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República

Orlando Viera-Blanco Jun 30, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
La nueva ola autoritaria: el rapazo
La clase política no le perdonó a Pérez distanciarse de ella. Los Notables vieron un mar de fondo donde bucear un nuevo régimen. Y, entre magistrados y medianoche enjuiciaron, más política que jurídicamente, al hijo ilustre de Rubio.

@ovierablanco 

Samuel Huntington en su trabajo sobre las olas democratizadoras experimentadas globalmente (1991), nos ilustra el conjunto de transiciones de regímenes autoritarios a democráticos:

I. El reemplazo o proceso de cambio cuando la oposición política hace sucumbir al régimen autoritario;

II. La transformación, que es básicamente un acuerdo de élites, y  

III. El transplazo, combinación de transformación y reemplazo. Al decir de Herbert Koeneke (2010), “cuando el gobierno y la oposición han actuado conjuntamente para concretar el cambio”.

Pero también nos habla de procesos de reconversión de democracias a autocracias. Veamos…

Las olas democráticas y autoritarias

Vale destacar la simbiosis de “democracias autoritarias” y “democracias electorales”, en las cuales a pesar de existir libertades ciudadanas o elecciones populares, se recurren a medidas de control de Estado para “garantizar bienestar social”.

Tenemos en el caso de Singapur a Lee Kuan Yew, hombre fuerte de ese país que, entre 1981 y 1990, experimentó un crecimiento promedio de 6,3 % del PNB. Lee Kuan Yew justificó las restricciones a la libertad como un mecanismo indispensable para el rápido crecimiento económico.

Sin embargo, debió admitir (Lee Kuan), según comenta Koeneke en su trabajo sobre libertades políticas y ciudadanas (2010), “que una vez alcanzados ciertos niveles de industrialización, de educación y de urbanización, se debe permitir la participación ciudadana y la instauración de mecanismos de representación política”.

Hemos estado tres veces en Singapur desde el año 2003. Fuimos testigos de la evolución económica y el desarrollo integral de esta nación ubicada casi en el mismo paralelo (tropical) de Venezuela, por lo que desmitifica que en territorios cálidos no existe desarrollo sustentable. La modernidad, la educación, la seguridad ciudadana, la salud y la pulcritud de sus infraestructuras, todo enmarcado en una rigurosidad del respeto a la ley a ritmo de cadena perpetua en caso de corrupción, o penas capitales en caso de tráfico de drogas, han llevado a Singapur -una pequeña isla septentrional- a ser uno de los países con mayor ingreso per cápita. Un territorio que no posee riqueza alguna y “hasta el aire” tienen que arrendarlo para contrarrestar la calima.

Venezuela fue un caso inverso a las olas de Huntington. La coalición democrática fue reemplazada por la ola autoritaria con fachada electoral de Hugo Chávez. Una población hastiada llevó a que el golpe de Estado del 4F contra CAP en 1992, fuese “aplaudido” no solo por las masas sino por intelectuales y notables empresarios, curas y académicos. Se gestaba entonces una ola de “transplazo” en Venezuela.

La clase política no le perdonó a Pérez distanciarse de ella. Los Notables vieron un mar de fondo donde bucear un nuevo régimen. Y, entre magistrados y medianoche, enjuiciaron -más política que jurídicamente- al hijo ilustre de Rubio.

Comenzaba una ola retrógrada de desplazar una democracia ejemplar en la región a una revolución salvaje. Un fenómeno poco visto en el mundo e inédito en Latam que, parafraseando a Huntington, lo llamaríamos la cuarta ola: “el rapazo”, un nuevo modo de saqueo autoritario.

Entre 1890 y 1925 el mundo vivió la mutación de monarquías, gobiernos feudales e imperiales a 30 regímenes democráticos. Entre la década de los 40 a los 60, pasamos de gobiernos militares y fascistas a más de 30 democracias. Y de los 70 a los 90 (Brad Roberts 1990), hemos vivido más de 35 transformaciones democráticas tras la muerte de regímenes unipartidistas, militares y presidencialistas.

La Venezuela de Hugo Chávez fue el retorno a un autoritarismo electorero además muy peculiar: rentista, expropiador, centralizador de los medios de producción, militarista y ansiosamente populista (Cf. García Larralde, 2008; Krauze, 2008; Martín, 2005; Mires, 2007; Oppenheimer, 2005; Romero, 2009).

Nunca se había visto en Latam un régimen involutivo-gendarme que, de la mano de su sucesor, conduzca a un país a los niveles de pobreza, ingobernabilidad, violencia y miseria que ha vivido Venezuela en 4 lustros.

