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Poder

Juan E. Fernández Oct 04, 2020 | Actualizado hace 3 días
El fin del poder

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

El otro día recordé en Twitter aquella reunión que tuve con Daniel Samper en Buenos Aires; pero eso no fue todo, porque en mi columna anterior debatí la posibilidad de volverme YouTuber o no, por lo que hice referencia a la conversación con “Hola Soy Dani”. Una vez publicada recibí el elogio de muchos, pero también el repudio de otros.

Ser o no ser youtuber

Ser o no ser youtuber

Pero hubo un comentario que me hizo mucho ruido, y me lo hizo un venezolano que vive en Colombia. Mi paisano me escribió: “¿Cómo es posible que seas amigo de Laureano Márquez y también de este tipo (Daniel Samper)?, es un zurdo de mierda… no te entiendo”.

Así que en mi columna de hoy le voy a explicar no solo a este caballero, sino a todos los que piensan como él, las razones que me llevaron a ser amigo de Laureano Márquez; y además a tener una relación cercana con Daniel Samper, quien me parece una persona muy inteligente y graciosa (esas dos características son suficientes para que cuente con mi amistad).

Quiero aclarar que para ser amigo de alguien no hay que pensar como esa persona; de hecho, en las contradicciones se han formado fuertes lazos personales.

Aunado al comentario, también me enteré de que Daniel fue sancionado porque hizo un meme con una foto del presidente de Colombia donde aparecían los hijos de Iván Duque. Esto me llevó a pensar que, seguramente, el señor que envió aquel comentario se alegró con eso; pero seguro se enojó cuando hace unos años a Laureano Márquez lo multaron por publicar una columna de humor donde hablaba de la hija del expresidente Chávez.

Pero eso no es todo. También recordé cuando, en diciembre pasado, mientras estaba por Santiago, escuché a una persona decir “yo les pasaría un tanque por arriba”, refiriéndose a los jóvenes que protestaban en la plaza Italia de Santiago. No le dije nada, pero estoy seguro de que esa misma persona se indignó cuando una tanqueta de la Guardia Nacional atropelló a un estudiante en Caracas.

Probablemente mucha gente se enoje y hasta me deje de leer por lo que estoy por decir: ¿estamos todos locos? ¿Cómo es posible que apoyemos las atrocidades más terribles solo porque las hace una persona con la que compartimos ideales políticos?

Tenemos que dejar de ser tan blandengues; condenar lo que hay que condenar y repudiar lo que sea repudiable, sin importar quién sea la persona que comete un error o, peor aun, un delito.

Y acá hago una reflexión: pasarle un tanque a un estudiante en Santiago o una tanqueta a un joven en Caracas ¡está mal, es atroz! Pues, las ruedas de un tanque de un gobierno de derecha, lastiman igual que la tanqueta del gobierno de izquierda.

Multar a un humorista de “derecha” o a uno de “izquierda” es censura, al menos así lo veo yo.

Los gobiernos militares de derecha desaparecieron a muchísima gente. Y los gobiernos de izquierda también lo están haciendo, por lo que concluyo: todos los gobiernos tienen las manos llenas de sangre y eso está jodidamente mal.

Ya es hora de que comencemos a vivir la política con responsabilidad, y haciendo los análisis correspondientes porque esto no es un partido de fútbol o de béisbol donde cada uno tiene que apoyar a su equipo, aunque haga cosas terribles.

Así que el llamado es a ser coherentes pues vivir el mundo a través de un solo lente es justamente lo que el poder quiere; pues mientras los ciudadanos estemos enfrentados, ellos podrán negociar cómodamente.

El poder necesita un cambio, es necesario volver a la esencia: los gobiernos trabajan para la gente y no al revés…

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Víctor Maldonado C. Sep 15, 2020 | Actualizado hace 3 días
Poder impotente

La política ha intentado vender que es posible hacer la estatua perfecta sin dar un solo martillazo a la roca de mármol. Y eso, ya lo sabemos, es una gran estafa. Foto Brent Connelly / Pixabay

@vjmc

Recién en la madrugada de hoy terminé de leer la novela de Robert Graves, Yo Claudio, que narra las peripecias del emperador romano que sucedió a Calígula y precedió a Nerón. Muy niño fue desechado por defectuoso. Muy joven se dedicó a la historia, lo único que le permitían hacer y que le proporcionaba placer. Y además a la historia antigua, para no comprometer su seguridad al tener que aludir a sus contemporáneos. En esa época recibió un consejo decisivo de uno de sus contertulios. “Vives una época peligrosa. Tu posición te hace frágil, en cualquier momento te van a matar, sobre todo si demuestras algún potencial o riqueza. Por eso te recomiendo que seas lo más tartamudo posible, que cojees con exageración y que vivas muy frugalmente. Solamente si demuestras ser más estúpido de lo que efectivamente eres, tendrás alguna posibilidad de sobrevivir”.

Esa recomendación no era fácil de cumplir. No solamente porque implicaba la decisión de toda una vida, sino porque Claudio no era estúpido, tenía autoestima, sabía que era despreciado por las apariencias, y probablemente tenía conciencia del caos en el que vivía, de todo lo que debía soportar y todas las cosas a las que debía renunciar. Pero lo hizo, y la jugada le salió razonablemente bien, porque salvó su vida y al final terminó gobernando por casi treinta años.

La historia de Claudio me hizo pensar en lo que refiere Tzvetan Todorov en la entrevista biográfica que realizó con Catherine Portevin. Cuando la periodista le preguntó por qué no había sido un combatiente anticomunista más activo, su respuesta, llena de sentido común, fue que “en un país totalitario, donde el poder lo controla todo, no se puede vivir sin hacer concesiones. Eso no existe”. Lo mismo hubiera podido decir Claudio y muchos de sus contemporáneos. También se lo hubiésemos podido oír a Cicerón que, sin embargo, era mucho más inflexible y por eso terminó asesinado por Augusto.

Lo digo porque algunos venezolanos que viven en el exterior se especializan en sobreexigir a los que aquí vivimos. Muchos de ellos incluso aluden a la cobardía social de los que no salen hoy mismo a quemar el país y oponerse al régimen, poniendo como ofrenda un cerro de nuevos muertos. La cosa no es tan fácil como se ve desde afuera, debidamente protegidos por la distancia.

Todorov lo resume así: “El terror, si es total, puede llegar a ser muy eficaz”. Los que aquí vivimos lo sabemos muy bien. Y los que están fuera confunden al ciudadano con el héroe epopéyico que tampoco ellos son.

Leyendo a James Hillman (Tipos de poder) se llega rápidamente a la conclusión de que el poder es capacidad de hacer. Su uso indebido, el ejercicio del poder sin virtud, permite que su titular allane derechos de los otros y sojuzgue a los demás, buscando una eficiencia que, de lograrse, puede ser muy peligrosa. Imaginemos solamente lo que puede ocurrir si el poder totalitario fuese capaz de alimentarnos a todos mediante las cajas CLAP, o ejercer ese biocontrol que pretende en tiempos de pandemia. Que no lo logre es una gran noticia. Así como la falta crónica de poder de las oposiciones es una constante maldición.

Aturdidos y desilusionados

Aturdidos y desilusionados

Las ineficiencias acaban con las pretensiones de mantener un poder sacrosanto. Todo poder tiene fisuras. Y en las experiencias totalitarias estas se plantean entre lo que dicen hacer y lo que efectivamente hacen. Entre la propaganda masiva que los sostienen y la disonancia que provocan cuando cada ciudadano cae en cuenta de que él no experimenta lo que le dicen que hacen. La realidad totalitaria es por eso desoladora.

