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Orlando Viera-Blanco Oct 12, 2021 | Actualizado hace 1 mes
El comunismo redentor
Tiempo de reivindicar la democracia liberal, relanzar el camino industrioso, armonioso/civilista entre capital y trabajo, de la prosperidad y la inteligencia del hombre, peligrosamente abatido por el comunismo redentor

 

@ovierablanco

Enrique Miguel Sánchez Moto en su obra Historia del comunismo, de Marx a Gorbachov, el camino rojo del comunismo nos comenta: “El marxismo y su vertiente político social, el comunismo, son totalitarios y obligan a los individuos a compartir la idea oficial y a no discrepar. Si lo haces (disentir) te espera el infierno del terror policial. Ese es el chantaje que ha vivido Venezuela y Cuba, y que por más de 70 años azotó la Rusia leninista, la China de Mao, secuestró el telón de acero de Europa del Este, a Vietnam o a Corea del Norte. 

Verdades y mentiras del comunismo

¿Qué hay detrás del comunismo? ¿Cuáles son sus verdades y sus mentiras? El primer mito del marxismo-comunismo es su oferta celestial. Una suerte de sistema de igualdades, que garantiza la paz eterna en un mundo ateo, donde todos somos iguales, socializamos libremente por no ser propietarios y lo entregamos todo para recibirlo todo. El comunismo se define como “una doctrina política, económica y social que aspira a la igualdad de las clases sociales por medio de la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción (la tierra y la industria)”.

A partir de esa vocación de fraternidad infinita e igualitaria, de ese ateísmo libertario y espiritual (donde la libertad del hombre racional e inteligente no existe sino por concesión de un estado contralor), el comunismo emerge como la nueva representación de la liberación en la tierra. De allí que el pensamiento marxista siga gozando de la tolerancia, la comprensión y el aplauso de muchos políticos, profesores e intelectuales, así como de propietarios o comentaristas de medios de comunicación (Sánchez Moto dixit).

Las tres grandes mentiras: I. Su oferta igualitaria a partir de la cual –al decir de Tocqueville– liquida la libertad; II. Vivir sin propiedad es bueno; III. El Estado es el garante de la paz porque evita el lucro (convirtiéndose ese “estado”, en el gran benefactor, propietario y explotador).

Las tres grandes verdades y carencias: I. Aceptación de la violencia para derrocar el orden social existente; II. La implantación de la dictadura del proletariado, una dictadura de partido único, y III. La eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y de la economía de mercado.

La utopía del corazón

Lo cumbre de esta suerte de discoteca semántica reflexiva, socialista e intelectual, entre verbos y sentencias audaces, melodiosos, idealistas y románticos que los comunistas usan para atrapar el listón, es que ni practican lo que predican, ni a ciencia cierta se han leído El capital de Marx. «Luces» que encienden una sibilina inocuidad; palabras de paz que justifican el amor y la guerra a la vez, que nos conducen ciegamente a la teoría del poder absoluto y totalitario, con una sonrisa a flor de labios.

Alerta Sánchez que este modelo, “fue la referencia progre por excelencia y aún hoy sigue siéndolo para muchos… ¡Oh, la Cuba de Castro! ¡Oh, la boina del Che Guevara!” Cuantos bustos, camisetas, alegorías, templos y discursos desde la trasnochada Europa aún rinden oda a la revolución cultural de Gramsci, la bolchevique, la mexicana o la cubana, o el libro rojo de Mao, amén de la hambruna, la violencia y miseria que dejaron a su paso. 

“Los crímenes de las dictaduras comunistas a pesar de ser mucho mayores en número y crueldad que los de las dictaduras de derechas, son silenciados”. Y Sánchez hace una advertencia nada despreciable. “Muy pocos los denuncian (…) Igual ocurre con los crímenes de los grupos terroristas de izquierdas que, con éxito o sin él, han intentado implantar dictaduras comunistas. Se les suele considerar como «guerreros de la libertad y la justicia social» y nunca se les relaciona con los campos de concentración y con las salas de tortura”.

El presidente estadounidense Ronald Reagan, en Arlington, Virginia, el 25 de septiembre de 1987, habría dicho: “¿Cómo distingues a un comunista? Bueno, es alguien que lee a Marx y a Lenin ¿Y cómo distingues a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y a Lenin”.

El justo medio entre libertad y fraternidad

Saint-Simon, Fourier y Owen pusieron de manifiesto que no existe un modelo único de producción y consumo para la sociedad humana. No cabe pensar en aplicar el ordenado régimen que existe en un hormiguero. No cabe pensar en una sociedad que elimine la libertad individual de poder acertar, equivocarse o distinguirse. El reto es definir un marco de reglas de juego que conjuguen la libertad y la fraternidad.

No estoy de acuerdo con la frase de Fourier que dice “no es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, es su ser social lo que determina su conciencia”. Ahí reposa pérfidamente el lenguaje socializante, esclavizante; el silogismo falaz del ser socialista cooptado por la trampa marxista y engeliana del manifiesto comunista: la dictadura del proletariado.

