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Antonio José Monagas Dic 25, 2021 | Actualizado hace 1 mes
El imperio de la vileza
Venezuela padece por olvidar que todo gobierno militar ha traído tormento, hambre, opresión y terror. La vileza impera hoy

 

@ajmonagas

La vileza es propia de quien tiene por alma un acelerador de mala fe. Bajo la vileza se esconde todo lo que es despreciable y bajo. Por eso se vincula con la maldad y la traición. Quien sigue esos caminos de bajeza y villanía termina urdiendo canalladas y engaños, pues se convierte en un producto de la ociosidad social e incorrección política.

El novelista francés Víctor Hugo advertía: “cosa en verdad extraña es la facilidad con que los malvados creen que todo les saldrá bien”. Y tanto lo procuran quienes así se mueven, que hacen de la insolencia una virtud. Incluso, esos personajes llegan a caracterizar el oficio de político. Sobre todo, quienes como políticos cometen el error de creer que su práctica no requiere preparación alguna, salvo la que implica asegurar el poder para su usufructo desmedido.

Este exordio vale para explicar lo que sucede en el caso de quienes llegan a gobernar sin el más mínimo sentido de ética, moralidad y civilidad. La historia política contemporánea es testigo de gobiernos (militares) obtusos y mediocres, como el que padece Venezuela.

Un padecimiento por olvidar que todo gobierno (militar) ha traído tormento, hambre, opresión y terror. Cualquier experiencia pasada es reveladora de la incapacidad del militar para comprender la complejidad de gobernar. Más aun en democracia.

Negar la magnificencia de la educación como pivote del desarrollo económico y social es condenar toda posibilidad de construir la nación sobre un fortalecido cimiento de valores y principios de justicia social y responsabilidad política. Obstruir la institucionalidad y la educación, en cualquiera de sus niveles, es simplemente un ejercicio de vil conspiración contra la dinámica social y la movilidad política en el marco de la pluralidad y del respeto ciudadano.

Es confabularse con las fuerzas de la demagogia para contener las fuerzas de las libertades mediante la transferencia de migajas de un sector de la sociedad a otro. Pero también, a través de la villanía contenida en cada decisión disfrazada de magnánima. Particularmente, aquellas envueltas por la maraña del mal denominado “socialismo del siglo XXI”.

¿Y Venezuela por dentro?

Resistirse a seguir la pauta del desarrollo integral con el auxilio de represalias bajo la forma de amenaza, forjamiento de información pública, inclusive expoliaciones encubiertas a través de expropiaciones o confiscaciones, constituye un delito de lesa humanidad. Una fechoría que bien merece la reprobación del mundo entero. Y es lo que, de modo apesadumbrado, vive Venezuela.

Esa es, precisamente, la razón por la cual el gobierno (militar-cívico) busca contener y someter toda acción concebida bajo el concepto de libertad y autonomía. Pues es atentatoria del autoritarismo que sirve de criterio funcional al hecho de gobernar apoyándose en criterios de crasa perversidad.

En medio de esas situaciones, el país está conduciéndose. Pero por la senda equivocada. Poco o nada ha servido una normativa constitucional cuyos postulados exaltan procesos administrativos que podrían coadyuvar una justa y eficiente labor de gobierno.

Sin embargo, el afán de lucro, que incita al poder mal comprendido, ha sido la causa de los problemas que agravan las realidades que confronta el país.

Cuando lo que domina es la intención y acción de estos gobernantes “militaristas” llega la ruina de la nación. Concretamente, desde que Venezuela comenzó a verse impedida de actuar conforme al concepto y praxis de libertad y derechos humanos a consecuencia del autoritarismo hegemónico que domina su vida. Así ha venido sucediendo, toda vez que el país, sin duda alguna, vive política, económica y socialmente bajo el imperio de la vileza.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Antonio José Monagas Mar 13, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Lo que se dice y lo que no se dice

@ajmonagas

Entre lo que se dice y lo que se hace existe una abrumadora diferencia. Es ahí donde se advierten las brechas que obstruyen el recorrido no solo de las palabras. También de los hechos. Es el terreno donde mejor calza el proselitismo político. Sobre todo, cuando raya con habladurías o discursos retóricos.

Particularmente, cuando el ejercicio de la política busca plantar ideas en medio de realidades cuya oscuridad y confusiones hacen fácil mutar palabras por votos. O promesas por el respaldo necesario sobre el cual se posibilita construir el realismo mágico. El que sirvió a Gabriel García Márquez para levantar la historia de la fundación de Macondo, en su libro Cien años de soledad. O que igualmente le funcionó al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura en 1967, para darle carácter alegórico a su obra Hombres de maíz.

Surrealismo y política

Es la manera de cómo la literatura incursiona en el surrealismo. Pero en política sucede algo distinto. Pasa a verse como un vulgar y manido modo de hacer política. Y no es otra cosa que caer en el populismo, con su enorme colección de excusas que se pasean entre lo real y lo soñado. Entre lo real y lo imaginario. O entre lo real y lo que se inventa. Todo, con la intención de captar incautos, ilusos e idealistas.

Sin embargo, traducir estos señalamientos a la subyugación que padece Venezuela no resulta tan sencillo como pareciera. Sencillamente, por las dificultades que saltan al momento de buscar una explicación inmediata. Aunque asistida por el concepto de “necesidades creadas”. Un concepto de la Economía prestado a la Sociología.

El problema se acobija y recuesta en la ambición, la vanidad, la soberbia, el orgullo y el envanecimiento que confiere el poder político O sea, los contravalores que coadyuvan a esclavizar a quienes pretenden vivir de la política. Aunque sea solamente hasta alcanzar la jerarquía de “politiquero”.

Desde tan obtuso estadio de realidades forzadas por la magia de la verborrea, los politiqueros de oficio, aspirantes y aficionados, juegan impunemente con la “verdad” y la “libertad”.

De esa forma, provocan distorsiones que traban el desarrollo económico y social de un país. Eso fue lo que deformó a la Venezuela que había emprendido su recorrido al ansiado desarrollo, a pesar de los conflictos que devinieron en dicho periplo.

Los dividendos de la crisis…

En la actualidad, la crisis venezolana, calificada de “emergencia humanitaria”, determinó la incursión de principiantes y catequizados de la política en el ejercicio de la “politiquería”. En consecuencia, se ha estado debatiendo la redacción de un acuerdo político con el fin de aliviar los problemas que afectan el devenir nacional. Pero tal intención ha sido reiteradamente asomada sin ningún resultado convincente a ese respecto.

Casitas de muñecas

Casitas de muñecas

Sin embargo, el problema no ha podido aminorarse por cuanto lo que está en el fondo es lo que se dice, y sobre todo lo que no se dice. Peor aun, es lo que no se hace. Y precisamente no se hace porque pareciera de mayor provecho, en términos de recursos y tiempo, ir detrás del estancamiento de la crisis venezolana.

Hay reticencia en salir de dicha crisis pues, por lo que se infiere, su obstrucción resulta más ventajosa en términos de los dividendos que se reparten los protagonistas de su palabreado arreglo.

Es ese el meollo donde sus actores manipulan sus razones explicativas, dispositivos funcionales y accesorios suplementarios con la ayuda de un populismo ataviado de democracia. También se benefician del hecho de procurar una administración no del todo transparente de cada uno de los eventos bajo el escrutinio de la política. ¿Casualidad o causalidad?

De manera que en medio de situaciones así de retorcidas, la crisis venezolana sigue tan campante como en principio se percibía.

Podría decirse que el país sigue atascado en el marasmo de una épica siniestra. Tanto así, que ahora Venezuela casi es un país que vive de no hacer nada. O de meros discursos que no llegan a ningún lado en concreto.