Un líder inteligente se cebaría en las fisuras del totalitarismo y no en sus fortalezas, pero para eso debe tener primero una mejor capacidad diagnóstica.

Ahora bien, una cosa es observar un grado de ineficiencia relativo y creciente; y otra muy diferente que el poder resulte estéril y absolutamente inepto. Los venezolanos vivimos las dos versiones que se entreveran tanto en el régimen como en los que dicen oponérsele. El ecosistema de relaciones perversas es todas las cosas a la vez. Malo, muy malo para lo bueno, y bueno, muy bueno para lo malo. Recordemos a Max Weber cuando trataba de diferenciar el poder de la dominación, señalando que el primero se pretendía totalizante y arbitrario mientras que el segundo era enfocado y eficaz en lo que realmente quería conseguir. No pretendía ser omniabarcante, pero sí llegar a tener resultados en lo que se proponía. La dominación siempre es para lograr algo específico. Y aunque sea una frase de Perogrullo, lo cierto es que lo específico primero hay que especificarlo.

Aristóteles nos legó una aproximación a la eficiencia que puede resultar útil para comprender mejor por qué algunas demostraciones de poder son tan temerarias y por qué otros intentos resultan ser tan insustanciales. En sus textos dedicados a la física y a la metafísica trató de responder a la pregunta sobre las causas que posibilitan la acción. Y determinó que eran cuatro:

 La causa formal

La idea o principio arquetípico que rige un acontecimiento, porque para realizar algo primero tienes que imaginarlo.

 La causa material

La sustancia sobre la cual se trabaja y se produce el cambio. En política serían recursos (entre ellos el poder) y la sociedad (y por lo tanto la legitimidad o en su defecto la fuerza).

 La causa eficiente

Aquella que inicia un movimiento e inmediatamente propicia el cambio. John Locke asociaba esta causa a la voluntad manifiesta del líder que si quiere es capaz de iniciar, dirigir y detener acciones. Y la última que llamó…

La causa final

El propósito para el que dicho acontecimiento fue proyectado.

Si el ejemplo fuera lo que necesita Venezuela para superar esta debacle, lo ideal sería un propósito político en donde todos los “qué” aristotélicos estén debidamente integrados hasta lograr la alineación perfecta en la que un líder (causa eficiente) provoque la movilización de la sociedad y la comunidad internacional (causa material) logrando la destrucción del ecosistema criminal y totalitario que nos rige con el propósito de lograr nuestra liberación (causa final) teniendo presente como modelo una república de libertades y derechos que esté enfocada en lograr la prosperidad de todos a través de la realización de sus proyectos de vida (causa ideal). Sin embargo, hasta ahora no ha sido posible.

Y no ha sido posible por varias razones. La primera razón porque los liderazgos que hemos tenido en cada una de las etapas de la oposición se han desgastado entre la sinrazón y el despropósito.

Ninguno de ellos ha pasado la prueba del poder útil. Todos ellos han caído víctimas de la vanidad y de sus propios intereses. Han carecido de sabiduría, fortaleza y templanza, por lo que cada uno de ellos ha terminado siendo su propia mascarada. Todos han decepcionado en la misma medida que no se han propuesto servir a la causa sino el maximizar sus propios beneficios. Tampoco han sido cautos y reflexivos para diagnosticar el totalitarismo que debían enfrentar, y por eso finalmente fueron digeridos por el ecosistema que decían combatir.

La segunda razón es que nunca han podido superar positivamente la relación costo eficiencia en ninguna de las iniciativas que nos han propuesto. Apliquemos la fórmula física que determina que la potencia útil es igual a la energía aplicada a una iniciativa descontando la fricción (los obstáculos y dificultades). Esta ecuación nos permite comprender que, por mantener obsesivamente un déficit en el sentido de realidad, nunca hemos contado con una iniciativa capaz al menos de mover determinantemente la composición de fuerzas. Mucho ruido y pocas nueces podría llegar a ser el epitafio a la política de esta época. 

Poco foco, mucha dispersión, múltiples agendas, una capacidad infinita para sabotear el propósito, las delaciones sistemáticas, la presencia de infiltrados y la credibilidad puesta en agentes que trabajan para el bando contrario, han transformado en imposibilidad cualquier opción propuesta.

La fricción no es tanto la que provoca el régimen como la que propicia “el fuego amigo” que en realidad es enemigo infiltrado y convalidado por la candidez de las mayorías.

La verdad es que cuando hemos logrado definir y controlar la causa material de la lucha política, esta se ha dilapidado irresponsablemente. Si hubiese sido una roca de mármol, nunca hubiéramos logrado con ella una estatua con un mínimo de belleza. Malos diseños, pésimos cálculos, improvisaciones seriales, avances temerarios seguidos de retrocesos patéticos, la perversidad como parte de un supuesto ingenio político (la célebre viveza criolla) y la desgraciada inequidad en la división de los costos sociales, son un inventario incompleto de las razones por las que ahora no hay potencia útil que sea posible instrumentar en el corto plazo.

La tercera razón tiene que ver con la traición sistemática al propósito convenido. La experiencia del interinato, y su bamboleo constante, la incapacidad para mantener el curso estratégico, las ocurrencias seriales, las negociaciones al margen y el parecer tan vulnerables a las presiones y la corrupción políticas, nos dejan sin tener la posibilidad de contar con una causa final que nos permita saber que hay una ruta.

El sentido común

El sentido común

Ellos, que definieron el mantra y que lo vendieron a las primeras de cambio al mejor postor, al final nos han demostrado por todos los medios posibles que lo que decían que era, realmente no era. Porque al final se han convertido en su propio objetivo, en su propia razón de ser, donde pesa mucho más la expectativa de extender su mandato y mantener a toda costa el gobierno. Todo se trata de discriminar la realidad de la apariencia, y que no sigan vendiendo humo. Esa es una tarea pendiente.  

La cuarta razón es la ambigüedad del ideal. Entre otras cosas no hay tracción porque “no hay tierra prometida”. Muchos libros gruesos llamados planes, mucha prepotencia protoministerial, muchos preenchufados pero ninguna narrativa que enganche y entusiasme a la sociedad. Ninguna imagen. Ninguna propuesta por la que valga la pena luchar. Nada genuino, y tampoco un enunciado honesto de verdad sobre los costos en los que hay que incurrir. Son sus propios enemigos en términos de su marketing político.

La política ha intentado vender por todos los medios que es posible hacer la estatua perfecta sin dar un solo martillazo a la roca de mármol. Y eso, ya lo sabemos, es imposible, peor aun, es una gran estafa. Porque en las conversaciones íntimas que se dan entre los políticos siniestros hablan y desean que haya mortandad, que la gente salga a la calle para que las maten y las repriman, porque así ellos pueden hacer algo, y demostrar que lo que cobran lo valen. Ellos saben los costos, pero prefieren mentir al respecto porque aspiran a la negociación perfecta que tiene que ver con la ganancia política que provoca una oleada de represión. Hasta ahora esta jugada ha resultado imposible de instrumentar por el descrédito que cargan encima y por el terror totalitario que ejerce el ecosistema criminal.