En los años posteriores, Marx y Engels (El Capital , La guerra Civil en Francia, Crítica del programa de Gotha, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado) exhibieron con extraordinaria esencia suma cero “llegar a una lucha final a vida o muerte entre el proletariado y la burguesía, con el objetivo de eliminar la propiedad privada de los medios de producción e implantar la dictadura del proletariado, como etapa de transición hacia la sociedad ideal comunista”.

Sin duda alguna, nos han arrebatado el verbo, la verdad y con ello la ilusión… Tiempo de reivindicar la democracia liberal, relanzar el camino industrioso, armonioso/civilista entre capital y trabajo; de la prosperidad y la inteligencia del hombre… peligrosamente abatido por el comunismo redentor. Tiempo de entender a Marx y a Lenin…

* Embajador de Venezuela en Canadá

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Nov 07, 2017 | Actualizado hace 6 años
La revolución que fracasó, por Carlos Canache Mata

RevoluciónBolchevique

 

El 7 de noviembre (25 de octubre, según el calendario vigente en otros países europeos) se cumplieron 100 años del triunfo en Rusia de la Revolución Bolchevique de 1917, encabezada por Lenin, quien afirmó que “la revolución de los días 6 y 7  ha abierto la era de la revolución social … el movimiento obrero, en nombre de la paz y el socialismo, vencerá y cumplirá su destino”. No fue así, la revolución que nació en aquellos “días que estremecieron al mundo” (John Reed) fracasó, tuvo un fin (1991) muy distinto al profetizado por su principal protagonista.

La revolución bolchevique tuvo su piso ideológico en el marxismo, que predecía que el capitalismo, régimen basado en la propiedad privada de los medios de producción, estaba condenado a su autodestrucción por sus contradicciones internas (“teoría del derrumbe”) y a ser sustituido por una nueva sociedad, la sociedad comunista, en la que se consagraría la propiedad social o colectiva de los medios de producción. Se sostenía, apoyándose en la teoría del valor-trabajo y en la teoría de la plusvalía, que una concentración empresarial incrementada en el capitalismo generaría una mayoría de asalariados explotados que se irían empobreciendo en una miseria creciente (“teoría de la pauperización progresiva”). La sociedad se escindiría en dos clases, la burguesa y la obrera. El proletariado, clase mayoritaria, aceleraría, por la violencia, el entierro del capitalismo, por lo demás ya dispuesto por la historia.

Edward Bernstein, entre otros, en su obra “Las Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia”, publicada en 1899, rebatió dogmas y tesis del marxismo. Cuestionó la “teoría del derrumbe” porque el capitalismo estaba demostrando que era capaz de autocorregirse, de adaptarse a los cambios y sobrevivir. Cuestionó como falsa la “teoría de la pauperización progresiva” porque, a diferencia del capitalismo que conoció y analizó Marx, en el nuevo capitalismo evolucionaba una situación en la que los trabajadores mejoraban ostensiblemente sus condiciones de vida. Cuestionó la supuesta polarización de la sociedad capitalista en dos clases, porque la realidad mostraba que, entre la burguesa y la obrera, se formaba una numerosa y diversificada clase media y aparecían diferencias sociales (ahora acentuadas por la revolución tecnológica) en el seno de los propios asalariados. Cuestionó, en fin, que gracias a la democratización del Estado, al rol activo de los sindicatos, a la existencia de legislaciones sociales avanzadas y de regímenes de seguridad social, el capitalismo iba teniendo progresivamente un rostro distinto al que tenía en la época de Marx, lo que posibilitaba que los cambios no se logren necesariamente por el uso de la fuerza y la violencia.

Lo que ha pasado después, es historia conocida.  El capitalismo sigue vivo y en proceso continuo de reformas internas impulsadas por los cambios tecnológicos. En cambio, el comunismo desapareció, per se, en la “madre patria” Rusia, y sobrevive como tal en Corea del Norte y Cuba, mientras que China abre su economía al mercado, aunque conservando su dictadura política de partido único. En Venezuela, lamentablemente, unos revolucionarios de a pie fingen creer en una doctrina que no conocen y están llevando al país a un desastre monumental, ya insostenible.

Si la política no es ajena a lo inevitable, el fin no tardará.

 

 

Utopías, realidades y decepciones marxistas, por Francisco J. Quevedo

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Si algo hemos visto del Socialismo Bolivariano es que saca lo peor del Pueblo, y de sus gobernantes. Los saqueos, la criminalidad, la corrupción, la escasez, la híper-inflación, la devaluación y el deterioro físico y moral de Venezuela parecen ser «el legado». En pocas palabras, ruina para muchos, fortuna para pocos.

Si bien los marxistas alegan que el individualismo, raiz del capitalismo, es injusto porque lleva a la explotación de los menos favorecidos, quizás por designios del destino pero muchas veces porque retribuye el esfuerzo que muchos no hacen, resulta que ha sido bajo este modelo que las economías del mundo han alcanzado máximo desarrollo, generado máxima riqueza y repartido más beneficio y felicidad. Solo basta comparar los estándares de vida de los países del G-7 original contra la otrora Cortina de Hierro. ¿Dónde estaban el racionamiento, la escasez, la corrupción y la represión, de este o del otro lado del Muro de Berlín? ¿Y de dónde, para dónde se escapaba la gente? ¿Hacia dónde reman los balseros cubanos, hacia Cuba?

