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Simón Bolívar

Una democracia con más de dos siglos de historia
La democracia y libertad son historia humana, la tiranía solo pequeños párrafos

 

@ArmandoMartini

Lo que estamos exigiendo los ciudadanos ahora no es una novedad en Venezuela. No la inventaron importantes dirigentes políticos ni intelectuales del siglo pasado, aunque sobre ella son demasiados dirigentes los que han mentido.

Para darle una fecha de inicio, podemos recurrir al 19 de abril de 1810, cuando los hombres principales primero, y la masa seguidamente, dijeron no al mandato del ordenado por la lejana monarquía absoluta española. Realeza en crisis, siendo un poder absoluto había caído en manos de dos imbéciles: el rey Carlos IV y su hijo heredero Fernando de Borbón. Y ambos, a su vez, en manos de un usurpador poderoso para entonces, Napoleón Bonaparte. Este, con un pasado de cónsul electo por la Asamblea General, a emperador absoluto por la gracia de sus armas.

Pero mientras los degenerados doblaban la cerviz ante el tirano invasor, el pueblo español defendía al mismo tiempo dos dignidades: la soberanía de España, y las nuevas normas de Cádiz. Estas exigían normas constitucionales de apertura y derechos para los españoles.

Eso fue lo que defendieron aquel Jueves Santo los nativos de la Gobernación de Caracas y un sacerdote chileno mezclado con ellos. No fue una rebelión contra España; fue defensa del país del cual formábamos parte, de los derechos ciudadanos que habían sido previamente impuesto en sus naciones los estadounidenses y franceses.

Lo que comenzó cuando echaron a los ingleses, y cortaron las cabezas a su monarquía y nobleza expoliadoras y perezosas, fue un movimiento mundial que en unos cuantos años estremeció a los poderes colonialistas y convirtió en repúblicas a sus países coloniales.

No contra el rey, sino a favor de la dignidad

Las mujeres y hombres de Venezuela, de todos los rincones, no se rebelaron contra sino a favor de su propio derecho a gobernarse a sí mismos, a ser soberanos. Y por defender ese derecho, ante la incomprensión de un rey torpe, que confundió defensa popular de la nación española con sumisión, los venezolanos fueron a la guerra. No contra España, sino en defensa de Venezuela.

Aquellos no eran simples rebeldes. Estaban formados, leídos, pendientes de un mundo que se rebelaba contra sumisiones de un pasado demasiado largo. Se erguían exigiendo los derechos del ciudadano, a ser responsables de su país, de darse sus leyes. Y de ejercer su democracia.

En Venezuela hemos caído en el error de estudiar y ver solo al Simón Bolívar militar. Y desconocemos que incluso en sus momentos de mayor mando, lo tenía y lo ejercía por designio del poder popular; no hay grados ni ascensos ni gestas del Libertador que no hubiesen sido previamente consultados u ordenados por un Congreso. Cuando era ya libertador de Venezuela y Colombia, cuando se lanzó al Perú para garantizar su gesta del norte de Sudamérica, triunfador en Junín y jefe militar más poderoso de Latinoamérica, exigió el mando del Congreso peruano. Y cuando, al frente de un ejército victorioso bajo su mando, el Congreso peruano lo relevó del mando sin explicación, Simón Bolívar de inmediato obedeció. Entonces entregó el mando a Antonio José de Sucre, quien comanda las tropas libertadoras y derrota al poderoso ejército colonialista español en Ayacucho.

La voluntad democrática venezolana

No es nueva la democracia venezolana. Sobreviviente por más de dos siglos a los avatares y errores cometidos por caudillos codiciosos que por tener las armas se sintieron dueños del país.

El país no cambió solo por petróleo y porque Gómez, en aras de tener el verdadero control de la nación, había acabado militar o políticamente con los caudillos grandes y pequeños. La Venezuela de la primera mitad del siglo XX giró hacia la democracia por encima de obstáculos y ambiciones, con la guía de una generación de jóvenes pensadores que pusieron al frente sus vidas e integridades para imponer la democracia.

El final de una época fue una dictadura militar con un extraordinario gabinete civil, que marcó un rumbo nuevo sobre dos rieles paralelos: el dinero petrolero destinado a transformar a Venezuela en un país moderno; y la feroz represión para que la democracia no profundizara en los pensamientos.

Pero no lo consiguió. Cuando el dictador huyó, había un entramado democrático que había soportado cárceles, torturas, exilios y salía fresco e innovador a reconducir al país no hacia el lejano pasado campesino y caudillista, sino hacia una democracia constitucional que, así como defendió los derechos de los ciudadanos, también defendió a la democracia contra la insurgencia militar de derechas e izquierdas.

La democracia envejeció, dejó desgastar su fuerza popular. Y dio apertura a un nuevo dictador que, es necesario señalarlo, accedió al poder con los votos de quienes creyeron que restablecería la democracia, derechos y bienestar.

Tiranía con fecha de caducidad

Hizo todo lo contrario. Engañó, restableció el control policial y militar, se murió y dejó a cargo a quien, sin prestigio militar, trajo la experticia cubana para irse adueñando de la seguridad del poder hablando de democracia, mientras encarcelaba a quienes reclamaban la auténtica.

La dictadura de Pérez Jiménez reprimió y transformó mientras hacía de la soberanía nacional una bandera; la nueva dictadura ha sostenido mentiras y la represión más feroz sin piedad. Pero fracasa diariamente en el desarrollo y sacrifica la soberanía en beneficio de la corrupción e intereses extranjeros que, por tener a esta Venezuela empobrecida como base contra la democracia y el poder estadounidenses, apoyan a la dictadura que les ha abierto las puertas arrugando señorío.

