Carta de una venezolana que sobrevivió al terremoto en Nepal
Carta de una venezolana que sobrevivió al terremoto en Nepal

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Sánchez en Nepal durante su viaje de trekking

Por: Adriana Sánchez Navarro 

Humilde homenaje a la tierra del despertar

¡Gracias Nepal! 
A las calles de Nepal las llenó el silencio, ahora no se escucha nada. Todo términó. El caos desapareció junto a las ganas de vivir, desaparecieron los rituales, los templos y el olor a incienso y a vela encendida. Se acabó el corneteo, el desorden y la oportunidad.

Esta «valiente» que saca su cámara ante cualquier situación no pudo fotografiar la tristeza, no pudo fotografiar el dolor ni la desolación de quien ve su casa y familia bajo escombros. Tampoco ayudé a nadie, no se podía, debía sobrevivir, tratar de salir del lugar de la tragedia, ver cómo dormir sin congelarte o sin que te cayera encima alguna pared, eso sin las veces de tener que cubrirte de algún torrencial aguacero en el que terminas a carcajada limpia.

La tierra del despertar te invita con su tragedia a mantener la calma, a conseguir algo de comer y escuchar llorar a los niños de los demás. Los lugares que hasta hace tres días hacían que mi alma vibrara, lugares que eran patrimonio de la humanidad se llenaron de silencio. Todas esas hermosuras que alborotaban mi corazón, esa cima alta que se pudo vivir con intensidad también cobró muchas vidas. Nepal vive una situación apocalíptica colectiva en la que no quería participar. Fueron días de recordar minuto a minuto que no soy mis pensamientos, ni mis emociones, ni mi cuerpo. Pedía a grito interno que apareciera «la verdad» que mi espíritu se dejara ver. Fueron días aleccionadores, sin embargo, mi parte humana siente y recuerda que era allí donde los nepalíes desbordaban su fe, colocaban la esperanza, compartían religiones, rituales y buena ventura. Allí trataban de sobrevivir, allí estaba todo lo que sostenía el alma de un Nepalí. El Om Mani Padme Hum no se escucha en Nepal, no se escucha cornetas, no se escucha nada.

He vivido el terremoto de Nepal, un terremoto que no dio luego, ni un segundo de paz, sus réplicas no descansaron. El terremoto provocó deslaves, avenidas abiertas de par en par, escombros y muertos por todos lados. Hoy recuerdo mi respiración desde que comenzó el trekking hasta casi llegar al campamento base del Annapurna, sonaba en plena alabanza a la vida: So Ham, So Hum y bajo esos pasos, hoy están bajo nieve muchas de las personas que subían con el mismo esfuerzo y la misma ilusión que yo. Quizá con alguno de ellos me cruce y conversé de la experiencia.

La tierra tembló, abrió su chakra y en su liberación natural de energía todo se lo llevo.

Desde el principio este viaje fue intenso y me ha movido todas las fibras. Hoy, sana y salva agradezco su permiso para verlo, vivirlo y fotografiar todo lo que ya no está. Su gran permiso, adornado de alegría, vida y aprendizaje.

Ya estoy en Bangladesh y aquí, escuchando el cante hondo de alguien que esa a Dios escribe. No pude fotografiar la tristeza.

Los lugares que pusieron a vibrar mi alma ahora son sólo fotos que muestras la vida en pleno como perecedera, esos lugares patrimonio de la humanidad en los que los Nepalíes desbordaban su fe hoy son escombros, no existen, sepultaron vidas humanas, religiones, rituales y esperanzas. Esta bajo tierra y todo lo que sostenía el alma de un Nepalí. El Om Nami Padme Hum por las calles de Nepal ya no se escucha.

Mi próximo avión a Bangkok sale mañana. Hoy he pasado todo el día respondiendo decenas de mensajes de afecto de amigos y conocidos. El terremoto del sábado, que arrasó el densamente poblado valle de Katmandú y que provocó una avalancha mortal en el Everest, ha sido el de mayor magnitud en casi 80 años en Nepal, desde que en 1934 un sismo causó unos 8.500 muertos. También es el peor que ha vivido la región en una década desde que en 2005, ha sido un movimiento telúrico increíblemente mayor que el que causara una tragedia de grandes dimensiones en la Cachemira, con un balance de más de 84.000 muertos. Me llevo en el alma a la gente sentada en círculo fuera de sus casas, todos callados de manos agarradas, me llevo el recuerdo de una población completa abrazada por las noches para no congelarse del frío, me llevo su honestidad y agradezco a la tragedia permitirme vivir el alma de a Nepal antes que todo desapareciera. Y sí, sí suena el Om Mani Padme Hum, suena dentro de mi, bajito sin que nadie me escuche mientras cuento las piedras de mi Yapa mala. El OM Mani Padme Hum suena ahora en forma de llanto interno que espera ayude y eleve a todas las almas de Nepal.