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La nueva clase, por Armando Martini Pietri

 

Así llamó Milovan Đilas o Djilas político, revolucionario, escritor yugoslavo, militante comunista, combatiente del movimiento partisano contra la invasión nazi-fascista, y líder del gobierno comunista de Yugoslavia tras la Segunda Guerra Mundial. En un estudio sobre la clase socio-económica de comunistas que iba surgiendo y consolidándose en los países controlados por el comunismo y el régimen soviético. Un análisis del sistema comunista en un libro de teoría política sobre el concepto de la nueva clase. Propuso que oficiales del partido-estado formaran una clase que «usa, disfruta y dispone de la propiedad nacionalizada»

En Venezuela ha surgido, y se consolida, una nueva clase. Sin considerar la parte moral, ética. Son casi todos más jóvenes, mucho más ricos, beneficiarios del poder y de veinte años de complicidad no sólo de la dirigencia chavista civil y militar, sino también nacional y de cierta oposición que, de una u otra manera, ha sido privilegiada y beneficiaria.

El principal inconveniente de esa nueva clase con elegantes oficinas, lujosos autos, confortables apartamentos y casas alrededor del mundo, es qué harán con su dinero no siempre bien habido. Además de lo estricto de las sanciones estadounidenses y europeas, que conforman una firme y eficiente estrategia que muerde feroz e implacable en todos los vericuetos financieros, complicándose la permanente caída económica de su propio Gobierno, torpe, incompetente y desconcertado, empieza a afectarlos. Sin contar los fondos congelados, y vigilancias impuestas a los bancos; ¿de qué sirve guardar millones en cuentas que no pueden ser movilizadas en el extranjero, y en los escondrijos locales se deprecian aceleradamente?

El dinero, y la riqueza actual en general, no son bienes pasivos. Son “activos”, es decir, inquietos, deben movilizarse, usarse. Los vehículos se desgastan y corroen, la angustia cansa, los modales se descuidan y los inmuebles cerrados se deterioran.

Estas líneas no están escritas con gusto, por el contrario, a mucho desagrado, pero con realismo y crudeza, la transición viene sin duda, pero no podrá ser de sólo venganza sino de acuerdos. Habrá castigos, ciertamente, pero también arreglos perversos. Tendrá y se hará justicia, pero no faltaran los pañuelos en la nariz. Ya la economía no es sólo una desgracia para las clases medias y trabajadores, también un enorme riesgo para los que disfrutan de prebendas e inmunidades que se van quedando sin países a los cuales viajar para contar y usar su fortuna, sin oportunidades para transformarlo. Quizás ya no para ellos, pero sí para sus hijos.

¿Dónde están ahora aquellos míticos capos narcotraficantes, mafiosos, ladrones, delincuentes? Muertos o escondidos, pero sus hijos no tienen cuentas pendientes -que se sepa- con la justicia y se han convertido, muchos de ellos, en apacibles empresarios e inversionistas. Que nos guste o no es otra cosa, pero más allá de justicia y venganza, castigo y ajuste de cuenta, está apareciendo y afianzándose una nueva clase mejor preparada -la mayoría, incluso provenientes de colegios y universidades privadas de alto nivel y por encima de toda sospecha-, tienen mucho dinero disponible y a disposición.

Fortuna que necesita el país, pero también el régimen del cual en buena parte ha salido, y que ninguno de los miembros de esa nueva clase está dispuesto a entregar -devolver- al tesoro público. Pero sí a inversiones, apruebe o no, le interese o no, lo comprenda o no el madurismo que, al mismo tiempo, sigue siendo incapaz de resolver nada, requiere y precisa que alguien ponga dinero en el desierto que él mismo ha creado y amplía cada vez que inventa una ocurrencia.

Pero esa nueva clase -igual que los empresarios y emprendedores que siguen quedando en el país- demandan ajustes importantes que el Gobierno tendrá que ingeniárselas para hacer. La nueva clase sí sabe qué hace falta y urge hacerse, cómo hay que manejar ese timón que en este momento gira alocado sin timonel.

Nuevas normas, nuevo control creciente de la seguridad ciudadana, diferente filosofía económica para un régimen que ni siquiera es ya capaz de cumplir promesas delirantes tras un cambio ilógico e irracional de su moneda, porque ahora los precios, salarios y prestaciones se miden en menos unidades pero cuestan mucho más, no hay quien corrija una navegación que entrompa las olas porque ni sabe ni se le ocurre subirlas y bajarlas en diagonal, no hay empresario opositor ni oficialista ni eficiente ni sinvergüenza que pueda poner ni un soberano en ese mar sin capitán ni tripulación.

La nueva clase está entre dos paredes demasiado altas. Sanciones y amenazas en el extranjero, y los errores del Gobierno. En otras latitudes quizás puedan llegar a ciertos acuerdos cooperantes que les permitan movilizar parte de sus dineros. En el país necesitan una economía que les permita poner a funcionar adecuadamente su patrimonio.

Por allí parece venir una transición, luce inevitable y se percibe que no será como políticos y analistas superficiales, adjetivadores de micrófonos y columnas periodísticas, anuncian. El detalle es que los venezolanos de hoy, la mayoría, no son los mismos ni interpretan igual que hace veinte años. Ya no tienen ni mastican ilusiones, ahora quieren y exigen realidades.

