V archivos - Runrun

V

#MonitorDeVíctimas | Mataron a un sexagenario en Petare de un golpe en la cabeza
El hecho ocurió en medio de una riña en el barrio Nazareno de Petare el pasado domingo 25 de octubre. Ese mismo dia fue arrollado un hombre de 85 años en Caricuao. Ambos fallecieron el lunes

Francisco Zambrano – @franzambranor Foto Carlos Ramírez 

De un golpe en la cabeza falleció Luis León de 66 años el pasado domingo 25 de octubre alrededor de la 1 de la tarde en el barrio Nazareno de Petare.

En medio de una riña, un sujeto impactó a León con un objeto contundente y le causó un traumatismo craneoencefálico.

León fue llevado al Hospital Domingo Luciani de El Llanito, donde murió al día siguiente.   

Familiares aseguraron que el victimario está identificado por los cuerpos de seguridad, pero aún no han dado con su paradero. 

El sexagenario era cerrajero y padre de cuatro hijos mayores de edad. 

Entre el 1 y el 21 de octubre de este año un total de 21 personas habían sido asesinadas en Petare. A esta cifra se suma el caso de León, ocurrido 4 días después.  

Arrollaron a octogenario

También el domingo en horas del mediodía, Carmelo Gerdez de 85 años de edad fue atropellado por un motorizado en las adyacencias de la estación de Metro en Ruiz Pineda, Caricuao. 

Familiares de Gerdez denunciaron que el conductor se dio a la fuga y presumen que se trata de un funcionario policial, de acuerdo a la versión de algunos testigos en la zona.

Gerdez fue trasladado al Hospital Perez Carreño, donde fue operado de emergencia y falleció el lunes 26 de octubre a las 4 de la mañana. Era obrero, tenía dos hijos y siete nietos. 

 

Consejo de Caciques Pemón le pide la renuncia a Padrino López

EL PUEBLO PEMON DE LA GRAN SABANA le respondió al ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, quien este miércoles se refirió a la incursión militar en Canaima que terminó en la muerte de Charlie Peñaloza y dejó otras 4 personas heridas.Una vez más, el ministro se refirió al pueblo pemón como una víctima “de las mafias que se han venido enquistando desde la Colonia” y que desde antes de 1999, “la clase política podrida comenzó a infiltrarse con ayuda de varias ONG internacionales para alienar la mente de las comunidades indígenas y explotarlos”.

Padrino López afirmó que la muerte de Charlie Peñaloza requiere la actuación del Ministerio Público, que hará la investigación con pesquisas “imparciales” y “transparentes”.

En declaraciones oficiales, detalló que el enfrentamiento fue parte de una operación en el sector Arenales del del Parque Nacional Canaima, en el marco de la operación “Tepuy Protector”, en una incursión armada que les permitió dar un “golpe” contra la minería ilegal.

Luego de las declaraciones de Padrino, que llegan tres días después de registrado el incidente, el Consejo de Caciques del Pueblo Pemón realizó una asamblea producto de la cual emitieron un comunicado en respuesta.

En el mismo, el pueblo pemón ratifica su protesta y acusa al ministro y sus funcionarios de maltratarlos, al tiempo que desestiman el llamado a diálogo propuesto “¿una operación militar es un método de diálogo donde muere 1 persona y 2 heridos?”.

Negaron que haya habido enfrentamiento como apuntó Padrino López, a quien además le piden la renuncia al cargo.

Aseguran que su reclamo no está inducido por intereses de ninguna ONG u otras instancias internacionales, sino de su principio de identidad ancestral.

A la par del comunicado, el pueblo pemón continúa su protesta con el cierre de la circulación entre Venezuela y Brasil, y mantiene retenidos a 3 de los funcionarios del Dgcim que participaron en el operativo.

Ricardo Delgado, ex alcalde de Gran Sabana, confirmó a Kapé Kapé que en las últimas horas han llegado indígenas de otras comunidades para apoyar al pueblo pemón de Canaima. Este miércoles arribó a la zona un grupo de al menos 500 indígenas de la comunidad de Urimán.

