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Alejandro Armas Ene 11, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
Sumisión ideológica

LEVANTÉ LA MIRADA POR ENCIMA DEL LIBRO en mis manos. Desde un banco en Central Park mis ojos se dirigieron hacia los rascacielos imponentes de Manhattan. No pude evitar preguntarme en ese momento si fue en uno de los edificios de la zona donde el autor del texto que leía decidió poner fin a su vida hace casi 30 años. Tras unos segundos, mis pupilas volvieron a posarse sobre Antes que anochezca, la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas. Mis primeras luces sobre la naturaleza del régimen castrista se remontan a una edad en mi niñez que no puedo precisar, cuando mis padres me hablaron de una isla de la que nadie puede salir sin permiso del gobierno, lo cual me impresionó mucho. Desde hace mucho tiempo sé qué tipo de gobierno es ese, pero leer el desgarrador relato de Arenas sobre un Estado policial y represor, la absoluta intolerancia a la crítica, la persecución de intelectuales disidentes y de homosexuales (como él) y el trato brutal a los presos políticos me ha permitido comprender aún mejor cuán horrorosa ha sido la experiencia estalinista en el Caribe.

El triunfo de la  Revolución Cubana acaba de cumplir seis décadas. La extrema izquierda mundial, y sobre todo la latinoamericana, lo celebra por todo lo alto, sin ninguna consideración a lo expuesto en el párrafo anterior, ni a la pobreza que hoy sigue embargando a la inmensa mayoría de los cubanos. El régimen venezolano, aliado número uno de La Habana desde el colapso del bloque soviético, no se iba a quedar atrás. Los mensajes conmemorativos estuvieron a la orden del día a lo largo y ancho del aparato propagandístico oficialista, incluyendo loas a Fidel Castro, un extranjero, por parte de representantes del alto mando militar venezolano. Es como si la victoria de los barbudos en el 59 fuera una efeméride nacional más, igual que la renuncia de Vicente Emparan o la firma del Acta de Independencia. La elite oficialista, tan dada a denunciar “ataques imperialistas contra la soberanía”, celebra con desparpajo el proceso político responsable de la más grave arremetida contra esa misma soberanía desde el bloqueo de 1902. No ve nada de malo en el hecho de que Arnaldo Ochoa, el mismo al que Castro mandó a fusilar por supuestos vínculos con el narcotráfico, estuvo entrenando guerrilleros en los alrededores de El Tocuyo para derrocar gobiernos electos democráticamente por los venezolanos. Tampoco considera repudiable el tosco desembarco de cubanos en Machurucuto con el mismo propósito.

Ahora bien, ¿a qué se debe esa adicción tan fuerte al régimen cubano? Para empezar, podemos hablar de una suerte de sumisión ideológica. Buena parte de la elite oficialista está compuesta por militantes de la extrema izquierda más rancia y recalcitrante, aquella que nunca valoró verdaderamente la democracia como garantía de participación libre ciudadana en la génesis de  gobiernos y de debate civilizado entre intereses e ideologías opuestos. Esa izquierda que, a diferencia de dirigentes lúcidos como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, nunca dejó de ver la lucha armada como forma legítima de tomar el poder. Una izquierda que en Latinoamérica ha idealizado a Fidel Castro y al Che Guevara como sus máximos héroes, por su apego a la ortodoxia marxista-leninista y por su habilidad para mantenerse en el poder por décadas. Esto nos lleva a una segunda explicación de las relaciones entre el castrismo y el chavismo. Sencillamente, los guerrilleros de Sierra Maestra y sus sucesores han demostrado ser unos verdaderos maestros en el arte de gobernar sin límites y sin oposición efectiva, un know-how irresistible para los jerarcas venezolanos.

A menos que aún no haya superado a su predecesor, Maduro es sin duda el mandatario venezolano que más viajes ha acumulado en tal condición. En estos recorridos suele estar acompañado por su esposa, lo cual significa que incluso más personas deben viajar para atender a la pareja y garantizar su seguridad, algo que choca con la austeridad que se esperaría de un país que no puede satisfacer su demanda de medicamentos por culpa de un “bloqueo imperial”. Sin embargo, una revisión de las trayectorias del avión presidencial en cielos extranjeros muestra claramente La Habana como el destino más frecuente, por amplio margen.

Esto no es cosa nueva. Chávez también fue un visitante bastante frecuente de la isla. Incluso antes de ser Presidente, con poco tiempo de haber salido de la cárcel de Yare, fue a Cuba, donde Castro lo recibió como si de un jefe de Estado se tratara. Mientras el cáncer lo consumía, Chávez encomendó su cuerpo a quirófanos cubanos y, según algunos reportes, rechazó ofertas de otros países. Así fue hasta el capítulo final de su vida, y para cuando volvió de su último viaje al otro lado del Caribe, su voz se había apagado para siempre. Maduro, quien recibió formación política (se imaginarán de que tipo) en Cuba en la segunda mitad de los años 80, mantuvo o exacerbó la tendencia de su antecesor. Solo en 2015, realizó cinco viajes a la isla, uno de ellos con el pretexto de celebrar el cumpleaños de Fidel Castro, como si un Estado que para ese momento acumulaba severas dificultades económicas pudiera darse el lujo de gastar en  los jolgorios onomásticos de un extranjero. Como si fuera pagar por el taxi de ida y vuelta para asistir a la fiesta de un amigo al otro lado de la ciudad.

En fin, estos recurrentes viajes de Chávez y Maduro no han tenido equivalencia por parte de sus homólogos cubanos. Obviemos desde luego las visitas de Fidel Castro en el 59 y el 89, y limitémonos a los últimos 20 años. Durante todo ese lapso las estadías en Venezuela del líder de la revolución, su hermano Raúl y Miguel Díaz-Canel han sido significativamente menos numerosas. Por supuesto, un estudio detallado del tema tendría en cuenta muchos más factores de los que caben en esta columna, pero si nos atenemos a la diferencia en la cantidad de viajes, es evidente a qué parte de la relación le interesa más mantenerse en contacto.

