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Revolución

La última línea de defensa (pacífica) de la revolución
La sentencia del TSJ demuestra que el chavismo se va a trancar en torno al único instrumento que le queda para detener la ilusión del cambio democrático. Con el tiempo, ante el estancamiento, una parte de las corrientes opositoras hará lo posible por fomentar alguna opción alterna que puede dividir de nuevo las aguas en el mediano plazo

 

@amoleiro

 

El arrase electoral de María Corina Machado y el éxito político de la elección primaria están destinados a producir una fuerte recomposición en las estructuras internas y la orientación estratégica de la oposición venezolana. Eventualmente, podrían precipitar de nuevo, como reacción, los demonios de la conflictividad.

El efecto expansivo de estas dos circunstancias, que se concreta con la paradoja de unos medios de comunicación censurados, ha puesto en sobreaviso a la clase dirigente del chavismo, que inmediatamente despliega sus amenazas de judicialización y criminaliza este ejercicio cívico para darle un claro mensaje a la sociedad de hasta dónde estaría dispuesto a llegar si las cosas se precipitan.

La sentencia de la Sala Electoral del TSJ, en contubernio con los intereses más sórdidos de Miraflores, además de desconocer la existencia de derechos políticos de los ciudadanos, buscar colocar un cerrojo para restarle validez a una consulta popular inobjetable.

María Corina Machado, la dirigente política más intransigente del campo democrático frente a las maniobras del chavismo, la que tradicionalmente nunca ha querido negociar, se ha convertido en un fenómeno de masas luego de pasarse varios años entre las sombras, criticando –ahora vemos que con fundamento- algunos vicios remanentes de los años de la caída de la democracia que han quedado vivos en algunos partidos y alianzas.

Queda claro que la población endurece su diagnóstico sobre la crisis nacional, sus causantes y sus soluciones, y que castiga con inusual al liderazgo tradicional del campo antichavista, expresado en el famoso g-4.

Por lo demás, sale también duramente sentenciado por el veredicto popular cierto espíritu sobreviviente y oportunista que ha florecido en una franja de la sociedad democrática, ese sesgo adulterado y corrompido, de espaldas al interés nacional, que ha colocado a políticos, periodistas, empresarios, sociólogos y directores de firmas de opinión a operar políticamente a favor de los intereses de la hegemonía actual para seguir teniendo pertinencia y figuración.

La fundadora de Vente alcanza unos dígitos francamente inverosímiles de respaldo, sobrepasando el 90 por ciento de los votos, sin poder dirigirse al país a través de medios masivos para fundamentar su mensaje, sin recursos para desplegar una verdadera campaña electoral y sin poder convocar actos masivos urbanos.

La amenaza que plantea la aplastante victoria de Machado, junto al envión de la consulta primaria, dejan al gobierno de Nicolás Maduro con pocos instrumentos para organizar una operación político-electoral para contrarrestarla. Con Machado en la calle, la ilusión de un cambio político incruento podría tomar vuelo con una unanimidad muy peligrosa para los intereses continuistas del chavismo.

Y aunque se especula con alguna frecuencia en torno a la irrupción de una carta nueva, -un liderazgo alterno, distinto al de Nicolás Maduro, formado en las granjas chavistas, capaz de reconducir el sentimiento revolucionario para darle un nuevo vuelo a sus alicaídas opciones electorales actuales, la verdad es que ninguna de ellas es particularmente intimidante frente a Machado. Las cosas ciertamente han cambiado en Venezuela.

Además, sucede que el cambio de liderazgo, el relevo político, la alternancia de mandos, incluso puertas adentro, conspira contra los intereses creados en los entornos de la izquierda clásica, y forma parte de una cultura completamente ajena a la dinámica revolucionaria, acostumbrada, como lo están Diaz Canel o Daniel Ortega, o como antes con Hugo Chávez y Fidel Castro, a considerar naturales, y hasta deseables, los liderazgos vitalicios.

Difícilmente Nicolás Maduro, que es quien manda en el PSUV, acepte ser relevado de la presidencia. Y si esto llegara a suceder, concretaría, puestas adentro, un terremoto político que en este momento no parece factible, ni se divisa en el radar, más allá de la clara anemia existente en materia de arrastre popular.

El estado chavista se va a trancar en torno a la inhabilitación de Machado mientras procura hacer uso de algunos beneficios de los acuerdos de Barbados, que ahora le permitan explotar libremente gas y petróleo, a cambio de aceptar la observación internacional y la ofrecer la garantía de unas presidenciales en el segundo semestre de 2024.

Ambas tendencias necesitan estos meses para recuperar calorías y bastimento. Es bastante probable que el chavismo mantenga el tono amenazante y hostil, y que lo endurezca con el paso de los meses si las cosas se le salen de control.

El discurso totalizador de Machado, la amenaza que su sola presencia plantea, su renuencia a encontrar espacios flexibles y subordinados en el marco de una conversación política, colocan en veremos cualquier evaluación sobre la factibilidad de escenarios pactados de transición a la democracia.

