El juego del gato y el ratón - Runrun
Luisana Solano Abr 11, 2014 | Actualizado hace 10 años

desigualdad1

Un mundo hostil. Poco a poco Hannah Arendt fue descubriendo las difíciles circunstancias de la condición humana en el siglo XX. Le correspondió a ella, mujer, judía, alemana y exiliada,  reconciliarse con una realidad que le repugnaba porque quería la aniquilación de gente como ella. Me refiero al fenómeno inédito del totalitarismo, que ella tuvo que significar y transformar en objeto de estudio. El totalitarismo es esa forma de ejercer el poder que se deslinda de límites, que no tiene pudor, que miente a su favor, que intenta sustituir la realidad por la propaganda y que tiene en la aniquilación del contrario una de sus armas preferidas.

Se consiguió la autora con un dilema que podía ser, en la práctica, una fatalidad. Porque “los totalitarismos operan según un sistema de valores tan radicalmente diferentes de todos los demás que ninguna de nuestras categorías tradicionales, legales, morales o utilitarias conforme al sentido común, pueden ya ayudarnos a entendernos con ellos, a juzgar o predecir el curso de sus acciones”. Para la autora, la dramática realidad consistía en que en este tipo de regímenes, la esencia es la apariencia. Detrás no hay una verdad oculta, sino en el mejor de los casos, un relato de la arbitrariedad transformada en pensamiento, compromiso y acción. Un relato que, sin embargo, solo podían hacer otros en forma de historia terrible, porque los involucrados, los que vivían esa historia, los que morían en ella, o los que lograban sobrevivirla, no lograban comprender su significado. Remarcaba que “la acción política, la acción entre los hombres, estará siempre acechada por su imprevisibilidad y adensada por su irreversibilidad…”. Por eso mismo fue que al final llegó a la conclusión de que todo consistía en “volver superfluos a los hombres (su condición humana), hacerlos banales, dejar de lado el sentido de realidad, y transformar toda la existencia en esa enloquecedora ausencia de juicio” que nosotros los venezolanos estamos sufriendo.

En este juego somos los ratones en manos de un gato que juega a la demencia de la muerte lenta, sin que nosotros podamos resolver cual es la estrategia. No tenemos herramientas conceptuales e intelectuales para hacer predecible una relación tan macabra. Cuando creemos que nos estamos escapando de nuevo viene el zarpazo, mientras el gato hace todo lo posible por cercenar los espacios e irnos esquinando. El gato todos los días establece cual es su nuevo status quo, redefine sus intenciones y renueva sus prioridades. Que nadie se equivoque, el gato avanza sin importarle los costos. Arendt se sorprendió por la incapacidad del totalitarismo (este gato imprevisible con efectos irreversibles) “de juzgar por sí mismo, de su imposibilidad para distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, en un régimen que ha borrado las distinciones morales, que recurre continua y sistemáticamente a la ficción y a la tergiversación” El gato es un psicópata político.

Volvamos a nuestra realidad. Nadie duda de las pérdidas en términos de reputación y el costo en perplejidad que ha asumido el régimen gracias a las manifestaciones y expresiones de calle. Empero, su respuesta ha sido brutal y sustancialmente diferente a la que, por ejemplo, intentó Dilma cuando tuvo que enfrentar procesos semejantes. La presidenta de Brasil prefirió el diálogo a la represión, concedió, revisó, prometió reformas y calmó la protesta. Nicolás Maduro experimentó con la represión,  empoderó a los grupos paramilitares, aplicó el terrorismo judicial, criminalizó la política, y ya sabemos la lista de muertos y quien los puso. Pero mientras ese era el tratamiento dado a los conflictos, el régimen no se ha detenido. En lo político ha avanzado hasta declarar ausencias absolutas de alcaldes presos y convocar a nuevas elecciones. Ha destituido a una diputada y para ello ha contado con la aquiescencia del TSJ. En lo económico sigue la trama de expropiaciones y cerco al sector privado. No solamente se ha mantenido la infraestructura legal que da pie a intervenciones, ocupaciones y sanciones penales, sino que el régimen sigue tomando decisiones que afectan al sector inmobiliario, expropiando activos para practicar un populismo al que solo le queda el pellejo, anuncia una nueva reforma tributaria, siguen colgando los centros comerciales al depender de un decreto provisional que congela los alquileres por debajo de sus costos operativos, y para colmo, nadie ha dicho que van a dejar de lado la letra, pero sobre todo el espíritu del plan de la patria, convertido en el tercer plan de la nación del proceso y el segundo marcadamente socialista.