De igual manera sigue vigente la medida del INAC de suspender la circulación aérea desde y hasta Canaima y Santa Elena de Uairén hasta el 14 de diciembre.

No era un duelo regular, era un duelo con deslealtad, por Gonzalo Himiob Santomé

Competencia

 

Quise esperar un poco. A fin de cuentas, nadie es dueño de la verdad y a veces tenemos que analizar nuestras posturas “desde afuera”, ponderando las opiniones y visiones ajenas, sobre todo las que no están de acuerdo con tus propias ideas o con tus planteamientos. No es momento de crucificar a los culpables, que todos sabemos quiénes son e históricamente deberán responder por sus desatinos, es el momento de analizar las causas del fracaso y de buscar soluciones. Es un ejercicio tedioso, a veces agotador desde el punto de vista emocional, porque todos sabemos lo que está en juego y porque Venezuela se ha convertido en una especie de campo minado en el que, parodiando el refrán, cuando opinas sobre cualquier acto u omisión de los políticos, si no te explota “el chingo” te explota “el sin nariz”. Así de radicalizados, y de desesperados, estamos.

 

Nuestro “moderno” Código Penal, reformado ya en pleno siglo XXI por la entonces Asamblea Nacional oficialista (so pretexto, irónicamente, de su necesaria “actualización”), contempla en su artículo 422 atenuantes o agravantes, respectivamente, para el caso del homicidio o lesiones que se cometan durante un “duelo regular”, caso en el cual se atenúan las penas, o en un “duelo con deslealtad”, caso en el cual la responsabilidad penal de los intervinientes se agrava.

 

En sociedades como la nuestra, sujetas a una crisis tan grave como la que padecemos, el diálogo debería ser siempre la primera herramienta a la mano para dirimir nuestras diferencias. En este sentido, como idea general, nadie puede ni debe, en principio, oponerse al diálogo con el gobierno. Pero en esto, como en todo, cuando tanto está sobre la mesa, nos vemos forzados a valorar los matices. Cuando la contraparte, el gobierno, es lo que es, y actúa como actúa (que lo hace además sin tapujos ni dobleces, siempre descaradamente) no hay “blanco o negro”, ni ingenuidades, que valgan, por el contrario, hay entre un extremo y otro cientos de grises que deben ser analizados con astucia y malicia, colocándose siempre en los zapatos del opuesto, desconfiando sistemáticamente de sus propósitos y manejando la duda (o la certeza, según se vea) sobre los objetivos que en efecto pretende alcanzar. De no actuar así, de no entender en nuestros actos contra qué o quiénes nos estamos enfrentado en realidad, estamos actuando como los caballeros de antaño que, mientras están respetando las reglas tradicionales de un duelo regular, designando “padrinos” (o garantes o mediadores), eligiendo la hora y el lugar del “duelo” (un “territorio neutral”, en este caso República Dominicana) escogiendo las armas para batirse (las palabras, no las balas ni la calle) y contando los pasos antes de comenzar la contienda, reciben a traición y de improviso del villano, que no entiende de honor, ni de garantes, ni de reglas, ni de formas, un peñonazo artero en la cabeza que acaba de inmediato con el lance y le atribuye la victoria.

 

Más allá de las consideraciones que cabe hacer sobre los otros intereses subalternos, no necesariamente luminosos, que también, de un lado y de otro, impulsaron a contrapelo de lo que era el más elemental sentido común esta última tanda de diálogo fallido, y aun cuando partamos de la base de la absoluta buena fe de quienes, desde la oposición, se prestaron a este, lo que ocurrió en República Dominicana fue eso: Los caballeros (la oposición), de manera inexplicable, mientras jugaban (ingenuamente o no, ya se verá, pues todo se sabe en su momento) a entenderse con el gobierno como si este no fuera lo que es, siguiendo reglas y pautas que su contraparte (el poder, siempre desleal, o en todo caso, únicamente leal a sí mismo) jamás estuvo dispuesto a respetar, recibieron una puñalada por la espalda que, para males mayores, les había sido advertida y debió ser, siempre, parte de sus cálculos, al menos como posibilidad. Fue un duelo con deslealtad, no un duelo regular, y no haberlo entendido a tiempo es lo que nos trajo a este difícil callejón sin salida en el que nos encontramos ahora. En consecuencia, siguiendo la lógica de nuestro CP, la responsabilidad por los daños, en este caso a Venezuela entera, no merece atenuación, sino agravantes.

