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¡..O nos unimos, o nos hundimos! por Carlos Dorado

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Continuación del artículo anterior

En lo que todos coincidimos, es que nuestra economía se encuentra en un momento sumamente crítico, y donde hay que tomar decisiones urgentes e importantes.

Dentro de las medidas a tomar, una de las variables más importante a estudiar, e implementar es la política cambiaria que se debe aplicar, la cual va a tener su principal variable en la tasa cambiaria. ¿Cuánto debería valer un dólar? Es quizás la pregunta más sencilla; pero por eso no deja de ser la más compleja.

La tasa de cambio, es comparativamente hablando, el corazón de nuestra economía, y de su correcto funcionamiento depende la salud de todos los órganos o sectores de la economía. Sobre todo en un  país como el nuestro, donde el mayor porcentaje de los productos que consumimos vienen importados, y lo que producimos viene dado por un solo producto: El petróleo.

Una moneda que se devalúa, significa que vamos a necesitar más bolívares para importar los mismos productos, traduciéndose en un precio mayor en bolívares que tenemos que pagar por esos productos, creándose una espiral inflacionaria; y donde la población que gana bolívares, se encuentra que cada vez pueden comprar menos de esos productos.

El Gobierno establece una tasa de cambio subvencionada para aquellos productos y sectores considerados prioritarios, y otra para los demás. Sin embargo, éste es el mejor caldo de cultivo para sobrefacturaciones, corrupciones, empresas del maletín, y la  búsqueda constante de la ganancia fácil, tratando de conseguir divisas en el mercado subvencionado, para venderlas en el libre.

Para colmo de males, nuestra economía es rentista, ya que un solo producto (el petróleo), nos genera casi la totalidad de nuestras divisas. Si el mismo cae en un 80%, como nos ha ocurrido, únicamente dispondremos de un 20% de las divisas que teníamos antes, para poder importar productos. ¿Qué pasa? Que ya no podemos importar todos los productos que pudiésemos requerir, sino únicamente aquellos que nuestra disponibilidad de divisas nos permite; y  todo esto, después de  pagar unos intereses y unos vencimientos de deudas, que contrajimos con anterioridad.

Devaluación, disminución de nuestros ingresos en divisas, pago de deuda: la tormenta perfecta. Ya no es sólo que tenemos menos capacidad para consumir, sino también para importar; y comienzan así a subir los índices de pobreza, y a presentarse escasez de productos. En la medida que nuestra moneda se devalúa, y el precio del petróleo cae, en esa misma medida subirá la inflación, aumentará la pobreza y la escasez; entrando en “metástasis”;  en el momento en el que esos productos son los de la alimentación básica, y medicamentos.

Con este grave panorama económico, el Gobierno me ha invitado a formar parte del Consejo Nacional de Economía Productiva, conjuntamente con otras personas, con el objeto de elaborar recomendaciones económicas que puedan ser evaluadas por el Presidente, para su posible implementación. Una invitación, que agradezco altamente, sobre todo cuando tenemos diferencias ideológicas.

Pero el momento económico, más allá de ideologías, más allá de quien esté en el poder, mas allá de las críticas;  amerita y exige que nos sentemos a dialogar, a analizar propuestas, a buscar soluciones; porque lo que está en juego es el bienestar de nuestro país.

¡O nos unimos, o nos hundimos! Pienso por un lado, y por el otro: ¿Cuál será la mejor política cambiaria?; y le pido a Dios que nos ilumine.

cdoradof@hotmail.com

Dolarización progresiva por Francisco J. Quevedo

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Los subsidios y la política cambiaria mantienen a raya la dolarización de la economía, a 410, queremos decir, evitando que los alimentos y las medicinas, por ejemplo, se coticen a esa tasa. Sin embargo, por un lado, cada vez más son los productos que se marcan según esté el paralelo, y por el otro, cada vez son menos los que se consiguen a 6,30. Y, además, los venezolanos pagamos caro por esos controles, tanto en desabastecimiento como en largas colas para comprar un pollo o un paquete de papel toilette, y muchas veces terminamos comprando los productos que no se consiguen al doble o al triple del precio regulado, en la calle.

Si comparamos la canasta alimentaria venezolana que debe rondar en Mayo sobre los Bs. 25.300, por su equivalente americano que raya los US$ 240 mensuales, ajustados para una familia de cinco como es el estándar en Venezuela, observamos que los venezolanos estamos pagando la comida a una tasa promedio sobre los Bs. 105 por dólar. Es decir, nunca a 6,30 ni a 12, pero tampoco a 200, ni mucho menos a 410,90 como andaba el paralelo el lunes 1° de Junio. El Simadi está a la mitad del camino entre la tasa oficial y el mercado negro, pero eso que llaman el “cambio paritario” (en el caso de la comida) se inclina más bien a la izquierda de este.

 

En efecto, podemos comprar leche importada a menos de Bs. 20 el litro de UHT, pero no se consigue, sino a veces, en cantidades limitadas. Podemos comprar queso uruguayo a Bs. 90 el kilo, cuando la alternativa nacional sin rebanar ronda los Bs. 630. Y ese sí se consigue. Sin embargo, el acetaminofén se expende por Bs. 69 el paquete de diez, y eso son unos US$ 0,17 al cambio paralelo. En Walmart® se vende en envases más grandes por el equivalente de US$ 0,14. O sea, que ya algunas medicinas de uso cotidiano las estamos pagando sobre 400 bolívares por dólar.

