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socialismo del siglo xxi

Alejandro Armas Ene 29, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Tras la perestroika bananera

@AAAD25

Cuando comenzó, mencionarlo en público era un tabú. Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, so riesgo de ser acusado por las Erinias tuiteras de edulcorar la catástrofe venezolana. Pero en la medida en que la cosa avanzaba y se hacía más y más evidente, la negación igualmente fue desapareciendo poco a poco.

Hoy muy pocos estarían dispuestos a cuestionar la afirmación de que el régimen chavista cambió su orientación en el terreno económico. El modelo cuasi estalinista de inspiración cubana silenciosamente fue reemplazado por algo que quizá aún no podamos entender lo suficiente como para ponerle un nombre que aluda a entes parecidos, pero que definitivamente constituye una ruptura con lo anterior. Así, los controles de precio dejaron de ser aplicados y los anaqueles volvieron a llenarse. El dólar se volvió moneda de uso común, con la tolerancia del régimen, primero tácita y después expresa.

Cuando salí de Venezuela para un periplo de dos años en el extranjero, no había ningún indicio de que esta metamorfosis se iba a dar. Pero cuando ya estaba lo suficientemente avanzada, ni siquiera había que estar en el país para notarla. Llevo más de un año sosteniendo que Miraflores, sin admitirlo en público, dejó de ver en La Habana su norte. La sustituyó por Moscú. Así, el cuasi estalinismo recetado por personajes tristes como Jorge Giordani y Alfredo Serrano fue suplantado poco a poco por un capitalismo oligárquico e iliberal. Con el tiempo, más personas se han hecho a esta idea (recomiendo el libro Viaje al poscomunismo, de Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres). Algunos lo llaman la “perestroika bananera”.

Ahora bien, una vez que hemos aceptado que hubo un cambio, la pregunta lógicamente siguiente es por qué lo hubo. Al régimen desde un principio se le advirtió que el socialismo marxistoide y revolucionario sería una calamidad, pero su reacción siempre fue desestimar el peligro. Ni siquiera cuando el daño era escandalosamente obvio hubo un correctivo. Entonces, ¿por qué ahora o, mejor dicho, a partir de 2019?

Los politólogos Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith argumentan que, para un régimen autoritario que busque permanecer en el poder, la clave es disponer de dinero para distribuir entre un grupo selecto de individuos indispensables para mantener la estabilidad. Sin el apoyo de estos sujetos, seguir gobernando se vuelve inviable. Es lo que los autores llaman “coalición ganadora”, que no se limita necesariamente a las Fuerzas Armadas, pero que por lo general las incluye. Después de todo, son los militares los que pueden reprimir una revuelta popular de masas descontentas y sedientas de cambio. Dicha represión nunca es tarea agradable, así que solo con una compensación atractiva será llevada a cabo.

De manera que los regímenes autoritarios siempre necesitan recursos para repartir entre sus secuaces. Los fondos pueden venir de dos vías: impuestos y recursos naturales.

Aquellos Estados que son ricos en lo segundo son los que pueden albergar las dictaduras más brutales y crueles. Al controlar un bien cuya exportación brinda el dinero necesario para mantener una coalición ganadora, el gobierno no necesita riqueza ajena que gravar ni, por lo tanto, una población económicamente pujante. Las masas pueden ser condenadas a la miseria más abyecta sin que ello repercuta en el bolsillo de la coalición.

En cambio, los regímenes autoritarios que no pueden lucrarse de recursos naturales tienen que recurrir a la otra opción. Para ilustrar el punto, Bueno de Mesquita y Smith aluden con lujo de detalle al caso de Ghana bajo la dictadura de Jerry Rawlings. En una historia típica del África poscolonial, Rawlings era un joven oficial militar que tomó el poder mediante un golpe de Estado. Los primeros años de su mandato, a principios de los años ochenta del siglo pasado, estuvieron caracterizados por la detención, tortura y asesinato de cientos de detractores, la restricción de las libertades civiles y la mordaza a la prensa. El hambre cundió entre las masas. Sin embargo, el gobierno de Rawlings no terminó siendo otra larga dictadura africana más que terminara de manera tan violenta como sus orígenes, caso de Mobutu Sese Seko o Idi Amin Dada, entre muchos otros.

Como en la canción de Cheo Feliciano, Rawlings tenía un triste problema: el Estado que presidía se hallaba financieramente quebrado. Las políticas (oh, sorpresa) socialistas de su régimen no solamente fueron incapaces de mejorar las condiciones de vida de la población, sino que además no generaban fondos para satisfacer a la coalición ganadora. En vez de insistir con un dogma, Rawlings, como cualquier autócrata que se respeta entiende, puso su permanencia en el poder por encima de cualquier ideología. Había que reactivar el aparato productivo, así que… adiós al estatismo socialista. A mediados de los ochenta, Rawlings liberalizó la economía siguiendo pautas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Para finales de la década, la economía había mejorado considerablemente.

Rawlings se dio cuenta de que para estimular el mercado necesitaba aflojar su puño de hierro y permitir mayor libertad de asociación y expresión. Lo que tal vez no previó es que dicho relajamiento, así como la mejora en las condiciones de vida de un ciudadano común que ya no se enfocaba solo en sobrevivir, alentarían el surgimiento de una sociedad más exigente de sus derechos. El mandatario decidió eventualmente seguirles el juego, autorizar críticas a su gobierno y la reorganización de la disidencia. En 1992 se lanzó como candidato a elecciones presidenciales en las que participaron varios adversarios. Las ganó. En 1996 fue reelecto. Tras dos mandatos legitimados comicialmente, y en atención a los límites constitucionales, se retiró. Ghana es hoy una de las pocas democracias de África, con credenciales similares a los de Brasil o la India, según el Índice de Democracia de The Economist. Una democracia frágil, sin duda, pero democracia al fin. A los 73 años de edad, Jerry Rawlings murió en noviembre pasado, debido a problemas de salud quizá relacionados con la covid-19.

Volvamos a Venezuela. El chavismo por dos décadas pudo eludir las dificultades que atribularon a Rawlings. El maná de mene aseguró que la coalición ganadora tendría recursos. Pero la extracción de riqueza fue excesiva, no se alimentó a la gallina de los huevos de oro negro y Pdvsa quedó reducida a su lamentable situación actual. Las sanciones contra el petróleo venezolano y demás riquezas controladas por el régimen, como el oro, fueron la guinda del pastel.