Comparados con Chávez y Maduro, los seis mandatarios del período democrático fueron viajeros internacionales mucho menos asiduos. Para el aparato propagandístico oficialista, aquellos presidentes fueron todos “vasallos del imperio yanqui”.  Pero estos vasallos al parecer no tenían mucho interés en ir al castillo albo a orillas del Potomac a besar el anillo de sus señores anglosajones. El total de visitas de presidentes venezolanos a Estados Unidos durante cuarenta años de democracia es muchísimo más bajo que el de vuelos de sus sucesores socialistas a Cuba. Rómulo Betancourt, particularmente vilipendiado por la versión chavista de la historia venezolana, hizo un solo viaje a Washington durante su quinquenio. Ah, y hay otro detalle: la reciprocidad equilibrada. John F. Kennedy ya había estado antes en Venezuela.

La relación estrecha con la Cuba castrista es uno de los aspectos más turbios y oprobiosos del proceso político que se ha apoderado de Venezuela. Ver a los miembros de la elite oficialista festejar la Revolución Cubana desnuda la sumisión ideológica y el desprecio por la historia venezolana. Estudiar nuestro pasado, así como los testimonios sobre la vida en Cuba y Venezuela bajo sus respectivas revoluciones más allá de la propaganda es la mejor forma de preservar nuestro pensamiento crítico ante el poder que siempre pretende imponerse en ambas naciones. Por eso, a seis décadas de la irrupción de Castro en La Habana, alzo un vaso de ron y brindo, no por su memoria, sino por la de Reinaldo Arenas y otros que nos permiten tal estudio. ¡Salud!

 

@AAAD25 

Víctor Maldonado C. Ene 07, 2019 | Actualizado hace 1 semana
El sexto elemento

CREO QUE DEBEMOS A GIOVANNI SANTORI la formulación de una pregunta crucial: ¿Cómo luchar en democracia, por la libertad y contra la corrupción? La respuesta apropiada es todo un desafío, sobre todo porque en el camino se puede perder la democracia, y con ella, toda ilusión y capacidad. Ha sido, obviamente, el caso venezolano. La democracia se derrumbó y cayó víctima del atroz populismo, de la fatal ignorancia de sus élites, del caudillo arquetipal y de un inconsciente colectivo que nos escora hacia un socialismo silvestre, un sistema errado de presupuestos y convicciones que operan como puerta franca a los autoritarismos, y en el caso que nos atañe, al totalitarismo más perverso.

Nuestro totalitarismo es híbrido. Es una mezcla caótica de ideología marxista, con sus aplicaciones castristas, y  el peor de los pragmatismos imaginable, porque se reduce a hacer todos lo posible para sobrevivir en el poder, sin importar costos sociales o cualquier tipo de violación a los derechos y libertades. Además, debido a ese mismo pragmatismo, totalmente abierto a constituir las alianzas más espeluznantes, bien sea con carteles de la delincuencia organizada, o con grupos terroristas que terminan apoderándose indebidamente, pero con cierta complacencia oficial, de porciones de territorio sobre el cual ejercen potestad e incluso soberanía. Parece inaudito, pero la única lógica que sobrevive dentro de un experimento socialista es que “todo vale” para mantenerse en el poder.

Por eso mismo esta descripción taxonómica queda muy incompleta si no describimos su funcionamiento, y calibramos las consecuencias de su permanencia. Debe quedarnos claro que este tipo de regímenes solo tiene como interés el retener el poder, porque sus objetivos se concentran en el saqueo sistemático de los recursos, y en combatir a sus enemigos de clase: el mundo libre, el mercado y la propiedad. Son sus enemigos porque no toleran nada que les haga sombra a sus propias tinieblas. Cualquier contraste los derrumba. Ellos, para sobrevivir necesitan ser el único argumento, la narrativa absoluta y la única versión imaginable, sin que haya posibilidad de contrastes. De allí el encierro, la censura, y la propensión a sustituir el conocimiento y el sentido común por teorías “conspiparanoicas” donde las consecuencias se cercenan de las causas, y el sentido común naufraga en el mar tempestuoso de una avasallante propaganda oficial. Todo este esfuerzo necesita afanosamente simplificar al individuo, despojarlo de criterio, obligarlo a pensar de acuerdo con la conveniencia del régimen. Requiere de la degradación del ciudadano hasta el sujeto idiotizado, elemental, conforme, dependiente y servil que no es capaz de imaginar la libertad.

No ocuparse del país los muestra a los ojos de los incautos como sumamente ineficientes. Pero es otra cosa, no es solo que no saben hacer, es que además no les importa. Lo de ellos no es atender las demandas ciudadanas, prestar el servicio eléctrico, garantizar el agua potable, suministrar alimentos o hacer viable el sistema de salud. Para ellos gobernar es solo la excusa para instrumentar sistemas sofisticados de saqueo de las finanzas públicas. Y lo hacen aun a costa de destruir la moneda, vaciar las reservas internacionales, arruinar la empresa petrolera estatal y devastar los recursos del país. Ellos, los supuestos constructores de un futuro perfecto, son la única causa de que no haya posibilidad de futuro alguno.

La perversidad, la mentira, las operaciones psicológicas y la propaganda son también parte de su saber hacer. Todo el aparato estatal se va especializando en la simulación. Necesitan garantizar la preeminencia de una ficción, la alienación a una falsa realidad, sembrar las dudas sobre lo que la gente realmente padece, jugar a la lotería social, hacerles ver incluso que algunos de ellos, los más fieles y leales, pueden llegar a ser partícipes de ese mágico milagro de estar “donde hayga”. Para ellos el saqueo del país es un privilegio reservado a “sus mejores”.