La política, en contrario a lo que es su esencia como razón de confluencia, basada en la pluralidad, ha caído en un espasmo del cual no logra salir. Y dicho problema ha motivado la animadversión que define a la antipolítica.

Por donde puede verse, el ejercicio de la política dejó de ser tal para reducirse a lo que es el ejercicio de la politiquería. Así de triste es la situación nacional.

Y exactamente, es ahí donde conviven las condiciones que han acentuado la parálisis política. Por eso, el país vive padeciendo todo el conflicto que deriva de lo que se dice y lo que no se dice.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

¿El nostálgico retorno de Irene Sáez?

@TonyFrangieM

 

Quizás por inspiración divina del Cristo de Chacao, con cruz en su espalda y túnicas púrpuras, a Irene Saéz – esa rubia de un metro ochenta, “católica por convicción, muy rezandera” según la periodista María Victoria Cristancho en un reportaje para El Tiempo colombiano en 1996 – se le ocurrió ser alcaldesa mientras rezaba: o quizás fue algo más terrenal, por sugerencia de la familia Orta Poleo que estaban en la Iglesia. El municipio de Chacao – esa matriz municipal donde se solapaba el caos de guacharacas, autobuses multicolores, torres financieras y melenas de peluquería de Caracas – apenas había sido fundado por ley y sus vecinos, embelesados de una Miss Universo criolla de veintiocho años, la apuntaban como su posible primer alcalde: “¿Yo? ¿Alcaldesa?”, relató Irene sobre su reacción en ese momento a la periodista Erika Corrales en 2002, “¿En la parte política?”

Irene ganaría las elecciones municipales en 1992, once años después de que -veinteañera y estudiante de ingeniería civil en la Universidad Metropolitana- fuese coronada en el Carnegie Hall neoyorquino, con melena voluminosa y estrafalario vestido rosa, como la mujer más bella del universo. Sería “el último tótem intacto de la Venezuela Saudita”, como la describiría la periodista Matilde Daviu en 1989: o, como diría el escritor Ben Ami Fihman en 2006, “la leyenda dorada de una Venezuela feliz y opulenta” que irrumpió en 1981 “en un momento de embriaguez colectiva”, siendo la sublime representación de un país que como “rebosaba de bienes” también rebosaba del “don de la belleza”. Aquella suerte de altísima Barbie humana, que con brillantina tiara y modesta voz discreta que en entrevista en USA Today afirmaba su admiración por Reagan y su felicidad por conocer a la Madre Teresa, se convertía en la fantasía adolescente de un país petrolero obsesionado con sus muñecas.

 

Tímida, una Irene que en entrevista con Napoleón Bravo poco después de su coronación afirmaba que durante su reinado se “sentía un poco explotada” entre fiebre y cortos viajes seguidos hasta tener “un agotamiento físico y mental porque en todos lugares tenía que conversar, compartir, dar ruedas de prensa, informarme”, no indicaba indicios de convertirse en figura política: pero, como decía el reportaje de Daviu, “la ambición se despertó en Irene después del Miss Universo”. Así, se inmiscuyó en las aguas turbias de la Central para estudiar Ciencias Políticas y logró asegurar una posición como agregada cultural de Venezuela ante Naciones Unidas, mudándose efectivamente a Nueva York por unos años. Ahora, en el albor de la década tumultuosa que fue los noventa, Irene se convertía en la alcaldesa del municipio más rico de Venezuela: con sus líneas de torres financieras y su verdísimo Country Club, como también su desproporcionada tasa de criminalidad y robos. En el imaginario popular, la Chacao de Irene se convertiría en un pequeño reino caraqueño: Irenelandia.

Irenelandia

Irene, con los susurros de su encantamiento, lograría su victoria municipal como candidata independiente con el extraño apoyo verdiblanco de Acción Democrática y Copei. De su mano de uñas rojas vendrían, como decía un video oficial de la alcaldía, “nuevas fórmulas para viejas formas”: una gestión moderna que respondía al sísmico proceso de descentralización administrativa que empujaba de lado a partidos jurásicos para permitir toda suerte de nuevos alcaldes y gobernadores de un arcoíris ideológico de partidos nuevos.

Para Sáez, la modernización de la gerencia municipal, quizás siguiendo la nueva onda tecnocrática, consistía en “contar con los mejores equipos profesionales, trabajar en equipo y escuchar a los vecinos para atender sus necesidades”. Así, con lo que llegó a llamarse un “gobierno escolar” y quizás siguiendo una orientación socialcristiana, se crearía una serie de nuevas instituciones autónomas y municipales enfocadas en la seguridad, la salud, los espacios públicos y la educación.

Para principios de los noventa, el afluente Chacao – aunque fuese el municipio con menor población y tamaño de Caracas – sufría de una tasa per cápita de robos y desvalijamientos de autos cientos de veces mayor que aquellas de los otros cuatro municipios capitalinos, incluyendo los considerablemente más grandes y poblados municipios de Libertador y Sucre: consecuencias indeseadas de tener sectores ultra-ricos y muchísima actividad financiera. Pero, como muestra un trabajo de investigación de 1997 de IESA para el Banco Interamericano de Desarrollo, las tasas de criminalidad descenderían veloz y abruptamente durante la gestión de Sáez y su recién creada policía municipal: por ejemplo, de 700 casos de desvalijamientos por cada 10.000 habitantes en 1993, la tasa descendería a cerca de 50 tres años después. En el mismo periodo, una tasa de cerca de 220 robos por cada 10.000 habitantes descendería a menos de 50. La tasa de los otros municipios, mucho más baja inicialmente pero que se haría casi paralela durante la reducción, se mantendría más o menos igual en ese mismo periodo.

Los mejoramientos en seguridad eran resultado directo del Instituto Autónomo Policía Municipal de Chacao, mejor conocido como las fuerzas de PoliChacao, que la administración de Irene transformaría en una suerte de peculiar ícono caraqueño en su momento: con guantes blancos y cascos “honguito” del mismo color, bicicletas, patinetas eléctricas, unidades móviles que servían de estación policial y un equipo conformado en gran parte por mujeres. Incluso se hicieron imágenes publicitarias de Irene en uniforme policial (los cuales se compraban en Miami) junto a una camioneta de PoliChacao. Por todo ello, Radio Rochela -el satírico programa de RCTV- crearía su propio sketch sobre dos coquetísimas policías de Chacao: en este, Irene aparecería como invitada en varias ocasiones. “Siempre hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para darle seguridad a nuestros vecinos”, dice Irene (quien, tras mucho tiempo sin acceder a una entrevista, aceptó conversar conmigo), relatando que la primera promoción de policías se graduaría el 13 de agosto de 1993, no solo para brindarles protección sino también “en transmitir el deber ser, en transmitir principios y valores ciudadanos” que contribuyeron “a un mejor rendimiento, sumado más a la calidad que a la cantidad”. De hecho, PoliChacao contaba con un sistema de comunicación con radio con los vecinos para establecer un contacto directo entre ellos: e Irene, cuando se reportaba por ese medio, usaba la sigla Luna 1.

Posteriormente, las unidades equipadas de PoliChacao para accidentes de tránsito darían paso a la Policía de Circulación, conformada en gran medida por jóvenes universitarios, para regir el tráfico de vehículos en un municipio por el cual circulaban cerca de dos millones de personas al día. De unidades de la Policía de Circulación “en las que los funcionarios policiales eran médicos y acudían a las situaciones que requerían este tipo de apoyo”, dice Sáez, nacería la Policía de Salud y el sistema de salud municipal para proveer acceso médico público a la comunidad. “Este personal atendía en algunos espacios que fuimos acondicionando dentro del municipio”, relata Sáez, como también “ir hasta los hogares de nuestros vecinos para atenderlos”.