 

@ArmandoMartini 

 

Esta “revolución” fue una ilusión construida sobre mentiras atractivas: somos un país riquísimo con las mayores reservas mundiales de petróleo, y los millones de venezolanos empobrecidos saldrán de la cárcel de su indigencia si aclaman al mesías distribuidor de esa fabulosa riqueza y castigador con su brazo militar de los ladrones que los despojaron de su herencia minera. Para pasar de la pobreza a la riqueza no hace falta cambiar, ni  aumentar la productividad, sino extender la mano para recibir. Esta promesa llevó al ciego seguimiento ilusionado y al consiguiente inevitable fracaso. Promesa que llegó a los bolsillos, con los precios petroleros multiplicados por 10. Nada de ahorrar en fondos de inversión, ni de sembrar para producir futuras cosechas, ni mejorar la educación y el mantenimiento. Basta repartir, improvisando el corrupto programa de “Bolívar 2000”, decenas de misiones y corruptos negocios multimillonarios en dólares. Tenemos dólares ilimitados y haremos de la importación el negocio más lucrativo, dejando la producción nacional en quiebra. Para eso daremos a los amigos y socios millones de dólares a 10 bolívares de los que ellos destinarán una parte a importar y venderán la otra mitad a más de 100.000 bs/$; no hay negocio en el mundo que se le iguale. Así convirtieron a Venezuela en el mayor monumento mundial de lo que no se debe hacer.

Los países caen en locuras porque hay propensión heredada a escuchar lo que se quiere oír. En la mal llamada “cuarta república” está  la madre de la quinta: el cuento de país petrolero riquísimo con renta inagotable. Creencia que estaba ya en millones de venezolanos pobres y ricos. La gente baila la música que le gusta.

En esta hora venezolana de catástrofe nacional y miseria y con la industria petrolera hundida, la sorprendente “inteligencia militar” inventa de nuevo la genialidad de que somos el país más rico porque ahora, además del petróleo infinito, tenemos 111.843 kilómetros cuadrados (mayor que media docena de países europeos juntos) de “arco minero” con fabulosas reservas de oro, coltan, esmeraldas… Vienen con el cuento de que ya vienen los compradores de mineral a enriquecernos y esta vez todo irá bien, pues lo garantiza una reducida casta militar que, de espaldas a su  juramento patrio, se enriquecerá para bien de todos.

Pero no toda Venezuela es ciega y encandilada. Entre estos sobresale José Antonio Abreu que en los días de Semana Santa se nos fue calladamente, luego de unos años de silencio. Genio de talla mundial a quien su fe cristiana vivida y su estudio le llevaron a descubrir que la riqueza y valía están dentro de uno. Excepcional estudiante y profesor de primera en su Universidad Católica, discípulo y amigo de los jesuitas Vélaz, guía espiritual, y Pernaut, inspirador económico. La genialidad de Abreu no estuvo en su talento musical, sino en su método para  estimular el talento de millones de niños y jóvenes venezolanos, sacar su riqueza interior y ponerla a valer de la mano de la música, construyendo un sistema. Rompiendo prejuicios (la música clásica no es para la salsa caribeña, sino para alemanes, centroeuropeos, salones palaciegos y minorías selectas). Llevó a desarrollar políticas públicas con presupuestos nacionales que desarrollen en todos los rincones miles de “taladros” para extraer el talento a través de la música. Que los jóvenes se sorprendan y disfruten al descubrir el tesoro que pueden sacar de sí mismos, que descubran su dignidad y el secreto de pasar de indigente a talentoso productor.

En el año 2004, la UCAB le otorgó el Doctorado Honoris Causa en Educación, a su destacadísimo egresado economista J.A. Abreu. En ese momento resaltamos su condición de Maestro educador, guía para una política de Estado (no de partido, como lo han querido hacer, apropiándose de quien trabajó para todos) para enseñar a cualquier joven a descubrir la alegría de su talento puesto al servicio de la totalidad. En el acto del doctorado como Rector de la UCAB decíamos: “Un  maestro, un educador, necesita algunas cualidades que resaltan de manera excepcional en Abreu. Quiero mencionar solo tres:

Una inquebrantable fe en la dignidad y en el talento humano, oculto y latente en los jóvenes y en los niños. Si nadie cree en ellos, jamás se desarrollarán esos talentos. Al maestro Abreu, su fe cristiana le lleva a una fe en la vocación y potencialidades ilimitadas de cada persona  y a brindarle oportunidades para que las descubra y desarrolle. Justamente una de las causas del empobrecimiento de Venezuela, y de muchos males que de ahí se derivan, es que se ha puesto más confianza en el dólar adicional por barril de petróleo que en el talento oculto de millones de jóvenes y niños, hoy carentes de verdaderas oportunidades.

La segunda gran virtud y secreto del éxito es su tenacidad, capaz de vencer todos los obstáculos. Solo así es posible mostrar una obra tan amplia y exitosa, en terrenos que no estaban previamente abonados.

La tercera cualidad que quisiéramos tomar de Abreu es su vocación de formador de formadores. Él es un inspirador que multiplica discípulos, porque sabe que a todos nos viene bien el don curativo de su movimiento musical y tiene el arte de contagiar su entusiasmo.