Por la alineación perfecta de estas cuatro razones, un liderazgo desgastado en sus propias vanidades, el exceso de tracción que afecta definitivamente la potencia útil de la política, la traición sistemática al propósito convenido, y la ambigüedad persistente sobre el ideal, es que no obtenemos resultados en la lucha política. ¿Qué es lo que hay que renovar con urgencia? Aristóteles diría que hay que sustituir la causa eficiente promoviendo un nuevo liderazgo, que sepa responder por el bien de qué o de quienes se van a ejecutar las acciones en el porvenir. El liderazgo actual ya no puede ser la causa eficiente de nada.

Nietzsche diría que, para lograr un equilibrio perfecto entre utilidad, poder, eficiencia y transformación se requiere primero superar la indulgencia del statu quo con la perversidad y el fraude político. A nuestros efectos, hay que desterrar de la política “la costra nostra”. Segundo, dejar fuera del cálculo político la terrible impaciencia, que se traduce en una infamante codicia de resultados, aunque sean malos. Tercero, moderar al menos el deseo de poder sectario del que se sirven las élites para dejar fuera cualquier otra opción por buena que parezca, si esa opción pone en peligro su posición. Esto en términos prácticos significaría desalojar al G4 de la dirección política. Cuarto, dejar fuera el fanatismo que muta en sistemas de exclusión y muerte.

El poder es impotente si se aleja de la virtud, porque el poder no existe sin alguien que esté dispuesto a ejercerlo, esperemos que con propósito altruista.

Hasta ahora el abismo entre los líderes y las virtudes han transformado todo esfuerzo en algo inútil pero crecientemente costoso.

Tzvetan Todorov insiste en lograr armonizar una mezcla de liderazgo trascendental, que debería investir a los dirigentes, con la épica cotidiana de los individuos normales, que hacen lo debido para resistir y sobrevivir estas oscuras épocas totalitarias. No les puedes pedir a los ciudadanos normales que lleven adelante una epopeya trascendental, pero tampoco se debería tolerar un liderazgo sin capacidad de coraje y de tomar riesgos. Cada uno debería hacer lo suyo.

Si hubiera líderes comprometidos con ideales seguramente podrían dirigir y encauzar ese esfuerzo que cada uno de nosotros hace todos los días. Si esos líderes practicaran una moral de interrogaciones y todos los días se preguntaran ¿cómo hacemos para interrumpir el mal? rápidamente caerían en cuenta de que deben enfrentar un ecosistema perverso que encarna ese mal, y al cual deben renunciar con toda la fuerza de sus convicciones y combatir con todas las armas que estén a su disposición. Si no lo asumen como una lucha existencial, como sistemáticamente lo plantea Flor Izcaray, nunca producirán resultados. Interrumpir el mal que se expresa en el ecosistema criminal debería ser la consigna unívoca. Solamente así superaremos esta impotencia del tiempo perdido.

victormaldonadoc@gmail.com

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Víctor Maldonado C. Jul 17, 2020 | Actualizado hace 3 días
Política, poder y realidad

Ruinas de Maracaibo. Foto David Mark en Pixabay

@vjmc 

Comencemos por enunciar la tesis de este artículo: en un país devastado institucionalmente la política, el liderazgo, el poder y la realidad no confluyen necesariamente por el mismo cauce, ni hacen sinergia. Todo lo contrario, lucen a veces ausentes, pero siempre descoyuntadas, disociadas, y en algunos casos con definiciones y cursos de acción mutuamente excluyentes.

Si no estamos lo suficientemente claros sobre la situación política, si no hacemos una precisa composición de lugar, vivimos la paradoja y por lo tanto, no entendemos los porqués, no logramos atinar sobre las razones por las que es imposible salir de este atolladero, y a por qué cometemos la tontería de seguir cavando el foso aunque nuestro deseo sea salir del hueco.

Hay realidades que necesitan precisiones conceptuales. La política es una de ellas. Comprender esta situación paradójica requiere que partamos de algunos conceptos básicos.

 Comencemos por la política

Sin política el hombre se reduce a ser el depredador de sus semejantes, en una guerra sin fin que recude la vida a la miseria más abyecta. Manuel García Pelayo diría que “es vida humana objetivada”, producto de los esfuerzos de la civilización para superar las relaciones violentas por el uso indiscriminado de la fuerza.

Es una creación humana que sirve para arbitrar la convivencia entre los que son diferentes. Y forma parte de una articulación compleja, racional y lógica, de carácter sociocultural, por la cual se generan las condiciones de marco para alcanzar buena parte de los ideales del hombre.

¿Cuáles ideales? “El arte que trata de alcanzar la belleza, la ciencia en cuanto trata de alcanzar la verdad, el derecho en cuanto trata de alcanzar la justicia, la ética en cuanto trata de realizar el bien, la economía en cuanto pretende alcanzar lo útil, la religión en tanto pretende alcanzar la santidad”. La política es el encuadre y el contexto de los proyectos que asumen los hombres, entendiendo que para lograrlos requieren de unas mínimas condiciones que reglen la convivencia.

La alegría y la política

La alegría y la política

Hannah Arendt lo plantea así: “La política es imprescindible para la vida humana, tanto individual como socialmente. La misión y el fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio. Es ella quien hace posible al individuo perseguir en paz y tranquilidad sus fines”.

Pero el concepto queda incompleto si no le agregamos otra categoría adicional. La política es una realidad social. Es un complejo de relaciones entre los hombres, que se desarrollan dentro de ciertas formas de carácter permanente a las que llamamos instituciones, y mediante determinados sistemas de la acción colectiva. Sin embargo, lo importante es que la política como realidad social es un esfuerzo precario que solamente se mantiene a través de las decisiones prudentes y acciones sensatas de los individuos.

No hay política sin políticos, y sin ciudadanos que sean sus contrapartes activas. La política es un hacer constante, expresado en una serie de decisiones y de actos que son asumidos y encarados por las personas.

El interés totalitario es devastar esta realidad social, acabando con la dinámica de la ciudadanía y decantando a los políticos.

A los primeros los degrada a condiciones de lucha por la más elemental sobrevivencia. A los segundos los invalida cuando transforma el rol en una inutilidad a los efectos del cambio deseado. Por eso los políticos terminan siendo en estos casos complacientes capataces de una realidad inescapable.

Gobierno criminal

Gobierno criminal

García Pelayo cierra diciendo que la política es “un proceso integrador de una pluralidad de hombres y de esfuerzos en una unidad de poder y de resultados, capaz de asegurar la convivencia pacífica hacia lo interno, y la existencia autónoma en relación con el exterior”. Y aquí formulamos la primera de varias interrogantes, ¿puede existir la política sin unidad de poder y sin resultados, sin políticos y sin ciudadanos? ¿Puede existir la política en ambiente signado por la antipolítica, o sea, determinado por la violencia, en ausencia de instituciones, sin las organizaciones que canalizan la acción colectiva?

El totalitarismo del siglo XXI, el sistema perverso de relaciones perversas que nos niega la condición de contrapartes habilitados, en esa misma medida reniega de la política.

El sentido de la política es la libertad, por lo tanto, un sistema de represión ilimitado, que ha desahuciado cualquier apelación a derechos y garantías, y trastocado todo acuerdo o relación social para asumirlos solamente como parodia, no puede proveer las condiciones mínimas para que se viva la política como vida humana objetivada.