Si medimos cuánto del presupuesto familiar estamos pagando a 6,30 y cuánto a 410, a sabiendas que no todos los víveres que compramos en el supermercado cuentan con tal subsidio, y que tampoco todo lo marca el paralelo, aunque parezca que para allá vamos, podemos estimar que un tercio de los alimentos vienen con subsidio, así como buena parte de las medicinas, el transporte público y la educación que terminan sumando casi un 30% de lo que gastamos. Pero, por el otro lado, si sumáramos la vivienda, los electrodomésticos, el vestido y calzado, así como las bebidas alcohólicas que se cotizan al paralelo, veríamos que cerca del 20% lo pagamos realmente en dólares. El otro 50% de nuestros gastos dependen mucho de nuestros propios hábitos de consumo.

El caso de la educación vale destacarse. Un colegio privado en Caracas puede costar Bs. 70.000 anuales y más. La matrícula promedio en los Estados Unidos es de US$ 10,000 según PrivateSchoolReview.com. Si dividimos una sobre otra, observaremos que el cambio paritario se parece mucho a 6,30, razón por la cual los colegios andan siempre buscando medio para hacer un real. Ahora bien, si lo ponderamos todo, desde los alimentos subsidiados a 6,30, los boletos aéreos que nos venden a 200 Bs./US$, y los carros que así vienen, según entendemos, hasta los apartamentos que se cotizan en billetes verdes, tal como la ropa, el calzado y los equipos para el hogar, podemos estimar que los venezolanos pagamos las cosas a un promedio entre Bs. 100 140 por dólar. Pero el bolívar no vale ni la mitad de eso, técnicamente, lo cual genera esas distorsiones que todos sufrimos.

Cada quien se acopla como puede, se cala la cola, zanquea productos en tres y cuatro supermercados, alquila pero no compra, viaja nacional, se lleva su viandita para el trabajo para no comer afuera, se rebusca, raspa cupos o “bachaquea”, porque, si a ver vamos, quien gane Bs. 20.000 mensuales quizás tenga un poder adquisitivo que apenas ronda entre US$150 US$ 250 al mes, dependiendo de su patrón de consumo. No en vano muchos buscan nuevos horizontes, donde lo que ganen, alcance.

 

@qppasociados

Un fenómeno económico por Francisco J. Quevedo

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Las distorsiones creadas por la política cambiaria dan pie a un fenómeno económico que queremos bautizar “Spread Cambiario”, un indicador que marca la diferencia entre la tasa del mercado paralelo y el tercer nivel oficial, el Simadi, y que pudiéramos además medir entre promedios y ponderaciones.

El “spread cambiario” normalmente tiende a oscilar entre Bs. 50 100, y es producto de la interacción entre un mercado libre, sujeto al juego de la oferta y la demanda, y uno controlado, donde priva el empeño en sostener una ilusión, el mal llamado “bolívar fuerte”. Pese a los controles, el Simadi asciende de manera constante, reflejando que a Bs. 188 por dólar, la oferta de divisas no suple la demanda. El paralelo, por el contrario, muestra grandes fluctuaciones, las cuales reflejan repentinos flujos de oferta y demanda que causan violentos vaivenes. A Bs. 276, el Viernes 13, por ejemplo, muchos estuvieron dispuestos a ofertar sus divisas, forzando la caída del mercado a Bs. 246, para saltar nuevamente el Lunes 16 a Bs. 266. La rigidez de uno y la fluidez del otro demuestran cuál mercado es más dinámico.

Este fenómeno causa aberraciones e incentiva corruptelas. Por ejemplo: Un litro de leche UHT uruguaya, importada por el Gobierno Nacional, se vende por Bs. 18 en los mercados públicos y privados, mientras que las marcas nacionales cuestan normalmente Bs. 54. Evidentemente, la importación se hace con un dólar a 6,30, mientras que los productores nacionales enfrentan la inflación más alta del mundo, marcada por un paralelo que les hace imposible competir, e incluso producir, dando como resultado una aberración, encarecimiento y desabastecimiento a la vez. Ahora, lo que es peor, es que más allá de la frontera, el mismo pote puede costar sobre US$ 1,25, unos Bs. 332 por litro al dólar que se vende en Cúcuta. ¿Cómo detener el “bachaqueo” cuando con un solo litro de leche nos podemos ganar Bs. 314, y con dos cajas ya nos ganamos un sueldo mínimo? Y esto es solo el ejemplo de la leche.

El fenómeno “spread cambiario” hace florecer además una economía subterránea que en 2013 alcanzaría los US$ 8,7 millardos, calculada al tomar las importaciones publicadas por el BCV, más la salida de capitales, ajustando por la merma en las reservas internacionales, y restarles las liquidaciones de Cadivi y el saldo que quedó debiendo, menos lo cubierto por el Sicad ese año, lo cual arroja el saldo que quedó manos del mercado paralelo. Esta cifra debe haberse multiplicado ante la crisis de divisas de 2014 y 2015.

Pareciera que en lugar de lograr que el dólar baje, “torciéndole el brazo al paralelo”, como dicen, el Gobierno está logrando más bien que el Simadi suba, y que eventualmente quizás, alcance al otro, echándole cada vez más candela al fuego de la inflación y agravando las distorsiones que causa en la economía.

Definitivamente, estamos ante un verdadero fenómeno, un fenómeno económico producto de la ineptitud y el fanatismo.

@qppasociados