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Sociedad

“Qué bonita vecindad..., por Julio Castillo Sagarzazu

@juliocasagar 

Con la frase que sirve de título a esta nota comenzaba el tema musical de ese mítico programa mexicano El Chavo del 8. Terminaba la estrofa con esta otra “No valdrá medio centavo, pero es linda de verdad”.

El programa obviamente estaba concebido para despertar el interés televisivo, por lo que mostraba historias y escenas de las virtudes y miserias de toda vecindad de ese sector social que incluye a pequeños comerciantes, mujeres solas cuidando sus hijos, maestros, “toeros” como don Ramón, niños solitarios como El Chavo y algunos de su pandilla. Obviamente, con la truculencia necesaria para su marketing y para mantener la atención del target al cual estaba dirigido.

Esa vecindad no tenía más adversidades que las que son propias a las de unas familias semiexcluidas en el México de los grandes problemas sociales. Sobrevivían con lo justo para que la saga continuara sembrando expectativas y pareciéndose al gran público mexicano.

Lamentablemente la serie no sobrevivió lo suficiente para que el libretista nos deleitara con capítulos de cómo se desenvuelve una vecindad de esas en la pandemia del coronavirus.

Esta nota que tiene en sus manos quiere explicar cómo vive una vecindad, la nuestra, en medio de los desafíos a los que una familia debe enfrentarse en la Venezuela abollada por 20 años destrucción planificada y que ahora se enfrenta al desafío de sobrevivir con la COVID-19 como espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

La historia, como verán, no es de horror sino de todo lo contrario. No es la del Chavo, pero habría podido serlo. Veamos primero…

¿Quiénes somos? Pues somos una comunidad de 62 casas, todas igualitas, construidas hace alrededor de 45 años. Tenemos 42 viviendo en una de ellas. Dada la cercanía de la Universidad de Carabobo, muchos de sus compradores fuimos profesores universitarios, entre ellos había también profesionales liberales, comerciantes, algún militar retirado. En fin, un encuestador de la época diría que éramos clase B y C. Hoy en día, creo que la mayoría somos compradores originales.

El cuento de cómo estamos enfrentando esta situación es peculiarmente interesante. Vea el lector que uso la palabra “hemos” porque es la adecuada a lo que está ocurriendo. Tenemos una particularidad interesante. Nuestra presidenta es una francesa incansable y nuestro animador ecológico, cuidador del agua y más activo directivo, un gringo (no ingeniero, sino jardinero paisajista). No cometo una exageración si digo que son los más venezolanos de toda la urbanización. Nunca han querido irse. Es una suerte que nos hayan tocado de vecinos.

Pues bien, estas 62 familias, desde que la crisis se ha recrudecido, se han convertido en una piña para enfrentar los problemas. El agua escasa que viene de un manantial del cerro ha sido administrada con criterio y las escaramuzas sobre su distribución se han solventado en asambleas con el pueblo de la Entrada y los barrios circundantes. La sangre nunca ha llegado al río y tenemos el agua más pura de toda la comarca.

Los problemas de movilidad se han atenuado porque cada semana recibimos la visita de mercaditos y abastos ambulantes que traen toda clase de mercancías y donde, cual mercadillo europeo, compartimos y departimos quienes a veces pasábamos meses sin vernos.

Los operativos de gas han sido exitosos y, una cosa muy importante, las desavenencias normales de la convivencia se han atenuado porque como la ociosidad es la madre de todos los vicios, cuando nos ponemos a trabajar y a estar pendientes de cosas importantes como cuando llega el señor de las verduras o el del cartón de huevos, los rollos normales pasan a un segundo plano.

¿Y esta Narnia dónde queda? Pues la verdad es que esta Narnia esta en Venezuela y vivimos la desgracia que todos nuestros compatriotas viven a diario. Casi todos los mayores son padres o abuelos de Skype cuando tenemos luz e internet.

Los sueldos que una vez fueron buenos y que nos hizo soñar con jubilaciones doradas ya no alcanzan, y toda una red de ofertas de pastelitos, pizzas, tortas, gestiones etc., han poblado los grupos de Whatsapp del vecindario.

Todos luchamos por sobrevivir. Pero algo nos ocurrió en medio de la tragedia nacional. De repente descubrimos que somos mejores vecinos y mejores seres humanos que antes.