Singapour al revés

Decíamos que impedir el arrebato de la democracia, o lograr su restitución, depende de una convicción ciudadana que entiende que «en democracia se vive mejor”. ¿Hemos aprendido la lección? ¿Es el Estado de derecho la respuesta per se a una alternativa autoritaria? ¿Lo es el capitalismo liberal? ¿La democracia da de comer?

Terry Lynn Karl ha cuestionado la tesis de que la vigencia del Estado de derecho conduce automáticamente a la expansión de la participación ciudadana activa y al fortalecimiento democrático. Normalmente los reformistas privilegian sus posiciones y son las clases bajas las que sufren de las regulaciones o desregulaciones. Esa desigualdad estuvo presente en las reformas de la Venezuela de 1989 y el “Caracazo”.

Guillermo O´Donnell habla de un círculo virtuoso democrático que no ve con claridad “la virtud” de la igualdad. Y pronto nacen cuerpos regulatorios que favorecen a los “círculos virtuosos democráticos”, cunas profundas de peligrosas desigualdades (Karl, 2004). A partir de ahí los reemplazos, las transformaciones; los trasplazos o los rapazos, prosperan y el afán ciudadano termina siendo una ilusión.

Al decir de la quietud, aún deshojamos margaritas en el mar de fondo….

* Embajador de Venezuela en Canadá        

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco Abr 07, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
Tun Tun: ¡es la Nueva República!
“Así se han perdido todas las Repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales, caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo…»

@ovierablanco

En estos días de confinamiento pegué un frenazo al análisis presentista y, forzado por una amena tertulia con un querido amigo y escritor, viajé al pasado tocando lo que a nuestro juicio ha sido un cabalgar de errores y omisiones, preludio lúdico de 20 años de autoritarismo, despojos y profunda debacle.

Entre montoneras y caudillos

El viaje arranca después de la independencia. Entre guerrillas y montoneras. Desde la Revolución Reformista de Páez a la Restauradora de Antonio Matos y Castro, Venezuela vivió un siglo de despojos y malquerencias que nos convirtió en un mar sin fondo de resentimientos.

Nace el caudillo, el jefe guerrero político al decir de Domingo Irwing, donde el “nuevo orden republicano” nunca llegó. 

La Cosiata de Páez, el León de Payara, el Centauro de los Llanos, el Rey de Espadas, que desmontó la Constitución de Cúcuta inspiradora de la Gran Colombia; el anarquismo de Boves; las guerras federales de los hermanos Monagas, Crespo, Bruzual o el pulpero de Villa de Cura, Ezequiel Zamora [llamado así por benevolencia de Herrera Luque, pero reducido a un simple bandolero, incendiario, esclavista y usurero por Guillermo Morón y Manuel Caballero]; el elitismo de Antonio Guzmán Blanco, el Rey de Copas [captor y verdugo de Zamora], afrancesado y amante de sus propios bustos como el que colocó en la Plaza Bolívar hecha por él; la contumacia del “Mocho” Hernández, liberado por un enano tanto político como físico, Cipriano Castro, después del asesinato de Crespo en la batalla de Queipa [hacienda el Carmelero]; la invasión de Caracas por los gochos y la llegada del benemérito Juan Vicente Gómez, comprimen 100 años de soledad de una Venezuela de sables, rota y miserable.

Guerras sangrientas que legaron una sociedad fragmentada, ruralizada y paupérrima, plasma de nuestros complejos culturales y miedos más profundos… Pero, de pronto, brotan de las tierras de Mene Grande las primeras gotas del Zumaque 1, nuestro primer pozo petrolero. Y cambia el cuento…

De Zumaque 1 al Pacto de Punto Fijo

Con sus 20 barriles de petróleo diarios, se convirtió en el icono de la Venezuela saudita que más tarde lideró el hombre de la pipa, don Rómulo Betancourt.

Betancourt tuvo el inmenso compromiso histórico de redimir un país dividido en clivajes geográficos, castistas [negros, pardos, blancos de orilla, mantuanos, mulatos], gochos y capitalinos; movilizados e inmovilizados; rurales y urbanos, entre derechas e izquierdas, ricos y pobres, civiles y militares. En su obra Venezuela, política y petróleo visualizaba al minotauro (dixit Uslar Pietri), como el eje central del desarrollo del país… alertando sobre las apetencias monárquicas que la renta petrolera podía sembrar en la conciencia del venezolano:

“[…] Los padres de la patria no se propusieron designar en los mapas parcelamientos nacionales, cerrados lotes para el regodeo de caudillos y de castas. Quisieron, ante todo, forjar una conciencia republicana, un sentimiento democrático, fórmulas de convivencia que hicieran posibles las contradicciones que encierra la lucha política” [Discurso de R. B. 1960. Palabras introductorias sobre pensamiento político venezolano del siglo XIX].

