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Qué pena cuando yo sea abuelo, por Reuben Morales
Un buen abuelo se define por sus anécdotas. ¿Pero serán las tuyas dignas de contar?

 

@ReubenMoralesYa

Todos hemos escuchado cuando un abuelo cuenta esas anécdotas de cómo la calidad de vida de su época era similar a la calidad de un producto chino: en fotos se ve buena, pero en la realidad es más frágil que estómago enfrentando un café con leche.

Cuentos en donde “mi papá se transportaba en caballo”, “en mi pueblo había un solo teléfono”, “agarrábamos agua de un pozo que surtía a toda la comunidad”, “tu abuelo y yo nos enamoramos por cartas y después nos casamos”, “éramos once hermanos”, “viajamos en barco por semanas y llegamos a este país sin nada”, “nos dio paludismo y fiebre amarilla”, “yo amamanté a los hijos de la vecina” y “este reloj pasó de mi abuelo a mi papá y luego a mí”. Tras escuchar esas anécdotas, uno agradece que no existe la utópica máquina del tiempo, pues no sabemos si un centennial podría viajar sin regresar con síndrome de estrés postraumático.

Por eso me apena el solo pensar en ese día en el que yo sea abuelo y me toque hablarles a mis nietos (que seguramente será porque hubo un apagón, sus dispositivos se descargaron y no les quedó otra que sentarse a escuchar los cuentos del abuelo Reuben). Sería algo así como…

–Abuelo, ¿y cómo era la vida en su época?

–¡Muy dura! Nada que ver con ahora.

–¿Pero y cómo era un día suyo, por ejemplo?

–Bueno, se trabajaba en condiciones muy difíciles. Las computadoras casi que ni funcionaban si no les conectabas una cosa llamada ratón, que terminaba dando síndrome de túnel carpiano en la muñeca y quedabas de reposo por una semana.

–Wuao…

–Eran otros tiempos… Imagínense que un internet decente era como de cincuenta megas.

–¿¿Megas??… ¡Ja, ja, ja!… ¿Qué tenían en el router? ¿Un caracol?

–Para que vean… Y con eso hacíamos lo que llamaban “trabajo virtual”, que era estar todo el día en pijama sin salir de la casa y sin ver a nadie en carne y hueso… Uno se sentía preso en una cárcel de máxima seguridad.

–¡Pobrecito, abuelo!

–Lo bueno es que uno podía trabajar escuchando la música que uno quería. Yo, por ejemplo, escuchaba a uno que se llamaba Bad Bunny, que hablaba de chuparle el pompis a las mujeres.

–¡Qué anticuado!

–¡Y eso era un escándalo en esa época!

–¡Impresionante!… ¿Y qué comían?

–¡Eso sí era un problema! Imagínense que uno a veces pedía un domicilio y eso podía tardar hasta una hora en llegar.

–¿Quééééééééé? ¡Casi una huelga de hambre! Impresionante que esté aquí hoy.

–No, pero uno se la vacilaba… Yo después almorzaba viendo mi celular.

–¡Ce-lu-lar!… ¡Verdad que ustedes usaban eso!

–¡Aparato del cipote! Para cargarlo había que enchufarlo como una hora.

–¡Ja, ja, ja!

–Y ustedes no saben lo que uno paría aprendiéndose esos audios y coreografías para montarlas en algo que llamaban TikTok.

–¿¿En serio??

–Sí… y la gente hoy se queja porque tiene que memorizarse algo pa’ un examen. ¡Eso sí era candela!

–¡Uy!… ¿Y qué hacían después del trabajo?

–Veíamos películas de plataformas, ¡pero ustedes no saben lo que era el proceso de escoger una película! Uno podía tardar hasta media hora en eso.

–¿¿¿Quéééé???

–Y todos terminaban agarrados porque querían ver algo distinto.

–¡Qué horrible!

–Yo por eso me encerraba en mi cuarto y me ponía a ver mis jueguitos de béisbol, tranquilito, unas dos horitas… ¡Aunque había juegos que duraban hasta cuatro!

–¡En ese tiempo uno saca una carrera hoy, abuelo!

