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Ene 15, 2019 | Actualizado hace 5 años
Juan Maragall: hombre de escuela

 

“Soy Juan Maragall, un hombre de escuela”. Así se presenta quien hasta octubre del año pasado se desempeñara como Secretario de Educación de la Gobernación del estado Miranda  en Venezuela y en la actualidad es el responsable de los proyectos de educación del Banco Interamericano de Desarrollo en Colombia. Maragall, para quien la conducta y el lenguaje del educador deben llevar la impronta de la sencillez, revela en esta entrega para Guao las razones de una vocación formadora que se sustenta en los valores de la equidad y la libertad ciudadanas.

Hijo de Sylvia y Julio Maragall, Juan Maragall nace en Caracas en 1962. Estudia en el Colegio Champagnat hasta quinto grado y luego ingresa al Colegio San Luis de El Cafetal, donde se gradúa de bachiller en Ciencias en 1979. Las materias que lo entusiasmaban de niño fueron historia del arte —en buena medida por influencia del padre y el abuelo, quienes destacaron en la arquitectura y la escultura—, biología y geografía. Y aunque domina el inglés, admite que siempre le ha costado el aprendizaje de ese idioma. Al terminar el bachillerato y motivado por algunos de sus maestros de primaria y secundaria, decide estudiar Educación en la Universidad Católica Andrés Bello, donde obtiene la licenciatura en esa carrera, mención Ciencias Pedagógicas. También cursa estudios en las áreas de Psicología Social (USB), Gerencia Educativa (UCAB) e Informática Educativa (University of Hartford).

De sus años universitarios, Maragall recuerda que sus profesores le enseñaron a abrir un libro al azar, leer un párrafo y pensar si estaba de acuerdo o no con lo que allí estaba escrito. Ese ejercicio le permitió desarrollar el pensamiento crítico frente a cualquier tipo de texto, por lo que se convirtió en su principal método de estudio: partir de la duda para acceder al conocimiento. Asimismo, confiesa que su vocación proviene de la pasión que vio en muchos de sus docentes. Por ello, desde que se comprometió con la enseñanza ha intentado imitar el buen ejemplo pedagógico que le fue impartido durante sus años de infancia y juventud, aunque reconoce que de los malos profesores también se aprende, en especial, a evitar los errores que estos cometieron.

“Hay que buscarle el sabor al saber —recomienda Maragall—. En la medida en que se tenga un mayor acceso a la cultura universal, hay posibilidades de ser mucho más libre. Cualquier pasión se puede desarrollar con mucha más plenitud en la medida que uno estudie y se forme en el área que lo apasiona”. Y como buen montañista y maratonista, señala que “la lectura es como correr: cualquier época de la vida es buena para practicarla. Leer no es solo descifrar un libro, sino sumergirse en él y encontrar allí placer y conocimiento, la posibilidad de transportarse a otros mundos”. Dos de sus libros de cabecera propician esas inmersiones: El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.

No obstante, para Maragall no es un secreto que la educación es una de las carreras con menos demanda entre los jóvenes que ingresan a la universidad. Ni tampoco que para los gobiernos de turno, la cultura y la educación jamás han sido asuntos de interés prioritario. Ante esa infortunada realidad, sale al paso con la convicción de que “al mundo lo han transformado los tercos. Las personas constantes que tienen una visión por la cual se lucha”. Esa porfía vocacional se evidencia en un currículo que habla de su compromiso educativo y profesional: Profesor de la Universidad Central de Venezuela,  Universidad Metropolitana y Universidad Católica Andrés Bello; Director-Fundador del Proyecto Escuelas Pacairigua, Guatire (1986-1996); Gerente-Fundador del Proyecto “Escuelas de Excelencia” del Dividendo Voluntario para la Comunidad (1995-1999); Director-Fundador del Colegio Integral El Ávila (1996- 2008) y Secretario de Educación del Estado Bolivariano de Miranda (2008-2017). Cargos y oficios que ponen sobre la mesa de la eficacia los resultados de una terquedad a prueba de fatigas y adversidades.

Consciente de los difíciles años que atraviesa Venezuela, Maragall está convencido de que “una de las cosas que más ayuda a un país a desarrollarse y fomentar la igualdad entre los ciudadanos es fortalecer la educación. El futuro no puede depender solo de lo que el individuo recibe en su casa, sino en su escuela. Si las medidas educativas en Venezuela se enfocaran en que todos podamos ir a la escuela, que esta se encuentre en buenas condiciones y que posea buenos maestros, entonces podríamos encaminarnos hacia una sociedad más justa y equitativa”.

