El lunes de esta semana, el presidente Nicolás Maduro se encadenó para mostrar la inauguración de una escuela en Vargas, el mismo día en que inició un nuevo ciclo anual de educación para los pequeños del país. Curiosamente, la cámara mostraba a los niños en lo que se supone eran las actividades normales del primer día de clases, intercaladas con las intervenciones del jefe de Estado y demás altos funcionarios que lo acompañaban. Como si el mensaje fuera que en la unidad educativa se estaba realizando una jornada ordinaria, a pesar de que a la misma, repetimos, le cortaron la cinta fundacional minutos antes, y que la presencia de estos jerarcas no supusiera una interrupción en absoluto.
De todas formas, no solamente los ojos y oídos de los venezolanos descartaron dirigirse hacia lo que ocurría en ese punto del litoral (como ocurre con todas las cadenas), sino que quienes contaban con la ayuda digital para hacerlo estaban pendientes justamente de lo que la transmisión impuesta quiso censurar: el anuncio de la MUD sobre las acciones que se tomarían tras la decisión inconstitucional del CNE de exigir las manifestaciones de voluntad de 20% de los inscritos en el Registro Electoral para convocar el referéndum revocatorio.
Luego de varios actos comunicacionales sinceramente muy desacertados, esta vez la coalición se expresó mucho mejor. Para empezar, fue una congregación no solamente de organizaciones políticas, sino de sectores de la sociedad civil. Ello para dejar claro que el esfuerzo por el cambio pacífico y constitucional de gobierno es propiedad de toda la ciudadanía, no de la MUD. En segundo lugar, la participación hacia lo interno de la alianza no se limitó al “G4” (PJ, AD, UNT y VP), sino que se extendió al resto de los partidos con influencia nacional. En ese sentido llamó la atención la presencia activa de María Corina Machado. A juicio de quien escribe, esto es algo que debe reconocérsele a la exparlamentaria, incluso por parte de quienes no la tienen entre sus preferencias.
Que ella haya estado entre los oradores sorprendió porque su discurso últimamente ha sugerido (sin afirmarlo directamente, es cierto) que dejará la lucha por el referéndum para impulsar otra forma de llevar el cambio a Miraflores. Aunque no se descarta que la intención sea buena, enrumbarse por ahí parece poco recomendable. Todavía el revocatorio se presenta como la esperanza de la población, y mientras quede posibilidad, por pequeña que sea, de concretarlo a tiempo, las alternativas difícilmente tendrán el apoyo requerido.
Machado específicamente ha apuntado hacia la desobediencia civil como el mecanismo ideal. Su planteamiento no ha estado totalmente desprovisto de respaldo. Cientos, tal vez miles de venezolanos han expresado su inclinación por esta vía. Por eso es pertinente detenerse a revisar exactamente cómo se come eso. Aviso que estas líneas no son una invitación de ningún tipo. Son solo una descripción de un escenario propuesto por un sector de la oposición venezolana y que ya se ha dado en diferentes momentos de la historia, con o sin éxito.
Quizás la mejor forma de entender de qué va la desobediencia civil sea una lectura del ensayo homónimo escrito por el libertario estadounidense Henry David Thoreau a mediados del siglo XIX. Pero como no es un título de fácil acceso en Venezuela, ni este texto puede limitarse a recomendar otro y decir “adiós”, exploremos otras ilustraciones. Usted podría también, por ejemplo, buscarse y ver Gandhi la galardonada biopic de 1982 dirigida por Richard Attenborough y protagonizada por Ben Kingsley en el papel del líder político y espiritual indio. De ahí se extrae fácilmente la primera enseñanza: la desobediencia civil implica no recurrir a la violencia, pero sí exponerse a ella. Es desconocer un sistema injusto de autoridades y leyes de forma activa, desafiante.
Gandhi tiene el mérito de haber liderado la lucha por la independencia de la India del Imperio Británico mediante la resistencia pacífica. Ello, desde luego, no significó limitarse a hacer un llamado en redes sociales proclamando su desobediencia (o, lo que sería el equivalente en esos años, gritarla con unos altavoces desde su casa).
El Bapu (“padre” en hindi) pudo convencer a las masas para que participaran en diferentes actividades que retaron el dominio anglosajón en sus tierras. En todas ellas estuvo a la vanguardia, dando el ejemplo mediante sus propias acciones. Por ejemplo, para vencer la dependencia de productos industriales hechos en Inglaterra con materia prima india, instó a los pobladores a fabricar sus propias ropas mediante una hilandera diseñada por él mismo (que luego se volvió el símbolo en el centro de la bandera india). Tal vez la más recordada de esas campañas fue la Marcha de la Sal de 1930, un recorrido kilométrico de 24 días en el que Gandhi y sus seguidores llegaron al mar para producir sal sin pasar por los impuestos cobrados por las autoridades británicas.
¿Estuvo esto exento de riesgos? Desde luego que no. En tres décadas de desobediencia civil, Gandhi entró y salió intermitentemente de la cárcel, y en algunas ocasiones pasó varios años tras las rejas. Quienes lo seguían fueron también víctimas de arrestos arbitrarios, así como de golpizas y matanzas que dejaron cientos de muertos. Pero al final fue tanta la presión que el Reino Unido tuvo que aceptar la independencia de la India en 1947.
Una década después, en las antípodas, Martin Luther King estaba encabezando otra lucha de desobediencia civil, esta vez con el propósito de liberar a los afroamericanos de la onerosa segregación racista de la que eran víctimas en el sur de Estados Unidos. De nuevo, aunque pertinente, no es necesario coger un libro. En vez de eso puede ver Selma, el drama cinematográfico de 2014 que muestra las acciones que King dirigió 49 años antes para hacer valer las leyes que prohibían la discriminación política, económica, social y cultural por color de piel.
Las protestas fueron también organizadas en el formato de marchas pacíficas. Pero las autoridades locales de Alabama les pudieron límites a los manifestantes, un “no pasarán”, por usar las palabras de Dolores Ibárruri convertidas en consigna cliché por sectores de la izquierda mundial. King y compañía hicieron varios intentos por pasar a la zona absurdamente delimitada para excluirla del derecho a reclamar. También aquí hubo represión dura por parte de policías y civiles reaccionarios armados, con saldos de varios detenidos. Es algo que recuerda a los intentos de opositores venezolanos por protestar en el Distrito Capital.
De nuevo, al cabo de mucho esfuerzo y ante la evidencia de que la rendición no estaba a la vista, el Gobierno federal tuvo que intervenir como freno a los violentos, y los marchistas pudieron cumplir su objetivo de exigir el derecho al voto en plena capital estadal, prerrogativa que no tardó en ser garantizada. King, con buena parte de los sueños de igualdad descritos en Washington en camino irreversible hacia la realización, murió abatido por las balas de un asesino en 1968, veinte años después de que Gandhi corriera igual suerte, por desgracia.
Así pues, la desobediencia civil, sépalo quien se interese por ella, no se trata de dar discursos de desconocimiento ni mucho menos de proclamas digitales. Implica un activismo de calle a menudo muy arriesgado, a pesar de su talante no violento.
Llegados a este punto de nuestro drama nacional, es obvio que el cambio deseado por casi todo el país pasa por alguna forma de protesta pacífica efectiva. Eso trasciende el revocatorio o cualquier otra estrategia seleccionada y que es tan vulnerable de ser bloqueada como este. Un reto colosal para la oposición, histórico, como las situaciones descritas aquí. Si con ella unida luce difícil, si se dividiera, lo sería aún más. Ojalá no ocurra. Lo del lunes fue un primer buen indicio.