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Política

Orlando Viera-Blanco Ago 25, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Confianza
La pérdida de admiración por el otro es perder valoración por nosotros mismos, por lo cual muere el sentido de ciudadanía y de pertenencia.

 

@ovierablanco

En sociología y psicología social la confianza es la creencia que una persona o grupo será capaz  de actuar de manera adecuada en una determinada situación y pensamientos. La confianza se verá más o menos reforzada en función de las acciones y de valores que deben traducirse en logros en sintonía con la prédica. Confianza es coherencia, es consistencia, es determinación. Un tema es la confianza en la psicología social. Otro en la política. Veamos.

En mi padre confío…

Para la psicología social la confianza es una hipótesis, una expectativa positiva. “Voy a contarle todo a mi padre, tengo confianza que me entenderá y me ayudará”. La confianza se refuerza o se debilita si percibo protección o abandono. Si el padre ayuda a su hijo, la confianza se fortalece. Pero si no lo hace o lo hace inadecuadamente lo más probable es que el hijo pierda confianza. Entonces la confianza supone suspensión de la incertidumbre respecto a las acciones de los demás. Cuando alguien confía en el otro puede predecir sus acciones y comportamientos, porque se reconoce a sí mismo (empatía). La confianza simplifica/facilita las relaciones sociales.

Cuando una relación es de confianza y respeto por sentirnos frente a un buen padre de familia, hablamos de reputación. En el último estudio del Instituto de la Reputación, el Dr. Charles Fombrun nos dice quienes figuraron de primeros en su encuesta: Mandela y Federer. Reputación ganada de la confianza que significa altruismo, desprendimiento, disciplina y discreción. La elocuencia no es curricular. Por el contrario, la efusividad puede destruir la confianza.  

Otras personalidades que se han ganado la confianza mundial son: Bill Gates, Warren Buffet, Richard Branson, Steve Jobs, Oprah Winfrey, Bono, Elizabeth II. Confianza que es admiración, que es demostrar buenas relaciones con lo material o con lo espiritual; con los amigos o la familia, y con uno mismo. Quien cuida sus pertenencias sin maltratarlas [conservador], demuestra pluralidad, libertad de credo, comparte en familia o exhibe honestidad, es confiable. 

Siguiendo la línea de Lechner (2002), el capital social sería “el nivel de confianza en las instituciones políticas”. Quienes poseen poco capital social manifiestan fuerte desafección política y no confían en las instituciones. El autor puntualiza que el capital social depende de los contextos culturales predominantes. “Cuando esos imaginarios sociales (tradición) se vuelven precarios, se debilitan las relaciones de confianza y cooperación”.

No es difícil concluir que en Venezuela perdimos nuestro capital social.

“No confiamos ni en el Padre nuestro”. La inmensa desconfianza grupal que registramos tiene su origen en la pérdida de valores culturales e identitarios. No nos sentimos capaces de resolver nuestros problemas y denigramos de aquellos a quienes “inmerecidamente» endosamos nuestra confianza. Y no funciona así. El problema sigue siendo nuestro. La pérdida de admiración por el otro es perder valoración por nosotros mismos, por lo cual muere el sentido de ciudadanía y de pertenencia… 

A partir de ahí nuestra relación con lo material es despreciativa, ruda; despojar, expropiar, expoliar es “normal”. Lo espiritual es sustituido por la violencia y la imposición ideológica, y la amistad pierde su sentido prístino y solidario. Así nuestra autoestima se pulveriza, siendo desplazada por el Estado opresor. Perdemos el sentido de padres e hijos de la patria…

Restaurando la confianza política

Recuperar la libertad y la democracia es participar en los procesos de reeducación social y de restauración de nuestros valores culturales. Es rescatar nuestra memoria histórica, nuestros protagonistas, próceres, talentos; nuestra Alma llanera, nuestro béisbol, la vino tinto o nuestro pabellón. Es reconocer lo que nos honra.

¿Cuáles son los factores de reconstrucción de lo social y de la política? Van der Meer (2017) identifica cinco principales elementos:

 Anticorrupción y justicia,

 desempeño macroeconómico,

 instituciones electorales limpias,

 socialización política y

 confianza generalizada.

El primero de los factores (corrupción) se ataca con justicia. Es sembrar sentido de intolerancia por la apropiación indiscriminada del Estado (Tanzi, 1995; citado en Begovic, 2005). La percepción de justicia es la actuación imparcial de la burocracia que evita privilegios y hace posible una vida libre y cooperativa (Rohtstein y Teorell, 2005). La prosperidad ciudadana (Knox Lovell y Turner, 1995) es fundamental. La calidad de los procesos electorales (Van der Meer, 2017) es transparencia y soberanía. La socialización política es formación de individuos capaces. Y la confianza generalizada es concretar ciudadanos educados.

Los pueblos derrotan la tiranía cuando derrotamos “al tirano” que llevamos por dentro. La educación es capacidad de discernimiento decíamos, que es cultura, que es procesar información calificada, que es acción confiable. Un ejercicio de humildad y elevación social que nos devuelve la confianza grupal y el sentido de nación. Así hacemos que las cosas pasen y funcionen. No que nos las hagan o nos las impongan.

Recuperar la confianza es vital. Y recuperarla en el prójimo o en el líder, es recuperarla primero en nosotros mismos. Ese día todo pasa y todo acaba, por tener de vuelta a los padres y los hijos de la patria.

* Embajador de Venezuela en Canadá

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco Jul 28, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Política, azar y causalidad
Venezuela, que aún exhibe voluntad transicional, liderazgo, aliados, localidad y temporalidad enfrenta un régimen atípico, primitivo y asimétrico que no atiende ningún parámetro político de negociación.

@ovierablanco 

Hablar de procesos de transición política en Latinoamérica o el mundo, que sirvan de pareto a la realidad venezolana, puede resultar un desafío tanto difícil como inocuo por inaplicable. Tenemos la tendencia a estandarizar los procesos y empotrar sistemáticamente aquello que por ser diferente no encaja cultural, histórica, temporal o políticamente. El caso Venezuela es muy particular por inédito, apolítico y maligno.    

