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Marcos Pérez Jiménez

De la dictadura a la democracia, las huellas de un tiempo sobre otro
Teodora Salom de Salas era el nombre de una humilde mujer de Coro. Mujer de convicciones, militante de AD, sufrió durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1950–1958) la persecución y la tortura por creer en la justicia y en la democracia.
Comprender ese momento y las prácticas y usos políticos, civiles, ciudadanos, es una tarea del primer interés en este momento de la historia nuestra

 

Al pájaro libre que fue la cantora argentina Mercedes Sosa, dedico.

@YsaacLpez

Teodora Salom de Salas era el nombre de una humilde mujer de Coro. Costurera residente en los barrios de la antigua capital del occidente venezolano. Mujer de convicciones y de preocupación por su comunidad y por el país, militante del partido Acción Democrática en las tareas de la resistencia a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1950–1958) debió encarar la persecución, el abuso y la tortura por creer en la justicia, en la democracia, en la libertad.

Nacida en 1891, influenciada por le prédica de don Rómulo Henríquez, símbolo de aquel país que se opuso al designio militar, como la Estefanía de la telenovela de Julio César Mármol, encaró con dignidad y valentía la crueldad de los canallas que la sometieron para que revelara nombres y paraderos de sus compañeros de Acción Democrática y del Partido Comunista de Venezuela.

Fue el 12 de septiembre de 1951 cuando la Seguridad Nacional asaltó su humilde casa de la Calle Nueva, marcada con el número 7. Improperios e insultos, ocho días incomunicada, corriente eléctrica, bloques de hielo y la amenaza de una operación en el Hospital Antonio Smith. Después Caracas y Maracaibo. Jamás flaqueó la voluntad de la mujer coriana.   

«Mi mensaje no puede ser otro que pedirles a todos la defensa de la libertad. Nada puede valer un hombre con la barriga llena si mientras tanto tiene las manos atadas. Creo sin embargo que es justo que se exploren caminos, pero sin olvidar que la dignidad está por encima de todas las necesidades» (La Mañana, Coro, 6 de noviembre de 1971, p. 2).

Cuando al fin la dictadura cayó el 23 de enero de 1958, el amanecer de un nuevo tiempo comenzó a borrar poco a poco las sombras de aquella terrible noche. Teodora Salom de Salas volvió a la tranquilidad de su hogar, donde la recibió el cariño y afecto de sus vecinos. Entender aquel paso es fundamental para nosotros.

Comprender ese momento y las prácticas y usos políticos, civiles, ciudadanos, es una tarea del primer interés en este momento de la historia nuestra.

Pérez Jiménez huyó en La Vaca Sagrada y alguna de las maletas de su corrupto régimen quedó como testimonio del sátrapa y de sus esbirros. Pagó luego un tiempo mínimo de condena y pocos años después se presentó como candidato a la presidencia bajo la bandera de la Cruzada Cívica Nacionalista. El apoyo popular fue evidente y manifiesto, lo cual espantó a los partidos que controlaban ahora la situación. Tanto que tuvieron que crear las condiciones para inhabilitar la postulación del hombre que todavía tiene una estatua en el Estado Táchira.

Para 1971 visitó Coro en campaña electoral el general retirado Luis Felipe Llovera Páez, parte del gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez.

En octubre de ese año aparecen sus declaraciones en primera página del diario La Mañana, al que se señalaba como baluarte de aquel régimen. El exmilitar, ahora en funciones de promotor político expresó: «La ‘Seguridad Nacional’ regresará más tecnificada.” Atacó Llovera la política del gobierno de Rafael Caldera, en ese momento en la presidencia, manifestando que había hecho uso de 25 000 millones de bolívares en solo dos años, suma que ellos habían empleado en obras en 10 años de mandato.

También criticó asuntos como la Petroquímica, la plataforma política de izquierda la Nueva Fuerza y exaltó la perspectiva de triunfo electoral de Marcos Pérez Jiménez. Sobre la Seguridad Nacional –órgano represor de la dictadura dirigido por el temible Pedro Estrada, pero que sus jefes mostraban como ente controlador de la delincuencia– indicó que la misma se instauraría con mayor tecnificación para cumplir con el objetivo de dar tranquilidad a la familia venezolana (La Mañana, Coro, 7 de octubre de 1971. p. 1).

Pedro Luis Bracho Navarrete, hijo del factor del comercio coriano Pedro Bracho y nieto del general paraguanero José Trinidad Madriz, fue uno de aquellos comprometidos en la resistencia cuyo nombre y ubicación pretendieron arrancarle mediante torturas a Teodora Salom de Salas. Tiempo permaneció escondido en la casa de hato «Tura», cercana a las salinas de Maquigua y perteneciente a sus parientes, los Zárraga Tellería (P.L.B.N. Memorias de un activista político. Coro, Impresiones Miranda, 2003).

En las mismas páginas de La Mañana replicó días después la intervención en Coro de Llovera Páez.

“Da asco ver cómo hablan hoy los que ayer torturaron al pueblo”. Quien fuera gobernador del estado Falcón entre 1958 y 1962, simpatizante del movimiento ARS, parte del Grupo Adícora, presidente del Concejo Municipal de Coro y subsecretario general de AD, manifestó que Llovera Páez prometía tecnificar la terrorífica Seguridad Nacional con sistemas electrónicos de tortura como parte de las banderas de su partido.

Bracho Navarrete se manifestó sobre las declaraciones dadas por radio y prensa por el general retirado. Indicó que daba asco que se le concediera derecho de utilizar los medios de comunicación para realizar campañas políticas a quien aparecía en un expediente implicado en el asesinato de su compañero de la Junta de Gobierno, el también militar Carlos Delgado Chalbaud.

Según el político falconiano, Llovera Páez habría dado unas declaraciones sinceras, prometiendo hacer un gobierno idéntico al anteriormente dirigido por Marcos Pérez Jiménez, una especie de edición mejorada.

