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Mal

Laureano Márquez P. Ene 11, 2017 | Actualizado hace 7 años
El mal, por Laureano Márquez

BienyMal

 

Parece que la mejor manera de comenzar este año es hablando bien del mal (no bien a favor, sino bien correctamente). Es que la humanidad, como le suele suceder cada cierto tiempo, pasa por uno de esos bajones –casualmente- de humanidad. Un conocido dicho popular, a modo de consuelo, nos dice: “no hay mal que dure cien años…”. Puede que sea cierto, pero la historia revela que 18 y hasta menos, son más que suficientes para causar las peores catástrofes, que suelen ser las que el ser humano se produce a sí mismo.

A lo largo de la historia, escritores, poetas y filósofos han metido su cuchara en esto del mal y la maldad: Albert Einstein, por ejemplo, dijo: “El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad”. Bueno, el comentario es bastante relativo, porque muchas veces la maldad es una de las cosas más democráticas que hay, al punto que a veces llega al poder por el voto popular, como sucedió en la Alemania de la cual él hubo de huir. Sin embargo, no deja de ser cierto que la complicidad hace mucho daño. Mucho más precisa es la frase de Edmund Burke, el filosofo irlandés que tanto indagó sobre lo bello: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.

Pero a la hora de definir el mal, el diccionario de la Real Academia poco ayuda: “lo contrario al bien”, vale, como dirían los españoles. Busquemos entonces qué cosa es el bien: “En la teoría de los valores, la realidad que posee un valor positivo y por ello es estimable”. Ajá, pero en los valores de quién. Un terrorista que se abalanza con un camión sobre una multitud inocente, cree fervorosamente que eso le llevará al paraíso. La humanidad parece haber convenido en que la vida es un bien estimable, pero basta que para unos pocos la muerte en nombre de Dios se convierta en un bien estimable, para que se nos tranque el serrucho epistemológico.

Dicho de otra manera, el problema del mal en los tiempos que corren es bastante complicado. Porque aquellos que a mí me parecen malvados piensan exactamente lo mismo de mí (yo veo el canal 8). Solo hay una diferencia y esta es: hasta donde está dispuesto a llegar él y hasta donde estoy dispuesto a llegar yo. Como yo no estoy dispuesto a dañar a nadie por mi noción del bien y del mal y ellos sí, estoy en una profunda desventaja y sin duda seré tarde o temprano derrotado, vencido y quien sabe se hasta exterminado.

En otras palabras, a estas alturas de la evolución del homo sapiens sapiens, el año 2017, el ser humano no ha encontrado aun un camino de progreso, paz y convivencia universalmente aceptado. El bueno, el verdadera y auténticamente bueno está condenado a ser exterminado o sometido por malo que también se cree verdadera y auténticamente bueno, pero cuya “bondad” no conoce límites a la hora de imponerse al otro. Al bueno-bueno no le queda otra opción para sobrevivir al bueno-malo que convertirse también en bueno-malo, con lo cual al final la lucha de la humanidad es entre malos y malos. O.K. creo que me estoy enredando mucho y uno no es que sea Sócrates que decía que el hombre sabio solo puede buscar el bien, ni mucho menos San Agustín que exponía que el mal no existe, que solo es ausencia de bien y a lo que no existe no se le teme.

Yo lo que sé decirles es que comienzo este año 2017, como se dice en criollo “como palo e’ gallinero” (con perdón de las nuevas generaciones que nunca vieron un gallinero) con el mal que percibo en el pedazo de humanidad en la que habito y en el resto de ella. Finalizo con esta reflexión de Friedrich Nietzsche, por lo demás oportuna: “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

 

@laureanomar

Breve historia de la mardá, por Laureano Márquez

evil

 

    Desde muy antiguo el hombre y la mujer debaten el tema del mal y la maldad. Definir la maldad no es algo sencillo. Es decir, usted ve una declaración de una funcionaria equis de cualquier consejo de algo y  percibe la maldad, la mala intención, el deseo de hacer daño, pero definir el concepto no es sencillo. Una de las maneras de hacerlo es decir que el mal es la ausencia de bondad, pero esa definición no es del todo útil. Un joven que no le cede el asiento en el metro a una ancianita no tiene nada de bondad, pero no por ello es necesariamente malo. Malo, por ejemplo es quien hace que una ancianita haga 12 horas de cola en un supermercado para ser atendida para comprar comida y al final se vaya con las manos vacías.