Fe en el talento humano de jóvenes y niños con frecuencia carentes de recursos y en ambientes hostiles para la elevación humana; tenacidad  y formación de formadores: son tres cualidades que la Universidad quisiera recalcar e imitar de este inspirador que arrastra y multiplica discípulos.

No hay buen maestro sin buenos discípulos. Hoy tenemos con nosotros a Abreu y a muchos de sus colaboradores a quienes extendemos nuestra cordial felicitación.»

Catorce años después es aún más clamorosa la enseñanza imperecedera del Maestro Abreu.

 

Luis Ugalde

 

Dic 02, 2016 | Actualizado hace 7 años

populismo

 

El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica “pueblo”. Populista quintaesencial fue el general Juan Domingo Perón, quien había atestiguado directamente el ascenso del fascismo italiano y admiraba a Mussolini al grado de querer “erigirle un monumento en cada esquina”. Populista posmoderno es el comandante Hugo Chávez, quien venera a Castro hasta buscar convertir a Venezuela en una colonia experimental del “nuevo socialismo”. Los extremos se tocan, son cara y cruz de un mismo fenómeno político cuya caracterización, por tanto, no debe intentarse por la vía de su contenido ideológico sino de su funcionamiento. Propongo diez rasgos específicos.

 

1 El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. “La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo ¬recuerda Max Weber¬ no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, `vive para su obra’. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido”.

 

2 El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, “alumbra el camino”, y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en las ciudades-Estado del Mediterráneo en la figura del “demagogo”. Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de “las revoluciones en las democracias”, y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración de Perón y Chávez: “En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los antiguos tiranos fueron demagogos”. Más tarde se desarrolló la habilidad retórica y llegó la hora de los demagogos puros: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar”. Hace 25 siglos esa distorsión de la verdad pública (tan lejana de la democracia como la sofística de la filosofía) se desplegaba en el ágora real; en el siglo XX lo hace en el ágora virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels), Perón aprendió la importancia política de la radio, que Evita y él utilizarían para hipnotizar a las masas. Chávez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.

 

3 El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino “Vox populi, vox dei”. Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno “popular” interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas ¬incluido un órgano nazi¬ contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso de desaparecer. La situación venezolana, con la “ley mordaza” pendiendo como una espada sobre la libertad de expresión, apunta en el mismo sentido; terminará aplastándola.

 

4 El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, o para ambas cosas, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.

 

5 El populista reparte directamente la riqueza. Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres, donde hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia. “¡Ustedes tienen el deber de pedir!”, exclamaba Evita a sus beneficiarios. Se creó así una idea ficticia de la realidad económica y se entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién pagaba la cuenta? No la propia Evita (que cobró sus servicios con creces y resguardó en Suiza sus cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones “voluntarias” y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflación. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte y reparte los beneficios del petróleo), hasta las estadísticas oficiales admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del asistencialismo (tal como Chávez lo practica) sólo se sentirá en el futuro, cuando los precios se desplomen o el régimen lleve hasta sus últimas consecuencias su designio dictatorial.

 

6 El populista alienta el odio de clases. “Las revoluciones en las democracias ¬explica Aristóteles, citando «multitud de casos» son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El contenido de esa “intemperancia” fue el odio contra los ricos; “unas veces por su política de delaciones… y otras atacándolos como clase, (los demagogos) concitan contra ellos al pueblo”. Los populistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a “los ricos” (a quienes acusan a menudo de ser “antinacionales”), pero atraen a los “empresarios patrióticos” que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.

 

7 El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece “su Majestad el Pueblo” para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra “los malos” de dentro y fuera. “El pueblo”, claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un parlamento; ni siquiera la encarnación de la “voluntad general” de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante que caracterizó otro clásico (Marx, no Carlos sino Groucho): “El poder para los que gritan `¡el poder para el pueblo!”.

 

8 El populismo fustiga por sistema al “enemigo exterior”. Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera. La Argentina peronista reavivó las viejas (y explicables) pasiones antiestadounidenses que hervían en Iberoamérica desde la Guerra del 98, pero Castro convirtió esa pasión en la esencia de su régimen: un triste régimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su parte, Chávez ha llevado la retórica antiestadounidense a expresiones de bajeza que aun Castro consideraría (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasión que sólo existe en su imaginación, pero que un sector importante de la población venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.

 

9 El populismo desprecia el orden legal. Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a la “ley natural” y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder (como Chávez), el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la “justicia directa” (“popular”, “bolivariana”), remedo de una Fuenteovejuna que, para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la judicatura son un apéndice de Chávez, igual que en Argentina lo eran de Perón y Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su conveniencia, el Poder Judicial.

 

10 El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la “voluntad popular”. En el límite de su carrera, Evita buscó la candidatura a la Vicepresidencia de la República. Perón se negó a apoyarla. De haber sobrevivido, ¿es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido? No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiofónica, había representado a Catalina la Grande. En cuanto a Chávez, ha declarado que su horizonte mínimo es el año 2020. ¿Por qué renace una y otra vez en Iberoamérica la mala hierba del populismo? Las razones son diversas y complejas, pero apunto dos. En primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de “soberanía popular” que los neoescolásticos del siglo XVI y XVII propagaron en los dominios españoles, y que tuvo una influencia decisiva en las guerras de independencia desde Buenos Aires hasta México. El populismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente “moderada” o “provisional”: no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público. Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la lección es clara: el inevitable efecto de la demagogia es “subvertir la democracia”.

