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Escribo para recordar que fui feliz ... por Orlando Viera-Blanco

 

Escribir

 

“A veces es bueno recordar quienes fuimos para no olvidar quienes seremos”

 

Madrugo en casa. Hora de escribir ¿Cuál casa, sobre qué escribo? Desconozco donde vivo realmente. Una extraña dimensión que sin sentirla, lo ocupa todo. La incertidumbre. La resistencia. La lejanía.  “Padre por qué escribes”, pregunta mi hijo. Al rompe le respondo: -Morocho ahora no, estoy ocupado-sic- ¿Ocupado de qué? Como sufro de déficit de concentración, me veo atrapado en la pregunta… Súbitamente dejo de escribir [de lo que todos escribimos, Trump, MUD, gobierno, su permanencia o salida] y me invade un intenso dolor. No me quedó más … que escribir lo que ahora leerán.

Han pasado más de 30 años que viajo en este transitar entre el espíritu y lo mundano: escribir. La verdad poco me he detenido a pensar por qué lo hago. El escritor y crítico zaragozano, Félix Romeo, reflexiona en un texto autobiográfico sobre sus inicios en la escritura y los motivos que le llevaron a dedicarse a ella. “Escribo para vivir, para ser feliz, para leer más, para que me lean; para decir mis verdades, mis mentira, mis anhelos. Escribo para expresar lo pensado, para dar mi versión de la historia o para compartir una experiencia. Escribo por vergüenza, para cultivar, para cosechar o para sentirme con vida. Escribo para no ocultar mi insatisfacción o por remordimiento…” Pero una línea de Romeo, fue la que me cautivó: “Escribo para alcanzar ese estado febril y fabril que es recordar…” ¿Recordar para qué? Para no olvidar quien soy, quienes fuimos y quienes seremos. Porque en los últimos 18 años de supresión, un mejor futuro sólo se cree (y se crea), si se recuerda lo que fuimos y no dejaremos de ser: gente feliz, decente y bregadora. Y esa cédula de identidad, no nos la expropia nadie …

Consternado pero convencido que el despertar es inminente, tengo la obligación de reanimar. Es recurrente el sembradío de pesimismo que llevamos a flor de labios, por lo que hoy os quiero recordar. No somos lo que vemos ni padecemos. Venezuela ha tenido historias buenas y malas, evolutivas o regresivas, pero emancipadoras. Fuimos conquista, colonia, capitanía, república, dictadura y democracia. En medio de cada episodio, hubo montoneras, guerras, agites y represión. Pero salíamos a flote, además potenciados y fortalecidos. De la ruralización de los 20, y 30, pasamos a la urbanidad de los 50, 60 y 70. Al país de “plantas, cemento y petróleo”. Caímos en los 80 y 90. Y van tres lustros de bacanal y miseria. Pero el repunte llegará, precisamente por lo que hay que reconstruir y resembrar.

El “código” sigue. Todos venimos de la capital o de la provincia; de abajo hacia arriba, de un hermoso mestizaje. Tenemos atavismos, pero redimibles. Hemos sido un país movilizado, industrioso, urbanizado, educado, pero lamentablemente clientizado gracias a una tierra generosa. No somos un pueblo malvado ni irrecuperable. Hemos tenido malos gobiernos: celestinos, corruptos y ahora muy, muy violento. Pero la tiranía tiene sus días contados porque la libertad es insaciable. No somos inmigrantes, somos lugareños. No somos delincuentes, somos un noble matriarcado. No somos “tronco torcido, ni enfermedad sin remedio”. Somos seres humanos mal liderados. Los cretinos (dixit Pocaterra) son minoría, y a los gentiles mayoría. Lo que nos falta es dejar brotar la humildad, para consensuar más.