 

Y no. Por muchas florituras con las que se le adorne, esta no es una “victoria” de la oposición. Decir que no firmar un acuerdo es, en sí mismo, ganancia, es una falacia, pues si vas a un diálogo con la intención de finar un acuerdo, y al final no se logra el acuerdo esperado, o para más señas, no se logra ningún acuerdo, es reconocer un fracaso, no un éxito. Tampoco se “desenmascaró” al régimen ni se le puso en evidencia, pues su verdadero talante y rostro hace ya mucho tiempo que son conocidos por propios y ajenos. Este no es un “logro” del “diálogo” sino el producto de trabajo que, desde hace años, se ha venido adelantando desde diversos factores de nuestra sociedad y, más allá, es una consecuencia de la propia conducta del gobierno en el escenario local e internacional, que a nadie que tenga más de dos neuronas en el cerebro puede dejar con duda alguna sobre cuáles son, al final, el carácter, los métodos y los verdaderos propósitos del oficialismo desde que Chávez llegó al poder hasta ahora.

 

“Lo peor era no hacer nada”, dicen los que no están dispuestos a reconocer el grave error cometido. Y no es así. Las vías democráticas, no violentas, y previstas en nuestra Carta Magna para luchar contra un gobierno opresor nos ofrecen un inmenso abanico de posibilidades distintas. Entre ellas, por cierto, la de acudir al diálogo, pero estableciendo como punto previo el cumplimiento de una serie de condiciones básicas que, de no ser satisfechas, impedirían a las partes hasta sentarse en la misma mesa. No se negocia ni se dialoga, por ejemplo, con una pistola apuntando a tu cabeza, con la amenaza de que cualquier fricción la va a resolver el gobierno inhabilitando a los factores políticos opositores o neutralizando con la cárcel a quien le incomode, ni con más de 200 presos políticos y cerca de 8000 personas sujetas a procesos penales injustos, eso era inaceptable desde el comienzo. Si esas condiciones no cambiaban, no tenía ningún sentido sentarse a dialogar.

 

Lo más grave, y acá esta reflexión para los que me acusan de “antipolítico”, es que de toda la ordalía derivó también una consecuencia absolutamente indeseable (sí, en mi criterio indeseable, y muy peligrosa) y muy grave: La pérdida de credibilidad de los partidos, y de las personalidades, que se prestaron, de buena fe o no, a lo que desde sus inicios se advertía como una farsa. Con esto el gobierno, que no “juega carritos”,  obtiene una victoria sin precedentes: la desmotivación y desmovilización del pueblo opositor, consecuencia que, para males mayores, vino de la mano de ese sector de la oposición, y de sus “asesores”, que no terminan de tomarle la vena al pueblo, que solo velan por sus propios intereses y que, defendidos a ultranza por obtusos seguidores que no ven jamás, aunque les estalle en la cara, desatino alguno en la dirigencia opositora, se sienten por encima de cualquier crítica o cuestionamiento.

 

Pero como antes señalé, hay que pasar de la crítica a la propuesta, del diagnóstico al tratamiento. Lo primero, en mi humilde criterio, es pasar del chantaje de la “unidad” (arma mal entendida y sesgada que solo ha servido a los propósitos de unos pocos, o en todo caso, al logro de algunas victorias electorales que, hay que decirlo, no han producido los cambios anhelados) a la búsqueda de la verdadera unión, que no es lo mismo ni se escribe igual. Muchos son los hilos que nos enlazan, a todos venezolanos, hoy. Nos unen las mismas carencias, la misma escasez, la misma tragedia diaria, y estas nos afectan a todos sin importar cuál es el color de nuestras opiniones políticas. Articular desde allí un frente verdaderamente amplio, político, social, y hasta cultural, en el que se tome cuenta lo que nos une, sin pelear desde lo que nos separa, es la prioridad.