Hay una inmensa diferencia entre el pensamiento económico, las utopías marxistas – leninistas, y la conducta económica. El ser humano no nace ni crece para hacer el bien colectivo. En efecto, eso no está a su alcance. Para eso existen los gobiernos que deben hacerse cargo de crear condiciones básicas para el bien comun, para que se haga justicia, para la defensa y para el mejor funcionamiento de la dinámica más natural de las sociedades modernas.

Ciertamente, el individualismo, y la especialización del trabajo, es la base del capitalismo, partiendo del libro de Adam Smith, «La Riqueza de las Naciones», escrito en 1776, justo cuando los EE.UU. se independizaba de la Corona Británica. Smith planteaba que el Estado debía permitir el libre juego de la oferta y la demanda, el esfuerzo individual que persigue el beneficio propio, sin intervenir, y que ello llevaría el máximo esfuerzo y beneficio colectivo.

El colectivismo y la centralización, por su parte, son los postulados de Karl Marx, quien en «Das Kapital: Una crítica a la política económica», publicado en 1867, planteaba que «la plusvalía», léase la utilidad del empresario, sería el veneno del capitalismo (Ojo, todavía estamos esperando que haga efecto, 150 años después), y postuló que la transición de un modelo a otro no podría producirse sino a través de una revolución, en el «Manifiesto Comunista», escrito con Engels en 1848, reconociendo así que ésta transición, esta conducta, no es natural, que tiene que ser forzada y que como dijo el Ché, habría que crear un «hombre nuevo». A confesión de parte, relevo de pruebas.

John Maynard Keynes, en «La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero», escrita en 1936, muy en respuesta a la Gran Depresión de 1929, combinaba ambos criterios, el esfuerzo individual con el rol del Estado como la «mano invisible» que promueve el bien común, que cataliza las fuerzas del mercado y evita sus excesos.
Que el modelo comunista o socialista (el término usado en salones de la sociedad para describir lo mismo, diría Marx´en el prólogo del Manifiesto), no funciona, lo han comprobado no solo Maduro, sino Castro y la otrora Unión Soviética, en la medida que otros como China y Viet Nam han optado por un Capitalismo de Estado, explotador y salvaje, que les ha funcionado.

El problema es que la izquierda trasnochada todavía sueña con una sociedad igualitaria, donde el esfuerzo, la mejor preparación y la excelencia no retribuyan más beneficios que la sumisión, cosa que es fácil cuando quien lo propone se come las mieles del socialismo, o cuando sabe que no tiene con qué, si no es poniéndose una gorra roja. Pero, por las protestas que a diario ocurren en Venezuela contra sus desaciertos, contra la inflación y el desabastecimiento, contra la criminalidad y la corrupción, el pueblo no sueña con eso sino que sufre otra realidad..

@qppasociados

Crítica de la desigualdad social y quienes se aprovechan de ella

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Sin duda la superación de las desigualdades sociales es uno de los grandes retos del mundo de hoy. Con esto no me refiero a una redistribución de la riqueza por decreto que establezca la propiedad colectiva de los bienes y servicios, sino a los esfuerzos por minimizar la pobreza lo más posible mediante una combinación iniciativas del Estado, del sector privado y de los propios individuos interesados.

El problema requiere soluciones más urgentes en nuestro propio vecindario: Latinoamérica es la región con el coeficiente de Gini, principal indicador de la desigualdad de ingreso, más elevado en promedio. Aquellos para quienes Ayn Rand es un fetiche pudieran estremecerse ante el solo abordaje de este flagelo y acusar de inmediato a quien lo hace de estar poseído por el alma infernal del Che Guevara e incitar a una revolución para el reparto igual de la miseria. Para todos los extremistas maniqueos no hay matices.

De hecho es todo lo contrario. La mejor vacuna contra las epidemias totalitarias que algunos, como hipocondriacos de la política, creen ver por todas partes, es la mancomunidad de esfuerzos encaminados hacia sociedades sin exclusión. Dondequiera que, por acción u omisión, se niegue a los humildes la oportunidad de mejorar su calidad de vida sin importar su empeño por lograrlo, las utopías comunistas serán un discurso con amplio público. No importa cuántas veces la historia demuestre la inviabilidad de estos experimentos. El muro de Berlín puede volver a levantarse y caer mil veces. Aun así los marginados mantendrán su resentimiento hacia un sistema que los desprecia y soñarán con la revancha.

El marxismo se nutre abiertamente de la lucha de clases. El descontento que a su vez alimenta ese conflicto muy a menudo crece más por las actitudes discriminatorias de quienes se proclaman como sus opositores virulentos, que por las arengas incendiarias de sus partidarios.