De la causalidad a la realidad

David Teira Serrano en su libro Economía, azar y política en Milton Friedman nos aporta algunos conceptos que es menester “rumiar” para desarrollar nuestra hipótesis sobre la inadaptabilidad de algunos procesos históricos e inaplicabilidad de metodologías de investigación que recurren al análisis comparado sobre variables o supuestos inválidos. 

Nos comenta Teira citando a Friedman que “la filosofía de las ciencias sociales tiende hoy a considerar la oposición entre explicación causal y explicación funcional desde un punto de vista no exclusivamente deductivo”. Es decir, los hechos tienen su propia génesis y carácter. La inducción sería el método adecuado para el análisis, evitando que las consecuencias se ubiquen antes que los efectos y los hechos. 

Los antecedentes y desenlaces de las transiciones chilena, uruguaya, brasileña, surinamesa, boliviana o peruana de dictaduras a democracias, registran una serie de elementos de carácter cultural, político, económico y social -particulares- que incidieron en la mutación política.

No debemos confundir transición con transformación. La primera es un fenómeno temporal, volitivo y orgánico. Depende de factores sistémicos como concertación, consenso, “firmeza en la convicción y fineza en la formas”-dixit Patricio Aylwin Azocar, primer presidente de la era de la concertación democrática de Chile- que viabilizan el cambio. En Chile la Democracia Cristiana más el Partido por la Democracia, Partido Radical y Partido Socialista/1990, aseguraron una transición que por un decenio tuvo que tolerar convivir con Augusto Pinochet (dictador chileno 1973/1989- jefe FFAA hasta 1999).

La transformación por su parte (cambio de régimen) va más condicionada a la variable cultural y circunstancial (azar). Es determinada por factores como correlación de fuerzas, voluntad de cambio con sacrificio (cultura), alea y entorno (circunstancia). No existe transformación sin transición, mientras la transición puede degenerar y no pasar a transformación. Surinam con el socialista Desi Bouterse al frente, aun no acaba de decantar.

Al decir de Sergio Bitar -ministro de Minas de Allende, ministro de Obras Públicas (2008/2010 de Bachelet ) y de Educación (Ricardo Lagos 2003/2005), y de Abraham Lowenthal en su libro Transiciones democráticas, “la transición implica aceptar cambios y sacrificios”. La gran pregunta es: ¿Aun aceptando todos los cambios y los sacrificios es posible lograr la transición?

Venezuela, la cabra que salta pal’ monte

Teira puntualiza que “se trata de establecer materialmente en qué consiste una relación causal (el objeto de la explicación), cuáles son sus contenidos -tal y como lo presenta, por ejemplo, Jon Elster (ELSTER 1983)”. Veamos:

I. Determinismo, esto es, que todo acontecimiento tiene una causa o un conjunto bien definido de antecedentes causales suficientes e individualmente necesarios para que se produzca,

II. localidad, es decir, la negación de la acción a distancia y

III. asimetría temporal, cuando las causas no deben ser posteriores a sus efectos.

Los factores (voluntaristas, orgánicos, estratégicos, temporales) que determinaron una transición política en Chile no son los mismos que visibilizan Jerry Rawling en Ghana, Felipe González en España o Zedillo en México, Fernando Henrique Cardoso en Brasil o Fidel Ramos en Filipinas. O que incidirán en Venezuela.

Por supuesto existen elementos comunes en términos de liderazgo y entorno que facilitan lograr la transición: concepción de gradualidad, captar el ánimo ciudadano, ampliación de las bases de apoyo y articulación, gallardía, intuición, capacidad de rodearse de buenos armadores y tendedores de puentes, persuasión, alianzas externas, capacidad de reacción, respuesta, rectificación y reposición. Pero aun contando con estas virtudes existen otros elementos colectivos, culturales, temporales que pueden acelerar o frustrar los procesos de cambio.

En México la muerte de Colosio (azar) condujo a Zedillo a una presidencia accidentada y transformadora a la que nunca hubiese llegado. Aylwin en Chile contó con una unidad política bien amalgamada, favorecida por el fin -transformador- de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín [alea]. Cardozo fue un malabarista en el arte de negociar y Felipe González un estoico anticipado a su tiempo.

Venezuela que aún exhibe voluntad transicional, liderazgo, aliados, localidad y temporalidad, enfrenta un régimen atípico, primitivo y asimétrico que no atiende ningún parámetro político de negociación transicional. Estos elementos de asimetría temporal y cultural (injerencias cubana, islámica) bloquean una transición convencional. Ese es el inmenso reto.

Es así como, al decir de Maquiavelo, el alea que también hace al príncipe, será un factor determinante. La covid-19, por ejemplo, es sin duda, un efecto causal (lamentable e inhumano) de posibles consecuencias…

*Embajador de Venezuela en Canadá.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Víctor Maldonado C. Jul 17, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Política, poder y realidad

Ruinas de Maracaibo. Foto David Mark en Pixabay

@vjmc 

Comencemos por enunciar la tesis de este artículo: en un país devastado institucionalmente la política, el liderazgo, el poder y la realidad no confluyen necesariamente por el mismo cauce, ni hacen sinergia. Todo lo contrario, lucen a veces ausentes, pero siempre descoyuntadas, disociadas, y en algunos casos con definiciones y cursos de acción mutuamente excluyentes.

Si no estamos lo suficientemente claros sobre la situación política, si no hacemos una precisa composición de lugar, vivimos la paradoja y por lo tanto, no entendemos los porqués, no logramos atinar sobre las razones por las que es imposible salir de este atolladero, y a por qué cometemos la tontería de seguir cavando el foso aunque nuestro deseo sea salir del hueco.

Hay realidades que necesitan precisiones conceptuales. La política es una de ellas. Comprender esta situación paradójica requiere que partamos de algunos conceptos básicos.