Y en medio de todo este alboroto deciden acelerar la aplicación de la Resolución 058 de los Consejos Educativos, abriendo otro frente de conflicto, y expropiando, esta vez, los grados de libertad que tienen padres, representantes y directivos de escuelas, para trazar, dentro de los márgenes de la ley, la educación en libertad que merecen nuestros hijos. Pero este gato, disfrazado de “Estado Docente” arrebata como parte de la constitución de un nuevo status quo que no piensa negociar.

Sin darnos cuenta ocurrió un punto de inflexión el 26 de noviembre de 2013. A partir de lo que se conoció como “el Dakazo”. Ese día el gobierno publicó la Resolución 125 a través de la cual se permitió la ocupación y control operativo de esa empresa, que a partir de ese momento quedó a cargo del Coronel Hermes Carreño. Como anécdota el jefe del Órgano Superior para la Defensa de la Economía, Hebert García Plaza, dijo desde la sucursal en Boleíta que se reunirán con el grupo gerencial de la cadena para que “en menos de 48 horas comience el proceso de reposición de inventario, pero con la ocupación temporal para garantizar que la rectificación verdaderamente de precios se materialice en las tiendas a escala nacional”. Todavía estamos esperando.

Con este tipo de intervenciones algo cambió. Nada más y nada menos que el régimen prescindió del guión constitucional y pasó a practicar esa improvisación temeraria que reconstruye las relaciones todos los días y que es tan propia de los regímenes totalitarios. El aplauso del pueblo golillero y la perplejidad de la oposición (que no sabía si celebrar o protestar) le indicó a Nicolás que ese curso de acción no tenía costos políticos aparentes. El populismo es moneda de curso legal en todos los flancos del país. Y a partir de su explotación inmisericorde (aunque ahora el populismo solo reparta el pellejo) el régimen ha ganado más espacios, ha acumulado más poder, se siente más poderoso, y considera que cualquier oposición puede ser reducida por ese juego macabro que se da entre el uso de la fuerza y el abuso de las instituciones públicas.

En la mesa de diálogo no hay una relación entre iguales. Es el gato de un lado, y los ratones al frente. Lo que quiero significar es que este gato no va a ceder el terreno que ha ganado. No forma parte de su naturaleza el conceder los espacios de arbitrariedad que ahora abarca, así como puede parecerle incluso divertido seguir manoteando al ratón hasta la saciedad. Y luego engullirlo.

Llegamos a la posibilidad de un diálogo entre el gato totalitario y el ratón ingenuo. El roedor cándido no tiene la posibilidad de entender lo que de allí puede salir, como casi nadie es capaz de descifrar la turbulencia del totalitarismo, esa sucesión de cambios rápidos, de manoteos súbitos, de zarpazos sorpresivos, y del uso desproporcionado de la fuerza, del espacio y de los significados sociales. El diálogo sin condiciones (por lo menos que no nos devoren) es una de las formas como el gato ha jugado con este ratón. Porque nada lo obliga, nada lo incentiva a cumplir ninguno de los pactos. Es lo banal del mal, que son lo que dicen ser, que no hay carta bajo la manga, simplemente practican la más primitiva violencia y el abuso más elemental, el que  permite al más fuerte aniquilar al más débil. Ellos son lo que efectivamente demuestran ser, aunque a nosotros nos parezca increíble.

Francisco, el Papa, pidió a los venezolanos que practiquemos el heroísmo cotidiano del perdón. El gato totalitario demostró la noche del jueves que ni perdona ni olvida. Pésima noticia porque la fragilidad de la política sustituida por la confrontación de fuerzas desiguales solo encuentra paliativo en dos facultades humanas que fueron determinantes en el pensamiento de Hannah Arendt: El perdón y la promesa mutua, porque solamente a través de ellas los hombres construyen esa estabilidad que contrarresta la turbulencia e intentan prolongar su existencia más allá del mero instante. Con este gato totalitario esas condiciones se hacen cada día más lejanas, más heróicas, y a la vez más determinantes. ¿Quién le pondrá el cascabel al gato?

Víctor Maldonado

@vjmc