El chavismo se va a trancar en torno al único instrumento legal que le queda para detener la ilusión del cambio democrático, y, con el tiempo, ante la tranca, una parte de las corrientes opositoras hará lo posible por fomentar alguna opción alterna que puede dividir de nuevo las aguas en el mediano plazo

Normalización y revolución
Bajo la aparente quietud actual, duerme el monstruo de una espantosa realidad social

 

@juliocasagar

En el imaginario colectivo está anclada la idea de acuerdo con la cual las revoluciones y los cambios de régimen han sido el resultado de actos extraordinarios que han resuelto, en un día, contradicciones de siglos anteriores. Todo esto tiene que ver con la épica que, normalmente y a posteriori, los vencedores y sus propagandistas han desparramado sobre la opinión pública.

Así las cosas, pensamos que la Revolución francesa comenzó con la toma de La Bastilla; y la rusa con la toma del Palacio de Invierno.

Nada más lejano de la verdad. Cuando esos dos acontecimientos tuvieron lugar ya habían ocurrido profundas transformaciones económicas, sociales y culturales en esas sociedades. La Francia de Luis XVI estaba dominada culturalmente, en sus clases intelectuales, por las ideas de la Ilustración. El poder económico ya no estaba en manos de la monarquía y la aristocracia. La corte de Versalles era un sindicato de manganzones y parásitos que no producían nada. Las posesiones feudales habían sido vaciadas por los siervos de la gleba que se fueron a las ciudades, aprendieron oficios y, con la platica ganada, devinieron en burguesía de comerciantes y banqueros que terminaron prestándole dinero al propio rey y empeñando las joyas de los aristócratas arruinados.

Esta clase insurgente no fue la que asaltó la Bastilla, pero fue la que creó y patrocino universidades; creó asociaciones de oficios; se juntó con sus pares de toda Europa y crearon ligas de comerciantes y finanzas globalizando la economía de la época. Con todo este proceso, ganaron la batalla cultural de aquella sociedad y aquel momento histórico (todo ocurrió cientos de años antes de que Gramsci postulara esta estrategia para que los comunistas tomaran el poder).

En Rusia ocurrió otro tanto. Sus elites instruidas (la mayoría de ella desde el exilio) fueron postulando las ideas y creando los partidos que provocaron en 1905 la primera irrupción contra el régimen de los zares. Luego, desarticulada por la guerra, aquella sociedad gobernada por una dinastía de siglos de pericia y acumulación de poder, terminó cayendo en un proceso gradual desde aquel “domingo sangriento” en 1905 hasta 1917, cuando un regimiento de cosacos apostados frente al Palacio de Invierno resolvieron, sin autorización del Soviet de Petrogrado, entrar sin conseguir resistencia alguna. El palacio, por cierto, estaba resguardado por un regimiento femenino de la guardia zaristas con quienes terminaron confraternizando y bebiendo té, alrededor de un humeante samovar.

En la historia ciertamente ocurre irrupciones y cambios radicales de régimen, como los que resultaron de los acontecimientos que acabamos de citar. Pero lo relevante es que estas transformaciones son el resultado de procesos de acumulación de fuerzas de los grupos insurgentes que suelen pasar por momentos de flujo y reflujo y de desarrollos irregulares y a veces imprevistos.

Lo cierto del caso es que las sociedades siempre combinan estos picos de insurgencia con tiempos de “normalización”. Todo esto es el reflejo lejano de lo que ocurre en la naturaleza y en el propio cuerpo humano. En la naturaleza, los procesos de irrupción (los volcanes, por ejemplo) los choques de grandes cuerpos celestes y los megacataclismos son seguidos por largos periodos de relativa calma. Los cambios geológicos documentados así lo demuestran.

En la fisiología humana ocurre otro tanto. La vida está asociada al proceso de división celular y de desencadenamiento de tormentas bioquímicas. No obstante, esta frenética actividad consigue el momento para que las células colaboren entre sí para formar los tejidos y los tejidos a los órganos para que se cumplan las funciones vitales.

Si estas ideas las aplicamos (con cierta dosis de arbitrariedad, obviamente) a lo que ocurre hoy en Venezuela, podríamos afirmar que luego de la irrupción social de los años del 2013 al 2019, el país que no logró su toma de la Bastilla o su asalto al Palacio de Invierno, ha entrado sin duda en un periodo de relativa “normalización” (comillas ex profeso para evitar la lapidación de quienes van a decir que Venezuela no se ha arreglado. Afirmación con la que estoy de acuerdo. Aprovecho, incluso, para declarar que, bajo la aparente quietud, duerme el monstruo de una espantosa realidad social).

En realidad, para lo que nos interesa esta temeraria afirmación es para poner en evidencia lo que pensamos es el modelo por el que está apostando el régimen; y sobre cómo podríamos (con las reglas del jiu jitsu) aprovechar lo que ocurre para hacer avanzar el cambio y el rescate de la democracia y la libertad.

Veamos:

En notas anteriores hemos manifestado que la burbuja (con sus dosis de dolarización y expansión del consumo para ciertos grupos) al contrario de ser un desencadenante de adormecimiento social, puede ser aprovechado precisamente para lo contrario. Dicho en otras palabras, deshacerse de la esclavitud de la bolsa CLAP, del bono de la patria y las limosnas organizadas ha representado la conquista de parcelas de libertad individual que pueden tener su correlato político si se hace lo adecuado para que esto ocurra.

