Estamos ante un perdedor que revierte (a la fuerza, con violencia o valiéndose del poder corrupto la derrota vivida
“Ser una rémora” adquiere sentido en aquella situación en la que existe algún obstáculo que complica el desarrollo normal de un proceso en particular. Cuestión más común en el ejercicio de la política que en otro contexto.
Siempre el individuo, en su afán de alcanzar un objetivo, choca con algún estorbo que dificulta el logro del propósito anhelado, calculado o esperado. De ahí el adagio que reza “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Aunque en política, el tropiezo es reiterado hasta la saciedad. Cada vez hay más motivos y se tienen más argumentos para repetir el tropezón.
En política es casi propio que su desenvolvimiento se tope con alguna dificultad advertida. Todo pareciera como un denominador cuya representación funja cual múltiplo común, máximo o mínimo, ante lo que esté operando a nivel de numerador.
Valga esta comparación o paráfrasis a manera de referencia que pueda explicar el problema que atraviesa el ejercicio de la política. Más toda vez que alguna rémora atasca el curso del proceso político. Y en lo particular, cabe aludir la actitud retrógrada y testaruda de un régimen cuya ideología contempla aquella táctica propia del juego manipulado. O de la trampa calculada.
Se trata del axioma lúdico según el cual, “el juego se desarrolla a instancia del poder que sus jugadores se arroguen en aras de lograr el triunfo necesario”. Y en política, esta estratagema adquiere el valor que mejor le asigne quienes dominan la situación que consagra el manejo del poder. O sea, la manipulación de la fuerza.
Quizás esto mejor puede explicarlo el hecho de rememorar el mando del juego cuya pelota es propiedad de alguno de los jugadores. Más si la actitud del jugador se presta a maniobrar con malicia o egoísmo el desarrollo del juego. Para ello, ese mismo jugador advierte que retirará la pelota del campo si pierde el juego.
Y eso, no es otra forma de demostrar el sentido equivocado del equilibrio del jugador que ha perdido. O que esté perdiendo. No entiende que en el juego debe preceder y presidir el concepto de “democracia”. Y demás valores morales y políticos que le sean inmediatos. Es lo que debe signar toda confrontación que se precie de reglas equilibradas.
Es lo que con frecuencia ocurre en ambientes salpicados o cundidos de subdesarrollo o de incultura política. Particularmente, cuando se organiza un proceso electoral. O donde se pone en relevancia la fuerza política dominante. Es ahí donde el problema se repite. Y adquiere razón el adagio de tropezar reiteradamente “con la misma piedra”. Y todavía, no aprende. Como dice el popular refrán: “vuelve la burra al trigo”.
El actor político tropieza de nuevo con el mismo mogote. Y ello acontece al no discernir o comprender la situación que debe atravesar. Por eso, conforme a la razón y en atención al riesgo en ciernes, vuelve a equivocarse. Eso hace ver, que no ha aprendido a superar las contingencias. Entonces el problema reincide. Y hasta con mayor ímpetu.
Sin duda alguna, no puede esconderse que la torpeza es testaruda. Es ahí cuando la situación en cuestión, consume recursos. Exalta violencia. Agota disposiciones. Infunde confusiones. Es el escenario perfecto para incitar más problemas.
Es característica propia de regímenes testarudos para los cuales es “prioritario” reivindicar la obtusa visión a la que, por conveniencia, se apega sin medir consecuencia alguna. Sus intereses están por encima de las necesidades que verdaderamente hacen cimbrar las realidades.
Es el ejercicio de la política troglodita. La expresión de un concepto de política desfasado de las exigencias que clama el siglo XXI. Es esa política que aplica o sobreviene cada vez que se viven coyunturas infames. O que comete graves errores, pero concebidos presumidamente, como pautas para decidir medidas absurdas y torcidas.
La testarudez del actor político (tozudo) en juego, se arroga la creencia de que está anotándose el triunfo de la ocasión (crasa ignorancia). Es la manifestación de todo un tinglado de ortodoxas consideraciones. Y que, en política, se conoce como aquella incoherencia o incongruencia de la cual se vale un perdedor para revertir (a la fuerza, con violencia o valiéndose del poder corrupto) la derrota vivida. Es la paradoja del perdedor porfiado (cualquier parecido con la realidad política venezolana, es mera ¿casualidad?).
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