones porque yo no había hecho nada”. 

Fue trasladado al Departamento de Procesados Militares (Deprocemil), anexo de La Pica. “Ahí me metieron en una celda pequeñita que le dicen ‘El tigrito’”. Ahí Rubén González estuvo más de 21 meses. 

“Yo era una persona muy rebelde”

Rubén González llegó a Ferrominera en 1984. Era un trabajador más. Pero cuando un supervisor o jefe hacía algo que a él le parecía injusto o no estaba de acuerdo, alzaba su voz. Empezó a defender a la gente sin ánimos de ser líder sindical. “Los supervisores o la gerencia empezaron a perseguirme porque decían que yo era una muy rebelde, que no hacía caso. Yo iba a trabajar y soy un tremendo trabajador, pero cuando la cosa estaba mala, tenía que decirlo”. 

Después de muchos años, cuando la idea de representar a los trabajadores tomando fuerza, ellos le mostraron su apoyo. Es secretario general del Sindicato de Trabajadores de Ferrominera (Sintraferrominera) desde 2008, reelegido en 2016.

En noviembre de 2018 no era la primera vez que lo detenían. En 2009 lo apresaron por dirigir una protesta de Ferrominera, en la que participaron más de 2000 trabajadores, para exigir que se cumpliera la contratación colectiva. Fue imputado por agavillamiento, instigación a delinquir, restricción a la libertad del trabajo y violación de zona de seguridad. 

Sobre su caso, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dijo que los hechos imputados contra González “no justifican su detención provisional o arresto domiciliario” y pidió que fuese liberado. 

Al año siguiente, en 2011, fue condenado a siete años y seis meses de prisión. Pero por todo el rechazo que ocasionó la sentencia, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) anuló la decisión y fue absuelto. 

Nueve años después, lo volvieron a poner tras las rejas. Le imputaron los delitos castrenses de ultraje al centinela y ultraje a la Fuerza Armada Nacional. El Tribunal Militar Quinto lo condenó a cinco años y nueve meses, decisión que fue ratificada por la Corte Marcial, negándole su derecho constitucional a un juez natural. 

“Imagínate tú, un civil en la Corte Marcial. Yo nunca cometí esos delitos, no pudieron comprobar que yo ataqué a ningún centinela. Los delitos que sí cometieron ellos fue contra mi familia. Se metieron en mi casa, agredieron a mi nuera, agredieron a mi sobrina, a mi hermano le rompieron la cabeza. Ellos sí pueden hacer lo que les da la gana. No importa la agresión, la vulneración de los derechos, la Constitución”. 

“Pasé situaciones bien rudas”

Al mes de estar preso, pudo recibir visitas semanalmente. Su familia se trasladaba desde el estado Bolívar hasta Monagas para verlo. Aprovechaban las visitas para llevarle agua o comida porque la que le daban en el centro de reclusión dejaba mucho que desear. 

“El agua era pésima, muy contaminada. El director (de la cárcel) a veces se llevaba algunos botellones que teníamos y buscaba agua filtrada. En otras oportunidades teníamos que decirle a nuestros familiares. Estábamos siempre en esa lucha. Y la comida que daban ahí era realmente bastante pésima, más que todo siempre arroz o espagueti con lentejas”. 

Todo empeoró con la llegada de la pandemia del coronavirus a Venezuela porque las visitas quedaron suspendidas para evitar la propagación. Pasó seis meses sin ver a sus familiares. 

El estado de salud de Rubén González también se vio afectado en sus casi dos años de reclusión. Cuenta que nunca había sufrido de hipertensión, pero estando en La Pica un día los valores subieron de forma alarmante. 

“Ahí la tensión me llegó a 215/110. Eso era prácticamente para morirme, para que me diera un infarto. Me sacaron de emergencia y cuando me midieron la tensión los médicos y enfermeras se asustaron. No hallaban qué hacer conmigo”. Lo enviaron al hospital de Maturín, pero al no contar con tensiómetro, camas o sitio para hospitalizarlo, pidió que fuese llevado otra vez tras las rejas. 

Rubén asegura que en la cárcel le dio coronavirus. Le dio escalofríos, fiebre, diarrea, dolor en los huesos, perdió el olfato y dejó de percibir los sabores de los alimentos cuando comía. No le costaba respirar, pero tenía una molestia en el pecho. 

“Esos fueron como siete días tirado en la cama. Me dio miedo porque la muerte me pasó por la mente. Me dio duro, pasé situaciones bien rudas y difíciles. Lo que hacía era levantar la mano y pedirle a Dios que me ayudara, porque yo soy un hombre de justicia, no soy ningún delincuente. Ahí un poco de gente pasó el coronavirus, pero nunca hubo prueba, no hubo nada”. Lo único que podían hacer era prepararse “guarapos” o hacer gárgaras de limón, vinagre, agua caliente o sal.

El líder sindical tiene 43 años de casado con su esposa, cuatro hijos y 13 nietos. Para él, que se describe como un hombre de familia, lo más complicado de su tiempo detenido fue estar lejos de los suyos. “Lo que más me dolió fue que me apartaran de mi familia, eso era lo que más le dolía a mi corazón. No me abrumaba el hecho de echar pa’lante porque uno siempre está luchando. Pero lo que más sufrí fue estar sin mi esposa, mis hijos y mis nietos”.

A finales de agosto de 2020 se enteró por uno de sus compañeros reclusos que escuchó su nombre en la televisión que el sindicalista volvería a casa. La administración de Nicolás Maduro anunciaba otorgarle “indulto” a 110 presos y perseguidos políticos de la oposición. 

Pero representantes del Foro Penal Venezolano afirmaron que solo 53 privados de libertad a quienes le concedieron el indulto estaban encarcelados por razones políticas. Para la fecha, había 333 presos políticos en el país. “Es el número más alto de América de presos políticos, lo sabemos por información de Nicaragua, Cuba. Superando los 300, históricamente Venezuela tiene la cifra más alta”, dijo Alfredo Romero en una rueda de prensa.

A Rubén la noticia de su liberación lo agarró de sorpresa y considera que la acción es parte de un “juego político” para tratar de “bajar las tensiones que hay en el país” porque el Gobierno las tiene muy altas por todas las agresiones que ha hecho a la sociedad”. 

Aunque la palabra utilizada fue “indulto”, él no lo considera de la misma manera. “Yo siempre lo he dicho y lo voy a seguir repitiendo: eso no es un indulto. A mí prácticamente me soltaron del secuestro en el que me tenían”. 

Si le toca pensar en una nueva detención, expresa que cualquier cosa podría pasar. “Dice la palabra que todo lo que le acontece a los hijos de Dios es para bien. Yo estoy sembrando fe, confianza y justicia, asumiendo que pueda pasar lo que Dios quiera que pase”. 

Pese a todo lo que ha tenido que pasar, no es una opción quedarse de brazos cruzados. “No me puedo quedar en mi casa. ¿Cómo le voy a decir a los trabajadores que me voy a quedar escondido o en la cama, amedrentado o asustado? No puedo porque dejaría de cumplir para lo que ellos me eligieron que fue representarlos y defenderlos. Yo tengo que seguir haciendo mi trabajo”. 

—¿Va a seguir en la lucha sindical?

—Sí, hasta que Dios quiera, que él me dé la dirección y la sabiduría.