¿Y qué hacemos con esto?, ¿el liderazgo venezolano va a dejar que esto se muera de mengua?, ¿no vamos a advertir que algo importante está pasando?, ¿que, como la hierba que crece sin que nos demos cuenta, un mundo nuevo se está abriendo paso?

Los dirigentes políticos nos hemos educado en el paradigma de que para producir cambios hay que tomar el poder político. Obviamente que esto es cierto. Pero en nuestro imaginario persiste la idea de que en algún momento una gran victoria electoral, una toma de la Bastilla o a un Palacio de Invierno en Petrogrado o un derrumbe del muro de Berlín serán el detonante para que cambien las cosas.

No negamos que la historia está jalonada por acontecimientos como estos y que lo que ahora llamamos “Cisnes Negros”, esos eventos inesperados que pueden dar un giro completo a la realidad, tienen una importancia capital. En Venezuela podríamos ser testigos de un hecho que hoy ni siquiera imaginamos y que podría cambiar el rumbo de lo actual. ¿Quién puede saberlo?

Repetimos que todo esto es posible, pero esa visión solemne, atrabiliaria y de gran epopeya de la historia nos ha privado de ver que, como decíamos en una nota anterior, lo “little or small is beatiful” y que los cambios que queremos ya pudieran estar ocurriendo entre la gente.

Un líder político es muchas cosas, pero una de las más importantes es que debería ser un buen “head hunter”, un scout de grandes ligas que ande buscando los mejores talentos para hacer un gran equipo.

Estamos demasiado ocupados en lo grande y en los teclados de nuestros teléfonos y hemos descuidado lo pequeño, lo que ocurre en las comunidades. Por eso ya no las visitamos. Por eso pensamos en la gloriosa marcha que de Altamira a Miraflores recuperara la libertad o en que nos van a resolver el problema contratando un “out sourcing”.

Esas marchas siempre las paran en Chacaíto. Nunca nos hemos preocupado por “sacarle penco” a las ballenas de la Guardia y llegarnos a Catia, que está a 5 minutos de Miraflores, a ganarnos a la gente para la idea de que la única manera de resolver sus problemas es que cambie el Gobierno.

Seguramente nos sorprenderemos cómo, en casi todas partes, esta crisis ha hecho crecer brotes verdes de gente que se ha ganado el respeto de sus vecinos, que dan la cara, que ponen su trabajo, que no especulan. Esos, los mejores. Los de las nuevas “bonitas vecindades” que existen en el país.

¿Que esperamos para buscarlos?

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

¿Saldremos mejores del coronavirus?, por Julio Castillo Sagarzazu

@juliocasagar

No necesariamente. Si revisamos la prensa mundial y los escritos de líderes e investigadores sociales después de la primera y la segunda guerra mundial, observaremos que la mayoría de ellos se prodigaban en mensajes llenos de esperanza sobre el futuro y el nuevo mundo feliz y mejor que debería venir después de ambas tragedias.

Al final de la guerra de los Cien Años, franceses e ingleses se prometieron no volver a enemistarse y ser mejores vecinos y seguramente, 300 años después, en la firma del Tratado de Westfalia para poner fin a otra guerra, la de los 30  años, los oradores han debido hacer otro tanto y se habrán prometido tolerancia nacional y religiosa para no repetir la pesadilla que vivieron.

Sin embargo, como todos sabemos, las guerras y las intolerancias no se acabaron. Nos siguieron atormentando, demostrando que nos podemos tropezar infinitamente con la misma piedra.

De manera, entonces, que no está asegurado que las tragedias nos hagan mejores. Lo que sí es seguro es que las tragedias nos cambian y la historia o la providencia, o ambas a la vez, nos dan las oportunidad de aprovecharlas para ser efectivamente mejores.

Veamos. Ciertamente la historia no es lineal y, sin duda, los enfrentamientos y las contradicciones son necesarias para que esta no muera como el agua que se estanca. Esto, que ocurre con la historia, ocurre también en la naturaleza y en el universo conocido. El origen mismo de ambos hay que conseguirlo en la entropía que dio origen al Big Bang original.

Dicho en otras palabras, el enfrentamiento dialéctico de contrarios es válido y consustancial a la vida del universo, las rupturas y los enfrentamientos no son entonces maldiciones divinas, sino fenómenos necesarios para que las cosas evolucionen.