Guao.org es una alternativa didáctica que permite a los jóvenes acceder a contenido educativo y recursos académicos de nivel mundial usando para ello la herramienta de internet. Para mayor información accede a u página web: https://www.guao.org/

 

 Yslas

 

 

Feb 15, 2018 | Actualizado hace 6 años
Valentina Quintero: oficio de arraigo

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Cuenta Valentina Quintero que hace más o menos quince años, en uno de sus muchos recorridos por Venezuela, le tocó visitar un apartado pueblo del occidente llamado El Carrizal. Al llegar, advirtió que no había nadie en la iglesia, ni en el colegio, ni en las casas. Todos sus habitantes, salvo una familia, habían abandonado el lugar. Intrigada, Quintero le preguntó a la madre de esa familia por qué no se habían ido. “Aquí están mis afectos –le respondió–, aquí están mis recuerdos. Yo de aquí no me puedo ir”. Quintero vio reflejado, en esas palabras, el sentido de su vida. Entendió que ella también sería “una tristeza ambulante” en cualquier otra parte del mundo. Su oficio de andanzas, entusiasmos y testimonios a lo largo y ancho de Venezuela no ha hecho sino confirmar ese apasionado arraigo por el país del cual ha sido militante durante más de treinta años. Y contando.

Hija de Tony Quintero y Ana Carlota Montiel, Valentina Quintero nació en Caracas el 28 de junio de 1954. Estudió desde kínder hasta graduarse de bachiller en el San José de Tarbes, colegio del cual solo tiene agradables y orgullosos recuerdos, entre ellos, el afán de las monjas por transmitir los valores de la rectitud y la constancia. Y aunque tuvo momentos de indisciplina que estuvieron a punto de costarle una expulsión, supo rectificar a tiempo y permanecer en esa institución que le dejó muchas lecciones que agradecer. Una de ellas, el esmero de sus maestros por inculcar el respeto por el lenguaje. Quintero, que provenía de una casa donde los libros ocupaban un lugar privilegiado –su madre era una gran lectora–, apreció que el colegio prolongara y enriqueciera ese culto amoroso por las palabras. De manera que a sus lecturas hogareñas –los cuentos de la editorial Ekaré, las novelas de Tolstói, de Dostoievski– se sumaron los libros de Gallegos, de Isaac, de García Márquez, de Otero Silva, que leyó en secundaria. Y hasta la fecha, no ha parado de leer. “No concibo la vida sin la lectura –confiesa–. La gente que lee nunca está sola. Leer nos da la posibilidad de agregarle mundo al mundo”.   

Después de graduarse en Comunicación Social por la UCAB y de hacer una maestría en Tecnología Educativa en la Universidad de Boston, la afición por los libros y el conocimiento la llevó a trabajar, en 1982, a la Biblioteca Nacional junto a Virginia Betancourt. Una experiencia que le permitió invitar a la gente a la lectura y enseñarle que la información es fundamental para la toma de decisiones.

A mediados de los ochenta conoció a la periodista Elizabeth Fuentes, quien la animó a escribir el Manual de Ociosidades en la revista Feriado de El Nacional; una sección donde Quintero recomienda diversos atractivos del territorio venezolano, y que sigue apareciendo hasta la fecha, publicada en la revista Todo en Domingo del mismo diario. A partir de ese momento, que podría calificarse de bautismal, Valentina Quintero empezaría a convertirse en la figura que hoy reconoce todo el país: una amante de la geografía venezolana cuyos secretos y virtudes no se cansa de exaltar.

Su Manual de Ociosidades tuvo tan buena acogida entre el público que se trasladó también a Radio Capital en 1990. Fue el primero de varios espacios radiales en los que Quintero compartió micrófono con Elizabeth Fuentes, Miguel Delgado Estévez, Alonso Moleiro y hasta con su propia hija, Arianna Arteaga, cómplice y colega de varias de sus aventuras. Después de una primera y breve incursión en la televisión con Valentina TV, en 1994 apareció el exitoso programa Bitácora, ganador de los premios Monseñor Pellín, el Premio Nacional de Periodismo y el Dos de Oro. En 1996 se publicó la primera Guía de Valentina Quintero, un longseller entre las guías turísticas venezolanas. Su más reciente trabajo es Dos de viaje, un programa televisivo realizado junto con su hija Arianna, en el que revelan las bellezas y valores de un país, aun en medio de las mayores dificultades.

Gracias a su carisma, energía vital, conocimiento y sentido de pertenencia, Valentina Quintero se ha ganado un sitial de honor entre los venezolanos que han hecho del amor por el país un oficio ejemplar. Ella lo tuvo claro desde muy joven y su propósito se mantiene inalterable: “Estoy empeñada en mostrarle Venezuela a los venezolanos. Mi deseo es que se enamoren del país”. Su rol de viajera y cronista ha adquirido con los años un papel esencial en la conciencia de una nación que, desde su mirada fresca, curiosa y afectiva, nunca deja de ofrecer inesperadas bondades y maravillas.