Con no disimulada ironía, el dirigente refirió lo que supondría cambios en los métodos renovados de tortura de un gobierno dirigido por Llovera Páez y Pérez Jiménez. Expresó:

“Por ejemplo, en lugar de sacarle las uñas a los detenidos por medio de pinzas, lo hará por medio de algún sistema eléctrico. Y en vez de utilizar el bárbaro sistema de sentar en bloques de hielo a sus víctimas, como lo hizo en Coro el señor Miguel Silvio Sanz con la honorable matrona y apreciada compañera de partido doña Teodora Salom de Salas, seguramente empleará un sistema de congeladores.” (La Mañana, Coro, 8 de octubre de 1971. p. última).

«Tantas veces me mataron, tantas veces me morí. A mi propio entierro fui, sola y cantando. Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal y seguí cantando. Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra, igual que el sobreviviente que vuelve de la guerra…»; «Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que si un traidor puede más que unos cuantos,  esos cuantos no lo olviden fácilmente…»; “Cuando me acuerdo de mi país, me sangra un volcán. Cuando me acuerdo de mi país me escarcho y no estoy… Cuando me acuerdo de mi país naufrago total. Cuando me acuerdo de mi país me niebla la sien. Cuando me acuerdo de mi país me escribo de sal…» (canciones de Mercedes Sosa compuestas por María Eugenia Walsh, León Gieco y Patricio Manns).

¿Qué haremos cuándo amanezca al fin? ¿Cómo olvidaremos el odio, el rencor, el hambre, el miedo, la tortura, el ultraje, la vejación, la imposición del silencio, la corrupción descarada, las calamidades, los muertos, los hijos que escaparon de la noche?

Ante la actual situación de Venezuela toda salida es política dicen los expertos. Pactos, acuerdos, diálogos, transacciones… Es lo que explica la participación de Pérez Jiménez y de Llovera Páez en la década inaugural de la democracia. Es lo que pasó en Chile, cuyas heridas aún sangran después de tantos años del NO a Pinochet.

La urgencia de la aurora no puede hacernos olvidar que esos otros también deberán entrar en el proyecto de futuro. Aunque aborrezcamos de ello, aunque nos duela la impunidad y nos dé asco su presencia.

9-10-2021.

Levántate, no temas

Levántate, no temas

* Historiador. Profesor Universidad de los Andes, Mérida.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Los mitos del milagro de Pérez Jiménez y del fracaso de los 40 años de democracia
Hace siete años exactos (1 de agosto de 2014) publiqué esta nota que merece ser nuevamente difundida para que recordemos las bondades y limitaciones de la democracia…

 

@wernercorrales

Cada vez que Venezuela se encuentra en un disparadero como el presente, las «viudas del gendarme necesario» sacan a relucir la supuesta superioridad de los gobiernos militares, por eficientes y disciplinados, por patrióticos y entregados al interés nacional… Aquí van unas perlas pequeñitas que ilustran las falacias implícitas en esas ideas…

Entre 1959 y 1978 hubo desarrollo para todos, la pobreza se redujo de 55 % a 23 %, se creó de hecho la clase media venezolana; el salario real del trabajador promedio se duplicó, la inflación fue inexistente, el PIB industrial pasó de 12 % a 21 % del PIB nacional y pasamos de producir el 12 % de las manufacturas que consumíamos a producir más del 60 %… Construimos las mayores infraestructuras y urbanizamos las grandes ciudades… Pasamos de tener una población trabajadora que solo en un 11 % había concluido educación primaria, a que el 70 % la hubiese concluido…

De tener 4 universidades cuando se fue la penúltima dictadura pasamos a contar con más de 60 campus de educación superior en 1978; de 5 orquestas sinfónicas llegamos a tener 70+ en el mismo período… La esperanza de vida del venezolano pasó de ser 56 años a ser 67 años, y desaparecieron las endemias… Muchas personas nacidas en otros confines, que venían llegando al país desde los años de la posguerra echaron raíces, se hicieron tan venezolanos como nosotros y tuvieron hijos compatriotas.

Se sentó la democracia que toda América admiraba y se construyó un conjunto de instituciones eficientes… No siempre la administración pública fue una ruina como en el presente…

Y fue a partir de los 80 que todo comenzó a degradarse para llegar a lo que somos hoy…

En fin, las primeras dos décadas de la democracia fueron los veinte años más brillantes de toda la historia de Venezuela, en lo social, lo económico y en lo político institucional… Y teníamos un gobierno civil, en el que los dirigentes eran demócratas con visión de país, cuyas miras iban mucho más allá de las elecciones siguientes… hombres honestos que dieron todo para construir la Venezuela que luego hemos perdido…

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Asdrúbal Aguiar Ene 23, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
El 23 de Enero, un estado de alma

@asdrubalaguiar

“No hay líderes, ni jefes ni oradores; solo la inmensa corriente de hombres y mujeres, que avanza, de los cuatro puntos cardinales hacia el centro de la ciudad. Al principio, empecinada y silenciosa, como una sombra tenaz, sofocada por muchos años, que sale de la sombra”, es el recuerdo que le queda en su memoria al poeta y diplomático neogranadino José Umaña Bernal al declinar el año. Ya se inicia el decurso venezolano hacia el 23 de enero 1958, hacia su libertad.

Describe al celebérrimo barrio La Charneca, a la derecha del río Guaire, ese que después ilustrará no pocos discursos del presidente Rómulo Betancourt quien asume el gobierno a partir de 1959, en el primer tramo de una experiencia democrática que trastabillará en sus inicios: “No es esa la tarea de un momento de fugaz alegría y de momentánea generosidad”, advierte Arturo Uslar Pietri; pero Umaña lo hace para dar cuenta de algo que está allí presente, como un volcán en las vísperas de su erupción y sin que se le pueda mirar para describirlo, pero se le siente. Solo captan sus signos los más perspicaces, como el animal que escucha los mensajes de la naturaleza. Nadie puede apropiarse del hecho, de la gente que se amalgama sin proponérselo, casi por instinto y en la hora agonal.