Una tesis a la que se contrapone una antítesis y que produce una síntesis es la explicación de la dialéctica hegeliana, antes de que Marx y Engels “la pusieran patas arribas”. Sin esta lucha desaparecería la vida. Sin embargo, así como este proceso es esencial, lo son también y, quizás más importantes, los momentos en los que la naturaleza “metaboliza” esta lucha de contrarios y se dedica a contemporizar y armonizar y organizar el aparente desorden que le dio origen.

Una muestra de esta afirmación es el mismo cuerpo humano. Las células de los tejidos se dividen para reproducirse, pero al mismo tiempo, como cada tejido forma parte de un órgano, estas tienen que colaborar para realizar las funciones que le están encomendadas. En esta situación la convivencia se impone a la lucha interna. Más bien, cuando la división celular se descontrola, estamos en presencia de una patología que es el cáncer.

Estas leyes, que funcionan para el Universo, tienen sus bemoles en la historia porque los resultados de estos enfrentamientos no dependen de la libertad de los elementos ni de los electrones, sino de la voluntad de los seres humanos que la protagonizan. Los líderes, con su actuación, transforman la voluntad en fuerza eficiente y eficaz cuando la organizan y la convierten en causas y razones para luchar por ellas.

Regresando a nuestro tema, debemos recordar que, luego de la Primera Guerra Mundial, los líderes de los Estados resuelven crear la Sociedad de las Naciones. Teóricamente, se trataba del escenario donde discutiríamos los diferendos entre los Estados y donde pondríamos en obra el propósito de ser mejores de lo que habíamos sido cuando provocamos la tragedia bélica que nos trajo más de 50 millones de muertos.

La humanidad se encontraba en una encrucijada cuando Hitler comenzó a amenazar el orden salido del Tratado de Versalles y la esencia misma de la Sociedad de Las Naciones. Hemos podido evitar la Segunda Guerra Mundial y habernos ahorrado la pesadilla si Europa hubiese escuchado a líderes como Winston Churchill, en lugar de a mentecatos como Chamberlain y Daladier.

En conclusión, no fuimos mejores. Fuimos peores. Inventamos métodos más eficientes para matar y destruir al punto de que usamos la energía atómica para hacer estallar una bomba que, si bien logró la rendición del Japón con lo que seguramente se ahorraron muchas vidas si el conflicto hubiera continuado, dejó constancia de que ya el hombre había llegado al punto en el que tenía bajo su control el poder de destruir masivamente al adversario y a sus ciudades en menos de un minuto.

Como ya se ha dicho, hasta convertirlo en un tópico, el coronavirus ha mostrado lo mejor y lo peor de los seres humanos. Lo peor cuando vimos de nuevo a gente inescrupulosa especulando con mascarillas, geles y productos de primera necesidad. Cuando vimos gente como Maduro, aprovechándose de las medidas para aumentar la represión, para acrecentar la acción de sus grupos paramilitares y presionar el control social para mantener a los venezolanos encerrados, sin agua, sin luz y sin comida.

Pero, a la par de esto, vimos en todo el planeta la actitud de estos nuevos héroes sin capa y sin marketing, como los trabajadores de la salud, las policías, los barrenderos, los agricultores, los cajeros de supermercados y farmacias, que se fajaron en primera línea, poniendo de lado su salud y su tranquilidad.

Vimos igualmente esa revolución de los balcones, en la que millones de personas salieron a aplaudir  a los héroes, a cantar, a protestar también y a crear una nueva vecindad fundada en la solidaridad y la empatía.

Vimos gobiernos actuando bien y gobiernos actuando mal. A líderes que saldrán fortalecidos y otros que saldrán debilitados.

Aún no sabemos si seremos mejores, pero allí están las grandes cuestiones a debatir, la competencia o la solidaridad, la empatía o el odio. Son unos nuevos contrarios. Al liderazgo corresponde identificar a los mejores y construir una nueva sociedad.