Así nacería Salud Chacao, luego de que Sáez le entregase un cheque a un equipo de médicos conformado por Manuel Garrido Mujica, Antonio Sucre Alemán, Julio Rojas y Armando Guillén quienes a los seis meses, tras desarrollar el concepto, le plantearon un nuevo esquema administrativo de la salud inspirado en modelos internacionales para un municipio que ni siquiera contaba con un ambulatorio. Sáez permitiría un sistema creado por criterios técnicos, según un documento sobre Salud Chacao de la ONG Venezuela Competitiva, y no interferiría en el liderazgo de Garrido: de su dirección por los próximos quince años, se desarrollaría una plétora de programas y hasta se fundaría una nueva sede de concreto y cristal en 2009.

Según videos informativos de 1995 del Chacao de Irene, su gestión también experimentó una reforma de los impuestos que lograría un incremento del 62% en recaudos, algo considerable en un municipio cuyo presupuesto se sustentaba en un 87% de los ingresos propios: prácticamente prescindiendo del ingreso del gobierno nacional. Además, explicaba Irene en una entrevista de diciembre de 1996 con Marciel Granier, la gran mayoría de estas ganancias provenía del pago de patentes. Así, en esa Chacao tecnocrática y mercantil, Irene establecería licitaciones públicas para estrechar lazos con el sector privado: desde contratar una empresa privada para que limpiase las calles hasta una alianza estratégica con Ford para el mantenimiento de los carros policiales.

Irenelandia, con su nueva policía de guantes y su sistema de salud autónomo, también viviría una renovación de los espacios públicos: proyectos de drenajes, cubrimiento de huecos en aceras y calles, renovaciones arquitectónicas y de espacios públicos, nueva iluminación y el cambio del cableado aéreo por uno subterráneo – removiendo las lianas negras que cruzaban entre las edificaciones más antiguas. Además, se redirigió el uso de espacios públicos – como la Plaza Francia en Altamira, antes de que su obelisco se convirtiese en el supremo símbolo de la oposición a Chávez – para actividades culturales como orquestas y para toda suerte de actividades recreacionales y deportivas dirigidas a la población infantil y de la tercera edad. También, la conservación de la naturaleza del municipio, delimitando al Ávila y repleto de arboladas verdes o púrpuramente floreadas, se le asignaría a un grupo conocido como la Brigada Ecológica. Como resultado, la habilitación y el uso comunitario de los espacios públicos de Chacao se convertirían en parte del tejido social del municipio, como demostraron las posteriores protestas y vigilias en la Plaza Francia y la apertura de la Plaza Los Palos Grandes en 2010 de la mano del alcalde Emilio Graterol.

El “gobierno escolar”, además, establecería una ruta de transporte centrada en las instituciones educativas del municipio y tecnología informática en los colegios municipales (tras el establecimiento de un sistema eléctrico computarizado en Chacao) como también la creación de la escuela municipal San José de La Floresta para educar a niños especiales y poder reubicarlos posteriormente en el sistema formal. Además, Irenelandia buscaría establecer -por medio de cursos y campañas comunicacionales- un proceso educativos para poblaciones adultas centrado en la preservación de la limpieza urbana, la civilidad y la ciudadanía activa. Irene buscó, como le diría a Granier, empujar a la ciudadanía municipal a “no pedir favores en la alcaldía, sino exigirlos”.

En 1996, con 96% del voto (uno, y si no el más, de los porcentajes electorales más altos en la historia del país) Irene sería reelecta para un segundo mandato. Con el visto bueno asegurado del ex-presidente Herrera Campins (de Copei) y del senador Luis Alfaro Ucero (Secretario General de Acción Democrática), Irene ahora traía a su big tent independiente el apoyo indirecto de partidos como Movimiento al Socialismo, La Causa R y el gobernante Convergencia (resultado de la cisma entre el presidente Rafael Caldera y su partido Copei). “Los servicios públicos no tienen color”, le diría Sáez  -verde, blanca, roja, amarilla- a Granier.

 Nuestra Señora de Chacao

 

Irene Sáez
Irene Sáez y la Plaza Altamira. Un binomio que se mantendría por años

 

Quizás a un son excesivo para algunos de sus detractores, el municipio Mattel – con escudo fucsia y azul, como una casa de Barbie – se hizo a imagen y semejanza de su reina: “se trajeron unos caballos de Estados Unidos con carreteras para que pasearan a la gente, al estilo Nueva York”, le diría Ligia Gerbasi, presidenta de la asociación vecinal de La Floresta, a la revista Exceso en 2006, “pero a los seis meses, no volvimos a ver a los caballos. Supongo que no aguantaron el clima del trópico y se murieron.” Aun así, o quizás por esos mismos encantos de carrozas y patinetas eléctricas, Irene – minando esa obsesión milenaria nacional en torno a devociones marianas, vírgenes patronas y pastoras de mantos estrambóticos, reinas de pueblo y de carnaval y eventualmente sus Miss Mundos y Miss Universos – se convirtió en una suerte de Nuestra Señora de Chacao: “¡Qué fanatismo! Recuerdo un año en el que inauguramos la Navidad y una niña se cayó en uno de los espejos de agua de la Plaza Altamira”, decía Gerbasi, “Irene metió las manos en el agua y la sacó. Y vi a la gente, sobre todo de la tercera edad, meter a su vez las manos en la fuente y persignarse. Esta agua está bendita, decían.” Gerbasi también recordaba la debilidad del sexo fuerte ante la alcaldesa durante manifestaciones públicas vecinales: “Al primer pestañeo de Irene, se cambiaban de bando, ¿Puedes creerlo? Y nosotras quedábamos como las peleonas.”

Similarmente, la revista People transcribía una anécdota contada por Donald Trump en la que relataba como dos empleados latinos de la Trump Tower en Nueva York vieron a Irene entrar por la puerta y se lanzaron a sus pies mientras gritaban su nombre. «Yo he visto gente que de la emoción llora cuando la ve», le decía su mano derecha Fátima Fernández a la periodista Paula Urien de La Nación de Argentina en 1998, “He visto gente que le agarra el cabello y se lo besa”.

Aun así, no todos caían rendidos ante los pies entaconados de la reina de Irenelandia (quien ya tenía sus propias muñecas producidas por Mattel, tanto en vestido rosa como en traje folclórico venezolano). Para varios detractores, el éxito de la gestión de Sáez no se debía a nada más que la natural conclusión de gobernar un municipio pequeño, de pocos habitantes, que resultaba ser el más rico de Venezuela, ni más ni menos: en 1995, el presupuesto de Chacao había sido el doble del presupuesto del municipio Caroní, en el estado Bolívar, que tenía una población siete veces mayor a la de Irenelandia.

“Lo importante era cómo invertíamos los recursos públicos en servicios para los vecinos del Municipio Chacao”, dice Sáez ante la crítica de las ventajas que daba Chacao, “y para los casi dos millones de personas que a diario realizaban actividades o iban de un lado a otro de la ciudad. La cantidad de recursos es muy importante pero la calidad del gasto es mucho más importante aún.” Por ello, queda preguntarse: ¿No ha sido también Venezuela un país de altísimos ingresos pero que contrario a Chacao, a falta de una gerencia responsable o eficaz, los ha despilfarrado hasta concluir en resultados catastróficos? ¿Es justo, entonces, minimizar la gestión de Sáez y sus políticas?

Otros veían cierto personalismo de celebridad-político: en un artículo de Luis Enrique Alcalá, se crítica que el teléfono para reportar semáforos que no funcionasen fuese 0800-IRENE mientras que Radio Rochela, burlonamente, mostraba una parodia de Irene (que anunciaba teteros de abono para hacer a los policías “grandes y frondosos” y transformar el obelisco de Altamira en un cohete para mandar al primer ciudadano de Chacao al espacio) reemplazado el himno del municipio, “When You Wish Upon a Star” según el programa de sátira, con un “A Chacao debemos solícito amor, ¡Jamás olvidemos que es obra de yo!”. Aun así, la Irene real aparecía al final del sketch como invitada especial.

