Haití, dos años después del terremoto por Omar Hernández - Runrun

La cooperación internacional quizás nunca había sido tan apremiante y necesaria. Pocos pueden imaginar la magnitud del desastre en Haití, en términos de costos económicos y humanos. En segundos, la precaria infraestructura de todo un país se vino abajo. En segundos, 300.000 personas perdieron la vida. En segundos, un país que ya estaba en los últimos puestos de prácticamente todos los índices, se hundió al fondo de la tabla.

Haití es un caso de estudio único. Algunos le llaman «Estado fallido» pero en conceptualización precisa, quizás ese no sea un término adecuado. Aunque no existe una definición universalmente aceptada o consensuada del mismo, un Estado para calificarle como «fallido» debe presentar una o más de estas variables: nula gobernabilidad, presencia de múltiples actores de poder por la fuerza, pérdida de control del territorio, violación masiva de los derechos humanos, incapacidad para garantizar los servicios básicos mínimos a la población y corrupción generalizada. Haití a simple vista, pareciera que calza con lo anterior. Pero Haití no es Somalia (caso de libro cuando hablamos de esto de los «fallidos»).

Haití tuvo y tiene un gobierno legítimo, apoyado por la comunidad internacional. El problema de Haití es que desde su génesis antiesclavista contra la metrópolis francesa hasta el Sol de hoy, ha sufrido de todo cuanto puede sufrir un país. La violencia sectaria y la perenne tensión política provocó que Haití fuera un lugar de pobreza extrema, aún teniendo un potencial humano enorme. Y para añadir, sus vecinos inmediatos y el resto de la región simplemente decidió ignorar ese pedazo del mapa hemisférico. Haití nunca importó ni fue tomado en cuenta por nadie salvo en coyunturas muy precisas.

Tuvo que venir el fatídico movimiento telúrico para despertar la solidaridad internacional. Lamentablemente, el despliegue y ejecución posterior de la ayuda humanitaria no se hizo de la manera más correcta. Se puede argumentar mucho. Falta de coordinación entre los donantes y las agencias sobre el terreno, falta de unas autoridades que de facto tengan el control… o simplemente, la magnitud del desastre hizo que la «emergencia» (que por definición, es temporal) se prolongase en el tiempo. Muestra de lo anterior es que hoy, aún miles de haitianos viven en inhumanos campamentos.

Hay quien dice de hecho que el Haití de ahora no dista mucho del Haití pre-terremoto. Pero no todo es malo. Muchas organizaciones internacionales -la ONU a la cabeza- y organizaciones de la sociedad civil, destacan los logros obtenidos, que sin duda los hay. Pero mucho queda por hacer. El mismo Secretario General de la ONU lo dijo, «a pesar de los considerables logros, en particular en la remoción de escombros y la reubicación de los desplazados, muchos haitianos todavía necesitan ayuda internacional».

El haitiano común espera que su país pueda ser refundado y nazca, cual Ave Fénix, un nuevo Haití. De las tragedias surgen experiencias exitosas. ¿Será el país caribeño una excepción?

Omar Hernández
@omarhUN