 Comencemos por la política

Sin política el hombre se reduce a ser el depredador de sus semejantes, en una guerra sin fin que recude la vida a la miseria más abyecta. Manuel García Pelayo diría que “es vida humana objetivada”, producto de los esfuerzos de la civilización para superar las relaciones violentas por el uso indiscriminado de la fuerza.

Es una creación humana que sirve para arbitrar la convivencia entre los que son diferentes. Y forma parte de una articulación compleja, racional y lógica, de carácter sociocultural, por la cual se generan las condiciones de marco para alcanzar buena parte de los ideales del hombre.

¿Cuáles ideales? “El arte que trata de alcanzar la belleza, la ciencia en cuanto trata de alcanzar la verdad, el derecho en cuanto trata de alcanzar la justicia, la ética en cuanto trata de realizar el bien, la economía en cuanto pretende alcanzar lo útil, la religión en tanto pretende alcanzar la santidad”. La política es el encuadre y el contexto de los proyectos que asumen los hombres, entendiendo que para lograrlos requieren de unas mínimas condiciones que reglen la convivencia.

La alegría y la política

La alegría y la política

Hannah Arendt lo plantea así: “La política es imprescindible para la vida humana, tanto individual como socialmente. La misión y el fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio. Es ella quien hace posible al individuo perseguir en paz y tranquilidad sus fines”.

Pero el concepto queda incompleto si no le agregamos otra categoría adicional. La política es una realidad social. Es un complejo de relaciones entre los hombres, que se desarrollan dentro de ciertas formas de carácter permanente a las que llamamos instituciones, y mediante determinados sistemas de la acción colectiva. Sin embargo, lo importante es que la política como realidad social es un esfuerzo precario que solamente se mantiene a través de las decisiones prudentes y acciones sensatas de los individuos.

No hay política sin políticos, y sin ciudadanos que sean sus contrapartes activas. La política es un hacer constante, expresado en una serie de decisiones y de actos que son asumidos y encarados por las personas.

El interés totalitario es devastar esta realidad social, acabando con la dinámica de la ciudadanía y decantando a los políticos.

A los primeros los degrada a condiciones de lucha por la más elemental sobrevivencia. A los segundos los invalida cuando transforma el rol en una inutilidad a los efectos del cambio deseado. Por eso los políticos terminan siendo en estos casos complacientes capataces de una realidad inescapable.

Gobierno criminal

Gobierno criminal

García Pelayo cierra diciendo que la política es “un proceso integrador de una pluralidad de hombres y de esfuerzos en una unidad de poder y de resultados, capaz de asegurar la convivencia pacífica hacia lo interno, y la existencia autónoma en relación con el exterior”. Y aquí formulamos la primera de varias interrogantes, ¿puede existir la política sin unidad de poder y sin resultados, sin políticos y sin ciudadanos? ¿Puede existir la política en ambiente signado por la antipolítica, o sea, determinado por la violencia, en ausencia de instituciones, sin las organizaciones que canalizan la acción colectiva?

El totalitarismo del siglo XXI, el sistema perverso de relaciones perversas que nos niega la condición de contrapartes habilitados, en esa misma medida reniega de la política.

El sentido de la política es la libertad, por lo tanto, un sistema de represión ilimitado, que ha desahuciado cualquier apelación a derechos y garantías, y trastocado todo acuerdo o relación social para asumirlos solamente como parodia, no puede proveer las condiciones mínimas para que se viva la política como vida humana objetivada.

Nosotros somos una ficción de ciudadanos. Lo somos, porque ni tenemos derechos reconocidos, ni podemos exigirlos a nadie. Los que aquí vivimos sabemos que dependemos de los mendrugos de una colosal operación de saqueo, y de la supuesta necesidad que todavía tiene el régimen de mantener las apariencias. Sin embargo, sabemos que de vidrieras, formas y propaganda conocen bastante los que necesitan ocultar la realidad.

La política no sobrevive sin apego a la verdad, sin estética y búsqueda afanosa de la belleza, sin preocupaciones éticas y sin el reconocimiento del ser humano como entidad trascendente.

En ausencia de política la vida y sus atributos humanos no tienen sentido. Tampoco el ejercicio del liderazgo, visto y asumido de la manera convencional. Por lo pronto, si esto es así, el papel crucial de los líderes no es otro que luchar hasta restaurar las condiciones para que haya política. Si no lo entienden, se vuelven triviales y anecdóticos. Contingentes y despreciables.

 Hablemos de liderazgo

Dankwart A. Rustow, en su estudio sobre liderismo, propone que el líder afortunado se basa en una congruencia latente entre las necesidades psíquicas del líder y las necesidades sociales de sus seguidores. A pesar de los excesos narcisistas de algunos políticos, lo cierto es que no hay líderes sin seguidores. Esa ligazón que ocurre entre ellos es compleja, y confluye en el acatamiento voluntario de las opciones que plantea el dirigente. Allí, el hábito, el interés y la devoción personal se conjugan para terminar legitimando aquello que ocurre.

La parte que no se cuenta es que, si bien es cierto se busca que no haya violencia, también lo es que no hay forma de liderazgo que excluya la coacción, que puede ser abiertamente extorsiva, pero que la mayoría de las veces transcurre por rumbos mucho más sutiles. Y aunque eso ocurra, cuando hay una relación carismática, los seguidores construyen una percepción sobre los alcances del líder que los ciega sobre sus verdaderas cualidades, y los medios que usan para lograr el pleno y total acatamiento.

Pero vamos a lo esencial: al líder, o le hacen caso, o no es líder.

Llamémoslo una referencia si quieren, un punto de vista, pero si ante sus llamados a asumir un curso de acción no hay una masa crítica dispuesta a tomar el riesgo, entonces no es líder. Recuerden la raíz etimológica: el que conduce, el que guía.

Cuando hay condiciones políticas apropiadas, se plantea una relación muy estrecha entre liderazgo y autoridad legítima. Algunos cuentan con autoridad formal sin tener liderazgo, y en ese caso son las instituciones, o la tradición, o ambas, las que apuntalan al que se siente con el derecho de mandar. Porque ese es otro atributo, el líder no es una impostura sino un agente social para lograr resultados. Un experto como Max Weber señaló lo estruendosas que suelen ser las revoluciones, su secular destruccionismo de las tradiciones y de las instituciones, y el vacío que provocan, que no deja otra opción que apelar al carisma para restaurar la autoridad legítima, o sea, para reponer la política.