La crítica también podía ser heterodoxa. En su edición de la última semana de agosto de 1996, el semanario Urbe – aquel periódico juvenil, medio nihilista, medio punketo – gritaba en su portada, en mayúsculas, “IRENE & Co. SOLO DICEN NO”. Según el escritor Juan Ignacio Cortiñas, las alcaldesas del este de Caracas (Irene Sáez en Chacao, la actriz de telenovelas Ivonne Attas en Baruta y Flor de Aranguren en El Hatillo) aparentaban ser “las propias mamás comprensivas, liberales, afectuosas, lindas, que comprenden la necesidad de estar en un clima de libertades en el cual podamos desarrollar nuestras inquietudes” pero en realidad eran “regaños y prohibitivas. Las propias mamás antañonas.” Para Cortiñas, las alcaldesas eran figuras abrumadoramente maternales y condescendientes que en el nombre de la “seguridad, orden e higiene”, oprimían a aquella generación X en crecimiento influenciada por los raves y el grunge: Sáez había prohibido los besos en la Plaza Altamira, de Aranguren se quejaba del slogan de la 92.9 FM y Attas había cerrado “en un espectacular operativo” la discoteca roquera Doors.

Las molestias de Urbe parecían un desenfreno freudiano ante las limitaciones impuestas a los arrebatos adolescentes: criticando la prohibición de patinar en aceras de Baruta y de fumar en canchas deportivas en El Hatillo, y especialmente las políticas de Chacao bajo Irene. Allí, “no se puede dar limosna y, en promedio, los locales cierran a las 12. Al menos que tengas un carro último modelo y una pinta de gallo, te arriesgas a una fea entrompada por los irenecops”, decía Cortiñas, “Aunque todavía no es ley, la Alcaldía quiere prohibir que manejes y hables por celular al mismo tiempo.”

En la misma edición de Urbe, Boris Izaguirre daba su opinión sobre Sáez aunque “es difícil porque la moral de ella, seguro es mucho más correcta que la mía o, por lo menos, bastante diferente.” Para Izaguirre, la situación de las alcaldesas era “un problema vaginal: éste es un país vaginal. Las mujeres siempre han estado metidas en la vida de uno.” Por ello, Izaguirre se imaginaba una cadena de investigación en la que “Irene se entera de algo y llama a Flor a preguntarle. Flor después llama a Ivonne y le comenta. Ivonne se comunica con Irene e investiga. Son unas mamás enloquecidas (…) Son la mamá del país”.

El cronista las veía como un símbolo del “poder femenino que existe en Caracas, el amplio consumo de laca y seda” que hacía de ella una ciudad única en Latinoamérica, “porque en Nicaragua no sucede lo mismo con Violeta Chamorro.” Por ello, “parte de la ciudad es gobernada por Ivonne, que era la mala de las telenovelas” e “Irene, por su parte, tiene su muñequita”. Impresa junto a la opinión de Izaguirre, Irene también accedió a un entrevista corta y tensa: “¿Qué estoy prohibiendo?”, preguntó retóricamente ante las acusaciones.

“Éramos pendejos”, dice William Zitser, miembro del equipo de Urbe en aquel entonces, “La nota era nihilista, que se ve cool y todo, pero no aporta. Es una lástima tener el segundo medio más leído del país y no usarlo. Yo era un chamo y no entendía, esa es mi excusa.”

Izaguirre culminaba su crónica con una profecía refundadora que se haría cumplir al concluir el siglo, pero no de la manera que el cronista esperaba: las alcaldesas “son la última herencia del siglo 20 para el futuro; son las últimas que van a gerenciar este tipo de mariconada”, decía, “Ellas son las reliquias de éste y se comportan como reliquias. Son las nuevas ruinas griegas de Caracas”. Dos años después, Hugo Chávez ganó la presidencia.

Presidente Sáez: 1998-2004

 

Irene Sáez
Irene Sáez puso a prueba su liderazgo local para competir por la presidencia de la república

Para varios analistas políticos, el resurgimiento de Acción Democrática y Copei en las elecciones regionales de 1995 auguraba un retorno al bipartidismo tradicional (tras el desvío del Chiripero) en las presidenciales que se avecinaban. Pero, aunque aún no hubiesen candidatos oficiales, las encuestas comenzarían pronto a indicar el no tan discreto encanto de la anti-política: según una encuesta Ómnibus de Datanalisis de marzo y abril de 1996, Irene Saéz lideraba la preferencia presidencial venezolana con un 34,1%. Le seguían el ex-gobernador de Carabobo Henrique Salas Römer (10,8%) y el ex-golpista recientemente liberado de prisión Hugo Chávez (9,7%) quien – presagiando la polarización del nuevo siglo – también levantaba el mayor rechazo (17,6%), seguido en rechazo por el copeyano Eduardo Fernández.

Así, con reservada intención y siguiendo el clamor popular, Irene empezaría su campaña presidencial con dos años de antelación. “¿La ideología de Irene? Nadie lo sabe”, decía la periodista Lourdes Garzón en la revista del periódico español El Mundo en una crónica de 1997, “Conservadora, católica, ¿neoliberal?”. Fuese cual fuese, una cosa era cierta: Irene era una candidata antipartido – y por ello ahora encantaba a una ciudadanía exhausta e insatisfecha. “La democracia está enferma”, diría el acta de su plataforma, “la clase política dirigencial se apartó de sus compromisos y se convirtió en una elite corrupta e inepta para dirigir el país, dilapidando nuestros enormes recursos.” Pero, a diferencia de su contrincante Chávez, Irene no era anti-sistema: en vez de refundar el estado, como proponía el MVR del futuro presidente, la alcaldesa de Chacao proponía reformar la Constitución de 1961 (en vez de hacer una nueva) y rehabilitar las instituciones del Estado fundado por esta: “madurar la democracia”, le diría Saez a Jaime Bayly en entrevista, y reformar “la estructura organizativa del Estado (…) para los nuevos actores).

En gran medida, las propuestas de Irene parecían la natural continuación de la apertura económica liberal iniciada por el Gran Viraje del presidente Pérez y continuada por la Agenda Venezuela del presidente Caldera – con un énfasis nuevo en los servicios sociales, a lo Third Way de los contemporáneos Clinton y Blair: Irene buscaba enfocarse en “globalización, apertura y competencia”, rechazaba el concepto de las cuotas petroleras de la OPEP y buscaría una renegociación con la organización – apoyado enfáticamente la apertura petrolera iniciada por Luis Giusti de Pdvsa, planeaba un gabinete tecnocrático compuesto por “los mejores talentos, estén o no estén en los partidos políticos” y una reducción de los ministerios del Estado, apoyaba la conformación de empresas mixtas en el exterior para la promoción del turismo y el producto agrícola venezolano, buscaba descentralizar la red primaria de salud pública (transfiriendo su manejo a las alcaldías), planeaba declarar la educación en estado de emergencia para poder reformarla y extender la educación preescolar y ciudadana, promovería la creación de micro-empresas para emancipar a la ciudadanía y buscaría coordinar la seguridad entre entidades geográficas. En fin, una fantasía meritocrática y laissez faire para los IESA boys y una pesadilla neoliberal para quienes se abanderaban bajo el concepto de la Quinta República de Chávez y Arias Cárdenas.