Una hipótesis sobre el 2022

Una hipótesis sobre el 2022

Otro elemento importante a considerar, en esta línea, es que el régimen chavista y el madurista no han tenido éxito en crear lo que los clásicos llamaban “una clase dominante”. El enraizamiento de la boliburguesia con la estructura económica del país es endeble y frágil.

Los negocios a los que están vinculados estos sectores, aparte de opacos, son de efímera existencia: importaciones desenfrenadas, explotación ilegal de minerales, tráfico de gasolina, contrabando de extracción, etc. Su formación como elite social está muy lejos también de lo que ha sido la conducta universal de quienes se preparan para dominar a largo plazo. Las elites suelen formar a sus hijos, estimulan la academia, se hacen rodear de artistas e intelectuales que les ayuden a crear una cultura de largo aliento.

En Venezuela, el nuevorriquismo ha producido una casta de gente cuyo fin cultural más importante es demostrar cómo le sobra el dinero.

El mal gusto de los barrigones con guayas de oro en las cubiertas de los yates; las filas de Ferraris en los lugares de lujo; la estética kitsch de los Guaicaipuros de latón así lo atestiguan. Sus hijos no están en las mejores universidades de Europa y los Estados Unidos formándose para dirigir el país, sino gastando la plata mal habida de los padres.

Con todo, esta burbuja de relativa “normalización” no ha conducido a un afianzamiento popular de Maduro. Todo lo contrario. Incluso las encuestas que registran un crecimiento sostenido de gente que opina que su situación económica ha mejorado, no revelan un correlato de popularidad hacia el régimen.

Esto último no es un dato menor. Es la prueba elocuente de que es necesario aprovechar este momento para cumplir las tareas importantes en las que las fuerzas democráticas venezolanas deberían estar ocupadas.

Orden en la casa

En ese sentido hoy se debería estar trabajando en poner orden en la casa:

1) En rescatar la credibilidad de la dirección política opositora para que vuelva a entusiasmar. Para ello es imprescindible que se opera un profundo balance crítico de la actuación (hasta que duela); una reorganización de las estructuras y un remozamiento del pensamiento;

2) Prepararse para el próximo desafío político visible y previsible (los imprevisibles suelen agarrar a todas las vanguardias sin pañuelo para el catarro) que son unas eventuales elecciones en 2024. Para ello, las estructuras remozadas deberán ponerse a trabajar para lograr una plataforma y un candidato unitario;

3) Ir preparando la narrativa del país que se sueña (el Proyecto País es un capital semilla);

4) Trabajar como aconseja Gramsci, en el liderazgo cultural del país. No entendido como el intelectual o artístico, que también, sino en el que representan millones de compatriotas que desarrollan iniciativas concretas y tienen contacto concreto con gente de carne y hueso. Una profunda tarea de scouting es necesaria para ubicar las iniciativas. Las dotes de líder de miles de esos venezolanos que andan en la búsqueda de una dirección unitaria y de una suerte de “estado mayor” que indique hacia dónde y cómo llegamos a la Tierra Prometida del fin de esta pesadilla.

Eso es lo que voluntariamente podemos decidir. La historia, caprichosa siempre, puede tenernos deparadas otras sorpresas. Si estas llegan, es mejor tener partidos fuertes y fuertes lazos con la gente para no equivocarse en la coyuntura. Pero si esos acontecimientos no ocurren hay que ponerse a trabajar en lo previsible y en lo que tiene fecha fija.

Dos años en Venezuela no son mucho tiempo. ¡Manos a la obra!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Convicciones que no terminan de irse
Hay doctrinas, como la presunción revolucionaria, que continúan hostigando al mundo actual

 

@ajmonagas

Pareciera que el pasado sigue inoculando el pensamiento de quienes, en su afán por prolongar arriesgadas emociones, han continuado fingiendo la gloria y la heroicidad política redentora de pretensiones que sedujeron multitudes. Hechos que trastocaron la dinámica política vivida durante las postrimerías del siglo XX. Sucesos que alentaron la creencia de estar viviéndose un tiempo de emancipación. Un tiempo en que se creyó haber dado con la fórmula ideológica que permitiría la transformación y revolución del mundo político, social y económico.

Sin embargo, nada así en verdad estaba sucediendo. Todo era producto de la inocencia política que la juventud debió purgar. Todo, por pensar que los herejes eran otros. Que eran quienes actuaban en contrario respecto de ideas de transformación que, paradójicamente, motivaron revoluciones populares. Revoluciones emergentes que creyeron que sus acciones construirían un mundo mejor. Incluso, el siglo XIX también sirvió de teatro de dichas presunciones.

Pero las realidades esgrimieron otras causas que terminaron reivindicando obtusas razones políticas. Ortodoxos criterios de represión que asfixiaron aires de libertad, de derechos humanos y garantías civiles. En consecuencia, buena parte del siglo XX fue escenario de una larga historia de opresión y decadencia política en importantes ciudades del mundo de cuyas repercusiones no escapó América Latina. En principio llegó a creerse que tales hechos acabarían con un pasado atiborrado de iniquidades.

Se pensó que el estudio de tan violentos eventos sucedidos allende los mares, serían lecciones que evitarían que aquellos errores fueran replicados en Latinoamérica. Las expectativas que ante las realidades surgían, hacían creer que habrían de corresponderse con los cambios pregonados. Y por consiguiente, comenzaron a pronunciarse por doquier.