“Gente de bronce, si las palabras no estuvieran infamadas por el uso; hombres y mujeres de bronce, maliciosos y alegres, duros y tenaces… un pueblo con sentido de clase, que conoce los términos de la libertad” incluso bajo la férrea dictadura de los militares, pues si teme tampoco le disciplinan.

El pueblo venezolano, en efecto, es paciente y silencioso ante sus pesares así los masculle o los grite de tanto en tanto para drenarlos.

“El primero de enero – cuando se alzan los aviadores y sus pájaros metálicos trepidan sobre el cielo de la Caracas que amanece – el pueblo no está en la calle. Y por muchas horas nadie sabe lo que pasa”, relata la crónica.

Comprender la esencia de esa chispa del venezolano común que prende después y casi al azar envuelve a todos, cuando menos lo espera el que la genera, no es, por ende, tarea fácil. Es casi oficio para taumaturgos sociales. Algunas veces lo logran hombres de Estado muy decantados y esquilmados por el ostracismo, no los políticos logreros o de medianía. De tanto en tanto los intelectuales madurados a fuerza de tener como su objeto de observación y para fabularla al alma popular, como en el caso de Rómulo Gallegos, lo logran con finura.

De nada sirven para comprender lo inédito de la «revolución de 1958», cuyos efectos bienhechores cubren a las tres generaciones siguientes, los papeles que describen a la circunstancia; esos del tiempo previo y posterior a los hechos del 23 de enero y sobre un vértice social que se mixtura a lo largo de la historia patria de una manera accidentada, en lucha contra los amagos o artificios de poder que forjan las espadas o el látigo o se montan en las escribanías del oportunismo.

Miguel Otero Silva mira al margen de su cuaderno cuando escribe acerca de los presos y los torturados atribuyéndolos como efecto de las mezquindades partidistas: “en tanto que no arriaron sus divergencias y sus contradicciones para enfrentarse al enemigo común, lograron apenas llenar las cárceles con sus militantes”. Pero lo cierto es que sobre esa colcha de retazos que impone la lucha clandestina contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, al término quien domina es el difuso «espíritu del 23 de enero». Es lo que importa destacar, lejos de los gendarmes y traficantes de ilusiones, sean de charreteras o de levita.

Lo veraz, como lo narra Umaña, es que mientras militares soportes de la dictadura avanzan en sus estrategias – cada uno con su portafolio de intereses en la mano del disimulo, predicando cambios «gattopardianos» o libertades tuteladas – entonces “no baja el pueblo de La Charneca, ni se mueven los trabajadores de Catia”.

El pueblo de Caracas, frívolo y desorganizado, zamarro y calculador como lo es el venezolano, en la circunstancia se hace generoso, decidido y audaz al extremo. Si bien apuesta al éxito de los alzados a la vez que se mantiene reservado, no ajeno a las tensiones interiores que se le vuelven nudo en la garganta y alimentan frustraciones recurrentes. Y el fracaso aparente del 1° de enero, en la hora de los cuarteles alzados, y también de la huelga general del 21 siguiente atizan ese estado de ánimo.

Entretanto la realidad muestra que caen bajo las metrallas la gente del pueblo llano – se dice al término que han fallecido más de 1000 venezolanos durante las refriegas.

¡Y es que las rupturas históricas y las revoluciones que las amamantan – así ocurre de modo inesperado y germinal en los días previos al 23 de enero – durante sus deslaves terminales se vuelven “un estado del alma”! No tienen nombre propio, ni linderos sociales.

“La revuelta – dice Umaña – es el puesto fronterizo a donde, temprano o tarde, llegan todos los desterrados de la libertad y de la justicia. “No es la de los importantes y los oportunistas”, machaca.   

Más allá de los conciliábulos en el Palacio de Miraflores o de la Academia Militar que en el clímax hacen convencer al dictador que perdió el apoyo – “ya está el helado al sol” le dice Luis Felipe Llovera Páez a un secretario que le pide informaciones – y lo llevan a abandonar el país, lo que no se dice es que “Caracas preparó su revolución”. Lo confirma Gabriel García Márquez: “Todo el mundo, desde el industrial en su gerencia hasta el vendedor ambulante en la calle estaba conspirando”. No hubo héroes ni jefes providenciales, ni caudillos victoriosos, “ni minorías que cabalgasen sobre el lomo de la historia”.

La Iglesia del 23 de enero

La Iglesia del 23 de enero

correoaustral@gmail.com

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Asdrúbal Aguiar Ene 08, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
La Iglesia del 23 de enero

De izq. a der. monseñores Jesús María Pellín, Rafael Arias Blanco y Hortensio Castillo. La torre de San Pedro y gráficas históricas del 23 de enero. Fotos Wikipedia.org, dominio público. Comp. Runrunes.  

@asdrubalaguiar

La política se hace y renace en la plaza pública, su lógica es ciudadana. Bajo los despotismos, medra la resistencia. Es dispersa. Algunos de los suyos ceden en la oscurana presas del miedo, sin luces de libertad, atenazados por el instinto de la sobrevivencia. Es el contexto donde florecen las negaciones, pariente del otro en el que bullen los odios entre los que pierden el poder usufructuado antes en jolgorio de complicidades: Marcos Pérez Jiménez y Pedro Estrada, derrocados, se separan.

Sobre el 23 de enero de 1958 y la predicada unidad de los políticos se vierten cántaros de agua llegado cada aniversario. Ocultan la otra historia, la de su “alma”, que es delta de circunstancias, obra del coraje cural, un deslave de la naturaleza.