Así, para 1997, aquella ex-Miss Universo de 36 años que se transformaba en Miss Presidente y se había convertido en la cara de la anti-política, fundaba su plataforma de campaña: I.RE.N.E. – Integración, Renovación y Nueva Esperanza. Luego, se vestiría de amarillo, el color del partido emergente La Causa R – conformado años antes por marxistas e izquierdistas de sindicatos y movimientos grassroots que se sentían descontentos con la izquierda mainstream – que extrañamente, considerando sus propuestas de descentralización y apertura en la Faja del Orinoco, se unían a su causa presidencial: “¿No les importa que admire a Margaret Thatcher?”, preguntaba Garzón en su crónica, “No, no, decía el militante [de La Causa R] Asdrúbal Vallenilla, marxista ortodoxo él también como su partido, lo importante es que ella quiere hacer la política de abajo hacia arriba.”

No sorprende por qué el eclecticismo de Irene era visto con desconfianza, la cara más bonita de ‘la privatización a ultranza’, por sus detractores: “algunos analistas políticos presentan a la señorita Sáez como un producto de mercado con excelente envoltorio pero sin mayor contenido”, decía Aram Rubén Aharonian en un reportaje de diciembre de 1997 de La Nación de Argentina, “con una versatilidad que la convierte en un fenómeno emocional”. Pero Irene seguía siendo la reina de corazones: The Economist le dedicaría un reportaje y The Times de Londres la pondría de número 83 en su lista de las 100 mujeres más poderosas del mundo.

“Irene es la reina de Venezuela”, diría María Victoria Cristancho en El Tiempo colombiano en septiembre de 1996, “si las elecciones fueran hoy, ella sería la segura inquilina de Miraflores”. El 7 de mayo de 1998, Irene formalizaría su candidatura presidencial y abandonaría su cargo como alcaldesa de Chacao.

 Irene Sáez en el país de los hombres

 Irene, como explicaba en entrevistas con Jaime Bayly y Marciel Granier, se veía a si misma como “parte de un cambio que había costado, de espacios y derechos para la mujer” y como representante de la generación menor de 40, la mayoría del país, “nacida en democracia y con acceso a educación”. Pero, aunque ya Ismenia Villalba había sido la primera candidata presidencial venezolana en 1988, su sexo y su pasado cosmético daban pie a ataques y críticas: según Granier, personalidades tan variadas como el líder copeyano Eduardo Fernández y el-ex-presidente Pérez la denunciaban cómo “frívola”, “sin mucho en la cabeza” o “una muñeca de concurso”.

Irene Sáez

Por su parte, los medios -incluyendo a Granier y Bayly- se afincaban en una obsesión ridícula sobre su vida romántica y sexual, un tema ignorado en las entrevistas con los candidatos hombres: en cada programa y reportaje, Irene era atosigada con preguntas e hipótesis sobre sus noviazgos, amores pasados, intenciones nupciales y la aparente paradoja de ser madre y presidenta simultáneamente en el futuro. Hasta su virginidad se hacía tema de discusión. Los medios, en repetición interminable, rumoraban y suponían sobre sus posibles novios: ¿Andrés Caldera, hijo del presidente? ¿Enrique Mendoza, gobernador de Miranda? ¿Donald Trump, magnate neoyorquino y futuro presidente estadounidense? Las respuestas evasivas y vaporosas de Irene alimentaban el morbo colectivo, que se preguntaba la identidad de su pareja, de su amor pasado que había fallecido en un accidente o del futuro primer caballero. “Herederos, banqueros, políticos, ninguno alcanzaría colgar al trofeo en la sala”, diría Ben Ami Fihman en la revista Exceso de junio de 2006, “Los dejaba con los crespos hechos.” Por su parte, Irene daba su veredicto: “mi matrimonio se llama Venezuela”. 

 

De todos modos, Sáez dice no recordar ninguna situación “en la que intentaran irrespetar mi condición como ser humano, como mujer, o como representante de la belleza venezolana. Si alguien lo intentó no lo logró.” Pero, durante aquella álgida campaña, hasta su peinado sería tema de conversación de los otros candidatos.

 

Empujada por asesores como Enrique Mendoza, Irene cambiaría su look tradicional de voluminosa melena por un moño recogido en el mismo estilo que Evita Perón (cuya película musical, interpretada por Madonna, apenas se había estrenado unos años antes): debía dejar su tono dulce, pensando y casi susurrado, por una actitud más firme y agresiva. Pero, como su vida amorosa y sus noviazgos, el nuevo look justicialista daría de que hablar a los hombres, a Chávez específicamente. “Creo que es una candidatura artificial”, diría el futuro presidente en una entrevista de mayo de 1998 con el Clarín de Argentina, “Ella es creada como las telenovelas. (…) La han usado como máscara y la fueron maquillando. (…) Yo soy producto de algo real. Como ya no le funciona la imagen tierna y dulce de ex Miss Universo exitosa, ahora inventan otra cosa. La están cambiando por otro personaje como Evita Perón. Es cambiar el papel en la telenovela. Yo sí represento a los descamisados, a los patas en el suelo”.

El gradual ascenso de popularidad de Chávez pronto opacaría las entrevistas de Irene, cuyas preguntas se comenzaban a centrar en su opinión sobre el ex-golpista más que en las propias propuestas de la candidata, que – a diferencia de Chávez – “no asusta a nadie” diría Bayly. La Bella y la Bestia: Irene, en sus entrevistas, afirmaba sin titubeos que Chávez no era un candidato democrático sino un sujeto violento que buscaba la vía insurreccional si perdía las elecciones y amenazaba una guerra civil: freír la cabeza de adecos y copeyanos en aceite, decía al referirse a la famosa frase (quizás nunca dicha) de Chávez, lo haría freír a la mitad del país. Similarmente, citaba una conferencia del Miami Herald en la se hablaba de una masiva fuga de inversiones extranjeras en caso de una victoria chavista como también los múltiples rumores de otra intentona golpista de los chavistas: por ello, se contextualizaba como “el rescate de una esperanza” entre la zozobra y el miedo. Además, en una jugada privilegiada que quizás no caló bien, afirmó – en entrevista con Granier – que ella sí tenía visa americana y él no, dándole una ventaja para continuar los negocios y relaciones económicas y políticas con los norteamericanas.

También, decía Irene, se negaría rotundamente a darle un espacio en su gabinete: algo que no descartaba sobre el candidato Salas Römer, ex-copeyano y de quien Irene buscaba diferenciarse al alegar que ella jamás militó en ningún partido. Chávez sería un dictador autocrático de izquierda, afirmaba, que no tendría límites y no respetaría los controles constitucionales: “sus hechos lo han demostrado, él ha buscado el poder a través de distintas instancias”, le diría a Bayly, “una dando un golpe, y ahora dice que lo va a buscar como sea”. ¿No va a soltar el poder, no va a seguir las reglas del juego democrático?, le preguntaría Bayly: “Me remito a sus opiniones públicas y notarias en todos los medios de comunicación”, respondería Irene con rostro perspicaz.

 Irene se viene abajo

 Pero, para mediados de 1998, el efecto Irene se desvanecía. Poco después de formalizar su candidatura, Irene, sin renunciar a su independencia, recibiría el apoyo del partido socialcristiano Copei a pesar de la oposición y dudas de varias figuras internas importantes como el presidente del congreso Ramón Guillermo Aveledo y el pre-candidato Eduardo Fernández (por su parte, el ex-presidente Herrera Campins promovería a Sáez en la Convención copeyana). Para Irene, ella simplemente aglutinaba “diferentes fuerzas políticas” (como había hecho en sus candidaturas de Chacao) y veía a Copei como una herramienta para ganar en los distritos rajadamente verdes de los estados andinos (donde Copei seguiría logrando victorias arrasadoras hasta el 2008, por lo menos). Pero, “la bendición de Copei, lejos de llevarla adelante en las encuestas”, diría Paula Urien en La Nación de Argentina en noviembre de 1998, “tuvo el efecto contrario”. Copei presente, Irene presidente.