El punto verdaderamente trágico de la resultante división insalvable entre “sifrinos” y “niches” ocurre cuando sus beneficiarios finales toman el poder con la promesa de impulsar los cambios necesarios (ay, esos días de febrero de 1999) para ponerle fin a todo aquello y llevarnos al mar de la felicidad popular. Entonces descubren que el poder es un fruto más sabroso que la manzana del Edén, pero a diferencia de la mítica primera pareja, nadie les hará admitir con vergüenza su efecto corruptor.

En la Primera Internacional, Bakunin fustigó a Marx por creer que una vanguardia de ilustrados tomaría en revolución el control absoluto del Estado, que  desde ahí la dictadura del proletariado impondría poco a poco la eliminación de las clases sociales, y que, cuando esto ocurra, el propio Estado desaparecerá. Dicho en criollo, el anarquista ruso le advirtió al alemán que esos revolucionarios con los que se ilusionaba nunca estarían dispuestos a soltar el coroto del poder una vez que lo hubiesen agarrado.

Aunque yo no suscribo tampoco las tesis de Bakunin, hay que reconocer que los años le han dado la razón en esta crítica al socialismo radical estatista. Bajo el pretexto de que no se terminan de dar las condiciones para el comunismo real, los regímenes marxistas más duraderos se prolongan por generaciones. Uno pudiera pensar que, como mínima condición para legitimar la larga transición, los dirigentes renuncien a toda prerrogativa especial y se esfuercen por vivir en iguales condiciones que los trabajadores que juran representar. Pero no. Al final hay una clase política rodeada de privilegios y comodidades, y el resto de los ciudadanos, al que se le exige obediencia y se le prohíbe cuestionar al statu quo (sí, en realidad es sin la “s” al final de la primera palabra). En otras palabras, sigue la desigualdad social.

Venezuela en tiempos de supuesta revolución se ha unido a la lista de ejemplos que ilustran este marco teórico con situaciones y protagonistas reales. En blogs y artículos oficialistas abundan las denuncias feroces sobre la putrefacción en la que el país estuvo hundido durante los cuarenta años de la mal llamada “IV República”. En el aspecto social, la crítica se afinca sobre todo en las postrimerías de ese período. Falta completa de razón no hay. Sería una falla olvidar que en ese tiempo el modelo político vigente estaba agotado, y las condiciones para superar la pobreza, severamente limitadas

Claro que había una corrupción rampante que beneficiaba a unos pocos a costa de muchos. Desde luego que la miseria iba en aumento. Y tampoco es mentira que mientras eso ocurría, las páginas de sociales de los periódicos no paraban de describir textual y gráficamente el derroche del jet set caraqueño. No a todos, pero a una buena parte de aquellos círculos de afortunados les importaba poco o nada lo que pasara fuera de su burbuja de placeres.

La quinta escencia de estos episodios se vio reflejada en la “boda del siglo” entre Gonzalo Fernández Tinoco y Mariela Cisneros: un Rolls Royce para transportar a la pareja de la iglesia a la fiesta, más caviar, langosta, salmón y champaña fina para unos 5.000 invitados, según reseñó entonces el Diario de Caracas. Al mismo tiempo la mayoría de la población difícilmente podía estirar lo suficiente sus “churupitos” para satisfacer sus necesidades básicas. Una semana después estalló el Caracazo, devenido por la épica chavista en efeméride para celebrar el “despertar” de un pueblo harto de la marginación, lo que llevaría diez años después al ascenso de su redentor.

Hoy hay quienes recuerdan con furia aquel pasado y lo esgrimen como argumento para aplaudir el presente. Pero, ¿cuál es la gran diferencia? Los estudios independientes del Gobierno, (incluyendo el de la Cepal; no son solo los de las universidades “de derecha”) han concluido que la pobreza va en ascenso. Las autoridades lo niegan y de vez en cuando sueltan cifras de tendencia contraria, pero no permiten a nadie verificarlas. El problema es cuantitativo y cualitativo: hay más pobres con mayores penurias. Están sometidos a un hampa sanguinaria desbordada, colas onerosas, la inflación más alta del mundo, desabastecimiento crónico de productos y servicios públicos deficientes. Con este cuadro, nadie puede extrañarse de que haya cada vez más protestas y disturbios, como reporta el Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.

¿Afecta la cruda realidad a todos? Al igual que en los ochenta y noventa, no. Hay una minoría que no pisa nunca un supermercado, se trata en el extranjero cuando se enferma y se blinda de escoltas. Una parte considerable de esta élite está formada por funcionarios que, irónicamente, en público se confiesan devotos del “ser rico es malo”, y por empresarios afines o políticamente nulos que han hecho jugosos negocios mediante contratos con el Estado.

La colega Andrea Tosta, con quien compartí aulas, brindó hace poco en el portal El Estímulo un retrato elocuente  a propósito de estos nuevos privilegiados. Su rasgo más distintivo es una ostentación exagerada, frecuentemente de pésimo gusto. Viven en un cosmos de whisky etiqueta azul, desorbitantes apuestas en el hipódromo que no les importa mucho perder y viajes por los destinos más exclusivos del globo.