Así como Simón Bolívar y quienes le acompañaron en su gesta grandiosa fueron siempre respetuosos del poder civil y de las leyes, la democracia actual está estrujada contra la pared, convertida en embuste activo y en complicidad cívico-militar.

Pero el pensamiento no puede ser encarcelado. Las convicciones pueden ser temporalmente frenadas, pero la libertad, el respeto a los derechos es una convicción históricamente enraizada en la conciencia de los pueblos. Y regresará, más temprano que tarde.

Porque cada día está presente, fuerte, convincente, por encima de bayonetas, corrupción, malos gobernantes y deficientes opositores.

La democracia y libertad son historia humana, la tiranía solo pequeños párrafos.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

#CrónicasDeMilitares | Bolívar ante los excesos escandalosos de Mariño
Con Mariño estamos frente a una usurpación ventilada con descaro, ante una desmesura que se exhibe sin antifaz. Bolívar lo encara a través de un áspero oficio

 

@eliaspino

Un oficio del Libertador para el general Santiago Mariño, fechado en 13 de abril de 1819 en el sitio de Paso Caballero, nos informa de unas desmesuras a través de las cuales se observan las dificultades de obediencia que impedían entonces la realización de campañas coherentes y exitosas (Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la Republica, tomo 3, 1970). Pese a que Bolívar detenta una autoridad legítima, concedida por sus pares, el subalterno se maneja según su antojo con una autonomía y una soberbia que la desconocen y perturban.

La aspereza de la correspondencia que veremos nos pone ante una irritante conducta, en la cual debemos detenernos para sentir la estatura de los intereses personales que interferían el manejo de la guerra cuando apenas se estaba reanudando contra ejércitos experimentados y bien armados.

La correspondencia comienza con una queja por la falta de noticias sobre unos movimientos recientes de la tropa comandada por el general Zaraza, que eran importantes para la coordinación de la campaña, pero después se refiere a la total desconexión de Mariño, de cómo actúa sin informar a su jefe. Escribe Bolívar:

Si esta omisión de V. E. me sorprende, no debe haberme causado menos efecto y extrañeza el absoluto silencio que V. E. guarda sobre sus operaciones y las de la División enemiga que tiene al frente.

Hace lo que le parece, pues, sin tomarse la molestia de informar a su superior. Es lo que se desprende del reproche, pero es apenas el prólogo de una infracción de mayor alevosía. Bolívar se entera de ella cuando alguien le pide que revise un documento de los que habitualmente redacta Mariño para diversos destinatarios. Sorprendido por lo que descubre, agrega:

V.E. usa en él de títulos que no le corresponden, y estando esto impreso no es presumible que sea falta del Secretario ni de otra persona. Hasta ahora yo ignoraba que V.E. fuese Capitán General de la Nueva Granada, y estaba persuadido de que era yo el único que lo había alcanzado, porque así me lo afirmó el señor Secretario de la Guerra al tiempo de dirigirme el Despacho. Yo celebraría que también V.E. gozase del mismo honor, y desearía saber si V.E. tiene ese título por el Gobierno general de aquella República. Solo en este caso continuará V.E despachando con él, porque sería un abuso que irritaría a los granadinos y que siempre será muy perjudicial y escandaloso. Los Capitanes Generales en Venezuela se llaman Generales en Jefe. Esta denominación está determinada por la ley y su infracción es un crimen, mayor aun que el de adoptar un nuevo título porque a lo menos en este último caso no se muestra el desprecio por la ley que en el primero. 

Estamos frente a una usurpación ventilada con descaro, ante una desmesura que se exhibe sin antifaz, pero que apenas es un pormenor minúsculo cuando nos asombramos con lo que agrega el prócer que se proclama como único Capitán General de la Nueva Granada. Veamos:

Por graves que son estas faltas parecen todavía leves y disimulables comparadas con las otras de que voy a hablar a V.E. Siento una extrema repugnancia a darles crédito, y ciertamente las habría desatendido y rechazado si las quejas no fuesen tan repetidas, y si no emanasen de los primeros empleados y del mismo Vicepresidente. V.E. es acusado: Primero, de haber pretendido apoderarse del mando, a pretexto de las facultades que tuve a bien delegarle para el mejor acierto de sus operaciones militares, y que de ningún modo se extendían a la provincia de Guayana, ni podían ser en perjuicio de las autoridades establecidas en las respectivas provincias. Así lo expresé a V.E. en la comisión que se libró, tan clara y distintamente, que no puede V.E. creerse facultado para poner en receso todas las autoridades del país cuyo mando se le ha encargado.

Segundo: V.E. ha entorpecido y detenido su marcha de la capital sin necesidad, haciendo peticiones de auxilios extraordinarios, e inoportunas protestas sobre los resultados de sus observaciones. V.E. había mandado el Ejército de Oriente poco antes, sabía su situación y los recursos del país, y si no lo creía capaz para ejecutar el plan de campaña debió representármelo o no encargarse del mando que voluntariamente aceptó y prefirió a su representación en el Congreso.

Pero hay más, de acuerdo con lo que afirma el oficio:

Últimamente, V.E ha tomado la correspondencia que venía para mí del señor general Bermúdez, la ha abierto y hecho de ella el uso que le ha parecido. Yo no sé bajo qué aspecto se crea V.E. autorizado para ver las comunicaciones del Gobierno, cualesquiera que sean, y mucho menos las de un Gobierno de provincia que puede y debe entenderse directamente con él.

Es evidente que no estamos ante un simple caso de desobediencia susceptible de sanción severa, sino ante movimientos destinados a la toma del comando supremo a cualquier costo. Mariño no quiere manejar un ejército dependiente de su superior, se niega a ser una pieza del engranaje bélico. Se apropia de unos signos de autoridad a través de los cuales anuncia su cercano ascenso hasta la cima de la pirámide, que lleva a cabo a través de movimientos autónomos o mediante violaciones que solo pueden desprenderse de un entendimiento personalista del proceso en el cual participa y del desprecio que siente por Bolívar. A menos que el superior haya exagerado o mentido en el oficio que acabamos de comentar.