Miguel Otero Silva escribe sobre la inmediatez: “Centenares de presos, centenares de torturados, centenares de muertos era, al cabo de nueve años de tiranía, el balance de una oposición heroica pero hondamente dividida”. Ramón Díaz Sánchez recrea el ambiente de conmociones que arranca con el 18 de octubre de 1945, mientras Arturo Uslar Pietri, certero, apunta que “si el 18 de octubre fue el movimiento de un partido y un sector del ejército”, el 24 de noviembre de 1948 un golpe militar seco, el 23 de enero ha sido singular y distinto.

A seis meses del derrocamiento del dictador, sobre el estado del alma venezolana en ebullición, cuando “huye de la oscuridad de la noche”, es cuando la Junta Patriótica, formada por URD y los comunistas, se establece. Luego llaman al COPEI y la clandestina AD; partidos que, una vez superado el puente, se reorganizan y paren sus líderes el Pacto de Puntofijo, para darle salida de largo aliento y estabilidad al huracán incontrolable: “Caracas es una vasta conspiración. Y cada casa de la ciudad una tertulia de conjurados. Se conspira en los barrios residenciales, en los sectores de clase media, y en los bloques obreros”, narra quien será presidente de la Cámara de Representantes neogranadina, el poeta y diplomático José Umaña Bernal.

Frente al despilfarro y el grosero enriquecimiento dentro de la «boutique» caraqueña se disimulan las condiciones infrahumanas en que viven las mayorías. Son los párrocos y el arzobispo Rafael Arias Blanco quienes interpretan esa injusticia y enfrentan la vanidad del dictador.

El Vaticano se activa. Llega a Caracas el cardenal Caggiano y desde el municipio observa que “hay tanta riqueza que podría enriquecer a todos, sin que haya miseria y pobreza”. Arias intima a la organización sindical, para que de ella surja una opción “entre el socialismo materialista y estatólatra que considera al individuo como pieza… y el materializado capitalismo liberal, que no ve en el obrero sino un instrumento de producción”. La invita “a completar lo que aun falta a la paz social”. Enciende la mecha.

Pio XII dedica tres veces su palabra al pueblo venezolano sufriente. En 1956, al canciller de la dictadura le dice, sin concesiones, que solo habrá desarrollo armónico cuando entiendan que el progreso son “elementos otorgados no a una persona exclusivamente sino a toda una sociedad que debe sentir sus provechosos efectos”.

Sorprende al régimen, sí, el cese del silencio de los intelectuales, los hombres de negocios y profesionales. Pasado el alzamiento del 1° de enero, cuando trepidaran sobre Caracas los fuselajes aéreos, firman remitidos antes de la huida del sátrapa: “Es necesario, para la recuperación institucional y democrática de Venezuela, que el gobierno garantice el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos”, mascullan cuidadosos.

La crónica de Gabriel García Márquez en ese momento germinal de nuestra democracia –cuando “ya está el helado al sol” según la descripción de Luis Felipe Llovera Páez – muestra el verdadero rostro de la diosa Tique del destino. El clero es el actor principal.

El arzobispo es llamado por el ministro del interior, Laureano Vallenilla –“no iba a misa, pero conocía los sermones”, escribe El Gabo, y lo hace esperar hora y media para darle una lección. El padre Hernández Chapellín, director de La Religión, ante Vallenilla espeta: “Voy a hablarle como sacerdote, que solo teme a Dios… casi todo el pueblo los odia y los detesta”.

El padre Sarratud sabe que lo buscan. Se entrega a manos del segundo de Estrada, Miguel Sanz. A él y al padre Osiglia de La Candelaria y a monseñor Moncada, de Chacao, llevados a la Seguridad Nacional donde se encuentran Hernández Chapellín y el padre Barnola -el semiinterno- se les acusa de haber instigado el levantamiento.

El padre Álvarez de La Pastora se mueve, para que, al llegar los esbirros por haberle impreso volantes a la Junta Patriótica, ello no impida que los huelguistas del 21 de enero suenen las campanas de la Iglesia. El nuncio apostólico protege a Rafael Caldera, quien sucesivamente viaja al exilio, y al joven oficial Roberto Moreán Soto. Y monseñor Jesús María Pellín, hombre de bibliotecas como el actual papa emérito, sermonea sobre el prevaricato imperante.

El 21 de enero, monseñor Hortensio Carrillo – trujillano, de quien fuésemos monaguillos el actual cardenal Baltazar Porras y este simple escribano – protege en la iglesia de Santa Teresa a los médicos manifestantes. El régimen la profana con sus fusiles y ametralladoras. “Una bomba estalló a pocos metros de monseñor… los fragmentos se le incrustaron en las piernas y con la sotana en llamas se arrastró hasta el Altar Mayor”. Las mujeres “mojaron sus pañuelos en el agua bendita de la sacristía y apagaron la sotana”, reseña quien más tarde será Premio Nobel de Literatura.

“El heroico pueblo de Caracas, con piedras y botellas, descongestionó el sector… el párroco [presa de terribles dolores] experimenta una inmensa sensación de alivio. La misma sensación de alivio que experimenta Venezuela”. La dictadura ha sido derrocada. “El hambre carece de color político, y el dolor y la esclavitud son siempre la tierra de nadie”, precisa Umaña.

correoaustral@gmail.com 

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Orlando Viera-Blanco Ago 04, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Lo bueno, lo malo y lo desconocido
El chavismo-madurismo será causa de su caída. Una nueva era de liberación nacerá de una profunda valoración ética. La pregunta es si hemos construido los elementos de convicción moral, cívica y grupal que nos lleven a ese nuevo ciclo de convivencia.

@ovierablanco

Los procesos de transición de cualquier naturaleza, políticos, económicos, corporativos, individuales tienen un orden. Los hechos determinan las consecuencias. No lo contrario. En términos éticos Nietzsche (La genealogía de la moral ), nos dice que la mutación de lo bueno y de lo malo obedece a una lógica del resentimiento (malvado) contra los valores naturales o nobles de un momento.

Un episodio, un derroche de voluntad (inseparable del poder), un hecho enciende el cambio.