La ciudadanía quería una Irene sola. En cambio, ahora parecía ser el nuevo vehículo del viejo bipartidismo: aún más después de una entrevista con El Nacional en la que Herrera Campins dijo: “no se preocupen, que modernamente el poder es compartido.” Para mayo de 1998, el apoyo a Chávez había surgido a un 27% y el de Irene había decrecido al 22%, algo que ella culpaba en que “no fue bien comunicada” su alianza con Copei, a la cual su asesor Enrique Mendoza se había opuesto originalmente. “Creí que podía gobernar para que los partidos se renovaran”, le diría a Erika Corrales en 2002, “al unirme a un partido tradicional me vine en picada libre.”

La estocada final llegaría en noviembre, en las elecciones parlamentarias, cuando Sáez anunció una candidatura conjunta con AD y Copei de congresistas por el Distrito Capital, llevando a que La Causa R le retirase el apoyo presidencial. Así, a pesar de su seguridad en las entrevistas, IRENE y sus aliados (los dos partidos hegemónicos del puntofijismo) sufrirían una derrota devastadora en Caracas: apenas ganarían dos diputados lista. El chavismo, en cambio, lograría más de una decena de diputados y senadores en la capital.  

Ante el imparable auge de Chávez, las candidaturas se vieron forzadas a realinearse: el apoyo empresarial que había asegurado Sáez (como Nelson Mezerahne y los hermanos Cisneros, según Juan Carlos Zapata en el libro Plomo más plomo es guerra) la abandonarían por otros candidatos. Luego, Acción Democrática – tras una riña interna – le retirarían su apoyo al candidato adeco Luis Alfaro Ucero y se unirían al Polo Democrático en torno a Salas Römer que se había formado en oposición al Polo Patriótico de Chávez. El 30 de noviembre, la directiva de Copei decidió revocarle el apoyo a Irene, sumiéndose al Polo Democrático.

El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez ganaría la presidencia con 56.20% del voto (y 36,24% de abstención). Irene, con 2.82% de los votos, quedaría en tercer lugar. Iniciaba la Revolución Bolivariana.

La revolución bonita

En marzo de 1999, Irene haría su última jugada política. Tras el fallecimiento del gobernador del estado Nueva Esparta (las islas de Margarita, Coche y Cubagua), Sáez anunciaría su candidatura como gobernadora isleña: pero había dado un giro descomunal, recibiendo el apoyo del MVR de Chávez (que quería ganar una segunda gobernación) y por sugerencia de Marisabel de Chávez, la primera dama. Además, contaba con el apoyo de 34 organizaciones: desde Factor Democrático, crítico del militarismo chavista, pasando por el marxista Bandera Roja hasta el conservador y evangélico ORA (que, originalmente aliado de Alfaro Ucero, desaparecía en esos años para ser refundado por otra dirigencia en 2010). Así, de 44 casillas en la papeleta electoral, Sáez cubría la vasta mayoría de estas. La nueva alianza de Sáez con quienes había denunciado acérrimamente en las elecciones pronto levantó la crítica: Irene era parte del “imperio del marketing, que puede vender una candidata – mercancía donde sea y para lo que sea”, diría la periodista opositora Marta Colomina, “un auténtico pret-a-porter”. 

 

Chávez sepultó las aspiraciones de Irene Sáez

 

“Así como acepté la candidatura a la Alcaldía de Chacao por parte de varias agrupaciones políticas y acepté la candidatura a la Presidencia de la República apoyada por varios partidos”, se defiende hoy Irene, “sucedió lo mismo con el caso de la candidatura a la Gobernación de Nueva Esparta.” De todos modos, su gobernación duraría tan solo un poco más de un año: Irene, quizás para el júbilo de los medios criollos, finalmente contraería nupcias y – por motivos de salud aparentemente relacionados a su embarazo – renunciaría a la Gobernación para mudarse definitivamente a Miami, paraíso del exilio político latinoamericano.

 “Sin lugar a dudas la gestión pública en una alcaldía y en una gobernación tienen grandes diferencias, y la vida también tienen distintos momentos y la pone a uno ante decisiones difíciles”, dice Sáez hoy en día, “Lamento haber tenido que tomar la decisión de no concluir mi período en la Gobernación de Nueva Esparta, y solo quisiera destacar que durante ese corto período de tiempo, me movió siempre el cariño y el respeto por los ciudadanos de esa hermosa región.”

Venezuela se iría por las aguas violentas del Mar de la Felicidad, despedaza por las fauces del conflicto. El 18 de enero de 2003, ante los gritos de “ni un paso atrás”, Irene Sáez sería una de las celebridades participantes de una marcha en Miami en pro del paro nacional -de la mano de Pdvsa, Fedecamaras y la CTV- contra Chávez. Desde entonces, en un país que se hundía en las franelas rojas, los estómagos vacíos y los bozales mediáticos, Irene se convertiría en un artefacto nostálgico -casi perdido- del gabinete de curiosidades del Secreto Mejor Guardado del Caribe. Pero, desde hace un par años, como por obra y gracia del desgaste general de los liderazgos, su figura ha vuelto a resurgir -empujada por memes de Instagram, cuentas de Twitter, videos de Youtube que se han hecho virales y nostalgia tabaratera- en viejos y, más curiosamente, en jóvenes sin memoria propia de esos años. Con la nueva ola, y la apertura de cuentas oficiales de Sáez en redes sociales, ha surgido también toda clase de rumores de su inminente retorno a la política desde tarotistas en Youtube, en un país de pensamiento mágico, hasta noticias en dudosos medios de farándula. ¿Volverá Irene Sáez, una vez restablecida la democracia, a la política venezolana? “No es tiempo para hacer esa pregunta. No es tiempo para responderla”, dice, “Prometo que el día que decida hacer pública la respuesta a esta pregunta, a una de las primeras personas a las que buscaré para responderla será a usted.”

Feb 19, 2020 | Actualizado hace 4 años
Francia niega intromisión en la política venezolana
París indicó que la presencia de su embajador, Romain Nadal, en el aeropuerto de Maiquetía, junto a otros representantes diplomáticos, el martes 11 de febrero, «perseguía evitar toda violencia y promover la solución política que apoya Francia en Venezuela»

Francia rechazó las acusaciones del gobierno de Nicolás Maduro de intromisión en los asuntos internos del país, después de que su embajador acudiera la semana pasada a recibir en el aeropuerto al presidente (E), Juan Guaidó.

«Francia rechaza las acusaciones lanzadas por las autoridades venezolanas contra el embajador de Francia en Venezuela», manifestó un portavoz del Ministerio francés de Exteriores, quien recordó que el representante diplomático en el país fue convocado por la Cancillería venezolana.

París indicó que la presencia de su embajador, Romain Nadal, en el aeropuerto de Maiquetía, junto a otros representantes diplomáticos, el martes 11 de febrero, «perseguía evitar toda violencia y promover la solución política que apoya Francia en Venezuela».

El viceministro para Europa de la cancillería venezolana, Yván Gil, entregó una nota de protesta a Nadal para reclamar «una clara estrategia de provocación, injerencia e intromisión en los asuntos internos».

La carta expresa que las acciones que emprendió el representante del gobierno francés, conforman una “injerencia” en los asuntos internos del país.

Voto de confianza, por Antonio José Monagas

LA CONFIANZA ES EL ÁMBITO IMPERCEPTIBLE sobre el cual fragua toda posibilidad de logro al momento de blandirse en medio del azaroso juego que sostiene con la incertidumbre. Por eso la confianza, se comprende desde la perspectiva que mejor resulte frente a todo valor que exalte la capacidad del hombre para adelantarse con la mayor seguridad a todo acontecimiento que pueda desafiarlo o conminarlo. 

Aunque definir tan preciada condición, no es fácil pues su concepción y comprensión están sujetos al enfoque que sobre el instante o la perpetuidad, puede detentarse. Es así que en palabras genéricas, la confianza podría entenderse como la convicción necesaria sobre la cual es posible impulsarse a fin de saltar las brechas que pululan a ras de cualquier sendero o camino de la vida. 