Pero para que toda esta trama funcione adecuadamente tiene que ir adornada de una lucha constante a favor de “nuevos derechos para las minorías”, mostrándose como puerta franca a cualquier exacerbación progresista. Los socialismos son, en ese sentido, paradójicos. Sus ciudadanos están muertos de hambre, pero muy orgullosos de los “derechos” que tienen “garantizadas” las minorías que ellos inventan y luego exacerban. No hay derechos humanos, pero dicen respetar a las minorías.  El “lenguaje inclusivo” opera como una trampa adicional: destruye el lenguaje, perturba los significados, y aplasta la verdad debajo de los nuevos convencionalismos. La realidad, ahora carente de la posibilidad de ser narrada con limpieza y claridad, termina siendo partícipe de ese caos que solo conviene al saqueo. La perversidad consiste en sembrar la confusión, evitar la reflexión unívoca, alejar la situación concreta, y colocar a la gente en una nebulosa montada a propósito para evitar la objetividad que necesita la disidencia para plantear el proceso de diferenciación.

El régimen juega a eso, a la paradoja constante, a remover las entrañas, extirpando lo poco o mucho de raigambre moral que le quede a un venezolano que tiene razones para estar amargado, que además está hambreado y sofocado por las terribles circunstancias que le ha tocado vivir. El ciudadano, expuesto a un circo psicodélico, no tiene demasiado claras sus opciones, porque el socialismo los somete a un bombardeo psíquico que los obliga a desconocer su propia condición humana para terminar siendo una comparsa. El régimen se ufana de un control eficaz de la población, pero se niega a cuantificar los costos. Esa receta es cubana. El poder defendido desde una trinchera. El poder transformado en su propia finalidad. No es control legítimo sino los resultados de vivir sin derechos, diezmada la esperanza, víctimas de las embestidas del régimen y de la desbandada de los que no soportan.

Lo cierto es que hay mucha impudicia al exhibir tanta destrucción. Pasearse por las calles del país es apreciar con dolor tanto tiempo perdido para el ciudadano. El estado en sus términos convencionales, tolerado porque está diseñado para proteger la vida, la propiedad y la soberanía, cuando se le confiere demasiado poder, comete traición y se convierte en un fin en si mismo. En los socialismos es todavía peor, porque se transforma en un depredador que también practica una indiferencia atroz. El ciudadano luce desvalido. Todo ha quedado de su mano. Las carreteras quedan abandonadas a su suerte, monumentos y estructuras lucen derruidos. La oscuridad es la única compañera de las noches en cualquiera de nuestras ciudades. Empresas cerradas dan cuenta de la imposibilidad de convivir con el destruccionismo por diseño. Las empresas públicas corrieron la única suerte que podían tener, el saqueo de su talento y de sus capacidades productivas. Hospitales y centros de salud dejan de funcionar. La moneda pierde su sentido. La economía estalla y ya no envía las señales pertinentes para poder hacer el cálculo económico. Una tormenta perfecta.

El socialismo, que se atribuye el remoquete de “científico”, reniega de la razón y el sentido común. Desvalija el sistema de mercado para colocar en su sustitución el régimen de controles, como si fuera posible manejar la sociedad a través de un sistema de planificación centralizada. Confunde soberbia con conocimiento. No es capaz de discernir entre capacidad y posibilidad. Abjura de la herencia civilizacional para reemplazarla por un misticismo ideológico y un odio sistemático, donde ellos operan como chamanes confabulados con la fuerza bruta del que ejerce la tiranía. El resentimiento los coloca en posición de devastar el régimen de propiedad y creer que lo pueden sustituir por el voluntarismo estatista. Los resultados están a la vista: La gente se está muriendo de hambre.

En el transcurso ocurre un desmontaje atroz de la empresa privada. El fidelismo la estatizó completamente. La versión remozada de la vieja receta castrista abrió un dossier de posibilidades: estatización forzada, intervención de la autonomía de las empresas a través de controles, y “el modo Putin” de control económico: sofocar a los empresarios indóciles hasta obligarlos a la venta de sus empresas, que quedan así en manos de los amigos del régimen, los “enchufados”. Otra versión de la misma estrategia es la que permite el acceso preferido a privilegios cambiarios y de cualquier otro tipo a una cofradía limitada de empresarios que se dejan manosear a cambio de ser los testigos de “una economía sana”, llena de oportunidades, donde se pueden hacer alianzas con el gobierno, que resultan “favorables” para el país, que no aprecian la necesidad de mantener una visión holística del momento, y que por lo tanto dicen que es posible aislar la economía de cualquier cosa que ocurra en la política. Toda experiencia socialista tiene sus espacios para el ejercicio del cinismo. Por eso la justificación suele ser dramática y con tintes supuestamente heroicos. Los que se acercan a las vetas de la corrupción y se benefician de ellas dicen que ese resulta ser el precio que deben pagar para mantener la empresa abierta y los empleos asegurados. Una muy conveniente ceguera que llena sus bolsillos, al costo social de mantener la ilusión de un sector “privado” relativamente autónomo, alejado de la diatriba partidista, militante de las negociaciones y el diálogo, que “practica” un falso pluralismo y que propone una versión de la realidad donde la democracia está “ligeramente tutelada” por la ideología oficial. ¿Los identifica?

El poder totalitario se corrompe tanto como mantiene una obstinada vocación para corromperlo todo. Dicho de otra manera, el análisis no solamente tiene que considerar la descomposición progresiva del orden totalitario, sino sus efectos en el resto de la sociedad cuando se somete a la terrible circunstancia de vivir en la ilegalidad para poder sobrevivir. La sobrevivencia produce otra mirada, más complaciente, más resignada, o tal vez más ansiosa o alucinada. La consecuencia  es que reduce a la desolación y a la servidumbre, como si de un remolino se tratara.

Pero lo más grave no es la desolación que provoca un régimen corrupto. Es la capacidad tremendamente astringente para disolver la integridad de quienes estarían llamados a confrontarlo. El sexto elemento es ese, la corrupción como operadora política de alto nivel, la práctica del cinismo como cultura predominante y excusa perfecta, el abandono de los valores como referentes, la extraña liberalidad con la que se asume la vivencia del totalitarismo, y esa sospechosa forma como asumen los tiempos de resolución, sin apuro, con pausas, lleno de emboscadas, con infatuaciones coreográficas, dejando indemne al régimen que dicen combatir. Y de nuevo, fomentando la desolación de una ciudadanía que no puede o no quiere comprender.