Las universidades, los centros del debate político, se convirtieron en lugares de análisis y organización política. La palestra pública fue escenario básico para ensayar ideales que se confundían con ilusiones diferidas. Pretendieron hacerse ver como fórmulas de alguna extraña magia política.

¿Tiempos de oscurantismo?

Así pasaron varias décadas del siglo XX. Hasta que su final reveló la incongruencia que se desató en medio de la cultura de sociedades que solo comprendieron y reconocieron lo que sus necesidades más inmediatas reclamaban. Así que cuando esa visión estructurada en los cambios imaginados copó el fragor de las realidades, el inconsciente perturbado de los desquiciados líderes políticos se hizo evidente. Y así manifestó todo lo que sus apetencias guardaban.

La institucionalidad política que hasta ese momento había impresionado el panorama político con interesantes propuestas de cambio, comenzó a desmoronarse. Actos estos animados por las narrativas borrascosas de dirigentes políticos que alcanzaron el poder mediante groseras manipulaciones y gruesos engaños.

Pareciera que las convicciones inalterables siguen causando estragos. Sobre todo, donde han apuntalado sus pervertidos propósitos. Ahora dichas intensiones son provocadas por ideales que rozan con el resentimiento y odio que dieron forma al politiquero forajido que se ha empeñado en alcanzar el status de “ciudadano decente y reconocido”.

A pesar de los esfuerzos que todavía procuran hacerse a fin de revertir las crisis que han deformado la visión de desarrollo afianzada por la pluma de estudiosos filósofos y políticos. Aun así, sigue habiendo convicciones ideológicas (desfiguradas) que no han terminado de borrarse. Se piensan todavía “vigentes”.

Y aunque se han formulado ideologías sociales, económicas y políticas capaces de marcar el fin de un pasado contrariado, se tienen aún doctrinas que continúan hostigando al mundo actual. Episodios que bien recoge la historia contemporánea para ilustración y lección de nuevas generaciones a fin de evitar se repitan tales felonías. Es decir, sigue habiendo patéticos dogmas que intentan sustituir “progreso” por “retroceso”. Son cuales oscuras convicciones que no terminan de irse.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

¿Cuántos se han ido?, ¿cuántos volverán?

@ArmandoMartini  

Muchos más volverán -diría el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer- sus nidos a colgar. Tienen que reconocer, salvo la minoría corrompida, acomplejada, asustada hasta los tuétanos, que esto no es una revolución.

Lo que chavistas llevan años desarrollando, entre robos, errores y corrupción, solo llega a nivel de catástrofe, al igual que la revolución castrocubana. La que dirigen los nefastos Castro es un colosal fracaso socioeconómico anidado en una astuta estrategia de propaganda y represión. La tragedia cubana es culpa de Fidel, el más siniestro que haya parido y conocido América. Se le escapó la vida entre discursos de interminable verborragia, palabrería y paja -estratégica, pero charlatanería-, profundización del poder militar y control social cavados en tierras secas de miseria y hambruna cubana.

A Chávez se le fue la existencia tratando de duplicar el modelo que finalmente lo dejó morir. A Maduro y a sus socios cohabitantes, amantes del diálogo y la negociación, atiborrados de errores pasados y presentes, con la propuesta verdulera de convivir en términos vergonzosos, se les está yendo el tiempo en resolver lo que no entienden, sin discernimiento ni carisma.

No tienen la menor idea de cómo se ajustan las cargas mientras se cruza el río, obstaculizando y perjudicando la solución. Lo demuestran años de pesadilla calamitosa e inviabilidad de ensayos constitucionales y diplomáticos negociados, a fin de restituir la libertad y democracia, sustituyendo a los patibularios que mantienen sojuzgada y cautiva a Venezuela.

La experiencia indica que las dictaduras comunes ceden ante apremios, presiones internas y externas. Pero los regímenes totalitarios, comprometidos en delitos de lesa humanidad, están dispuestos a arrasar antes que ceder el poder. El nazismo es un ejemplo.

Expropiaciones, salidas impuestas perjudican a la gran mayoría popular, la que, se supone, el castromadurismo necesita y protege. ¿O es que acaso el régimen está tan ciego y sordo que confía en que su parafernalia entretiene o distrae?

Contrarrevolución es lo que se opone a una revolución. Puede ser ideológica, activa en calles y actitudes, definida a grupos ciudadanos, sectores económicos o como vaya siendo necesario en cada país. ¿Cuál es la revolución y cuál la contrarrevolución? depende del cristal con que se mire, según quien defina una y otra.

Se abrió ante el oficialismo la alcabala de caída libre y, para la mayoría, una aparente rendija hacia la libertad. Quizá reflexionaron que disparar para frenar una multitud no era confiable, no solo porque al ordenarlo corrían el riesgo de una matanza de complicado manejo internacional ante quienes reclaman legitimidad, democracia, respeto por leyes y derechos humanos. También temieron que militares y uniformados, enmascarados o no, se animaran a apretar gatillos.

¿Se pueden detener a enfurecidos ciudadanos?, ¿a cuántos habría que dar de baja? ¿Qué estallaría primero, el miedo ciudadano hirviendo de emociones, o el temor de los castrenses de ser más represores de lo que han sido? Un despeñadero de furias y contrafurias, de esperanzas refrenadas y rechazadas.