 

Después corresponde quitarnos, especialmente en los factores políticos, las mordazas de la boca. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, y hay que tratarlas como lo que son, no como lo que quisiéramos que fueran, pues contra las dictaduras no juegan los relativismos. Por el contrario, estos las matizan y las hacen difíciles de aceptar como tales, acá y afuera, y en consecuencia no abonan su deslegitimación, sino que, por el contrario, contribuyen a su permanencia. También urge que los partidos políticos se quiten la corbata, dejen de marcar distancias absurdas y maniqueas con la ciudadanía y se pongan del lado y al lado de la masa que pretenden liderar y especialmente de la que no cree ni ha creído en ellos. Urge la recuperación de la confianza perdida, debemos rescatar la credibilidad de los partidos, y esto solo verá la luz desde la honestidad y desde la sinceridad. Por mi parte, exijo aceptación sin resquemores ni autoflajelo de los errores cometidos y disposición para crecer desde ellos, y repudio los disfraces con los que se intenta hacernos creer que hay victorias y ganancias donde en realidad hay derrotas y pérdidas.

 

No es simulando, ni disfrazándonos de víctimas, que saldremos de esta pesadilla. Nos toca hacer mucho más, mirar más allá de la propia nariz, calcular cada causa y efecto y tener, con anticipación, cada escenario posible analizado y con sus respuestas posibles a la mano. Esto, por supuesto, no está exento de riesgos, sobre todo ante un adversario desleal, poderoso y armado, incapaz de respetar las más elementales normas, como el que nos ocupa, pero es el momento de que se decida si nuestra patria y nuestro futuro, lo valen o no. El líder político que no esté dispuesto a pagar el costo, el que solo mueva las fichas en su personal laberinto, sin pensar en algo más que en sí mismo y en sus aspiraciones, debe abandonar ya el campo de juego y cederle de inmediato el paso a los que si estén dispuestos a entender el tamaño del reto y a dejar el pellejo, su vida o su libertad, en la movida. Las “elecciones”, si es que así puede llamárseles, se nos vienen encima, todas las posibilidades deben ser analizadas y, para cada respuesta imaginable, tenemos que tener ya preparadas las alternativas y las acciones a seguir. Estas deben ser comunicadas al pueblo, que no es bobo y, en todo caso, deben respetar su sentir y su postura con respecto al hecho electoral. Y no hay tiempo para debates extensos ni para peleítas internas. Hay que asumir que el tiempo es, ahora, nuestro enemigo, y hay que actuar en consecuencia.

 

@HimiobSantome

Víctor Maldonado C. Sep 25, 2015 | Actualizado hace 4 días
Manual del buen candidato

candidato

 

Llevamos más de dieciséis años de populismo autoritario. Es decir, de trampa progresiva. De arrinconamiento de la oposición. De persecución de los líderes. De exterminio de las capacidades productivas del país. De cerco creciente. Y de siembra del odio y el resentimiento. Dieciséis años en los que nos hemos especializado en el eufemismo, las medias verdades y los mitos urbanos. No ha sido una buena época para la verdad, la justicia y la lucidez.

