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Cuando desde la política se negocia la miseria
En la negociación de México las expectativas no se corresponden con la situación de crisis y de emergencia humanitaria que vive Venezuela

 

@ajmonagas

En la pobreza, el hombre puede salvaguardar la magnificencia de sus sentimientos. En la indigencia puede conservar la vergüenza a pesar de las atribulaciones que lo envuelven. Pero en la miseria nada puede hacer, pues todo cambia tan rápido, como rápido sucede el destello de un relámpago en medio de un vendaval.

La miseria es un vicio del cual se aprovechan estafadores, embaucadores y apostadores para beneficiarse de la desdichada condición de quienes, caídos en desgracia, buscan desesperadamente aferrarse a alguna brida para intentar su inmediata salvación. Además, difícil de lograr.

Respuestas vacías y negocios

El problema emerge cuando la miseria se topa con la política. Ahí la política busca paliar dicho problema creando otros. Así, indolentes y frígidos politiqueros advierten en tan “primorosas” ocasiones, pingües oportunidades de negocio. Oportunidades estas generalmente contentivas de los recursos y causas necesarias para convertirlas en impúdicos motivos para negociar lo posible. Incluso, en contra de principios, razones de moralidad y referentes éticos.

Además, acuden a estrategias que luego de asomar presumidas hipótesis salen con un “chorro de babas”. Así se permitan concluir con respuestas vacías, pero que en aras del provecho rebuscado entre los intríngulis de algún negocio “en puerta”, exprimen al máximo la situación en beneficio propio.

Plena razón tuvo Nikita Kruschev, dirigente de la fenecida URSS, para decir que “los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”.

El subdesarrollo es escenario vivo de este tipo de situaciones. Siempre presididas por individuos revestidos de poder político, caracterizados por ser politiqueros carentes de vergüenza. Y que lejos de evitar o reducir problemas, los incitan o encubren.

Diálogo vs negociación

Venezuela no ha escapado de caer en tan maloliente fosa. De hecho, cada negociación o mal llamado diálogo que ha venido realizándose en lo que va de siglo XXI, convocados por el actual régimen, ha sido razón para disfrazar de interés nacional lo que concierne a problemas relacionados con su despótico ejercicio de gobierno.

Estos encuentros entre factores de la oposición democrática y del régimen no han constituido diálogo alguno. La acepción de diálogo implica la comunicación de una verdad protagonizada por quienes son capaces de enlazarse a través de la palabra. Mientras que una negociación es un proceso donde el escepticismo marca la pauta del encuentro. El mismo implica que las partes a negociar se encuentren dispuestas a renunciar a algo. Ello, a fin de ganar lo que mejor favorezca los intereses en juego. Y en política, esas partes están revestidas de la mayor desconfianza que amenaza con trabar cualquier posible arreglo.

La negociación que esta vez escogió a Ciudad de México como escenario que brinda ciertas garantías, no ha sido fructífera en lo que respecta a reducir la brecha que acentúa las diferencias entre las propuestas de libertad y manifiestos de crasa terquedad.

Negociaciones que conducen al limbo

En el fragor de las realidades que pesan sobre Venezuela, estos procesos de negociación fundamentan sus intereses en un cuadro donde la relación “ganar-ganar” es difícil de entenderse como estrategia política. Sobre todo, cuando las partes negociadoras saben que negociar no es vender. Tampoco, convencer.

En política, negociar es no verse aplastado por la furia del adversario. Y tal consideración hace que los propósitos en juego tiendan a confundir toda la argumentación en ciernes.

En lo que corresponde a la negociación que está apuntándose en México entre representantes del régimen y de la facción representativa de la aludida Plataforma Democrática Unitaria, se volvió una entelequia. En un cuento de camino. Y frente al cual se imponen los intereses de quien detenta el mayor poder político.

Por eso, la filósofa alemana Hannah Arendt refería que “las cuestiones políticas son demasiado serias para dejarlas en manos de los políticos” Cuestiones tan serias como la reinstitucionalización del país y el regreso a la democracia.

El comodín de la Guayana Esequiba

A decir del dicho popular que reza, “una mala transacción es mejor que una buena batalla”, en México poco o nada se alcanzó. Ni siquiera por haber sido todo una mala transacción. El problema de lo que ha sido la negociación, que tiene a México como grama de teatro, es que las expectativas no se corresponden con la situación de crisis y de emergencia humanitaria que vive Venezuela.