Pero ese hecho, ese episodio, esa voz encendida vienen precedidos de una acumulación de resentimientos que pulsan “el levantamiento de las castas”, la denominada rebelión de los esclavos contra los señores. Es la llegada de la nueva moral, del nuevo orden…

De Gómez a Betancourt. De lo malo a lo bueno

Juan Vicente Gómez representó el fin del positivismo criollo-autoritario transicional. Un mal, un gendarme necesario. Gómez puso fin a montoneras y bochinche. Los valores de la libertad o de la igualdad aún no eran suficientes para negar la vida. El “resentimiento democrático” iba en crecimiento. Las castas dominantes entre guerreros y sacerdotes aún dominaban la impotencia de los empobrecidos quienes permutaban paz, orden y trabajo por aspirar a poder, libertad y derechos.

¿Cómo superar ese estado de indigencia que no demanda libertad a cuenta de abnegación o privilegios? La cultura judeocristiana del espíritu, de la consciencia humana razonable e inteligente que se antepone a la jerarquía del poder de los nobles, produce un juicio de valor “evolutivo” (lo bueno y lo malo – Gut und Böse) donde existe otra vida después de la muerte. Y quien dispone es Dios. Ese sentimiento de liberación es el factor de racionalización colectiva que cuestiona el status quo, se rebela al opresor y conduce a la reforma.

Gómez, aunque taita redentor, no era Dios. Vino a darle “sentido a la vida” a través de “paz y orden”. Pero la libertad, la voluntad de poder de los débiles, de las masas, del pueblo, fue minando el sentido moral del gendarme. El nutriente de la cultura occidental que alimenta nuestro instinto (y nuestro espíritu) y hace que los pueblos justifiquen su vida, su alegría, su propia prosperidad, de la llegada de un mesías a tierra de gracia. Mientras ello ocurre (o no), la naturaleza “del resentimiento” pulsa nuevos movimientos…

En esa espera, la crueldad, la pena y la culpabilidad nos inmolan y nos inmovilizan sobre la base del “castigo merecido”. Es aquí donde la razón sufre un segundo momento y se rebela a cualquier Dios. Vivimos un nuevo momento transicional de lo cósmico a lo ciudadano.

La Ilustración (igualdad, libertad, fraternidad) retomó su empuje a principios del siglo XX, con el fin de los mandamases. El eurocentrismo grecorromano, socrático, aristotélico, platónico y justiniano reemerge para darle un nuevo sentido a la vida: el valor de la democracia y la libertad. La generación del 28 asumió ese liderazgo. Una nueva transvaloración de lo malo a lo bueno…

López Contreras abre las puertas del pensamiento institucional no censitario. Isaías Medina ­primer soldado de la democracia- es derrocado en medio de un proceso de maduración del voto directo y universal. Gallegos paga las consecuencias de las secuelas del orden uniformado. Pérez Jiménez bebe de la prosperidad petrolera y de un proceso de urbanismo, educación y bonanza irreductible, prorrogando la “justificación” del hombre de sable, bota y sota. Y llega Jóvito Villalba -el hombre de la transición democrática- que capitaliza Rómulo Betancourt. Comenzaba un nuevo ciclo bueno: la democracia.

De Betancourt a Chávez. De lo bueno a lo malo

La victimización vicaria que aún vivimos (de Tijuana a la Patagonia, no es solo nuestro) es el resultado de procesos de reflujos históricos que hemos tratado de superar a través de la cultura del perdón, de la contrición con propósito de enmienda y la conmiseración. La democracia de la vieja Atenas, el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, viene a convertirse en un “gobierno de los justos” que implica un acto de profunda inclusión y transformación. Ya no son los nobles, guerreros o sacerdotes en el poder. Ahora es el ciudadano y el pueblo cuya voluntad demanda poder político.

Desde un punto de vista genealógico, el Pacto de Punto Fijo fue un gran acto de redención política. Duró mientras perduró la percepción de bueno; en la medida que la democracia daba sentido a la vida, porque en ella había oportunidades, libertad y progreso. El puntofijismo se hizo bipartito y estrecho cuando nació un nuevo resentimiento devenido de la exclusión, el rechazo, el olvido, la indiferencia, y, en fin, la negación de la otredad.

El deterioro y la banalización agitaron la cultura del resentido. Y llegó Chávez desatando todos los demonios. ¿Reconocemos y asumimos tal responsabilidad?

De Chávez al nuevo orden. De lo malo a lo desconocido

El chavismo-madurismo será la causa de su caída. Una nueva era de liberación será consecuencia de un proceso de profunda valoración ética. La pregunta es si hemos construido los elementos de convicción ética, cívica y grupal que nos lleven a ese nuevo ciclo de convivencia. No es tarea de un hombre. Es una misión inmensamente colectiva y cultural. No basta salir del régimen. Es salir también de nuestros propios atavíos y prejuicios. Y seremos buenos… y libres.

*Embajador de Venezuela en Canadá

 

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Alejandro Armas Jul 31, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Cómo evaluar a Juan Vicente Gómez

Juan Vicente Gómez en 1928. Foto restaurada por Wilfredor en Wikimedia Commons, dominio público.

@AAAD25 

Cada 23 de enero inundan las redes sociales, como almas en pena. Son los admiradores de Marcos Pérez Jiménez, afligidos por el recuerdo de lo que, según ellos, fue el punto de partida de la decadencia venezolana. De un cáncer cuya primera etapa fue la hegemonía de AD y Copei, y la metástasis, el chavismo. Recuerdo que en algún momento del año pasado, atónito por semejante nivel de ignorancia reaccionaria, hice un comentario sarcástico en Twitter desdeñando a estos neoperezjimenistas como un puñado de “progres” e instando a celebrar al verdadero redentor de Venezuela: Juan Vicente Gómez.

Pues bien, tristemente aquella ironía mía se volvió realidad. Este último 24 de julio, a propósito de los 163 años del nacimiento del “Bagre”, descubrí una nueva cloaca digital poblada por confesos y orgullosos fanáticos suyos.