El cangrejo bolivariano avanza de lado y hacia atrás. Para controlar que nadie pase muestran fusiles impresionantes, pero ineficientes contra el arrebato popular. Son uniformados enseñando dientes pero con hambre e incertidumbre del mañana.

Gobernar es hacer, no solo dejar caer. Chávez se murió creyendo que hacía una revolución sin entender que cada día más era un títere de ventrílocuos cubanos. Maduro envejece rodeado de guardaespaldas, payasos de ocasión, bufones utilitarios, hampones oportunistas; acosado por sus errores y el empeño inútil en ser lo que ni es ni podrá jamás llegar a ser: un líder apreciado, respetado y seguido.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco Abr 07, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Tun Tun: ¡es la Nueva República!
“Así se han perdido todas las Repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales, caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo…»

@ovierablanco

En estos días de confinamiento pegué un frenazo al análisis presentista y, forzado por una amena tertulia con un querido amigo y escritor, viajé al pasado tocando lo que a nuestro juicio ha sido un cabalgar de errores y omisiones, preludio lúdico de 20 años de autoritarismo, despojos y profunda debacle.

Entre montoneras y caudillos

El viaje arranca después de la independencia. Entre guerrillas y montoneras. Desde la Revolución Reformista de Páez a la Restauradora de Antonio Matos y Castro, Venezuela vivió un siglo de despojos y malquerencias que nos convirtió en un mar sin fondo de resentimientos.

Nace el caudillo, el jefe guerrero político al decir de Domingo Irwing, donde el “nuevo orden republicano” nunca llegó. 

La Cosiata de Páez, el León de Payara, el Centauro de los Llanos, el Rey de Espadas, que desmontó la Constitución de Cúcuta inspiradora de la Gran Colombia; el anarquismo de Boves; las guerras federales de los hermanos Monagas, Crespo, Bruzual o el pulpero de Villa de Cura, Ezequiel Zamora [llamado así por benevolencia de Herrera Luque, pero reducido a un simple bandolero, incendiario, esclavista y usurero por Guillermo Morón y Manuel Caballero]; el elitismo de Antonio Guzmán Blanco, el Rey de Copas [captor y verdugo de Zamora], afrancesado y amante de sus propios bustos como el que colocó en la Plaza Bolívar hecha por él; la contumacia del “Mocho” Hernández, liberado por un enano tanto político como físico, Cipriano Castro, después del asesinato de Crespo en la batalla de Queipa [hacienda el Carmelero]; la invasión de Caracas por los gochos y la llegada del benemérito Juan Vicente Gómez, comprimen 100 años de soledad de una Venezuela de sables, rota y miserable.

Guerras sangrientas que legaron una sociedad fragmentada, ruralizada y paupérrima, plasma de nuestros complejos culturales y miedos más profundos… Pero, de pronto, brotan de las tierras de Mene Grande las primeras gotas del Zumaque 1, nuestro primer pozo petrolero. Y cambia el cuento…

De Zumaque 1 al Pacto de Punto Fijo

Con sus 20 barriles de petróleo diarios, se convirtió en el icono de la Venezuela saudita que más tarde lideró el hombre de la pipa, don Rómulo Betancourt.

Betancourt tuvo el inmenso compromiso histórico de redimir un país dividido en clivajes geográficos, castistas [negros, pardos, blancos de orilla, mantuanos, mulatos], gochos y capitalinos; movilizados e inmovilizados; rurales y urbanos, entre derechas e izquierdas, ricos y pobres, civiles y militares. En su obra Venezuela, política y petróleo visualizaba al minotauro (dixit Uslar Pietri), como el eje central del desarrollo del país… alertando sobre las apetencias monárquicas que la renta petrolera podía sembrar en la conciencia del venezolano:

“[…] Los padres de la patria no se propusieron designar en los mapas parcelamientos nacionales, cerrados lotes para el regodeo de caudillos y de castas. Quisieron, ante todo, forjar una conciencia republicana, un sentimiento democrático, fórmulas de convivencia que hicieran posibles las contradicciones que encierra la lucha política” [Discurso de R. B. 1960. Palabras introductorias sobre pensamiento político venezolano del siglo XIX].

Así se han perdido todas las repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales, caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo… 

La Tercera República -decíamos- fue el preludio de una IV embriagada de nuevorriquismo y la V, de rencor y vandalismo. Con Zumaque 1 llega la riqueza fácil. Un proceso complejo de desrruralización y abandono de la tierra fértil, premiado de masificación educativa y civilista, que dio un giro de una sociedad desdentada a una sociedad con aires abolengos. Surgen con Castro y Gómez los primeros Panchitos Mandefuá -aduladores de oficio diría Pocaterra -pero también los primeros soldados y civiles de la democracia cómo Eleazar López Contreras, Isaías Medina o Rómulo Gallegos. 

De 1914 a 1998 pasamos a ser una sociedad moderna, censitaria, industriosa; receptora de una inmigración de primera, que convirtió a Venezuela en el país más desarrollado de Latinoamérica. 

Rómulo Betancourt vino a liquidar la era de espadas y botas con el Pacto de Punto Fijo, dando lugar al primer gesto socio-político de redención libertaria de la historia de Venezuela. Una sociedad profanada, herida y desplazada que clamaba reconciliación, por ser a fin de cuentas un pueblo llano -a tenor de lo dicho por Ibsen Martínez y Teodoro Petkoff- «donde la amistad es nuestra religión».  