Escribo para recordar que mi madre me ha inculcado-juiciosamente-el buen ejemplo. Estudiar, ser un buen padre y un buen esposo. Ella jamás ha pedido nada. Sólo reza por el bienestar de sus hijos, sus amigos y su país. Mamá que conoció a papá de rural en rural … y é, galeno de San José, huérfano de madre a temprana edad, criado entre 11 hermanos y un canario incansable, el abuelo. En la mesa era un arte compartir bocado. Cada mano servía la otra. Y nací y crecí en esa generosidad. Un niño libre, muy libre; caminando cerros, jugando pelota o de veleta en veleta … Recordar tanto albedrío y alegría, tanto amor y autonomía, no me deja caer y abandonar. Sin duda Dios trajo al mundo a Venezuela como hija preferida, pero nos toca a nosotros redimirla…

Escribo para no ocultar vergüenza por un presente que no me siento libre de responsabilidad. Escribo para rendirle tributo a todos los padres de mi generación que no merecen ver a sus nietos en tanta desolación. Escribo para prometer a mis hijos que también serán libres, orgullosos de su linaje, y que regresar a casa es inevitable. Escribo para sembrar confianza, para no rendirnos. Escribo a mis amigos de la infancia, a mis compañeros de aulas, a mis vecinos, a mis estudiantes, a mis hijos, a mis lectores, para que no crean y reboten, cuentos ni de dominios, ni depresivos. Escribo porque te pienso Venezuela, porque te recuerdo como no he visto otra pradera; porque no es verdad que no hay salida o que la suerte nos abandonó. La suerte la hacemos todos…Escribo para agradecerles a mamá y papá, el aprecio, compromiso y respeto, que me sembraron por mi familia, por ustedes, por otra Venezuela.

Y escribo para que no olvidar quienes fuimos y quienes seremos [felices], alertando que del país reciente, poco o nada escribiré, ni en chiste ni en apariencia, porque no lo reconozco, porque no vale la pena. ¡Escribo porque falta poco!

 

@ovierablanco

Que la realidad se haga recuerdo, por Gonzalo Himiob Santomé

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Ojalá que pronto nos toque. Me refiero a solo recordar, a solo mirar hacia atrás con los ojos de la memoria luego de pasar estas oscuras páginas que nos están ahogando y que, en su inclemente asedio, nos fuerzan día a día a focalizarnos en cada nueva situación, en cada nuevo ataque, en cada nuevo absurdo. Todos los días debemos enfrentarnos a nuevos descaros, a nuevos desgarros, a nuevos y perversos árboles que, por cotidianos y continuos, nos llevan a veces a olvidar que son parte de un mucho más tupido y tenebroso bosque que ya acumula casi veinte años creciendo e invadiendo cada uno de nuestros espacios, asfixiándolo todo a su paso. Como en Venezuela cada día hay una herida nueva que lamer, ya no tenemos tiempo de verle a nuestra nación la piel ya casi completamente cubierta con marcas y cicatrices.

Hoy por hoy somos la prueba indiscutible y fehaciente de que aquella Ley de Murphy, la que nos enseña que cada vez que crees que no puedes estar peor, lo más seguro es que estés equivocado, es cierta. Me vienen a la mente la cantidad de veces que en estos últimos lustros todos hemos pensado, ante alguna nueva felonía del poder, ante algún nuevo desplante o ante alguna ingrata e inesperada sorpresa oficial, que ya habíamos llegado al “llegadero”, que ya no daríamos más, que la frágil burbuja que es nuestra realidad diaria estallaría, solo para darnos cuenta al cabo de unos instantes de que no era así. Siempre nos ha tocado comprender, por las malas, que aún podríamos, tendríamos y tendremos que soportar mucho más. Lo malo es que en eso se nos han ido años, ya virtualmente una generación completa, y el poder abusivo se apoya siempre en nuestra capacidad de acomodo, en nuestra capacidad de adaptación. Tergiversa nuestra irredenta voluntad de supervivencia, la trata como si fuese su logro, y se nutre de ella para seguir abonando sus patrañas.