En conclusión, por razones endógenas y exógenas, el modelo cuasi estalinista y filocubano se agotó.

El grifo de ingresos fue cerrado casi por completo, así que una nueva fuente se ha hecho necesaria. Ello nos lleva al peculiar levantamiento de controles, los vivas a la moneda “imperial” y la privatización de empresas tomadas por el Estado (en condiciones opacas, claro). Dicho de manera coloquial, hay que hacer plata… Para gravarla. No en balde, recientemente, Nicolás Maduro asomó la posibilidad de impuestos en dólares.

¿Significa todo lo anterior que solo debemos sentarnos a esperar que en Venezuela se repita la historia de Ghana? No. En primer lugar, aunque es poco probable que la perestroika bananera sea revertida, su alcance todavía es incierto. Para muestra la orden a las universidades privadas de no aumentar su matrícula. No hay reforma económica que restablezca el Estado de derecho, lo cual limita el potencial de crecimiento productivo, ya que no todos están dispuestos a invertir donde no hay garantías y la arbitrariedad reina.

Más importante aun, al cabo de dos años de giro económico, el chavismo no ha dado muestra alguna de seguir el ejemplo de Rawlings en lo político también (¿recuerdan a Héctor Rodríguez rechazando “sacar a la gente de la pobreza para que después aspiren [sic] ser escuálidos”?). Por el contrario, se sigue manipulando las reglas del juego electoral para garantizar la hegemonía del régimen, persiguiendo a opositores, acosando y cerrando medios de comunicación independientes y, para colmo de males, criminalizando a trabajadores humanitarios.

No está de más repetir que el nuevo norte del chavismo no está a orillas del Volta, sino del Volga. No está en África, sino en Rusia. Y, como fue examinado en esta columna, Vladimir Putin mejoró la economía de su país con respecto al pasado soviético y a los años de Boris Yeltsin, moviéndolo al mismo tiempo hacia una dirección más autoritaria.

Sea cual sea el desenlace, los tiempos han cambiado y es importante que así lo entienda todo aquel interesado en restaurar la democracia venezolana, empezando por la estratégicamente extraviada dirigencia opositora. Errar el diagnóstico solo producirá malos resultados.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Asdrúbal Aguiar Jul 04, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
“El narco-neo-comunismo

@asdrubalaguiar 

Dos textos de Jacques Maritain me resultan sugestivos como contexto de valor y de orientación ante las ideas que definen al narco-neo-comunismo. Desde 1989 llamado socialismo del siglo XXI, rebautizado como progresismo treinta años después, en 2019.

Tales ideas se expresan más como tácticas “líquidas” que como una suerte de cosmovisión renovada. Predican la globalidad o el globalismo –si cabe el neologismo, para el manejo utilitario y corrupto de la disolución social – y el impulso de las migraciones hacia casas enemigas; la fractura de la memoria colectiva, tras saltos al pasado remoto e inmemorial y su revisionismo; el integrismo ambientalista y panteísta; la negación del personalismo judeocristiano; en fin y como soporte de fondo el relativismo, esa dictadura posmoderna que no discierne entre la criminalidad o la corrección política y las leyes universales de la decencia.

Los albaceas de esta renovada desviación histórica y de la conducta, miembros del Foro de Sao Paulo y algunos de su Grupo de Puebla, se han curado en salud.

En los varios documentos que suscriben entre 1990 y 1991 alertan que los verán y perseguirán como terroristas y narcotraficantes. En 2019, junto con el partido de la izquierda europea reclaman la libertad de Simón Trinidad.

El debilitamiento de los espacios geopolíticos por impulso de la sociedad de la información ha propiciado la fragmentación social y la fragua de miríadas de núcleos “de diferentes”, y la predica del final de los grandes relatos culturales y de sus solideces hoy sirven de aliciente a lo señalado en una hora de oscurana e incertidumbres.

Maritain tuvo el privilegio de trabajar en una síntesis de civilizaciones que provee a la convivencia pacífica y permite superar el régimen de la mentira que hace ebullición y llega a su término con la Segunda Gran Guerra del siglo XX. A propósito de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 narra su vivencia: “Estamos de acuerdo en esos derechos a condición de que no se nos pregunte por qué». Es con el «por qué» con lo que la discusión comienza”, dice.

Transcurridos doce años desde el desmoronamiento del Muro de Berlín y advertido por el Club de Roma que “el mundo está pasando un período de trastornos y fluctuaciones en su evolución hacia una sociedad global” (Bruselas, 1996), en 2001 acoge la ONU la iniciativa del Diálogo de Civilizaciones propuesta por el presidente de Irán, Muhammad Jatami; quien “a diferencia de otros mandatarios iraníes se caracterizó por la búsqueda de una cercanía con Occidente y por enfatizar la necesidad de un diálogo, donde Irán fuese el punto de encuentro de las culturas orientales y occidentales”.

En mala hora se le opuso el galimatías de la Alianza de Civilizaciones, en 2005, de manos de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno de España, montado sobre los atentados de Atocha (2004) en Madrid. Han tenido lugar los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York (2001), precedidos por los atentados en Buenos Aires a la embajada de Israel (1992) y la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA (1994).

Tras explicar que también busca impedir la teoría del “choque de civilizaciones” esgrimida desde la academia norteamericana por Samuel P. Huntington (“The clash of civilizations”, Foreign Affairs, Vol. 72, N°3), admite que le importa frenar las acciones represivas contra el terrorismo. El documento oficial suyo declara la necesidad de comprender “los factores que alimentan los radicalismos y la violencia” y que, a la luz del tiempo transcurrido hasta el instante tienen nombre propio, Estados Unidos y la cultura occidental que sostiene mientras los europeos la entierran.

No por azar en la declaración conjunta de 2019 mencionada, las izquierdas del Foro y las de Europa anuncian su batalla “contra la política agresiva de Donald Trump” y para defender, precisan, a la “democracia” y los “procesos revolucionarios”.

