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Redacción Runrun.es Abr 02, 2017 | Actualizado hace 7 años
Humano Derecho: con Diario Adopta

¿Los animales son un regalo apropiado para los niños?, ¿Qué suceden con los refugios de animales en el país?, ¿Por qué la “Misión Nevado” no está funcionando?; Este y otros temas los estaremos conversando con Yoleimy Villegas, representante de Diario Adopta (@diarioadopta), una iniciativa de rescate y adopción de animales en situación de calle.

“Los animales son una vida que tienes y no la puedes desechar luego, esto sucede porque las personas no tienen un plan de vida y sucede el abandono. Actualmente trabajamos con donativos y ayudamos a los animales, desde el aspecto médico hasta encontrarles un hogar. Los refugios están colapsados y no cuentan con el espacio suficiente para albergarlos. En cuanto a ‘Misión Nevado’ hemos ido, pero no cuentan con tantos insumos; es solo un apoyo”

Las pausas planeadas por @fanzinero y @MelanioBar para este Humano Derecho son la mítica banda punk de California, Nofx con su nuevo sencillo “Oxy Moronic”, lanzado en el 2016 como una crítica hacia las drogas legales; desde Valencia nos llega el talento nacional con la banda “Los Confleis”, con su promocional “Estamos para vivir” y para cerrar con la agrupación Rancid y su canción “fall back down”

Conducido por Melanio Escobar y Rafael Uzcátegui, somos el radioweb show semanal que mezcla la buena música con gente que ayuda gente. Transmitido por diferentes plataformas del país, es producido por Redes Ayuda y Provea. Más contenido enwww.humanoderecho.com

Las mascotas venezolanas pasan hambre al profundizarse la crisis económica

Levantarse y ver la misma escena desoladora cada amanecer se ha vuelto una agonía para Carlos Parra.

«Niña», su bóxer albina de cinco años, ha pasado en los últimos meses de ser un animal saludable a casi un esqueleto ambulante que todas las mañanas yace junto a la cama de Parra, un desempleado que enfrenta serias dificultades para llevar algo de comer a la mesa de sus padres… y al plato de su mascota.

«Es fuerte sentarse a comer y verlos a ellos hambrientos mirarlo a uno y uno sin poder hacer nada», confesó desconsolado Parra, de 30 años. Tifa, su otra mascota, es una perra mestiza de 14 años que apenas logra ocultar su delgadez debajo del abundante pelaje.

En Venezuela, los pobres y una cada vez más exigua clase media enfrentan una severa crisis económica que se ha traducido en una escasez de alimentos y unos precios por los cielos que les hace difícil, si no imposible, conseguir ciertos productos. Y la precariedad alcanzó a las mascotas, forzadas a pasar hambre y muchas de ellas incluso a ser abandonadas en las calles, donde cada día es más común ver gatos, perros de raza y mestizos, que buscan comida en cualquier rincón y basureros.

Parra, quien a principio de año perdió su trabajo al quebrar la tienda de zapatos donde trabajaba, ha tenido que aprender a elegir entre comer él y sus padres, o la «Niña» y «Tifa».

«Nosotros también nos hemos acostado a veces sin comer y es fuerte», dijo este hombre que por años vivió con las comodidades de una familia de clase trabajadora de la ciudad central de Barquisimeto. Su madre, que vendía cosméticos, también quedó desempleada y la familia intenta vivir con los 23 dólares de la pensión mensual de su papá.

El alimento para perros ha subido en más de 50% en los últimos meses, hasta superar los 4 dólares el kilo. En una acción desesperada, Parra recurrió a principios de agosto a un grupo de Facebook, «Ayuda al perro callejero», para pedir comida. Pero hasta ahora solo una joven le regaló una bolsa de alimento que le duró para unas pocas semanas.

El hombre admitió que el futuro de sus mascotas es incierto.