Solo dos acuerdos de sobrante razón que tocan el problema de la soberanía de Venezuela sobre la Guayana Esequiba. Y que no formaban parte de la negociación en curso. Más bien, sonaron a comodines que buscaron darle un giro de fácil entendimiento a las diferencias en juego. O que fueron parte del pertrecho diplomático del cual el régimen quiso aprovecharse para luego argumentar que su labor habría alcanzado algún resultado.

El actor norteamericano Groucho Marx decía que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar luego los remedios errados”.

Los inventivos y las sanciones que buscaban imponerse o evadir, hicieron que todo terminara reduciéndose a una pérdida de objetivos claros. Y que lejos de lo que pudo hacerse, todo pareció replicar el problema de cuando la política se sirve de las personas para hacerles creer que se les sirve a ellas. Es como cuando se negocia la miseria.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Acción de exterminio, por Marianella Salazar

 

La mayoría de los venezolanos sentimos que estamos atrapados en un caos. Gente con cara de tristeza infinita devolviendo productos y víveres en la caja de los supermercados, abastos y en mercados populares, porque no puede pagarlos; he visto gente llorando porque sufre ante la impotencia de no poder llevar alimentos a sus hijos. Las esquinas de Caracas están llenas de minusválidos, jovencitas indigentes con sus niños a cuestas pidiendo limosna o algo qué comer. Causa el mismo malestar dar unos bolívares que no valen nada que no darlos; avergüenza bajar la ventanilla y dar una limosna y, peor aún, si se mira hacia otro lado.

La pobreza extrema crece aceleradamente y está a la vista de todos. En cada esquina hay gente que se disputa con los perros abandonados desperdicios en las bolsas de basura. El estado de desnutrición que se observa en gran parte de la población es solo comparable con la situación en la africana Biafra, donde los niños mueren de inanición.

La cotidianidad en Venezuela, al invertir los días en la ardua tarea de buscar precios más económicos, se ha convertido en una verdadera tortura. Muchas personas se están desprendiendo de todos sus objetos de valor, incluso de recuerdos que tienen un inapreciable significado sentimental, de sus anillos de boda, medallas de bautizo, de cualquier prenda que se haya salvado de los atracos en la calle o de los robos en sus propias casas. Nadie sabe de dónde ni cómo va a sacar dinero para comprar comida y poder matar el hambre.

Calculan que la inflación llegará a 300.000% para finales de año. El rubro que más sube es el alimenticio. El presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, Rafael Guzmán, informó que “se necesitan 200 salarios mínimos para cubrir el costo de la canasta básica”.

Resulta escalofriante ver las cifras del “Ranking inflación promedio”, en el que Venezuela se ubica en el primer puesto con 2.068,5%, y los otros siete países que le siguen en la medición se sitúan a una distancia abismal, como Angola, con 17,8%, y Argentina, con 18,7%, seguidos por Sudán, Egipto, Nigeria, Congo y Ghana, con porcentajes que oscilan entre 16% y 19%. Estamos frente a una espiral perversa y devastadora que solo conduce a la ruina y la miseria.

La insostenible situación es producto de las políticas económicas o la falta de ellas y del modelo “robolucionario”. Su gran fracaso recae exclusivamente en los gobiernos de Chávez y Maduro, que con sus proclamas nacionalistas escondieron una terrible pesadilla que ha desembocado en esta catástrofe, que ha llevado a organismos internacionales a disponer de recursos y enviar ayuda humanitaria a las fronteras con Brasil y Colombia, donde llegan miles de venezolanos que han emprendido el incierto camino del exilio huyendo, entre otras cosas, de la hambruna.

La emigración se plantea como única disyuntiva, real o imaginaria, ante la tragedia que vivimos. El gobierno nunca aceptará la llegada de la ayuda humanitaria bajo la premisa indigesta de que significa un injerencismo. La lógica del poder totalitario, siempre deshumanizado, asociada a una concepción militar de la política y el ejercicio de la represión hasta el terror, se convirtió, por obra y gracia de Nicolás Maduro, en una acción de exterminio.

Lo único que puede revertir la crisis económica y el resto de las crisis que nos agobian y se están tragando nuestro futuro es un cambio de gobierno, y no será por la vía electoral, porque la naturaleza del régimen es antidemocrática. Su salida es cuestión de tiempo. Por ahora solo se vislumbra un escenario de implosión social carente de cauce político, ante una dirigencia opositora desarticulada que no genera confianza.