¿Qué es lo que el ciudadano no quiere comprender? Que el régimen tiene muchas formas de preservarse en el poder. Pero entre las más clásicas está el estímulo de la corrupción como forma de practicar el chantaje, ablandar progresivamente las conciencias y bloquear cualquier estrategia de coraje. Eso es mucho más masivo y más económico que la represión pura y dura, reservada para los más irreductibles. El escándalo continental provocado por Odebrecht da cuenta de cómo operó el buque insignia de la política socialista de apaciguamiento y domesticación. Miles de millones de dólares repartidos entre comisionados y comisionistas para salvaguardar las bases de los socialismos reinantes. Grandes, pequeñas y medianas prebendas repartidas generosamente para aquietar los ánimos y hacerlos poco menos que comparsas negadoras de lo que verdaderamente está ocurriendo.

La lucha política está contaminada por quienes no asumen que el cambio es posible porque el statu quo les resulta el máximo conveniente de sus posibilidades políticas, bien sea porque solamente sobreviven en ausencia de competencia abierta, o porque han aprendido a vivir muy bien del rol que los ubica como eternos partidos de oposición light. Sobreviven porque son parte del decorado totalitario. Y lo peor, saben que no sobrevivirían ni un minuto a un proceso de transición democrática.

El totalitarismo del siglo XXI ha usado la corrupción como herramienta útil de sometimiento. Ha envilecido los “deberes posicionales” (Garzón Valdés, 2004), aquellos deberes que se adquieren a través de algún acto voluntario en virtud del cual alguien acepta asumir un papel dentro de un sistema normativo. Esos deberes se han convertido en privilegios. Le han dado la espalda al sentido republicano del ejercicio del poder. La corrupción es no cumplir con esa obligación que viene con el liderazgo y el poder, es la traición a la confianza social otorgada, es la falta de cooperación con las expectativas sociales.

Te dan un cargo, ofreces con altisonancia y luego aflojas al momento de las acciones. La corrupción se aprecia entre la contradicción brutal entre el discurso y la práctica. Opera a través de la participación en un grupo que intenta influenciar en el comportamiento de los otros a través de promesas, amenazas o prestaciones prohibidas por el sistema normativo relevante, para obtener algún beneficio o ganancia indebidas. Esta trama grupal, mafiosa, subterránea, nunca la vemos, pero la percibimos en la decepción que generan esos operadores institucionales.

La corrupción es una inmensa y extensa telaraña, que no puede dejar de presumirse. Lo trágico es que, en el socialismo del siglo XXI, es además el mismo sistema normativo que favorece, enaltece y propicia la impunidad y la corrupción, porque ellos proponen y ofrecen que “dentro de la revolución ¡todo es posible!”. Vivimos un sistema normativo de complicidades y de corrupción abierta. Ese sistema y sus pueriles expectativas es lo que se tiene que abolir, porque el sexto elemento sostiene al socialismo del siglo XXI a pesar de sus muy malos resultados.

Debo finalizar advirtiendo con las palabras de Santo Tomás Moro, patrono de la política, que esa telaraña de la corrupción es una trampa que no podemos seguir ignorando. Está más cerca de lo que imaginamos, no podemos seguir suponiendo que afecta a los otros, a los malos, solamente al régimen, porque “si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos para temer que la maldad destructora (la corrupción) no tardará en acercarse a donde estamos, de la misma manera que sabemos por experiencia cuán grande e impetuosa es la fuerza devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano”. Hoy más que nunca es imprescindible la restauración moral de la república, que solamente se logrará con cualquier modalidad de ayuda que restaure el bien y destierre el mal.

@vjmc

De la Cajita Feliz a la caja Clap: el país en un McDonald’s, por Nelson E Bocaranda

SOLO HAY TRES CARROS EN EL ESTACIONAMIENTO. Nosotros vinimos por un helado, pero “no hay”. Esa condición, ya cotidiana, somete nuestro plan a un rediseño improvisado. “En 20 minutos está listo el arreglo de la máquina de helados”, dice la gerente con la seguridad de cualquier líder autoritario.

La mujer parece no haber notado que el reloj que guinda de la pared, cubierto por una capa de grasa fresca, todavía tiene 30 minutos de adelanto desde aquel revés en la hora oficial. El plan se convierte en ir al parque del local a esperar el plazo de arreglo de la máquina.

Hace seis años venir a McDonald’s era una experiencia grata. Valía la pena hasta parar solo a comprar sus distintivas papas: un estándar internacional en el recubrimiento arterial y aumento de colesterol global. Pero el país cambió y McDonald’s logró salvarse.

Atrás quedaron los tiempos en los que había un cajero y un asistente. Mientras uno tomaba la orden el otro iba armando el pedido incluso antes de que la tarjeta fuese aprobada por el punto de venta; era usual que las tarjetas pasaran y más usual todavía que el comensal tuviese saldo para pagar. El proceso en la caja ya no es así y el asistente, como muchos otros, ya se fue del país. Montar la orden significa que primero la tarjeta debe ser aprobada. Y la cocina, que antes tenía estaciones de comida llenas de empleados atentos a la pantalla de pedidos y vibrando para completar órdenes, se resume hoy a tres tristes empleados.  

McDonald’s estaba en todos lados. No existía feria que no tuviese al menos una “Estación de Postres”  (invento que llegó también a estar repleto de clientes). Estaba en todos lados: centro comercial que se respetara tenía uno. Incluso, se podía medir la calidad de un centro comercial por el tamaño del establecimiento. Este año van al menos siete cierres de locales. El primero al que fui -antes de llegar al que no tenía helados- ya no existía. Solo quedaban las cicatrices que dejan la remoción de estos locales, una santamaría cerrada, unas mesas de fibra de vidrio sucias y la silueta de un parque en el que no hay niños que “deben estar acompañados por sus padres”.