Sin embargo, operar al lado de la confianza en el regazo que alberga la política, es aún más engorroso. Pero no tanto por lo que concierne al mundo de la política el hecho de inmiscuirse entre prácticas sociales, económicas y, por supuesto, políticas, que al fin de todo se prestan para ganar el espacio necesario que mejor resulte. Siempre, a los fines de sumar los réditos que le infunden consistencia a la causa política en articulación y movimiento.

El problema persiste toda vez que la dinámica política busca comprometer actitudes,  recursos e ideas que aseguren la estabilidad de la propuesta política en ciernes. Sobre todo, cuando se halla motivada por problemas incitados a consecuencia de la pérdida de confianza que ha allanado instituciones y organizaciones de todo género. Especialmente, aquellas dominadas por intereses políticos. Más aún, por conveniencias político-partidistas devenidas en procesos de gobierno.

La afanosa actualidad, da cuenta de cuánta desconfianza ha irrumpido el discurrir de la política. Es el caso del caos que, infortunadamente, abate a la oposición venezolana como resultado de la absurda rivalidad que últimamente ha inundado las redes sociales en pos del liderazgo que -en apremio- debe abanderar la reconquista de la democracia en el país.

Por consiguiente, resulta improbable ocultar la brutalidad con la que, escribientes mediáticos, apoyándose en el furor de la Internet, tratan a Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela. A desdén de las incorrecciones que haya podido cometer en medio del zarandeo que caracteriza el manejo de la política venezolana, la pugna que se ha desplegado en su contra, es profusamente indecente. 

A decir de Rafael Poleo, le han endosado acusaciones “como si fuera el jefe enemigo”. Y no, como quien ha dado la cara por tantos millones de venezolanos convencidos en recuperar la democracia extraviada. 

Así que ante tan gruesas inculpaciones, vale considerar no sólo el talante y talento de Guaidó en su condición de luchador de primera plana. Asimismo, la inquina de quienes sin mayores razones y exentos de la fuerza que ha motivado que más de sesenta países apoyen su estrategia aducida, se hayan convertido  en groseros verdugos sin capucha. Más, cuando lo acosan y apesadumbran políticamente sin entender que el ejercicio de la política es una labor multifactorial. O sea, de temeridad, imagen, postura, arrojo, capacidad de gerente político y planificador de situaciones. 

Carlos Matus habría dicho: “un hombre obsesionado por crear métodos y técnicas al servicio de los hechos (…) consciente de que su práctica de producción social habrá de darse en un mundo de múltiples recursos escasos, tanto como de múltiples criterios de eficacia”.

A decir de la crisis que padece Venezuela a consecuencia de la ofuscación del régimen usurpador por enquistarse impúdicamente en el poder, luce inminente actuar con base en la confianza. Particularmente en la confianza, visto el compromiso que representa Juan Guaidó. Pero entendiéndose dicha confianza, como la cualidad humana que permitiría al venezolano que actúa con libertad de conciencia, encauzar la necesidad de rescatar al país que por ahora se encuentra perdido entre la oscuridad de una gestión de gobierno roñosa. Además, realizada con la saña de quien busca en la envidia y el egoísmo, la ruta para usufructuarse del desorden de sus acciones. 

Por eso, bien merece girar en torno a la figura política de Juna Guiadó un necesario e inminente voto de confianza.

Insanos intereses en macabro juego, por Antonio José Monagas

EL SOLO HECHO DE SER LA POLÍTICA el agregado de intereses y necesidades cuyo cimiento lo constituye la pluralidad humana, da cuenta de la inminencia que vive el hombre en aras de organizarse a los fines de situarse en un espacio que bien pueda garantizarle el acceso al bienestar que persigue a instancia del proyecto de vida que se ha trazado.

Esto hace ver, sin duda alguna, que la política, en términos de su ejercicio, se bate ante los desafíos que le deparan las circunstancias. Precisamente, para despejar los obstáculos que se interponen en su camino, el ejercicio político plantea distintas consideraciones que luego, devenidas en decisiones, determinan la ruta que habrá de surcar para así alcanzar sus objetivos. Esas decisiones, igualmente lo exhortarán a procurar los recursos que posibilitarán el arribo a la meta.

Para entonces, habrá sumado a su inventario de ineludibles insumos, la motivación que habrá incitado su proceder. Pero también, la disposición, que habrá complementado su determinación para llevar adelante su propósito. Y el conocimiento propio de la situación que debe sortear.

El ejercicio de la política ha de verse como un recorrido cuyos parajes parecen terrenos imantados que actúan como testigos incitantes y tentadores. Ellos buscarán desviar a la política de la ruta, previamente definida. Pero como quienes protagonizan la política son hombres capaces de dejarse tentar por las contingencias, posibilidades y eventos localizados a lo largo del camino, no hay mayores garantías para que la política se mantenga erguida frente a sus compromisos. Es cuando, conquistada por las circunstancias, varía la dirección de la organización figurada y toma otro rumbo alterando de esa manera su compostura.

Es lo que la teoría política explica cuando refiere aquellos casos en que el ejercicio de la política se ve arrastrado por “intereses en juego” Insanos intereses en medio de un juego macabro. Sin embargo, en lo que refleja Venezuela en la mitad del caos al que la política gubernamental la insumió, vale el análisis que pudiera revelar cuales son esas razones que desviaron el ejercicio de la política nacional. O cuáles fueron esos actores políticos que hicieron que el país cayera de bandazo.

Aunque son distintas las causas que desviaron el rumbo prometido por la oferta electoral vociferada por el entonces candidato militar en 1998, se tienen algunas puntuales que pudieran explayarse a los fines de la presente disertación.

En ese ámbito de causas que malograron la dinámica socioeconómica y sociopolítica venezolana, habrá que considerar principalmente: 1. La intención de someter factores políticos a la égida del poder central. 2. La creación de condiciones que hagan dudar a la población sobre los arribos de la democracia en años anteriores. 3. La complicación de la economía con el propósito de justificar medidas que constriñan libertades económicas y derechos políticos. 4. La confiscación de la propiedad privada apoyada en la idea de reducir la capacidad económica en manos de quienes han logrado ganar algún poder por el hecho de ser propietarios de espacios físicos que molestan al régimen. 5. La discrecionalidad conveniente la cual sirvió para dictaminar medidas sin orden alguno. 6. La minimización de las libertades de expresión, de prensa y de pensamiento con el fin de debilitar el espacio político necesario capaz de poner al descubierto los arrebatos y desafueros del régimen. 7. La posibilidad de flaquear la impunidad de actores políticos que sean amenaza al poder envolvente del régimen. 8. La apertura de canales administrativos que encubran la corrupción entendida como la manera de “compensar” la deuda social acumulada. 9. Supeditar la educación a fines que se correspondan con la doctrina política en curso. 10. La creación de justificativos que avalen equivocaciones cometidas por el régimen para lo cual había que lograr que la población las hiciera suyas.

Actuar en consonancia con estas intenciones, programadas con alevosía y predeterminación, indudablemente debía contar con el apoyo de la coerción. ¿Y qué mejor canal para ello que no fuera el aportado por la represión? De ahí que el respaldo de las fuerzas militares, policiales y de cualquier otra especie que se entregara a tan encausada misión, era fundamental. Tal como se ha visto en los años vividos del siglo XXI.

De ahí, la razón para que en tantos años de autoritarismo, que ya raya con el totalitarismo, el factor militarista ha sido tan cabalmente compensado en virtud de los favores recibidos para enquistar al régimen en el poder. Razón además para que el pragmatismo militar imponga criterios que hayan dado cuenta de su desvergüenza a la hora de cobrar su interesada “colaboración”. Es justo cuando se hace posible comprender por qué el régimen ha actuado con insanos intereses en macabro juego.