El discurso populista se contagia. Y se convierte en práctica social y modo de vida. Estamos plagados de promesas incumplibles y vivimos la vida al día mientras tratamos de sacarle el jugo a cualquier oportunidad que se presente. Eso se llama sobrevivir. Pero en el camino nos hemos vuelto más suspicaces y con esa capacidad para determinar cuando están diciendo verdades o mentiras. Y lo sabemos aun cuando las mentiras nos convengan más que las verdades, o las verdades sean tan brutales que prefiramos transcurrir entre la negación y la evitación. Vivimos una constante manipulación entre lo que se nos ofrece y lo que estamos dispuestos a recibir. No siempre hemos procesado adecuadamente ese desafío. También nos acostumbramos a esa ambigüedad que no termina siendo nada definitivo. Pasamos de la peor ferocidad social a la más notable indiferencia. Ahora, luego de la demonización de los sucesos del año 2014, y del todo el palo que hemos recibido, decidimos congelarnos en ese estado de ánimo en el que ni estamos especialmente indignados ni particularmente contentos, como si fuéramos los campeones de la adaptación y la resiliencia. Hemos sufrido las inclemencias de la represión y la inseguridad. Hemos aguantado la peor condición económica del mundo. Vivimos con sueldos miserables. Hacemos colas para todo lo que nos resulte importante. Y experimentamos –para colmo de males- esa disonancia tan vil que nos produce el contento por los que se van aunque de inmediato comencemos a extrañarlos con intensidad pasional. Deberíamos estar exasperados por la injusticia que viven los presos políticos y hace años tendríamos que haber colmado nuestra paciencia por las cadenas sin fin, la hegemonía comunicacional y el destrozo de todo lo que consideramos valioso. Pero no. Aquí seguimos, impávidos, viviendo todos los días como un nuevo comienzo que podría no finalizar. Sin demasiada perplejidad pero sin querer aterrizar en la realidad.

Hemos sufrido la peor mezcla de ordalías internas nunca antes imaginadas. Sobrellevamos los estragos del más absoluto desorden porque este país se administra desde la improvisación y la más flagrante irresponsabilidad. Tal ha sido la destrucción que finalmente tenemos la oportunidad de ganar las elecciones parlamentarias con una mayoría determinante. Las encuestas –que para mí nunca han sido confiables- coinciden en darnos una supremacía electoral que podría transformarnos en una poderosa fuerza para la estabilización y reconducción del país. Ante eso nos hemos convertido en los adalides de la calma y la cordura. Los ciudadanos venezolanos estamos demostrando una fortaleza y un foco sobrenatural. El cuadro de tragedias superpuestas que vivimos daría para que ocurrieran escenarios de violencia cuyas consecuencias serían desastrosas. No ha sido así. Hasta ahora nada ha perturbado la concentración de la mayoría en la oportunidad electoral que está prevista para el 6 de diciembre.

Pero no confundamos imperturbabilidad con incondicionalidad. El ciudadano merece respeto, empatía, reciprocidad y cambio en el trato que hasta ahora ha recibido. Si hasta la fecha ha vivido el chubasco populista hasta provocarle ese asco moral que se refleja en las calles de todas nuestras ciudades, ahora debería ser tratado como lo que es: un ciudadano que se ha crecido en estos largos años de dificultad y que ahora exige que le digan la verdad y le relaten con madurez cómo es que vamos a salir de esta tragedia. La primera recomendación por lo tanto es la más obvia. Los candidatos tienen que decir la verdad. Deben narrar las dificultades y exponer las causas que las han provocado y sus propuestas para salir con estabilidad y eficacia. Los candidatos deberían poder caracterizar este ventajismo autoritario que está muy lejos de ser una democracia y mostrar cuales son los riesgos que están asumiendo cuando en el país no hay justicia que defienda el derecho y por lo tanto cualquiera puede terminar preso en cualquier momento.

No hay soluciones mágicas. No existen para la política cuando se ha envilecido a los niveles que ha llegado en Venezuela y tampoco son factibles para los aspectos económicos. De lo que se trata es de consolidar una cruzada que ya comenzó pero que nos ocupará en los próximos años sin darnos descanso ni tregua. Un buen candidato no puede ocultar las dificultades que están en el porvenir. Ni pretender que con la misma ración de estatismo rentista y patrimonialista se puedan lograr resultados diferentes. ¿Con este tamaño del estado? ¿Con estas leyes que intervienen todas las actividades económicas? ¿Con esta preponderancia de la lógica militar? ¿Sin pagar los costos? Sin miedo hay que señalar el camino y comprometer a los ciudadanos en la reconstrucción de las bases institucionales de la república. Hay que vender la transición y señalar en el horizonte mejores resultados que  los provocados por esta bámbola bipolar que nos lleva desde un extremo delirante al otro totalmente depresivo. No hay atajos al trabajo productivo, a la reconstitución del libre mercado y al respeto de la propiedad privada. El compromiso entonces es con el realismo y el apego a la sensatez. Un buen candidato no ofrece pan y circo. No cae en la tentación de las masas. No se permite exacerbar las entrañas populares. No manipula. Dice la verdad y visiona desde el realismo.