En muy pocos años me voy a montar en lo que en Venezuela llamamos “el medio cupón”, refiriéndonos con ello, no sin cierta ironía en un país en el que hasta por no tener plata en la cartera, o por tener un celular “chimbo”, un malandro puede apagarte mucho antes de tu momento natural, a los cincuenta años de edad. Me doy cuenta, y quizás allí está la razón del tono un tanto descorazonado de esta nota, de que, como muchos de mis compañeros etarios, ya voy a cumplir casi la mitad de lo que en cualquier parte del mundo es tenido como la “vida útil” de cualquier ser humano no forjándome una vida sino simplemente sobreviviendo. Todo porque a unos individuos de dudosa calidad intelectual y humana, apoyados por quienes creían ilusos que podrían controlarlos, un día decidieron que “era su momento” y montados la mayoría de ellos no en sus méritos, que no los tenían, sino en su odio y su resentimiento, se hicieron del poder prometiendo ilusiones que, hoy casi todos lo tenemos claro, no eran más que falacias y cuentos de camino.

No somos eternos. La “pelona” en estos últimos días, llevándose a Alirio, a Inocente, a Brenda y a muchos otros, nos lo ha recordado con particular frialdad. Mi padre, por ejemplo, hace poco me hablaba de sus expectativas a futuro. A nosotros, que somos lo que llaman “adultos contemporáneos” estas inquietudes aún se nos escapan, pero a otros que ya llevan unos cuantos kilómetros más recorridos, no. Sus más de setenta años a cuestas le recuerdan todos los días que debe ponderar muy bien sus opciones y decisiones vitales. Para él, cada minuto cuenta. No está para esperar la perfección de los tiempos de Dios, para recaídas infructuosas en estrategias de aguante indefinido ni mucho menos para continuar en la misma incertidumbre.

Esto es importante, y es un llamado de atención a nuestra dirigencia política. Como ciudadanía hemos crecido, y conocemos muy bien los altísimos costos del mesianismo, del populismo, de los atajos apurados y de las improvisaciones, pero también sentimos y sabemos que en una Venezuela como la de ahora las urgencias son la regla y su atención seria y contundente es prioridad absoluta. Ya no hay espacio para juegos de “toma y dame”, ni tenemos capacidad de maniobra. El hambre acecha y la muerte ronda, no metafóricamente, sino en la dura realidad.

Por eso, sin más galimatías ni retruécanos, es hora de cerrar este capítulo. Venezuela lo exige. Es hora de convertir esta oscura realidad en un mal recuerdo y de abrirle las puertas a un mejor futuro en el que nadie tenga que preguntarse si vale la pena o no seguir acá, luchando y viviendo.

@HimiobSantome

D. Blanco Feb 11, 2016 | Actualizado hace 8 años
Te acordarás de mi por José Domingo Blanco

HugoChávezyFidelCastro

 

Los cubanos ya no sienten que son los miserables de la región. Andan diciendo que ese puesto ahora lo ocupamos los venezolanos quienes estamos viviendo en peores condiciones que ellos; unas condiciones que en la isla lograron superar, entre otras cosas, gracias al caudal de dinero que los Castro supieron sacarle a Chávez y a Maduro. Y la verdad, no me sorprende el comentario de los cubanos. Si hasta lograron reanudar las relaciones con EEUU y abrirles las puertas a los españoles, que están entusiasmados con la idea de invertir en la isla. Lo que impacta es que ellos, que por décadas han sabido de racionamientos, imposiciones, controles, escasez, muerte, miedo y miseria, estén sorprendidos de que ya no son los menesterosos sino nosotros. Tal vez no les falte razón y para colmo, ahora que nos impusieron toque de queda eléctrico.

Recuerdo que cuando Chávez ganó por primera vez las elecciones, y se quitó la careta de falso demócrata, fueron muchos los exiliados que me aseguraron que terminaríamos como Cuba. Cosa que, en el año 99, parecía una exageración. Me insistían que lo que venía para nuestro país, ellos lo habían vivido con Fidel y su revolución. Y que el comportamiento de Chávez era una copia actualizada y mejorada del modelo totalitario de Castro. Costaba creer que, repito, en 1999, un país con tantos recursos –pero maltratado- como Venezuela, pudiera terminar en una situación tan ruinosa como la que por años hubo en Cuba. También recuerdo, a principios de 2000, el comentario de un señor mayor que me aseguraba que con la llegada de Chávez al poder ocurriría algo insólito: “Te acordarás de mí. Yo sé por qué te lo digo. Lo que le viene a Venezuela es candanga con burrundanga. Chávez nos llevará derechito al comunismo mientras, poco a poco, Cuba se enrumbará hacia la apertura y el capitalismo”. Pues, algo de cierto hubo en las visiones de este pronosticador.