Nosotros somos una ficción de ciudadanos. Lo somos, porque ni tenemos derechos reconocidos, ni podemos exigirlos a nadie. Los que aquí vivimos sabemos que dependemos de los mendrugos de una colosal operación de saqueo, y de la supuesta necesidad que todavía tiene el régimen de mantener las apariencias. Sin embargo, sabemos que de vidrieras, formas y propaganda conocen bastante los que necesitan ocultar la realidad.

La política no sobrevive sin apego a la verdad, sin estética y búsqueda afanosa de la belleza, sin preocupaciones éticas y sin el reconocimiento del ser humano como entidad trascendente.

En ausencia de política la vida y sus atributos humanos no tienen sentido. Tampoco el ejercicio del liderazgo, visto y asumido de la manera convencional. Por lo pronto, si esto es así, el papel crucial de los líderes no es otro que luchar hasta restaurar las condiciones para que haya política. Si no lo entienden, se vuelven triviales y anecdóticos. Contingentes y despreciables.

 Hablemos de liderazgo

Dankwart A. Rustow, en su estudio sobre liderismo, propone que el líder afortunado se basa en una congruencia latente entre las necesidades psíquicas del líder y las necesidades sociales de sus seguidores. A pesar de los excesos narcisistas de algunos políticos, lo cierto es que no hay líderes sin seguidores. Esa ligazón que ocurre entre ellos es compleja, y confluye en el acatamiento voluntario de las opciones que plantea el dirigente. Allí, el hábito, el interés y la devoción personal se conjugan para terminar legitimando aquello que ocurre.

La parte que no se cuenta es que, si bien es cierto se busca que no haya violencia, también lo es que no hay forma de liderazgo que excluya la coacción, que puede ser abiertamente extorsiva, pero que la mayoría de las veces transcurre por rumbos mucho más sutiles. Y aunque eso ocurra, cuando hay una relación carismática, los seguidores construyen una percepción sobre los alcances del líder que los ciega sobre sus verdaderas cualidades, y los medios que usan para lograr el pleno y total acatamiento.

Pero vamos a lo esencial: al líder, o le hacen caso, o no es líder.

Llamémoslo una referencia si quieren, un punto de vista, pero si ante sus llamados a asumir un curso de acción no hay una masa crítica dispuesta a tomar el riesgo, entonces no es líder. Recuerden la raíz etimológica: el que conduce, el que guía.

Cuando hay condiciones políticas apropiadas, se plantea una relación muy estrecha entre liderazgo y autoridad legítima. Algunos cuentan con autoridad formal sin tener liderazgo, y en ese caso son las instituciones, o la tradición, o ambas, las que apuntalan al que se siente con el derecho de mandar. Porque ese es otro atributo, el líder no es una impostura sino un agente social para lograr resultados. Un experto como Max Weber señaló lo estruendosas que suelen ser las revoluciones, su secular destruccionismo de las tradiciones y de las instituciones, y el vacío que provocan, que no deja otra opción que apelar al carisma para restaurar la autoridad legítima, o sea, para reponer la política.

Por eso mismo el socialismo del siglo XXI trabaja afanosamente para envilecer hasta el extremo los candidatos a líderes, para mostrarlos en su peor condición de impudicia, para anunciar el precio por el que se venden, y así denostarlos hasta crear una ausencia absoluta de alternativas de conducción.

Pero supongamos que sobreviva un líder que apueste a su carisma, igual tiene que mantener una tasa productiva de “milagros” para seguir vigente. Un líder que solamente tenga atractivo pero que es a-instrumental se desvanece rápidamente. Tiene que ser capaz de producir resultados en la misma línea de lo que plantea su discurso, o la propia inestabilidad de su autoridad carismática se lo llevará por el medio. Porque si bien es cierto que los momentos carismáticos son altamente emocionales y forjadores de compromiso, a la hora de la verdad (la verdad es la realidad) o hace, o queda como un hablador de pistoladas.

Por eso las preguntas de Rustow al respecto son cruciales: ¿Quién dirige a quién? Eso nos permite saber quién es el líder, porque tiene seguidores. Y la segunda es todavía más importante, ¿quién dirige a quién, desde dónde a dónde? Porque o tienes un curso estratégico y las capacidades para recorrerlo, o eso que dice ser liderazgo es solamente una frustrante ensoñación.

Finalmente, la necesidad de tener un líder es proporcional al desamparo de sus seguidores.

Más miserable y desestructurada la condición de la gente, más interesados estarán en identificar a un profeta que los saque del desierto y los conduzca a la tierra prometida. Y este mundo está lleno de falsos profetas. Por eso no hay tiempo que perder, ni posibilidad de esperar la mejor oportunidad.

Hasta ahora podemos decir que en Venezuela no tenemos política, y por lo tanto se necesita un liderazgo con carisma que insurja y restaure las condiciones para que tengamos política. El problema ha estado en que la dirigencia “política” nunca lo ha visto así, y por eso mismo ha sido revolcada una y otra vez. Pero ¿los venezolanos están más claros que sus dirigentes, o son parte del problema? Porque el escenario sigue ocupado por usurpadores con algo de respaldo social.

 El tercer concepto es el poder

Apelo a Talcott Parsons para enunciar que el poder es una capacidad que tiene un actor social para movilizar recursos en interés de lograr los objetivos que tiene planteados. Se refiere a la legitimidad social del proyecto, porque en ausencia de reconocimiento y respaldo social, nada es posible. La sociedad debe reconocerlo a él (me refiero al líder, como líder) y a su proyectos como válidos. Pero también se refiere al atractivo que es capaz de generar en el grupo de ciudadanos que se van a requerir para definir una organización con potencial y capacidades, los recursos financieros que se necesitan, y las facilidades de infraestructura que le son necesarias para tener éxito.

Para el sociólogo norteamericano el poder es capacidad organizacional legitimada por su atractivo, y por las facilidades que la sociedad está dispuesta de aportar al proyecto. El poder es una variable objetiva, cuya intensidad se mide en un continuo que va de menos a más, y que ranquea al líder y a sus oportunidades de ganar la partida. El poder es el dinero del sistema político. Si tienes más, puedes gastar más, si tienes menos, el consumo será más limitado.

El problema en la Venezuela totalitaria es que nadie tiene poder suficiente para derrocar un sistema de relaciones perversas del calado que tiene el socialismo del siglo XXI.

Además, el poder acumulado por las oposiciones se dilapida dentro de una lógica también perversa, rentista y demagógica, que es obsesivamente autorreferencial y nutre principalmente a los que se dedican a la política como fraude y parodia, pero no a la política y mucho menos a los ciudadanos. Su uso es onanista, sin finalidades específicas, y conchupante. Se usa para mantener privilegios propios y no para conseguir el cambio. El poder es usufructuado con severa amoralidad, fomenta las relaciones de complicidad, establece mafias, no está dispuesto al juego competitivo y apegado a reglas universales, condiciones que son inexcusables si se quiere realizar el cambio que ofrecen, pero que no están dispuestos a cumplir.

Pero volvamos a la línea principal de mi argumento. Liderazgo y poder no están debidamente acoyuntados. No solamente porque los montos de poder que se pueden recaudar para la causa son escuálidos, sino que está concentrado indebidamente por quienes no quieren hacer política. La situación es compleja. Hay varias oposiciones, ya lo sabemos. Las plegadas a las condiciones impuestas por la antipolítica, que solamente son capaces de reproducir un totalitarismo perverso, que tienen poder delegado pero limitado para el mero usufructo, incluso para demostraciones sensacionalistas de provocación, pero incapaces e indispuestas para intentar un cambio. Luego tenemos su némesis en liderazgos desafiantes, pero que no tienen poder ni claridad sobre los requisitos para generar el poder que necesitan.