@AliasMalula

El Nacional

May 08, 2018 | Actualizado hace 6 años
Caos, por Alejandro Moreno

 

La oposición al régimen demasiadas veces está centrada en la persona del presidente, como si eso fuera lo determinante. No parece comprenderse que no se trata de personas. De personas también, por cierto, pero no son ellas lo determinante, lo decisivo, de modo que, saliendo de ciertas figuras, de los nombres más significativos que aparecen como quienes deciden los destinos del país en este preciso momento histórico, no se solucionarán los problemas de miseria, de inhumanidad y de opresión violenta e implacable que padecemos.

Nuestro problema, en profundidad, no es de personas sino de sistema. Entendámonos. Sistema es una totalidad de vida, pero de vida en su sentido más profundo, un modo de concebir y hacer la vida real de los seres humanos. Si esta totalidad se logra establecer en toda forma de existencia humana, se habrá completado el sistema. Esta revolución es eso lo que busca, lo que desea, lo que planifica y lo que está poniendo seriamente en marcha. Por eso, por la totalidad absoluta del concepto de la existencia humana, la revolución nace y renace, surge y resurge, revive y resucita constantemente en la historia. Fracasa y vuelve a fracasar, pero cuando eso sucede en un lugar, encuentra las condiciones para resurgir en otro. Y las encontrará siempre. No podemos esperar que desaparezca algún día. Por lo menos no es previsible su desaparición en un tiempo preciso y próximo.

Por esta pretensión de buscar y provocar una forma de existencia, una forma de estar en el mundo, totalmente otra, sin relación ninguna con lo existente, lo primero que produce es el caos. Pero ese caos no suele durar. Es prontamente sustituido por la tiranía total que pone orden en las almas y en los cuerpos. En las almas, sí, porque la revolución llega a formar parte de los entresijos más íntimos de los espíritus. Esa es por lo menos su pretensión, su proyecto y, a veces, su logro.

En nuestro caso, aquí, sí están implicadas las personas concretas dada su incapacidad de poner orden y superar el caos, cosa que lo hace tan terriblemente prolongado. Su error ha sido dejarlo libre, dejar que se produzca por su cuenta. En esto ya hemos llegado al caos casi total en todo y le va a resultar imposible tanto al sistema como a las personas superarlo.

Este estado de caos general es su debilidad. Nos abre puertas no solo a la esperanza sino a la seguridad.

Mientras el caos campa por sus respetos, ayudemos a poner fortaleza en los espíritus, en la profundidad de las almas, con la fe, la esperanza y el amor a la vida y a los hermanos. Será nuestro triunfo.

 

ciporama@gmail.com

Condiciones de la mala vida, por Carlos Patiño

CondicionesdeVida

 

“¡Tú me estás dando mala vida!”

Mala vida; MANO NEGRA

“Aquí todo va de mal en peor”

Es que somos muy pobres, JUAN RULFO

Como en Las mil y una noches, los cuentos de la “revolución bolivariana” son mentiras que se enlazan una tras otra en una espiral de ofertas engañosas en procura de la supervivencia diaria. La diferencia estriba en que en la época de Sherezade, el registro de falsedades no estaba al alcance de un clic, lo que le permitió a la mujer aplacar la furia del Sultán hasta lograr el perdón de su condena. En cambio, la más mediática de las revoluciones registra su galería de promesas rotas sin pudor ni atenuantes.

En el año 2012, el fallecido Hugo Chávez aseguraba: “con las grandes misiones, Venezuela logrará pobreza cero. Antes que finalice el 2019, en Venezuela habrá miseria cero y pobreza cero.” La realidad es que ahora somos más pobres y las misiones prácticamente han desaparecido, limitándose a la entrega de cajas CLAP. Basta con detenerse en una calle cercana a algún supermercado para ver adultos, niños y ancianos comiendo desperdicios de las bolsas de basura.

En palabras textuales de Chávez, antes de su llegada al poder millones de niños y niñas morían de hambre y la pobreza general estaba cerca del 50%. Su gobierno la había reducido a un 27%.  Sin embargo, según la recién presentada Encuesta Condiciones de Vida en Venezuela (ENCOVI), elaborada por las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, la pobreza alcanzó el 87% en 2017; es decir, aumentó 60% en apenas un lustro; porcentaje incluso mayor al 50% que encontró el máximo líder de la revolución en 1998.