Otra cosa interesante es que la maldad es una cosa inherente al ser humano y sera humana. Los animales no son malos. Salvo la serpiente del paraíso, que sí era una rata, los ofidios no te pican por maldad: es algo que está en su naturaleza de defensa y subsistencia. La culebra no diseña un plan para tener a su presa 140 días presa injustamente e incomunicada. Un León no manda a nadie al paredón, salvo que sea Trotsky.

La maldad es un concepto negativo. Es raro que alguien asuma que es mala gente. Es seguro que Adolfo Hitler o Nerón no se percibieran a sí mismos como malas personas, Pinochet y Fidel probablemente tampoco. Sin embargo a Fidel le parece malo Pinochet por las mismas razones que Pinochet le parecía malo Fidel. Una cosa que llamó mucho la atención cuando los comandos rebeldes libios atraparon a Gadafi, él preguntaba insistentemente: “¿qué les he hecho yo?”. Seguramente la pregunta era formulada con honestidad. Stalin y todos los malos de la historia no pueden percibirse a sí mismos como malvados. Seguramente los comandantes de los campos de exterminio hasta tenían un argumento con el que justificaban sus acciones como bondadosas y compasivas. Los terroristas no suelen pedir el perdón de sus víctimas; ellos por propia salud mental, tienen que insistir en el hecho de que asesinan inocentes por una causa superior que lo ameritaba. Es esa gente que mata a los hijos de otros y luego llega a su casa a abrazar con ternura a los suyos. De lo dicho se desprende que la maldad requiere  un permanente y  constante autoengaño.

Sobre la maldad se han hecho muchos experimentos para ver si hay una suerte de gen de la maldad, si es producto de alguna alteración fisiológica, si tiene que ver -cosa que suele ser frecuente- con maltratos en la infancia. También se han hecho experimentos  para examinar cuál es el comportamiento de la gente cuando está en condiciones de hacerle daño a otro. Lo llamativo  de estos experimentos no es descubrir que bajo determinadas condiciones hay gente dispuesta a ser mala, sino la esperanza que produce la existencia de tantas personas que estando en contextos propicios para causar daño no lo hagan.

Las posturas que consideran al hombre como un ser egoísta suelen argumentar, que en un estado de naturaleza o salvaje, al hombre (aquí si el uso del término hombre no es machista, sino que las mujeres casi nunca han sido malas en la historia) no le importa cuánto daño tenga que hacer sobre sus semejantes para pisotearlos y someterlos.

La verdad es que como conclusión podemos decir que en el mundo existe mucha más gente buena  que mala, lo que sucede es que la maldad hace mucho ruido y el bien es silencioso. Cada uno de nosotros lleva dentro un lado luminoso y un lado oscuro. ¿Qué hace que en un determinado momento de la historia uno se active y otro se mantenga a raya? ¿Quién lo sabe?

Abraham Lincoln dijo una vez: “Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”.

¿Y por qué me daría a mi por escribir sobre este tema esta semana?

 

@laureanomar

Jul 26, 2016 | Actualizado hace 8 años
Polvo cósmico por Alejandro Moreno

polvocosmico

 

Dije en una entrevista que estábamos en peligro de desaparecer como sociedad. Ya está en marcha el proceso.