Feb 08, 2018 | Actualizado hace 6 años
María Guinand Quintero: Educadora musical

 

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Se necesitaría un libro voluminoso y sonoro para dar cuenta de todo el trabajo realizado por María Guinand Quintero en pro de la cultura musical, tanto en Venezuela como en el resto del mundo. La actual directora de la Fundación Schola Cantorum de Venezuela, especialista en composición y educación musical, musicología, dirección coral, piano y canto, describe en esta entrega para Guao parte de esa experiencia que le ha permitido reflexionar sobre el arte de enseñar, oficio al cual se entregó desde muy joven como una manera de propagar los valores que la música concita.

Desde su nacimiento en Caracas el 3 de junio de 1953, María Guinand fue acunada en un ambiente familiar donde la música constituía una huella de identidad que se remonta, por la rama materna, hasta sus bisabuelos, Manuel Guadalajara y Mercedes García, músicos reconocidos en la Caracas de finales del siglo XIX. Asimismo, el espíritu educativo que reinaba en su hogar fue una influencia significativa. En su familia hubo grandes mujeres educadoras, entre ellas su abuela paterna, Delfina de Guinand, encargada de iniciarla en las primeras letras. Y también su propia madre, quien, luego de criar a sus hijos, decidió ir a la universidad a estudiar Educación. “He tenido la fortuna –confiesa– de estar rodeada desde muy niña por personas para quienes la educación era una herramienta fundamental en la vida y el crecimiento de los seres humanos”. Ese amor por el conocimiento compartido le permitirá combinar, años después, dos de sus vocaciones principales: enseñar a los jóvenes la riqueza y la belleza de la música.

Paralelamente a sus estudios en el colegio San José de Tarbes de El Paraíso, María Guinand recibió lecciones de piano de Alberto Grau y Cristina Vidal de Pereira, y asistió a clases en la Escuela de Música Juan Manuel Olivares, en el Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta y en la Escuela de Canto Coral de la Orquesta Nacional Juvenil. De esa época de intenso aprendizaje, recuerda el día en que su abuelo la llevó tomada de la mano a recorrer la capilla de su colegio, edificación que él mismo había diseñado. Su abuelo le iba mostrando cómo se iba desarrollando la construcción y ella lo escuchaba absorta, descubriendo en ese recinto sagrado una fascinación que sería de por vida. “Para mí, las capillas, las iglesias, los templos son también mi templo musical”, asegura.

A temprana edad, María Guinand entendió que había recibido una educación privilegiada, y que se sentía por ello comprometida a dar a los demás parte de lo recibido. Por eso desde muy joven participó en actividades extracurriculares como centros de estudiantes, clases de catecismos y campañas de alfabetización, incorporando a su entusiasmo por la música y la educación, el compromiso social.

En 1971, ingresa a la Universidad Católica Andrés Bello para cursar Física y Matemáticas. Sin embargo, luego de haber escuchado una noche el concierto para piano y orquesta de Tchaikovski en el Teatro Municipal, se convence de lo que realmente desea ser: educadora de música. Al año siguiente funda la Coral del Colegio San José de Tarbes y viaja a la Universidad de Bristol, en Inglaterra, a completar sus estudios musicales. Allí obtiene la licenciatura en 1976 y la maestría en 1982. También, en 1980, se hace con el diploma como directora coral en el Conservatorio de la Orquesta Nacional Juvenil.

Aunque dedicada en exclusividad a la Fundación Schola Cantorum, María Guinand lleva una vida académica plena de viajes, asesorías, talleres y conciertos. Es una de las responsables del programa de la maestría de Dirección Coral de la Universidad Simón Bolívar desde hace veinte años, y ha sido vicepresidente para Latinoamérica de la Federación Internacional para la Música Coral, entre numerosos cargos, publicaciones, fundaciones, asesorías, enseñanzas y actividades a lo largo de una exitosa carrera que no ha dejado de sembrar música a su paso. Es, sin lugar a dudas, una de las artistas, educadoras y gerentes culturales más reconocidas por diversas instituciones nacionales e internacionales en el ámbito musical.

“El trabajo coral es uno de los trabajos más bellos para iniciar a un alumno dentro de un grupo –afirma Guinand a propósito de su labor– porque consiste en sumar su voz a la voz de los demás, y hacer de un coro, un todo. De la mano de un buen guía, de un maestro creativo, es posible lograr que todas esas voces se amalgamen en un solo objetivo: producir un hermosísimo sonido”. Palabras que resumen una vida dedicada a una educación musical cuyo sentido ha sido enriquecer las individualidades para mejorar el sonido colectivo.