Otro dato revelador de la caída libre en el foso de la miseria la ofrecen las cifras de inflación del mismo período. De acuerdo al Informe Anual de Provea, los índices de inflación en el 2012 equivalían al 20,1%. Cinco años después, la Asamblea Nacional ubicó la inflación, devenida en hiperinflación, en 2.616%. Y según el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (CENDA), por primera vez en 60 años un salario mínimo mensual es inferior al mínimo requerido por día para una familia alimentarse. Una familia venezolana requiere de 51 salarios mínimos solo para cubrir sus gastos básicos en alimentación.

Estos datos revelan que el Estado venezolano incurre en graves violaciones de derechos económicos y sociales básicos para una vida digna. La pobreza está reconocida por Naciones Unidas como un estado general de violación a los derechos humanos. Un fenómeno multidimensional que comprende la falta de ingresos y de capacidades básicas para vivir con dignidad.

El artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios. El falso gobierno humanista de Nicolás Maduro perdió el fuelle de su narrativa progresista y cada día está más al descubierto ante el pueblo y el mundo como lo que es: una dictadura que viola derechos humanos. Y hasta los cuentos más largos, cuando ya no tienen mucho que decir, llegan en algún punto a su inevitable fin.

@carlosdpatino

Paris Match: Venezuela, el país que deja morir de hambre a sus hijos

LeMonde

Recientemente la revista Paris Match publicó un reportaje titulado «Venezuela, el país que deja morir de hambre a sus hijos».

En el texto, firmado por la periodista Laurence Debray, se cita el caso de un estudiante universitario que, al iniciar su carrera (cuando Chávez asumió el poder), ganaba el equivalente a 1.200 euros al mes. 18 años más tarde, con un doctorado alcanzado, su salarió cayó a 4 euros.

En apenas un año, los venezolanos perdieron un promedio de ocho kilos. Aquellos que se han adherido a los valores del chavismo reciben la caja del CLAP mensualmente.

A pesar de esta situación, el oficialismo no ofrece estadísticas. Cuando Antonieta Caporale, ex ministra para la Salud, admitió un aumento de 30% y 65% en la mortalidad infantil y materna, fue despedida de su cargo.

«La mitad de los niños con cáncer murió antes de Navidad debido a la falta de medicamentos. Nuestros hospitales se han convertido en hogares «, dijo un pediatra que prefirió resguardar su nombre por temor a represalias.

Asimismo menciona cómo la revolución bolivariana destruyó el aparato productivo del país a través de las expropiaciones. La corrupción  habría desaparecido 70 mil millones de euros de las arcas del Estado.

A todo esto se suma la grave inseguridad de Venezuela. Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo: un venezolano muere asesinado cada 19 minutos. Los residentes de la capital se han acostumbrado a los secuestros y los asaltos.

Aquí el reportaje completo en francés Paris Match

Los descreídos, por Laureano Márquez

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Quizá el mayor daño que el régimen ha hecho no es la destrucción de la industria petrolera ni la desaparición del oro ni la quiebra de la agricultura y de la industria; no es ni siquiera el condenar al exilio al 10% de la población, la destrucción del sistema educativo y el haber conseguido que Venezuela tenga la inflación más grande del planeta, que la mortandad de cada día sea solo un dato estadístico, que los niños estén muriendo de desnutrición. El mayor daño lo ha hecho en la demolición del alma nacional, de la esperanza ciudadana, de la dignidad de un pueblo. También han sucumbido —en este asalto a la cordura— el sentido común, la bondad, la tolerancia, la compasión y el respeto.

El mayor daño ha sido hecho en nuestros corazones, que se han vuelto incrédulos, desconfiados; que solo ven maldad y traición por todas partes. Ya no confiamos en nada ni en nadie; toda opinión que no sea la nuestra nos parece interesada, despreciable, digna de agresión e insulto. Estamos en una torre de Babel de sentimientos. La destrucción es, pues, mucho mayor de lo que parece a primera vista. Ya hay momentos en los que dudamos de que Venezuela tenga salvación. Somos una tierra en la que toda maldad tiene su asiento. Estamos cercanos a eso que Hobbes llamaba el “estado de la naturaleza”, es decir, el estado previo al ordenamiento jurídico, a las leyes morales, a las normas de convivencia que hacen de un hombre un ser humano. Estamos —diría Hobbes— “en un estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos”.