Del Pacto de Punto Fijo a Chávez

Encaradas dos eras, una de guerra, hambruna, peste y muerte, la del siglo XIX, jineteada por caudillos de bustos y machetes, entre montoneras y hombres de ruanas o harapientos; y la otra, del siglo XX, agraciada de oro negro, democracia, movilización social, educación, vialidad, pero también rentismo generador de exclusión y relegación, llegamos al siglo XXI borrachos de revolución roja dizque bolivariana, donde retrocedemos a los reyes de basto y corazones negros. Personificación sucinta de nuestros reflujos históricos.

Pero ojo: ¡tun tun, la Nueva República viene! Abran la puerta porque llega «desprendida del regodeo de caudillos y de castas».

* Embajador de Venezuela en Canadá.

Antonio José Monagas Feb 29, 2020 | Actualizado hace 3 semanas

@ajmonagas

El manejo de la política abarca tantas consideraciones, como manifestaciones pueden darse en la vida misma. El problema estriba cuando el poder político hace sucumbir aquellos ideales sobre los cuales se depara alguna promesa que haya implicado invocar cuantas ofertas (especulativas) sean posibles. De esa manera, el ejercicio de la política, indistintamente del espacio y tiempo en que se ponga a prueba, tenderá a desfigurar las realidades donde suscriba sus ejecutorias. De ahí que el concepto de “política”, haya padecido de múltiples descréditos que, a su vez, han incitado conjeturas de todo tenor. Y asimismo, han provocado capciosas alusiones que terminaron deformando no solo su significación. Peor aun, su praxis.

Esa desviación que ha afectado la dialéctica, semántica y hasta la epistemología y la hermenéutica de tan capital concepto, ha traído entre sus consecuencias, el desmoronamiento de su naturaleza. De ahí que se tienen leyes para las cuales la política no simboliza la importancia que su carácter puede conferirle. Sobre todo, en situaciones donde no se haya entendido que los problemas terminales del sistema social son comprendidos y atendidos por la gran política. O sea, por la POLÍTICA (escrita en mayúscula) o en casos caracterizados por normativas cuyos preceptos exaltan la política como fundamento de lo que se advierte como “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”.

Sin embargo, habida cuenta de tan manifiesto principio jurídico que compromete un ejercicio de la política debidamente depurado en todas sus dimensiones, consideraciones y condiciones, las realidades distan profundamente del discurso vociferado para exaltar objetivos “encomiables” contenidos por trillados y manipulados programas de gobierno.

El caso Venezuela, es ejemplo de tan enmarañada realidad. O sea, un mal ejemplo de todo lo que dispone la teoría política en cuanto a cómo gobernar en dirección del progreso social y del desarrollo económico.

Precisamente, ha sido la razón de la cual se ha valido el régimen político venezolano para infundir sus presunciones, tanto como para acoquinar a la población con intimidaciones de toda índole. Y para que su narrativa esté estructurada sobre el sustantivo “revolución”. Ello, sin mayor conocimiento de las implicaciones que hay detrás de tan gruesa palabra. O por lo contrario. A sabiendas de que bajo tan impresionable y aprehensivo término, pueda encubrirse lo que públicamente no debe ser revelado, dado lo azaroso, precipitado y delicado de su repercusión.

Hacer del conocimiento público lo que puede ocultarse bajo el manejo subversivo y sigiloso de lo que el oprobioso régimen ha denominado “revolución”, puede comprometerle un costo político de tal magnitud que ni siquiera ha logrado calcular. Podría derivar en una pronunciada caída del poder cuyos resultados serían inimaginables a la luz de las tendencias actuales.

Los excesos y frustraciones de una revolución, a decir de la historia política, revelan el carácter violento que acompaña sus acciones. Por tanto, no resulta convincente a la hora de suponer lo que sus planteamientos comprometen. E inclusive, que auguran en nombre de ideologías y doctrinas políticas que lucen confusas en relación con su contenido.

El caso Venezuela, es particularmente insólito. Si bien la crisis que acució la antipolítica como fenómeno social que provocó la animadversión del país con los partidos políticos y todo lo que sus procesos y procedimientos implicaron para la funcionalidad del país y los poderes públicos correspondientes, incitó el arribo de un militarismo oportunista. E igualmente, indujo una serie de cambios en la política que exacerbaron su aplicación. Eso hizo que buena parte de dichos cambios se dieran infundidos por el radicalismo concebido a dicho respecto. Y que además, exaltó el poder en manos de advenedizos, militares y operadores políticos sin mayor exactitud y conocimiento de lo que, para entonces, requería el país. Y que sigue clamando.

La noción de cambio se transfiguró en consideraciones del más rancio y dogmático acervo. Fue entonces pretensiones que se tradujeron en definiciones sin contenido. Pero que su enunciación o narrativa provocaba el temor necesario para establecer un esquema de actuación política que estaría acompañado por la coerción y la represión capaz de fraguar una distancia entre el poder dominante y los estamentos oprimidos, tal como resultó.