Luis Yslas

Ene 16, 2018 | Actualizado hace 6 años
José María De Viana: la ética del compromiso

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Escuchar a José María De Viana es contagiarse de inmediato de una mística profesional en la que se anudan la emoción, la lucidez y el compromiso con los otros. Sus años como presidente de CASETEL y CONAPRI; gerente general de Telefonía Pública de la CANTV; presidente de Hidrocapital y Movilnet; asesor de la presidencia en Digitel y profesor universitario en la UCAB, IESA y UNIMET, entre otros cargos y oficios de comprobada eficiencia, revelan una labor consagrada a mejorar las condiciones de vida del país.

Hijo de Santos De Viana y Milagros del Barrio, inmigrantes vascos que llegaron a Venezuela después de la II Guerra Mundial, José María De Viana –hermano de Mikel, Amaya y Conchita– nació en Caracas el 2 de diciembre de 1954. Estudió la Primaria en la Escuela Parroquial de San Juan, frente a la Plaza Capuchinos. La mayoría de sus condiscípulos provenían de zonas muy humildes y solían aprender cosas que sus mismos padres ignoraban, por lo que el estudio era una emoción compartida entre profesores, hijos y representantes. Sus maestros hacían mucho énfasis en las materias prácticas y artesanales –como mecanografía y carpintería–, y preparaban a los alumnos para dictar clases. Así que desde muy joven, José María no solo aprendió matemáticas, historia y castellano, sino también a reparar los pupitres de su escuela y a enseñarles a los más pequeños lo aprendido de sus maestros. Era una pequeña comunidad estudiantil, consciente de que la importancia del conocimiento no consiste en acumularlo sino en compartirlo y hacerlo útil.

A los doce años inició el bachillerato en el Colegio La Salle Tienda Honda, en Santa Rosalía, donde formó parte de una organización de jóvenes que hacían trabajo social. Uno de esos trabajos era visitar a los enfermos en los hospitales y brindarles atención y compañía. Tal experiencia lo marcó de manera profunda, y le permitió reforzar el aprendizaje paterno: había que pasar por la vida haciendo cosas trascendentes. Luego ingresó en el Instituto de Estudios Teológicos (IET), cuyo director era José Ignacio Rey y, en 1971, empezó a cursar la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Católica Andrés Bello, institución donde ha impartido clases en varias materias como Análisis Matemático, Estadística y Mecánica de los Fluidos.

En 1976 comenzó a trabajar en el Ministerio del Ambiente, gracias a sus conocimientos en materia hidráulica. Siete años después, bajo el gobierno de Luis Herrera Campins, fue director general del proyecto del Acueducto Metropolitano de Caracas, que correspondía en ese entonces al Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). La experiencia de trabajar con el agua a gran escala le enseñó que se podía llegar a transformar la vida y la esperanza de mucha gente. Formado en los valores cristianos, José María vio además en esa experiencia una vía para llevar a cabo el mandato bíblico “de dar de beber al sediento”. Sin embargo, al llegar Jaime Lusinchi a la presidencia del país, fue removido del proyecto y poco después sería contratado como experto hidrólogo en la Agencia de Cooperación Técnica Alemana GTZ.

Durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, en 1992, José María es nombrado presidente de Hidrocapital, Operadora de Acueductos de la Región Capital, donde permanecerá siete años haciendo una labor de profunda transformación que le cambiaría la cara a una empresa con severas deficiencias estructurales y administrativas. “Tomamos una empresa que no era profesional –recuerda–, con serios problemas económicos, que no recaudaba lo que necesitaba. Pero si trabajas en la dirección correcta, con entusiasmo y honestidad, consigues remontar la cuesta… El agua es un elemento de enorme significado en la vida de la gente”.

A lo largo de su vida y de las diversas labores que ha desempeñado, José María De Viana nunca ha dejado de tener presente el ejemplo de su padre: “un soñador social nato cuya meta era construir una sociedad distinta. Un enamorado de la justicia que abogaba por la gente de menores recursos”. De ese modelo familiar, así como de sus años de estudiante, le viene a José María el enorme respeto por la educación, de la cual no se ha desligado en ningún momento. Quien ha sido nombrado este año Vicepresidente de Desarrollo de UNIMET, afirma que “siempre estamos enseñando lo que sabemos. Nunca se termina de estudiar, porque el conocimiento se multiplica todos los días. Satisfacer la curiosidad de lo que no sabemos es una de las cosas más importantes que podemos hacer en la vida. La misión del maestro es como la del sacerdote. No hay forma de tener un país próspero y feliz sin unos maestros comprometidos”. Inspiradoras palabras de quien ejerce hoy la presidencia de Guao, uno de sus más recientes aportes a la educación venezolana.