–¡Pa’ que vean lo dura que fue mi época!

¡Qué pena! La verdad es que me da muchísima vergüenza el solo pensar en ese día cuando me toque ser abuelo. Aunque nunca pierdo la esperanza en el futuro. Siempre me queda el consuelo de que mi vejez será muchísimo más honorable y digna, si la comparo con el inevitable día en donde a ese nieto mío también le toque ser abuelo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La elección de la barba, por Juan Eduardo Fernández “Juanette”
Ahora por las calles de Buenos Aires camina un hombre cuya mitad de la cara tiene barba y la otra mitad no. ¡Que viva la democracia!

 

@SoyJuanette

La verdad es que estoy harto de elecciones. Cuando no es la elección de los miembros de la junta de condominio, es la elección de la reina de carnaval, las elecciones de alcaldes y gobernadores en Venezuela, la Pasos en Argentina y ahora en Venezuela van de vuelta con primarias en la oposición, inhabilitaciones y otras verduras.

Yo por mi parte, deseo, brille su luz para ti, para ti… perdón, digo, yo por mi parte deseo que esta gente se siente y se pongan de acuerdo. ¿No sería lindo un Estado donde los oficialismos gobiernen en la mañana y la oposición por la tarde? ¿Alberto en la mañana y la tarde se la den libre (bueno ya está libre desde hace rato)? ¿o que en Venezuela mande alguien sensato en la mañana y en la tarde… también?

En fin, todo en la vida se circunscribe a una elección. Si voy al chino debo debatir entre comprar fernet, vino o cerveza; bueno, esa elección es la más fácil de todas porque si no me pongo de acuerdo compro las tres cosas y listo, todos felices, menos mi hígado y mi doctor, pero como no son la mayoría no les hago caso.

La política no es tan fácil como ir al chino y seleccionar botellas. Afortunadamente, Instagram cuenta con una opción de encuestas para que los indecisos como yo consulten al pueblo, es decir a sus seguidores, cualquier decisión que quieran en la vida.

He visto desde la salida de las encuestas de Instagram gente consultando ¿cuál vestido me pongo?, ¿me compro un gato o un perro?, ¿le cuento a mi esposa que tengo una amante? (esa no terminó bien), ¿dejo a mi marido? (ese sí terminó bien). Es decir, Instagram desarrolló un nuevo paradigma: la democracia en la palma de tu mano o en la parte del cuerpo en la que lleves el dispositivo móvil.

Vamos a ver quién será el primer presidente en usar esta función de Instagram para gobernar. ¿Se imaginan a Putin preguntando ¿“quierren que parre la invasión a Ucrania”? y del otro lado Vladímir Zelenski, y el resto del mundo, pulsando el botón “Sí”.

O el simpático y tierno Kim Jong-un, preguntado amablemente: “¿Piso botón lojo (rojo) o no piso botón lojo?”. Incluso al presidente de Venezuela Nicolás Maduro haciendo una pregunta trascendental para el país: “¿me dejo el bigote o no?”.

Justamente inspirado en esa sabia consulta del presidente de mi país, decidí hacer mi primera encuesta y preguntarles a mis casi cuatro mil seguidores (por cierto, si aún no me sigues ¿qué esperas? @soyjuanette) lo siguiente:

“¿Juanette con barba o sin barba?”

Las personas hacían fila para contestar, todos me escribían y querían entrevistarme. De hecho, querían que mi barba les diera una rueda de prensa. En fin, las casi 12 horas que tomó la consulta en mis redes tuvieron un resultado inesperado:

De 100 personas que votaron, el 50 % pedía que me dejara la barba, el otro 50 % que no… Justo ahí entendí por qué en los sistemas electorales hace falta gente como la finada Tibisay Lucena para el desempate.

Esperé algunos minutos, pero al ver que ya no había gente haciendo filas para votar, cerré la encuesta. Y ¿qué pasó?

Ahora por las calles de Buenos Aires camina un hombre cuya mitad de la cara tiene barba y la otra mitad no. ¡Que viva la democracia!