Pues bien, advirtiéndose de inviable lo que pretenden algunos desde hace dos décadas, a saber, un “diálogo” o sincretismo de laboratorio entre quienes asociados a la criminalidad “política” predican la muerte de Dios y los que sostienen los principios que guían a “la conciencia de los pueblos libres” y son comunes a sus varias civilizaciones, Maritain, uno de los exponentes más reconocidos de la corriente humanista cristiana, apuesta por una metodología de aproximación fundada en la razón práctica moderna.

Juzga de posible enunciar los predicados “que constituyen grosso modo una especie de residuo compartido, una especie de ley común no escrita, en el punto de convergencia práctica de las ideologías teóricas y las tradiciones espirituales más diferentes”. Pero juntando las dimensiones de la realidad [la descriptiva o normativa, la de la efectividad sociológica de las prescripciones de la conducta, y la adecuación de ambas al principio de Justicia o de mayor libertad para la persona humana], conjura, aquí sí, las desviaciones marxista y fascista que se retroalimentan de maldad en doble vía.

Con los pies sobre la tierra las denuncia. Cree y está demostrado que someten “al hombre a un humanismo inhumano, el humanismo ateo de la dictadura del proletariado, el humanismo idolátrico del César o el humanismo zoológico de la sangre y de la raza”. Son taras sociales que justamente vuelven por sus fueros bajo la fórmula progresista del narco-neo-comunismo y en medio de la disolución social en avance, haciendo posible la epidemia de neopopulismos corruptos y posdemocráticos que se expande por el mundo.

correoaustral@gmail.com

 

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Víctor Maldonado C. Mar 24, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
La fuerza demoledora de la realidad

@vjmc 

¿Qué es la realidad? La realidad es la verdad, el espacio de la experiencia donde todo se pone a prueba, los planes, las promesas, la fidelidad y la esencia de las personas. En este plano de la experiencia vital lo que es, es. Y llegado el momento, la realidad pasa factura. Como lo advierte la fábula de la cigarra y la hormiga, si no te preparas apropiadamente para los ciclos cambiantes de la vida, más temprano que tarde caerás en las redes de tu propia desgracia. Porque las desgracias de las gentes son, en buena parte, labradas a cincel por las malas decisiones, las propias, y las que permitimos a los demás. Esa también es la enseñanza de los sueños de Faraón que se nos narra en el capítulo 41 del Génesis. Las siete vacas flacas que devoran a las gordas, o las siete espigas secas y maltratadas que acaban con las espigas hermosas y granadas, indican que a los períodos de abundancia siguen los de escasez, y que cualquier gobierno sensato administra los buenos tiempos para encarar los peores, que siempre van a venir, siempre. Por eso, la irreflexividad de la cigarra es inaceptable y no sujeta a la compasión de la laboriosa hormiga.

Es precisamente lo que expresa el hexagrama 41 del I Ching: SUN / La merma. La reflexión asociada a este hexagrama anuncia que “El aumento y la merma llegan cada cual a su tiempo”. No asumirlo es de estúpidos. No es cuestión de deseos sino de la forma como las civilizaciones han abierto surcos para que el progreso sea estable y la sobrevivencia no sea un dilema crucial que se presenta cada cierto tiempo. “Es cuestión entonces de adaptarse al momento, sin pretender encubrir la pobreza mediante una huera apariencia. En los momentos de merma, la sencillez es precisamente lo indicado, lo que confiere fuerza interior gracias a la cual podrá uno volver a emprender algo”. Solo así se logrará transitar el ciclo infinito de las mutaciones, porque si de algo podemos estar seguros es que la vida está llena de experiencias indeseables. Solo los más fuertes, los que se preparan mejor, los que tienen el carácter apropiado tendrán la posibilidad de afrontarlas con éxito.

Por eso el capitalismo es infinitamente superior al saqueo socialista. Porque el trabajo incesante y pertinaz, continuo y sistemático, es el que permite la acumulación que al final hace la diferencia entre la posibilidad de sobrevivir o darnos cuenta de lo irrecuperable que resulta el tiempo perdido. La esencia del buen gobierno es precisamente la previsión. Insisto, los buenos tiempos son oportunidades valiosas que debemos aprovechar “para cuando llegue el invierno”.

Pero los socialismos “viven la vida loca” del saqueo y la mentira. Un experimento social tras otro, violando todas y cada una de las reglas de la realidad hasta terminar siendo los gestores del exterminio de ciudadanos sometidos a la más brutal servidumbre.

Es el desgraciado caso que ahora vivimos los venezolanos, con un país devastado, arruinado, sin reservas, sin capacidad productiva, “somalizado” territorialmente y exprimido hasta los tuétanos por quienes no tienen ningún compromiso con eso que se llama gobierno. Podríamos hacer el inventario de sinsentidos que a lo largo de dos décadas ha propuesto el chavismo. Todas ellas con la única excusa de favorecer la insurgencia del “hombre nuevo” cuya máxima felicidad consiste en consumir lo que antes no ha producido. Una experiencia de repartición que tiene un error de origen insalvable: si no produces primero, no tienes como repartir nada, solo el vacío, solamente la nada.

Ludwig von Mises comienza el prefacio de su libro Gobierno omnipotente planteando un dilema siempre presente entre las ideologías políticas. Dice que al tratar los problemas de la sociedad y de la economía no hay otro punto más relevante que el siguiente: si las medidas propuestas son adecuadas realmente para producir el efecto que buscan sus autores, o si darán como resultado un estado de cosas que es aun más indeseable que el anterior que se tenía intención de cambiar. ¿Ustedes qué opinan? ¿Estamos mejor que antes? Porque esta etapa terrible comenzó con la crítica feroz a la cuarta república, a su corrupción supuesta, el cerco a “la moribunda constitución”, el abatimiento a todas sus instituciones, el asedio al mercado, la defenestración de los derechos de propiedad, la persecución de la libre empresa, la sustitución del mérito profesional por la lealtad perruna revolucionaria, el desguace de la empresa petrolera, la repartición indebida y criminal de los recursos del país entre los amigotes de la revolución, y el creer que la propia burbuja donde sobrevive la nomenklatura revolucionaria era suficiente barrera para mantenerse protegidos de la indignación de la gente y del rechazo del mundo civilizado. Vuelvo a preguntar: ¿Estamos mejor que cualquier antes imaginable?