Guaidó llegó a Brasilia para reunirse con Bolsonaro

 

EL PRESIDENTE ENCARGADO DE VENEZUELA, Juan Guaidó, llegó este jueves a Brasilia, en donde se reunirá con embajadores de los países que le han dado su respaldo.

Se tiene previsto que Guaido se reúna en el transcurso del día con el presidente de Brasil Jair Bolsonaro, para abordar la situación actual de Venezuela.

El encuentro con los embajadores será su primer compromiso en la capital brasileña, a la que llegó procedente de Bogotá, a bordo de un avión de la Fuerza Aérea Colombiana.

Los representantes de Guaidó en Brasil aún no han precisado hasta cuándo permanecerá en el país, ni si tiene previsto regresar desde la capital brasileña a Caracas.

Aunque el propio Guaidó ha dicho que piensa volver a su país esta misma semana, la Asamblea Nacional le ha autorizado a estar fuera de Venezuela por un lapso mayor de cinco días, por lo que su viaje se podría prolongar e incluir visitas a otros líderes suramericanos.

El país en paz de 2018 que defiende Nicolás Maduro nunca existió

Las enfermeras llevaron la batuta, por ejemplo en el Pérez Carreño

 

Durante 2018 se registraron 5.892 protestas en todo el territorio, según El Termómetro de la Calle. La conflictividad laboral fue protagonista, y hasta los aumentos salariales impactaron en el devenir de las manifestaciones de calle. El gremio de la salud encendió una mecha difícil de apagar, en un país donde los servicios públicos deficientes y los reclamos de pensionados y jubilados marcaron también la temperatura social

 

Texto: Víctor Amaya

Infografías: Elsy Torres

Fotografías: Alexandra Blanco, Rayner Peña, Francisco Touceiro

 

NICOLÁS MADURO HA DICHO QUE GRACIAS A LA INSTALACIÓN DE LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE, Venezuela estuvo «en paz» durante todo 2018. Pero en realidad fue un año turbulento, en el que los venezolanos no dejaron de protestar. Según los registros de El Termómetro de la Calle, un monitor de conflictividad social realizado en alianza entre El Pitazo, TalCual y Runrunes con instrumentos desarrollados junto a ORC Consultores, hubo 5.892 protestas en todo el territorio nacional.  

A diferencia de 2017, el motivo de los reclamos no fue tanto lo político sino lo relativo a la calidad de vida. En un país con hiperinflación, los ritmos de la economía fueron determinantes en la conflictividad. Comenzando con enero, cuando se registraron 438 protestas y al mes siguiente el dato se redujo a 288. Eran momentos de aumento salarial con el ya desaparecido bolívar fuerte, decretado el 15 de febrero, y una inflación en el primer mes de 84,2% seguida al mes siguiente por 80%, según la Asamblea Nacional.

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Las protestas en Venezuela durante 2018 estuvieron marcadas por lo económico, con el 34% de las manifestaciones registradas durante el año motivadas por razones laborales. Allí se cuentan reclamos por bajos ingresos, por contrataciones colectivas, por entrega de pensiones y jubilaciones, entre otros.

La cantidad de protestas se mantuvo al alza hasta abril. El día 15 de se mes, Nicolás Maduro anunció un nuevo aumento salarial, y las protestas bajaron en mayo un 47% en mayo con respecto a abril. Pero el alivio al bolsillo duró poco, y las manifestaciones tomaron una nueva senda al alza desde junio, a pesar de un nuevo ajuste salarial.

Entonces llegó el mes de mayor cantidad de reclamos de todo 2018, julio. El 18,8% de todos los reclamos registrados durante el año ocurrieron durante esas cuatro semanas. Un pico que estuvo impulsado por el gremio de la salud. Médicos y trabajadores de los hospitales tomaron las calles para reclamar sus condiciones laborales, bajos salarios, incumplimiento de tabuladores y decisiones inconsultas con respecto a las remuneraciones debidas.

Una pradera que se incendió a partir del 25 de junio cuando las enfermeras del país convocaron a un paro nacional de actividades. Ocurrió, por primera vez en el año, que las protestas por salarios superaron en cantidad a las impulsadas por falta de insumos médicos. A ello se le sumaron los reclamos de los pacientes, quienes también protestaron por las dotaciones precarias de los centros de salud, la falta de medicinas o la disminuida calidad de los servicios hospitalarios.

En septiembre volvió a bajar la cantidad de protestas. El país estaba en proceso de entender las consecuencias de la reconversión monetaria al bolívar soberano, y la escalada del salario mínimo a 1.800 bolívares dio un alivio muy temporal al bolsillo. Pero duró poco. Ya en octubre, hubo 509 protestas, casi 30% más que el mes anterior.

En el sector laboral ya no era solo que el dinero no alcanzaba, sino que las escalas salariales se vieron afectadas. Además, en septiembre fue el mes que se registraron más protestas de pensionados y jubilados del país en todo el año, con 43 protestas que se manifestaron por los efectos del cambio de moneda y, especialmente, de la falta de efectivo para pagar los compromisos.

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No solo de pan se vive

El país no solo protestó por derechos laborales sino por cómo se vive en el día a día. En casi 14% de los casos, los reclamos tuvieron que ver con falta de gas doméstico.

En todo el territorio se vieron manifestaciones por esta causa, principalmente con cierre de vías como método para llamar la atención de las autoridades. En distintos estados se reportaron fallas en la distribución del combustible, debido a fallas en los camiones cisterna o la falta de bombonas para recargar. Donde no hay conexiones de gas directo el drama fue mayor. haciendo de estas protestas un fenómeno protagonizado por sectores populares y comunidades rurales.

El registro de El Termómetro de la Calle apunta que las fallas en el servicio eléctrico fue el tercer motivo de protesta durante 2018, seguido del agua. En ambos casos se produjeron en poblaciones donde los días sin servicio se contaban por decenas, principalmente.

Los motivos políticos estuvieron en un distante quinto lugar, con 430 veces en el año, para completar el 72% de las razones para manifestar en 2018. Fuera de ese porcentaje, se incluyen las manifestaciones por salud, transporte y entrega de comida vía los CLAP.

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Curiosamente, la inseguridad fue el motivo de protesta menos ocurrente, con apenas 80 repeticiones en todo el año, a pesar de que el país siguió teniendo una alta criminalidad. En 2018 se registraron 23.047 muertes violentas en todo el territorio, según el Observatorio Venezolano de Violencia, con una tasa de homicidios de 81,4 por cada cien mil habitantes.

En contraste, desde el Poder Ejecutivo afirman que la tasa correspondiente a 2018 apenas es de 30 por cada 100 mil, en palabras de Pablo Fernández, secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Policía. De ser cierto el dato, no solo se trataría de una caída más que abrupta de los indicadores (50% menos en tan solo dos años), sino que milagrosamente derrumbaría la noción defendida por el chavismo de “a menos pobreza menor delincuencia”, pues según la Encuesta de Condiciones de Vida 2018 la pobreza por ingresos ya alcanza a 92% de los hogares venezolanos.

Los gatillos

De todas las protestas registradas durante 2018, los cuerpos de seguridad del Estado estuvieron presentes en 423 oportunidades. De esa cifra hubo represión registrada 352 veces. Se trata del 6% apenas de las protestas registradas durante el año en las cuales hubo actuación gubernamental, directa o indirecta.

La Guardia Nacional protagonizó el 46% de esas intervenciones, y accionaron los gatillos en el 80% de las ocasiones en las que se presentó. En segundo lugar, la Policía Nacional Bolivariana hizo lo propio, seguida de las policías regionales. En 35 ocasiones la represión ocurrió a manos de grupos parapoliciales, que también jugaron un rol en conjunto con uniformados tres veces durante el año.

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