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La peor catástrofe: visitas que llegan sin avisar, por Reuben Morales
Cuando es víctima de visitas que llegan sin avisar… usted le demuestra al mundo que una casa puede ser ordenada más rápido que el pestañeo del superhéroe Flash

 

@ReubenMoralesYa

Hay días en donde su hogar llega a niveles de caos de un mercado de las pulgas en La India. Su lavaplatos está convertido en una escultura de arte abstracto. Nadie se explica cómo un vaso de vidrio puede mantenerse de pie, mientras dentro tiene un menjurje de agua con siete tenedores, seis cuchillos, tres cucharas y un palito de pinchos. O cómo una tacita de café sostiene sobre sí una olla mondonguera en remojo.

Su piso pareciera tener alfombra, pues está cubierto por una tenue capa de pelos que ha soltado su mascota. Y su sofá cuenta con un nuevo juego de cojines, hechos de las pelotas de ropa limpia que se acaban de secar y aún faltan por doblar.

Por su parte, la sala está decorada con todas las toallas de baño mojadas que usted decidió secar colocando sobre los espaldares de las sillas del comedor. Además, sobre dicha mesa, reúne tantas facturas, recibos de servicios, récipes médicos y volantes de publicidad, que equivalen al pino de Navidad natural que usted nunca se puede comprar.

A todo esto agréguele que, si comienza a temblar y hubiese que desalojar la vivienda de inmediato, sería imposible. En la puerta de su casa hay una barricada compuesta por todos los zapatos que su familia comenzó a dejar allí desde el inicio de la pandemia.

Con todo este escenario montado, de repente le escribe al teléfono ese posible cliente que usted ha estado persiguiendo desde hace tiempo. El mensaje dice: “Voy llegando a tu casa”.

Y usted responde:

–¿Pero no nos íbamos a ver por videollamada?

–Ay, es que se me pasó avisarte que iba a estar por acá y ya me agendé para llegarte.

Es entonces cuando usted le demuestra al mundo que una casa puede ser ordenada más rápido que el pestañeo del superhéroe Flash. Comienza a lavar los platos moviendo las manos como DJ de fiesta electrónica. Luego, agarra todas las toallas del comedor, las mete dentro de la nevera; y las pelotas de ropa que están sobre el sofá pasa a guardarlas en el mejor clóset que tiene la casa: la secadora.

El posible cliente le escribe que ya está abajo. Que cuál es el número del apartamento.

Acto seguido, usted agarra un trapo seco de la cocina y comienza a darle golpes al sofá. Supuestamente, es para sacudirle todos los pelos del perro, aunque usted en verdad lo usa de terapia para drenar esa rabia que le provoca el imprevisto.

Ahora usted agarra el celular y le responde que se anuncie al apartamento 407.

Como el clóset donde antes iban los zapatos ahora está ocupado por maletas, no le queda otra que agarrar toda esa vidriera de zapatería en la que se convirtió la entrada de su casa, lanzarla enterita dentro de una bañera y cerrar la cortina.

En este momento suena el intercomunicador de su apartamento. Usted atiende y le avisan que la persona ya llegó. Le pide que suba.

Ahí entra en juego su movida de feng shui laboral que convierte cualquier espacio en una oficina de transnacional: recoge todos los papeles de la mesa del comedor y los embute en una carpeta.

Suena el timbre y usted respira, se calma y dice con voz civilizada: “Voy”. La persona cree que le vienen a abrir, aunque no sabe que usted está en ropa interior, pues se acaba de quitar el pijama y está poniéndose una ropa de calle a la velocidad de modelo de pasarela que se ha tomado un café negro con Red Bull.

Finalmente, abre la puerta y encuentra que el posible cliente le aborda con una cara de sorpresa:

–¡Ay, qué pena! ¡Me están escribiendo del colegio de mi hijo que se siente mal y tengo que salir corriendo a buscarlo! ¡Discúlpame! ¿Será que nos vemos otro día?

–Dale, no hay problema. Yo te aviso -dice usted.

¡Perfecto! Ahora la pelota está de su lado. Y como buen proveedor de servicios, no hay duda de que usted le avisará para volverse a reunir. Solo que lo hará justamente… cuando esté abajo de su edificio.