 

@EnriqueKrauze

Laureano Márquez P. Ago 18, 2016 | Actualizado hace 8 años
Somos ricos, por Laureano Márquez

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Nuestra relación con la riqueza nos viene desde que Colón llegó al golfo de Paria. Aunque derribemos sus estatuas, en el ADN de lo que somos está él (quizá por eso mismo derribamos sus efigies, porque nos confrontan demasiado con lo que somos). ¿Qué buscaba Colón? Una ruta para el bachaqueo de especias. Tanto él, como los  españoles que le acompañaban buscaban oro, riqueza fácil: ¿les parece casual que  el oro de nuestras reservas haya sido «repatriado» y según los que saben haya comenzado a desaparecer? Colón al internarse en el Orinoco escribe en su diario: «creo haber llegado al Paraíso Terrenal». ¿Cuál es el rasgo distintivo del Paraíso Terrenal? Que Adán no trabaja, porque como bien sabía el afrodescendientico de El Batey, «el trabajo lo hizo Dios como castigo». Adán, como el conquistador español y los venezolanos de hoy, quiere vivir de las rentas, para él la riqueza no es producto del esfuerzo ni del trabajo, sino que está ahí, la puso Dios y el que la coja, es suya, como diríamos en criollo. La empresa de la conquista podría definirse con ese «no me den, pónganme donde haiga» que tan característico es de un estado de ánimo tan presente en nuestra historia, reciente y remota. La noción del poder como fuente de riqueza está demasiado arraigada en nuestra manera de ser y también el «vivamos callemos y aprovechemos» del que hablaba Picón Salas, con el que el quien no está en el poder logra sacar beneficio pasando «agachao» o haciendo buenos negocios.

Colón también nos deja otro detallito simbólico, el primer nombre que nos pone es el de «Tierra de Gracia». La gracia es un concepto de origen teológico que nos remite a la infinita gratuidad de los dones de Dios. Este concepto, que desde el punto de vista teológico es un misterio maravilloso, en materia económica es un desastre. A nosotros se nos metió en la cabeza que las cosas son gratuitas y que tenemos derecho a la eterna gratuidad, como si nuestra pequeña dimensión humana no fuese finita. El gobierno obliga a los productores a vender por debajo de los costos de producción y tal cosa les parece razonable y sostenible en el tiempo, mientras, aumenta el 50% los salarios pregonando que eso no produce inflación, «flatus vocis» que mientan. Claro, los que nos gobiernan no saben de administrar, porque la botija petrolera es casi tan infinita como la gracia divina. Conducir un país permanentemente a pérdida es lujo solo posible cuando tienes una fuente permanente de riqueza que no requiere otro esfuerzo que el de sacarla del subsuelo y venderla (muy por encima, por cierto, del «precio justo»).

Rentismo y gratuidad están demasiado unidos a nuestra manera de ser como pueblo. Nuestra verdadera riqueza es la que nos sacará adelante cuando el festín de corrupción finalice (o al menos disminuya, ¡no hay que ser tan optimista!). Somos ricos porque somos, mayoritariamente, una nación de inteligencia y talento, de gente que insiste en rebelarse contra esos atavismos del pasado para insistir en la honestidad y en el trabajo. Es esa gente que «ama, sufre y espera» como diría Gallegos. Espera señales de avance y progreso para salir de la abulia, pero es menester abandonar la abulia, porque eso ya es progreso y avance.

Hay que tener esperanza y ayudar a edificarla, porque basta una mirada sobre nosotros mismos para descubrir toda la riqueza humana con la que hemos contado y contamos en estos dos siglos de vida como nación. No nos desanimemos, este tiempo no es sino una de esas desdichas pasajeras que a cada tanto aparecen como para prevenirnos de que debemos combatir nuestras determinaciones pasadas y cambiar desde el fondo del corazón. Como decía San Juan Pablo: «Hay que empezar por cambiarse a sí mismo».

Somos un país rico. Si alguien tiene dudas, no mire debajo de la tierra, sino sobre ella: somos una nación de inteligencia, de gente brillante y bella, de músicos, poetas, artistas, obreros, escritores, científicos y constructores de un país democrático. Ánimo que sí se puede. Tenemos mucho pasado que revocar, no sólo en la administración de nuestro destino, también en nuestro corazón.

 

@laureanomar

¡Mis hijos nacieron con piscina!, por Carlos Dorado

ninospisicna

Hoy en día la prosperidad de los países y el bienestar de sus ciudadanos depende cada vez menos de sus recursos naturales, y cada vez más de un buen sistema educativo; o de la capacidad de sus habitantes de innovar y desarrollar tecnología, permitiendo  dar valor agregado a las materias primas y al mismo tiempo desarrollar innovaciones en aquellas áreas que dan ventajas competitivas.

Hace 50 años la agricultura y las materias primas representaban el 30% del producto bruto mundial; en la actualidad, según cifras del Banco Mundial, la agricultura apenas representa el 3%, la industria el 27%, y los servicios el 70%. Cada vez más pasamos, de una economía que se basaba en el trabajo manual, a una economía global sustentada en el trabajo mental.