#CrónicasDeMilitares | El general Valero contra el general Salom, y una reacción inútil de Bolívar
Don Simón designó al Gral. Antonio Valero de Bernabé como comandante militar del istmo de Panamá y lo mantuvo entre sus interlocutores, pese a su airada reprimenda por el enfrentamiento con el Gral. Bartolomé Salom

 

@eliaspino

El general Antonio Valero de Bernabé, prócer de nuestra Independencia nacido en Puerto Rico, protagonizó un enfrentamiento con el general Bartolomé Salom cuando llevaba a cabo el sitio de la fortaleza de El Callao. Fue un escandaloso desafío que provocó la ira de Bolívar, quien entonces se mostró enfático contra el puertorriqueño en documentos que en breve se convirtieron en papel mojado. Ahora veremos lo esencial del episodio.

Valero de Bernabé había llegado a Venezuela en 1822, después de destacar como oficial de los ejércitos mexicanos que luchaban contra los realistas. Decepcionado por la proclamación de Iturbide como emperador, pidió la baja para continuar sus luchas entre nosotros. Fue bien recibido, no solo porque se conocían sus actividades en el conmovido virreinato, sino también sus antecedentes de heroísmo en la guerra de Independencia de España contra Napoleón, en la cual obtuvo el grado de coronel y distinciones por sus esfuerzos en la defensa de Zaragoza. Apenas al llegar a Caracas, se le dio el mando de una columna que debía marchar hacia el Perú. Al probar sus destrezas, pronto llegó a alta ubicación en las huestes del general Salom que debían capturar los esenciales fortines de El Callao. Entonces sucedió  el encontronazo que provocó la ira del Libertador.

En oficio que remite el secretario José Gabriel Pérez al ministro de Guerra y Marina, fechado en Arequipa el 21 de mayo de 1825, nos enteramos de la vicisitud y de la reacción del Jefe Supremo de la República. Dice así:

Su Excelencia El Libertador, Jefe Supremo de la República, me manda informar a S. E. el Poder Ejecutivo de esa República, la criminal conducta del señor General Manuel Antonio Valero con el señor General en Jefe del Ejército sitiador del Callao, General Bartolomé Salom. El General Valero, olvidando sus deberes, la disciplina militar y la subordinación, ha cometido el detestable delito de desafiar al General Salom por disgustos nacidos del servicio. Ese crimen es tanto más grave cuanto que ha sido cometido delante de una plaza enemiga sitiada, y la conducta del General Valero pudo haber producido funestos males a la República, introduciendo en las tropas el desorden y la anarquía. S. E. el Libertador le previene con esta fecha que marche a Bogotá a presentarse al Gobierno Supremo, porque no quiere que continúe aquí en descrédito de las tropas de Colombia. S. E., como colombiano, ha tenido el más profundo sentimiento de la conducta del General Valero, y ruega al Gobierno de Colombia que este General sea juzgado para que sienta el justo rigor de las leyes de esa República, ultrajadas por Valero.

Pero, además, Bolívar hizo que su secretario también escribiera al infractor un oficio en el cual afirmó:

S. E.  el Libertador no quiere que V. S. continúe bajo ninguna clase como auxiliar de Colombia en el Perú, sino que en el acto mismo que reciba esta orden se ponga en marcha para Bogotá a presentarse al Poder Ejecutivo. S.E. no quiere que V.S. continúe en esta República, ni quiere que contagie con su mal ejemplo a las tropas de Colombia que hasta hoy han sido el modelo de la subordinación y la disciplina.

Estamos ante una falta relevante que se debía corregir, frente a una respuesta institucional acorde con la gravedad de la indisciplina, pero la reacción se pierde en las nebulosas de la política, o en las posteriores necesidades de la guerra. Basta un repaso de la hoja de vida del general Valero de Bernabé, para enterarnos no solo de que permanece en el servicio de la república, sino también de que gozará del favor de quien le ha propinado dura reprimenda. Fue más tarde ascendido a General de Brigada y llegó a desempeñarse como jefe del estado mayor del ejército de Colombia. Además, don Simón lo designó como comandante militar del istmo de Panamá y lo mantuvo en el elenco de sus interlocutores.

Cuando sucedió la desmembración de Colombia, Páez dispuso que Antonio Valero de Bernabé fuera su ministro de Guerra y Marina. El oficial puertorriqueño aceptó sin vacilar, pero renunció al enterarse de que el Libertador había sido expulsado de territorio venezolano. Escogió entonces un exilio voluntario. Volvió a altas funciones durante la presidencia del general José Tadeo Monagas, sin que nadie se acordara de sus escandalosas diferencias con el general Salom, vencedor de El Callao todavía activo en política, ni de unas decisiones de Bolívar que jamás se ejecutaron. 

#CrónicasDeMilitares | Bolívar le enseña táctica a Bermúdez
Bolívar no da consejos porque los obtuvo de los textos bélicos que se leían en la época, los saca de examinar cómo se han movido los ejércitos realistas

 

@eliaspino

La guerra de Independencia no es dirigida por oficiales de escuela, formados en academias, sino por capitanes que aprenden su oficio mientras se enfrentan al enemigo. Es así en la mayoría de los casos. El hecho no significa que los sucesos dependan entonces del azar, porque los líderes tratan de evitar su influencia cuando la necesidad los obliga y no solo llegan a imponerse frente a las circunstancias porque las pronostican y las dominan, sino también porque las preparan de antemano. De esa pedagogía nacida de los desafíos cotidianos provienen las lecciones que remite Bolívar al general José Francisco Bermúdez, en correspondencia fechada en 3 de junio de 1819, que veremos de seguidas.