 

Nov 30, 2017 | Actualizado hace 6 años
Mireya Caldera Pietri y el Museo de los Niños

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Desde su inauguración en el año 1982, varias generaciones de venezolanos han recorrido las instalaciones del Museo de los Niños de Caracas, en lo que ha sido para muchos una aventura lúdica hacia el conocimiento. Más de un visitante seguramente conserva en su álbum familiar alguna fotografía en la que figura dentro de la molécula laberíntica, al lado de la réplica del trasbordador espacial o frente a la Tienda de Museíto, recreaciones emblemáticas de ese lugar que ya forma parte de los iconos urbanos de la capital venezolana. En esta entrega de Guao, su actual directora, Mireya Caldera Pietri, revela algunos momentos de su vida ligados a su trabajo en esa institución con más de tres décadas de labor educativa.

Hija del dos veces presidente de Venezuela, Rafael Caldera, y de Alicia Pietri, presidenta de la Fundación del Niño y fundadora del Museo de los Niños, Mireya Caldera Pietri nació en Caracas el 2 de julio de 1943. Estudió desde kínder hasta graduarse de bachiller en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, del que guarda puras memorias gratas. “Mi colegio –recuerda– fue un lugar maravilloso: mis maestras, las monjas franciscanas, se encargaban de transmitirnos no solo conocimientos sino valores, fe, actitudes positivas ante las circunstancias de la vida”. Más adelante, durante el bachillerato, contó con profesores de literatura de la talla de Oscar Sambrano Urdaneta y Luis José Silva Luongo, quienes la iniciaron en los clásicos universales y venezolanos. A esta educación ejemplar y humanista, había que sumarle la enseñanza recibida en casa –hogar de intelectuales–, especialmente de la mano de su padre, quien le inculcó la pasión por la lectura y los estudios.

Mireya Caldera se gradúa de socióloga y posteriormente de industrióloga en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego realiza una Maestría en Planificación del Desarrollo y obtiene el título de Doctor en Ciencias del Desarrollo en el CENDES de la Universidad Central de Venezuela. Autora de varios libros, entre ellos: Para entender el subdesarrollo, Democracia y desarrollo, La administración de los contratos colectivos, La evolución histórica de la mano de obra, así como del capítulo “Venezuela” en la Enciclopedia Mundial de Relaciones Industriales, también se ha desempeñado en el exigente campo de la docencia como Profesor Titular en la Universidad Simón Bolívar y profesora de los cursos de postgrado de Relaciones Industriales de la Universidad Católica Andrés Bello.

Su amplia experiencia académica y pedagógica, su estrecha relación con su madre Alicia Pietri –lo que le permitió conocer a fondo el funcionamiento y espíritu del proyecto–, y su amor a los niños resultaron credenciales suficientes para asumir el cargo de Presidenta de la Fundación Museo de los Niños y Directora del Museo, luego de que su madre no pudiera ejercer más esas funciones.

Desde 1974, año en que nace la idea de su realización, el Museo se pensó como una institución privada sin fines de lucro que sirviera como apoyo de carácter lúdico a la educación básica venezolana, orientado a las áreas del arte, la ciencia, la tecnología y los valores sociales; una idea innovadora para aquel entonces en América Latina. Rasgo distintivo del Museo es la filosofía de “prohibido no tocar”, con el objetivo de facilitarles a los visitantes una aventura interactiva en donde se complementen el aprendizaje y el juego. Mención aparte merecen los miles de Amigos Guías del museo, que no solo han contribuido con su funcionamiento, sino que han creado escuela por años en sus instalaciones. Y aunque sus más de 600 exhibiciones –la Aventura Espacial, El Volcán, ADN, Tecnologías de Información, Diabetes, Nanotecnología, Cuerpo humano y Electricidad, La emoción de vivir sin drogas, la Caja de colores…– han estado siempre dirigidas a niños entre los 6 y los 14 años, la experiencia de millones de visitantes, durante sus 35 años de operatividad, ha demostrado que no solo los niños y jóvenes, sino también los padres y maestros redescubren cosas que habían olvidado, o aprenden otras que ignoraban.

“El Museo era el séptimo hijo de mi madre –cuenta Mireya–. Ella se rodeó desde el inicio de un equipo de personas muy capaces, como Roberto Guevara y Alba Revenga, de manera de crear algo verdaderamente valioso para Venezuela en materia educativa. Su mayor recompensa era ver a los niños disfrutando y aprendiendo en el Museo”. Mireya ha sabido prolongar con entusiasmo el legado de su madre, pese a las actuales dificultades del país, pues considera que “el Museo es un libro sin páginas, un aula abierta que despierta la curiosidad por el conocimiento”. Que sigan, pues, abiertas las páginas de ese libro tan valioso para la imaginación y el saber del país.