Países que no tienen recursos naturales o que poseen muy pocos, como Singapur, Taiwán, Luxemburgo, etc., logran una renta per cápita y un bienestar social muy superior a países como el nuestro o Nigeria, donde han sido afortunados con un territorio de recursos naturales como el petróleo, la minería, y otras materias primas.

Por otro lado, la inversión en investigación y desarrollo de los países latinoamericanos, según la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), apenas es del 2.4% de la inversión total, traduciéndose en muy poco registro de patentes de nuevos inventos. Todo esto sin dejar de mencionar que el 63% de los graduados son egresados en carreras  de ciencias sociales y humanidades; y solamente un 18% se gradúan en ingeniería y ciencias exactas.

La gran pregunta es: ¿Cómo lograr que esos países que tienen materias primas, no se vuelvan parásitos y dependientes de las mismas, y copien los modelos productivos de aquellos países que no las tenían?

Una de las variables (no la única) es la psicológica por el hecho de sentirnos ricos, creyendo que no tenemos que apelar al estudio, al esfuerzo y a la proactividad para poder desarrollar otras formas productivas.

“La necesidad agudiza el ingenio”, solía decirme mi madre. Generalmente, cuando los padres logran un buen nivel de riqueza, quieren darles a sus hijos aquello que ellos no tuvieron, y evitarles los sacrificios que ellos hicieron para llegar a donde llegaron; mermando en los hijos o inclusive anulando ese ímpetu, el deseo de surgir y de triunfar, que los llevó a donde llegaron.

Carlos, es que mis hijos nacieron con piscina”, me suele decir un amigo, como para justificar la mucha motivación que tienen sus hijos para gastar, y la poca para producir. ¡Los países se asemejan a una familia en pequeño!, que comienza desde el mismo momento  en que los hijos consumen miles de  horas de estudio y preparación para lograr un futuro, a sabiendas de que es su único y posible camino. En cambio, los que tienen la posibilidad de que sus padres les paguen todo (incluyendo las mejores universidades), no sienten la necesidad de sacrificarse, porque al final: “papá se los da todo”.

El problema es cuando el papá se muera, y el hijo se haya “rumbeado” la fortuna, teniendo muchos vicios, poco dinero, escasa preparación, y poca experiencia para poder desarrollar nuevas fuentes de riqueza.

Debería ser una obsesión nacional, el incentivar la educación de calidad, haciendo énfasis en el área tecnológica y científica, para diversificar fuentes de ingresos, para ser competitivos e insertarse en la nueva economía del conocimiento,  produciendo riqueza con nuestra riqueza, y que la misma sea un motor para crearla, y no para destruirla.