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Cuentos contra reloj, por Juan Eduardo Fernández “Juanette”
¿Cuál es el proceso para escribir Cuentos contra reloj, de Hernán Casciari, y por qué causan furor en las redes? Aquí les cuento

 

@SoyJuanette

Esta historia comienza con un joven tratando de robar un celular en un restaurante del barrio de Palermo en Buenos Aires. La impericia del ladrón hace que lo atrapen los meseros, que finalmente lo llevan ante el dueño del lugar.

Al ser el ladrón menor de edad, el comerciante sabe que, si llama a la policía el chico quedará libre solo en algunas horas. Es por eso que decide hablar con el muchacho y trata de indagar qué lo llevó a cometer un delito.

El jovencito le explica que en su casa están pasando una situación muy difícil y eso lo llevó a cometer un delito, pues de esa manera, “ayudaría a su hermano mayor a mantener a la familia”. Luego de escuchar su historia, el hombre decide llamar al hermano del ladrón y ofrecerle trabajo.

Pero no termina aquí, pues, además habla con el director de un colegio quien es cliente del restaurante, y logra que el joven regrese a la escuela. Este robo, con final feliz, fue el disparador del cuento Como por arte de magia, escrito por Hernán Casciari, para su nuevo libro Cuentos contra reloj.

¿Cuál es el proceso para escribir estos cuentos y por qué causan furor en las redes? Los oyentes de Perros de la calle, el programa videorradial que conduce Andy Kusnetzoff, llaman en vivo y relatan una historia personal, que se convierte en el insumo usado por Hernán Casciari para escribir un cuento. La cosa es así: un par de oyentes llaman a las 10:00 a. m., relatan una historia al aire, Hernán corre a escribir y, a las 12:00 m, regresa a la radio a leer al aire una nueva historia.

Lo novedoso de este proyecto literario es que todos los cuentos que escriba Casciari, inspirados por anécdotas de los oyentes, terminarán en el libro Cuentos contra reloj, del que solo se ha impreso la portada (y sus hojas están en blanco), pero yo ya compré. ¿Por qué comprar un libro que no existe aún? ¡Porque es una idea de Casciari!

Para quienes no le conocen, Hernán Casciari es un escritor argentino nacido en Mercedes a quien le encanta hacer posible lo imposible. De hecho, en pandemia, cuando estábamos todos encerrados, convocó a varios de sus seguidores, donde casualmente estoy yo, y nos dijo: “Che, ¿y si hacemos una película?”.

Ahora, dos años después, aquella película que se gestó en el encierro y cuyo nombre es La Uruguaya, ha cosechado premios no solo en Argentina, sino también en España, Brasil, Estados Unidos, Túnez, y próximamente en Australia.

Bueno, la columna de hoy llega hasta aquí, pues lo que a Casciari le toma dos horas, a mí me está tomando una semana, por lo que me retiro lentamente a escribir el artículo de la semana que viene, pero les dejo aquí la historia Como por arte de magia, que la disfrutes: 

Vídeo: Hernán Casciari y sus cuentos contra reloj: ‘Como por arte de magia’ | #Perros2023 | Canal en Youtube de Urbana Play 104.3 FM

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Dime qué café tomas y te diré quién eres, por Reuben Morales
Aquí las clasificaciones de personalidad según la nueva “cafeinología”

 

@ReubenMoralesYa

Así como existe la astrología, me he dado cuenta de que también podría existir la “cafeinología”, que vendría a ser el estudio de cómo el tipo de café que usted tome, podría definir su forma de ser. Mire:

  • Café instantáneo. Estos seres se autoengañan pues, así como creen tomar café, creen que el dinero de la tarjeta de crédito es de ellos, creen que las Crocs son zapatos y creen que un sándwich de atún es almuerzo. Aunque dichos seres terminan siendo los más felices porque a la hora de lavar platos, eso sí es instantáneo.