Por eso mismo el socialismo del siglo XXI trabaja afanosamente para envilecer hasta el extremo los candidatos a líderes, para mostrarlos en su peor condición de impudicia, para anunciar el precio por el que se venden, y así denostarlos hasta crear una ausencia absoluta de alternativas de conducción.

Pero supongamos que sobreviva un líder que apueste a su carisma, igual tiene que mantener una tasa productiva de “milagros” para seguir vigente. Un líder que solamente tenga atractivo pero que es a-instrumental se desvanece rápidamente. Tiene que ser capaz de producir resultados en la misma línea de lo que plantea su discurso, o la propia inestabilidad de su autoridad carismática se lo llevará por el medio. Porque si bien es cierto que los momentos carismáticos son altamente emocionales y forjadores de compromiso, a la hora de la verdad (la verdad es la realidad) o hace, o queda como un hablador de pistoladas.

Por eso las preguntas de Rustow al respecto son cruciales: ¿Quién dirige a quién? Eso nos permite saber quién es el líder, porque tiene seguidores. Y la segunda es todavía más importante, ¿quién dirige a quién, desde dónde a dónde? Porque o tienes un curso estratégico y las capacidades para recorrerlo, o eso que dice ser liderazgo es solamente una frustrante ensoñación.

Finalmente, la necesidad de tener un líder es proporcional al desamparo de sus seguidores.

Más miserable y desestructurada la condición de la gente, más interesados estarán en identificar a un profeta que los saque del desierto y los conduzca a la tierra prometida. Y este mundo está lleno de falsos profetas. Por eso no hay tiempo que perder, ni posibilidad de esperar la mejor oportunidad.

Hasta ahora podemos decir que en Venezuela no tenemos política, y por lo tanto se necesita un liderazgo con carisma que insurja y restaure las condiciones para que tengamos política. El problema ha estado en que la dirigencia “política” nunca lo ha visto así, y por eso mismo ha sido revolcada una y otra vez. Pero ¿los venezolanos están más claros que sus dirigentes, o son parte del problema? Porque el escenario sigue ocupado por usurpadores con algo de respaldo social.

 El tercer concepto es el poder

Apelo a Talcott Parsons para enunciar que el poder es una capacidad que tiene un actor social para movilizar recursos en interés de lograr los objetivos que tiene planteados. Se refiere a la legitimidad social del proyecto, porque en ausencia de reconocimiento y respaldo social, nada es posible. La sociedad debe reconocerlo a él (me refiero al líder, como líder) y a su proyectos como válidos. Pero también se refiere al atractivo que es capaz de generar en el grupo de ciudadanos que se van a requerir para definir una organización con potencial y capacidades, los recursos financieros que se necesitan, y las facilidades de infraestructura que le son necesarias para tener éxito.

Para el sociólogo norteamericano el poder es capacidad organizacional legitimada por su atractivo, y por las facilidades que la sociedad está dispuesta de aportar al proyecto. El poder es una variable objetiva, cuya intensidad se mide en un continuo que va de menos a más, y que ranquea al líder y a sus oportunidades de ganar la partida. El poder es el dinero del sistema político. Si tienes más, puedes gastar más, si tienes menos, el consumo será más limitado.

El problema en la Venezuela totalitaria es que nadie tiene poder suficiente para derrocar un sistema de relaciones perversas del calado que tiene el socialismo del siglo XXI.

Además, el poder acumulado por las oposiciones se dilapida dentro de una lógica también perversa, rentista y demagógica, que es obsesivamente autorreferencial y nutre principalmente a los que se dedican a la política como fraude y parodia, pero no a la política y mucho menos a los ciudadanos. Su uso es onanista, sin finalidades específicas, y conchupante. Se usa para mantener privilegios propios y no para conseguir el cambio. El poder es usufructuado con severa amoralidad, fomenta las relaciones de complicidad, establece mafias, no está dispuesto al juego competitivo y apegado a reglas universales, condiciones que son inexcusables si se quiere realizar el cambio que ofrecen, pero que no están dispuestos a cumplir.

Pero volvamos a la línea principal de mi argumento. Liderazgo y poder no están debidamente acoyuntados. No solamente porque los montos de poder que se pueden recaudar para la causa son escuálidos, sino que está concentrado indebidamente por quienes no quieren hacer política. La situación es compleja. Hay varias oposiciones, ya lo sabemos. Las plegadas a las condiciones impuestas por la antipolítica, que solamente son capaces de reproducir un totalitarismo perverso, que tienen poder delegado pero limitado para el mero usufructo, incluso para demostraciones sensacionalistas de provocación, pero incapaces e indispuestas para intentar un cambio. Luego tenemos su némesis en liderazgos desafiantes, pero que no tienen poder ni claridad sobre los requisitos para generar el poder que necesitan.

Resulta trágico, pero hasta ahora no tenemos un ethos político, ni un liderazgo eficaz. Porque no tienen poder suficiente, y tampoco saben crearlo en las proporciones que se necesitan.

Esto ocurre porque los buenos líderes todavía tienen ligazones con los estafadores de la política, transfiriéndoles recursos de poder en el marco de una relación fagocigótica, propia de los parásitos. Por eso, si un líder se quiere dedicar a restaurar las condiciones de la política, tiene que hacer ruptura clara y precisa con el sistema perverso de relaciones perversas que se extiende a los que parecen ser, y no son, sus socios.

 ¿Y las encuestas?

En estos casos de ausencia extrema de condiciones de la política, no tienen ningún sentido, más allá de ser una herramienta para mantener la moral de los propios y la distancia de los ajenos. Con encuestas no se destruye un sistema perverso. Ni se gana el liderazgo y el poder que se necesitan para cambiar radicalmente las condiciones vigentes. Es una foto anómala y una proyección de las necesidades insatisfechas en un concierto de paradojas alucinantes. Si alguien cree que en medio de esta devastación una encuesta va a reflejar algo diferente a las imágenes de la desgracia, se está equivocando. Porque recuerden, un líder sin poder no pasa de ser una configuración espectral de nuestras propias carencias.