No es seguro que gane una buena causa, pero a la mano están los materiales para construirla.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Entre anónimos e incógnitos, por Antonio José Monagas

@ajmonagas 

Las siguientes líneas no pretenden cuestionar la previsión esbozada como política de coyuntura establecida por distintos gobiernos, repartidos mundialmente mediante medidas sanitarias de obligatorio cumplimiento y asumidas en el marco de la pandemia que acosa al planeta. Pero sí plantean rebatir la manera de la cual algunas instancias, corporativas o personales, especulan o exageran su beneficio, uso y repercusión. 

Posiblemente, alrededor de lo que puede situarse debajo de tan contrariada escena, contaminada por el sarcasmo de quienes se toman ese manejo de modo equivocado, por ignorancia o petulancia, pudiera hallarse la explicación que pone al descubierto la impugnación que, en medio de estruendosos debates políticos, ha sido rebatida.

Sobre todo, en el seno de naciones desde cuyas jefaturas de Estado se han desatado ruidosas reclamaciones al mejor estilo retador. Por supuesto, en desconsideración de datos provenientes de la más exacta información y conocimiento sobre la materia en cuestión.

Pero no es esta la temática que busca explayarse a lo largo de esta disertación. Aunque no deja de mostrar su importancia y atingencia con el problema que ha provocado la peligrosa pandemia de COVID-19 causada por el nuevo coronavirus SARS CoV-2.  

El problema que busca describirse se corresponde con la postura que, en términos de la debida previsión en cuanto a prevención, cuidado y tratamiento, ha ido desfigurándose. Por supuesto, como producto de juicios individuales adelantados con base en meras conjeturas. O presunciones vacías. De modo que por tan obstinadas causas, todas carentes de auténticos fundamentos, han llevado a tener la escena, propia de películas del más arrebatado humor negro. Pero de una realidad social compuesta por anónimos e incógnitos. 

O sea personas de rostro oculto que bien pueden pasar por ladrones, policías de malos hábitos, militares aberrados, mercenarios desalmados, sicarios en faena criminal o colectivos guapetones en acción delictiva. Aunque también parecieran disfrazados, escondidos, camuflados, envueltos, conspiradores, encubiertos, herméticos, inasequibles, misteriosos, cerrados, desconocidos,  furtivos. Incluso, recién operados de algo que los afeaba. Pero que sin embargo, por tapados hasta ojos y cabeza, la careta y la capucha que se hizo prenda de uso común, sigue haciéndolos ver igualmente feos. Más aun, repugnantes y ridículos.  

Una categorización en prueba

De cara a lo que tal medida de prevención deja ver, medida esta equivocadamente concebida y practicada, es posible categorizar estos caras tapadas. Particularmente, en virtud de los prejuicios y actitudes que, por cada forma de ocultar el rostro, puede procederse. Así cabría considerarlos bajo las siguientes categorizaciones, a saber:

* Paranoicos u obsesivos

* Hipocondriacos o pesimistas

* Deportistas o activos

* Ambientalistas o conservacionistas

* Populares o conversadores  

* Exagerados o escandalosos

* Moralistas o farsantes

* Éticos o costumbristas

* Retraídos o reservados

* Legales o rigurosos

* Rústicos o campechanos 

* Cómicos o payasos

* Intemperantes o malgeniosos

* Puritanos o rezanderos

* Nerviosos o quisquillosos

* Perturbados o desarreglados

* Irritables o delicados

* Amorosos o cariñosos 

* Pendencieros o envalentonados

* Estrambóticos o raros

* Ingeniosos o perspicaces

* Perezosos o adormecidos

Aunque estas categorías no agotan la caracterización que identifica la personalidad de tantos anónimos e incógnitos que deambulan por las calles en horas de restringida libertad. Por tantas razones como individuos sean, hay quienes han manifestado que algo de esto será parte de las realidades que sobrevendrán luego de dejar atrás la susodicha pandemia. 

Ojalá esa opinión no sea tan agorera como en lo cierto pudiera ser. Porque no sería del todo afortunado que las nuevas realidades apegadas al ámbito sociológico y estado psicológico de quienes habrá de recorrerlas, vayan a verse sumidas en lo que “una nueva normalidad” pueda contener.

Menos, al pensar que el ser humano (pospandemia) tenga que tolerar una realidad diferenciada a partir de lo que podría prescribir una sociedad formada por personas cuya rareza sería más anormal que la normalidad que describe un mundo de hombres libres, críticos y pensantes. Y toda esa anormalidad sería, tristemente, la consecuencia -socialmente entendida- de estar viviendo entre anónimos e incógnitos.