¡Ni hablar de sus parrandas privadas! Al respecto sí que hay una diferencia con el pasado: hoy no hay periódicos que lo expongan, bien sea porque no se atreven o porque, en caso contrario, les niegan el acceso al papel. Por desgracia para los que quieren celebrar con estricta discreción, a veces se filtra digitalmente un registro gráfico. Así, por ejemplo, vimos recientemente a un diputado, que destaca por su verbo soez y su gusto por el buen vestir, en un rumbón nada socialista, en uno de los hoteles más lujosos del odiado este capitalino y con himeneo cortesía de al menos una estrella de la música pop criolla contemporánea. El motivo fue la boda de un supuesto familiar del parlamentario. No se puede saber si hay un vínculo genealógico, pero lo cierto es que el legislador estaba ahí, y aunque él siempre se ha definido como más rojo que un tomate, las fotos lo muestran muy satisfecho en ese entorno.

Queda claro que la desigualdad social, al igual que la sarna en el estado Vargas reportada por medios de comunicación, aun “pica y se extiende”. Para evitar que más adelante haya también quien sepa aprovecharse de ella, ¿no es lógico combatirla desde ya? Será un proceso largo y difícil, que no vendrá  solo de milagros públicos ni filantrópicos. Pero se puede se dar el primer paso con algo tan sencillo como no hacer muecas de asco ante la sola proximidad de una persona pobre. Por algo se empieza.

@AAAD25

La izquierda radical y Putin: matrimonio por conveniencia

Putin

 

En una de esas revisiones de Twitter que de verdad son por puro ocio y no por trabajo, me llamó la atención  un mensaje de la cuenta oficial de uno de los partidos minoritarios del Gran Polo Patriótico, coalición de partidos que apoyan el Gobierno. Palabras más, palabras menos, decía algo como “¡Estados Unidos pretendía usar el Estado Islámico para controlar Damasco! ¡Intervención de Rusia lo impidió!”.

El trino, como dirían los hermanos colombianos con la acérrima defensa del castellano que los caracteriza, es la más reciente expresión de un curioso fenómeno geopolítico: la afinidad con la Rusia Vladimir Putin de este gobierno identificado con la izquierda radical.

Antes de proceder, debo expresar que soy de los que cree que la vieja distinción de los movimientos políticos entre la izquierda y la derecha está caduca y ya no sirve para análisis de profundidad en la materia. A quienes hoy abusan de esas etiquetas hay que recordarles que se originaron en el contexto muy específico de la Asamblea francesa en tiempos de revolución, hace más de 200 años. Sin embargo, con fines estrictamente didácticos se puede seguir usando este modelo para dar nociones mínimas de lo que puede ser la fauna política en cada país.

Hecha esta aclaratoria, veamos si tiene mayor sentido el apoyo irrestricto de la militancia chavista a Moscú. En primer lugar, puede decirse que ello no tendría nada de extraño si los herederos de Lenin siguieran en el Kremlin. Pero esa época quedó muy atrás, y quien gobierna ese mamotreto de país, a pesar de sus orígenes como oficial de la KGB, de camarada en la lucha contra el capitalismo tiene muy poco.

De hecho, el más simple paneo por el régimen ruso basta para detectar un conjunto de aspectos que más bien se opone a las causas progresistas que el marxismo hoy reclama mezquinamente para sí. Putin no será un nuevo zar, pero para nadie es un secreto que ha buscado el ensanchamiento de las fronteras de su país para reincorporar territorios que alguna vez fueron conquistados por los autócratas de Moscú y San Petersburgo en Europa Oriental y el Cáucaso.

La anexión de Crimea y demás intervencionismo ruso en Ucrania es apenas la muestra más reciente de este expansionismo agresivo. En agosto de 2008, mientras medio mundo estaba hipnotizado por el espectáculo de las Olimpiadas en Beijing, Putin ordenó el envío de fuerzas militares para apoyar movimientos separatistas en dos regiones de la pequeña exrepública soviética de Georgia. En una de esas zonas, Abjasia, la secesión se había logrado década y media antes a punta de uno de los genocidios más sanguinarios y menos recordados de la historia, por el que unos 10.000 georgianos fueron masacrados horriblemente. Eso no le importó a Putin. Tampoco a Chávez, cuyo gobierno al poco tiempo se volvió uno de apenas cuatro que reconocieron la “independencia” de las dos repúblicas. Las comillas se deben a que ambas han sido poco más que satélites de Rusia. Por acciones condenables, pero mucho menos, de Estados Unidos, el comandante y sus seguidores han elevado hasta el cielo gritos de “¡No al imperialismo!”