¿Y la realidad?

Es el concepto de cierre, porque nos permite sacar las conclusiones que anticipamos. Manuel García Pelayo nos propone un concepto de la realidad política. “Es aquello que existe en el tiempo y, a veces, en el espacio, y que, por sustentarse sobre sí mismo, es independiente de nuestra voluntad”. Hasta aquí lo dicho se puede resumir en “deseos no empreñan”. Pero sigamos. “Realidad es no solo lo que existe, sino lo que resiste”. A partir de allí hace un inventario de la realidad política que vale la pena compartir:

Realidad política son los fenómenos eminentemente políticos: procesos, normas e instituciones políticas, que en el caso venezolano han sido arrasados y sustituidos por lógicas mafiosas, términos oscuros y la vigencia del poder asociado unívocamente a la fuerza.

Realidad política son los fenómenos politizados: aquellos fenómenos no políticos que son capaces de condicionar la política (las redes sociales podrían ser un buen ejemplo), y aquellos fenómenos que son susceptibles de ser condicionados por la política (el arte en los regímenes totalitarios, la economía en los estados intervencionistas, la ciencia y los científicos en las experiencias comunistas).

Ya sabemos que la experiencia totalitaria es una distorsión absoluta de la realidad política.

Y que la realidad efectiva es devastada hasta lograr una condición de incapacidad estructural para instrumentar el cambio deseado, hasta el punto de que es capaz impedir incluso la narrativa clara y prístina de una alternativa instrumentable. De allí que se favorezca tanto la confusión y se financie el ruido y la saturación comunicacional.

Finalmente, ¿Qué es lo que tenemos?

Una realidad política que niega la política. Un liderazgo supuesto que tiene poder limitado. Un liderazgo real que no tiene poder, y que además se deja fagocitar por quienes no aportan poder, sino que absorben el escaso poder que tienen. Y una realidad que está allí, pero que no se reconoce en toda su complejidad. El político está alucinado, no pone el foco en la verdad, no entiende la dinámica del poder, no está al tanto de los requisitos del liderazgo que se necesita en estas circunstancias, y que no termina de comprender y asumir que su única vocación y dedicación debería ser insurgir para restaurar las condiciones de la política. Lo frustrante es que nadie quiere comerse las verdes. Nadie quiere bregar el cese de la usurpación. Y el régimen totalitario lo sabe, sonríe y sigue jugando.

victormaldonadoc@gmail.com

 

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Antonio José Monagas Jun 06, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Sin confianza alguna

@ajmonagas 

Referir la confianza en el contexto de la vida del hombre es distinto del significado que dicho término ostenta en el mundo de la política. Esta diferenciación no hace su interpretación del todo sencilla.

En el terreno espiritual y sentimental, la confianza se mueve entre variables de naturaleza emocional que ponen de relieve el afecto. Mientras que en la política la confianza se moviliza entre factores que se insuflan del poder que prodiga la oportunidad. Sobre todo, cuando se presenta en medio de circunstancias fortuitas o temerarias. Incluso predeterminadas por el mismo hombre, en su afán de aferrarse a eventos de los cuales busca aprovecharse.

Se dice que la confianza no deriva de la razón que pueda argumentarse, sino del hecho de enfrentar o encarar circunstancias sin temor a verse atrapado por ellas. No obstante, la seguridad y la osadía ante una situación de dudosa consistencia son razones que le imprimen sentido a la confianza. Confianza para avanzar de cara a los avatares que están a lo largo de todo camino por donde el hombre ha de pasar. Por eso el poeta español Antonio Machado escribía “se hace camino al andar”.

El problema estriba en el ejercicio de la política. Las razones de las que se sostienen quienes ostentan vivir en la cúspide de la política son infundidas por vicios. Así sucede casi siempre. La seguridad tiene un componente que la vincula con el afán de valerse de alguna coyuntura en beneficio propio.

Asimismo ocurre con la osadía. De ahí que los discursos políticos despiertan enjundiosas dudas. Esto interfiere en la posibilidad de asir la confianza a alguna acción demostrativa de loable acción. Que casi nunca aparece. Ni exhibe su perfil.

Y ese resquebrajamiento que dejan ver muchos políticos de oficio al inicio, a mitad o al final de su empresa, pone al descubierto la codicia o el egoísmo que bien disfrazan con una narrativa aparatosa con la que solo buscan encubrir su solapada voluntad.

Entonces, ¿cómo apuntalar alguna confianza en autoridades públicas que se ufanan de actuar a distancia de lo que su retórica pronuncia?

Lejos está de aceptar la confianza entre los valores de una democracia. Sobre todo, si luce esquilmada por la acción de un proyecto político farsante y demagógico. La pretensión de considerar la confianza hacia las autoridades gubernamentales, como puntal de un ejercicio político, se cae por su propia pesadez. Además, reconocer un proyecto ideológico como propuesta suprema de “(…) refundar la República para establecer una sociedad democrática (…)” (del preámbulo de la Constitución de Venezuela, 1999) representa un insólito y grave desmentido.

Que los valores de la democracia sean la prudencia, la tolerancia, el respeto mutuo, la moderación, la libertad, el pluralismo, la competencia justa, el apego el ordenamiento jurídico, el balance del poder y la confianza hacia la autoridad pública, es una cosa distinta del hecho de aceptar que esos mismos valores sean lo que fundamentan un remedo de democracia en el terreno de un régimen autoritario y hegemónico. Peor aun, delincuencial. Por tanto, solicitado por la justicia internacional. Tal cual es el caso Venezuela. 

Particularmente lo que contempla el artículo segundo de la Constitución nacional luce contradictorio. Sobre todo, ante lo que a diario acomete en descrédito de lo que exalta el contenido de la Carta Magna. Entonces, ¿cómo actuar frente a un régimen que se contradice en palabra y acción? No hay más respuesta que la justificada por la desconfianza hacia la autoridad pública.