  • Café americano. Son personas promedio a quienes les dan miedo los extremos. Por ello, creer que un café americano los despertará, es como pretender emborracharse a punta de cervezas. Para eso necesitarían tener una vía intravenosa de café americano pegada al brazo todo el día. De hecho, estas personas son tan promedio, que vienen a ser la úvula de la campana de Gauss (para entender este chiste promedio mejor tómese un café americano promedio con un estadístico promedio).

  • Expreso. Son personas adictas al trabajo. Si no, procrastinadoras que deben entregar un trabajo en pocas horas, tienen sueño y no quieren perder ese cliente. Así mismo, son personas con baja autoestima cuya única forma de despertar la admiración de otro, es pidiendo un café expreso doble para que todos volteen y digan “¡Cara’!… ¡Tú sí eres valiente!”. Y dicha valentía se comprueba cuando terminan en el odontólogo, quitándose las manchas de café, con ese taladrito cuyo sonido es casi tan desagradable, como cuando pasas la tarjeta y escuchas que te dicen: “Disculpe, fondos insuficientes”.

  • Café con leche o latte. Son personas agobiadas por su entorno que buscan desaparecer en el baño por veinte minutos. Así mismo, este tipo de café denota que son eclécticos porque les gusta el café, pero no tanto. Así como les gusta la leche, pero no tanto. Entonces combinan ambas, como quien combina un paltó con bermuda y dice que eso es tener estilo. Si esta persona trabajase en la política (¿eso es trabajo?), sería de esos que siempre consigue un cargo, no importa si el gobierno es de izquierda o de derecha.

  • Capuchino. No toleran la cruda realidad. Les gusta que se la adornen y amortigüen con espumita. Así mismo, son derrochadores y complicados, pues tomar capuchino es mancharse los labios para luego tener que gastar en una servilleta limpiándose la boca. Ahora, que si toman capuchino y le echan azúcar son el doble de complicados; pues eso requiere de una precisión quirúrgica para mezclar el azúcar con el café sin dañar la espumita que flota encima. Para eso, es mejor tomárselo como hacía Mr. Bean: echarse azúcar en la boca, meterse un sorbo de capuchino, hacer buches y después tragárselo.

  • Mocachino. Son personas prácticas. En vez de pedir un postre de chocolate y un café, piden todo junto. Sin embargo, son las personas que luego se dan duros golpes con la realidad, porque buscan una pareja que tenga todas las virtudes juntas, como su café. Por ello, la buscan físicamente bonita, comprensiva, adinerada, que piense como ellos y, cuando se dan cuenta de que la encontraron, es porque se están viendo en el espejo.

  • Smoothie de café. Son los eternos adolescentes. Les gusta el café, pero como beberlo caliente es de viejos, entonces lo beben frío para sentir que aún son jóvenes. Además, son personas callejeras y astutas, pues beber un buen smoothie de café es algo que a juro debes comprar afuera. Entonces, por el precio de un smoothie de café, convierten la cafetería en su espacio de coworking, porque se llevan la laptop y trabajan en su emprendimiento de trading mientras se toman selfis (y al final les terminan dando más dinero los selfis que el trading). Lamentablemente, la jornada de trabajo les dura hasta que se derrite el hielo del smoothie.

  • Café descafeinado con leche de almendras baja en grasa, sin lactosa y endulzante bajo en calorías que no esté muy caliente, pero tampoco muy frío y que venga servido en taza de vidrio y con cucharilla de metal: estos son terraplanistas.

Aquí las clasificaciones de personalidad según la nueva “cafeinología”. Que si aún no decide cuál es su tipo porque se está preguntando si el café fue hecho en greca, prensa francesa, pod, ollita o máquina de expreso, es porque usted está buscando el ascendente de su signo. Y para eso sí es verdad que toca leerle la borra del café o bueno, escribir otro artículo.

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Entrevista a la señora Inflación, por Reuben Morales
Señora Inflación: “¡Y si supiera que el voto es de lo más inflacionario que hay!”. ¿Por qué? – Porque ejercerlo es gratis, pero después termina saliendo carísimo

 

@ReubenMoralesYa

Para conseguir esta entrevista, decidí llegarme a un automercado. Apenas entre, ahí estaba: remarcando los precios de los productos, como siempre. Entonces me le acerqué con mi teléfono grabando y extendido hacia ella, cual reportero.