En Venezuela, uno de los primeros países del mundo en tener un McDonald’s fuera de tierras norteamericanas, la franquicia se convirtió en un símbolo de progreso. Las ciudades se llenaban de orgullo en la década de los 90 al estrenar la franquicia. Se decía que si una ciudad no tenía un McDonald’s no podía llamarse así. La famosa Cajita Feliz y sus juguetes llegaron a ser parte de nuestra cultura pop y el arbolito de navidad de muchos hogares venezolanos -casi sin importar sus recursos económicos- tenía figuras de Garfield, Los Pitufos y Snoopy, todos provenientes de la casa de los arcos dorados.

Hoy, que la felicidad pretende venir en forma de Clap, ya no hay juguetes reconocibles en la cajita. Ni en la de comida subsidiada ni en la de nuggets o mini hamburguesas “imperiales”. Ahora traen, en el mejor de los casos, frisbees con una calcomanía de McDonald’s acompañados por una regla de 15 centímetros en plástico rojo o amarillo. Ya ni preguntan si el beneficiario es niño o niña. Ni tampoco si se quiere maní con su sundae. Hoy no hay ni “cajita” y con un juego de adivinanzas en cartón tampoco hay “feliz”.

Ya no sé si se cumplen cinco  o más años sin papas fritas. No lo sé porque me rehuso a buscarlo. Ya se siente vieja la sorpresa de la arepas fritas como acompañante a una BigMac y su posterior caída en desgracia con las McYuquitas. Atrás quedaron los viajes con mi abuela solo a comer papas y helado. Las papas de McDonald’s formaban parte de un estándar mundial por su olor y su sabor y, posiblemente, haya sido lo primero que dejó de ofrecer McDonald’s cuando el socialismo perdió su encanto y la utopía de CADIVI llegó a su fin.

McDonald’s sin papas perdió su ethos. Su identidad. McDonald’s no era Tropiburger. No pudo acompañar nunca su Big Mac con arepitas fritas, aunque lo trató de imitar. Tampoco era Arturo’s para ofrecer yuca frita a sus combos. Lo hizo por instinto de supervivencia. Y sigue vivo, pero ya no es lo que era antes. Ya no tiene lo que tenía antes. El sabor. La identidad. La cercanía. Su sorpresa. Idéntico a la revolución. Al país.

No hay ensaladas. No hay nuggets hoy, cebolla mañana y tocineta casi nunca. Los refrescos llegan sin gas y solo dan “una servilleta por orden” y una salsa de tomate que ya no viene empaquetada. Hay innovación sin ingredientes, sin ampliación real de un menú cada vez más reducido a lo disponible. Hoy el McCafé ya no es un espacio “premium”, es solo una marca de un empate con cemento de otro color en el piso.

El Mundial de fútbol vino y se fue sin una promoción de vasos de Coca Cola. Pocos millennials conocen la entrada en circulación de los juegos de vasos de vidrio curvos con el logo y los colores de la ciudad huésped del Mundial. Lejos quedaron los momentos en los que los recreos de algunos colegios se llenaban de balones del Mundial forrados con los logos de Coca Cola, FIFA y McDonald’s.

El gobierno venezolano hizo un esfuerzo en el año 2014 por mejorar la calidad de la ingesta de sus ciudadanos bajo el eslogan «Agarra dato, come sano». Dos años más tarde, la emblemática Big Mac desaparecería del menú, pero no en beneficio de la calidad de vida y la nutrición de los ciudadanos -que hoy padecen por la escasez de alimentos-, sino por la dificultad para conseguir materia prima de calidad, mantener costos y poder ofrecer el producto insigne de la franquicia de los arcos dorados. Hoy una familia con hijos debe sacar cuentas antes de sentarse en un McDonald’s, que durante mucho tiempo fue una opción de comida rápida para un público más variado.

A una parte del país ya no le hace tan feliz otra caja: la de los Clap, en las que el gobierno vende comida subsidiada, de baja calidad y dudosa procedencia.

Ni el McFlurry se salva. Quedó para presagiar el próximo desastre.

@randompiece 

Laureano Márquez P. Sep 12, 2018 | Actualizado hace 1 mes

 

Querido Jim:

Te admiro mucho, pero a veces parece que la incapacidad de las estrellas de Hollywood para entender la política es directamente proporcional a su talento escénico. Reagan siempre fue un actor de muy poco talento, gracias a Dios. Leí que te invitaron al programa “Real Time with Bill Maher” de HBO- donde dijiste: “Tenemos que decir sí al socialismo, a la palabra y todo”. Quizá para ti, como para la humanidad entera, la palabra “socialismo” es una palabra que suena bonito. Todo el mundo quiere definirse como socialista, hasta los de derecha: a Rajoy lo tildan de “socialdemócrata” y seguramente lo es.

Socialismo es entendido en términos cotidianos como antítesis de egoísmo, sinónimo de preocupación por los demás, de distribución equitativa de la riqueza, de apoyo a los más débiles y sus necesidades, de procurar salud y educación para todos, etc. Y eso es bueno, eso lo quiere hasta la derecha primermundista. Parece que esa tradicional división entre derecha e izquierda en términos ideológicos ha ido mutando, ya lo que más inquieta a la gente es que sus gobiernos sean eficientes, honestos, que cumplan con sus obligaciones constitucionales y casi todas las constituciones contemplan un profundo contenido social.

Así pues, al menos en los países desarrollados, lo que hay son socialismos, con matices de izquierda o de derecha. Uno supone que es a eso a lo que te referías cuando señalas: “tenemos que decirle sí al socialismo” y pones como ejemplo a esa magnífica nación que es Canadá. En tal sentido, no habré de caerte encima como si hubieses grabado una cuña para el Saime.