Nov 23, 2017 | Actualizado hace 6 años
Rafael Arráiz Lucca: el placer de estudiar

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A pesar de contar en su haber con más de medio centenar de títulos publicados que abarcan la poesía, el ensayo, la crónica, la historia, la política, la biografía, las artes visuales y el periodismo; además de su labor docente, intelectual y gerencial en diversos organismos culturales; y de una serie de reconocimientos como su ingreso a la Academia Venezolana de la Lengua como Individuo de Número en 2005 o la Orden Isabel, La Católica, en grado de Comendador, otorgada por el gobierno de España en 2007, el caraqueño Rafael Arráiz Lucca –graduado en Derecho por la UCAB en 1983– todavía se ve a sí mismo como un estudiante vitalicio. En esta entrega para Guao evoca los años estudiantiles en que empezó a germinar esa curiosidad por el conocimiento que terminaría convirtiéndolo en lo que es hoy –y no quiere dejar de ser–: un hombre de estudio.

Rafael Arráiz Lucca nació en Caracas el 3 de enero de 1959. Su primaria la cursó en el Instituto Educacional Santa Elena de El Paraíso y luego ingresó al colegio San Agustín de la misma parroquia caraqueña, donde estudió los tres primeros años de secundaria. Se graduó de bachiller en Humanidades en el colegio Los Arcos de El Hatillo y ya para ese momento el hábito del estudio se había asentado en él con la determinación de las voluntades imperiosas. Mucha de esa pasión por el saber provenía del contagio transmitido por sus profesores de bachillerato. “Mis mejores profesores –confiesa Arráiz Lucca– eran aquellos que estaban enamorados de la materia que enseñaban… Un educador es una persona que va con una linterna alumbrando zonas oscuras que el alumno no ha advertido, y que, de pronto, esa luz que el profesor arroja representa para él una sorpresa. Por supuesto, si el alumno tiene una curiosidad natural, todo esto fluye, surge fácilmente. Si no la tiene, entonces hay que buscar la manera de despertar el interés”.

No hay estudio sin lectura, ambas son prácticas indisolubles. De modo que ser estudioso es una forma de ejercer el oficio de lector. “La lectura –afirma Arráiz– es el centro de mi vida intelectual y espiritual. Meterse en un libro es apasionante, es entrar en otras vidas, en otros mundos. Para mí, leer es una de las experiencias más ricas que puede tener un ser humano. La lectura es un gran placer que uno puede procurarse”.

Entre los muchos oficios ejercidos por Arráiz Lucca, el de la poesía ocupa un lugar destacado. Él fue uno de los jóvenes que participó en el Taller Calicanto de la escritora venezolana Antonia Palacios, de donde emergerían los grupos poéticos Guaire y Tráfico. Arráiz formaría parte del grupo Guaire, cuya propuesta se caracterizó por una estética urbana. Más de diez poemarios de su autoría y lauros como el Premio de Poesía de Fundarte (1987) y el Premio Municipal de Poesía (1993), entre otros, le otorgan a Arráiz Lucca un capítulo aparte en la historia de la poesía contemporánea venezolana.

Otra de sus pasiones cultivada durante años ha sido la investigación histórica. Magister en Historia de Venezuela (2006, UCAB) y Doctor en Historia (2010, UCAB), Arráiz ha demostrado un afán por examinar el pasado venezolano, lo cual ha dado como resultado una amplia y variada bibliografía donde exhibe su interés y preocupación por la historia política, institucional, cultural, artística y empresarial del país. Asimismo, su prolífica trayectoria y preparación como hombre de letras lo ha llevado a ejercer varios cargos gerenciales en organismos como la Galería de Arte Nacional, el CONAC, Monte Ávila Editores y Fundación para la Cultura Urbana.

No obstante, de todas sus ocupaciones intelectuales acaso sea la docencia la que le ha deparado mayores satisfacciones y aprendizajes, dada la alta valoración que le merece la condición de estudiante. Arráiz Lucca es Profesor Principal de Carrera de la Universidad del Rosario en Bogotá y Profesor Titular de la Universidad Metropolitana en Caracas. Ha sido además investigador en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA); Visiting Fellow en la Universidad de Warwick (1996), titular de la Cátedra Andrés Bello del Saint Antony’s College de la Universidad de Oxford (1999-2000) y Decano-Director del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri de la Unimet. Con tales credenciales docentes, Arráiz Lucca está convencido de que “un maestro es importante no solo porque transmite un conocimiento, sino porque forma el carácter. Hay muchas razones para amar y respaldar la labor de los maestros. Tal vez la principal sea que ellos tienen en sus manos una luz encendida, la luz de la especie, la llama divina, del conocimiento y del espíritu”.