Así se han perdido todas las repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales, caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo… 

La Tercera República -decíamos- fue el preludio de una IV embriagada de nuevorriquismo y la V, de rencor y vandalismo. Con Zumaque 1 llega la riqueza fácil. Un proceso complejo de desrruralización y abandono de la tierra fértil, premiado de masificación educativa y civilista, que dio un giro de una sociedad desdentada a una sociedad con aires abolengos. Surgen con Castro y Gómez los primeros Panchitos Mandefuá -aduladores de oficio diría Pocaterra -pero también los primeros soldados y civiles de la democracia cómo Eleazar López Contreras, Isaías Medina o Rómulo Gallegos. 

De 1914 a 1998 pasamos a ser una sociedad moderna, censitaria, industriosa; receptora de una inmigración de primera, que convirtió a Venezuela en el país más desarrollado de Latinoamérica. 

Rómulo Betancourt vino a liquidar la era de espadas y botas con el Pacto de Punto Fijo, dando lugar al primer gesto socio-político de redención libertaria de la historia de Venezuela. Una sociedad profanada, herida y desplazada que clamaba reconciliación, por ser a fin de cuentas un pueblo llano -a tenor de lo dicho por Ibsen Martínez y Teodoro Petkoff- «donde la amistad es nuestra religión».  

Del Pacto de Punto Fijo a Chávez

Encaradas dos eras, una de guerra, hambruna, peste y muerte, la del siglo XIX, jineteada por caudillos de bustos y machetes, entre montoneras y hombres de ruanas o harapientos; y la otra, del siglo XX, agraciada de oro negro, democracia, movilización social, educación, vialidad, pero también rentismo generador de exclusión y relegación, llegamos al siglo XXI borrachos de revolución roja dizque bolivariana, donde retrocedemos a los reyes de basto y corazones negros. Personificación sucinta de nuestros reflujos históricos.

Pero ojo: ¡tun tun, la Nueva República viene! Abran la puerta porque llega «desprendida del regodeo de caudillos y de castas».

* Embajador de Venezuela en Canadá.

Guaidó es lo que nos queda de república, por Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

En otros lugares he tratado el asunto del desmantelamiento de la república, para presentarlo como tema crucial de la actualidad venezolana. No hay democracia, ni libertad, si no existe el domicilio que las custodia.

La democracia y la libertad no son plantas que florecen a la intemperie, sino productos de un establecimiento creado especialmente para cuidarlas a través del tiempo. Sin el sistema de frenos y contrapesos que se ha construido desde la antigüedad, y que se ajusta a la solicitud de cada época, los principios de la sociabilidad llamada republicana languidecen y desaparecen sin remedio.

Es un problema que no se aprecia a primera vista debido a que, como no hay reyes coronados ni estamentos nobiliarios como los del pasado colonial, nos sentimos no solo como republicanos, sino como creadores y custodios de una república moderna desde el siglo XIX. No advertimos la desaparición progresiva de las reglas del juego, ni su remplazo por sus enemigos jurados: la arbitrariedad, el personalismo y la enemistad con la deliberación. Son los rasgos dominantes del país desde el advenimiento del chavismo, que ha logrado liquidar los fundamentos de un modo de entender los negocios públicos planteado por los padres conscriptos y disminuido progresivamente, hasta el punto de que apenas se mantenga levantado solo uno de sus pilares.

Llevado a su máxima expresión el papel de Ejecutivo y del individuo que lo encarna, rodeada la cabeza del gobierno por una casta militar que domina sin tasa, domesticado el Poder Judicial, controladas las regiones por las decisiones inapelables de la autoridad central, asfixiada la posibilidad de comunicar libremente las ideas sobre los asuntos que incumben a la sociedad, ¿cómo pensar que hay un problema más trascendente en la Venezuela de nuestros días que el rescate de la república y la restauración del republicanismo? No hay posibilidad de que la democracia y la libertad vuelvan de nuevo por sus fueros, sin el trabajo previo de levantar el edificio desmantelado de una colectividad de ciudadanos capaces de asumir el compromiso de volver a los orígenes propuestos por los fundadores de la nacionalidad, que se mantiene en la fachada de la vida y en los rincones de la retórica, pero que no existe en el interior de un cuerpo social que no se ha dado cuenta de la magnitud de tal ausencia.

Pero el proceso de desmantelamiento llevado a cabo desde el advenimiento del comandante Chávez no tuvo ocasión de derrumbar una de las columnas del domicilio republicano, o no pudo atacarla de frente debido a la trascendencia histórica del adversario: el nexo de la ciudadanía con sus representantes reunidos en Congreso.