Sin embargo, menester es decirte, que bajo el nombre de “socialismo” se ocultan hoy profundas amenazas, curiosamente, en contra de lo que suele considerarse como socialismo, escondiendo un autoritarismo intolerante puro y duro, cuando no una abierta dictadura. No es casual, Jim, que el neofascismo esté floreciendo justo en la Alemania que era socialista.

Si evaluamos el caso que más cercano tenemos nosotros, el de Venezuela, lo que encontramos es justamente eso: nuestro régimen no es -válgame Dios- la antítesis del egoísmo. Muy por el contrario, no hay nada más egoísta que apropiarse de lo que es de todos, desde el poder, hasta los dineros públicos, en esa forma de gobierno que padecemos y que, desde que pasó el gran cometa Haley, ha dado en llamarse “cleptocracia”.

En Venezuela, querido Jim, -por lo que te acabo de contar- no hay distribución equitativa de la riqueza, ésta se ha concentrado, como pocas veces en nuestra historia en muy contadas manos.

Los más débiles en Venezuela están a la buena de Dios, huyendo del país como pueden, sin salud, sin medicamentos y sin alimentos, tragedia a la que se le suma la negación de un régimen que afirma que nunca la población había estado tan bien y que incluso habría que cobrarle al gobierno colombiano el bienestar del que disfrutan sus ciudadanos acá. O sea. En Venezuela, querido Jim, los niños están dejando de ir al colegio, bien porque tienen que buscar cómo sobrevivir y ayudar a sus familias o porque no tienen fuerzas para ir al colegio por falta de alimento.

En Venezuela Jim, le hemos agarrado tirria a la palabra socialismo, representa la opresión contra un pueblo, la destrucción de una nación floreciente y la desesperación de sus ciudadanos.

 

@laureanomar

Están caídos… y no lo queremos ver, por Orlando Viera Blanco

@ovierablanco

ovierablanco@vierablanco.com

“EL PADRINO” CARLOS VASALLO me envió un trabajo del polémico periodista Argentino Jorge Lanata analizando la vida de Maradona. No muero por el fútbol como si por el béisbol pero el titulo me sedujo: “Maldito. ¿Quién lo es?”. Lo que intentaré reseñar no es la historia de un Dios de la pelota en el verde, sino de la vida misma. Un trabajo trepidantemente revelador que desborda una sinfonía de metáforas aplicables a cualquier realidad. Al decir de Carlos Rangel en su obra “Del buen salvaje al buen revolucionario”, es desnudar la neurosis latinoamericana que nos inhibe y nos atrapa.

Se estan yendo. ¿lo vemos o nos vemos?

Cesar Luis Menotti-técnico de la selección argentina mundialista de 1978-hace del auge, coronación y caída de Maradona un concierto. El técnico expresa sin aliños quien fue el pelusa en el campo. ”La grandeza de sus piernas no corría a la velocidad de la cabeza de un crío convertido en el pibe de oro a 26 años de edad. Una cosa es juzgar a Maradona en el momento más grande de su historia y otra cosa hacerlo en su decadencia. Pedirle a Maradona hoy que sea el Diego de la mano de dios o del gol del siglo que dribló a 6 ingleses en 60 metros y 10 segundos (mundial 1986), es desproporcionado. De allí una premisa de vida: Reputar el presente de cara a lo que fuimos en el pasado-aun siendo causal-conduce a juicios fantasmales, falaces, mitológicos…

El entrenador personal de Maradona, Fernando Signorini-responsable de la rehabilitación de Maradona tras caer en droga-hizo importantes revelaciones. Lanata le preguntó sobre el incidente de Nápoles [Mundial 1990] cuando el Himno Nacional Argentino fue abucheado por las hinchas en el partido contra Italia. Maradona le respondió al público con un escandaloso hijo de p…Signorini reflexiona: “¿Cómo pedirle a ese chico que sea diferente a lo que fue, que le hizo salir de abajo y convertirse en un Dios? ¿Es que acaso estando ahora en la cima del cielo le importa ser distinto a quien siempre fue?”. Cuidado con juzgar a otro por lo que yo no pude ser. Siempre será una aproximación frustrada e incompleta.

El cierre de Jorge Lanata, lapidario. Frente a un espejo se pregunta, nos pregunta: “¿Es maldito Maradona o lo somos nosotros a quienes nos gusta ponerles trampas a los dioses para verles caer como personas, como nosotros mismos? […] Somos un espejo de lo que no queremos ver, de nuestros miedos y debilidades. Carencias que queremos ver en otros para sentirnos mejor”. Y me pregunto, mutatis mutandis: ¿Queremos que se vaya este gobierno o es acaso representación neurótica de lo que no queremos reemplazar? ¿Flagelación? ¿Mito o realidad?

Una generación de edición limitada

El periodista Carlos Rangel, advertía en una entrevista (1983/Primer Plano), que si la dirigencia política venezolana no detenía la impudicia socialista, repartita, que nacionalizó el petróleo para intervenir y controlar más, iríamos directo a una dictadura sanguinaria. “No como la de Gómez de pocos presos y caídos o la de Pérez Jiménez, de poco paredón o exiliados, sino realmente autoritaria, violenta, devastadora”. Y llegó. Denuncia Rangel ese complejo de “buen salvaje”, ese mito devastador de creer que venimos de tierra de gracia y paradisiaca exterminada por la mala influencia del conquistador hispano. No acabamos de reconocernos como una sociedad mixta capaz de ser libre, emancipada de la tutela del Estado. Preferimos “fabricar Dioses o Adanes pervertidos por la fruta prohibida”, que convertirnos-cada quien-en hacedores de libertad. Nos han sembrado el socialismo falso dizque redentor, el marxismo barato, igualitario, pobre, muy mala versión del cristianismo comunal. Una generación limitada…

Del buen salvaje al mal revolucionario

Durante 15 años vimos a Hugo Chávez Frías como un Dios. El mejor pelotero, el monstruo de la política o el mejor mariachi. Durante décadas han adorado al Che Guevara, Pol Pop, Mao, Fidel, Stalin o Lenin. No trato ahora de aliviar un milímetro la irresponsabilidad de ninguno de ellos. No excuso ni escudo los excesos, omisiones o desmanes de Maradona et all.  Quedarnos pegados en el espejo de la historia taladrando prejuicios inmovilizantes es un autogol que nos impide ver y hacer cosas. Este gobierno perdió vigencia hace rato. Está ido. Y no lo queremos ver. Perdemos tiempo colocándole grilletes tanto a aliados como a adversarios sin darnos cuenta que nos amordazamos nosotros mismos. Es el síndrome de la neurosis latinoamericana que nos autodefine como una tribu miserable hacedores de imágenes y santos para salir del infortunio.