Estamos hoy sabiendo lo que es vivir una situación límite, uno de esos tiempos en los que desaparece la institucionalidad, en los que todo hombre apuesta por la vida, la pura vida, antes que por las costumbres, la cultura, la tradición, la ética que ha regulado sus acciones, la civilización de siglos expresada en códigos y regulaciones de la convivencia. Ya no se trata del convivir sino del puro vivir. Se suspenden no sólo las normas sino la norma misma en cuanto tal. El sentido profundo de norma se convierte en “polvo cósmico”.

Cuando llegan policías a una comunidad y dicen, palabras más palabras menos: “nosotros saqueamos primero, llenamos nuestros carros y luego les cantamos la zona para que ustedes saqueen”, lo que estamos viendo es que quienes están encargados de cuidar la norma, no sólo favorecen el desorden sino que se ponen de parte de la anomia porque tampoco ellos se benefician con la ley. Pasan hambre, se les están muriendo los familiares por falta de medicinas. El orden no les sirve de nada a las fuerzas del orden. ¿Para qué defenderlo?

La situación límite, cuando la sobrevivencia está en jaque, hace estallar toda frontera entre lo que hasta entonces han sido el bien y el mal. El mal se vuelve cotidiano, se lo ejecuta sin pensar, se hace banal, se apodera de la norma y se funde con ella. Se vuelve bien. ¿Cuántos de los que saquean camiones de víveres, supermercados, pequeñas bodegas de mercal, piensan o sienten que están haciendo mal? No conseguir comida justifica el saqueo. Algo así dijo una vez Chávez. De justificación en justificación todo se acaba pudiendo hacer. La vida social desaparece y se instala triunfante el homo homini lupus.

Nos llevan a desaparecer como sociedad, pero todavía no hemos desaparecido. En una comunidad la mayoría de la gente no se hace solidaria con los saqueos, por ejemplo. En una cola, hecho cierto, a una pobre mujer un hombre le pregunta por qué ha comprado un solo pollo cuando podía comprar dos. Ante su respuesta de que no tiene dinero, el hombre le da lo que le falta. No se ha perdido la cultura, la gran tradición venezolana. La norma de convivencia resiste, pero peligra.

Ante situaciones así, cuando ya lo civilizado empieza a peligrar, hay que recurrir a lo más elemental, a la base de toda civilización humana, a los diez mandamientos bíblicos y no sólo por su significado religioso, sino porque además son la base última de la convivencia entre los hombres.

ciporama@gmail.com

El Nacional 

El “apátrida” por Víctor Maldonado C.

Exilio_

 

El mal existe. El mal contemporáneo esta necesariamente vinculado a la capacidad inmensa para hacer daño que tienen los poderosos sin probidad. A ese foso se llega de caída, cuando el único fin que parece apreciable es el mantener el poder para disfrutarlo concupiscentemente. Los que así piensan están sometidos al rentismo del poder, que se asume dentro de la perversa lógica de los juegos de «suma cero», y que tarde o temprano termina aniquilando a quien lo practica. Nada se comparte dentro de una lógica depredadora. Se juega en los extremos donde todo es posible porque no hay límites, ni éticas, ni principios morales que puedan darle sentido de proporcionalidad al certamen. Nadie lo pretende equilibrado, equitativo, ceremonial o siguiendo algún protocolo. Todo lo contrario. El duelo consiste en que todo vale a la hora de deshacerse de un adversario o de buscar aniquilar a quien lleve la contraria. La única norma del poder maligno es precisamente que no tiene parámetros. La ventaja del poderoso sin probidad es que resulta inimaginable e increíble hasta dónde puede llegar y las cosas que puede hacer. Pero allí están los testimonios de los que han sufrido cárcel, exilio, tortura, secuestro, extorsión y amenazas. Allí están los montajes realizados a los dirigentes políticos, las trampas psicológicas alevosamente aplicadas a Leopoldo López y a su familia, el proceso y cárcel aplicados al alcalde Antonio Ledezma, el acoso que sufre Teodoro Pettkoff, el exilio de Alberto Ravell, Miguel H. Otero y tantos otros que han tenido que interrumpir sus vidas para resguardarse del peligro inminente. En ninguno de estos casos hay dramas que puedan ser considerados como secundarios. Cada uno de ellos representa un proyecto de vida interrumpido, una expectativa suspendida, una vida maltratada y quién sabe cuántas rupturas imposibles de recomponer.