Nov 15, 2017 | Actualizado hace 6 años
Gioconda San Blas: Por la senda científica

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Cuando estudiaba secundaria, Gioconda San Blas, actual Presidenta de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela e investigadora emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), no quería estudiar Ciencias, sino Derecho. Todo parecía encaminarse hacia esa elección hasta que, una mañana, su profesora de Química hizo una encuesta entre sus alumnos sobre qué carrera pensaban estudiar al salir del colegio. Al descubrir que Gioconda quería dedicarse a las leyes, su profesora no sólo se sorprendió, sino que la instó a que lo pensara mejor y estudiara una disciplina científica, en vista de la habilidad que había demostrado en esa área. Ese día fue determinante en la vida de Gioconda San Blas. A tal punto que cuando llegó la hora de inscribirse en la universidad, no lo pensó mucho y escogió la carrera de Química. Elegía, en ese instante, un oficio de por vida. No son pocos los casos en que ciertos profesores poseen el don de revelar la vocación que el alumno ignora.

Gioconda San Blas nació en Caracas el 14 de diciembre de 1943. Estudió la primaria en el San José de Tarbes e hizo su secundaria en Uruguay, en el colegio Santo Domingo de Montevideo. Al volver a su país, empezó a estudiar en la Universidad Central de Venezuela. Allí se graduó como licenciada en Química en 1967, y ese mismo año dio sus primeros pasos en el IVIC. Becada por este instituto, obtuvo en 1972 el doctorado en Bioquímica en la Universidad Heriot-Watt (Edimburgo), donde se especializó en bioquímica y biología molecular del dimorfismo y patogenicidad de hongos patógenos para humanos, tomando como modelo el hongo Paracoccidioides brasiliensis, productor de la micosis más frecuente en América Latina. Al regresar a Venezuela, trabajó como investigadora en el IVIC hasta llegar a ser titular emérita y jefe del laboratorio de micología y también del centro de microbiología y biología celular. Para ese momento, Gioconda San Blas ya había asumido plenamente el mundo científico como un mundo propio, en el que la investigación nunca se detiene y debe estar al servicio de la sociedad.

 

Casada con el también licenciado en Química, Felipe San Blas, Ph. D. en Genética Microbiana, Gioconda San Blas es madre de tres hijos varones que han sabido incorporar a sus vidas el amor por la ciencia inculcado en la familia: Agustín, quien trabaja como asistente de catalogación en la Biblioteca Marcel Roche del IVIC; Ernesto, ingeniero agrónomo, Ph. D. en Ecología e investigador científico en el IVIC; y Felipe, ingeniero químico, Ph. D. en Mecánica de Fluidos, radicado en Londres.

Aunque San Blas posee una evidente afición por la música –sabe tocar piano, guitarra y cuatro, además de poseer un registro de contralto que le ha permitido participar en corales–, afirma que su mayor pasión es la lectura. Aficionada especialmente a los libros de ciencia, historia, filosofía y literatura, señala que Demian de Hermann Hesse y El Principito de Antoine de Saint-Exupéry se encuentran entre sus obras dilectas. Más recientemente, le ha dado por leer en profundidad sobre política nacional e internacional, como una marera de mantenerse al día en esa área y nutrir sus artículos para el diario Tal Cual, donde es columnista desde el año 2011.

En un país donde los gobiernos se han caracterizado por manifestar un desinterés por el ámbito académico de las ciencias, el cual además ha permanecido, hasta una fecha no muy lejana, dominado por hombres, Gioconda San Blas fue la primera mujer que presidió la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Aficman) –creada en 1917–, a donde ingresó, también pionera, como individuo de número en 2007. Actualmente, su espíritu de compromiso educativo por el país la ha llevado a desempeñarse como directora de la jurisdicción de Ciencia y Tecnología de la Gobernación del Estado Miranda y ha recibido numerosas distinciones, como la Orden Andrés Bello (3era. clase, 1982; 1era. clase, 1996); la Orden Luisa Cáceres de Arismendi (clase única, 1996); y la Orden Hermanos Salias (1era. clase; 2007), entre otros reconocimientos.

“Un investigador –afirma San Blas– que no sepa transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones es un ser incompleto”. Por eso, agrega que “estudiar es el centro de cualquier investigador científico, pues el aprendizaje apenas empieza cuando uno se gradúa en la universidad”. Con esa labor que recomienza todos los días, Gioconda San Blas continúa dejando una valiosa huella de saber en la historia de las ciencias en Venezuela.