Bolívar ha designado a Bermúdez como general en jefe del Ejército de Oriente, pero debe marcharse de Venezuela para hacer la guerra en la Nueva Granada. Decide entonces enviarle unas instrucciones, de las cuales se verán ahora tres en las cuales insiste.

Veamos la primera de esas instrucciones:

En primer lugar, debe usía tener presente que los enemigos confían más en su disciplina que en su valor; que más confían en las sorpresas que en los ataques regulares; y que ellos nos suponen incapaces de obrar según los principios de la táctica. Piensan que no sabemos movernos, porque no sabemos evoluciones. Es preciso, pues, que vean en el ejército de Oriente lo que en el de Occidente: valor, táctica y disciplina. El enemigo ataca siempre en columnas cerradas, porque anteriormente se les recibía siempre en batalla. Luego que lo recibamos en columnas también cerradas, es probable que despliegue en batalla y que cambie de frente para sorprendernos y aprovecharse de nuestra perplejidad.

Esta es la segunda:

Regla general: si no hay obstáculos invencibles en el campo de batalla, o si nosotros no ocupamos posiciones ventajosísimas, debemos observarlo constantemente, y desde muy lejos, para atacarlo en la misma formación en que venga marchando; mas siempre prontos a seguir sus movimientos con la última celeridad, procurando muy cuidadosamente oponerle un frente igual, o poco mayor, aunque nuestro fondo sea un poco que el del enemigo. Un ala sobresaliente tiene mucho adelantado para flanquear al enemigo. Usía hará que las primeras compañías sean de hombres selectos, para ponerlas siempre al frente, porque las tres primeras filas deciden regularmente de la suerte de la columna y aun de la victoria. El resto de la columna sigue el impulso de la cabeza.

Y, por último:

El enemigo no aleja jamás sus cuerpos avanzados de la masa de su ejército, lo que nos da una gran facilidad para observarlo de cerca y obrar según las circunstancias. Si usía observa diligentemente las tropas españolas, puede lograr destruirlas sin aventurar una batalla que pueda ser ruinosa.

Aparte de ofrecer al lector detalles que seguramente desconocía, el texto de hoy permite que observemos la guerra de independencia como lo que realmente fue: una proeza nacida de la nada, desde el punto de vista militar, o de unos rudimentos que no garantizaban éxitos si no se volvían algo más concreto y confiable, sino se transformaban en una herramienta no solo capaz de garantizar la supervivencia, sino también la victoria.

La contienda produjo una pedagogía sobre la marcha, una enseñanza impuesta por la necesidad, lo cual significa que la formación de los ejércitos republicanos no provino de manuales inexistentes en las cercanías, ni de aulas que todavía no se habían levantado, sino de las lecciones ofrecidas por la realidad después de 1811. Bolívar no da consejos porque los obtuvo de los textos bélicos que se leían en la época, los saca de examinar cómo se han movido los ejércitos realistas.

Y se convierte en maestro de ese curioso colegio, debido a que la  observación del entorno le aconsejó crear un aula trasmitida a través del correo para enseñar a un oficial de importancia lo que la experiencia le acababa de comunicar. Así comprobamos aquí. Pero también a otros, según se conoce a través de diversas fuentes. Y ahora funcionó el ensayo docente, no en balde sabemos que el educando entró con sobradas credenciales en el cuadro de honor de las batallas. Aunque también se formó como autodidacta, desde luego.

#10DocumentosBolivarianos | Mensaje a la Convención de Ocaña, o la muerte anunciada de la república

Iglesia de Ocaña, donde se celebró la Convención de Ocaña. Acuarela de Carmelo Fernández (1809-1887). Imagen de wdl.org.es (intervenida por N. Silva / Runrunes)

@eliaspino

Colombia vive una crisis política desde 1826, que conduce a la reunión de una Convención Nacional en Ocaña en la cual predomina el interés de las facciones interesadas en el control del poder. Se pretende la reforma de la ley fundamental para buscar caminos de salvación en un ambiente de fricciones y acusaciones. El enfrentamiento entre diversos entendimientos de la república, pero especialmente una hostilidad  enconada entre los partidarios de Bolívar y los seguidores del general Santander, entre venezolanos y neogranadinos, impiden la posibilidad de acuerdos sobre reformas institucionales. La pugnacidad hace que el Libertador, sin votos suficientes para el control de las decisiones, no se presente ante los diputados. La posibilidad de su comparecencia  provoca reacciones de protesta. Permanece en Bucaramanga, resguardado por sus tropas, y envía con edecanes su Mensaje como jefe del estado, fechado en 29 de febrero de 1828. El contenido se analizará someramente ahora.

Es un documento de especial importancia, debido a que refleja una crisis a través de la cual se demuestra la imposibilidad de mantener una república nueva y heterogénea.

Las observaciones del presidente demuestran que se está ante una realidad sin posibilidades de mantenimiento por razones esenciales, frente a un choque de intereses y ante una fricción legal cuyos resultados debían conducir a la disolución del establecimiento. Se debe insistir en este primordial punto para desechar la manida versión que atribuye el desmantelamiento de Colombia a intereses mezquinos, a la traición de la idea magna e impoluta que tuvo su fundador, cuando en realidad las circunstancias imponían la desmembración de las sociedades que la formaban.

Las afirmaciones que escuchan a través de mensajero los diputados de Ocaña anuncian la cercanía de una disolución irremediable.