La práctica de la maldad política se convierte en una inmensa bola de nieve con perspectivas desoladoras. Nadie puede sentirse especialmente inmune. Una muestra es lo ocurrido al ciudadano Miguel Ignacio Mendoza Donatti, mejor conocido como Nacho. Ya sabemos que su discurso ante la Asamblea Nacional el día de la juventud le trajo como consecuencia el hostigamiento del gobierno. Al ciudadano le anularon el pasaporte y lo dejaron por unos días confinado en el país, imposibilitado de cumplir con sus compromisos profesionales,  y sometido al trapiche burocrático de tener que solicitar un nuevo documento. Los que vivimos en Venezuela sabemos que cualquier proceso público es una apuesta condicional. No hay ley aplicada universalmente sino mecanismos institucionalizados de extorsión. Pero el artista no se dejó amedrentar y su respuesta frontal y valiente, apelando al pueblo, tal vez fue su salvación. Al momento de escribir este artículo ya es noticia que obtuvo otro pasaporte. En ocasión de ese ultraje ciudadano, uno más de los que se cometen todos los días, @JJRendon escribió el siguiente tuit: «Toda mi solidaridad a la distancia. La lucha es la misma. La causa es Venezuela».

En ese momento caí en cuenta del verdadero sentido del mensaje. Nacho no es el primero que se ve sometido al maltrato de su ciudadanía. El estratega político venezolano tiene años sufriendo la infeliz circunstancia de tener que vivir como un «apátrida». Y no me refiero al usual insulto con el que el socialismo del siglo XXI intenta estigmatizar a cualquiera que le lleve la contraria. Es algo mucho peor, mucho más oscuro y siniestro. El ciudadano J.J. Rendón sufre una constante y sistemática persecución que ha pasado por el despojo de su nacionalidad legal porque no cuenta con un pasaporte válido y confiable, porque el régimen se niega a proporcionárselo y porque es público y notorio el ensañamiento contra lo que él es, lo que significa su trabajo y lo que tiene que ser visto como su derecho inalienable a disentir y a luchar por lo que él cree valioso. Dejar a un individuo sin ciudadanía, someterlo al exilio, dejarlo “en veremos”, es un castigo antiquísimo. Sócrates prefirió el suicidio antes que someterse al extrañamiento. El filósofo lo hizo como una demostración de pedagogía política. No iba a ir contra las leyes de la ciudad cuando estas lo perjudicaban. Nunca lo había hecho cuando le beneficiaron.

Pero no nos llamemos a engaño. No son las mismas circunstancias. No es la ciudad y su derecho los que deciden ahora, sino la perversidad convertida en régimen que despoja y desarraiga, sin importarle lo que al respecto se ha logrado en el plano de los derechos humanos consagrados internacionalmente, sin  prestar atención a los derechos y garantías establecidos en la constitución supuestamente vigente. En este caso concreto de J.J. Rendón el calificativo de “apátrida” lo coloca en un limbo porque por la vía de los hechos “no está siendo considerado como nacional suyo por Venezuela” y esto se hace al margen de lo establecido en la legislación venezolana. La nacionalidad y los derechos concomitantes a la identidad, al pasaporte, a la libre movilización le fueron confiscados con el interés de castigarlo, de convertirlo en un paria, de ocasionarle perjuicios y de confinarlo a la fragilidad perenne. No importa lo que al respecto digan las convenciones sobre refugiados y la que regula la condición de los apátridas. No importa tampoco que Venezuela sea signataria de la Convención Universal de los Derechos Humanos.  Al margen de todo decoro y sin importar que estemos en el siglo XXI y no en el siglo IV antes de Cristo, lo que es realmente sustancial es que a un ciudadano venezolano se le despoja de su condición y por esa vía se le invalidan todos sus derechos humanos. Sin ciudadanía no hay ejercicio posible de los derechos. Y las expresiones más conspicuas de la ciudadanía son la cédula de identidad y el pasaporte vigente. Y a quienes les niegan cédula y pasaporte los están lanzando al espacio insólito y atípico de los “apátridas”.