De allí que, en medio del general destrozo de las fórmulas más caras y clásicas de cohabitación, se haya mantenido un vestigio del hacer republicano al cual nos hemos atado desde el nacimiento de la nación: la existencia y la influencia de una Asamblea Nacional que representa la soberanía nacional y que puede, por lo tanto, convertirse en fundamento de un reencuentro con el entendimiento de la vida y con las maneras cívicas de administrarla que forman el credo esencial de la patria venezolana desde su fundación.

Si tiene sentido la explicación, tenemos en Juan Guaidó, y en el poder público que provocó su elevación, el único vestigio de republicanismo que nos remite a una tradición venerable y a las luchas de los antepasados para custodiar la libertad e imponer la democracia. La raíz de su autoridad fue abonada en la única parcela de cuño republicano que se ha librado de la devastación chavista. Elegida por el pueblo en forma arrolladora, sede de los únicos debates de importancia política que pueden analizar con autonomía los entuertos domésticos, refugio de unos partidos que han limitado sus intereses específicos para llegar a un proyecto compartido, la Asamblea Nacional es el único hilo de la madeja en cuya permanencia puede encontrarse la esencia de una historia digna de memoria y retorno.

En su espejo podemos topar con la imagen del primer cuerpo colegiado de la Confederación, con los debates de la intrépida Convención de Valencia, con las empeños del Congreso asesinado por Monagas y con la resurrección del parlamentarismo en 1946, por ejemplo, fragmentos de una atalaya colectiva que se mantiene frente al antirrepublicanismo que la quiere borrar del mapa. Por consiguiente, la presencia de Guaidó, debido a que ejerce la presidencia del cuerpo y las funciones que la representación popular le ha encargado, merece una atención que traspasa la barrera de la actualidad para conectarse con sensibilidades primordiales de la sociedad, con capítulos sin cuya consideración la república puede llegar a un postrero abismo. Así debemos apreciarlo en la actualidad, pero también debe verse así él mismo, con el soporte de los colegas que lo pusieron en el cargo.

El Nacional 

¿Ofuscación o insensatez política? por Antonio José Monagas

A decir de las realidades que actualmente caracterizan a Venezuela, no cabe duda en afirmar que el país está atrapado por condiciones sumamente críticas. De ahí que haya quienes califican tal situación de “colapso inducido”, propia de un “Estado Fallido”. El problema que ha determinado tan cruda calificación, es la intemperancia de un gobierno nacional para el cual no hay otro criterio político que el marcado por lo impositivo o lo tiránico. Pero en virtud de lo que ha ocurrido, tal situación deriva del autoritarismo o modo de ejercer el poder de manera despótica. Es decir, lo que se tiene es un régimen político orientado por una opresión de tal efecto, que aplasta libertades al impedir críticas que desnuden el estilo punzante seguido.

La teoría política se refiere a ello como “autoritarismo hegemónico”. O sea, aquel estilo de gobierno ejercido con base en el dominio sobre la institucionalidad republicana. De esa forma, el poder es ejercido obviando restricciones institucionales o legales. De ahí que frente a tan dantesco cuadro, sobran causas para aducir razones que tienden a justificar algunas vías para superar la problemática de la que se queja el país político. Indistintamente del credo político-ideológico que comulgue su gente. Particularmente, toda vez que las incidencias de la crisis que agobia a Venezuela, traspasa todo frente, barrera o trinchera que haya podido levantarse en estos últimos años.

En ese contexto, se hablan, fundamentalmente, de rutas de salida. Y al menos, son dos las que más arrastran opinión pública. Incluso, una inusitada excitación aun cuando luego se convierte en una ristra de palabras sueltas. En todo caso, cualquier de esas dos formas: la ayuda externa o alguna modalidad de fractura de la coalición dominante, tienen la fuerza necesaria para operar un tipo de rescate de la institucionalidad democrática extraviada.

Son salidas al problema político que afecta la vida democrática nacional. Sin embargo, de funcionar alguna de ellas, que además se lograrían mediante acuerdos o pactos con un sector moderado de la coalición dominante, se posibilita la recuperación de la institucionalidad ordenada constitucionalmente. Sobre todo, si se atienden las tensiones la sociedad venezolana ejerce sobre factores políticos que ahora están en pugna.

Dichas fórmulas fueron recorridas por experiencias internacionales. Pero que, como resultado del análisis político comparativo, pudieran permitir las inferencias necesarias y suficientes que demanda el hecho de superar la actual crisis política venezolana.