Santo Tomás de Aquino decía que un tirano se apropia no solo de los bienes materiales de su pueblo, sino de sus bienes culturales; suprime los valores porque requiere un pueblo que sea lo menos virtuoso posible y promueve la enemistad entre los ciudadanos apelando al viejo principio de “divide y reinarás”. El tirano “despojado de la razón, se deja arrastrar por el instinto, como la bestia, cuando gobierna”, nos dice el Angélico. De esta manera logra envilecer a los ciudadanos hasta el extremo, porque sabe que así los somete mejor. Sin duda, en Venezuela este instinto ha funcionado a la perfección. Los venezolanos hemos sido envilecidos al extremo.

Cómo haremos para volver a creer en nosotros mismos, para considerarnos un pueblo digno de progreso y bienestar, de libertad y democracia; digno de vivir feliz sin necesidad de huir de su tierra. Es una pregunta que nos atañe y nos concierne a todos. En nuestro horizonte hay demasiada hambre, demasiada sangre, demasiado odio. Necesitamos con urgencia volver a creer en algo: creer que somos posibles, que podemos respetarnos y tolerarnos, que comer es una actividad normal del ser humano, que podemos transitar calles seguras, que los desacuerdos no nos condenan a asesinarnos, que hay esperanza y futuro y que ese futuro puede ser del tamaño del empeño que pongamos en él. No puede ser que una tierra que es capaz de producir tanto talento, tantas individualidades inteligentes y capaces, esté condenada al fracaso como proyecto común.

Esta lucha comienza en nosotros mismos. Corazón adentro debemos hacer que Venezuela renazca como una aspiración de fe en nuestro espíritu, comprometida con valores, principios e ideas. La lucha es afuera y es adentro. Volver a creer en nosotros es el primer paso para salir de esto, porque a esa certeza no hay fuerza humana que la someta. Ese día veremos a la tiranía desvanecerse hasta convertirse en un mal recuerdo, como cuando, mirando un viejo retrato de nosotros mismos, caemos en cuenta de lo feos que fuimos alguna vez.

 

Se intensifican las protestas en el interior del país

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En varias ciudades del interior del país se han presentado protestas por la escasez de comida, gasolina, gas doméstico, retardo en la distribución de los Clap, supuesto incumplimiento del gobierno en entrega de juguetes, perniles y bono navideño. Algunas manifestaciones han sido dispersadas con bombas lacrimógenas por la Guardia Nacional.

Amazonas: Transportistas cerraron la avenida 23 de Enero, exigiendo combustible. Esgrimen que tienen más de 72 horas sin gasolina. «Fuimos reprimidos a punta de plomo por la Guardia Nacional como va a ser posible, nosotros lo que queremos es gasolina para trabajar, seguiremos en las calles», dijo el conductor Pedro Carrillo.

Anzoátegui: Vecinos cerraron la intercomunal Tigre-El Tigrito entre la redoma y Makro, protestando por la escasez de comida. 

 

Bolivar: El supermercado «Dí a a Día» cerró sus puertas por un supuesto intento de saqueo. La GNB dispersó a las personas que se aglomeraron frente al establecimiento. Segun el periodista Javier Ignacio Mayorca hubo 28 detenidos y ocho comercios afectados por los disturbios del pasado 25 de diciembre.

 

  Portuguesa: Habitantes del barrio Nuevas Brisas y Cementerio trancaron y quemaron cauchos en protesta por falta de gas doméstico.        

 

 

Merida: Personal protestó a las puertas del Hospital Universitario por falta de pago, a la par habitantes trancaron acceso a las ciudades de Mérida y El Vigía por falta de gas doméstico y gasolina.

Nueva Esparta: Manifestantes bloquearon la avenida Juan Bautista Arismendi a la altura de La Isleta. Exigieron la presencia de las autoridades porque no les llegó el pernil prometido.

Sucre: Segun El Pitazo, 20 personas fueron detenidas en la localidad rural de Saucedo en el municipio Ribero, luego que reclamaran por el pernil que les ofreció el gobierno el pasado 24. Mientras en el sector La Llanada de Cumana, vecinos impidieron el paso de vehículos exigiendo juguetes de calidad para sus hijos, expuso un reporte de Radio Fe y Alegría.

Zulia: Un grupo de madres se reunió frente a la alcaldía de Maracaibo para reclamar por el incumplimiento en la entrega de juguetes  

 

¿Felices en la miseria?, por Antonio José Monagas

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El concepto de felicidad no sólo remonta a cuentos, mitos y leyendas que exaltan situaciones imaginarias de gozo provocadas por lo que fue deseado o disfrutado en un momento dominado por hechos inverosímiles protagonizados por personajes especiales. También, refiere condiciones puntuales de la vida del hombre toda vez que, luego de superar dificultades, logra adecuar su voluntad a la realidad dentro de la cual suscribe sus actos y decisiones. Sin embargo, el susodicho concepto no es fácil de comprender. Mucho menos, de sencilla aplicación o manejo.