Todo, por embrolladora, engañadora, insolente, opresora, hostigadora, corrupta, resentida, inmoral, pendenciera, abusadora, mediocre, inepta, codiciosa, entre otras enfermedades éticas, culturales, sociales y políticas. No hay de otra que proceder a actuar. Pero con el poder que aprisiona al país entero, sin confianza alguna…

 

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El embuste y anfibología como política

@ArmandoMartini  

Los ciudadanos demandan claridad, reclaman certidumbre, emplazan de ley rendición de cuentas y exigen como obligación ¡la verdad! Sin embargo los ignoraron, se burlaron por el atrevimiento de solicitar nitidez; optando transitar senderos de falsedad, eligiendo fracasos, exilio, muerte, cárcel, persecución, tortura, violaciones a los derechos humanos pudiendo evitarse apuntando a la verdad. No obstante, persisten porfiados, obsesivos, en adornar la mentira y ocultar correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad.  

Emergen sospechas por actuaciones de representantes del gobierno interino. ¿Es moral el silencio? Hay quienes razonan que no señalar la descomposición es corrupción. Se les tilda de radicales, reprocha de divisionistas y califica de traidores. Imprimiendo frases utilitarias como “suma, no restes”, “los trapos sucios se lavan en la casa”, “no es el momento, ya habrá tiempo”.

Reclamar no implica -como aseguran conniventes- complacer la dictadura, fortalecerla, generar desconfianza en el pueblo opositor. Al contrario, demuestra madurez y lucidez política al exigir de sus representantes la verdad y la rendición de cuentas. Ello no puede ser motivo de extorsión alegando “unidad”. Así lo pretenden titiriteros con su vil chantaje. Denunciar que entre quienes adversan a ladrones y bandidos oficialistas hay pudrición, no es hacerle daño, lesionar al interinato ni apoyar al régimen. Creerlo así sería de una sandez y estulticia infinita.

Que la ciudadanía reclame limpidez no es delito, denota raciocinio y conciencia. Esperar moral y ética de las instituciones públicas no debe extrañar; no hacerlo, es inobediencia.

¿Realmente deseamos recuperar el país? No basta sustituir al usurpador régimen castrista, es inevitable apartar a quienes acaricien establecer el poder sobre bases de mentira y podredura.

Sin duda, es corrupción la complicidad con el delito y delincuentes, estén en el bando que sea; no denunciarlos, ni llamarles la atención a quienes se sirven del silencio y sigilo para hacer ellos lo que critican a los otros es vagabundería y desvergüenza.

¿Es imprudente denunciarlos, decirles a todos que del lado opositor también hay forajidos? Existen los convencidos de que no. La indiscutible labor de patria, rescate del país y restauración de la democracia es transitar con la verdad como bandera y el rechazo a la impunidad como guía de acción.

La libertad de opinión, expresión, pensamiento y criterio son pilares básicos de la democracia. Su ausencia impide el ejercicio de otros derechos. La protesta, participación en asuntos públicos o defender libertades como la vida, justicia, educación, salud, trabajo, propiedad privada, entre otros.

La Constitución, honorabilidad y respetabilidad no establecen diferencia de ubicaciones. Un ladrón es bandolero en el partido que esté, indistinto de quien apoye, o provenga del nivel socio-económico que sea. El séptimo mandamiento de la ley de Dios, derecho natural y cimiento de las estructuras legales del mundo, no señala “no robarás cuando estés en el Gobierno”, ni tampoco “no robarás cuando estés en la oposición a cualquier gobierno”, o “no robarás si eres cristiano”. Dice clara, pura y simple “no robarás”. El delito, el pecado, es robar; el mandato es no hacerlo.

Quien recarga indebidas cantidades en el presupuesto para una obra de interés público es un ladrón, y tanto como lo es quien le aprueba el cálculo ilícito. También es cleptómano el funcionario que cobra gastos excesivos, consumos por lujos, para ser cancelado por la institución para la cual trabaja, viviendo por encima de las previsiones de su cargo y responsabilidades.

E igualmente corrupto es quien conociendo estas acciones no denuncia, no hace lo que esté en su deber ciudadano, no solo para advertir, sino para frenarlas. Por ello, se insiste, rendir cuentas como manda la ley. No solo financieras, sino de gestión. Su relajación e incluso la omisión de controles legales, institucionales, sociales y públicos que pongan en riesgo la transparencia, aminoren mecanismos para la rendición de balances y lucha contra la corrupción son inaceptables. La exigencia para imponerlos con la participación de los ciudadanos es cada vez más mayor, enérgico e imperativo. La protección de lo público es indispensable.

No se quiere pasar de una tiranía pervertida a una democracia corrompida. Hay que sacar de sus trincheras a los delincuentes para llevarlos a la justicia, al castigo, y poner en su lugar a ciudadanos honestos, responsables, calificados, que puedan mirar cara a cara, con la conciencia limpiam no solo a cónyuges e hijos, sino también y aun más, a cada ciudadano. La democracia y libertad no se construyen ni se fortalecen perdonando o complaciendo. Se fundan, al pie de la letra, con la moral como gallardete.

Si por pensar así, proclamarlo y exigirlo, se les califica de radicales, serán nada distinto a lo que fueron nuestros libertadores. La libertad, derechos y deberes no se practican con impunidad ni simpatías, se ejerce como hay que ejercerla, radicalmente.

Las complicidades, contradicciones y anfibologías no permiten avanzar, la falta de exigencia a los líderes paraliza. Los ciudadanos precisan libertad, pero también requieren la verdad, abarcando honestidad, buena fe y sinceridad, conocimientos de las cosas que se afirman como realidad, por parte de la dirigencia política e instituciones. El embuste, la patraña, el gazapo han hecho más daño que los errores cometidos.

Venezuela demanda justicia. Se es honesto o deshonesto, no hay medias tintas.