REUBEN: Señora Inflación, mucho gusto.

SEÑORA INFLACIÓN: El gusto será mío cuando usted haga mercado en un rato, ¡ja, ja, ja!

R: Qué chistosa. La cosa es que no vine a hacer mercado.

SI: Qué fastidio con esta gente que ahora practica ayuno intermitente…

R: No, para nada, aunque usted a veces lo ponga a uno es a practicar ayuno intransigente, pero eso es otro tema. Lo que pasa es que me gustaría entrevistarla para mi columna de humor.

SI: ¿Una exclusiva?

R: Sí.

SI: Eso le cuesta 20 dólares.

R: Eh… bueno, está bien. Tome -y le di los 20 dólares.

SI: Ahora sí: pregunte lo que quiera.

R: Bueno, ¿básicamente cuál es su profesión?

SI: La de subir los precios, de todas las cosas, todos los días.

R: ¿Incluso los salarios?

SI: ¡Ah, no, eso no!… A mí no me pagan por eso.

R: Ya va… ¿Le pagan? ¿Y quién le paga a usted?

SI: ¿Quiere saberlo?

R: Sí.

SI: Ay, ¡la exclusiva subió a 25 dólares!

R: ¿Qué?

SI: Bueno, yo soy la Señora Inflación. Me toca hacer mi trabajo.

R: Tome, pues -y le di cinco dólares más para no perder la gran oportunidad.

SI: Gracias. Y créame que con esto no cubro ni costos, pero bueno… sigamos.

R: Ok… Entonces habíamos quedado en que a usted le pagan. ¿Y quién le paga?

SI: ¡El gobierno!

R: ¿¿En serio??

SI: ¡Claro! Después de los jefes de campaña, vicepresidentes y ministros de economía, yo soy la funcionaria más importante.

R: ¿Y eso por qué?

SI: Bueno, para que el pueblo solo esté pendiente de resolverse la vida y no de lo que hace el gobierno.

R: ¿Pero no le parece cruel?

SI: No, porque en Japón, Finlandia, Suiza, Francia o Dinamarca nunca me llaman y tienen las tasas más altas de suicidio. En cambio, aquí en Latinoamérica, es un pasatiempo y hasta un motivo para socializar.

R: ¿Cómo así?

SI: Bueno, imagínese que todo estuviera perfecto. Usted no hablaría con nadie. ¿Para qué? En cambio, gracias a mí, usted puede estar haciendo una fila, todo aburrido, y de repente dice: “Cómo está la vida de cara, ¿no?”. Inmediatamente alguien le responde, entablan una conversación y en 20 minutos ya tiene un nuevo amigo.

R: Lamentablemente tiene un punto.

SI: Además, traigo otra ventaja.

 R: ¿Cuál?

SI: Si quiere saberla, le informo que la exclusiva ya subió a 27 dólares.

R: ¡Tan rápido!

SI: ¡Y eso que todavía no soy hiperinflación!

R: Tome, pues -y le di dos dólares más. Entonces, ¿cuál es esa otra ventaja que usted dice tener?

SI: Hago que la gente aprenda a dolarizarse. Casi, casi, que los vuelvo licenciados en economía sin que pasen por una universidad.

R: Bueno, sí. Aunque yo pensaría que es mejor esperar a las próximas elecciones presidenciales para votar por alguien que la desaparezca a usted por completo.

SI: ¡Ja, ja, ja!… ¡Y si supiera que el voto es de lo más inflacionario que hay!

R: ¿Por qué?

SI: Porque ejercerlo es gratis, pero después termina saliendo carísimo.

R: Tiene toda la razón, señora Inflación. Mire, ¿y al salir de aquí cómo sigue su agenda?

SI: Ay, un momento -y tomó su celular, escuchó algo que le decían, arrugó la cara y trancó la llamada. Tome de vuelta sus 20 dólares, señor -y me extendió el billete.

R: ¿Y esto?