Aunque no hay cifras disponibles, activistas y veterinarios han reportado un creciente número de perros y gatos abandonados en parques, basureros, a las puertas de refugios, clínicas privadas y centros de protección de la «Misión Nevado», un programa lanzado por el presidente Nicolás Maduro en enero del 2014 para atender a animales callejeros y que fue inspirado en el nombre del perro del Libertador Simón Bolívar.

El técnico veterinario Angel Mancilla, que participa en la «Misión Nevado, dijo que el principal centro en Caracas alberga casi un centenar de perros y gatos, pero que prácticamente colapsó por el alto número de animales abandonados.

«Uno llora todos los días. Sales traumatizado todos los días», dijo, tras relatar que han encontrado perros amarrados frente a los postes de luz del centro.

La veterinaria Russer Ríos, jefa de división del Centro de Protección y Control Animal del municipio capitalino de Baruta, dijo que diariamente abandonan a las puertas de la institución de «ocho a diez animales», entre perros y gatos.

«Años atrás los perros que entraban aquí era porque estaban en situación de calle, o por maltrato animal… Ahora lo están dejando porque no tiene como mantenerlos», indicó Ríos. El centro que dirige tiene capacidad para apenas 40 perros y 36 felinos.

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En un intento por tratar de enfrentar la situación, el centro de protección comenzó a dictar talleres a los dueños de mascotas sobre alimentos alternativos basados en verduras y proteínas, e incluso los procesos que deben seguir para eventualmente llevarse a los animales al extranjero y evitar abandonarlos en medio del creciente éxodo de los venezolanos.

Algunos refugios privados, como la Fundación Protectora de los Animales y el Ambiente (Funasissi), también se han visto golpeado por la crisis.

«No tenemos nada ni para ellos ni para nosotros. Estamos viviendo al día», dijo Katty Quintas, una de las fundadoras de Funasissi, que opera en el oeste de la capital y alberga actualmente a unos 158 perros y 56 gatos rescatados de las calles y basureros.

«A veces le damos (a los perros y gatos) la comida que le dan a los pollos. Tenemos que dárselo porque no tenemos más nada», añadió mientras caminaba en medio de una pequeña y humilde cocina y era observada sigilosamente por tres delgados gatos que desde el techo de la nevera esperaban la hora de la comida.

Los problemas para garantizar el alimento a los animales también han llegado a algunos zoológicos e hipódromos. Entre marzo y mayo pasado, 72 caballos murieron por inanición y mala alimentación en el hipódromo de Santa Rita de la ciudad occidental de Maracaibo, que había cerrado por problemas con bandas de delincuentes.

El Instituto Nacional de Hipódromos dijo los equinos murieron porque los propietarios y entrenadores no los alimentaron, pero uno de los veterinarios aseguró a The Associated Press que los cuidadores tomaron la decisión sólo de alimentar a los mejores ejemplares para intentar por lo menos salvar a ellos, y al resto se les dejó de dar comida.

Para algunos, la solución frente a los problemas de alimentación de sus animales es que alguien más se haga cargo de ellos.

María Galindo Suárez, un ama de casa de 52 años, ofreció en adopción a «Princesa», una golden retriever de cinco años, y a «Boby», un mestizo de dos años, que han sobrevivido gracias a los restos de comida y reducidas raciones de alimento para perro que le donan sus vecinos.

«Para nosotros es bastante triste tener que salir de ellos, pero la situación no nos deja otra opción», dijo Galindo, de El Rosario, en la popular barriada de las Minas de Baruta al este de la capital, y quien aún espera que alguien reciba a sus perros.

«Se me hace forzado pensar que los perros no tienen comida, pero si gasto en los perros, ¿qué le doy a los chamos (niños)?», añadió la mujer mientras contemplaba con tristeza a una dócil «Princesa», cuyos huesos resaltan a pesar de su abundante pelaje marrón claro.