La siguiente generalización avala lo señalado:

Debo decirlo: nuestro gobierno está esencialmente mal constituido. Sin considerar que acabamos de lanzar la coyunda, nos dejamos deslumbrar por aspiraciones superiores a las que la historia de todas las edades manifiesta incompatibles con la humana naturaleza. Otras veces hemos equivocado los medios y atribuido el mal suceso a no habernos acercado bastante a la engañosa vía que nos extraviaba, desoyendo a los que pretendían seguir el orden de las cosas, y comparar entre sí las diversas partes de nuestra constitución, y toda ella, con nuestra educación, costumbres e inexperiencia para que no nos precipitáramos en un mar proceloso.

Muestra el desacoplamiento entre las aspiraciones de los líderes y las peculiaridades de las circunstancias, o entre las metas fijadas y la inexperiencia de quienes las fijaron, que ha conducido a una situación calamitosa en sentido institucional. Tal es el punto esencial del testimonio, sin aludir expresamente a los intereses partidarios. Prefiere insistir en el desacoplamiento de los poderes públicos, anomalía dentro de la cual destaca la preeminencia del congreso frente a la autoridad del Ejecutivo.

Veamos su crítica del parlamento:

Hemos hecho del legislativo sólo el cuerpo soberano, en lugar de que no debía ser más que un miembro de ese soberano; le hemos sometido el ejecutivo, y dado mucha más parte en la administración general que la que el interés legítimo permite. Por colmo de desacierto se ha puesto toda la fuerza en la voluntad y toda la flaqueza en el movimiento y la acción del cuerpo social.

El derecho de presentar proyectos de ley se ha dejado exclusivamente al legislativo, que por su naturaleza está lejos de conocer la realidad del gobierno y es puramente teórico.

El arbitrio de objetar las leyes concedido al ejecutivo, es tanto más ineficaz cuanto que se ofende la delicadeza del congreso con la contradicción. Este puede insistir victoriosamente, hasta con el voto de la quinta o con menos de la quinta parte de sus miembros; lo que no deja medio de eludir el mal.

Prohibida la libre entrada a los secretarios del despacho en nuestras cámaras, para explicar o dar cuenta de los motivos del gobierno, no queda ni este recurso que adoptar para esclarecer al legislativo en los casos de objetarse algún acuerdo.

Debe recordarse que habla ante parlamentarios, es decir, ante los controladores de una supremacía que se extralimita en su papel de freno y contrapeso propio de las repúblicas, según considera, y que puede promover disputas para estorbar la marcha de la administración. Estamos ante una preocupación evidente en torno al papel de los políticos, que coloca en primer plano cuando quiere hablar de rectificaciones para provecho de la nación; pero, en especial, sobre la necesidad de reforzar el poder que representa. 

Sobre ese punto, crucial en sus críticas, destaca lo siguiente:

El ejecutivo de Colombia no es el igual del legislativo (…) viene a ser un brazo débil del poder supremo, que no participa en la totalidad que le corresponde, porque el congreso se ingiere en sus funciones naturales sobre la administración judicial, eclesiástica y militar. El gobierno, que debería ser la fuente y el motor de la fuerza pública, tiene que buscarla fuera de sus propios recursos, y que apoyarse en otros que le debieran estar sometidos. Toca esencialmente al gobierno ser el centro y la mansión de la fuerza, sin que el origen del movimiento le corresponda. Habiéndosele privado de su propia naturaleza, sucumbe en un letargo, que se hace funesto para los ciudadanos y que arrastra consigo la ruina de las instituciones.

A nadie escapa que arrima la brasa para su sardina ante quienes la alejan del calor, pero también refiere la precariedad de una república descabezada. La guillotina parlamentaria la mutila con tajos en el cogote, señala en un discurso destinado a fortalecer la administración central, pero que también puede nacer de su posición cada vez más frágil en el palacio de gobierno.

Como su autoridad nace de sus hazañas bélicas y se sostiene en la plataforma militar, el análisis del papel del poder judicial se detiene en los excesos de los jueces cuando intervienen en asuntos castrenses.

Hemos dado por leyes posteriores a los tribunales civiles una absoluta supremacía en los juicios militares, contra toda práctica uniforme de los siglos, derogatoria de la autoridad que la constitución atribuye al Presidente y destructora de la disciplina que es el fundamento de una milicia de línea.

Agrega otras fulminaciones sobre el predominio del poder civil ante la autoridad y los hábitos militares, pero el fragmento parece suficiente para apreciar la profundidad de las críticas contra el entramado legal que conspira contra la salud de Colombia.

Hay más reparos que el lector puede conocer a través de la investigación de una fuente que no se ha revisado en forma exhaustiva, pero de las partes que se han mostrado puede afirmarse que estamos frente a un prólogo de la agonía de Colombia. Sus mismos creadores se ocupan de la liquidación, sin excluir al autor del Mensaje de Ocaña. Seguramente en sus regulaciones esté la razón del quiebre, sin que metamos en el saco de las explicaciones a factores como la perversidad de los políticos de la época, o como la traición a los ideales de un grande hombre. Entre todos levantaron un edificio condenado al derrumbe.

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#10DocumentosBolivarianos | Carta al obispo de Popayán, o la alta política en acción

En la imagen, óleo historicista (izq) y retrato del obispo de Popayán, Salvador Jiménez de Enciso.  

@eliaspino

Es habitual que veamos a Bolívar como un estadista que no se mezcla en el oscuro pantanal de la política, como un hombre de pensamientos superiores que está alejado de las contiendas usuales del poder. Fue, sin embargo, un práctico común de los afanes por el mantenimiento de la autoridad a través de maniobras alejadas de la sutilidad – en eso lo encontramos cuando liquidó a Piar-, o mediante la filigrana de unos  argumentos hilados con maestría para el sostén de su causa.

Ahora lo veremos en el ejercicio más elevado de sus cualidades ante un rival de cuidado, el obispo Salvador Jiménez de Enciso, a quien escribe desde Pasto el 10 de junio de 1822.