Al igual que sus hermanos neoperezjimenistas, a estos neogomecistas los distingue una aversión muy visceral a la democracia y los DD. HH., así como una intolerancia extrema a todo lo que sea de “izquierda” (y por “izquierda” entienden todo lo que no se cuadre con su conservadurismo rancio y patriotero). Están convencidos de que solo un mandatario autoritario, a quien no le tiemble el pulso para torturar y asesinar, será capaz de impedir que se apodere de Venezuela una izquierda destructora, bien sea moderada (adeca) o extrema (chavista).

Además, para justificar sus ansias filotiránicas, tienden a exaltar de manera exagerada (y no pocas veces mentirosa) los logros de Gómez y Pérez Jiménez. Con este último se enfocan en el cliché de las obras de infraestructura. En cuanto al Benemérito, el legado que nos presentan es algo más intangible y, por lo tanto, más difícil de evaluar. Vale la pena, no obstante, hacer el esfuerzo, de cara al surgimiento perturbador de una corriente de opinión que lo reivindica.

Memorias de La Rotumba

Memorias de La Rotumba

Quiero comenzar aclarando que, a diferencia de Pérez Jiménez y el mito palurdo creado en torno suyo, Gómez sí dejó una Venezuela considerablemente mejor que la que tomó. Fue de esos personajes que marcaron un antes y un después en la historia nacional. Después de todo, no es poca cosa poner fin a las guerras civiles que durante el siglo XIX frustraron cualquier estabilidad política y desarrollo económico para el largo plazo. Tampoco lo es construir un Estado moderno y pagar una deuda externa que al país por poco le costó antes su soberanía territorial.

Todo bien hasta ahora, pero… Aunque no me lo crean, mi objeción no se afincará en la brutalidad de Nereo Pacheco ni en las condiciones inhumanas de las mazmorras de La Rotunda y el Castillo San Felipe. Estos horrores fueron inexcusables, incluso para estándares de aquellos tiempos, pero la putrefacción moral de los neogomecistas sí les permite justificarlos y hasta aplaudirlos. Y como además son conocidos por todo aquel con un mínimo conocimiento de la historia venezolana, prefiero poner la lupa en otro lugar.

Gómez no actuó guiado por una aspiración ilustrada y altruista de ver a su país salir del atraso y la miseria.

Fue simplemente uno de tantos caudillos que vieron en el poder político una oportunidad de oro para el beneficio personal de ellos y sus allegados. Como Monagas, Zamora, Crespo y, por supuesto, su compadre Castro. Pero Gómez fue más astuto que sus predecesores y se dio cuenta de que la estabilidad de ese poder político y los privilegios asociados pasaban por una transformación verdadera en el ordenamiento de la nación, encarnado sobre todo en unas Fuerzas Armadas profesionales y relaciones positivas con las potencias del mundo (especialmente con Estados Unidos).

Así que la estructura que construyó Juan Vicente Gómez no era una casa del pueblo. Era su casa. En otras palabras, no era una república con autoridades despersonalizadas e imperio de la ley, sino un Estado monárquico, faraónico, donde la única ley era la voluntad privada del dueño. Basta con recordar que en 27 años de dictadura gomecista, Venezuela no tuvo una, ni dos, sino seis constituciones. Hay quienes sostienen que en realidad fue la misma ley suprema, reformada varias veces. Pero esta es una distinción baladí, ya que, como sea, los cambios obedecían a los caprichos y necesidades de Gómez. Por supuesto, el déspota se valió de este poder absoluto para enriquecerse, junto con su entorno cercano.

El miedo a Gómez

El miedo a Gómez

Este fue, a mi juicio, el mayor pecado del gomecismo. Señalarlo no es anacrónico. Soy el primero en desestimar la condena a figuras históricas por quienes los examinan con un lente moral contemporáneo (caso del grueso de los atacantes de estatuas). Pero eso no quiere decir que todo juicio de esa naturaleza sea anacrónico. Hay que empaparse de historia de las ideas para entender la mentalidad de las personas en tiempos del evaluado.

Si hacemos el examen con los principios del siglo XX descubriremos que las autocracias como la de Gómez ya eran cosa caduca. Las tesis republicanas circulaban desde el Siglo de las Luces y habían ganado bastante terreno. Esto era así no solo en el Occidente desarrollado. Hasta en Latinoamérica ya habían echado raíces. Prueba de ello es el hecho de que, para finales del siglo XIX, todos los Estados latinoamericanos se identificaban como repúblicas (otra cosa es que en la mayoría de ellos las elites políticas no practicaran lo que pregonaban).

No es cierto que un pasado lleno de guerras civiles obligara a imponer una dictadura férrea como garantía de paz y desarrollo, como sugiere el harto desmentido “cesarismo democrático”. Argentina lo demostró. Al igual que Venezuela, la vecina austral estuvo sumida en querellas intestinas entre caudillos luego de lograr la independencia. El último de esos caudillos fue Bartolomé Mitre. Pero tras consolidar su poder en el campo de batalla en 1861, Mitre no se volvió un Gómez rioplatense. De hecho, no suprimió la Constitución vigente, que había sido redactada ni más ni menos que bajo la protección de su rival, Justo José de Urquiza. Mitre fue presidente por seis años, como lo establecía la Carta Magna, y no volvió a gobernar más nunca, a pesar de que cuando dejó el poder le quedaban 38 años de vida por delante.

Fue así como Argentina salió de lo peor de sus guerras civiles no solo como un Estado moderno, sino como una república.

Ciertamente no una república democrática (el sufragio universal masculino no fue una realidad sino hasta 1916, mientras que el voto femenino no vio luz hasta 1947), pero república al fin. Hubo posteriormente otras guerras civiles menores, pero nada que interrumpiera el orden constitucional (así como Gómez tuvo que lidiar con revueltas que no lograron derrocarlo). Vuelvo a mencionar la fecha del triunfo de Mitre: 1861. Noten que todo esto ocurrió medio siglo antes de que Gómez comenzara su dictadura. ¿Es entonces anacrónico condenar su falta de visión republicana?