Mientras escribo este artículo me consigo con un tuit de Alberto Ray (@seguritips) que lo resume todo: “La economía criminal no cree en el ahorro. Todo lo que gana lo gasta. Es un modelo oportunista y una vez que agota una fuente de recursos se muda a otra más rentable. El problema es que con el virus se cierran las opciones y quienes se alimentan del delito comienzan a desesperar”. Ese es el código moral de los depredadores. Es la norma del socialismo del siglo XXI, que solo se sostiene mientras las condiciones no mutan catastróficamente. Es el caso de la pandemia que nos agobia en este fatídico 2020. Ahora se muestran total e indefectiblemente desnudos de posibilidades. Ni siquiera tienen excusas para un desempeño tan precario, tan infortunado.

Porque el régimen que se ufanaba de la soberanía agroalimentaria no tiene reservas de alimentos. El que decía que ahora el petróleo es del pueblo se encuentra sin reservas de gasolina. El que dijo que iba a hacer realidad la revolución de la salud no tiene un solo hospital bien equipado para hacer frente a la emergencia. El que proclamó una y mil veces que tenía resuelta la emergencia eléctrica ahora no puede controlar los apagones seriales que afectan a todo el país. El que proclamó que tenía satélites para dar el gran salto en telecomunicaciones exhibe un desempeño desastroso en internet, telefonía y banda ancha. Tampoco hay como abastecer de agua a las ciudades, ni se les garantiza a los venezolanos seguridad, justicia, debido proceso y algún tipo de libertad.

Y toda esta debacle está siendo escrutada desde “una cuarentena social” que no le hace concesiones a la verdad. El socialismo es un inmenso fraude. Un desastre apoteósico. Es la ruina perfecta. El saqueo llevado hasta sus últimas consecuencias.

Porque la realidad es demoledora. Todo el monumento de mentiras y propaganda se hunde ominosamente cuando usted busca gasolina y no la consigue. Cuando busca efectivo y no lo encuentra. Cuando sufre de apagones y racionamiento inhumano del agua. Cuando está enfermo y se siente totalmente desvalido. Cuando sufre censura, represión y arbitrariedad. Cuando aprecia que el país está inerme, dejado a su suerte, víctima indefensa de cualquier enfermedad, sin poder obtener atención, medicinas o curación. Sin empleos ni oportunidades de sobrevivir, sin poder pensar en un largo plazo que vaya más allá del próximo mes. Con esta forma de contactar con la realidad tan demoledora nadie va a creer en los efectos taumatúrgicos de una ideología inservible para la prosperidad y la buena vida.

El socialismo del siglo XXI es la demostración perfecta de que, sin emprendimiento privado, sin libre mercado, sin respeto a los derechos de propiedad, sin fomento de la innovación, sin un gobierno limitado a hacer lo suyo en términos de abundancia institucional, seguridad, justicia e infraestructura, todos padecemos y experimentamos la ruina social. Porque sus recetas no funcionan y porque las excusas se agotan y pierden potencial explicativo.

El caso venezolano no puede explicar cómo se arruinó un país que venía acumulando sesenta años de infraestructura, desarrollo de talento y capacidad para explotar racionalmente sus recursos. Pero llegó la madre de todas las demagogias, el genoma de todos los populismos, la mezcla perfecta de socialismo y militarismo, el epítome del buen salvaje devenido en mejor revolucionario. El país se entregó a la alucinación perfecta, dejamos su conducción en las manos menos indicadas, la mezcla apropiada de maldad, indiferencia y estupidez que lo que no arruinó lo regaló. Y lo que no regaló lo dejó perder. Las mal llamadas empresas del Estado (porque son empresas del partido) son una demostración. Y aquí la realidad también es demoledora: o sabes gerenciar o quiebras aparatosamente. No vale que seas el leal perfecto. No cuenta que muevas la cola cuando oyes el discurso del líder. O tienes talento o no lo tienes. Y si no lo tienes acabas con lo que te han encomendado.

La realidad también es demoledora con ese afán socialista de distribuir sin comprender las leyes más elementales de la economía. Aquí “los leales” saquearon los activos y reservas de las empresas para demostrar compromiso revolucionario. Invirtieron irresponsablemente el proceso económico que solo al final del ciclo productivo tienes utilidades y debes tomar decisiones para distribuir. Estos “genios” primero se repartieron las utilidades y cuando era imposible dijeron que no podían producir. Dieron lo que no tenían, y entonces giraban contra un banco central que fue criminalmente entregando todas las reservas para mantener una orgía de corrupción y desenfreno de la que se lucraron todos los de aquí y también los países de ALBA, esos que ahora no nos mandan “ni una curita” en homenaje a la mentada “solidaridad de los pueblos”.

La realidad es que ahora nadie habla de las reservas porque ya no existen. Estos odiaron tanto que terminaron acabando con el país moderno y decente que recibieron. Pero hagamos homenaje a la memoria. ¿Recuerdan los desvaríos de la industria petrolera “roja rojita”? ¿Recuerdan los desplantes del monopolio siderúrgico? ¿Y la hegemonía telecomunicacional? ¿Recuerdan esa chequera que se blandía como una extensión genital de la supuesta vitalidad revolucionaria? ¿Recuerdan los “exprópiese” que generaban esa histeria colectiva y los aplausos de los trabajadores supuestamente “dignificados” por la benevolencia de “papá Estado”? ¿Recuerdan la euforia reguladora, el congelamiento de las tarifas, la gasolina “regalada”, el cierre de las estaciones de radio, la “extraña” complacencia de las televisoras, y esos “raros propietarios”, ricos súbitos, que ayer eran mediocres de medio pelo y hoy tenían en el bolsillo para comprarlo todo, absolutamente todo? ¿Y las prepago, bendecidas y afortunadas?… ¿De dónde salieron todos esos reales para patrocinar tanta osadía alucinógena? ¡Pero llegó la realidad y mandó a parar!