Su concepción remite a reflexivas consideraciones llevadas de la mano de renombrados estudiosos de las ciencias filosóficas y teológicas. Desde la felicidad como principio, hasta entenderla como valor. En cualquier caso, hay una diferencia entre el hecho de concienciarla y la disposición de asumirla. Fundamentalmente, porque en su esencia se ocultan distintas variables algunas de las cuales no sólo son desconocidas. Sino que también, en su naturaleza hay otras que son propias de los sentimientos y razones que llevan al individuo a experimentarla según su modo de vida, de cultura, moralidad y expectativas personales.

Si bien es posible asentir que la felicidad puede encontrarse en distintos momentos de la vida del ser humano, también debe aceptarse que, intentar acceder a ella, confunde y embrolla la capacidad de placer que puede sentirse. Pues no es igual vivir la sensación de felicidad, que deleitarse en la emoción que puede causar la posibilidad de vivenciarla.

Justamente, en el centro de esa maraña salta la política cual depredador al acecho de su presa. Además, en el fragor de la espesura o escenario que ayude a ejecutar el propósito trazado. Bien por hambre, o por perversa rutina. Pero así, tal cual, opera la política en su afán de apropiarse o conquistar el espacio necesario o suficiente determinado por su sed de poder.

Bajo este esquema, funciona todo proceso político toda vez que se arroga el pretendido argumento de actuar en nombre de alguna supuesta “revolución”. O dicho de otra forma. Que apegado a extremismos ideológicos que comprometen la felicidad del hombre como fin u objetivo, las realidades terminan expresándose subordinadas a acciones devenidas en actos de fuerza y arrojo de violencia política. En eso se convierten los hechos tildados de “revolucionarios”. Es decir, en respuestas incapaces de motivar lo que en principio sirvió para conmocionar toda una muchedumbre ansiosa de elogios. O sea, de “felicidad”.

Pero esa felicidad (entre comillas), escasamente exalta futilidades de las cuales se vale un dirigente de partido político para emocionar a quienes caen en el juego del “iluso apesadumbrado”. O como refirió Francois de La Rochefoucauld, escritor francés, “ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices, que en tratar de serlo”.

El populismo que por estos días derivó en “populacherismo”, basó su discurso en ofertas engañosas que desvirtúan las verdades y sus realidades mediante razones que solamente caben en las miserias que dicha ideología ha sido capaz de movilizar. Ni siquiera de justificar. A pesar del momento histórico en que surgió. De ahí el pensamiento de John Locke, filósofo inglés, cuando expuso que “los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”.

Ese modo cínico y cerril de ejercer la política, llevó a que dejara de pensarse que la felicidad sólo se encuentra donde hay virtud y esfuerzo. Definitivamente, la felicidad no es competencia de tareas politiqueras aducidas de cara a pomposas promesas u ostentosos juramentos. En esos términos, no luce conveniente hacer ver que la felicidad no está a la vuelta de la esquina. Por lo contrario, los intereses politiqueros hacen creer que la felicidad es potestad del modo de gobernar. Y en esa dirección, la politiquería dirige sus esfuerzos.

El caso Venezuela, es el paroxismo de la ridiculez toda vez que el alto gobierno busca seducir a quienes por ilusos, caen en la trampa de “expertos engañadores” cuyo trabajo como “encantadores de oficio” excitan una población carente de más mínimo conocimiento sobre el concepto de “felicidad” y sus implicaciones. Ese mismo pueblo, ignorante de las verdades sobre las cuales se tejen los inconvenientes de tan enmarañado concepto, deja de esforzarse en vivir sobre constructos propios, por esperar que el gobierno central le resuelva sus problemas acercándolos mentirosamente al estado de “felicidad” prometido en cada discurso pronunciado.

Deberá inferirse que en esta Venezuela, tal como está, sumida en la ruina a la que condujo el régimen gracias a la corrupción y a la desidia de sus gobernantes, es difícil que algún venezolano, ni siquiera los altos dirigentes políticos o afectos al régimen, logre ser feliz. A menos que se imagine serlo. O acaso los venezolanos, conscientes de la crisis alcanzada, pueden –milagrosamente- ser ¿felices en la miseria?