La Venezuela pacificada, por el contrario, tuvo que esperar a que Gómez muriera para dejar de ser un coto privado. Le tocó a Eleazar López Contreras despersonalizar el poder, convirtiéndonos así en una república moderna, preludio para la democracia por venir y que marcó la cumbre de nuestro desarrollo cívico y prosperidad socioeconómica. Tal faena debió requerir mucha gallardía del “Flaquito”,  teniendo en cuenta las intenciones conservadoras de Eustoquio Gómez y otros matones, deseosos de establecer una dinastía. Antes de ser consciente de esta realidad, veía en López Contreras a uno de los mandatarios venezolanos menos memorables. Ahora creo que fue uno de nuestros mejores presidentes.

Podrá parecer tonto preocuparse por un grupo de venezolanos reivindicando a nuestros dictadores más crueles y señalándolos como modelos que deberíamos seguir hoy, en nombre de ideas de extrema derecha, cuando estamos obligados a lidiar con un régimen autoritario de extrema izquierda.

Pero no me canso de repetir que es muy importante pensar desde ya el tipo de gobierno que queremos luego de que la pesadilla actual termine.

Yo al menos me opondré rotundamente a un imitador de Gómez o de Pérez Jiménez. Así que preguntémonos: ¿qué peso tienen estas corrientes residuales de pensamiento en la opinión pública? Me aventuro a decir que poco, pero quizá no tan poco como me gustaría.

Recientemente tuve la oportunidad de leer la tesis de grado de Daniela Torres para optar a la licenciatura en Estudios Liberales por la Universidad Metropolitana (2020), a propósito del surgimiento de tendencias de la nueva extrema derecha en Venezuela, a las que la autora se refiere como “derecha no tradicional”. Entre los rasgos que definen a esta ideología, menciona la aversión al pluralismo (p. 15). Ello explica la admiración por dictadores que suprimen la competencia democrática entre ideologías opuestas.

Esta investigación se enfoca en el movimiento venezolano ultraconservador Rumbo Libertad. Torres señala que la recepción de su activismo en redes sociales pudiera sugerir que “las ideas publicadas con una ideología de derecha no tradicional generan en las personas interés de conocer más sobre su contenido” (p. 57). Rumbo Libertad tiene por ejemplo muchos más seguidores en Twitter (88.337 al momento de escribir estas líneas) que partidos que han conseguido cargos de elección popular en años recientes, como La Causa R (17.885) o Avanzada Progresista (16.437).

No es un movimiento explícitamente neogomecista o neoperezjimenista. Más bien pareciera que ha hallado en dos extranjeros (Donald Trump y, sobre todo, Jair Bolsonaro) sus principales referentes.

Sin embargo, a todos los podemos considerar parte del ecosistema de “derecha no tradicional” descrito por Torres. De hecho, me consta que al menos uno de los activistas más prominentes de Rumbo Libertad ha usado su cuenta personal de Twitter para difundir mensajes que reivindican a Gómez y Pérez Jiménez.

Creo por todo lo anterior que este no es un problema que debamos pasar por alto. Es necesario exponer los desatinos autoritarios de estos grupos, cosa que solo se puede hacer efectivamente con argumentos veraces. Ello incluye desarmar sus cultos a dictadores. Si denunciamos a los aduladores de Castro y Pol Pot, no veo por qué los que hacen otro tanto con Gómez y Pérez Jiménez merezcan un trato más indulgente. No se los demos.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Jose A. Guerra Ene 20, 2019 | Actualizado hace 5 años
El 23 de enero, por José Guerra

EL 23 DE ENERO DE 1958 marcó el final de la penúltima dictadura que ha tenido Venezuela. Derrocado Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, una Junta Militar se hizo con el control del país y combinó una política de grandes obras públicas con una represión que casi extermina a los partidos políticos, principalmente a AD  y al PCV, que gracias al arrojo de sus dirigentes pudieron sobrevivir a la represión, conducida por la Seguridad Nacional, en manos dos hombres temibles Maldonado Parilli y Pedro Estrada. En medio de aquella desolación que había dejado la represión de los esbirros de la Seguridad Nacional, se crea el movimiento de coordinación de las luchas estudiantiles en la UCV donde comenzó la agitación cuando en la recién construida Ciudad Universitaria en 1956, un grupo de estudiantes irrumpió en el Aula Magna en un acto internacional organizado por la dictadura. Allí estaban Américo Martín, Adicea Castillo, Chela Vargas, Jesús Carmona, Héctor “el macho” Pérez Marcano, Héctor Rodríguez Bauza, entre tantos otros. Luego se conforma de manera unitaria el comité sindical con los líderes que habían sobrevivido y posteriormente la Junta Patriótica, como esfuerzo conjunto de AD, PCV, URD y Copei. Ninguno de ellos solo hubiese podido con la dictadura.

La verdad histórica es que el peso de la represión recayó principalmente sobre el partido AD y luego el PCV. La dirigencia de AD fue asesinada o enviada a los campos de concentración de Guasina y Sacupana y a las Cárcel Modelo y del Obispo en Caracas, donde luego adecos,  comunistas, urredistas y copeyanos fueron labrando el camino de la unidad al comprender que divididos no podían. Muertos Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas, exiliado Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y presos Eligio Anzola Anzola e Isabel Carmona, el timón adeco pasó a las manos de Octavio Lepage hasta que lo capturó la Seguridad Nacional y de allí aparece el joven Simón Sáez Mérida a dirigir a AD hasta la caída de Pérez Jiménez. Los comunistas también mermados, al estar presos Jesús Farías y Alonso Ojeda, fueron dirigidos por el legendario Pompeyo Márquez (Santos Yorme) a quien en diez años no pudieron apresar los sabuesos de la Seguridad Nacional y por Douglas Bravo, Teodoro Petkof, Eloy Torres, entre tantos otros. Por Copei destacaron Luis Herrera y Aristiguieta Gramcko mientras que URD lo conducía un hombre excepcional, Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica, dado que Jóvito Villalba estaba exiliado.