Resulta trágico, pero hasta ahora no tenemos un ethos político, ni un liderazgo eficaz. Porque no tienen poder suficiente, y tampoco saben crearlo en las proporciones que se necesitan.

Esto ocurre porque los buenos líderes todavía tienen ligazones con los estafadores de la política, transfiriéndoles recursos de poder en el marco de una relación fagocigótica, propia de los parásitos. Por eso, si un líder se quiere dedicar a restaurar las condiciones de la política, tiene que hacer ruptura clara y precisa con el sistema perverso de relaciones perversas que se extiende a los que parecen ser, y no son, sus socios.

 ¿Y las encuestas?

En estos casos de ausencia extrema de condiciones de la política, no tienen ningún sentido, más allá de ser una herramienta para mantener la moral de los propios y la distancia de los ajenos. Con encuestas no se destruye un sistema perverso. Ni se gana el liderazgo y el poder que se necesitan para cambiar radicalmente las condiciones vigentes. Es una foto anómala y una proyección de las necesidades insatisfechas en un concierto de paradojas alucinantes. Si alguien cree que en medio de esta devastación una encuesta va a reflejar algo diferente a las imágenes de la desgracia, se está equivocando. Porque recuerden, un líder sin poder no pasa de ser una configuración espectral de nuestras propias carencias.

¿Y la realidad?

Es el concepto de cierre, porque nos permite sacar las conclusiones que anticipamos. Manuel García Pelayo nos propone un concepto de la realidad política. “Es aquello que existe en el tiempo y, a veces, en el espacio, y que, por sustentarse sobre sí mismo, es independiente de nuestra voluntad”. Hasta aquí lo dicho se puede resumir en “deseos no empreñan”. Pero sigamos. “Realidad es no solo lo que existe, sino lo que resiste”. A partir de allí hace un inventario de la realidad política que vale la pena compartir:

Realidad política son los fenómenos eminentemente políticos: procesos, normas e instituciones políticas, que en el caso venezolano han sido arrasados y sustituidos por lógicas mafiosas, términos oscuros y la vigencia del poder asociado unívocamente a la fuerza.

Realidad política son los fenómenos politizados: aquellos fenómenos no políticos que son capaces de condicionar la política (las redes sociales podrían ser un buen ejemplo), y aquellos fenómenos que son susceptibles de ser condicionados por la política (el arte en los regímenes totalitarios, la economía en los estados intervencionistas, la ciencia y los científicos en las experiencias comunistas).

Ya sabemos que la experiencia totalitaria es una distorsión absoluta de la realidad política.

Y que la realidad efectiva es devastada hasta lograr una condición de incapacidad estructural para instrumentar el cambio deseado, hasta el punto de que es capaz impedir incluso la narrativa clara y prístina de una alternativa instrumentable. De allí que se favorezca tanto la confusión y se financie el ruido y la saturación comunicacional.

Finalmente, ¿Qué es lo que tenemos?

Una realidad política que niega la política. Un liderazgo supuesto que tiene poder limitado. Un liderazgo real que no tiene poder, y que además se deja fagocitar por quienes no aportan poder, sino que absorben el escaso poder que tienen. Y una realidad que está allí, pero que no se reconoce en toda su complejidad. El político está alucinado, no pone el foco en la verdad, no entiende la dinámica del poder, no está al tanto de los requisitos del liderazgo que se necesita en estas circunstancias, y que no termina de comprender y asumir que su única vocación y dedicación debería ser insurgir para restaurar las condiciones de la política. Lo frustrante es que nadie quiere comerse las verdes. Nadie quiere bregar el cese de la usurpación. Y el régimen totalitario lo sabe, sonríe y sigue jugando.

victormaldonadoc@gmail.com

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

El coronavirus acelera la lucha por el poder entre Maduro y Guaidó

@pppenaloza

Los datos de Triple P

 

El coronavirus paraliza al mundo, pero no detiene la batalla política en Venezuela. El régimen de Nicolás Maduro y la oposición liderada por Juan Guaidó no se dan tregua. Cada frente intenta usar la pandemia para sus fines: los unos para terminar de imponer su modelo de dominación. Los otros para conquistar la transición democrática. Ambos intentando propinar el zarpazo final para superar un conflicto que también se extiende sin remedio.

Una sociedad atemorizada y escondida en sus hogares. El Ejército y los cuerpos de seguridad desplegados en las calles. Los medios de comunicación repitiendo el mensaje oficial. Restricciones. Toque de queda. Decretos inapelables. Lejos de ser una enfermedad, el coronavirus ha significado toda una inyección de fuerza para la revolución chavista.

Washington ha establecido desde 2015 una serie de medidas punitivas contra el régimen chavista no solo por su deriva autoritaria, sino por su presunta vinculación con el narcotráfico y organizaciones terroristas. Igualmente, la Unión Europea ha impuesto castigos a 26 dirigentes civiles y militares del oficialismo, entre quienes resalta Diosdado Cabello, primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

Cerca de 60 naciones, encabezadas por Estados Unidos, las potencias europeas y la mayoría de América Latina, consideran que Maduro “usurpa” el poder tras declararse ganador de unos comicios viciados en mayo de 2018, y reconocen al jefe del Parlamento, Juan Guaidó, como el legítimo Presidente encargado de la República Bolivariana.

El gobernante chavista difunde abiertamente las teorías de conspiración que atribuyen a la Casa Blanca la creación del coronavirus para atacar a China, al tiempo que acusa y tacha de irresponsables a sus archienemigos regionales, los mandatarios Iván Duque y Jair Bolsonaro, por no contener la pandemia en Colombia y Brasil. Siempre enfatiza que los primeros casos que se registraron en el país, fueron “importados” de Europa, Colombia y Estados Unidos.

Desde el poder ya diseñan la realidad que vendrá una vez se levante la cuarentena. La denominan “normalidad relativa y vigilada”, sin ofrecer mayores detalles. “Normalidad relativa y vigilada, con medidas especiales. La vida no será la misma hasta que aparezcan las vacunas a esta enfermedad”, ha reiterado Maduro, asomando que las limitaciones se prolongarán en el tiempo.

El oficialismo prescinde de voceros técnicos. Nadie sabe el nombre del Ministro de Salud. En su lugar, el portavoz es el titular de Comunicaciones, Jorge Rodríguez, habitualmente encargado de revelar supuestas conspiraciones y magnicidios. Por estos días, Rodríguez alterna sus denuncias de golpes de Estado con los informes sobre el avance de la Covid-19, siempre aderezados con loas al socialismo y la revolución bolivariana.

Maduro solicitó 5 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), que como era previsible desestimó en cuestión de horas la petición. El mandamás chavista incorporó esta negativa a su discurso contra el “bloqueo” de Estados Unidos, afirmando que la administración del presidente Donald Trump está “persiguiendo a todos los barcos y aviones que tratan de traer comida o medicinas a Venezuela”.

Cura total

Guaidó comenzó pegando en la debilidad de su rival. Recordó que él sí cuenta con la aceptación necesaria para conseguir la ayuda internacional. Así quedó demostrado en la reciente gira que le llevó a estrechar las manos de la canciller de Alemania, Angela Merkel, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, y el propio Trump, entre otros líderes occidentales.