Una perrita, la calle y yo Por Gonzalo Himiob Santomé

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Siempre lo he dicho, y además Caracas todos los días me da lo que se necesita para constatarlo: Entre los grises, el continuo mirar por encima del hombro y todo eso que nos hace a veces odiarla intensamente, siempre se cuela un rayo de luz, un trocito de magia, algún asombro que nos recuerda por qué amamos tanto a la Odalisca rendida a los pies de ese Sultán enamorado que es y para siempre será el Ávila. Solo hay que saber dónde mirar.

Este cuento es real. Hace unos días salí, como cada vez que puedo, a correr un poco. Les ruego que no me malinterpreten, no estoy alardeando al narrarles esta historia, no soy maratonista, atleta, ni nada de eso. Solo soy un cuarentón, cercano a cincuentón, un poco pasado de peso, que quiere cuidarse y dedicarle a su salud al menos una hora al día antes de arrostrar la brega cotidiana con la que todos lidiamos en este país desencajado. Cuando “ya no se tienen quince” hacer ejercicio cada día no es un solo un divertimento, es una necesidad. Al menos así me lo recuerdan cada vez que pueden los médicos, sobre todo cuando tu mamá se fue temprano a causa de un infarto y tu abuelo por parte de papá, en su momento, también. Riesgo genético por los dos lados pues, así que toca preocuparse y ocuparse.

Todo el que corre sabe que las batallas que se libran en ese breve espacio en el que pateas el suelo como si en ello se te fuera la vida no admiten faranduleo ni son contra nadie en particular, son contra ti mismo. El único y verdadero enemigo a vencer te mira cada mañana desde tu espejo, echándote en cara tus excesos y tus flojeras. No saben cuánta razón tienen los que te dicen que la parte más dura de todo entrenamiento es superar la modorra matutina y ponerse los zapatos. Lo demás viene solo.

Así que soy, o fui hasta hace poco, un corredor solitario. La única carrera en la que he participado fue hace más de un año, una de una popular marca de bebidas deportivas, y eso fue porque mi compadre Henry, asiduo corredor, me regaló la inscripción por mi cumpleaños, que coincidió con el día de la carrera. Fue divertido, lo confieso, pero prefiero el espacio de introspección que cada mañana me brinda mi solitaria escapada al asfalto. No llevo audífonos mientras corro, para estar pendiente de lo que pasa a mi alrededor (la calle no es muy amistosa con los corredores) y para poder pensar en paz y sin interrupciones. Así aprovecho para meditar sobre lo que haré durante el día y poner en orden sentimientos e ideas y para cavilar, cuando toca, sobre qué escribiré cada semana. Ese día, mientras corría, pensaba en el cuento navideño que, como todos los años, publicaría esta vez.

Desmadejaba una historia mientras buscaba mi ritmo y sentía el frío decembrino en el rostro, cuando un ruido extraño e inusual me sacó de mis pensamientos. Era un sonido raro, una mezcla entre arañazo y jadeo muy cercana, tan cercana que aunque varias veces volví la vista para ver de qué se trataba, al principio no pude verla. Solo cuando ya había dado mi primera vuelta, la vi.

Detrás de mí, una perrita, evidentemente callejera, marcaba su paso y me seguía. Al principio no hubo nada particular en ello, pues no son pocas las veces en las que un perro cualquiera se te acerca cuando corres. Debe ser algo instintivo, pero no siempre vienen con buenas intenciones, así que me puse en guardia.

Sin embargo, no pasó nada malo. La perrita se limitaba a ir detrás de mí. Podía desistir cuando así lo quisiera, o también adelantarme cuando le viniera en gana, pues a final de cuentas es un cuadrúpedo mucho más ágil y veloz que este bípedo regordete, pero no mostró el más mínimo interés en hacer ni lo uno ni lo otro.