Pasando a aspectos internos, resulta que la ideología autoproclamada de Rusia Unida, el partido de Putin, es el “conservadurismo ruso”. ¿No es el conservadurismo precisamente lo antagónico a lo revolucionario? En efecto, puede verse cómo, bajo el amparo nacionalista de mantener las tradiciones, en Rusia perduran actitudes francamente retrógradas contra las que el socialismo radical, no sin razón, se empeña en luchar. Por ejemplo, Rusia tiene una de las puntuaciones más bajas entre países desarrollados en cuanto a igualdad de oportunidades para las mujeres. Además, una ley, aprobada en 2013 prohíbe la “propaganda que fomente relaciones sexuales no tradicionales” entre menores. ¿Resultado? Criminalización de prácticamente cualquier acto en defensa de la equidad para personas LGBTI. Más allá de los comentarios machistas y homofóbicos de ciertos personeros del chavismo, este movimiento ha manifestado varias veces su apoyo absoluto al feminismo y la sexodiversidad. Por eso llama la atención que no se haya unido al clamor mundial contra aquellos problemas en Rusia.

Entonces, ¿qué es lo que al oficialismo venezolano le atrae tanto del régimen de Putin? Dentro del viejo espectro político, si uno se proclama de “izquierda radical”, el otro necesariamente está más bien bastante a la “derecha”. La verdad es que no debe imaginarse ese espectro como una línea horizontal recta. En realidad, es una especie de “U” en la que los extremos están bastante pegados. Eso significa que los sistemas políticos que pueden clasificarse de derecha o de izquierda, cuando llevan las propiedades que los hacen tales hacia la radicalización, terminan teniendo mucho en común. Lo que comparten es sobre todo la vocación autoritaria, la intolerancia a la crítica y la oposición. Dicen que los extremistas de un bando profesan un odio mayor hacia los moderados con posiciones cercanas a las propias, que el que sienten por los extremistas del bando contrario. A aquellos los perciben como débiles, indecisos, potenciales traidores.

Aplicada esta regla al esquema legado por los galos, queda claro que lo que une a radicales de derecha e izquierda es el desprecio por quienes están hacia el centro. Concretamente, los movimientos políticos que hasta ahora han predominado en el juego de las democracias civiles más sólidas: la socialdemocracia, la democracia cristiana (y los partidos conservadores inspirados en otras religiones, pero laicos) el liberalismo, etc.

Una vez más la historia da luces en terreno tan sombrío. En la Europa de los años 30, todos temían una inminente confrontación devastadora entre la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista. Gran Bretaña y Francia, las potencias democráticas europeas de entonces, se limitaron por años a apaciguar al monstruo nacionalsocialista para evitar una nueva tragedia bélica en el Viejo Continente. Por eso, debió ser muy grande la sorpresa cuando, en agosto de 1939, apareció Ribbentrop, el canciller alemán, retratado sonriente junto con su par soviético, Molotov, y el propio Stalin.

¿Qué pasó? Pues que las tiranías ideológicamente antagónicas acordaron repartirse Europa sin dejar vestigios de democracia en ella. Decidieron acabar primero con los “patéticos” Estados liberales. Claro, seguramente cada uno por su lado pensaba destruir al otro luego de que se cumpliera ese objetivo. Pero eso es precisamente lo que llama la atención. Es como si dos matones se hubieran puesto de acuerdo para aniquilar a un tercero no muy interesado en la camorra, pero que representa algo que ninguno de los dos soporta, con la tácita promesa de realizar más tarde el encontronazo final que dejará a uno solo de pie, amo de todo el barrio.

Hitler fue el primero en soltar puñaladas contra su “socio temporal”, luego de que se sintió señor de Europa Occidental. Pero metió la pata. Atacó la Unión Soviética sin consolidar las conquistas anteriores, abriendo así una guerra de dos frentes que finalmente contribuyó a su perdición. Stalin, que no era ningún tonto, rápidamente se pasó a la alianza contra el fascismo. Es por eso que en los libros vemos al Ejército Rojo del lado de los buenos y los comunistas alrededor del mundo siguen celebrando su “nobleza”. Olvidan que antes de eso vino el pacto con Hitler, mediante el cual los soviéticos se apoderaron de buena parte de Europa Oriental, sin importarles un comino la soberanía de los habitantes de esas zonas en Estados constituidos.

En conclusión, la curiosa alianza entre Putin y la izquierda radical se fundamenta en la aplicación al juego geopolítico de su rechazo común a las democracias liberales. Este es un fenómeno global. El caso de nuestro Gobierno es solo una expresión. Por eso aquel tuit con el que abre este texto, por eso los artículos en foros digitales chavistas adulando a Rusia, por eso Maduro condena el financiamiento norteamericano de grupos opositores armados en Siria pero alaba como “acto de valentía” los bombardeos sobre ese país ordenados por Putin, como si no causaran bajas civiles ni el gigante eurasiático tuviera intereses en el Medio Oriente.

No conforme con eso, luego de tantos alaridos sobre Estados Unidos conspirando para apoderarse de nuestro petróleo, resulta que la estatal rusa del crudo Rosneft es dueña de 40% de las acciones de Petromonagas, filial de Pdvsa. “¡Yankee, go home! ¡Bienvenidos, camaradas!”

Como nota final, ya que Putin disfruta tanto de exhibirse en actos peligrosos (sedar osos y tigres, conducir un carro de Fórmula 1, pilotar un avión de combate, etc.), propongo que Maduro celebre nuestro “cambio de socios” con un chiste que involucre el apodo “Mr. Danger” en ruso.