Para los hebreos lo verdadero es lo que es fiel. Lo que cumple o cumplirá su promesa. No es solamente la realidad, sino aquella que ni engaña ni traiciona. La que no defrauda. Y para determinar la fuerza de la verdad solo hay que esperar. Porque a toda cigarra le llega su invierno. A todo faraón imprevisivo se lo devoran las vacas flacas. El que no obra con sencillez y humildad se lo lleva la merma que siempre, siempre llega. Y llega sin avisar, sin tiempo para las excusas. Llega como el relámpago, y se lo lleva todo.

Ahora, desde la cuarentena y la pandemia, cuando vivimos en un país desprovisto, malogrado por tantos años de socialismo, ojalá esta fábula encuentre en nosotros oídos prestos a la moraleja. No importa lo que prometa. No importa quién lo diga. No importa el punto intermedio ni la apoteosis de la demagogia. El final siempre es el mismo: Socialismo es saqueo, ruina y desolación. Porque la realidad es demoledora.

victormaldonadoc@gmail.com

Entre holgazanes, arrogantes y fanfarrones, por Antonio José Monagas

PRETENDER UNA “REVOLUCIÓN”, no es asunto de agazapados, arrogantes o bravucones. Es un proceso que compromete la intelectualidad sobre la cual se yerguen valores de moralidad, justicia y verdad. Es un proceso que, dada su esencia y nivel de subsistencia, traspasa las fronteras de la economía, de la política y de la sociedad donde circunscribe sus acciones. Por eso cuando se habla de “revolución”, debe hacerse con la observancia que su acaecer merece.

De ahí que la historia, aún cuando no siempre ha sabido discernir entre revoluciones folkloristas y de seria envergadura, contempla casos de revoluciones de importancia. Así se tiene, por ejemplo, el caso de la revolución cultural forjada a partir de las tradiciones que hicieron de China, el símbolo de la cultura asiática. O de otras revoluciones que indistintamente del carácter que contuvieran, marcaron hitos que trascendieron los tiempos y acontecimientos.

Pero de eso, a lo que vulgarmente se ha pretendido en Venezuela llamando “revolución”, la brecha luce casi indeterminada. Precisamente, por la desproporción que hay entre una situación engrosada por una narrativa sin contenido, preparada para que sirva de cebo a ilusos, incultos, corruptos, violentos y furibundos, y otra situación concebida en la perspectiva de una realidad definida por libertades, deberes y derechos que encausen la igualdad, la tolerancia y la solidaridad. En un todo con los principios que fundamentan la vida en correspondencia con los estamentos que cimientan el andamiaje de la democracia.

Por eso, para la historia nacional venezolana, termina siendo un acontecimiento de insólita referencia, considerar la “revolución” que ha presumido el manido “socialismo del siglo XXI”, infortunadamente instalada en Venezuela, como el camino expedito, que a decir del discurso político de rojo trazado, ha buscado refundar una República en el contexto de una “(…) sociedad democrática, participativa y protagónica”. Así lo anunciaba la Constitución Nacional la cual para diciembre de 1999, le apostaba al replanteamiento de una Venezuela soportada en un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” (Del artículo 2).

Sólo que luego de veinte años, los susodichos preceptos constitucionales cayeron en la desidia provocada por el descaro de un gobierno que desperdició groseramente inmensas oportunidades dispensadas por el fabuloso ingreso del mercado petrolero. Así, el país fue convirtiéndose en el terreno apto para el cultivo de las maledicencias, la corrupción, el delito, la venganza, el chantaje, el crimen y el ultraje político. Realidades éstas, animadas por el resentimiento, el odio, las apetencias y la soberbia de sus gobernantes cívico-militares.

Fueron estos los elementos fácticos que estructuraron la política gubernamental. Al extremo, que apagaron buena parte de las libertades, garantías y necesidades que le impregnan sentido a la vida del venezolano. Y además, tales actitudes fijaron el modo de accionar medidas de las cuales se ha valido el régimen para usurpar cualquier función de gobierno posible que conduzca a ganar el mayor espacio político o algún ápice de autoridad que le garantice enquistarse en el poder. A desdén, de las consecuencias que sus torcidas ejecutorias acarrearían y devinieron en trágicas realidades.

De forma que en esta retahíla de incorrecciones y trivialidades, degeneró la política revolucionaria, mal llamada “socialismo del siglo XXI” Razón por la cual, se han valido de aquella parte de la población que, desafortunadamente, cayó en el engaño de la “antipolítica”. Pues así lograron hacerse del poder las huestes que fantasearon en momentos en que la inercia de una historia buchona y bullanguera,  hizo de Venezuela el escenario para deparar sobre sus fauces el mejor espectáculo que en la desidia podía montarse.

Fue así también, como estos funcionarios de mala calaña, se aprovecharon de la gestión gubernamental convirtiéndola en el medio expedito para actuar con la demagogia que el tiempo de la política requirió para afianzar sus atrevimientos.

De esa manera,  el régimen diseñó la estrategia política necesaria para urdir cuantas posibilidades le ha permitido el aprovechamiento de situaciones en beneficio propio. Por tanto, puede inferirse que para haber escalado en su maraña de complicidades, el régimen se valió de una fuerza popular que, sin méritos, se ha prestado para validar  las condiciones necesarias para que el régimen se haya enquistado en el poder. Por eso exalta sin fundamento la presencia de un “pueblo”. Pero no “pueblo” en el sentido antropológico, ni sociológico. Menos, demográfico. Apenas ese tal “pueblo”, ha sido un grupo de vividores de oficio, apertrechados políticamente, carroñeros de camino, preparados para aupar y embrollarse entre quienes han sabido usurpar posturas y posiciones de gobierno. O sea, entre holgazanes, arrogantes y fanfarrones.

 

@ajmonagas

Infierno propio, por Ramón Hernández

EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI no hay campos de concentración, hay hospitales. Los resultados son los mismos. Las muertes son diarias y no existe compasión alguna. Los pacientes van cayendo como fichas de dominó y nadie conoce su posición en la cola ni cómo funciona el algoritmo. Es una guerra del Estado contra la población en general en el nombre de la construcción de una sociedad más justa y más libre. Mientras funciona la dialéctica de Hegel, la lucha de los contrarios que generará la irrupción de la síntesis con los mejor de ambos –es los que enseñaba Carlos Marx–, campea la muerte, la destrucción, la inseguridad y el sálvese quien pueda.