No obstante las grietas entendidas como cortaduras que dificultan el necesario proceso de transición democrático que debe recorrerse de cara al cambio de horizonte político, dejan ver la magnitud del problema que mantiene inmovilizada  a la oposición venezolana. Al verse afectada cualquier intención de avanzar con alguna coherencia en la línea de una posible transición política, las distintas propuestas trazadas, por la misma razón antes aludida, se excluyen entre sí. Fue la razón para que comenzara a configurarse el terreno sobre el cual la movilidad con la que se presta a funcionar la oposición venezolana, se tornara torpe y maula. Además, dichos intersticios, contradictoriamente, se convirtieron en el impedimento que ha obstruido cualquiera de las salidas expuestas como opciones válidas que evitarían que el colapso continúe su racha de aberrantes dislocaciones de la institucionalidad democrática nacional.

En el fragor de tanto enredo, inducido por la soberbia de quienes han pretendido arrogarse condiciones de líderes políticos, la oposición democrática ha entrado en una fase de descomposición, hasta ahora insólita. En consecuencia, esta precariedad la ha sabido aprovechar el régimen socialista para imponer su dogmatismo, su ineptitud y el resentimiento que acompaña cada una de sus decisiones tomadas.

En medio de tal desbarajuste, los factores políticos reunidos alrededor de la Mesa de la Unidad Democrática, identificados con sectores enfrentados al alto gobierno, dejaron que las propuestas de la oposición democrática no fueran atinentes respecto a la inminente necesidad de conciliar actitudes políticas. Actitudes políticas éstas capaces de reivindicar el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho sobre el cual se afianzan las libertades y los derechos restados en el curso del actual ejercicio de gobierno político-administrativo.

Desde el mismo momento en que la oposición democrática reconquista el Poder Legislativo, en Diciembre de 2015, actores de la oposición venezolana comenzaron a enfrentarse entre sí. Precisamente, por el afán de protagonizar cambios que pudieron capitalizarse a modo de comenzar a desmenuzarle la arrogancia que envolvía la actitud de personajes sustantivos del alto gobierno. No obstante, tal reacción evidenció una importante cuota de discordancia, cuya respuesta combinó desconfianza con decepción en la población que le apoyó políticamente. Y producto de tan triste cuadro de condiciones y consideraciones, hizo fomentar la desesperanzadora idea de que la presente crisis no tuviese salida alguna.

Sin embargo, no es propio que venezolanos, hijos de una historia cuyos hechos no muestran complacencia alguna ante la incontinencia de gobernantes despóticos y represores, acepten pasivamente la degradante situación de anormalidad que ha devenido en un derrumbe de valores y proyectos de país democrático que muchos se esforzaron y otros tantos siguen intentando alcanzar. Y aunque los traumas que genera un proceso de transición hacia un estadio democrático son inexorables, no habrá duda de que los resultados a ser logrados serán parte de realidades que luego serán razón de una nueva historia política contemporánea. De lo contrario, cualquier traba en ese sentido, da pié para preguntarse si ello sería resultante de lo que habría signado la actitud de la oposición venezolana. Es decir,  fue acaso ¿ofuscación o insensatez política?

antoniomonagas@gmail.com

 

Vandalismo político y otras barbaridades más, por José Antonio Monagas

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2017 fue un año difícil. No sólo en cuanto al desenvolvimiento de la economía nacional También en materia política. Fueron tiempos de demagogia y desespero electoral protagonizados por todo actor político que se atrevió a explanar su opinión ante los acontecimientos que colapsaban a Venezuela. Aunque seguramente, no fue más vehemente que lo que será 2018. Sin embargo a vista de todos, puede apreciarse una gestión gubernamental cargada de contrariedades que expresan la mortificación de un Ejecutivo Nacional que no la tiene fácil.

Es lo que estas líneas intentan disertar. Particularmente, ante la proximidad de tiempos más nebulosos. Además, enrarecidos a consecuencia de lo que habrá de jugarse el país cuando, a instancia del mandato constitucional, deba elegirse el próximo presidente de la República. Y en consecuencia, el nuevo cuadro político que deberá asumir la conducción de una nación profundamente confundida, arruinada y atrapada entre penurias, carencias y hostilidades.

El año que recién concluyó, brindó múltiples oportunidades al alto gobierno para ahondar su demagogia y ejecutorias populistas con lo cual siguió demostrando su capacidad de manipulación y poder de destrucción política, administrativa, social económica y moral. Continuó apropiándose del erario no tanto para subvencionar la pobreza mediante el reparto de migajas que apenas han servido para incitar el hambre acumulada como para excitar el resentimiento que aviva el socialismo y precede y preside la bestialidad revolucionaria.

Igualmente, para encubrir la corrupción que ha venido tramándose en las altas y medias esferas gubernamentales con abierto cinismo y soberana impunidad. Por eso la complicidad entre poderes públicos para acicalar realidades empleadas para vender al resto del mundo una imagen adulterada de país. Imagen ésta que quiere hacer ver la sensación de «pletórica felicidad».