Me tocaba marcar 8.5KM. Pensé, “sobrado” como decimos acá, que la perrita se cansaría y se iría, pero estaba equivocado. Tanto perseveró sin alejarse de mí que hasta los obreros de las construcciones con las que topo en mi trayecto, que me ven cada día en las mismas lides, empezaron a bromear sobre mi nueva compañera de trote. La perrita, sin quererlo, se había convertido en todo un acontecimiento vecinal. Hasta unos Testigos de Jehová, que esa mañana tomaron nuestra calle, empezaron a decir “¡Alabado sea Dios!” cada vez que nos veían pasar.

¿Qué podría estar pasando por la mente de la perrita? Vivía en la calle, eso era evidente, y si alguna vez había tenido dueño nadie podía saberlo. Quizás se sintió atraída por el ritmo continuo de mi carrera, quizás le llamó la atención, mi (me imagino) no muy grato olor a ejercicio mañanero, pero quizás había en su demostración algo mucho más denso: Tal vez, como todos nosotros en algún momento, quiso dejarse llevar y sentirse parte de algo que fuera más allá de ella misma.

Entendí que la perrita, sumida en privaciones y faltas de afecto que muy pocos de nosotros podemos siquiera imaginar, lo que quería era escapar de su propia soledad. Buscaba amor, como todos nosotros, y no me ofrecía más que su lealtad a cambio. Me dio una lección que me enterneció.

Terminé, y apenas crucé mi meta final, me detuve y me agaché para agradecerle el gesto. Me miró con ojos adustos, sin un dejo de miedo, y sencillamente se acercó y apoyó su cabeza en mis rodillas. La acaricié y mis manos quedaron negras, impregnadas de la suciedad que llevaba en ella como un emblema, pero no me importó. El vigilante de mi edificio, que fue testigo de todo, salió de inmediato con un cuenco con agua que le ofreció a mi compañera, pero ella prefirió quedarse en mi regazo. Luego busqué a mi esposa y le conté toda la historia, y bajamos con algo de alimento para la perrita. Ella no lo aceptó. Volvió a acurrucarse en mí y allí se quedó hasta que tuve que irme. Me di cuenta entonces de que tenía un pronunciado bulto en el cuello, así que traté de llamar a un veterinario que fuera a atenderla, pero siendo diciembre y ya cercana la Navidad, fue imposible que alguno acudiera. Decidimos llevarla a cualquier clínica que nos la recibiera, pero cuando la buscamos de nuevo, ya no estaba.

Pasaron dos días en los que no pude correr, pero “Yotrota” (así la llamé para mí mismo) no abandonó mis pensamientos. El 24 de diciembre volví a correr, y no puedo negar mi ansiedad mientras bajaba. Ya no quería correr solo, y ansiaba de corazón encontrarme de nuevo con “Yotrota” para que me acompañara en mis vueltas. Al principio no la vi, así que empecé a correr un poco apagado. Pero al cabo de unos minutos volví a escuchar detrás de mí ese sonido raro que aquella primera mañana me había desconcertado.

Me volví y allí estaba ella, siguiéndome. No podría asegurarlo, pero quienes tienen perros saben de qué hablo: “Yotrota” sonreía.

Dios fue este año muy generoso conmigo. Entre muchas otras bendiciones, me dio una esposa maravillosa, una hija mágica y un pequeñín por venir… y también me dejó un hermoso regalo de Navidad: Ya no troto solo, ahora tengo una compañera. Espero que me deje cuidarla para que así sean muchos los kilómetros y la vida que recorramos juntos.

@HimiobSantome

Niña de 4 años alimenta y controla a seis pitbulls (Video)

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Quien haya visto comer a un perro grande lo último que pensará es que puedan tener autocontrol, y que cuando vean la comida nada más existirá en su mente hasta que se la coman. Pero la realidad es bien distinta, todo es cuestión de educación.

Una niña de 4 años prepara la comida ante la excitada mirada de 6 pitbulls tan grandes como ella. Pero no se están peleando por ver quién come primero, sino que la joven los hace esperar en fila y hasta que no les da permiso, no empieza el festín.