Luego, nombró una comisión de expertos y la puso a disposición de la Fuerza Armada Nacional, aún leal al régimen, para atender la crisis. Y por último redobló la apuesta y llamó a la conformación de un “gobierno de emergencia nacional” sin Maduro en el palacio de Miraflores. 

“Para evitar miles de muertes, necesitamos financiamiento internacional, el cual nadie dará a Nicolás Maduro, quien es desconocido por el mundo y acusado judicialmente por cargos de narcotráfico y terrorismo internacional”, espetó el mandatario interino.

Hasta el lunes 30 de marzo, Venezuela contabilizaba 135 casos y tres muertos por coronavirus. Sin embargo, la República Bolivariana está en una posición de extrema vulnerabilidad por la emergencia humanitaria compleja provocada por el régimen chavista, con una economía en recesión, empobrecimiento generalizado, hiperinflación y colapso de los servicios públicos. Este cuadro ha empeorado por el desplome de los precios del petróleo, casi única fuente de ingresos de Caracas.

El desafío de Guaidó estuvo precedido por el anuncio del Departamento de Justicia de Estados Unidos, que el jueves 26 de marzo presentó cargos criminales por narcotráfico y terrorismo contra Maduro, Cabello, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y buena parte de la cúpula oficialista. No contentas con esto, las autoridades norteamericanas le pusieron precio a la cabeza del gerifalte chavista: 15 millones de dólares.

Consultado sobre la pertinencia de esta acción en medio de la pandemia del coronavirus, el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, expresó: “Este es un buen momento porque el pueblo de Venezuela está sufriendo. La mejor manera en que podemos ayudar a Venezuela en este momento es librar al país de esta camarilla corrupta”.

Sin cuartel

El oficialismo ha respondido cerrando filas, desatando la operación “Furia Bolivariana” para hostigar a diputados opositores en sus propias casas, y amenazando a Guaidó con cárcel. “La justicia les va a llegar a todos. Operación ‘Tun-Tun’ -allanamientos policiales- a todos los terroristas, a todos los violentos y conspiradores. A ti te va a llegar la justicia, no te pongas a llorar por las redes sociales”, exclamó Maduro evitando mencionar el nombre del líder del Parlamento.

Este martes 31 de marzo el fiscal general chavista, Tarek William Saab, citó a Guaidó para que comparezca el jueves en el marco de la investigación de un presunto complot urdido por el mayor general retirado Clíver Alcalá Cordones, quien el sábado se entregó a la justicia colombiana y posteriormente fue extraditado a Estados Unidos. Antigua figura del chavismo que después pasó a la disidencia y se marchó al exilio, Alcalá Cordones está involucrado en la misma causa que los tribunales norteamericanos abrieron contra Maduro por narcotráfico.

Minutos después de la intervención de Saab, el foco de atención se trasladó a Washington, donde el secretario de Estado, Mike Pompeo, ratificó su respaldo a Guaidó y su plan de instalar un “gobierno de emergencia nacional”. Pompeo aseveró que la presión económica continuará hasta que el régimen acepte una “verdadera transición democrática”, y sentenció: “Maduro nunca más gobernará Venezuela”.

“Que el usurpador asuma su responsabilidad y acepte la oferta que le ha hecho la comunidad internacional. Varios de los suyos han entendido que es la única opción para superar la crisis. Y nosotros vamos hacer todo para preservar la vida de nuestra gente”, disparó Guaidó en Twitter, sugiriendo que factores del chavismo estarían sopesando la idea de sacrificar a Maduro.

El canciller chavista, Jorge Arreaza, reaccionó de inmediato para despejar toda duda. “Ellos pueden decir lo que quieran, cuando quieran, como quieran pero las decisiones en Venezuela, se toman en Venezuela, con sus instituciones y su Constitución. Nosotros no estamos tutelados por Estados Unidos”, aseveró.

Dicen que el coronavirus cambiará al mundo. Quizás también sacuda y transforme a la atribulada República Bolivariana. A un escenario explosivo, afectado por la emergencia humanitaria compleja, la caída de los precios del petróleo y las sanciones norteamericanas, ahora se suma un inesperado detonante: la pandemia. En la pelea por el poder en Venezuela, no hay distanciamiento social que valga. La lucha es cuerpo a cuerpo.

Bolívar tiene razón, por Ángel Oropeza

UNO DE LOS CONCEPTOS MÁS ampliamente estudiados en la Ciencia Política es el de “gobernabilidad”, entendida esta de manera sintética como una propiedad de los sistemas políticos definida por su capacidad para satisfacer de manera eficiente y adecuada las demandas de la sociedad a quien sirve.

Desde el punto de vista psicosocial, la gobernabilidad se asocia con el grado de acatamiento o aceptación mayoritaria de las acciones gubernamentales por parte de los ciudadanos, y en este sentido tiene que ver con un concepto relacionado como lo es el de “legitimidad de reconocimiento”. Por otro lado, desde una perspectiva técnico-administrativa, la gobernabilidad se asocia con el grado de eficacia y eficiencia en el desempeño del equipo gubernamental, y con su control sobre los procesos políticos y económicos de un país.

Lo contrario a la gobernabilidad, por supuesto, es la ingobernabilidad. Y esta se define, en consecuencia, como la incapacidad de los gobernantes para satisfacer las demandas y expectativas de la población, y por la falta de control sobre los procesos económicos y políticos.

Una rápida mirada a la Venezuela de hoy nos habla a las claras de una situación típica e innegable de ingobernabilidad. Quienes ocupan el poder en el país no gobiernan, ni en el sentido estricto de satisfacer las necesidades básicas de la población ni desde la perspectiva del necesario control sobre los procesos sociales. Y para muestra hay más de un botón.

El régimen de Maduro no puede con la economía (somos hoy el único país del planeta con hiperinflación, con una recesión y decrecimiento ya crónicos, y con un porcentaje mayoritario de la población con severas limitaciones para acceder a la alimentación y a los servicios básicos de salud, luz, agua y educación), no controla la moneda (cada vez más devaluada y casi inexistente), no puede con el hampa (desde que las actuales personas que ocupan el poder lo hacen, somos el país más violento e inseguro del mundo), y ni siquiera controla el propio territorio nacional, hoy víctima de la presencia activa de paramilitares y delincuencia organizada.

Si la capacidad de gobernabilidad es la principal característica de un gobierno, y estamos en presencia indiscutible de una situación de ingobernabilidad estructural, entonces en Venezuela se puede afirmar con propiedad que no existe un gobierno sino unos individuos que ocupan el poder. En sentido estricto, el régimen de Maduro no gobierna, solo usa el poder.

¿Para qué existen los gobiernos? Existen para satisfacer las demandas y necesidades de la población, para administrar los recursos públicos de manera eficiente de cara a la satisfacción de esas necesidades, para garantizar la vida y el bienestar de la población, para asegurar la paz y la convivencia nacional, y para resolver a través de sus instituciones y acuerdos las diferencias inevitables entre personas y sectores distintos. Si ello no ocurre, el gobierno de que se trate no tiene sentido, justificación ni razón de existir.

Venezuela necesita con urgencia un gobierno. Los símbolos y espacios de poder están ocupados por personas que se refugian allí y utilizan el poder. Pero usar el poder y gobernar son dos cosas diferentes. Mientras el beneficiario de lo segundo son los ciudadanos y el país, los que practican lo primero lo hacen fundamentalmente en su propio beneficio.