Eddie A. Ramírez S. Abr 21, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
Pandemia y política

Esta pandemia no es la primera en la historia, ni será la última. En el caso de las enfermedades transmisibles, si no existe una vacuna o un tratamiento efectivo, es necesario tomar medidas para limitar el daño. La pandemia actual no ha sido manejada  adecuadamente por la mayoría de los gobiernos, dictatoriales o democráticos. Unos ocultaron información, otros le restaron importancia, algunos hablaron ridiculeces y casi ninguno estaba preparado. En Venezuela y en otras dictaduras, médicos y periodistas son perseguidos por informar.

La que viene puede causar más estragos, sea producida por diferentes virus, bacterias resistentes a los actuales antibióticos o por cualquier patógeno. Por ello se requiere prepararnos con tiempo. En vez de invertir en armamentos o en áreas no prioritarias, es necesario formar más personal médico, paramédico y de enfermería, construir más hospitales dotados de todos los equipos necesarios y dedicar más recursos a la investigación en el área de la salud.

En el caso de Venezuela es evidente el abandono de la estructura hospitalaria y el déficit de equipos, la escasez de personal del área de salud, que se han visto obligado a emigrar; y la falta de algo tan básico como es el suministro confiable de agua, energía eléctrica y combustibles.

Solicitarle al narcorrégimen que arregle esta situación es perder el tiempo. Lograremos sacarlo del poder, pero hay que evitar que el próximo gobierno cometa los mismos errores que hemos repetido a través de nuestra historia.

El país está en la carraplana y se requerirá mucho dinero para recuperarlo. Seguramente será posible obtener algunos préstamos, pero siempre serán escasos ante las grandes necesidades. Todos los sectores alegarán que son prioritarios y protestarán si sus demandas no son atendidas. El petróleo era nuestra pila de agua bendita, donde todos metían la mano. Ya no será posible. Con una producción de solo 660.000 barriles por día, las refinerías en el suelo y un precio del crudo que no alcanzará los niveles del pasado relativamente reciente, la reactivación requerirá grandes inversiones. Además con las industrias de hierro y de aluminio destruidas, solo nos quedan los ingresos por oro y  diamantes, con los que no llegamos ni a primera base.

Seguramente habrá presión para mantener las empresas del Estado consideradas como “estratégicas”, pero la realidad obligará a privatizar. Sin embargo esto requerirá tiempo. Mientras tanto, la prioridad debe ser recuperar parcialmente la actividad petrolera, lo cual sería relativamente fácil si se permite el ingreso de profesionales capacitados, se despiden los comisarios políticos y los empleados que no agregan valor, se mantiene a los jóvenes profesionales que se han formado en estos años, se facilita la colaboración de los socios privados de las empresas mixtas y se disminuya la participación accionaria del Estado en las mismas. Desde luego también se requerirán inversiones.

La otra prioridad es la recuperación del sector agrícola, hoy muy golpeado por la escasez de combustibles y de insumos. Nuestros productores nos recuerdan que el fútbol, el beisbol y los espectáculos no son imprescindibles, la comida sí lo es. 

¿Cómo lograr enderezar entuertos en el poco tiempo que exigen las penurias que pasa la población? ¿Con un gobierno de transición que convoque elecciones en tiempo perentorio? ¿En medio de una campaña política con varios candidatos ofertando villas y castillos? ¿Cómo reaccionaría el pueblo ante la falta de respuestas a corto plazo?

Aunque se aprobó un estatuto para la transición, el agravamiento de la situación amerita una revisión. Las circunstancias obligan a un pacto político entre los partidos de oposición que incluya organizaciones de la sociedad civil. La transición no debería ser corta, quizá dos o tres años, en la cual se tomen medidas que pueden ser duras, pero necesarias.

El presidente (e) Guaidó debe estar en Miraflores el Día D+1. El pacto establecería si debe permanecer los años de la transición o si se designa a otra persona, como fue el caso de Ramón J. Velásquez. Pudiese ser nombrado por la Asamblea Nacional o por los integrantes del pacto, y contar o no con un Consejo de Estado. Lo fundamental es una transición larga y que de alguna manera acepte la presencia de chavistas no incursos en violaciones de derechos humanos, ni en corrupción. Al final de la misma las circunstancias decidirán la conveniencia o no de ir a elecciones con un solo candidato.

Como (había) en botica

* Solidaridad con las empresas Polar.

* Dante Rivas el “protector”de Nueva Esparta recomienda alargar tres meses el contenido de cajas  Clap.  Suponemos la próxima vendrá con orden hospitalaria para reducción del estómago.

* En estos días fallecieron personas apreciadas: Ana María Borbón, esposa del  ingeniero agrónomo Fernando Morales Bance; el ingeniero petrolero y académico Rubén Caro, el geólogo Fernando Rodulfo, el ingeniero industrial  Pedro Mantellini y Napoleón Márquez del área de refinación, todos ellos trabajaron en la Pdvsa meritocrática.

* ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados! 

eddiearamirez@hotmail.com

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 

Mike Pompeo: elecciones en Venezuela pueden hacerse a más tardar un año
«Lo hemos dejado claro y estamos alineados. Nicolás Maduro jamás gobernará de nuevo y eso no ha cambiado», expresó Pompeo

 

El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, ofreció detalles este martes 31 de marzo acerca del “Marco Democrático para Venezuela”, propuesta que Washington rescata de 2019 y que fue hecha por la delegación opositora durante los diálogos en Barbados, auspiciados por el reino de Noruega, para alcanzar una salida a la crisis en nuestro país.

Pompeo, en su comparecencia ante la prensa, indicó que estuvo conversando con los líderes de la Asamblea Nacional con el fin de que se pudieran realizar elecciones presidenciales en el país actualmente, en un lapso comprendido entre seis a 12 meses, donde Nicolás Maduro «no podrá ser candidato» en esos nuevos comicios.

Aseveró que «todos entienden» en el equipo del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, que » Nicolás Maduro debe salir del poder» y que el único camino que existe para poder hacer eso es trayendo la democracia en Venezuela y por eso, respaldan el trabajo que ha llevado a cabo el parlamentario en su rol como presidente interino de nuestra nación, puesto reconocido por más de 50 países.