Por supuesto nada decente se puede esperar del mal y del poder ejercido maliciosamente. A un estratega político le resulta especialmente costoso el no poder movilizarse y el sufrir un ataque constante a su reputación. Ambos flancos han sido obsecuentemente atacados por los enemigos políticos de J.J. Rendón, cobrándole así sus éxitos y sus incuestionables capacidades para vencer al cartel del socialismo del siglo XXI allí donde ellos han intentado extender su franquicia. En un libro, todavía inédito, el estratega político relata su lucha, en tono pedagógico, positivo y autobiográfico. Su lectura resulta apasionante en la misma medida que la ciencia ficción se transforma en realidad comprobable y en un testimonial de hasta dónde hemos podido sufrir la descomposición activa de cualquier referente republicano. Para el protagonista del libro es el relato «de la más implacable persecución» cuyo afrontamiento «me ha demostrado la gran capacidad que tenemos para fortalecernos en la adversidad». Esa capacidad es la resiliencia y el libro trata sobre eso: luchar sin entregarse. No someterse al imperio del miedo. No resignarse. No conformarse. No guardar silencio. No entregar los principios.

El ser un ganador tiene sus costos. J.J. Rendón ha sido acusado de todo e insultado de todas las maneras posibles. Los que han perdido el poder gracias a sus estrategias y a la disciplina con la que las implemente lo bautizaron como «el rey de la propaganda negra» o el “experto en guerra sucia”. Los políticos por lo general son malos perdedores, y en lugar de asumir su responsabilidad en sus malos resultados prefieren decir que fueron víctimas de alguien. Allí esta Evo Morales como el ejemplo más reciente.  Pero el socialismo del siglo XXI no se ha quedado en ese tipo de calificativos sobre la forma como supuestamente encara las campañas políticas que están a su cargo. Ellos han pasado de los malos adjetivos al insulto. Al de “apátrida” habría que sumarle el de “mal nacido”, “piltrafa humana”, “bandido de siete suelas”, “terrorista”, “miserable”,  “sicario del imperio”, “agente de la CIA”, “enemigo público número uno de la revolución bolivariana”, e incluso el ser un “azote”, porque a juicio de los jerarcas del bolivarianismo del siglo XXI  “el talento a favor de las libertades es un talento  sin probidad, y por eso mismo es un azote”.  Todos hemos sido testigos del dossier de insultos aplicados al ciudadano J.J. Rendón, porque muchas veces han sido proferidos en cadena nacional, o a través del dossier de programas escatológicos divulgados a través de los canales oficiales.

Lo cierto es que programas transmitidos en cadena nacional lo han tenido a él como ejemplo de una degradación supuestamente intolerable. Las amenazas a su integridad y la descalificación son parte del repertorio usual de los medios oficiales que han acumulado más de 189 ataques desde abril de 2013 hasta la fecha. La inquina es pública y comunicacionalmente notoria. J.J. Rendón es el único venezolano al cual la red de TELESUR le ha dedicado varias campañas de infomerciales a nivel mundial, fomentando el descrédito y la explotación del odio  con los recursos que deberían ser dedicados a hospitales y educación. Agencias de relaciones públicas han sido contratadas para fomentar su desprestigio y problematizar aún más su condición de refugiado político que es la consecuencia automática de haber sido tratado como un ciudadano sin patria que lo reconozca como uno de los suyos.