cdoradof@hotmail.com

Vía crucis en un automercado de Venezuela por José Toro Hardy
Colas
Hace poco estuve en Guatemala, país que siempre pensé era uno de los territorios más pobres del planeta. Confieso que fui un poco obligado porque mi nuera tuvo la idea extravagante de bautizar a mi nieta en un bautizo comunal de indiecitos mayas en un pueblito de ese país.
La ceremonia tuvo lugar en una comunidad a orillas del Lago Atitlán (el más bello que he conocido en mi vida).  La iglesia estaba llena de indígenas mayas con sus coloridas vestimentas características de las distintas tribus de la región. El punto discordante lo constituía mi familia porque éramos los únicos obviamente «no mayas».
Descubrí un grupo humano maravilloso, humilde, bien educados, extremadamente laboriosos y agradables. Quedé tan impresionado que le di las gracias a mi nuera por haber tenido la genial ocurrencia de bautizar allí a mi nieta.
Pero mi aventura familiar no es el objeto de este artículo. Lo que me mueve a escribirlo son los contrastes que noté entre esa rica Guatemala pobre y esta pobre Venezuela rica.
Guatemala, al igual que otros países centroamericanos, sufrió una guerra civil devastadora entre 1960 y 1996 en la que murieron unas 200.000 personas a lo largo de unos 36 años. Unas 5.555 por año.  ¡Qué horror! Pues bien, resulta que en Venezuela en los últimos 17 años de locura han muerto más de 250.000 personas, en promedio unas 14.795 por año, asesinadas en esta pavorosa guerra inducida que la violencia del discurso oficial o la incapacidad gubernamental han propiciado. Solamente en el 2015 se estima que unas 27.785 personas fueron víctimas de homicidios (90 por cada 100.000 habitantes). Comparada con Caracas -que ha sido declarada la ciudad más violenta del mundo-  Guatemala luce como un paraíso.
Ciudad de Guatemala se ha recuperado y es una urbe moderna y pujante, escrupulosamente limpia, sin huecos en la calle, cuyos habitantes son educados y atentos. Es más, ante las acusaciones de corrupción que se le formularon al gobierno, los guatemaltecos salieron a las calles, pacífica y ordenadamente, provocando que el presidente y la vicepresidente renunciasen y quedasen detenidos a la orden de los tribunales. Después hubo elecciones que nadie impugnó.  ¡Qué envidia!
Estando allí me vi en la necesidad de retirar dinero en un cajero automático en el pueblito indígena donde tuvo lugar el bautizo de mi nieta. Pensé que no habría ninguno. Para mi sorpresa el cajero me ofreció la alternativa de retirar el dinero en dólares o en quetzales (moneda local). «¿En un pueblito de Guatemala? (pensé para mis adentros) ¡Qué envidia!»
En Ciudad de Guatemala las calles pululaban de automóviles de todas las marcas, muchos muy lujosos y todos nuevos. Decidí hacer unas compras. Me llevaron a unos centros comerciales que me dejaron con la boca abierta. No existe en toda Venezuela ni uno solo que le dé ni por los tobillos a algunos de los que vi en Guatemala. Allí se podía comprar cualquier cosa imaginable incluso  de las casas de moda más exclusivas de Paris, Nueva York, Roma o Londres . De hecho una amiga me había pedido que le llevara mazapán. Me llevaron a un supermercado que se especializaba sólo en productos  traídos de España. «¿En Guatemala?» (me volví a preguntar). Pues sí, allí existen supermercados enteros que se especializan sólo en productos franceses o  italianos o japoneses y otros sólo en productos alemanes. ¡Qué envidia!
Ni que decir de los supermercados normales. No existe, por supuesto, nada que se parezca a un racionamiento. La inflación es mínima. Nada de escasez, ni día de compra por terminal de la cédula,  ni mucho menos máquinas captahuellas. Todos los productos abundan con un colorido espectacular y hermosamente ofrecidos al público. En suma, Guatemala es un país normal.
Pensaba en todo esto ayer mientras intentaba entrar a un supermercado en Caracas. La cola era kilométrica. No conseguí azúcar, ni leche, ni café, ni arroz, ni carne, ni pollo, ni papel toilette, ni jabón,  ni detergente , ni desodorante, ni la mayoría de las cosas que necesitaba. Otras las había pero no me las vendían porque no me tocaba el día. Para pagar tuve que hacer otra cola gigantesca.
De repente un señor mal encarado se me atraviesa y me dice: «yo voy aquí». Por supuesto me negué. Entonces se paró detrás de mí y dijo: «entonces voy aquí». «Pregúnteselo a quienes se les está coleando» le espeté. Los de atrás prefirieron quedarse callados. El señor simplemente se fue. Cuando ya estaba llegando a la caja se presentaron unas mujeres con cara de malandras -típicas bachaqueras-  y dijeron que ese era su puesto porque se lo estaban cuidando. Trataron de colearse empujando a todos con su carrito. Cuando les reclamé que ahí no se podían meter, me contestaron que ellas se metían donde les daba la gana. Llamé a seguridad y en ese momento entre el bululú de bachaqueros surgió el mismo señor mal encarado de antes, que obviamente cobraba por cuidar puestos en varias colas a la vez:  «No, no»,  les dijo, «Uds van es detrás del señor».
¡Qué desastre! ¿Qué le ha pasado a nuestra pobre Venezuela rica? ¿Cómo hemos hecho para dilapidar  más de 1,3 millones de millones de dólares petroleros en tan poco tiempo? ¿Cómo hemos terminado en esta locura?
Infobae Mar 23, 2015 | Actualizado hace 9 años
El camino de Venezuela hacia la escasez

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El Banco Central de Venezuela informó en febrero de 2014 que la escasez de bienes de consumo masivo había alcanzado un promedio de 28% en enero de ese año. Fue el nivel más alto de la historia y el último registrado por la entidad financiera, que sin dar explicaciones dejó de publicar el índice desde ese momento.

El desabastecimiento es mucho mayor en algunos productos. En aceites, leche, azúcar, harina de maíz y papel higiénico, supera el 90 por ciento. Eso quiere decir que no se consiguen en 9 de cada 10 puntos de venta.

“La situación es crítica. Varía en los rubros y depende del producto, pero es básicamente una escasez de bienes de consumo básico, del día a día”, explica Jessica Grisanti, economista senior de Ecoanalítica, Venezuela.

Pero lo verdaderamente impactante es que Venezuela no llegó a esta crisis después de una guerra o de una catástrofe natural. Llegó después de una década en la que sus exportaciones alcanzaron niveles históricos, gracias a la inédita suba que experimentó el precio del petróleo entre 2002 y 2008, y entre 2010 y 2013.

El camino de Venezuela hacia la escasez

“Lo que se hizo en Venezuela a partir de 2004 fue expropiar masivamente medios de producción privados, mientras se promovía una ola de consumo basada en importaciones. Para financiarlo, primero se utilizó el dinero del petróleo, y segundo, se quintuplicó la deuda externa. Así se alentaba el consumo, mientras se destruía el aparato productivo nacional”, dice a Infobae el economista venezolano Miguel Ángel Santos, investigador del Centro para el Desarrollo de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad Harvard.

“Se mantuvo una tasa de cambio extraordinariamente artificial -continúa-, que generó un exceso de importaciones que se pudo cubrir transitoriamente porque había petróleo, pero acabó con todas las exportaciones no petroleras. Hasta que se llegó a un punto de agotamiento, porque para que el consumo siguiera creciendo sin que creciera la producción, también tenían que incrementarse las exportaciones de petróleo”.

En economía no existen las recetas mágicas y era cuestión de tiempo que el modelo chavista se ahogara. Financiado exclusivamente con la venta de un producto de precio muy variable, y aún en los mejores momentos, gastando por encima de sus ingresos, el Gobierno activó una bomba que terminaría explotándole en las manos.