 

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Así reaccionaron políticos, organizaciones y sociedad civil al ingreso de Venezuela al Consejo de Derechos Humanos de la ONU

A PESAR DE LAS NUMEROSAS ACUSACIONES e informes emitidos sobre violación de Derechos Humanos en Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro obtuvo un lugar en el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ante la noticia, diversas organizaciones, políticos y sociedad civil en general rechazaron que el país forme parte del grupo, pues en Venezuela se han cometido crímenes como torturas y ejecuciones extrajudiciales que quedaron registrados en el informe que presentó Michelle Bachelet en julio de este año. 

El Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea) publicó a través de su cuenta en Twitter que tanto en Venezuela como en Brasil (país que también fue electo) son dos Estados con serios cuestionamientos sobre su desempeño en DDHH. «Bolsonaro y Maduro son expresión del autoritarismo que sigue lesionando las garantías para los DDHH», afirmó. 

El abogado y defensor de Derechos Humanos, Mariano de Alba afirmó que la Elección de Venezuela al Consejo de #DDHH de la ONU por una mayoría de la Asamblea General es un llamado de atención a los países de la región. La diplomacia hay que ejercerla, no bastan comunicados y lo mediático. La tardía candidatura de Costa Rica demuestra improvisación.

El exalcalde de Caracas, Antonio Ledezma afirmó que :»No me extrañaría que si en la ONU se designa un comité antidroga, incorporen a un representante del Cartel de Cali o de Sinaloa o del Cartel de los soles. Así está el mundo, al revés. Que patada le han dado a las tumbas de los asesinados por Maduro y su pandilla». 

 

Otras de las reacciones de rechazo a través de Twitter fueron: 

 

 

 

La importancia prioritaria de lo social, por Roberto Patiño

LA TRAGEDIA QUE ESTAMOS VIVIENDO en el país ya afecta a todos los niveles de nuestra sociedad y nos impacta en lo individual y colectivo. Los graves problemas que padecemos se expresan en todos los resquicios de nuestra vida y nada de la terrible crisis que se sucede es ajeno a ninguno de nosotros.

Se produce una gran carga de desesperanza e impotencia, que son reacciones naturales ante la magnitud de la crisis. Pero estas reacciones no pueden mantenerse en el tiempo indefinidamente. Porque no solo tenemos que sobrevivir de cualquier forma a esto que nos pasa, debemos también superar la tragedia y lograr nuevas condiciones de vida, distintas a las actuales, positivas y de desarrollo.

Se produce así un proceso de resiliencia, en el que las dificultades, con su innegable costo de dolor y sufrimiento, dan paso a un proceso que supone el enfrentarlas haciéndonos mejores y más fuertes.

Este proceso exige de nosotros una gran reflexión. Tomar conciencia de nuestros aspectos más oscuros, pero también de los más luminosos. Reconocer errores, debilidades, ideas preconcebidas y falsas certezas, pero desarrollar nuevas capacidades, ampliar nuestra visión del mundo, reconocer valores que ignorábamos o a que llegamos incluso a menospreciar.

La crisis que atravesamos está precipitando este proceso, haciéndonos reflexionar sobre todos los aspectos de nuestra vida como personas, como sociedad, como país. Y una de las consecuencias de ello es la revisión que, desde distintos sectores, se está dando sobre nuestro sentido de lo social y de la importancia que debe tener para nosotros.

Ahora se vuelve evidente la necesidad del restablecimiento de mecanismos efectivos de convivencia, civiles, democráticos, inclusivos, de participación y vinculantes, ante la falta de alimentos y medicinas, el colapso de servicios, la debacle económica, la deriva dictatorial del Estado. Ahora el reconocimiento, la solidaridad y el encuentro de todos los sectores del país, son valores, herramientas, necesidades, todas vitales para la supervivencia y la superación.

A la par de las expresiones de tragedia que vivimos a diario, se producen igualmente otras expresiones de individuos y grupos que, desde este reconocimiento de la importancia de lo social, actúan sobre esa realidad dura y difícil, transformándola. Si nombramos a grupos como Provea, Fe y Alegría, o Foro Penal, o a personas como Susana Rafalli o Ana Rosario Contreras, tan sólo estaremos hablando de algunos de los múltiples ejemplos que se están produciendo en todo el país.