Todo el mundo puede imaginar que quien siembra el odio contra alguien espera pacientemente que algún día esa cizaña de frutos. Basta revisar las redes sociales para hacer un inventario de las numerosas amenazas veladas en la que se ceban los adeptos del régimen que quisieran hacer realidad los deseos de sus líderes. Ese odio así sembrado, pacientemente regado, puede provocar resultados terribles e indeseables. J.J. Rendón lo sabe, sin embargo no se amilana, acostumbrado como está a buscar fuerza en la meditación zen, “sentarse tranquilamente quieto, tratar de deslindarse de la confusión, del descontento, del dolor, del sufrimiento…”

La anulación del pasaporte es solamente un detalle que ha podido salvar gracias a que países amigos –cuyos nombres no pueden hacerse públicos para evitarles las tradicionales arremetidas del régimen- le han concedido salvoconductos humanitarios y algunas facilidades contingentes y provisorias. Al «mal nacido» (y con ese epíteto los del régimen le quieren señalar que para ellos nunca debió haber nacido en Venezuela, porque no lo merece al no haberse plegado al socialismo del siglo XXI) le niegan los beneficios de la nacionalidad y lo persiguen implacablemente por todo el mundo. Las solicitudes de captura intentadas ante la INTERPOL han sido refutadas y rechazadas una tras otra, pero lo siguen intentando. Los esfuerzos de penetración de su personal de confianza, una y otra vez, con el fin de perjudicarlo, han resultado infructuosos, lo que no significa que no haya tenido costos. Estratagemas para entregarlo y venderlo a la guerrilla colombiana y planes de extradición forzada al país para «juzgarlo revolucionariamente» son solo una porción de un dossier de iniciativas aviesas que están relatadas como parte de una vida azaroza que sin embargo, permite a quien la ha vivido sacar lecciones positivas de todas esas experiencias extremas.

Muchos amigos saben de estas peripecias y se preocupan. «Tus enemigos han saboteado tus negocios, tus finanzas, tu vida familiar, atentan contra tu vida, amenazan con meterte preso y con destruir tu honor, y sin embargo aquí estás, como si nada… ¿Cómo haces?» La respuesta de J.J.Rendon deja ver su formación budista. «Todos tenemos nuestra ración de catástrofes personales. Parte del secreto está en no asumir una actitud catastrofista… La única manera que puedo explicar el haber resistido al acoso de un estado poderoso, el haberme levantado varias veces y el haber florecido profesionalmente es el empeño que he puesto en prepararme para fortalecer mi condición de ser humano con resilencia». Para J.J. Rendón la resiliencia es negarse a la indefensión aprendida. Es no entregarse. Es seguir luchando, estudiando y preparándose para la victoria. Amat Victoriam Curam es su lema.

Por esa razón es que al ver lo que le estaban haciendo al ciudadano Miguel Ignacio Mendoza Donatti la reacción fue de plena solidaridad. Le estaba diciendo a Nacho que se podía y se debía encarar con coraje el desplante neototalitario. Que no era el único tratado como «apátrida» y violado en sus derechos esenciales. Pero que todo, incluso las peores catástrofes terminan siendo anécdota y posterior olvido si no caemos presas del miedo, único alimento del poder perverso. «Enfrentar el miedo es fundamental para la resiliencia, aprender a enfrentarlo es esencial para nuestra preparación para la victoria». Y de victorias sabe  J.J. Rendón,  aunque sigue sin pasaporte, negados sus derechos ciudadanos y perseguido implacablemente. Esos son los riesgos que decidió asumir una vez que se percató  que sus principios y valores personales lo iban a terminar enfrentando con el régimen neototalitario establecido en Venezuela. Por eso mismo aún así sigue luchando sin detenerse un instante para que esta época de desmanes y fracasos sea superada de una buena vez, eso sí, como lo sabe hacer, dando la batalla política para lograr el relevo por medios previstos constitucionalmente, democráticos, electorales y pacíficos.