Víctor Maldonado C. Ago 21, 2018 | Actualizado hace 1 semana
El falso alquimista

 

El régimen está apostando a un milagro que no se va a dar. Los seguidores del régimen están apostando a las destrezas de un mago fraudulento, sin suerte, desprovisto de gracia, y acumulador de fracasos y vergüenzas.  No hay prodigio posible en el plano de la realidad. O se hacen bien las cosas, o cualquier intentona fracasa estruendosamente. Eso es lo que va a ocurrir con las últimas ocurrencias del régimen, aplicadas a una economía maltratada, vejada por años de intervencionismo, expoliación de la propiedad y cepos colocados a la innovación, el mercado y la confianza.

La tragedia del régimen es que la realidad es recalcitrante, desobediente y desafiante. Ellos, que prometieron la máxima felicidad han transformado un país relativamente grato en un infierno de penurias. Por más que insistan en que ellos son los garantes de nuestro bienestar, en carne propia se vive un desmentido sistemático que pesa cada vez más sobre la cordura de los que dirigen este desafuero. Ellos que dijeron amar a los pobres y haberse consustanciado con el pueblo, no pueden rebatir el saqueo que han practicado a los recursos del país. Dijeron, por ejemplo, que PDVSA en sus manos era del pueblo, para luego asaltar el fondo de jubilación, y posteriormente transformar esa empresa en un mecanismo asociado a los peores manejos. Ellos salieron ricos de la charada, y ahora los venezolanos no tienen renta suficiente para sortear todos los obstáculos que suponen vivir en un país desprovisto de los mínimos indispensables para vivir en la modernidad. El pueblo fue para ellos el eufemismo primordial, la excusa perfecta, el aliciente constante para depredar hasta dejar en el hueso los activos y la reputación de la que alguna vez fue modelo y orgullo. Pero lo mismo podríamos decir de cada empresa, servicio o iniciativa que propusieron, y que no pasó de ser propaganda y oportunidad para cobrar una comisión indebida.

¿Qué les salió mal? Que la propaganda te puede engañar un rato, pero al final ocurre una crisis de disonancia. Dicho de otra forma, cada uno comienza a sentir un escozor, una incomodidad, porque no hay correlación entre lo que te dicen en cadena nacional, y lo que perciben tus sentidos. No ves los alimentos que ellos dicen cosechar por toneladas. Tampoco consigues en ningún lado las medicinas que ellos aseguran están disponibles. Si vas a uno de sus “hospitales modelos” consigues escombros y carencias. Si buscas trenes, autopistas, túneles, empresas que dijeron haber inaugurado alguna vez, te confrontas con un vacío que ninguna palabra puede llenar de realidad. Y no hablemos del nauseabundo escándalo de las plantas termoeléctricas y el engendro de “bolichicos” que parió la más pavorosa corrupción. Ellos dicen una cosa, pero la realidad, brutal y descarnada, te hace vivir otra. ¿Dónde quedó el país potencia? ¿Dónde las reservas transformadas en riqueza y progreso? ¿Cuántos planes de seguridad ciudadana dicen haber instrumentado, y sin embargo llevamos a cuestas el dolor por la pérdida de más de 300 mil venezolanos caídos por hechos violentos? ¿Y la paz? ¿Y el amor por el país? ¿Y el lema “eficiencia o nada”?

El régimen se convirtió en un mentiroso patológico. Y en un mitómano. Dice muchas cosas, promete incesantemente, pero no hace. Es como el fatal adicto incapaz de regenerarse, y que cae una y otra vez en el vicio que hace solo un rato prometió dejar. Mentira, mitomanía e inconstancia son parte de un síndrome fatal que se llama “socialismo del siglo XXI”. Pero ojalá el diagnóstico fuera suficiente. No es así. El régimen se consiguió con dos herramientas tenebrosas que no ha dejado de usar con obsesión extrema. La represión de la disidencia, sin escrúpulos ni peso de conciencia. Todo vale a la hora de silenciar a todo aquel que sea capaz de develar la farsa. La segunda es el gasto público irresponsable, “inorgánico”, fantasioso, y por supuesto, fraudulento. Decidió escindir la renta petrolera del ingreso de los venezolanos. Ellos se quedaron con los dólares hasta dejarnos sin reservas, y para el resto dispusieron de una moneda que ni es canjeable, ni tiene capacidad adquisitiva alguna. En otras palabras, a la represión se le sumó la condena a una feroz pobreza. Acabadas las reservas, destrozada la industria petrolera, se enfocaron en saltear el oro y otras riquezas minerales, aprovechando también para cometer el crimen ecológico más doloroso en nuestra Amazonía, y de paso conceder indebidamente la soberanía territorial al consorcio de los peores, que ahora asesinan y asedian a los que allá viven. Si se hacen mal las cosas, no hay magia posible, los resultados siempre van a ser funestos.

¿Qué efectos puede tener una dictadura económica? Me refiero a las secuelas de decretar la viabilidad de una tenaz contradicción. Amentar más que desproporcionadamente el salario mínimo, pero controlando costos y precios, aumentando los impuestos y para colmo, exigiendo su entrega diaria. ¿A quién se le puede ocurrir que un incremento en los factores de producción pueda dejar indemne el precio de los productos?  Solamente a los comunistas, que se solazan en sus utopías alucinógenas, y que terminan convencidos que la realidad nace de los fusiles. Ellos pretenden hacer una realidad a tiros. Con la misma aprehensión quieren convencernos de que el Petro existe (o crees o mueres) y que su “anclaje” a reservas petroleras tiene algún sentido. Todo el mundo recuerda la fábula de Esopo que habla del tesoro escondido. La moraleja es precisa: No hay tesoro sin esfuerzo y sin trabajo. Así que querer explotar ese imaginario colectivo cuyo origen es la afanosa búsqueda de El Dorado, tratar de invalidarnos por nuestra raigambre de minero y las quimeras rentistas que hemos ideado en el último siglo, tal vez resultaran vanas, porque nadie va a creer que el valor del trabajo “fluctuará” entre las aguas de dos entelequias. La realidad apunta en otro sentido: el valor del trabajo es su productividad. De todos los artilugios presentados el viernes, este es el más burdo, el que tiene menos sentido.