En nuestra experiencia particular, en el Movimiento Caracas Mi Convive y la organización Alimenta la Solidaridad, iniciativas en contra de la violencia y frente a la crisis alimentaria van sumando cada vez a más personas y sectores, para apoyarlas, participar en ellas y reproducirlas. El abordaje de estos proyectos no se da desde el oportunismo, la condescendencia o el asistencialismo, sino por el contrario, desde el respeto, el empoderamiento y el encuentro.

Hemos conocido casos de víctimas que han perdido hijos y padres por la violencia criminal o del Estado, que no solo se han superpuesto a la pérdida rehaciendo sus vidas y las de su familia, sino que también se han convertido en líderes influyendo positivamente en sus comunidades. Son un ejemplo para todos nosotros de cómo afrontar esto que estamos viviendo.

Quizá el sentido que debamos darle a esta terrible crisis que padecemos es el de que nos está dando la oportunidad de entender y asumir plenamente la importancia de lo social y el valor prioritario que debe tener en nuestras vidas y la de los demás. La crisis no puede servir para victimizarnos y ser doblegados, sino revalorizar lo mejor que hay que en todos nosotros y poder salir adelante.

 

@RobertoPatino

Ángel Oropeza Oct 18, 2018 | Actualizado hace 5 años
El último santo, por Ángel Oropeza

LO MILITAR TIENE QUE VER FUNDAMENTALMENTE con la defensa de la soberanía y la integridad territorial de un país. Esta es una función no solo importante para cualquier nación, sino merecedora de consideración y respeto. El militarismo, por el contrario, constituye una auténtica perversión social, generadora de repulsión y condena por sus efectos catastróficos sobre cualquier sociedad.

El militarismo es un fenómeno frecuente en países del Tercer Mundo y uno de los síntomas típicos del subdesarrollo. Y esto es así porque en las sociedades modernas, a diferencia de los países más primitivos, nadie discute que la fuerza militar tiene que estar subordinada al poder civil.

El militarismo tiene dos facetas principales. Por un lado, se entiende como la intrusión indebida de las fuerzas armadas en la conducción del Estado. Un país preso del militarismo es uno donde la población es convencida de que la fuerza armada tiene el derecho de tutelar el mundo civil y decidir sobre el destino de los demás.

La segunda faceta es igualmente perversa, porque supone la imposición a la sociedad de los códigos, lenguaje y formas de comportamiento castrenses, donde estos resultan no solo extraños sino inaplicables. En los cuarteles la vida está signada por necesarias relaciones jerárquicas de obediencia y mando. En el mundo civil la convivencia social está caracterizada –y no puede ser de otra manera– por la discrepancia de opiniones y por la heterogeneidad de criterios entre personas iguales. Imponerle entonces los códigos y maneras de actuar y pensar castrenses a esta complejidad social es tan contranatura que solo puede hacerse a través de la represión de unos y la sumisión de otros.

En América Latina el militarismo se ha expresado en gobiernos de distinto signo ideológico: Trujillo, Batista, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza, Perón, Duvalier, Castro, Pinochet son todos ejemplos de esta perversión militarista. Los últimos ejemplos que registra la literatura ocurren en nuestro país, con Chávez y Maduro como lamentables referencias.

El domingo 14 de octubre, el papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro la canonización de un valiente sacerdote, arzobispo de San Salvador, quien enfrentó con fuerza esta enfermedad del militarismo: Óscar Arnulfo Romero. A la edad de 62 años, y mientras oficiaba misa en el Hospital de la Divina Providencia, fue ejecutado por un francotirador al servicio de los violentos de su país. El día anterior a su asesinato, durante la homilía dominical en la Catedral de San Salvador, Romero había lanzado una hermosa y contundente proclama antimilitarista, que hoy resuena con contundente vigencia en esta Venezuela devenida en una inmensa cárcel cuartelaria:

“Quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

El régimen de Maduro, uno de los prototipos de la moderna represión militarista, o de lo que algunos denominan neogorilismo latinoamericano, emitió a propósito de la canonización de monseñor Romero un cínico comunicado de forzado júbilo. Lo que no dicen es que el último santo de la Iglesia llega a los altares justamente por haber enfrentado hasta con su vida el militarismo represor que ayer sometía a su pueblo y hoy oprime por igual a los venezolanos. Su voz sigue tronando en los cuarteles de quienes sostienen dictaduras: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”…