La tercera recomendación es la empatía. Escuchar mucho. Reconocer intensamente. Sentar las bases del compromiso y atender al ciudadano que está allí y que reclama debate y respuestas. El mejor elector es el que tienes al frente. No tiene por tanto ningún sentido andar hurgando “la Venezuela profunda” que no es otra cosa que una entelequia para evitar el cara a cara con un ciudadano que no está demasiado dispuesto a seguir acatando silenciosamente los caprichos de la dirigencia política. Hay que estar donde ocurren las tragedias. Hay que convalidar esa realidad sufriente y humillante del hambre, el desempleo, el rebusque, la separación, la muerte, la violencia y la soledad. Y desde allí, desde lo atroz hacer el contraste con un provenir diferente. Cada experiencia ciudadana es un relato que tiene causas y consecuencias. Pero también lecciones de pedagogía política que no se pueden desaprovechar. Parte del trastocamiento ocurrido en la política venezolana se debe a que se han invertido los roles entre mandantes y mandatarios. El volver a colocar a cada uno en su lugar exige humildad y coraje del que escucha sin aislarse y sin creerse infalible e inexpugnable. Un buen candidato practica la cercanía y no rehúye el contacto verdadero con la gente.

La cuarta recomendación es el modelaje. Los buenos candidatos son transparentes, tienen familia, vida privada, amigos, hábitos y costumbres. No se endiosan. Están en el medio de la gente, guiando, organizando y señalando la ruta. Se dicen honestos y lo son. Se dicen trabajadores y trabajan. Son genuinos y no escalan en la petulancia escabrosa ni en la arrogancia fatal. Si tienen discrepancias las plantean y las resuelven. Y si se dicen unidos lo están. Sufren como propias las desventuras de los demás y nada les parece ajeno a su suerte. Un buen candidato modela unidad emocional, tolerancia y práctica del pluralismo. No confunde la unidad con el unanimismo autoritario y es benevolente sin desentenderse de la disciplina de la solidaridad. El ciudadano quiere ver una dirigencia política que emocionalmente demuestre capacidad para hacer equipo, generosa en compartir los riesgos, amplia al momento de tomar las decisiones y que no tenga miedo de debatir ideas y confrontar con sectores. Hay que practicar el diálogo más que el monólogo, y los pequeños encuentros más que la obsesión por los grandes mítines. El buen candidato está en la calle, en medio de la gente, solidario con sus vivencias y cauto a la hora de juzgar.

La quinta recomendación es el coraje. No hay liderazgo que se puede sostener desde el miedo. Hay que superar el temor a los diversos que no necesariamente piensan como uno ni están dispuestos a someterse sin antes deliberar. Hace falta coraje para no caer en la trampa del conformismo.

Por último, hay que construir adhesiones organizadas. Hay que prepararse para un desafío autoritario que no nos puede conseguir sin capacidad para confrontarlo. El día de las elecciones tendrá un resultado que se parecerá a nuestra capacidad para convocar a la participación sin miedo, llevar a la gente a votar, defender el voto en las mesas y al final resguardar los resultados. Detrás de cualquier batalla hay un esfuerzo logístico complejo que alguien debería estar organizando hasta el último detalle.

En resumen: Verdad, Realismo, Empatía, Transparencia, Modelaje, Pedagogía, Tolerancia, Pluralismo, Congruencia, Generosidad, Unidad, Coraje y Capacidad para Organizar son cualidades invaluables en cualquier candidato. Eso merecemos como ciudadanos mandantes a los que quieren ser nuestros mandatarios.

 

@vjmc