La promesa de «construir un país a la altura de su historia patria», se convirtió en ejercicio de mera retórica. Tanto que con la excusa de realzar la idea de democratizar el sistema político, siguió demoliéndose la institucionalidad que cobija a universidades, medios de producción y de comunicación. El odio enfermó a estos gobernantes pintados ridículamente de “revolucionarios”. El poder terminó de ofuscar su ya precaria condición de administradores de gobierno. Eso hizo que distorsionaran su visión de las realidades sociales y económicas lo que condujo a convertirlos en depredadores capaces de truncar todo institución edificada con apoyo de la democracia existente. De esa manera, terminaron convirtiéndose en burdos expoliadores con ínfulas de seres omnipotentes cuya soberbia determinó que se creyeran “más que nadie”. Por eso, le brindaron el máximo respaldo a militares quienes, en función de la alta jerarquía obtenida, se prestaron a jugar al papel de cómplices de las atrocidades revolucionarias ejecutadas.

Ese estilo de gobierno impuesto a costa de represión, coadyuvó a que el gobernante militarista se volviera contradictorio de si mismo tal como había referido Franz Kafka cunado escribió su casi a manera de premonición, su curiosa versión de “La Metamorfosis”.

Así, el régimen que había vendido en 1998 su proyecto de gobierno como el que requería el país para salir del atolladero causado por la antipolítica, y la crisis de Estado que para entonces venía arrastrándose, animó a que sus conductores y correligionarios adquirieran un comportamiento sectario e intolerante. Esto determinó que la gestión política mutara hasta transformarse en un monstruo de mil cabezas cuya desesperación y miedo hizo que su ejercicio político estuviera signado por un tenebroso canibalismo político. Al final, tal como el tiempo presente lo exhibe, el régimen arreció su ímpetu de cruda violencia. Es decir, se caracterizó por vandalismo político y otras barbaridades más.

 

@ajmonagas

Asamblea dictatorial constituida, por Luis Ugalde

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Las repúblicas realmente democráticas se constituyen por un pacto de sus miembros con consensos fundamentales sobre los derechos humanos de todos y cada uno, los objetivos del bien común de la república con derechos y deberes y reglas de juego obligantes. El consenso libre de la mayoría es indispensable para constituir la República. Una verdadera asamblea constituyente expresa ese pacto entre diversos, y constituye y funda la República. Hoy en Venezuela no tenemos ninguna asamblea constituyente originaria, pues esta no fue convocada por el pueblo, el único que tiene poder para ello. Lo que tenemos es una asamblea dictatorial constituida, convocada por decisión dictatorial de Maduro violando la vigente Constitución. Como ellos han confesado, esta asamblea no es para acordar consensos, sino para imponer una minoría y “aniquilar” a la fiscal, a la AN y a cuanta institución y persona no sea de su agrado. Los dictadores tienen este tipo de asambleas constituidas por sus serviles para imponer su voluntad. Esta de Venezuela se forma en contra de la gran mayoría (por lo menos de 85% que no la eligió). Estamos en un carnaval esperpéntico con más de 500 personas disfrazadas de lo que no son: disfrazadas de “constituyentes demócratas”. La dictadura inventó arbitrariamente unas bases comiciales, encasillando a la población en compartimentos y obligándola a votar corporativamente, violando el voto libre, secreto y universal consagrado en la Constitución. Al régimen no le resultaba difícil ordenar a su CNE que al menos duplicara el número de votantes para así decir que se superó la manifestación democrática del 16 de julio y que se alcanzó milagrosamente la mejor votación de Chávez. El fraude confesado por Smartmatic le pone la guinda a la torta.

Ese es el carnaval. Volvamos ahora al Miércoles de Ceniza que nos recuerda que todo esto es polvo y en polvo se ha de convertir: a la vista de todo el mundo está el fraude monstruoso y la inocultable verdad de la gente desesperada, con hambre, sin medicinas, con bolívares que no valen, con represión brutal que mata y con empresas productivas en agonía. Ni del gobierno de Maduro, ni de esta asamblea dictatorial vendrán los necesarios y urgentes cambios sociales y de política económica, ni se logrará el apoyo internacional indispensable. Solo un nuevo gobierno de transición (que no es gobierno paralelo), con rescate de la democracia y decidido cambio de modelo político, económico y social, y acuerdos básicos de unidad nacional puede traer respuestas y atender de inmediato las urgencias humanitarias y productivas.