@AngelOropeza182

El Nacional 

Los cómplices, por Elías Pino Iturrieta

COMO LA SOCIEDAD, DESDE HACE AÑOS, ha permitido los desmanes de la dictadura, pueden ocurrir hechos tenebrosos que no reciben sanción, y repetirse sin que los perpetradores pierdan el sueño. El crimen de Fernando Albán no solo se explica por la existencia de una tiranía despiadada, sino también porque la sociedad ha labrado el camino para la multiplicación de los delitos de los gobernantes. Solo así se puede entender cómo, ante la presencia de un delito abominable, ante el exterminio de un hombre justo, apenas nos presentemos los venezolanos como plañideras de turno que volveremos a nuestra rutina después de atender las formalidades de un duelo que no pasará del mes.

La desaparición de Fernando Albán es obra de un sistema perverso, de unos sujetos sin nexos con la justicia y la misericordia, pero también de quienes no hemos hecho mayor cosa para convertirlos en memoria de lo que realizamos para volverlos papilla. No podremos recordar lo que hicimos para librarnos de la compañía de los demonios porque la hemos consentido, quizá porque seguramente forme parte de nuestra identidad como pueblo, de una desvergüenza de la que no podemos desprendernos por falta de costumbre, porque nos hemos sentido a gusto con ella a través de las generaciones. Un pueblo que se ha refocilado en el anecdotario del gomecismo y en la evocación de Pérez Jiménez, un pueblo que mete debajo de la alfombra las falencias de la democracia representativa para disimular la basura que ayudó a acumular no está para proezas que lo hagan irreconocible cuando se ponga frente al espejo o cuando lo observen en otras latitudes.

Hay diversos grados de responsabilidad en la acogida que hemos brindado a la “revolución”, desde luego. No se pueden pesar en la misma balanza, en relación con la búsqueda del bien común, las obligaciones de una madre sin dinero que apenas puede mantener a sus hijos trabajando como esclava, si se comparan, por ejemplo, con lo que se puede exigir a una gente de clase media que pasa por informada o ilustrada, pero que se desentiende de sus compromisos colectivos. Es evidente que sea perentorio pedirles explicaciones a los políticos sobre lo que no han hecho o no han querido hacer para librarse de un régimen espantoso, mientras se deja en el banquillo del futuro a las personas que con todo derecho prefieren la tranquilidad de la vida privada. Pero, después de las apreciaciones relativas, después de aplicar el filtro, no queda más remedio que hacer un solo saco en cuyo seno quepa mucha gente. A esa gente le sobran merecimientos para estar en la misma busaca gigantesca.

El Sebin no libró ninguna batalla para entronizar su horror. Los esbirros no se escondieron de la ciudadanía para graduarse de torturadores y para practicar sus métodos de tormento. A Óscar Pérez lo mataron sin ocultamiento ni rubor. Los uniformados que han disparado con sus fusiles en las manifestaciones lo han hecho sin ningún tipo de traba. El alicate de Conatel se ha regocijado en sus faenas, como si solo se tratara de cortar un cable capaz de causar daño al prójimo. La libertad de viajar se ha convertido en una lotería lícita, sin la preocupación de los viajeros. Y así sucesivamente, en materia de tropelías que parecen indoloras y bienvenidas. Han contado y cuentan con la licencia de la sociedad, es decir, con la vista gorda y la conducta cómoda de las mayorías, que viene a ser lo mismo.

Quizá suenen y sean excesivas estas letras porque también muchos venezolanos se ha jugado el pellejo para acabar con la dictadura, entre ellos numerosos políticos conocidos y desconocidos para quienes no caben sino afirmaciones de respeto, pero las cuentas no dan para que la suma sea contundente e irrefutable. La debilidad de las cifras nos mete en la estadística de la pusilanimidad, en el inventario de una aplastante indiferencia, hecho que conviene remachar cuando ha ocurrido un crimen que no solo importa por lo que en sí significa, por lo que tiene de aberración inadmisible, sino porque una gran indiferencia cívica de nuestra parte permitió que ocurriera. Ojalá que el sentirnos como colaboradores de una monstruosidad nos obligue a ser otros, nos haga renegar de lo que hemos sido y permita el rescate de los valores que no se refirieron hoy porque no se trataba de hacer una fiesta, sino de sugerir la rectificación reclamada por la oscuridad de la época.

