"Ser transgénero no es un capricho", la historia de Sam Marín Leonidas
«Ser transgénero no es un capricho», la historia de Sam Marín Leonidas

DECIDIÓ RETAR A LA NATURALEZA y cambiar su cuerpo de mujer por uno de hombre. Al cumplir 37 años inició el proceso terapéutico para concretar la transformación. Hoy enfrenta el reto de mantener los cambios físicos con el consumo de hormonas, que no ha conseguido en el mercado

A Sam Marín Leónidas le tocó enfrentar desde temprana edad a un enemigo: su cuerpo de mujer. Al mirarse al espejo, en su rostro solo había espacio para la decepción y frustración de no vivir con el cuerpo de hombre que deseaba. Sus ojos miraban con recelo sus senos, sus caderas, su larga cabellera. Sam, a quien no le gusta mencionar el nombre con el que fue bautizado y presentado legalmente, en un acto de justicia decidió retar a la naturaleza y comenzó a actuar y a vestirse como un varón: aplanó sus pechos y usó camisas grandes y suéteres; adoptó rudeza en su forma de caminar; y recogió su cabello y lo ocultó en una gorra. “Era el típico marimacho”, afirma.

Su necesidad de ser coherente con lo que sentía lo enfrentó a lineamientos moralistas y preceptos conservadores que eran normas en el hogar donde creció. Esos pensamientos estaban muy arraigados en su abuela, quien fue la primera en cantarle la cartilla: “Un día mi hermana le dijo que me había visto en el colegio con unas niñas, muy abrazados y agarrados de mano. Ella me llamó y me dijo que en su casa no aceptaba depravados, que me prefería muerto antes que verme al lado de una mujer. Esas palabras me marcaron, porque yo la adoraba mucho”, contó Leónidas, quien actualmente tiene 41 años.

Para la abuela de Sam, la ley de la vida era casarse y tener hijos. En sus palabras, “ser normal”. Siguiendo esos parámetros, Sam contrae matrimonio con un hombre que la llenó de amargura. Sin estar en sus planes, quedó embarazada de Gabriela, su única hija y quien actualmente cuenta con 17 años.

“En ese momento, mi esposo estaba empeñado en ser papá, y, lamentablemente, dejé mi control con pastillas anticonceptivas porque había tenido hipoglicemia. Entonces tuve que recurrir al método del ritmo y estar pendiente del calendario. Me descuidé y quedé embarazada. En un principio quería abortar, pero desistí y hoy no me arrepiento de tener a mi chama, que hoy comprendió muy bien mi decisión y se ha convertido en una gran compañera de vida”, contó.

Pese a que Sam supo el dolor que implica traer un hijo al mundo, su deseo de tener un cuerpo de hombre era cada vez más fuerte. Al nacer su hija, Sam se divorció de su esposo, quien actualmente no ha sabido nada de Gabriela ni sabe que su exesposa decidió, tiempo después, dar el paso que quiso desde la adolescencia: ser un hombre con cuerpo de hombre.

Años atrás, Sam no sabía que una mujer podría llegar a convertirse en hombre. Su referencia cercana eran las personas travestis, pero estaba convencido de que no quería usar ropa de hombre. “Ser transgénero no es moda, no es capricho; querer un cuerpo diferente del que me dio la naturaleza es un deseo interno y con eso se lucha toda la vida”, confesó Sam, quien al cumplir 37 años inició el proceso terapéutico para concretar la transformación.

Entrar al baño de hombres 

La terapia comenzó en la Fundación Reflejos de Venezuela, donde recibió una serie de consultas psicológicas que le permitieron estar seguro de su identidad de género. En principio tuvo que vestirse de hombre por un año para comenzar la adaptación a su nueva apariencia.

Por supuesto, no fue un proceso fácil. “Entrar al baño de las mujeres era un tema porque no te aceptaban, y luego me tocó entrar al de los hombres. Allí sí me tuve que plantar seriamente porque debía ser coherente. Cuando entré me di cuenta de que todo era relajado, que nadie se miraba, y me dije: ‘Yo soy un varón y estoy con los machos, carajo”.

Lidió con la discriminación durante esa etapa, a la que consideró difícil. El pronombre personal femenino lo acompañaba como sombra y lo hacía sentir incómodo al verse de frente con el reflejo de la imagen de mujer que intentaba borrar. Su cédula de identidad, con su nombre real y su aspecto masculino, representaron un choque que lo frustraba. “Me sentía disfrazado”, reconoció.

De a un clítoris a un micropene

Transcurrido el año de la dura prueba, Sam comenzó a consumir testosterona inyectable. Los rasgos masculinos florecieron rápidamente, en cuestión de meses: su rostro se tornó más rígido, los vellos en sus piernas comenzaron a crecer, su cuerpo se puso más grueso y, lo que para Sam fue más importante, dejó de menstruar. Sus senos se secaron y el clítoris de su vulva, por la acción de las hormonas, comenzó a crecer hasta adoptar la forma de un micropene que, asegura, logra ponerse perfectamente erecto.

Con el consumo de la testosterona, Sam parecía haber ingresado a una máquina del tiempo, porque el efecto de la hormonación le hizo tener el rostro de un adolescente de 15 años que se llenó de espinillas. Posteriormente decidió someterse a una mastectomía (extirpación de las glándulas mamarias)  para deshacerse de sus senos, y luego a una histerectomía, con la que se quedó sin órganos reproductores.

Logró en un lapso de dos años el cuerpo de hombre que tanto deseó, pero asegura que mantener los cambios físicos le ha sido cuesta arriba, porque la crisis económica del país y el desabastecimiento de hormonas, que debe tomar de por vida, juegan en su contra. Para paliar la falta de las ampollas que requiere, Sam se ha aplicado durante los últimos meses testosterona en presentación de gel, que se frota en todo su cuerpo. Si deja de consumir hormonas, parte de los rasgos masculinos (como el incremento de la masa muscular y la aparición del vello) podrían perderse.

La dificultad de ser hombre 

Con su aspecto de hombre enfrentó las dificultades para tener una vida común y corriente. Para ganarse la vida, prestó servicio de traslado en su carro, y luego apoyó a su esposa, con la que lleva conviviendo siete años, en un negocio de habanos de un reconocido hotel ubicado al este de Caracas. Sam se graduó de técnico superior en Publicidad y Mercadeo y ocupó puestos importantes en diferentes empresas, pero desde que decidió vivir como hombre, esas oportunidades quedaron atrás. Actualmente se gana la vida en una tienda de submarinismo situada en La Guaira, ciudad donde vive con su esposa y su hija, Gabriela.

Si bien Sam admitió que, después de lograr la transformación, la mirada de rechazo de la sociedad fue perdiendo fuerza, confesó que aún teme por su seguridad y que alguien quiera agredirlo por homofobia. “Ya conocí un caso de un trans que fue golpeado brutalmente junto a su hija, y yo no quiero que me pase lo mismo. A él lo agarraron unos funcionarios policiales que le preguntaron si quería ser hombre de verdad y lo golpearon”, relató.

Pese a esa amenaza latente, asegura que el haber logrado una meta que consideró impensable significó salir de la caverna y ver la luz. “Verme en el espejo y saber que logré la transformación es como si estuvieras enamorado de alguien, porque te sientes enamorado de ti todos los días. Sé que estoy limitado por muchas razones: por no conseguir empleo o por no tener mi nombre en la cédula, pero, no por eso voy a dejar de ser feliz ni dejaré de ser Sam”, remató.