La causa de la Independencia no ha contado con el favor de la jerarquía eclesiástica, dominada por la fidelidad de Pío VII a la Corona. Pese a que ha aumentado el número de sacerdotes que apoyan la causa republicana, no sucede lo mismo con las mitras. De allí la necesidad de procurar que se mantengan en sus sedes sin mostrarse como realistas descarados, aunque no prediquen por la revolución. Colombia pretende el establecimiento en una parcela apegada a las enseñanzas del púlpito, situación que aconseja pasos comedidos para contener la influencia de los obispos. En tal contexto se debe apreciar la correspondencia que remite al prelado de Popayán sobre las relaciones de los nacientes estados con el Vaticano.

Salvador Jiménez de Enciso es un clérigo de importancia nacido en Málaga, que hace carrera como canónigo en la catedral de su ciudad y después en el virreinato del Perú. Doctor en Teología de la Universidad de Charcas, cercano a las autoridades de la región y maestro interesado en la formación de seminaristas, en 1815 es elevado a la diócesis de Popayán. Todavía dominan en la región y en sus cercanías las fuerzas virreinales, a las cuales ofrece colaboración contra los insurgentes. La proximidad de los patriotas lo hace anunciar que abandonará la diócesis, mientras permanezca la amenaza de “elementos hostiles y pecadores”. Pero lo comunica a Bolívar, ventana que aprovecha el destinatario para buscar la manera de retenerlo a través de una notable misiva.

La carta comienza con una referencia a las virtudes personales que se pueden mostrar ante situaciones de crisis. Veamos:

La historia, que enseña todas las cosas, ofrece maravillosos ejemplos de la grande veneración que han inspirado en todos tiempos los varones fuertes que, sobreponiéndose a todos los riesgos, han mantenido la dignidad de su carácter delante de los más fieros conquistadores, y aun pisando los umbrales del templo de la muerte. Yo soy el primero, Illmo. señor, en tributar mi entusiasmo a todos los personajes célebres que han llenado así su carrera hasta el término que les ha señalado la providencia. Pero yo no sé si todos los hombres pueden entrar en la misma línea de conducta sobre una base diferente. El mundo es uno, la religión otra. El heroísmo profano no es siempre el heroísmo de la virtud y de la religión; un guerrero generoso, atrevido y temerario es el contraste más elocuente con un pastor de almas. Catón y Sócrates mismo, los seres privilegiados de la moral pagana, no pueden servir de modelo a los próceres de nuestra sagrada religión. Por tanto, Illmo. señor, yo me atrevo a pensar que V.S.I., lejos de llenar el curso de su carrera religiosa en los términos de su deber, se aparta notablemente de ellos, abandonando la Iglesia que el cielo le ha confiado, por causas políticas y de ningún modo conexas con la villa del Señor.

Extraordinaria maniobra, a través de la cual pide al prelado que se mantenga en su palacio pese a la penetración de las fuerzas revolucionarias. Es una cuestión de carácter, una demostración de coraje propia de los luchadores profanos, pero en la cual también pueden mostrar evidencias de valentía los jefes de la fe tradicional. No es una obligación, pero puede ser ocasión de lustre personal. No está en el libreto habitual, pero lo puede introducir en el repertorio de los hombres excepcionales, de los “varones fuertes”. Bolívar distingue entre las lides profanas y los trabajos religiosos, pero, en la medida en que los mete en la misma frase, hace ver a Jiménez de Enciso que en ambos existen obligaciones con el prójimo que no se pueden soslayar y le pueden dar notoriedad.

De la referencia personal, pasa a una interpretación panorámica en la cual plantea la necesidad de que la Iglesia deje la beligerancia frente a la causa republicana porque le conviene a la Santa Sede.

V.S.I. debe pensar cuantos fieles cristianos y tiernos inocentes van a dejar de recibir el sacramento de la confirmación por falta de V.S.I.; cuantos jóvenes alumnos de la santidad van a dejar de recibir el augusto carácter de ministros de Creador, porque V.S.I. no consagra su vocación al altar y a la profesión de la sagrada verdad (…) Mientras Su Santidad no reconozca la existencia política y religiosa de la nación colombiana, nuestra Iglesia ha menester de los ilustrísimos obispos que ahora la consuelan de esta orfandad, para que llenen en parte esta mortal carencia.

 

Sepa V.S.I. que una separación tan violenta en este hemisferio no puede sino disminuir la universalidad de la iglesia romana, y que la responsabilidad de esta terrible separación recaerá muy particularmente sobre aquellos que, pudiendo mantener la unidad de la Iglesia de Roma, hayan contribuido, por su conducta negativa, a acelerar el mayor de los males, que es la ruina de la Iglesia y la muerte de los espíritus en la eternidad.

No solo se perjudican los fieles y se pierden las almas si los pastores se alejan del redil. La Iglesia deja de cumplir su misión espiritual y corre el riesgo de perder un rebaño fundamental, a los millones de ovejas colombianas esparcidas en Venezuela, Nueva Granada y muy pronto en Quito. El Libertador escribe al obispo de Popayán, pero envía un recado  a Pío VII. ¿No manifiesta que puede estar en juego la universalidad de la iglesia que el papa dirige desde Roma, y que hasta ahora ha sido excesivamente fernandina?

¿No le conviene a esa iglesia, tal y como está avanzando la guerra, pero sin necesidad de poses estentóreas, ser bolivariana y republicana en adelante?

Salvador Jiménez de Enciso se mantiene en la diócesis de Popayán hasta su muerte, sucedida en 1841. En el lapso no solo profundiza su actividad en el seminario diocesano, sino que también consagra a cuatro nuevos obispos de las cercanías. La Iglesia se acerca cada vez más a las nacientes repúblicas, por consiguiente, hasta formar parte de su cúpula. Tal vez la carta enviada por un político sagaz en 1822, por un remitente que maneja con brillantez los puntos de vista y hace cálculos razonables, comedidos pero con los pies en la escabrosa tierra, buenos para oídos episcopales dispuestos a escuchar, hiciera accesible el camino de la reconciliación.