“Con el precio del barril a 100 dólares a principios de 2014, la demanda de bienes excedió la capacidad de importación. Entonces apareció la escasez y, una vez que empezó a caer el precio del petróleo en el segundo semestre, el sistema quedó completamente desnudo”, explica Santos.

Es muy difícil para cualquier país funcionar sin una mínima producción nacional de bienes de consumo masivo, precisamente porque basta una caída en los valores internacionales de lo que se exporta para que colapse el abastecimiento. Pero en vez de usar los ingentes recursos de los que dispuso por casi diez años para fortalecer el aparato productivo nacional, el Gobierno volcó todo a incentivar el consumo, porque era lo más redituable en términos electorales.

“Todas las medidas han sido control tras control. Por ejemplo, el sector privado está ahogado en una ley del trabajo que incentiva el ausentismo, porque es muy difícil despedir a alguien, aunque no vaya a trabajar. Además está la Superintendencia de Precios Justos, que fiscaliza los precios y a cada rato puede intervenir. Hay un marco regulatorio y toda una burocracia que hace muy difícil producir e invertir en el país”, dice Grisanti.

Por eso la escasez crece año a año, sin que la industria venezolana pueda hacer nada para suplirla. “No tiene ninguna posibilidad de producir ni de sustituir importaciones, porque está completamente quebrada, arrasada y estatizada”, dice Santos.

“No hay antecedentes en Venezuela de una escasez así -continúa. Tampoco de la inflación: en enero fue 11% y en febrero 8%, según las personas que conozco que la calculan, porque el Gobierno la dejó de publicar. En los último 12 meses fue 87%, y en alimentos, por encima de 115 por ciento. Proyectada, este año podría estar entre 150 y 170 por ciento, algo sin precedentes en la historia”.

Inflación y escasez siempre van de la mano. En la medida en que la demanda de bienes y servicios no paraba de aumentar, pero su disponibilidad en el mercado empezó a disminuir, los precios se disparan. Así funcionan la oferta y la demanda. Cuando los empresarios no tienen posibilidades económicas de aumentar la producción, suben los precios.

“Este año era difícil que cayera la producción -dice Santos-, porque el país ya no producía nada. Sin embargo, se estima que va a caer otro 10 por ciento. El año del paro petrolero de 2003 cayó 11%, es decir que Nicolás Maduro está por replicar, con sus políticas, lo que ocurrió como consecuencia de un paro nacional de dos meses”.

La trampa de repartir la riqueza sin generarla

 

El caso de Venezuela está lejos de ser único o excepcional. Repite un manual que -con sus matices- han seguido muchos países y que siempre ha desembocado en el mismo final.

Es una discusión político ideológica válida y necesaria qué hacer con la riqueza que genera un país. Algunos sostienen que hay que tratar de distribuirla lo más equitativamente que se pueda, otros, que se debe dejar al mercado repartir en piloto automático, y también están los que sostienen posturas intermedias.

Lo que no debería ser una discusión política es que no se puede hablar de distribución de la riqueza si no está garantizada su generación. Cuando las medidas que se toman para mejorar el reparto afectan la producción hay un solo desenlace posible: la escasez.

“Existen varios ejemplos históricos. Entre los más significativos se encuentran la Unión Soviética (entre 1917 y 1991), la gran mayoría de los antiguos países socialistas de Europa Central y Europa del Este, China, Vietnam y, por supuesto, en nuestra América están los casos de Cuba (desde 1959) y Nicaragua (entre 1979 y 1990)“, dice el economista Mario González Corzo, profesor del Lehman College de la Universidad de Nueva York, consultado por Infobae.

La escasez que sobrevino en Cuba luego de la revolución de 1959 llevó a la instauración de una libreta de racionamiento, por la cual las personas no podían adquirir legalmente más de cierta cantidad de unidades de bienes esenciales.

“Entre las causas principales de lo ocurrido en Cuba -dice González Corzo- podemos subrayar elintervencionismo estatal excesivo que ha afectado a la economía desde comienzo de la década de los sesenta. Los controles de precios, subvenciones, la planificación errática (muchas veces basada en consideraciones políticas y no económicas), al igual que la falta de incentivos económicos, también han desempeñado un papel fundamental en la manifestación de escasez en la economía cubana”.

“A estos factores -continúa- tenemos que añadirle el paternalismo del Estado, las deficiencias asociadas a la planificación centralizada, el burocratismo excesivo y las ya mencionadas distorsiones creadas por el sistema. Pero el factor de mayor envergadura fue la eliminación gradual de la propiedad privada entre 1959 y 1968, año en el cual se lanzó la llamada Ofensiva Revolucionaria, mediante la cual se confiscaron unos 58.000 pequeños y medianos negocios privados, y se concretó la nacionalización de casi el 100% de la economía”.

Obviamente, la cartilla no resolvió nada en Cuba. “Las propias fuentes oficiales reconocen que los productos disponibles mediante este sistema apenas son suficientes para cubrir las necesidades básicas de los hogares por unos 10 a 15 días por mes. Tal insuficiencia no le deja otra alternativa a la mayoría de los cubanos que buscar ‘soluciones’ en el mercado negro o economía informal”, cuenta González Corzo.

