Los últimos años de la humanidad y la actual crisis ucraniana demuestran que la única ideología que queda en pie es la ideología del dinero
@juliocasagar
Francis Fukuyama se peló de bola a bola cuando predijo que luego de la caída del muro de Berlín sobrevendría un mundo de apogeo de la democracia liberal. En realidad, lo que llegó a su fin es el decimonónico argumento de las ideologías. Esas quincallas, suerte de colección de baratijas y mentiras de toda naturaleza que varios líderes armaron para engatusar a gente a la que ponían a luchar por “causas”, cuando en realidad estaban peleando por sus propios intereses.
Las ideologías, todas ellas, no son más que catecismos de religiones laicas. Recetarios de “soluciones” para todos los problemas que inquietan a la humanidad. Adoptan la forma de himnos épicos y/o líricos, según convenga. En realidad, son poemarios de sociedades secretas de poetas muertos.
Los últimos años de la humanidad y, sobre todo, la actual crisis ucraniana, demuestran que la única ideología que queda en pie es la ideología del dinero.
Ante la crisis de Ucrania queda establecido que ese es el hilo conductor, el pegamento que une la conducta de López Obrador con la de Alberto Fernández y con Bolsonaro. Al hijo de Biden, de quien se dice tiene negocios con el gas europeo y a Trump, financiado por bancos rusos.
Hoy, la city de Londres está temblando porque las sanciones a los oligarcas rusos podrían dejar miles de hipotecas sin pagar y deudas sin honrar. Hasta este momento, la tímida medida de sacar a algunos (no a todos) bancos rusos del sistema SWIFT, se ha tomado justamente por eso. A los oligarcas rusos hay que dejarles una ventanita para que paguen sus deudas, mientras migran al sistema de pagos chino o a las minas de criptomonedas de Rusia y Bielorussia. Veremos entre esta puja del dinero y el poder y la necesidad de defender valores comunes quién terminara ganando.
Dicho lo dicho y uniéndonos al coro de los nuevos “especialistas” en materia de enfrentamientos bélicos, debemos preguntarnos: ¿era posible evitar la invasión rusa? Y quizás más importante: ¿qué escenarios quedan abiertos después de esta intervención?
Veamos. Para tratar de resolver la primera interrogante, estamos obligados a remitirnos a una respuesta de Winston Churchill a la pregunta: “En pocas palabras, ¿cómo definiría usted a la segunda guerra mundial?” El ex primer ministro contestó sin dudar “Una guerra que pudo haberse evitado”. Para explicarlo, Churchill se remonta al 7 de marzo de 1936 (dos años antes de la invasión a Polonia).
Ese día, Hitler, violando el Tratado de Versalles, ocupa la zona desmilitarizada de Renania. Como posteriormente se supo, el alto mando alemán estuvo en desacuerdo con aquella aventura. Sencillamente, el ejército alemán no estaba preparado entonces para tal operación. La crisis con Hitler fue de tal magnitud que un sector de la Wermacht se planteó derrocar a quien ya daba muestras de no estar en sus cabales. Hitler logro, no obstante, in extremis, un pacto con sus oficiales y les prometió: “Si se moviliza un solo soldado francés o belga, retiramos las tropas”. Pues no se movilizo ni uno solo. El gobierno francés, con la mirada puesta en las elecciones, resolvió no hacer nada. Se comunicaron con los británicos y el ministro Eden les respondió que Hitler lo que estaba haciendo era recuperar su patio trasero (cualquier parecido con lo de hoy en Ucrania no es ninguna coincidencia).
Hoy nos preguntamos: ¿era posible evitar la invasión de Putin? La respuesta es sí, pero es obvio que la tarea de evitarlo era hercúlea. Había que derrocar a Putin y eso no ha parecido posible. No hay quien lo haga. Lo que sí es cierto es que la razón de la invasión ha estado siempre en la psiquis retorcida de Putin. A ese psicópata nadie lo ha provocado. Ha dicho mil y una vez que la desaparición de la URSS ha sido una tragedia geopolítica. Él es un agente de la KGB y comparte con Hitler la teoría de un espacio vital para su sentimiento gran ruso. Cree, con Catalina La Grande, que “la única manera de defender las fronteras de Rusia es extendiéndolas”.
Decir hoy en día que alguien ha provocado a Putin es un despropósito. Es un argumento muy parecido al que invocan algunas mujeres cuyo marido las maltrata y piensan que si “no lo provocaran”, que si hubiera planchado mejor la camisa o cocinado más sabroso, el marido no la golpearía. El marido la golpea porque es un psicópata y Putin invade a Ucrania porque es un matón psicópata, como Hitler y como el marido maltratador.
Ahora bien, ¿le va a sonar la flauta a Putin? No necesariamente. La última vez que los rusos invadieron un país fue Afganistán y salieron de allí, como los americanos, con el rabo entre las piernas. El presidente Zelenski, comediante de profesión, no les ha salido (hasta ahora) correlón. Todo lo contrario, se ha plantado y ha dicho que se quedará en Ucrania con su familia. Dicho de otra manera, le está poniendo el pellejo a sus convicciones y ante esa actitud no queda más que el respeto y la admiración. Esa que todos los David se ganan cuando se enfrentan a Goliath.
Si la descomunal diferencia militar de Rusia no logra tomar rápido el palacio de gobierno y neutralizar a Zelenski, si las milicias y los civiles ucranianos se mantienen hostigando sus tropas de ocupación, las cosas pueden ponerse feas para Putin. Le espera una costosa y odiosa ocupación, con sacrificios para los rusos que se gravarán con la llegada de las inefables bolsas negras con los cuerpos de los jóvenes que han ido a pelear una guerra que no les incumbe, ni les interesa.
“La guerra es la continuación de la política por otros medios”, como nos lo recuerda el barón Von Clausewitz. Y esta guerra no es definitivamente una victoria política para Putin, hasta ahora.
Para Putin el tiempo corre en contra. Cada día que pasa, crece la solidaridad con Ucrania. La moral y la política y, en algunos casos, la militar otorgada tímidamente por los aliados de la OTAN. Saben que el orate del Kremlin es capaz de cualquier cosa. En un acto delirante acaba de poner en alerta sus fuerzas nucleares disuasivas e incluso la de invadir a Suecia y Finlandia. Error, por cierto, que los demócratas quisiéramos se le pasara por la cabeza. Ojalá que, como Hitler, se ciegue y decida invadir a la URSS, en lugar de concentrarse en Normandía.
La crisis de Ucrania puede ser corta o larga. Eso ahora no podemos saberlo.
Lo que va a gravitar durante un largo periodo es que el nuevo mundo ya no se está dividendo entre opciones ideológicas, ni entre derecha e izquierda. Está visto que los populistas de toda laya han iniciado una ofensiva contra el sentido común, la civilidad y la paz.
Esos serán los grandes enfrentamientos que vienen. Desgraciadamente, como estos matones populistas son esencialmente seres sin escrúpulos, están usando el dinero y el poder para ganarse voluntades débiles y tejer redes de complicidades. Dentro y fuera de sus países.
Quienes apostamos a un mundo mejor para los hijos y los nietos, no nos queda más que esperar que tengamos las fuerzas para apostar a gestos como los del digno pueblo ucraniano que, con valentía, ha resuelto no dejarse hacer y plantarle cara al dictador del Kremlin.
La historia está lejos de haberse terminado. Lo lamentamos por Fukuyama.
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