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#10DocumentosBolivarianos | Carta a Santander sobre Colombia, o la república como imposición militar

@eliaspino

Es difícil la selección de una carta de Bolívar que pueda resumir las ideas que tiene del gobierno y de la orientación de sus proyectos, en sentido general. Un epistolario copioso y cargado de recursos retóricos, el más importante de su época, lleno de piezas susceptibles de atención especial, o de detalles sobre circunstancias pasajeras, puede conducir el trabajo del investigador hacia un mar de ardua navegación. Una mina rica en vetas puede llevar a exploraciones sin fruto.

Por fortuna, una carta como la que remite a Francisco de Paula Santander desde San Carlos, el 13 de junio de 1821, destaca por el hecho histórico al cual  refiere y por el asomo de ideas capaces de permanecer en sus planes  sobre un asunto de envergadura.

Está reunido el Congreso de Cúcuta para redactar la Ley Fundamental de Colombia y se acerca el día de la Batalla de Carabobo, mientras disminuye la fuerza de los ejércitos realistas en Venezuela. La causa republicana y su líder pasan por situaciones auspiciosas, sobre las cuales habla sin la rémora de las minucias. Se lleva a cabo el estreno de un sistema político en el cual ha puesto todas sus esperanzas, pero cuyos problemas no quiere ignorar. Lo que escribe a una figura de trascendencia como Santander, entonces su colaborador más cercano y conocedor como pocos de los negocios públicos en la Nueva Granada, es de vital importancia. No solo por los aprietos que percibe sobre la vida de la naciente Colombia, sino también por la solución que plantea para superarlos. Quizá no solo advierta el peso de los inconvenientes: también anuncia la fórmula unilateral e inflexible de solucionarlos que aplicará en el futuro.

Vemos, primero, cómo se expresa de los legisladores ocupados de redactar la Constitución. No son la estima, ni el respeto, los rasgos que mueven su parecer.

Por aquí se sabe poco del Congreso de Cúcuta: se dice que muchos en Cundinamarca quieren federación; pero me consuela con que ni Vd., ni Nariño, ni Zea, ni yo, ni Páez, ni otras muchas autoridades venerables que tiene el ejército libertador gustan de semejante delirio. Por fin, por fin, han de hacer tanto los letrados, que se proscriban de la República de Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores.

Es evidente cómo subestima la capacidad de los políticos y los intelectuales para diseñar el camino de la república en ciernes. Si se parte textualmente de la referencia a Platón, no cabe duda de cómo prefiere no contar con ellos para la propuesta de las regulaciones más importantes. Pero, así como los descalifica, coloca a los militares en la cúspide de las decisiones. No solo porque cita específicamente a los más renombrados como muestras exclusivas de sensatez, sino especialmente porque concede a los miembros de los contingentes armados la única instancia de decisión que puede llevar a la república por buen sendero.

Entiende a Colombia como el fruto de un hecho de armas, mientras arrincona a los creadores de ideas y a las ideas mismas en el proceso de su fundación.

Los letrados, los diputados civiles, los redactores  de la prensa insurgente, las gentes sencillas, ocupan un segundo plano frente a la soldadesca y frente a los oficiales que la dirigen. Debido a sus hazañas, las únicas que han conducido a resultados concretos, ha nacido una forma política fundamental, pero los políticos pretenden suplantarlos como protagonistas estelares. Los militares son ciudadanos de primera, frente a una masa de segundones. Algunos historiadores han visto en el fragmento una alarma sobre los riesgos de un sistema político que desdeña la realidad debido a la influencia vana de las teorías, sutileza que oculta el abrumador militarismo que destila.

La descalificación de los políticos y los intelectuales no solo es peligrosa en sí misma, cuando advertimos que se gesta una etapa primordial de nuestro republicanismo, sino también debido a los problemas que se ciernen sobre Colombia por la heterogeneidad de sus componentes. Escribe Bolívar a continuación:

Piensan esos caballeros (los legisladores) que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos de Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia.

En la hora del nacimiento de Colombia, el fundador muestra las razones de su futuro derrumbe. Es cierto que describe una realidad con el objeto de desacreditar a los parlamentarios que no la han observado, según él, pero es evidente cómo muestra un desfile de elementos humanos, de diversidades históricas y culturales, a través de los cuales se advierte la demasía de su amalgama, su rompecabezas de imposible soldadura. A menos que las piezas se reúnan a la fuerza por coerción militar.

De lo cual se desprende la trascendencia de la carta. No solo es una confesión de que ha pensado una configuración política de difícil o imposible sostenimiento, de que se ha empeñado en levantar la más estrambótica de las “repúblicas aéreas” que ha criticado antes, sino también de que ella solo puede aterrizar con el peso de las bayonetas. ¿No ha asegurado ahora, en el punto de partida, que “el pueblo está en el ejercito”? ¿No trata después de mantener el proyecto colombiano, ejerciendo una dictadura nacida en los cuarteles?

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#10DocumentosBolivarianos | El Poder Moral, o la Inquisición republicana

Ilustración de la Santa Inquisición. Imagen en rolmaster.com

@eliaspino

 

El proyecto para la creación de un Poder Moral es presentado por Bolívar ante los congresistas de Angostura en febrero de 1819, como parte de su propuesta de Constitución. Los diputados lo consideran “como de muy difícil establecimiento, y en los tiempos presentes absolutamente impracticable”. Se  conforman con ordenar su publicación, sin aprobarlo. Prefieren esperar opiniones calificadas sobre el asunto, que no llegan entonces. Hoy volvemos a sus páginas para cumplir el deseo de los representantes del pueblo, tal vez con las ideas que tuvieron ante la proposición sin atreverse a expresarlas. Según se verá a continuación, del plan bolivariano se desprende el designio de un tribunal parecido a la Santa Inquisición, que no pueden admitir con tranquilidad los destinatarios más ilustrados y liberales que lo reciben.