Tras el enorme esfuerzo hecho por la dirigencia política, vino el alzamiento del coronel Hugo Trejo el primero de enero de 1958 que terminó de debilitar a la dictadura. Luego del fraude de la Constituyente y el plebiscito, orquestado por la dictadura para legitimarse, fue todo este afán unitario de estudiantes, sindicalistas, intelectuales y una dirigencia política  con el horizonte claro lo que permitió derrocar a una dictadura que parecía indestructible, entre otras cosas porque tenía una obra de gobierno respetable. Pero el pueblo venezolano quería más que concreto armado, casinos y fiestas de carnavales. Quería principalmente libertad y que pudiese decidir su propio destino mediante elecciones libres, directas y universales. Hoy estamos en una situación parecida y por ello el espíritu de la unidad sigue rondando sobre Venezuela y unidos saldremos de esta tragedia.

José Toro Hardy Ene 17, 2019 | Actualizado hace 5 años
23 de enero, por José Toro Hardy

LOS AÑOS DEL GOBIERNO DE Marcos Pérez Jiménez fueron los de mayor prosperidad material que ha conocido Venezuela. En los 50 éramos el cuarto país del mundo con mayor renta media per capita, superados sólo por EEUU, el Reino Unido y Francia. El bolívar venezolano y el Franco Suizo eran las monedas más sólidas del planeta y la inflación inexistente. Fuimos el abastecedor petrolero más seguro y confiable del mundo.  Éramos el futuro. Una fuerte corriente migratoria proveniente de Europa venía a asentarse en Venezuela. Entre 1950 y 1957 fuimos la economía de mayor crecimiento en el planeta. El crecimiento acumulado del nuestro PIB alcanzó un 87%, en tanto que la segunda economía que más creció fue la de Alemania Occidental con un 67%.

La Guerra Fría avanzaba. Las dos superpotencias triunfantes en la II Guerra Mundial y sus  modelos se enfrentaban en sus respectivas áreas de influencia. Había estallado la Guerra de Corea. El comunismo, apoyado por la URSS y China, se quería apoderar del Sudeste asiático. El Sha de Irán, que abastecía de petróleo a EEUU y sus aliados en aquel conflicto, fue derrocado en 1952  por su Primer Ministro Mossadegh lo que interrumpió la producción petrolera iraní. Se pensó que el comunismo vencería.

El Rey Farouk de Egipto fue derrocado en 1952 por Gamal Abdel Nasser quien en 1956 nacionalizó el Canal de Suez, vital arteria petrolera para el occidente.  Inglaterra, Francia e Israel le declaran la guerra. Nasser contaba con el apoyo de la URSS. Una III Guerra Mundial lucía inminente.

En medio de aquel peligroso panorama geopolítico el petróleo venezolano era vital para el mundo. Eso dotó al gobierno de Pérez Jiménez de inmensos ingresos a lo largo de su mandato que, bien utilizados, fueron la causa de la prosperidad del país asegurando la estabilidad del régimen.

Pero el gobierno de Pérez Jiménez contaba con una dudosa legitimidad de origen. En 1948 el gobernante había derrocado a Rómulo Gallegos y en 1952 había protagonizado un fraude electoral a través del cual una Asamblea Nacional Constituyente lo proclamó presidente por 5 años. Las  libertades políticas brillaron por su ausencia.

Veamos como se desenvolvieron aquellos acontecimientos y el paralelismo con muchos de los actuales:

El 1 de mayo de 1957 monseñor Arias Blanco emitió una dramática Pastoral contra las injusticias del régimen. El peso moral de las palabras de nuestros obispos, ayer como hoy, es determinante. El Colegio de Ingenieros, Academias, la Asociación Venezolana de Periodistas, sindicatos, estudiantes y empresarios emitieron manifiestos en repudio a la dictadura. Muchas personalidades fueron encarceladas o exiliadas y los calabozos se llenaron de presos políticos. Tal como hoy ocurre.

Al vencimiento del período constitucional, Pérez Jiménez convocó un plebiscito el 15 de diciembre de 1957. Cometió un nuevo fraude electoral proclamándose vencedor y juramentándose como presidente para un nuevo período de 5 años. Parecía que con el apoyo que se creía incondicional de unas FFAA, a quienes muchos acusaban de cómplices y corruptas, el panorama lucía despejado para el dictador. Sin embargo, había  perdido la legitimidad y sin ella se pierde la autoridad moral para exigir obediencia al mundo militar.

La fuerza, sin el respaldo de la legitimidad, suele volverse contra quien la usa. Así, en la madrugada del 1 de diciembre de 1958 la Fuerza Aérea se alzó al igual que los blindados al mando del teniente coronel Hugo Trejo. En un intento por controlar la situación Pérez Jiménez reestructuró su tren ejecutivo excluyendo a Pedro Estrada y Vallenilla Lanz y designando numerosos militares incondicionales en su gabinete. Nada logró. El 23 de enero tuvo que huir a bordo de la “vaca sagrada”.

La historia tiene una terca tendencia a repetirse. Las analogías son obvias, con la diferencia de que en lugar de la inmensa prosperidad de aquella época, Venezuela atraviesa  hoy por la mayor crisis económica de su historia, en medio de una  severa crisis humanitaria, con la inflación más alta del mundo y un empobrecimiento dramático que viene a sumarse a un desconocimiento internacional sin precedentes de sus autoridades. De paso se ha destruido la industria petrolera y desmontado el aparato productivo. Tanto peor sale parado el régimen.

Hoy, al igual que en 1958, la oposición se une. El 23 de enero es emblemático. La rueda de la historia está girando. Vale aquí citar una frase de Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”.