De esa forma, el régimen comenzó a configurar su modelo de subyugación apoyándose en la palabra “revolución” la cual le sirvió para encubrir -de manera persuasiva- y con la aprensión que inspiraba cada medida de radicalización anunciada por el régimen, toda una cadena de aducciones, substracciones, supresiones y exclusiones de las que se ha valido el régimen para maniobrar al país a su entera discreción. Pero asimismo, para imponer decisiones que trabaron la democracia, pervirtieron la institucionalidad y corrompieron la constitucionalidad que son el fin, objetivos principales de su menjurje político-ideológico.

Esto, naturalmente, se ha acompañado por acciones de fuerza adelantadas por la irrupción de envalentonados colectivos armados. Al lado de contingentes de “milicianos” forjados como presunto componente de la Fuerza Armada Nacional.

Su creación, violatoria del artículo 329 constitucional, responde al imaginario o ficticio revolucionario según el cual, su desempeño es representativo de una instancia de apoyo y resguardo al estamento político acomodado a nivel de la alta jerarquía política nacional. Decisión esta que, además, contradice groseramente lo establecido por el artículo 328 constitucional.

Así, el régimen puede asegurarse la necesaria desviación de expectativas y de capacidades potenciales, la decadencia de la clase media y la aniquilación de una economía productiva y constructiva. Y las decisiones a elaborar para su inmediata y opresiva aplicación, solo pueden tomarse al amparo de lo que infunde el vocablo “revolución”. Particularmente, bajo lo que la extorsión, mencionada con el mote de “socialismo del siglo XXI”, representa y compromete. Por eso hubo que edulcorarla endosándole el adjetivo de “bolivariana”. De ese modo, sería fácil inyectarla como complemento político a la sangre del iluso pueblo cegado por el discurso trapacero del régimen usurpador venezolano. Esta es la respuesta, aunque breve, a la pregunta que intitula esta disertación ¿Qué esconde la “revolución”?

 

Antonio José Monagas Nov 02, 2019 | Actualizado hace 3 semanas

Esta disertación no busca considerar el musical basado en la obra eximia del político, poeta y escritor francés Víctor Hugo, publicada a finales del siglo XIX:“ Los miserables”. El nombre de tan leída novela, tuvo como inspiración la eterna rivalidad entre el bien y el mal. Particularmente, en el fondo de las escisiones que tan histórica lucha siempre ha dejado abierta. Con énfasis, en medio de problemas causados por la exigua comprensión de la ética, la moralidad, la justicia y el ejercicio de la política como argumentos para ordenar la sociedad en su dinámica.

Los personajes que dan vida a dicha obra, son representativos de los terribles disturbios que provocaron la histórica Rebelión de Junio que se dio en Paris. Hecho éste que arrojó atroces consecuencias en la sociedad parisiense de 1832.La crisis que devino en lo que fue reconocido como tiempos de dificultades políticas y económicas, se vio acentuada por escasez de alimentos, aumento del costo de la vida y agudas enfermedades. A esto se sumó un importante brote de cólera que atacó, fundamentalmente, las barriadas más pobres de Paris.

De tan crítica situación, no sólo emergieron problemas que pusieron de relieve gruesas e incisivas diferencias políticas entre facciones de poder. También, un cortante descontento entre clases lo cual forjó cambios políticos que por igual pusieron al descubierto grupos de gente paupérrima que las monarquías de entonces buscaban encubrir para ofrecer la imagen de un Paris “ensoñador”.

Esos hombres y mujeres pobres que padecieron “en carne viva” la barbarie que para entonces se destapó, son los oprimidos a cuyo valor y resistencia, Víctor Hugo dedica su célebre obra escrita. Y quizás, la novela es una defensa al arrojo de personas así, indistintamente del lugar o situación social, política o económica que vivan. De ahí, su trascendental carácter. Aunque el título de la novela, expresa la condición de miserables de quienes para entonces se arrogaron el poder político y económico para atropellar a los más desposeídos y desfavorecidos.Sólo por el hecho de haber demostrado la voluntad que sólo catapulta la condición contestataria propia de los sentimientos de libertad que existe en personas con tan fundamentado brío político y social.

Fue así como uno de los parajes de tan efervescente novela describe que “en las ocasiones en que el hombre tiene más necesidad de pensar en las realidades dolorosas de la vida, es precisamente cuando los hilos del pensamiento se rompen”.Pues de ahí, surge la libertad como forma de vida.Sin embargo, la condición de miserable y que se superpone a la actitud de miserable, es producto del engreído poder. Sobre todo, cuando éste se enquista ante la presunción que tiene quien se arroga algún control sobre otro. Todo, con la excusa de contar con una pretendida “superioridad” que supone la persona de sí misma. O sea, es el personaje miserable que, generalmente, se refugia en el ejercicio de la política.

Es el caso que sucede cuando el gobernante -desconociendo sus debilidades-  es seducido por el morbo del poder. O sea, cae preso por la tentación del poder. Es el caso de Venezuela, donde pareciera haberse puesto de acuerdo quienes más rápidamente eran capaces de asfixiar sus conciencias.Y así, sustituirlas por bagatelas cuyos contenidos darían cupo a la sin razón entendida como criterio de gobierno. Así llegó a hablarse de “revolución”, sin terminar de comprender que tan mal llamado “proceso bolivariano”, sería el argumento para que sus aires movieran actitudes miserables como briznas de paja zarandeadas por cual ventarrón de orilla.