¿No es a una intolerable carga sobre la marcha del gobierno en ciernes, y una intromisión sin freno en la vida privada de los ciudadanos?

Dividido en dos secciones, la Cámara de Moral y la Cámara de Educación, el Poder Moral, también llamado Areópago, estaría formado por “los padres de familia que más se hayan distinguido en la educación de sus hijos, y muy particularmente en el ejercicio de las virtudes públicas”. Serían nombrados en una primera ocasión por el Congreso, pero después se renovarían de acuerdo con la decisión de sus integrantes. Su función esencial consistiría en la creación de una “policía moral”, cuya autoridad dependería del prestigio de naturaleza litúrgica que se daría a sus miembros a través de pormenores como estos que el proyectista sugiere:

Art. 7. Los miembros del Areópago se titularán Padres de la Patria, sus personas son sagradas, y todas las autoridades de la República, los tribunales y corporaciones les tributarán un respeto filial. 

 

Art. 8. La instalación del Areópago se hará con una celebridad extraordinaria, con ceremonias y demostraciones propias para inspirar la más alta y religiosa idea de su institución, y con fiesta en toda la República.

Art. 9. El Congreso reglará por un acta especial los honores que deben hacerse al Areópago, la precedencia que le corresponde en las fiestas y actos públicos, su traje, sus insignias y cuanto concierte al esplendor de que debe estar revestido este Poder Moral.

La pompa que prevé para los areopagitas se asemeja a la española de las ceremonias y las señales del Tribunal del Santo Oficio, exhibición de prendas de autoridad mezclada con anuncios de influencia ineludible, pero la semejanza se hace más evidente en el área de sus atribuciones. Por ejemplo, en lo respectivo a la Cámara de Moral:

Art. 4 Su jurisdicción se extiende no solamente a los individuos, sino a las familias, a los departamentos, a las provincias, a las corporaciones, a los tribunales, a todas las autoridades y aun a la República en cuerpo. Si llegan a desmoralizarse debe delatarlas al mundo entero. El Gobierno mismo le está sujeto, y ella pondrá sobre él una marca de infamia, y lo declarará indigno de la República, si quebranta los tratados o los tergiversa, si viola alguna capitulación o falta a algún empeño o promesa.

 

Art. 5 Las obras morales y políticas, los papeles periódicos y cualesquiera otros escritos están sujetos a su censura, que no será sino posterior a su publicación. La política no le concierne sino en sus relaciones con la moral. Su juicio recaerá sobre el aprecio o desprecio que merecen las obras y se extenderá a declarar si el autor es buen ciudadano, benemérito de la moral o enemigo de ella, y como tal, digno o indigno de pertenecer a una República virtuosa.

Art. 6 Su jurisdicción abraza no solamente lo que se escribe sobre moral, o concerniente a ella, sino también lo que se habla, se declama o se canta en público, siempre para censurarlo y castigarlo, jamás para impedirlo.

El más sumiso de los miembros de la sociedad, entonces y ahora, o el menos perspicaz de los políticos, ayer y hoy, se da cuenta de los peligros encerrados en las decisiones que puede tomar la Cámara de Moral de los areopagitas.

Son atribuciones dirigidas a la parcela de la moralidad, es decir, sin vínculos con las conductas políticas, según el autor del proyecto, pero que  pueden deslizarse hacia un terreno peligrosamente resbaladizo.

No en balde deben separar a los bienaventurados de los villanos, a los santos de los pecadores. No en balde los angelicales areopagitas distinguidos con prendas de dignidad deben crear una “policía moral”, conviene recordar.

Pero los atrevimientos a que puede llegar la Cámara de Educación son especialmente alarmantes y dignos de rechazo por los ciudadanos a quienes se ha prometido una edad dorada de tolerancia y democracia, alejada de las tradiciones del imperio español. Entre ellos la indispensable cooperación que imponen a las madres para la educación de los niños de tierna edad. Veamos: 

Siendo absolutamente indispensable la cooperación de las madres para la educación de los niños en sus primeros años y siendo estos los más preciosos para infundirles las primeras ideas  y los más expuestos por la delicadeza de sus órganos, la Cámara cuidara muy particularmente de publicar y hacer comunes y vulgares en toda la República algunas instrucciones breves y sencillas, acomodadas a la inteligencia de todas las madres de familia sobre uno y otro objeto. Los curas y los agentes departamentales serán los instrumentos de que se valdrá para esparcir estas instrucciones, de modo que no haya una madre que las ignore, debiendo cada una presentar la que haya recibido y manifestar que la sabe el día que se bautice su hijo o se inscriba en el registro de nacimiento.

Estamos ante un designio de adoctrinamiento que se inicia en la pila bautismal, para involucrar a todas las madres de la flamante república. Podemos imaginar, sin caer en exageraciones, lo que hubiera pasado con las renuentes y las indiferentes, o con las partidarias del antiguo régimen. ¿Qué les sucedería ante la cercanía de un totalitarismo?   Baldón eterno, en el mejor de los casos.

El plan viene lleno de buenas y patrióticas intenciones, dirían los bolivarianos ciegos de la actualidad, pero no comete herejía quien los relacione con los planes ortodoxos del rotundo fray Tomás de Torquemada. Quizá pensaran así, sin atreverse a afirmarlo en la tribuna, los diputados de Angostura que dejaron el proyecto de Poder Moral  para la consideración del futuro. En algo se ha tratado de atender su invitación aquí.

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