En 1819, y como parte de su célebre Discurso de Angostura, el Libertador Bolívar afirmaba que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política.

Coherente con este pensamiento, un régimen que condena a la población al hambre y la infelicidad, que le priva de siquiera las condiciones mínimas de seguridad social, y que al criminalizar y perseguir a quien no piense igual aleja toda posibilidad de paz y estabilidad política, se convierte de hecho –siguiendo a Bolívar– en el más imperfecto y perjudicial de los gobiernos. Tanto, que ni siquiera merece ese título.

 

@AngelOropeza182

Dos fundamentos que debemos rescatar, por Alejandro Armas

NO PUEDO OLVIDAR LA TENSIÓN que reinaba en el ambiente aquel día de enero de 2016. Los diputados opositores electos semanas antes llegaron para formar, por primera vez, una mayoría disidente del chavismo en la Asamblea Nacional desde que este cuerpo reemplazó al Congreso de la República. El aire estaba impregnado de rumores sobre un acto de fuerza por parte del régimen de Maduro que impediría la instalación de un poder público adverso. Aunque la jornada concluyó sin violencia en el Capitolio, pasó poco tiempo para comprobar que la elite chavista no estaba dispuesta a tolerar la pérdida del control absoluto del país. Un recuento de todo lo que ha hecho para anular la AN me tomaría la columna completa. Basta con señalar, como el último eslabón de esa cadena impresentable, la gravísima persecución a la que ha sido sometida un grupo de legisladores.

La AN está siendo desbaratada en cámara lenta. En vez de una disolución al estilo de Fujimori o, por volver con el ejemplo criollo, un asalto homicida como el que lanzaron las huestes de José Tadeo Monagas el 24 de enero 1848, los diputados están siendo separados de sus curules uno por uno y llevados a la clandestinidad, el exilio, la cárcel o, al momento de escribirse estas líneas, una siniestra falta de paradero conocido tras la detención. Las sesiones no han cesado, pero es innegable que el parlamentarismo venezolano se encuentra en la lista de especies en peligro de extinguirse. Semejante posibilidad es, sin consumarse, una aberración que atropella casi 400 años de progreso en la filosofía política. Aunque en esta columna siempre se comparan hechos del presente con los del pasado, hoy me voy limitar al terreno de la historia de las ideas para exponer el retroceso que Venezuela está experimentando.

Junto con la pintura de Rafael y la escultura de Miguel Ángel, entre tantas otras maravillas, el Estado moderno es uno de los hijos más destacados del Renacimiento. Teóricos como Tilly atribuyen su aparición al desarrollo de nueva tecnología bélica. Otros, como Spruyt, apuntan a una alianza entre monarcas y burgueses para socavar las bases del feudalismo. Como sea, el proceso se dio sin un ideario teleológico que lo impulsara. Fue entre los siglos XVI y XVII, luego de que la evolución desechara los modos de ordenación política medievales, que al Estado se le dio una razón de ser teórica. ¿Materialismo histórico? Quizá. Hablando de eso, fue Hobbes, un destacado materialista, quien hizo el mayor aporte filosófico al Estado como constructo social necesario. En resumen, el secretario de la familia Cavendish argumentó que, para que los seres humanos pudieran vivir en paz y prosperidad, era necesario entregar el monopolio de la violencia legítima a un ente que se encargara de protegerlos. Dicho ente es el Estado, que está encabezado por un individuo o asamblea investido con soberanía absoluta, intransferible y, léase bien, indivisible.

Desde luego, visto desde nuestra perspectiva del siglo XXI, el Estado hobbesiano luce espantosamente opresor. Afortunadamente, poco después de Hobbes hubo un Locke, quien advirtió que la soberanía absoluta equivale a tiranía y que, por ello, conviene ponerle límites. En su preclaro Segundo Tratado del Gobierno Civil, Locke planteó la necesidad de dividir el poder del Estado entre quienes diseñan las leyes y quienes las administran. Esos son, por supuesto, el poder legislativo y el poder ejecutivo. En rigor, Locke fue la cima de una corriente de pensamiento que se desarrolló en Inglaterra durante el tumultuoso siglo XVII, cuando el país se debatió, llegando a la guerra civil, entre la monarquía absoluta y el régimen parlamentario. Desde antes de que se desataran las hostilidades, juristas ingleses estaban alertando que las decisiones de los reyes Estuardo atentaban contra los derechos tradicionales que se remontaban a la Carta Magna. Hayek sostuvo que la corriente inglesa de separación de poderes tenía como fin último la preservación de la libertad individual. Con la Revolución Gloriosa, Inglaterra, que pronto se metamorfoseó en Gran Bretaña, pasó a ser uno de los pocos Estados europeos en los que el absolutismo no se arraigó.

En pleno Siglo de las Luces, Montesquieu dio un paso más y añadió a la dupla de Locke un tercer poder: el judicial, para interpretar las leyes y dirimir disputas legales entre los ciudadanos. Ese mismo siglo fue testigo de otra importantísima contribución al pensamiento político occidental. Me refiero al constitucionalismo. Esta vez la batuta la llevaron los progenitores de la primera república americana. Madison, Jefferson, Hamilton y otros concibieron una ley fundamental para el funcionamiento del Estado que garantizara la separación tripartita del poder y de esa forma protegiera la paz entre sus ciudadanos con el menor riesgo posible de coerción al individuo. Desde entonces, la Constitución estadounidense ha servido de modelo para incontables leyes fundamentales en los más diversos rincones del planeta. Sobre todo en Latinoamérica se han hecho intentos de emularla, a menudo sin éxito por razones que ameritan otra columna.

Sin embargo, de forma paralela a esta tradición liberal se han desarrollado otras formas de pensamiento político. Rousseau concibió una soberanía que, como la hobbesiana, es absoluta. Pero la atribuyó a la ciudadanía en pleno y no al ente representativo que Hobbes tenía en mente. Esta aproximación tiene sus luces y sombras. Por un lado, significó una contribución gigantesca a la idea de una república democrática, en la que el pueblo está permanentemente facultado para decidir. Por el otro, la soberanía democrática, al no tener límites, fácilmente degenera en tiranía de las mayorías presentada como voluntad general. No queda en este sistema ningún resguardo para el sujeto individual y la suerte de cada persona puede ser decidida por lo que el colectivo determine.

Por último, en Schmitt la noción de soberanía ilimitada alcanzó su expresión más peligrosa. Su soberano tiene la capacidad de decidir cuándo se debe instaurar un estado de excepción que le permita gobernar de forma dictatorial. Es como un presidente que puede darse a sí mismo una ley habilitante. Al igual que Rousseau, el jurista germano repudió el parlamentarismo representativo inglés por sus facciones y sus negociaciones, cuya conducción atribuyó a elites partidistas. Prefería una asamblea popular sin pluralidad y que estuviera en sintonía permanente con el líder. El tono populista y totalitario es bastante evidente, lo cual nos lleva de vuelta al chavismo y su visión del ejercicio del poder.