Revisando en mi archivo encontré un artículo que escribí en 2013, titulado “¡Revolución Criminal!”. Qué lamentable comprobar que nada ha cambiado. Peor aún, que las cosas hayan recrudecido. Aquí les dejo algunos extractos, con una lamentable tarea, actualicen ustedes las cifras:

Los venezolanos vamos en caída libre. ¡Y nada que se abre el paracaídas! ¡Qué impotencia! Porque, la verdad, es que es urgente que pongamos coto a lo que vivimos. ¿Cuál es la razón de tanto retroceso en todos los órdenes de la vida nacional? No encuentro otra explicación que la incapacidad –más que demostrada- de quienes nos desgobiernan. Cuántas veces tendremos que repetirlo: ¡son unos ineptos! Están improvisando, versionando, ensayando y probando fórmulas cubanas, de comprobada eficiencia para destrozar una nación.

¿Saben lo que es peor, además de los 15 años que llevamos en esto? Que estos incapaces lo han hecho tan bien en su plan maquiavélico de hundirnos, que nos tienen a todos ocupados en cosas tan estúpidas y absurdas como la persecución de un rollo de papel toilette o un litro de leche. ¡Algo sin precedentes! Debemos apartar el doble de horas de las que invertíamos para proveernos de artículos básicos de nuestra canasta alimentaria: una cesta que, por cierto, es el doble de costosa y no siempre llega a nuestros hogares completa. ¡Pero, cómo va a llegar completa si aquí dejó de producirse! Otro logro de la revolución.

Otro mérito que no me cansaré de atribuirle a la “revolución bonita” es el estado de descomposición moral al que hemos llegado. Los valores se invirtieron de tal forma que ahora es “normal” que los delincuentes, los pranes y los capos, sean los que impongan los patrones y normas de convivencia ciudadana. El hampa supera en número, y en estrategias asertivas para ramificarse y profundizarse, a los que están encargados de reprimirla.

Aún estoy sorprendido por los datos que arrojó la primera encuesta sobre delito organizado que realizó el Observatorio Venezolano de Violencia, conjuntamente con la ONG Paz Activa. Uno de los resultados, con el que no dudo todos estaremos de acuerdo, es como el 70 por ciento de los entrevistados afirmó que la inseguridad personal ha aumentado este año.

Pero otro dato que arrojó la encuesta y que, debo reconocer me dejó perplejo, es una variable nunca antes vista en nuestra nación: ahora los asesinatos por encargo son cada vez más comunes. Es decir, que la gente puede contratar un sicario para que mate a alguien, así como si encargase un flux en la sastrería. De seguir así, los tribunales y los organismos encargados de impartir justicia, pasarán a la historia. Total, ¿quién necesitará de ellos si existe el sicariato? Otro hecho sin precedente en nuestra maltratada Venezuela que no podemos permitir que se arraigue

Maduro, Rodríguez Torres y a todos a quienes les competa el tema de la seguridad: los invito a revisar minuciosamente esta encuesta. No es cuento, no es una estrategia mediática, ni un plan de sabotaje para empañarles la gestión. El asunto del delito, y peor aún, el del delito organizado –ese que mueve dinero, el que se negocia y tiene tarifas- es uno de los problemas urgentes que deben atender porque nos está afectando gravemente. El Plan Patria Segura es y seguirá siendo un fracaso en la medida que los choros dupliquen el número de efectivos policiales y violar la ley, sin que por ello haya consecuencias, sea tan fácil como pelar mandarinas. La violencia, el caos y el desorden aumentan a pasos agigantados como la revolución. No podemos permitir que esta situación caótica se consolide y pase a ser tan normal como respirar.

@mingo_1

mingo.blanco@gmail.com