Hace tiempo que teníamos que haber expulsado a muchos falsos dioses de nuestras vidas. Sigo con el profeta Carlos Rangel (ob. cit.): “Dejemos ser víctimas. Delatores de la América hispana y presas de una virginidad primate idealizada que jamás fuimos”.  Soltemos las marras, la oda al mesías. El buen revolucionario no es hablar mal de Colón o bien de Marx. Es ser libres por acción propia. La libertad no se mendiga.  Dejemos ir a los Maradonas…Sólo existe un Dios y está muy ocupado (dixit JJ Rendón).

Se están yendo y se irán cuando lo decidamos. No le hagamos más trampas a los dioses:. Descansa en paz Maradona, y otros…

Los Runrunes de Bocaranda de hoy 04.09.2018: MEDIO: Ilusiones falsas
MEDIO
OTRO ENGAÑO ROJO: 

Viendo el éxito de los médicos venezolanos graduados en las Facultades de Medicina de las universidades reconocidas como la UCV, LUZ, ULA,UC y UCOLA al conseguir trabajo de inmediato y llegar hasta altos cargos en las escuelas médicas de Chile o ganándose premios por su desempeño en Estados Unidos y Gran Bretaña, no se le ocurrió mejor idea a los “médicos comunitarios aupados por Chávez y Fidel” que presentarse en países como Perú y Ecuador con su “experiencia y credenciales rojos rojitos”. Bajo engaño les prometieron Fidel y Hugo que serían “exportables dada su preparación”. La ilusión de verse graduados en cadena nacional con Chávez, Maduro y los jefes cubanos no les permitió ver la pobreza de su preparación, donde ni siquiera abrieron un cadáver, sino que vieron solamente videos de operaciones. Ya en Perú, donde un grupo de estudiantes locales habían viajado al “curso de medicina integral” dictado en Caracas, se tenía conocimiento de la mediocridad e ignorancia de dichos “médicos graduados”. Inculcar la ideología marxista era la principal razón para los cubanos. En Lima a los estudiantes peruanos se les hizo un examen para revalidar los conceptos teóricos y todos fueron reprobados. Pues a ese país se presentaron los primeros migrantes venezolanos que creyeron serían aceptados ante lo que habían leído en los medios y redes. Ni un chequeo general a un paciente supieron hacer. Desde la explicación de los órganos del cuerpo hasta la escritura de los récipes sufrieron desaprobación absoluta. Ilusiones falsas que repartió y sembró el caudillo de la mano de Cuba. En ningún país llenan los requisitos. Lo grave es que la mayoría sabía que estaban siendo estafados por la “robolución” pero entre la ideologización y las prebendas se hacían los locos.

D. Blanco Ago 24, 2018 | Actualizado hace 6 años
Hecho el pendejo, por José Domingo Blanco

 

Iniciaré estas líneas pidiéndoles que enumeren una sola cosa que a Maduro le haya salido mal desde que asumió la presidencia. ¿En qué ha fallado Nicolás? ¿Qué parte de su plan no ha salido como esperaba o no ha cristalizado en los tiempos establecidos? Lejos de debilitarse, Maduro y sus secuaces avanzan a grandes zancadas hacia la consolidación del nuevo modelo comunista -uno reinventado, repotenciado o reloaded– para el que nuestro amado y golpeado país ha servido de prueba piloto.

 

Desde antes de los anuncios del pasado 17 de agosto, me he dado a la tarea de desgranar minuciosamente la estrategia del régimen, intentando encontrar las razones de su éxito. Porque, aunque a muchos no les guste escucharlo, este desgobierno ha sido exitoso. Y pienso que ese, quizá, ha sido nuestro mayor error: no hemos querido reconocer que estamos frente a un enemigo muy astuto, al que hemos subestimado. Llevamos casi dos décadas creyendo que los “errores” –deliberados- que comente, la miseria que ha generado y las muertes que ha causado, son razones suficientemente convincentes que lo conducirán hacia el fin de sus días de opresión. Hemos creído que son los detonantes que provocarán el ansiado estallido social “porque esta situación, ahora sí es verdad, que no la aguanta nadie”. Y no es así. No será así. No lograremos cambiar el modelo, ni sacar a quienes tienen la responsabilidad de aplicarlo, hasta que no cambiemos el paradigma y dejemos de pensar que “Maduro es un bruto, que no sabe lo que hace”. Lamento contradecir a muchos: Nicolás sí sabe lo que hace, y está rodeado por unos cómplices, cohesionados e indolentes, dispuestos a llevar este sistema hasta sus últimas consecuencias.

 

Todo lo que ha hecho el régimen durante estos años le ha servido para arraigarse en el poder. No importa si está al margen de la justicia. No le interesan las acusaciones, ni las amenazas, ni las sanciones internacionales. Este régimen ha tenido suficiente tiempo gobernando como para edificar su fortaleza. Transformar a Venezuela en su bunker impenetrable, con suficientes riquezas y recursos como para vivir -ellos, los de la élite en el poder y sus encubridores- por 20 o 30 años más. Lo han logrado porque su Plan de la Patria, es el Manifiesto Comunista rediseñado, actualizado y mejorado, y lo han venido aplicando como una “fórmula mágica” que comienza a dar los resultados esperados.

