Yo pasé cerquita de los cadáveres de los mineros de Tumeremo - Runrun
Yo pasé cerquita de los cadáveres de los mineros de Tumeremo
Hay que recorrer hora y media de caminos de tierra para llegar al sitio exacto donde fueron encontrados los cadáveres de las víctimas de la masacre ocurrida el pasado viernes 4 de marzo al sur del estado Bolívar. El hallazgo se hizo este lunes, justo cuando se cumplieron 10 días de los asesinatos

 

@loremelendez

HABÍAN REMOVIDO LA TIERRA. En el suelo se veían los surcos, las huellas dejadas por una máquina pesada. Germán Dam Vargas y yo, como periodistas de Runrun.es, visitamos la zona de Nuevo Callao el pasado viernes, 11 de marzo, junto a un grupo de familiares de las víctimas de la masacre de Tumeremo. Los dolientes deseaban encontrar cuanto antes los restos de los suyos y no dieron con ellos, a pesar de que el sitio había sido elegido por los asesinos para sepultarlos. Para el momento, se cumplía una semana de la matanza que despertó lamentos y protestas que traspasaron fronteras. 

Ellos, los hombres que buscaban los cadáveres de los mineros, dejaron las motos en las que llegaron y se fueron a buscar hacia los matorrales. Pero los cuerpos no estaban allí. Para encontrarlos, no tenían que internarse en la selva. No estaban en un barranco, ni en un hoyo profundo, ni dentro de una mina como se había elucubrado. Tres días después de aquella excursión, se descubrió que los muertos estaban debajo de la vía que habían transitado. Encima tenían una montaña de arena. 

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Los cadáveres fueron envueltos en bolsas negras, de acuerdo con el Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, y arrojados a una fosa de cinco metros de profundidad y tres metros de ancho. Los cubrieron varias capas de tierra oscura, distinta a la que se veía en la superficie. En horas del mediodía de este lunes, se dio con su paradero. Los cuerpos de 17 personas fueron rescatados a hora y media del pueblo.

Conseguir a las víctimas en Nuevo Callao, sitio confirmado por una fuente que participó en la recuperación de los restos de las víctimas, corroboró lo que se decía en el pueblo: que un camión había atravesado todo Tumeremo con ellos. El volteo cubrió un trayecto de poco menos de tres horas y así fue desde el fundo El Peregrino, al norte de la capital del municipio Sifontes, pasó por el área urbana que se explaya por la Troncal 10, y luego anduvo por una carretera agreste hacia el sur durante al menos 90 minutos.

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El camino de arena

“Yo no le voy a llevar la contraria a mi mamá, porque ella todavía piensa que mi hermano está vivo y que va a volver a la casa. Pero yo estoy seguro de que él está muerto. A mi hermano lo mataron ese día”. El hombre decía esta frase mientras su moto rugía. Llevaba, al menos, una hora de camino y su franela negra tenía las listas amarillentas del polvorín que se levantaba en la trocha de tierra. Su destino era Nuevo Callao, a dos horas del centro de Tumeremo, uno de los sitios en donde se presumía que estaban los cuerpos enterrados.

Para llegar a Nuevo Callao salió del pueblo en dirección al sur, hacia a la Gran Sabana, y luego de 10 minutos dobló  a la izquierda para toparse con los olores y desperdicios del basurero local: Pedeca. Después de allí, atravesó un sendero de tierra, cubierto por una arena que se levantaba con los más pasos más leves. En ese tramo, vio cómo la vía estaba flanqueada por hatos pequeños. Uno de estos era el de Rosa Zoraida Gil Salazar, la mujer señalada como la comadre y lugarteniente de “El Topo”, presunto autor de la matanza. Ella, quien también tenía una bodega en la zona, fue detenida este lunes por su presunta complicidad en la matanza de los mineros.

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El camino siguió y el hombre pasó por la comunidad indígena de Las Guaicas. Cruzó una verja y de inmediato entró a Nuevo Callao, un territorio de árboles altos, calor espeso y suelos arcillosos que hacían que la moto saltara entre tanto desnivel y que el impacto de la travesía se sintiera en la espalda, en las rodillas. Allí, al final, está una mina del mismo nombre que “El Topo” controla desde hace varios años. En el pueblo pensaban que los cuerpos habían ido a parar a uno de los numerosos pozos excavados en ese lugar para explotar el oro. El tiempo diría que no fue así.

El hombre no andaba solo. Junto a otros familiares, se detuvo en varios puntos. Hasta el sitio los había movido, sobre todo, la cantidad de rumores que habían llevado a Tumeremo los mineros de la zona. Se dijo que un trabajador sintió olores putrefactos mientras cruzaba el camino. Se comentó que, en varios tramos de la vía, la tierra se había removido. Ahí, él mismo vio cómo el Ejército incautó días antes una máquina Payloader, un tractor excavador que había terminado en el estacionamiento del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) local. Otros les confirmaron que los cuerpos habían sido depositados a orillas del río Botanamo, porque ahí los había dejado el volteo que los trasladó. Las huellas, según ellos, se veían en el trayecto.

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Ese viernes, una semana después de la masacre, no había un indicio de que los cuerpos estuviesen allí. Los familiares pararon en las dos explanadas de la vía, donde se notaba que habían trabajado las maquinarias, pero a pesar de merodear e internarse entre arboledas y matorrales, no consiguieron ninguna pista que los condujera a los cadáveres. En una de las incursiones, el hombre halló un tubo de crema para dolores musculares. Estaba casi nuevo. Podía ser de cualquiera.

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Los cuerpos estaban en el sitio que nadie sospechó, en uno de los llanos donde el grupo se detuvo después de atravesar un puente de madera. Los distinguía un montículo de tierra frente al cual se habían estacionado las motocicletas. Ese día, ninguno pensó que el delito se intentaría cubrir de una forma tan burda. Germán, los familiares y yo, todos pasamos cerquita de los cadáveres de los mineros.

Unos metros más adelante estaba el río Botanamo, la última parada del trayecto. Ir más adelante, unos 20 minutos por la trocha, hubiese significado llegar a la mina y correr riesgos. «Ya ahí llegaron los malandros. Si cruzamos, lo que pueden hacer es secuestrarnos y hasta matarnos, como hicieron con mi hermano», dijo el hombre y volvió a su casa sin ninguna respuesta para su madre esperanzada.

 

 

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