Hay que presionar para lograr el diálogo y la negociación verdadera con la inmediata apertura humanitaria internacional, la reposición de la agenda electoral completa, la libertad de los cientos de presos políticos y la plena restitución constitucional de la AN y el reconocimiento de la Fiscalía autónoma y democrática. Los demócratas, con toda su variedad y amplitud, necesitan entrar en una fase internacional nueva y efectiva con una unidad de salvación nacional y un gobierno de transición dedicado a estas tareas ineludibles para poner las bases de unas elecciones libres en el plazo de unos meses. Y ¿la Fuerza Armada? ¡Qué vergüenza!

Elecciones regionales y cambio de régimen. Probablemente no habrá en diciembre las anunciadas elecciones regionales que el gobierno robó el año pasado y está obligado a devolverlas. Ahora las anuncia como una maniobra para dividir a la oposición democrática (entre inscribir o no) y esta semana hay que inscribir candidatos. Unos lógicamente no quieren ir a esas elecciones sin nuevo CNE y sin cambios y garantías; otros, con razón alegan que sería un gravísimo error abstenerse y regalar a la dictadura esos centenares de espacios de poder con millones de personas descentralizadas en todo el país. Se necesita de inmediato un acuerdo unitario. La oposición, sin dejarse dividir por el régimen, debe inscribir sus variados candidatos y continuar su lucha por el cambio de régimen y del vergonzoso CNE y por la formación de un gobierno nuevo de unidad nacional. En la vida no siempre se elige entre el bien y el mal; con frecuencia se nos presenta el dilema entre dos males y hay que escoger el mal menor. Si en definitiva el régimen se ve obligado a hacer esas elecciones en diciembre, los demócratas podrán hacer las primarias entre los que ahora se inscriban. Está demostrado que se pueden ganar elecciones a este régimen y CNE tramposos, si se trabaja bien en las mesas con testigos, actas, auditorías, etc. Será buena ocasión, con una formidable movilización nacional, para arrebatar al régimen decenas de gobernaciones y centenares de alcaldías. Lo peor de todo ahora sería una mayoría democrática sin liderazgo incapaz de ponerse de acuerdo de inmediato y dar la pelea en los dos frentes a la vez (eventuales elecciones y cambio de régimen) y compartir con la población el sentido de esta dualidad.

 

Luis Ugalde

El Nacional 

Asamblea dictatorial constituida, por Luis Ugalde

ANC

 

Las repúblicas realmente democráticas se constituyen por un pacto de sus miembros  con consensos fundamentales sobre los derechos humanos de todos y cada uno, los objetivos del bien común de la república con derechos y deberes y reglas de juego obligantes. El consenso libre de la mayoría es indispensable para constituir la república. Una verdadera asamblea constituyente expresa ese pacto entre diversos y constituye y funda la República. Hoy en Venezuela no tenemos ninguna Asamblea Constituyente originaria, pues ésta no fue convocada por el pueblo; el único que tiene poder para ello. Lo que tenemos es una Asamblea Dictatorial Constituida, convocada por decisión dictatorial de Maduro violando la vigente Constitución. Como ellos han confesado, esta Asamblea no es para acordar consensos, sino para imponer una minoría y “aniquilar” a la Fiscal,  a la AN y a cuanta institución y persona no sea de su agrado. Los dictadores tienen este tipo de asambleas constituidas por sus serviles para imponer su voluntad. Esta de Venezuela se forma  en contra de la gran mayoría (por lo menos del 85 % que no  la votó). Estamos en un carnaval esperpéntico con más de 500 personas disfrazadas de lo que no son, disfrazadas de “constituyentes demócratas”. La dictadura inventó arbitrariamente unas bases comiciales, encasillando a la población en compartimentos y obligándola a votar corporativamente, violando el voto libre, secreto y universal consagrado en la Constitución. Al Régimen no le resultaba difícil ordenar a su CNE que al menos duplicara el número de votantes para así decir que se superó la  manifestación democrática del 16 de julio y que se alcanzó milagrosamente la mejor votación de Chávez. El fraude confesado por Smartmatic le pone la guinda a la torta.

Ese es el carnaval. Volvamos ahora al miércoles de ceniza que nos recuerda que todo esto es polvo y en polvo se ha de convertir: a la vista de todo el mundo está el fraude monstruoso y la inocultable verdad de la gente desesperada, con hambre, sin medicinas, con bolívares que no valen, con represión brutal que mata y con empresas productivas en agonía. Ni del gobierno de Maduro, ni de esta Asamblea Dictatorial  vendrán los necesarios y urgentes cambios sociales y de política económica, ni se logrará el apoyo internacional indispensable. Sólo un nuevo gobierno de transición (que no es gobierno paralelo), con rescate de la democracia y decidido cambio de modelo político, económico y social y acuerdos básicos de unidad nacional, puede traer respuestas y atender de inmediato las urgencias humanitarias y productivas.