Por eso ni las dictaduras ni los regímenes totalitarios han podido construirse sobre ideologías importadas o elaboradas en la penumbra de la media noche. Sino, sobre las rapacidades de quienes mejor han sido hasta ese momento (políticamente hablando) ladrones de la dignidad. O sea, aquellos personajes marcados por la cobardía. Pero que en esencia son tristemente personajes que no pasan de ser perfectos pérfidos. Tal cual, vulgares sátrapas. Tanto que son “los miserables”.

Entre holgazanes, arrogantes y fanfarrones, por Antonio José Monagas

PRETENDER UNA “REVOLUCIÓN”, no es asunto de agazapados, arrogantes o bravucones. Es un proceso que compromete la intelectualidad sobre la cual se yerguen valores de moralidad, justicia y verdad. Es un proceso que, dada su esencia y nivel de subsistencia, traspasa las fronteras de la economía, de la política y de la sociedad donde circunscribe sus acciones. Por eso cuando se habla de “revolución”, debe hacerse con la observancia que su acaecer merece.

De ahí que la historia, aún cuando no siempre ha sabido discernir entre revoluciones folkloristas y de seria envergadura, contempla casos de revoluciones de importancia. Así se tiene, por ejemplo, el caso de la revolución cultural forjada a partir de las tradiciones que hicieron de China, el símbolo de la cultura asiática. O de otras revoluciones que indistintamente del carácter que contuvieran, marcaron hitos que trascendieron los tiempos y acontecimientos.

Pero de eso, a lo que vulgarmente se ha pretendido en Venezuela llamando “revolución”, la brecha luce casi indeterminada. Precisamente, por la desproporción que hay entre una situación engrosada por una narrativa sin contenido, preparada para que sirva de cebo a ilusos, incultos, corruptos, violentos y furibundos, y otra situación concebida en la perspectiva de una realidad definida por libertades, deberes y derechos que encausen la igualdad, la tolerancia y la solidaridad. En un todo con los principios que fundamentan la vida en correspondencia con los estamentos que cimientan el andamiaje de la democracia.

Por eso, para la historia nacional venezolana, termina siendo un acontecimiento de insólita referencia, considerar la “revolución” que ha presumido el manido “socialismo del siglo XXI”, infortunadamente instalada en Venezuela, como el camino expedito, que a decir del discurso político de rojo trazado, ha buscado refundar una República en el contexto de una “(…) sociedad democrática, participativa y protagónica”. Así lo anunciaba la Constitución Nacional la cual para diciembre de 1999, le apostaba al replanteamiento de una Venezuela soportada en un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” (Del artículo 2).

Sólo que luego de veinte años, los susodichos preceptos constitucionales cayeron en la desidia provocada por el descaro de un gobierno que desperdició groseramente inmensas oportunidades dispensadas por el fabuloso ingreso del mercado petrolero. Así, el país fue convirtiéndose en el terreno apto para el cultivo de las maledicencias, la corrupción, el delito, la venganza, el chantaje, el crimen y el ultraje político. Realidades éstas, animadas por el resentimiento, el odio, las apetencias y la soberbia de sus gobernantes cívico-militares.

Fueron estos los elementos fácticos que estructuraron la política gubernamental. Al extremo, que apagaron buena parte de las libertades, garantías y necesidades que le impregnan sentido a la vida del venezolano. Y además, tales actitudes fijaron el modo de accionar medidas de las cuales se ha valido el régimen para usurpar cualquier función de gobierno posible que conduzca a ganar el mayor espacio político o algún ápice de autoridad que le garantice enquistarse en el poder. A desdén, de las consecuencias que sus torcidas ejecutorias acarrearían y devinieron en trágicas realidades.

De forma que en esta retahíla de incorrecciones y trivialidades, degeneró la política revolucionaria, mal llamada “socialismo del siglo XXI” Razón por la cual, se han valido de aquella parte de la población que, desafortunadamente, cayó en el engaño de la “antipolítica”. Pues así lograron hacerse del poder las huestes que fantasearon en momentos en que la inercia de una historia buchona y bullanguera,  hizo de Venezuela el escenario para deparar sobre sus fauces el mejor espectáculo que en la desidia podía montarse.

Fue así también, como estos funcionarios de mala calaña, se aprovecharon de la gestión gubernamental convirtiéndola en el medio expedito para actuar con la demagogia que el tiempo de la política requirió para afianzar sus atrevimientos.

De esa manera,  el régimen diseñó la estrategia política necesaria para urdir cuantas posibilidades le ha permitido el aprovechamiento de situaciones en beneficio propio. Por tanto, puede inferirse que para haber escalado en su maraña de complicidades, el régimen se valió de una fuerza popular que, sin méritos, se ha prestado para validar  las condiciones necesarias para que el régimen se haya enquistado en el poder. Por eso exalta sin fundamento la presencia de un “pueblo”. Pero no “pueblo” en el sentido antropológico, ni sociológico. Menos, demográfico. Apenas ese tal “pueblo”, ha sido un grupo de vividores de oficio, apertrechados políticamente, carroñeros de camino, preparados para aupar y embrollarse entre quienes han sabido usurpar posturas y posiciones de gobierno. O sea, entre holgazanes, arrogantes y fanfarrones.

 

@ajmonagas