Editorial de La Nación: La Iglesia venezolana condena la violencia - Runrun

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Mientras los organismos regionales parecen no advertir la enorme gravedad de lasituación interna de Venezuela , la jerarquía de la Iglesia Católica de ese país acaba de alzar oportunamente su voz para denunciar con toda claridad la forma en que el gobierno de Nicolás Maduro pretende resolver la crisis que él mismo ha provocado.

La sabia y prudente Conferencia Episcopal Venezolana ha dirigido su preciso mensaje a todos por igual. Por su realismo y entidad, la carta pastoral no puede pasar inadvertida, ni dentro ni fuera de Venezuela. El trascendente mensaje fue leído por monseñor Diego Padrón, el arzobispo de Cumaná, en compañía del propio cardenal arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino. En una primera y gravísima conclusión, expresa que el gobierno de Maduro «se equivoca al querer resolver la crisis por la fuerza» porque, sostienen los obispos católicos, «la represión no es el camino». Con ella, en efecto, no se han podido evitar las manifestaciones de protesta ni dar respuesta al descontento y rebeldía de la gente. «La salida de la crisis es clara, el diálogo sincero del gobierno con todos los sectores del país.» En efecto, nadie tiene nunca el monopolio de la verdad, y menos aún un gobernante cuya legitimidad de origen, como lo recuerda siempre la valiente diputada opositora María Corina Machado, está muy cuestionada.

Para los obispos, la razón de la profunda crisis que afecta a su país es la pretensión del partido oficial y autoridades de la república de implantar el llamado «Plan de la Patria», detrás del cual, sostienen los obispos, «se esconde la promoción de un sistema de corte totalitario que pone en duda el perfil democrático». Un mensaje directo para todos aquellos que aún hoy sostienen que Venezuela vive en democracia, lo que es faltar a la verdad.

En el importante comunicado, la Conferencia Episcopal denuncia sin rodeos la existencia de restricciones a las libertades ciudadanas, en particular a las de información y opinión; la falta de políticas públicas adecuadas para enfrentar la pasmosa inseguridad jurídica y ciudadana; los ataques a la producción nacional, y lo que califican como «la brutal represión de la disidencia política y el intento de pacificación o apaciguamiento por medio de la amenaza, la violencia verbal y la represión física».

Los obispos venezolanos piden que se respete el derecho a la protesta de los estudiantes y de los otros manifestantes pacíficos que desde hace más de dos meses llenan a diario las calles de las ciudades. Además, exhortaron al gobierno a que desarme a los grupos de matones que utiliza, sobre cuya acción violenta aseveraron que no se trata de grupos aislados o espontáneos, «sino entrenados para intervenir violentamente».

Luego de esa terrible descripción de la actual realidad, los obispos hacen un nuevo llamado al diálogo que, destacan, debe hacerse en condiciones de igualdad y con agenda previa. Sólo a través del uso sincero de ese mecanismo se podrá intentar superar el desborde descontrolado del odio y el recurso constante a la violencia y evitar así mantener a la sufrida población del país caribeño en una permanente situación de zozobra. No es imposible que ese diálogo, que es urgente, deba comenzar lo antes posible.

Por todo esto, Mario Vargas Llosa va a Caracas a apoyar a quienes luchan por su libertad ante un gobierno totalitario y violento, en un esfuerzo desigual al que el escritor llama «una batalla heroica» frente a la cual no puede mantenerse una posición neutral porque si Venezuela cae, «la noche totalitaria va a seguir extendiéndose en nuestras democracias todavía no asentadas y débiles». Ése es el gran peligro que hoy se cierne sobre todos nosotros, más allá de Venezuela.

La Nación