Venezuela va por el mismo camino. Acaba de lanzar su propia cartilla de racionamiento. La única diferencia es que el sistema es electrónico, y detecta automáticamente si alguien intenta adquirir más productos de lo permitido o en un día distinto del previsto para su número de documento.

En todos estos países, el camino que llevó al desabastecimiento fue muy parecido. Y la respuesta elegida para enfrentarlo también: la “guerra económica”. Pero querer resolver con medidas policiales un problema que es de generación de riqueza sólo puede llevar a una mayor escasez.

“En Venezuela -dice Grisanti- no se ha hecho nada para arreglar los desequilibrios. La guerra económica significó más fiscalización y regulación, y sólo consiguió agravar el problema. No hay que negar que existe un mercado negro, tanto de divisas como de productos, pero es un resultado del control cambiario y de precios”.

¿Cómo no va a haber mercado negro de dólares si el Estado reprime tanto su acceso que hay gente dispuesta a pagar diez veces más que su valor oficial? Si para conseguir un producto hay que dedicar todo un día a recorrer supermercados y hacer colas interminables, ¿quién no pagaría tres o cuatro veces más en la calle si tiene el dinero? Los mercados negros aparecen siempre que hay desabastecimiento de bienes indispensables.

“Si metes preso y expropias a los pocos que producen, te quedas con todavía menos producción. Si llamas éxito a resolver los problemas económicos, así no vas a obtener ninguno. Pero si defines éxito como mantener el control de la situación política y permanecer en el poder, es posible que lo obtengas. Ahora el Gobierno tiene toda la generación de divisas y todos los medios de producción, y además maneja la Asamblea Nacional y el Sistema de Justicia”, concluye Santos.

Así se repartirán los 3700 millones de la Duquesa de Alba
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Tres meses antes de su matrimonio con el ex funcionario Alfonso Díez, el 5 de octubre de 2011, Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba, firmó ante notario en Madrid el reparto del grueso de su herencia, valorada en unos 3.000 millones de euros (unos 3.700 millones de dólares), entre sus seis hijos.

Alfonso Díez, de 64 años y que inició la relación con la duquesa en 2008, firmó en febrero de 2011 sus capitulaciones matrimoniales, un total de quince cláusulas por las que renunciaba a «cualquier título, derecho u honores que le pudiera corresponder fruto de su matrimonio».

El patrimonio de la Casa de Alba está valorado en unos 3.700 millones de dólares, según estimaciones de la revista Forbes, entre palacios, castillos, terrenos agrícolas, valores bursátiles, obras de arte y joyas, además de 51 títulos nobiliarios.

La parte principal del patrimonio lo dirige la Fundación Casa de Alba, creada en 1975 y a la que pertenecen los palacios de Liria (Madrid), Las Dueñas (Sevilla) y Monterrey (Salamanca); el castillo de Alba de Tormes (Salamanca); los cuatro castillos en Galicia (Castro Caldelas, Moeche, Andrade y Narahío) y el panteón familiar en el monasterio de la Inmaculada de Loeches (Madrid), entre otros bienes.

En cuanto al patrimonio personal de la duquesa, que ascendería a unos 1.000 millones de euros (unos 1.200 millones de dólares), se divide en tres partes iguales: la legítima, la de mejora y la de libre disposición.

Cada hijo heredaría unos 55,5 millones de euros (casi 70 millones de dólares) de la legítima y otros tantos de la parte de mejora. Pero la parte de libre disposición, la duquesa podría repartirla libremente, legándola a asociaciones benéficas o a su viudo, 24 años menor que ella.

Según el acuerdo alcanzado ante notario, la Fundación Casa de Alba pasa al primogénito y heredero, Carlos Fitz-James Stuart, que tendrá la responsabilidad de preservar el legado histórico.

Será él quien herede la mayoría del medio centenar de títulos nobiliarios de la casa, entre ellos, el de duque de Alba, de Berwick, de Liria y Jérica, y también recibirá fincas rústicas, como El Carpio, uno de los mayores latifundios de Córdoba.

Al primogénito de Carlos, Fernando Fitz-James Stuart y Solís, nieto mayor de la duquesa y heredero del ducado, le correspondió el palacio de las Dueñas, de Sevilla, de acuerdo con la tradición de que este emblemático palacio recaiga siempre en el futuro duque de Alba.

Alfonso Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart (22 octubre de 1950), duque de Aliaga, es el encargado, junto con su hermano mayor, de las finanzas de la Casa de Alba, y recibió varias parcelas rústicas y la finca del antiguo castillo de El Tejado en Calzada de Don Diego (Salamanca).

Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo (15 julio 1954), conde de Siruela, recibió varias fincas rústicas.

Fernando Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart (11 julio 1959), marqués de San Vicente del Barco, heredó la mansión de Las Cañas en Marbella y propiedades agrícolas.

Cayetano Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart (4 abril 1963), conde de Salvatierra, se queda con el palacio de
Arbaizenea en San Sebastián y el cortijo Las Arroyuelas, un gran latifundio en Sevilla.

Eugenia Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart (26 noviembre 1968), duquesa de Montoro, recibió la mansión de Ibiza donde veranea la duquesa de Alba, Sa Aufabaguera, además del cortijo de La Pizana, la finca de Gerena (Sevilla), que le regaló por su boda.

Algunos bienes que poseía la Duquesa
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