SI: Es que me acaban de informar que el gobierno decretó regulación de precios.

R: ¡Ay, qué alivio!

SI: Lo tengo que dejar de inmediato. ¡No le diga a nadie que me vio!

R: ¿Por qué?

SI: Porque con regulación de precios todo comienza a escasear, incluso yo. Entonces lo dejo porque me voy directo al aeropuerto para exiliarme en otro país donde sí me quieran y sepan valorar mi trabajo. ¡Chao!

Y esa fue la última vez que vi a la señora Inflación. Aunque afortunadamente guardo su testimonio aquí, en mi celular. De hecho, si usted quiere tener acceso al resto de la entrevista que no salió aquí publicada, puede contactarme y se la reenvió por la módica suma de 10 dólares… bueno, 12… y si tarda, 14. Pensándolo bien, 15 y lo puede pagar por partes. Me avisa.

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El día que me quedé ciego, por Juan Fernández “Juanette”

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Nunca antes había experimentado tanto miedo. Sentir que abres los ojos lo más que puedes y sin embargo no es posible ver nada, aterra a cualquiera. Al final aprendí que no todo es como parece… o más bien como se ve.

Esto me ocurrió cuando era más joven, específicamente tenía 20 años y ese sábado había discutido otra vez con mi novia; creo que la razón fue que aún no sabía que no estaba bueno llevarle la contraria.

Tras la discusión, mi hermano me pidió que lo acompañara al campo, a una casa que papá tenía en los Valles del Tuy, en el centro norte de Venezuela, para pasar el fin de semana, y también el mal trago de aquel desacuerdo con mi novia de entonces.

Fue así como subimos al auto de mi papá, un Ford Conquistador (el auto, no mi papá). A medio camino paramos en una licorería y luego tomamos la autopista rumbo a los Valles del Tuy (al sur de Caracas).

En el trayecto me vi obligado a tomar algo para calentarme. Ese día había llovido y el clima era superfrío. Entonces, si darme cuenta, “me bajé” la primera botella.

Cuando ya habían transcurrido unos 40 minutos de camino, paramos a comer, y fue justo en ese momento que me comenzó a fallar la vista.

Hablaba con mi cuñado al pie del camino (creo que le preguntaba por qué su hermana era tan complicada) y creí ver un muro, pero cuando fui a apoyarme en él me di cuenta de que era un espejismo. Ahí noté que definitivamente me estaba quedando ciego. Me levanté. Y, ayudado por mi cuñado, me metí o más bien me metieron en el auto.

Recuerdo que el Conquistador año 89 comenzó a avanzar, y que solo escuchaba las voces de mi hermano, mi cuñado, un primo… también de fondo había música. Creo que era salsa, merengue o Soda Stereo; bueno, la verdad no me acuerdo, pero puedo dar fe de que reguetón no era, pues gracias a Dios aún no lo habían inventado.

Bueno, volviendo a la historia, comencé a abrir los ojos y veía todo negro. Los trataba de abrir lo más que podía, pero era inútil. Solo gritaba “¡me quedé ciego, me quedé ciego!”, pero no me oían.

Afortunadamente recuperé la visión cuando llegamos a casa de papá. Pero ¿cómo me había quedado ciego? Resulta que cuando mi cuñado y mis primos me metieron en el carro (sí, cuando me caí tratando de apoyarme en el muro imaginario), me acostaron en el piso del Conquistador, y mi cara quedó bajo el asiento. Por eso, cuando abría los ojos lo único que veía era oscuridad.

De aquel episodio de juventud me quedaron dos enseñanzas:

  1. Cuando bebas no manejes (aclaro que mi hermano, que era quien manejaba, no bebió; pero se rio mucho con los que sí lo hicimos).
  2. Cuando montes a alguien en el carro, asegúrate de que su cara no quede bajo el asiento del conductor, pues eso le podría generar fallas de visión.

Nota del editor: artículo publicado inicialmente el 20/12/2020, actualizado el 7/5/2023. 