A la elite que gobierna Venezuela le desagradan la separación de poderes y el constitucionalismo precisamente porque, en términos coloquiales, le impiden hacer lo que le da la gana. Chávez simuló lo contrario mandando a redactar una Constitución que incluyera cinco en lugar de tres de poderes pero no tardó en demostrar que los quería todos sometidos a su persona. La quintaesencia de tal despropósito retrógrado la expuso la entonces presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, cuando espetó con desparpajo que la división de poderes atenta contra el funcionamiento óptimo del Estado. Agregue a eso, estimado lector, el abuso de leyes habilitantes para transferir la facultad legislativa a Chávez y a Maduro. También la pretensión de reemplazar gobernaciones y alcaldías con comunas que dependen ideológicamente del chavismo. Lo más grotesco ha sido la formación de un cuerpo colegiado hecho a la medida de los intereses de la elite gobernante, al que se le atribuye una “supraconstitucionalidad”, intento de legitimar el poder ilimitado.

Nunca hubo cabida para una AN plural en este esquema. Mucho menos si la controla la oposición. Por eso el régimen desde principios de 2016 se aseguró de confiscarle sus funciones. Ahora confisca sus integrantes. Los venezolanos no podemos acostumbrarnos a este regreso de la soberanía absoluta. Pido disculpas si la columna de hoy pecó de excesivo tono didáctico, pero creo que nunca está de más recordar estas nociones de teoría política. Rescatar la separación de poderes y el constitucionalismo es un deber urgente.

 

@AAAD25

Mambrú se fue a la guerra. ¡Qué dolor…! Por Orlando Viera-Blanco

«Estamos en pleno desarrollo de una ola popular y masiva (Dixit Elliott Abrahams), detonantes en sana paz la primavera venezolana…»

Está viviendo el momento político más importante y relevante que haya tenido la historia contemporánea de nuestro país. Sabemos que es la peor crisis humanitaria que haya registrado el hemisferio, por lo llegó  la hora de echar el resto sin derrotismos porque están dadas todas las condiciones para acabar con una crisis muy profunda y injusta, donde la solución no es paliar…

Nunca como hoy

Hemos llegado a un punto ideal. Un liderazgo político joven que conecta por primera vez con las masas  de abajo hacia arriba. Un pueblo extenuado pero despierto y dispuesto a llegar porque la necesidad no resiste indisciplina.

Tenemos una alianza internacional sólida, amalgamada, solidaria, decidida a ir donde decidimos llevarlo.  Un ex gobierno sin piso político interno ni externo dependiente de cuatro bayonetas y gatillos alegres con licencia para matar en motocicleta. Hay que decretar también el cese de la violencia y de “los colectivos”.

Un ex gobierno con una fragilidad financiera nacida de su ineficiencia, corrupción institucional.  Un Presidente (E) como Juan Guiadó con un liderazgo centrado en su capacidad de organización. Que decidió noble y valientemente jugársela, armando un mega movimiento social, político, gremial, ciudadano, humanitario y atención, NACIONALISTA, incontenible. Entonces  aquellos que tratan de minimizar o fragmentar el peso del momentum político que vive el país de la mano de Juan Guaidó denunciando maliciosamente “diálogos soterrados” (que no los hay) o enalteciendo argumentos aventurero e irresponsables, por irreales tipo marines llegando por Puerto Cabello o batallas en el Lago de Maracaibo, lo que hacen es desmerecer el enorme alcance político que se ha alcanzado y la magnitud de lo que hemos logrado de la mano de un liderazgo noble y un  pueblo que le secunda.

Quienes cuestionan “fotografías” y reducen la política a sumar followers están banalizando un momento de inmensas posibilidades de mutación de poder. Parafraseando a Jefferson que decía, “tiemplo por mi país cada vez que digo que pudiéramos tener los líderes que merecemos” porque tiemplo por Venezuela cada vez que veo a los detractores destruir del liderazgo que merecemos. ¿Acaso es justo demonizar un valor tan superior como la luz de la esperanza y la libertad encarada en un buen lidera por reducir el debate político al oficio ocioso e insincero del argumento de ¡Mambrú se fue a la guerra…! Lo único que vendrá de esa melodía será  ¡Qué dolor, qué dolor qué pena, […] Mambrú ha muerto, que dolor, que dolor, que entuerto!

Tiempo de edificar

Hay otros “franco tiradores” no precisamente del ex gobierno. Ese ataque sigiloso y artero que a fin de cuentas no suma sino resta y divide.

Lo que hemos logrado a nivel internacional es sumamente meritorio, aquilatado e importante, por inédito. Las relaciones entre naciones son sumamente complejas. Sin embargo-en la complejidad- hoy hemos logrado incomodar y acorralar al ex gobierno de una forma indoblegable. Esto es extraordinario.  Es la diferencia entre ganar o perder. Por eso la volatilidad sembrada desde espinales de quiebres en la disidencia ponen la ruta ácida, ausente  de abonos, mieles y semillas.  En 90 días contar con un representante en la OEA, dominio sobre Citgo, un representante en el BID, un cuerpo diplomático firme, el reconocimiento de 60 países del orbe como Gobierno Interino y de la emergencia humanitaria compleja, es una victoria titánica que recaracteriza al régimen.

¿Es suficiente la tesis intervencionista poner en riesgo la alianza y la eficiencia política que suponen estos avances? A lo interno Guaidó ha superado todas las expectativas de movilización [en un país hasta ayer en la lona]. Un armador nato ¿No es acaso la consolidación de un liderazgo que merecemos cuidar y seguir? Como dice el Eclesiastés: Tiempos de destruir y de construir. Ahora son tiempos de edificar…

La salida y la llegada…

A raíz de la reunión de Embajadores en la Ciudad  de Bogotá confirmo nuestra hipótesis: La salida no tiene marcha atrás. Estamos en pleno desarrollo de una ola popular y masiva (dixit Elliott Abrahams), detonante en sana paz la primavera Venezolana… Las circunstancias ni los tiempos son dóciles pero si determinables. Y el futuro como fue analizado en la Cumbre de Bogotá de cara al Plan País, espectacular y provisorio por realizable. No es una quimera: Venezuela en muy corto tiempo registrará el rebote más cimero que país alguno haya tenido en la historia de Latinoamérica. Aceptémoslo. El que tiene oídos que escuche…

La capacidad del Presidente Juan Guaidó de emplazar un gran movimiento ciudadano tiene como nutriente un retorno país sin precedentes.  La salida del ex gobierno y la llegada de la transición democrática viene.  Poco sirve al ex gobierno que repita mil veces “no nos vamos”. Irremediablemente sucederá y mucho más rápido de lo que “las mareas de fondo y silenciosas” son capaces verse.

No sólo vengo satisfecho de Bogotá. Vengo convencido que se cumplirán los objetivos asistidos además de un cuerpo diplomático excelente, de una agenda política muy elaborada, una comunidad internacional resteada y un liderazgo interno-popular y organizado-imbatible. ¡Vamos muy bien! Confiemos…

@ovierablanco

Evo Morales admitió que se acostumbró al poder y no quiere dejarlo

EVO MORALES, PRESIDENTE DE BOLIVIA, admitió que se ha acostumbrado al poder y no quiere dejarlo. La declaración fue realizada al recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de San Carlos de Guatemala.

El presidente boliviano se encuentra en dicho país para asistir este viernes a la XXVI Cumbre Iberoamericana que se celebra en la ciudad de Antigua.

Recordó la lucha sindical y de los pueblos originarios que hace más de 12 años lo llevaron al poder, una posición a la que aseguró haberse acostumbrado y de la que no quiero salir. “Ese es el problema que tengo», expresó.

El Consejo Superior Universitario de la institución le otorgó una distinción a Morales por su aporte “a la justicia y progreso de la humanidad».