Las leyes que rigen la realidad plantean relaciones más simples y tajantes: mas intervención en el sistema de mercado provocan menos empresarialidad. Y sin empresas no hay empleos, y obviamente, sin empleos no tiene sentido el hablar de aumentos de salarios. La devastación continuará su curso. Hasta ahora han desaparecido más de tres cuartos de la empresa nacional. Y millones de empleos se han evaporado. Porque no es casual que los venezolanos todos los días consigan razones para irse del país, y tampoco es un espejismo el notar que las zonas comerciales son ahora menos abundantes, que las zonas industriales luzcan desoladas, y que la gente tenga que comer basura para alejar el hambre y pedirle un breve plazo a la muerte. Si ha habido alguna magia ella debe haber sido negra, asociada al mal, invocada para la destrucción, entreverada de oscuridad y malos presagios.

Porque Venezuela es un sistema en crisis terminal. El régimen luce incapaz de mantener el sistema eléctrico interconectado nacional. Incapaz de buscar honestamente soluciones a esa crisis. Incapaz de suministrar agua potable. Incapaz de garantizar el abastecimiento alimentario. Incapaz de reactivar la industria nacional. Incapaz de poner orden en sus empresas públicas. Incapaz de reducir el tamaño del gasto público. Incapaz de practicar la fatal arrogancia socialista. Incapaz de resolver la hiperinflación. Incapaz de abatir su corrupción. Incapaz de no hacer trampa. Incapaz de parar la represión. Incapaz de no pervertir la justicia. Incapaz de mostrar compasión. Y muy incapaz de volver al decoro constitucional.

Entonces ¿Tiene sentido enfocarnos en las medidas? ¡No! Porque lo importante es no perder de vista quienes las parieron. El problema sigue siendo el régimen, su comunismo intemperante, su fatal totalitarismo, su trágica jactancia, y la imposibilidad de resolver sin costos un hecho de fuerza que se nos impone como desafío histórico.

¿Queda alguien que pueda siquiera darle el beneficio de la duda a este falso alquimista?

@vjmc

 

Con furia al pasado, pero recordando, por Armando Martini Pietri

 

Enfrentamos una tiranía inútil e incompetente, vacía por dentro, en abandono, anticuada y rancia; que ha llevado a Venezuela hacia una situación desastrosa nunca experimentada en nuestra historia. Tienen razón los antagonistas en oponerse al estilo y acciones de Maduro, con la obediencia dócil y complicidad fiel de funcionarios militares y civiles que llevan la ejecución de un programa que, aunque con nefastos resultados para la ciudadanía, no es improvisación.

Para entender un poco observemos con atención lo sucedido en los últimos años, porque estamos chapoteando en lodos de arenas movedizas que empezaron a sumarse desde entonces, e incluso antes.

Error garrafal es pensar que el fallecido Hugo Chávez, y el heredero, son simples golpistas con suerte. Aquél estilo dicharachero del difunto que poco a poco fue recuperando su vestimenta militar, caudillo impulsivo, original, y los aparentes alardes, de quien ahora manda porque lo nombró sucesor, no son casualidades. Formas de expresarse sí, albures nunca. Es una tontería creer que Chávez se hizo fidelista y por consecuencia comunista, aquél fatídico día cuando todavía sin mando, fue recibido con honores por Fidel y luego conducido a una estruendosa aclamación en la Universidad de La Habana. Estaba calculado y premeditado.

No existen dudas sobre la veneración del comandante venezolano hacia el dictador cubano, pero tuvo iniciativas propias le gustasen o no a Castro. El revolucionario isleño no inventó al insurrecto, entendió cuando tuvo que hacerlo, era la oportunidad en su aspiración a las riquezas venezolanas. Pensar en la formación de la amplia conspiración y en un programa a desarrollar, para asegurarse el petróleo y en lo político la llamada “patria grande”, transformación de Latinoamérica en un comunismo con Fidel a la cabeza, aunque sus pupilos se sentían, cada uno en lo suyo, regentes.

En Venezuela Chávez, Argentina los Kirchner, Brasil “Lula” Da Silva, Bolivia Evo Morales, Uruguay José “Pepe” Mujica, Chile Michelle Bachelet, Ecuador Rafael Correa, y muchos otros, con formas diferentes de pensar y actuar, pero fidelistas de corazón, admiración y pensamiento. Entendían cercano el sueño la patria grande, estaban claros en el peso específico de sus naciones.

Chávez dejó con audacia y picardía que trasnochados pro-castristas endógenos y La Habana lo entendieran como uno de ellos, pero siempre actuó para ser él. Se convenció que mejor era el poder a través de elecciones democráticas y no mediante la subversión. Esa fue su carrera, trayectoria y logro. La corrupción y sus dificultades vinieron después. Fue instruido en los principios comunistas, desde tiempos barinenses, cultivó con entusiasmo la poesía emocional y los cantares llaneros, se apasionó con aquella “Venezuela Heroica”, obra del escritor venezolano Eduardo Blanco, que narra en forma romántica las batallas más importantes de la Independencia de Venezuela. Aspiró y se propuso conquistar el poder, pero sobre una base primordialmente militar: golpe, nuevo Gobierno integrado por una Junta cívico-militar y el absoluto control de una fuerza armada filtrada. Después vendría la anulación de los poderes públicos, Asamblea Constituyente todopoderosa, elecciones y, con ayuda de especialistas electorales sumisos y comprometidos, resultar cómoda y constitucionalmente electo.

Reforma de la Constitución, reelección indefinida, en lo económico programación social creada y ejecutada por el Estado. Todo eso y más se hizo, la situación de protestas, el vacío de poder para algunos, golpe de estado para otros en 2002; huelga petrolera de técnicos y profesionales en 2003, fueron sólo accidentes en el camino.

Lo astuto y malicioso de Chávez, infiltrado como otros jóvenes marxistas en el sector militar, fue seguir las instrucciones de acallar su orientación comunista, incluso negarla y sumar voluntades sembrando la idea de tomar el poder para frenar la corrupción y desigualdad, promover la inclusión y otorgar los beneficios del petróleo al pueblo, según un tergiversado pensamiento bolivariano, adueñándose de la frase inventada por Heinz Dieterich “socialismo del siglo XXI”, término que adquirió difusión mundial cuando fue mencionado en un discurso del presidente Chávez, en el Foro Social Mundial -2005- y que sirvió para cubrir cualquier sospecha extremista.