 

Para salir de este régimen tenemos que dejar de subestimarlo. Entender que han tenido los recursos y el tiempo para poner a las mentes más brillantes -y fieles devotos del modelo comunista- a estudiar las causas que provocaron el derrumbe de la Unión Soviética; por ejemplo. Tenemos que dejar de decir que el modelo comunista fracasó en todos los países donde intentó imponerse. Tenemos que ver a Venezuela como una experiencia sin precedentes históricos, porque hemos sido la prueba piloto de una fórmula nueva diseñada por los fanáticos de Stanlin, Franco, Hitler, Hussein o Fidel, quienes han analizado minuciosamente los errores y debilidades que cometieron sus ídolos, para generar este modelo nuevo, en etapa experimental en nuestro país, y cuyos resultados, imagino, deben tenerlos muy complacidos.

 

Dejemos de decir “es que nadie hace nada” y comencemos a preguntarnos “¿qué puedo hacer yo para cambiar esta situación?”. Dejemos de pensar que la salida es un golpe militar, que no ocurrirá nunca; o que la solución será la intervención internacional –un procedimiento que tiene sus tiempos y pasos que cumplir. Comencemos a entender que Venezuela ha sido el tubo de ensayo de investigadores comunistas de las mejores universidades rusas, españolas, chinas e iraníes, dispuestos a no fallar esta vez en la fórmula. Insisto: el régimen ha tenido el tiempo, los recursos y el apoyo para lograr su cometido. Son 20 años, queridos amigos, generando pobreza, provocando el éxodo de nuestra gente talentosa, sembrando el miedo, la miseria, la destrucción y las muertes que se necesitan para afianzar el modelo. ¿Las medidas anunciadas el 17 de agosto? Maduro tiene razón: es su fórmula mágica, con la que hace una nueva razia contra el capitalismo, encarcela a más inocentes, ahuyenta a un nuevo grupo de venezolanos del país y expande su control a través del incremento de la pobreza.

 

En algún momento llegué a considerar que Nicolás era lo suficientemente escaso de cualidades como para darle continuidad al desastre iniciado por el difunto expresidente intergaláctico. Y no ha sido así: Maduro, hecho el pendejo, ha llevado al país con éxito al hundimiento y aislamiento que todo modelo comunista pretende. Amparado en el Petro –ese cripto invento virtual por el que nadie da ni medio- pero que le brinda el respaldo económico que no tuvo en su momento la Unión Soviética. Y protegido, además, por una sociedad de cómplices, a la que el régimen le descubrió el precio y es la que le ha dado las bases para edificar este sistema en etapa experimental que, si triunfa, será nuestro único producto de exportación.

 

@mingo_1

Instagram: mingoblancotv

Los Runrunes de Bocaranda de hoy 14.08.2018: MEDIO: Párrafos reveladores
MEDIO
QUIEN BIEN LOS CONOCE: 
Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y hoy es consultor para la resolución de conflictos internacionales. De su artículo reciente en “El País” de Madrid extraigo estos párrafos reveladores: “La tragedia venezolana no tiene precedentes en Latinoamérica. Algunos consideran que Venezuela puede convertirse en otra Cuba, pero lo más probable es que Cuba acabe pronto convertida en otra Venezuela. Estamos frente a la repetición del efecto dominó que derrumbó a los regímenes del campo socialista en Europa Oriental, cuando hizo implosión la economía soviética. Las relaciones económicas entre estos Gobiernos funcionaban bajo lo que se conocía como Consejo Económico de Ayuda Mutua (CAME). Fidel Castro copió el CAME y se inventó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) para salvar su régimen con el petróleo venezolano. La implosión económica de Venezuela ha desatado un efecto dominó que pone en jaque a los regímenes de Nicaragua y Cuba y a toda la extrema izquierda continental. Las economías de los ocho regímenes de Europa del Este y Cuba sobrevivían por el subsidio petrolero y económico soviético. Cuando este terminó, los países comunistas europeos colapsaron a pesar de contar con poderosas fuerzas armadas, policías y servicios de inteligencia. Cuba perdió el 85% de su intercambio comercial, su PIB cayó un 36%, la producción agrícola se redujo a la mitad y los cubanos debieron sobrevivir con la mitad del petróleo que consumían. Castro decidió “resistir” con lo que llamó “periodo especial” para evitar que la hambruna terminara en estallido social. En esas circunstancias apareció el subsidio petrolero venezolano que salvó al socialismo cubano del colapso. El dinero venezolano, a través de ALBA, construyó una extensa defensa geopolítica, financió a Unasur, a los países del Caribe y a Gobiernos y grupos de izquierda en Nicaragua, Ecuador, El Salvador, Honduras, Chile, Argentina, Bolivia y España. Pero, como era previsible, la economía venezolana terminó en un desastre, resultado de haber expropiado más de 700 empresas y cerrado otras 500.000 por efecto de los controles que impuso al mercado. El chavismo destruyó la planta productiva y perdió a la clase empresarial, gerencial y tecnocrática del país. Este desastre terminó alcanzando al petróleo, con la paradoja de que ahora que los precios subieron, la producción se ha derrumbado porque Pdvsa quebró al quedarse sin gerentes y técnicos. El chavismo asesinó a la gallina de los huevos de oro, los subsidios al izquierdismo se acabaron y lo que estamos viendo ahora son los efectos. Más de 3.000 millones de dólares venezolanos parieron la autocracia nicaragüense, pero, cuando el subsidio terminó, el Gobierno intentó un ajuste estructural y estalló el actual conflicto. En mayo de este año Venezuela ¡compró petróleo extranjero! para seguir sosteniendo al régimen cubano”. Paradójicamente ahora la consigna para la economía cubana no es socialismo o muerte, sino capitalismo o muerte, los jóvenes cubanos no resistirán otra hambruna. Sin el subsidio venezolano, la crisis cubana está a las puertas y la débil autocracia nicaragüense flotará sin recuperarse hasta quedarse sin reservas para pagar la represión. El mayor beneficio del fin de las dictaduras de izquierda será para la izquierda democrática …”