 

@eliaspino

El Nacional

“Ser”, “estar” o  poder hacer, por Antonio José Monagas

 

LA POLÍTICA SE MANEJA SEGÚN LAS CIRCUNSTANCIAS. Pero de lo que no escapa, es de aquellas consideraciones que determinan la esencia y conciencia que, como relación biunívoca, se establece al momento de hacer de la política la causa y efecto de lo que puede imprimirle sentido al discurrir de cualquier sociedad.

O se “es”, quien asume de modo frontal una postura de convicción dirigida a cuestionar o aportar ideas o concreciones de fulminante impacto en una situación de caótica realidad. O se “está” apostado a lo posible en medio de lo que está sucediéndose en un espacio específico, en un tiempo determinado, y ante un problema en particular. Pero con la fuerza necesaria para conmover o transformar una realidad.

Se “es” o se “está”. He ahí el problema de fondo que trastoca variables y que, al no estimar, considerar y evaluar la situación-problema en cuestión, y en función de la injerencia que se tiene ante un proceso político, se afecta lo económico tanto como lo social que circunda el contexto donde dicha situación-problema se moviliza. Es ahí cuando surge un especio de “congelamiento” o de “apagón” de los esfuerzos que combaten las causas y efectos que incitan toda crisis en su disposición y dilación.

No hay duda al reconocer que el ejercicio de la política, se apoya en un léxico bastante nutrido. Esto hace que haya palabras cuya sinonimia puede confundir la narrativa empleada frente a consideraciones que lleguen a tener alguna equivalencia. Al menos, en lo aparente. Pero en el fondo del asunto, no hay posibilidad real ni tampoco imaginaria. Entre ellas, se mantiene una disociación dialéctica y semántica que podría aparearlas o comprometerlas de cara a una situación en particular.

Siempre se establecen diferencias que, aunque sutiles, tienden a marcar una distancia que hace que su manejo sea categórico en cuanto a sus acepciones. Por ejemplo, el espacio que se da entre términos tan categóricos como “ser” y “estar”, invitan a una reflexión que si bien puede ir más allá de lo que permite la brevedad de esta disertación, pudiera servir de soporte a una primera indagación que permita trazar el momento para el cual la conjugación política de tales verbos sirvan para exaltar o exhortar consideraciones de primera línea.

Puede inferirse que “estar” en el peor momento de una crisis, como en efecto lo está Venezuela, no lo hace “ser” el peor país del mundo. Así como no fue puntal para que, luego de tantos años, Venezuela se mantuviera en el sitial que la distinguió del resto de países que, por aproximación, circundaban el terreno geopolítico donde su dinámica tenía cabida. Todo así, a pesar de haber sido aquel país que demostró el talento necesario y suficiente para situarse por encima de categorizaciones o clasificaciones que para entonces tenían un concepto claro de lo que era una país en franco desarrollo político, social y económico.

Tal condición, no hizo que Venezuela fuera mejor que ninguno. Y tener tino epistemológico y hermenéutico para darse cuenta de que haber alcanzado dicho punto de inflexión, no habría determinado otra cosa que no fuera la referencia necesaria para hacer que una comparación fuera la motivación exacta para surgir entre los oprobios y estolideces sugeridas por concepciones amañadas de “revolución bolivariana o de socialismo del siglo XXI”, es asunto de una realidad que no se alcanzó. Ni tampoco logró sembrarse como cultivo de desarrollo, progreso y de crecimiento.

De manera que no hay otro camino que aquel que invite a reconocer que Venezuela será lo que su gente se atreva “ser” para así “estar” en el lugar que pueda merecerse por el esfuerzo que su gente pueda “hacer”. Todo, en aras siempre de superar los escollos propios del tránsito por la vida política, económica y social del país. Es lo que el siguiente aforismo hace ver cuando se trata del manejo político de las realidades ante las cuales oscila toda circunstancia. O sea, “ser”, “estar” o poder hacer.

 

@ajmonagas