 

@AAAD25

La revolución perdió su oportunidad por José Toro Hardy

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A lo largo del Siglo XX casi todas las fuerzas políticas tuvieron su oportunidad en Venezuela. Aunque agazapada en el pensamiento de nuestros dirigentes, a una tendencia ideológica se le había negado el acceso franco al poder: al marxismo.

Estalla en 1997 una crisis en Tailandia que como efecto dominó arrastró consigo a todo el Sudeste Asiático, dando al traste con el espectacular crecimiento económico de los llamados ¨tigres de papel¨. El resultado fue una caída en la demanda petrolera mundial del orden de 2 millones de barriles diarios, derrumbando los precios y provocando la caída de la cesta venezolana a 7 dólares el barril.

El impacto en nuestra política fue formidable. Partidos tradicionales como Acción Democrática y Copei fueron barridos del espectro político.  En medio de aquel terremoto, la historia optó por brindarle una oportunidad al marxismo.

Llega al poder a finales de 1998 disfrazado de tercera vía, tocado con gorra militar y altamente populista. Surfea sobre una larga ola de  bonanza petrolera sin precedentes. Aquel inesperado maná petrolero hace creer a los más ingenuos que por fin se estaba logrando una etapa de justicia social. Pero el gobernante no quiso aprovechar aquella situación histórica para establecer las condiciones de un desarrollo socioeconómico sustentable.  Prefirió destruir  todo para construir encima una nueva sociedad. Su interés se centraba en crear una organización política que le garantizase para siempre el control de esa sociedad. El dogmatismo de quienes habían accedido al poder armados con lo que creían un infalible evangelio marxista, les hizo imaginar que a través del verbo hipnótico e irreverente de su líder, podrían instaurar una revolución que duraría para siempre.

Pero no, la revolución se transformó en uno de los experimentos políticos más fallidos que conoce la historia. Todo se basaba dádivas y en una etapa de ingresos petroleros extraordinarios, sin entender que estos son volátiles por definición. Ahora, el petróleo se desploma otra vez, porcentualmente aún más que en 1998. Su caída marca el ocaso de la revolución. Sin aquellos precios ni aquel líder mesiánico, ese fenómeno político ya no tiene bases de sustentación.

Esa revolución fue la última esperanza de quienes desde la desintegración de la URSS aguardaban la resurrección de su credo. Las ideas del ¨Socialismo del Siglo XXI¨  ya han sido descartadas por incompetentes.  Tal como ocurre con la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin, la historia es implacable con las especies políticas que fracasan. El ¨fantasma del comunismo¨ al cual se refería Marx en su famoso Manifiesto ha venido a naufragar en las costas venezolanas.  El ansiado ¨hombre nuevo¨ del marxismo terminó transformado en ¨bachaquero¨.

Faltan apenas unos 60 días para las elecciones del 6D. La incertidumbre se apodera de ambos bandos. Unos se aferran a la ilusión de conservar el poder no importa como: “Dios proveerá” o quizá “un milagro”.  Pero en el otro bando saben que las encuestas los favorecen. Más de 30 puntos de margen lucen definitivos. El ventajismo oficialista o cualquier fraude que pueda superar ese cifra tendría que ser demasiado obvio y podría desatar otras fuerzas impensables.

Desde una perspectiva histórica, ya nada de lo anterior resulta sustantivo. Salga sapo o salga rana es el fin de un ensayo. Una forma de pensar está siendo triturada por la historia y entre sus seguidores no encuentran más explicación que las culpas que se achacan entre ellos mismos. Incapaces de asumir su fracaso ven o inventan espectros en todas partes: guerras económicas, conspiraciones, confabulaciones internacionales, imperios enemigos, conflictos fronterizos, etc.

Con la inflación más alta del mundo, un déficit fiscal inmanejable, brutales niveles de inseguridad, caída de los precios del petróleo, escasez generalizada, destrucción del aparato productivo, pérdida de valores, confabulación de instituciones, ineficiencia rampante y corrupción apabullante, ya la revolución no puede seguir adelante. Los fundamentos de la economía están destrozados.

Como bien le dijo Santos a Maduro, ¨la crisis venezolana es hechura de Venezuela, no de Colombia¨. Parafraseando esas palabras, la crisis económica, política y social del país es hechura de la revolución, de nadie más.

Ni siquiera creo que el chavismo pueda seguir gravitando en nuestra historia. En Argentina ocurrió con Perón porque su poder se afincaba en inmensos sindicatos que le sobrevivieron y cultivaron su imagen. Aquí hasta los sindicatos han sido arrasados.

Habrá que reconstruir a Venezuela. Severamente dañada PDVSA y habiéndose producido profundos cambios estructurales en los mercados petroleros, los venezolanos tendremos que crear una nueva economía menos dependiente del petróleo, más productiva, respeto a la propiedad privada, menos controles, subsidios a los más pobres, privatizaciones, seguridad jurídica, flexibilidad laboral, equilibrio de los poderes, menos estatismo, más abierta a las inversiones, justicia social, prioridad a los valores y énfasis en la educación.