Adolescentes liceístas adoctrinados que a posterior serian chavistas, fueron conducidos a la Academia Militar. Ya dentro y de forma clandestina, prosiguió el adoctrinamiento. Sus mentores civiles, comunistas y exguerrilleros fidelistas, fueron escuchados, pero mantenidos a distancia, sin que sospecharan que no eran controladores de los moceríos castrenses.

Maduro fue ubicado al lado de Chávez, ficha castrista poco original, pero adoctrinado. No llegó al sindicato del Metro porque estuviera buscando trabajo, fue puesto ahí, para desarrollar labores políticas. No fue obra de la casualidad sino el desarrollo de un plan para infiltrar el entorno social elaborado por comunistas.

Chávez no fue el típico político. Practicaba béisbol, entonaba y canturreaba temas llaneros, recitaba, habilidad natural que, sumada a la oratoria y su capacidad de expositor y animador, lo hicieron protagonista desde sus tiempos en la Escuela Militar. Además, ayudaron contradicciones y errores entre el Presidente Pérez y sus altos jefes militares, el fracasado golpe del 4F y su “por ahora”, lo proyectó como nuevo caudillo, adicional al creciente y evidente desprestigio de los partidos políticos. Su candidatura electoral fue una clara victoria.

Lo que no pudieron pronosticar Fidel ni otros gestores del chavismo, fue la muerte prematura con el planteamiento socialista iniciado, pero no profundizado. Maduro un emergente propuesto por los Castro, siempre fue su ficha, limitado y gris, pero fiel y obediente.

El gran error de Chávez, que insiste porfiado Maduro en cometer, fue seleccionar sus funcionarios sólo por subordinación y observancia absoluta sin considerar el conocimiento. Hoy ese socialismo del siglo XXI está roído por la incompetencia y corrupción.

El régimen se sostiene sobre fuerza y represión, ha cumplido con la sed insaciable de petróleo y recursos para Cuba, pero han sido tan poco eficientes que lograron un milagro: desvalijaron y arruinaron una de las más importantes industrias petroleras del mundo y saquearon un país rico.

Continúan los programas -migajas y dadivas- sociales, pero faltan recursos. Han caído en la peor trampa de la economía, la hiperinflación. Y claramente no saben qué hacer. Aquellas arenas de engaño e hipocresía y comunismo disimulado se les ha convertido en fango pestilente en el cual se hunden sin posibilidad ni remedio.

@ArmandoMartini

U.R.C.S.B., por Carolina Jaimes Branger

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¿Quieres vivir en un país donde un grupito de personas decide cómo, cuándo y dónde vas a ser y hacer? ¿En un país donde disentir sea razón para que te persigan, criticar sea un crimen y militar en un partido político distinto al del status quo una traición a la patria?

¿Quieres vivir en un país donde sea una hazaña conseguir alimentos que aún en los países más pobres es algo normal? ¿Quieres vivir dejando tu sueldo de miseria en manos de bachaqueros y funcionarios corruptos o dependiendo de los CLAPS? ¿Quieres vivir en un país como la extinta Unión Soviética, donde te decían que las papas costaban sólo un rublo, pero el problema era que no había papas? ¿Quieres vivir en un país donde cada día hay más personas hurgando los basureros para comer las sobras de otros?

¿Quieres vivir en un país donde en los hospitales no hay ni alcohol, donde en las farmacias no hay remedios y donde enfermarse es una vía segura a una gravedad o la muerte? ¿En un país donde el régimen no ha querido declarar la emergencia humanitaria, a pesar de los miles de muertos que ha habido? ¿Quieres vivir en un país donde los médicos que atienden a los más pobres estudiaron tres años en vez de nueve, como deben estudiar todos los médicos?

¿Quieres vivir en un país donde la educación cada día es peor porque nadie quiere ser maestro, porque ser maestro es un pasaporte a la ruina? ¿Donde los muchachos que se gradúan de bachilleres lo hacen sin haber cursado las materias científicas porque no hay profesores? ¿Donde unos programas llamados misiones te preparan para ser burócrata, pero no profesional? ¿Quieres vivir en un país donde quienes te obligan a creer en ellos tienen a sus hijos viviendo en países capitalistas del primer mundo, estudiando en los mejores colegios y universidades y gastando a manos llenas el dinero que sus padres le robaron al país?

¿Quieres vivir en un país donde la posibilidad de que te maten es una probabilidad cierta? ¿Quieres vivir en un país donde todos tenemos muy cerca alguien que ha sido asesinado y el gobierno no ha hecho nada por remediarlo? ¿En un país donde hay fuerzas paramilitares que hacen lo que les da la gana bajo la mirada complaciente y cómplice de las autoridades que deberían arrestarlos? ¿En un país donde los presos salen de vacaciones y la gente honesta vive encerrada?

¿Quieres vivir en un país cuyo gobierno es cómplice de la escoria del mundo, donde se exalta a los asesinos y a los déspotas y se denigra de los demócratas? ¿Quieres vivir en un país donde el mismísimo poder electoral es el que te roba las elecciones, pero que está presto y diligente para montar elecciones que no existen en la Constitución?

¿Quieres vivir en un país donde esas fuerzas de seguridad te atacan con armas mortales sólo por protestar, no importa si vas desarmado? ¿En un país donde los jóvenes se quieren ir porque no ven futuro porque no hay trabajo, ni retos, ni oportunidades?…

¿Quieres vivir en un país donde los gobernantes se burlan a diario de sus habitantes, donde los ciudadanos son vistos como instrumentos para lograr sus fines?

Ese país lo conoces, se llama Venezuela. Y cuando Venezuela se convierta en la U.R.C.S.B., la Unión Revolucionaria de Comunas Socialistas Bolivarianas esto se va a poner peor, mucho peor… ¿Te imaginas la monstruosidad? ¿Es que crees que no mereces algo distinto? ¡Por ese país que podemos llegar a ser es que estamos en la calle! Por ti, por mí, por todos. Por los que vendrán. Por los que se han ido. Actívate antes de que sea demasiado tarde.

@cjaimesb