Nov 09, 2017 | Actualizado hace 6 años
Padre Piedra: Fe activa

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Hace más de medio siglo, el padre Manuel Aristorena S. J., actual director de Fe y Alegría Venezuela, sería rebautizado con un nombre que reproducía en una imagen el impacto que causaban sus palabras. Por aquel tiempo se encontraba estudiando Filosofía en la capital ecuatoriana y ya tenía la costumbre de soltar frases que poseían la contundencia y puntería del humor granítico. Su habilidad como “tira piedras” de la inteligencia le valió el epíteto mineral con el que se le reconoce desde entonces: el Padre Piedra. Un sacerdote ejemplar entre la gente que trabaja por el bien común y la educación, y cuyas “piedras” han sido materia invaluable en tierras venezolanas.  

Nacido el 2 de septiembre de 1942 en Alsasua, una pequeña población española de Navarra, Manuel Aristorena estudió los primeros años del bachillerato en lo que se conoce como libre escolaridad, lo cual le facilitó una formación en el trabajo personal y autónomo desde su temprana adolescencia. Finalizó sus estudios secundarios en el Colegio San Francisco Javier de los Jesuitas, en la ciudad de Tudela, institución donde estudiara también el fundador de Fe y Alegría, el Padre José María Vélaz. Es allí precisamente donde nació su vocación de jesuita, que lo llevó a ingresar con diecisiete años en la Compañía de Jesús, dos meses después de terminar su bachillerato.

En 1961 viajó a Venezuela como novicio de la Compañía de Jesús e ingresó a sus dieciocho años en el noviciado de Los Teques. De aquellos días recuerda que una de las cosas que le causó mayor impresión en su espíritu fue la vitalidad de la naturaleza. Ese contraste se instalaría en él como una revelación transformadora. O en sus propias palabras: “como un segundo nacimiento”. A los dos meses de haber llegado al país, es enviado al Barrio Unión de Petare, donde confiesa haber descubierto “la bondad de la gente, solidaria en su pobreza, llena de esperanza en sus carencias, con una alegría festiva y compartida y, sobre todo madres, con un amor desbordante y sacrificado por sus hijos. Esta vivencia y encuentro profundamente humano con la gente ha sido mi enganche y arraigo con este pueblo”. Con el tiempo, el sentido de pertenencia al país que lo recibiera en su juventud se hizo tan profundo, que en 1973 renunció a su nacionalidad española y se hizo venezolano por convicción y gratitud.

El Padre Piedra estudió dos años en la Escuela de Letras de la UCAB, luego tres años en la Escuela de Filosofía, San Gregorio, de la Pontificia Universidad Católica de Quito (Ecuador) y obtuvo la licenciatura en Teología por la Universidad de Deusto en Bilbao (España). En su nutrido historial de estudios, las ciencias prácticas ocupan un lugar importante, pues además posee el título de Tecnólogo Electricista e Ingeniero Electricista por el Instituto Universitario Politécnico de Barquisimeto –hoy Universidad Politécnica–, del cual es alumno fundador y egresado en la primera promoción, y ha realizado estudios en la Maestría de Ciencias de la Computación en la Universidad Simón Bolívar.

Una de las labores que más lo llena de orgullo y alegría es la de educador. Sus 45 años como profesor guía, director del Instituto Jesús Obrero y profesor de matemáticas le han dejado la certeza de que hay que estar ante los alumnos como quien aprende. “De estos 45 años –precisa el recuento–, 42 han sido en Los Flores de Catia, con gente popular. Ellos me han enseñado matemática, nuevas maneras de entender ciertos temas y resolver problemas. Pero sobre todo a afrontar la vida y sus carencias y dificultades con esfuerzo y alegría, capacidad de crecimiento y superación. Para mí la vida es un regalo amoroso de Dios y de la bondad de la gente. Por eso mi actitud fundamental es de un profundo y vital agradecimiento. Y es muy motivante vivir respondiendo a tantos bienes recibidos”.

La experiencia acumulada durante los años de preparación y enseñanza académicas, pero sobre todo de compromiso y entrega con los sectores más necesitados de la población, lo condujo hace 13 años a la dirección general de Fe y Alegría Venezuela, movimiento internacional de educación popular integral y promoción social. Dicha responsabilidad no solo lo honra, sino que lo lleva a afirmar, a sus 74 años, que está “convencido de que el derecho humano a la educación de calidad es condición indispensable para construir un país digno, libre, próspero, de hermanos y feliz”. Que sus palabras sigan siendo lo que han sido hasta ahora para el país: piedras fundadoras de saber y esperanza.