La revolución perdió su oportunidad.

 

@josetorohardy

petoha@gmail.com

Francisco, jesuita y misionero por Asdrúbal Aguiar

PadreJorge

 

En el intento de comprender la opción teológico política de Francisco y la circunstancia de su primer viaje como Papa a la América de habla hispana con escalas en Ecuador, Bolivia y Paraguay, desde dónde vierte enseñanzas ante feligreses con importantes mayorías indígenas, escribo al efecto y en sus textos de jesuita y luego como Cardenal advierto su clara distancia con el marxismo.

En conferencia que dedica a la memoria de los jesuitas mártires rioplatenses, en 1988, Jorge M. Bergoglio recuerda la experiencia pastoral de éstos en las reducciones indígenas paraguayas en el siglo XVII. Propone actualizarla de cara a las realidades de hoy.

Describe el “proyecto de paternidad” que éstos avanzan y recuerda que implica para el indígena estar “en capacidad de librarse, zafarse, de todo tipo de esclavitud”; sea la de un “opresor bandeirante, un encomendero venal o un hechicero. Y luego se pregunta ¿qué teología de liberación subyace en este proyecto?, para concluir por lo pronto que es “opuesto a los proyectos ilustrados de cualquier signo, los cuales prescinden del calor popular, del sentimiento, y de la organización y trabajo del pueblo”. Y dice que tampoco se trata de un proyecto de “repliegue sobre la propia cultura (en este caso la de los indios) olvidando el destino de universalidad…”.

Critica “el papel jugado por los marxismos indigenistas que reniegan de la importancia de la fe en el sentido trascendente de la cultura de los pueblos, y reducen la cultura a un campo de confrontación y lucha, en el cual la dimensión manifiesta del ser adquiere un valor meramente mundano y materialista…”. Agrega que tampoco se trata de un proyecto “que facilite la absorción fácil de estilo de vida ajenos, y que por tanto rechaza el conflicto tan fundamental el cualquier hombre, de ser uno mismo y – a la vez – confirmar las diferencias”. Es, en fin, un “proyecto de libertad cristiana”.

De modo que, en las reducciones opera un criterio paternal y de amor, de ayuda a la maduración y emancipación del indígena; a fin de que, a partir de sus discernimientos básicos y naturales como “su admiración por lo maravilloso” que da base a la hechicería, por “la audacia y elocuencia” de sus caciques, e incluso de los odios y pasiones que alimenta “bajo las aguas tranquilas” de su sumisión, y siendo abierto y dado al heroísmo, alcance desde allí a conocer y hacer valer su dignidad humana.

Se trata de un ir y venir, de un enriquecimiento recíproco entre la enseñanza evangélica trasplantada desde España y las cosmovisiones primitivas. Se trata de una misión que comienza por la realidad; es decir, conocer “el alma del indio” y sentir junto a él, en la convivencia, “sus necesidades”. De modo que, en un proyecto de amor paternal, de promoción de la dignidad del indio, como de libertad – “liberación de los malos encomenderos, liberación de la tiranía de la selva a la que hicieron sonreír con las cosechas, liberación de la esclavitud de la enfermedad curando sus llagas, liberación de la ignorancia” – cabe apreciar dos perspectivas diametralmente opuestas. “Las grandes guerras de conquista y anexión las ganaron siempre quienes dominaron el mar; las grandes guerras en pro de la consolidación de los pueblos las ganaron – en cambio – quienes se atrevieron a dejar las costas y se adentraron en la tierra”.

Los mártires jesuitas, en suma, corren en línea distinta de la que se impone bajo las cortes ilustradas borbónicas: “Responder a la noble intención de organizar este gran reino y uniformar su sistema político y económico con el de la metrópoli”, como lo dispone Carlos III. La universalidad fecunda que integra y respeta las diferencias se ve lamentablemente desplazada.

No es del caso cambiar la realidad encontrada sino de dignificarla, recuerda Bergoglio. Propiciar un cambio de actitudes trabajando sobre la realidad y con el ejemplo: “Realzar la dignidad del indio” es estar junto a él, es “curar un enfermo, darle de comer, bautizarlo y catequizarlo, enseñarle a labrar, danzar o tallar».

Roque González – uno de los jesuitas mártires – recuerda que “al edificar chozas para cada familia se crea conciencia de familia como base sólida de la sociedad, frente a la costumbre concubinaria”.

La opción teológico-política que redescubre el Padre Jorge, predica que “la exigencia de conversión del corazón es el momento espiritual de liberación del pecado propio y liberación del mal que sufren los indios. A través de esa conversión, se da el cambio de estructura pecaminosa de la relación económica: no son los indios los que deben pagar por lo que han trabajado, sino el encomendero valorar el sujeto trabajador que acrecienta su riqueza”.

Lejos se encuentra el Papa, pues, de la llamada “teología de la liberación”.  

 

@asdrubalaguiar

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