Destacó que en la actualidad el jefe del Legislativo es el político «más popular» y manifestó nuevamente que EEUU continuará presionando «para que los venezolanos puedan tener el correcto presidente», al tiempo que agregó que si hoy en día hay elecciones en Venezuela, Guaidó sería el vencedor de la contienda.

Agregó que el presidente de ese Consejo de Estado que se designe, el cual será elegido por los miembros que fueron escogidos con las dos terceras partes de la Asamblea Nacional que lidera Guaidó, no podrá ser candidato tampoco.

«Estamos seguros de que Nicolás Maduro debe irse, y reconocemos que el presidente legitimo del país, Juan Guaido, esta comprometido con este objetivo».

Al ser preguntado por los ejecutivos de Citgo que se encuentran en manos de los cuerpos de seguridad del Estado, y que están en riesgo de contagiarse por covid-19, Mike Pompeo aseguró que se está haciendo todo lo posible para traerlos al país y dijo que esta coyuntura propiciada por el coronavirus puede ser aprovechada para lograr su excarcelación.

Indicó que en el panorama de EEUU no está poner nuevas sanciones a las empresas estatales venezolanas debido a los bajos precios del petróleo en el mercado mundial, mientras que ratificó que la intención de Estados Unidos es «llevar la democracia» a nuestra nación.

«Maduro la semana pasada fue acusado por narcoterrorismo por EEUU (…) ha rechazado y se ve renuente a la negociación. Esperamos que tome esto de forma seria. Lo hemos dejado claro y estamos alineados. Nicolás Maduiro jamás gobernará de nuevo y eso no ha cambiado», expresó.

Aseveró que están en constante evaluación para ver si pueden levantar sanciones a los regímenes que las tienen, al tiempo que insistió en que los insumos y medicinas -que se necesitan para combatir el coronavirus- no están dentro de las medidas coercitivas «ni estarán» porque «Estados Unidos está por encima de eso».

Pedro Méndez Dager Mar 25, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
COVID-19 y articulación política

@pedro_mendez_d

Vista la amenaza que representa la COVID-19 y la medida en que el desastre humanitario venezolano podría acentuarse con el virus que la produce, se plantea la posibilidad de que el gobierno del presidente encargado, Juan Guaidó, y el régimen de Maduro pudiesen articular algunas acciones para minimizar la catástrofe en ciernes. Al respecto algunas consideraciones:

* Ante todo es bueno recordar que Venezuela ya viene de un esquema de emergencia humanitaria. Esto no es nuevo y el régimen no ha mostrado ninguna voluntad de llegar a acuerdos que beneficien a la gente dejando entrar la ayuda humanitaria. ¿O es que acaso los muertos de los últimos años por falta de medicinas, de servicios o de seguridad, son menos muertos que los que puede causar la COVID-19?

* En todas las oportunidades en las que se han buscado posibilidades de acuerdo y encuentro, el régimen ha demostrado que solo quiere obediencia y sometimiento. Esto ocurrió con todos los diálogos y con todas las posibles salidas democráticas, constitucionales y pacíficas como el referéndum y todas las elecciones después del 2015. Es el régimen el que debe dejar la demagogia y la política clientelar y realmente estar dispuesto a trabajar por solucionar el problema del colapso del sistema de salud y el posible impacto del coronavirus. Nosotros estamos dispuestos a articular.

* La posibilidad de entregarles recursos debe quedar descartada. Así no se va a contener la crisis. Lo que necesitamos es el personal, la infraestructura y equipos necesarios para controlar el virus y sus efectos secundarios.

* Una alternativa podría ser utilizar recursos de la nación con los que cuenta el gobierno encargado en el exterior para que, con aprobación de la Asamblea Nacional, pudiésemos financiar el apoyo de organizaciones internacionales dedicadas a la salud u otros para desplegar un programa de contención de los efectos de la COVID-19.

* Por otra parte, hay que tener en cuenta la experiencia con aquel proyecto de CAF para la electricidad en el Zulia, el apoyo planteado en aquella oportunidad no resolvía técnicamente el problema eléctrico del Zulia y potencialmente podía convertirse en una fuente de corrupción, que hubiese sacrificado nuestra posición política y no hubiese ayudado a ningún zuliano.

* Articular en esta materia, además, debería permitirnos avanzar en la agenda y condiciones hacia una elección presidencial, aprovechando la presencia de organizaciones internacionales para garantizar la posibilidad de que sean competitivas. Esto, por supuesto después de superada la crisis del virus. Y es que esto es, ante todo, un problema político, debemos hacer política de altura y realmente enfocada en el bien común para salir de la crisis de la COVID-19 pero, además, para resolver las condiciones que generaron desde hace años una emergencia humanitaria compleja en el país.

* Pero aun más importante es entender y recordar constantemente que aquí no hay dos bandos que no se ponen de acuerdo. Dos grupos en igualdad de condiciones disputándose el poder. Aquí lo que hay es un grupo que ha secuestrado al país, a su población y a su territorio, ha encarcelado, exiliado, torturado. Han expropiado y destruido la infraestructura del país, sus recursos y sus tierras productivas. Mientras que el otro grupo ha insistido, por 20 años, mediante vías democráticas en conseguir una salida constitucional y pacífica. Buena parte del país está secuestrado por organizaciones criminales, por lo tanto no podemos bajo ningún respecto ser ingenuos en nuestra actuación de aquí en más. Tenemos que entender las condiciones en las que el régimen hace su política y tener claro, en todo momento, que ese es el ambiente en el que se movería cualquier intento de articulación.

* Dicho todo esto y tomando estas previsiones, debemos ser nosotros, con Juan Guaidó a la cabeza, quienes impulsemos la propuesta y agotemos las posibilidades para articular todo lo posible. Esta articulación, necesariamente, debe pasar por el reconocimiento de la Asamblea Nacional como el espacio natural para lograrlo. Nosotros estamos dispuestos a trabajar por el país.