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Cómo cobrar una deuda sin que te odien, por Reuben Morales
Aquí le traigo formas infalibles de cómo cobrar una deuda sin que usted acabe convertido en un señor Barriga de la era moderna

 

@ReubenMoralesYa

Cuando se trata de deudas, el malo siempre termina siendo quien cobra y no quien debe. Por eso, aquí le traigo formas infalibles para que le devuelvan esa plata sin que usted acabe convertido en un señor Barriga de la era moderna (aunque si El Chavo fuese grabado hoy, sería El Señor Barrigue, el señor de Talle Especial o El-Señor-Que-Tiene-Barriga-Pero-Se-Autopercibe-Como-Flaco).

Estas técnicas de cobranza se deslindan por completo de esa vieja estrategia de llamar al moroso solo para “saludarlo” o, si no, de escribirle desde números desconocidos. Esos trucos son más viejos que falsificar la firma del papá de uno en la boleta del colegio.

Por eso, aquí le traemos unas técnicas de cobro novedosas cortesía de este servicio de inteligencia artificial (y recalco el “artificial” porque mi inteligencia aún usa un correo de Yahoo).

Comience por invitar a ese deudor a comer en un restaurante muy fino para afianzar los lazos y pasar la página. Una vez estén en el sitio, pidan los platos más caros, las mejores bebidas y empiecen a comer. Cuando ya vaya terminando, finja que le entra una llamada al celular en donde le avisan de una emergencia familiar que requiere de usted de inmediato. Entonces párese de la mesa afanado y diga: “¡Paga tú y luego nos arreglamos!”. Acto seguido, desaparezca.

Una técnica que nunca falla es la de preguntarle al moroso si conoce a algún terapeuta de confianza. Ello, debido a que hace unos días usted se puso algo violento y terminó golpeando a una persona que le prometió algo y nunca lo cumplió.

Otra forma de cobrar es la de adoptar políticas de grandes empresas internacionales. Cobre lo adeudado en cómodas cuotas. Aunque no cobre en 12, 36 o 48 meses. ¡Sea pionero! Invite a pagar la deuda en 360 meses (lo cual equivale a 30 años) y así, de una vez, asegura su pensión de jubilación.

Eso sí, como todo negocio próspero, usted debe estar abierto a recibir muchas formas de pago. Por eso, dé la opción de aceptar el cobro de la deuda en bolívares. ¡Ah!, pero en ese caso no dé 360 meses de plazo, pues no sabe si en el mes 157 cambien el Bolívar Digital a Bolívar No Binario.

También puede montar una campaña de GoFundMe en donde finja tener una nueva enfermedad desconocida y para la cual necesita donativos urgentes. Tómese fotos en una cama y diga que padece de un síndrome muy raro al cual han bautizado Dalailamitis Trumpítica Shakiripiquerréica.

Otra manera de cobrar la plata es diciéndole al deudor que usted le condona la deuda por completo. Así como lee. Y la razón es porque usted es fiel creyente de la ley del karma en donde todo lo que alguien da, se le devuelve. Entonces explíquele que, a la gente morosa, la vida le devuelve cincuenta años de internet lento, pocetas que bajan a medias, jabones de baño con pelos pegados, tazas de café frío, computadoras con Windows viejo, medias de poliéster sin talco y celulares a los que la pila les dura solo una hora.

Así mismo, puede acudir a la técnica del fan de redes sociales. Dele “me gusta” a todas las publicaciones del deudor para que este sepa que usted lo tiene vigilado. Aunque si esta técnica no surte mayor efecto, pase a la fase de las indirectas de amor con montos sugerentes en la caja de comentarios. Déjele mensajes como:

  • Son más de 50 000 las razones para querer esta cuenta.
  • ¡Esta cuenta debería tener 150 000 seguidores!
  • ¿Por qué esta publicación no tiene 300 000 comentarios?
  • ¡No sé qué está esperando el Bank of America y su servicio de transferencias Zelle para hacer publicidad en esta cuenta!

Y bueno, si nada de esto le funciona, haga como yo. Escriba un artículo y mándeselo a todo el mundo con la excusa de que es una columna de humor (aunque en verdad es un mensaje encriptado para ver si terminan de pagarme una plata que me deben por ahí).

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