Hay que presionar para lograr el diálogo y la negociación verdadera con la inmediata apertura humanitaria internacional, la reposición de la agenda electoral completa, la libertad de los cientos de presos políticos y la plena restitución constitucional de la AN y el reconocimiento de la Fiscalía autónoma y democrática. Los demócratas (con toda su variedad y amplitud) necesitan entrar en una fase internacional nueva y efectiva con una unidad de salvación nacional y un gobierno de transición dedicado a estas tareas ineludibles para poner las bases de unas elecciones libres en el plazo de unos meses. ¿Y la Fuerza Armada? ¡Qué vergüenza!

Elecciones regionales y cambio de régimen. Probablemente no habrá en diciembre las anunciadas elecciones regionales que el gobierno robó el año pasado y está obligado a devolverlas. Ahora las anuncia como una maniobra para dividir a la oposición democrática (entre inscribir o no) y esta semana hay que inscribir candidatos. Unos lógicamente no quieren ir a esas elecciones sin nuevo CNE y sin cambios y garantías, otros, con razón alegan que sería un gravísimo error abstenerse y regalar a la dictadura esos centenares de espacios de poder con millones de personas descentralizadas en todo el país.  Se necesita de inmediato un acuerdo unitario. La oposición, sin dejarse dividir por el régimen, debe inscribir sus variados candidatos y continuar su lucha por el cambio de régimen y del vergonzoso CNE y por la formación de un gobierno nuevo de unidad nacional. En la vida no siempre se elige entre el bien y el mal; con frecuencia se nos presenta el dilema entre dos males y hay que escoger el mal menor. Si en definitiva el régimen se ve obligado a hacer esas elecciones en diciembre, los demócratas podrán hacer las primarias entre los que ahora se inscriban. Está demostrado que se pueden ganar elecciones a este régimen y CNE tramposos, si se trabaja bien en las mesas con testigos, actas, auditorías etc. Será buena ocasión para, con una formidable movilización nacional, arrebatar al régimen decenas de gobernaciones y centenares de alcaldías. Lo peor de todo ahora sería una mayoría democrática sin liderazgo incapaz de ponerse de acuerdo de inmediato y dar la pelea en los dos frentes (eventuales elecciones y cambio de régimen) a la vez y  compartir con la población el sentido de esta dualidad.

 

 

 

¿Esto se acaba el domingo?, por Brian Fincheltub

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Aunque el fraude de este domingo pueda significar el fin de la república,  jamás representará el fin del país. Quizás ya muchos lo han dicho, pero quiero expresar por qué mis razones para luchar no se agotan este 30 de julio ni en ninguna otra fecha que la dictadura se invente.

Mi por qué se llama Venezuela y esta no deja de existir aunque ya no la encontremos, aunque en nuestra incesante búsqueda, solo veamos destrucción, muerte, terror. No desaparece porque otros decreten su extinción. Es más poderoso que cualquier gobierno o presidente, no se restringe a un espacio físico,  no se expropia, no te lo pueden robar, no muere aunque sientas que agoniza.

No hay día en que no piense en cómo alcanzarlo,  en el momento del abrazo y la celebración con quienes, aún estando lejos, siguen compartiendo el mismo amor por Venezuela. Mi para qué es ese, el encuentro con los míos, recibir de nuevo a mi hermana en casa, poder ver crecer a mis sobrinas junto a mí y no por skype, no tener que despedir a nadie más entre el duelo de la perdida dolorosa que significa el destierro forzado.

Yo estoy seguro que tu también tienes un por qué y un para qué, que te sobran razones para no rendirte, motivos quizás más poderosos que los míos, motivos que se convirtieron en tu propia razón de existencia, en un país donde a veces la propia existencia pesa. Solo pienso en los padres de todos los asesinados durante estos meses, ellos más que nadie saben que sus hijos no estarían contentos si sus muertes son en vano y su memoria es enterrada en el olvido. Pienso en los miles de detenidos,  pienso en aquellos cuya marca física y mental de la tortura jamás se borrará y que luchan para ver pagar a sus torturadores. Pienso en quienes sufren la crisis, en quienes pasan hambre,  en quienes no encuentran sus medicinas y mueren de mengua.

El lunes lejos de finalizar esta heroica y desigual batalla por la dignidad, se renueva nuestra lucha, porque ha pasado mucho para que desistamos. No se le pone el pie a un país sin que al menos alguien levante su voz y somos millones los que nos haremos escuchar ¡Venezuela no se rinde!

 

@Brianfincheltub

Fincheltubbrian@gmail.com