Termino el artículo y me quedo pensando, por ejemplo, en las veces que a Nelson Bocaranda lo han retenido al ingresar al país. En los cientos de obstáculos que cotidianamente tiene que superar María Corina Machado para hacer política. En los desmanes de la lista de Tazcón, en la pesadilla de dirigir una empresa o de soportar todas las infamias que ha tenido que soportar Lorenzo Mendoza y Empresas Polar,  en las difíciles decisiones que han debido tomar todos los que han sentido que no pueden seguir viviendo en Venezuela, en los infinitos cálculos de los que decidimos quedarnos, en fin, en lo que todos tenemos que decir, contar, compartir o relatar sobre esta época en la que la ciudadanía se nos ha rebanado de manera tan infamante. Leer el libro de J.J. Rendón, aun inédito, es pasearse por un compendio de lo peor que nos ha ocurrido a todos, pero que en su caso dramático, le ha ocurrido todo a él, eso sí, sin doblegarlo, sin vencerlo. Por eso a la luz de su experiencia me surgen un conjunto de interrogantes ¿Por qué no nos hemos constituido en un club de víctimas si la verdad es que sumamos 30,6 millones de ciudadanos conculcados en sus derechos esenciales? ¿Cuándo nos vamos a condoler de lo que le ocurre al otro tanto como cuando nos ocurre a nosotros? ¿Cuándo vamos a comenzar a practicar con intensidad la solidaridad activa si todos hemos sido de alguna manera rasgados en nuestra integridad? ¿Cuándo nos vamos a asumir como desplazados internos, replegados de las calles, despojados de las libertades más esenciales, confinadas a vivir el país como castigo? ¿Cuándo vamos a mirar con compasión la tragedia del exilio? ¿Cuándo vamos a comenzar a relatar nuestros sufrimientos para construir esa gran moraleja nacional que tanta falta nos hace para superar esta indefensión, esta indiferencia? Porque no nos quepa ninguna duda: La lucha es la misma. La causa es Venezuela.

@vjmc

Elenco de The Hunger Games apoya campaña contra el ébola (Video)

ebola

El elenco de la saga ‘Los juegos del hambre’ se unió para iniciar una campaña de concientización sobre el virus del ébola que se ha desatado en África.

A través de un video, la actriz Jennifer Lawrence busca que los estadounidenses vuelquen su atención a los africanos contagiados con el virus antes que preocuparse por la improbabilidad de morir a causa del temido mal.

Venezuela, un mal ejemplo para la civilización por Asdrúbal Aguiar

Mazodando

 

La fuerza del título no es retórica ni muletilla para un texto descarnado, que describe, eso sí, la tragedia de una nación –Venezuela– que deja de ser tal para recorrer el camino contrario al norte de la humanidad, forjado sobre el drama del Holocausto e inscrito en la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948.

El respeto a la dignidad de la persona humana es el límite infranqueable del poder “fagocitante” del Estado –no por azar llamado Leviatán– y ata, incluso, la fuerza preceptiva de su orden constitucional cuando se dice democrático.

Contra tal dignidad humana no pueden conspirar siquiera las mayorías electorales. La democracia y el respeto y garantía de los derechos humanos, en el marco de un Estado de Derecho, es el eje ante el que pierde cualquier valor el voto como manifestación de la libertad.

El saldo del llamado socialismo del siglo XXI en Venezuela –su primer laboratorio desde 1999– no es otro que la disolución total, de lo humano y hasta lo divino. Muerto Dios para entronizar a Chávez, como en Zaratustra, la amoralidad se hace regla. Somos los venezolanos, como Estado, una caja vacía, una franquicia virtual transable sobre las redes globales mercaderiles mientras algo nos queda de patrimonio material; y como nación y sociedad, nuestros lazos afectivos dejan de ser tales al vernos anegados de sangre, presos y torturados, y por huérfanos de una narrativa común para reinventarnos política y culturalmente.

El socialismo del siglo XXI abona en favor de la resurrección del Estado absoluto y personalizado, sobrepuesto al ser humano, olvidando lo elemental. De allí su fracaso. Por obra de la globalización comunicacional y su andamiaje “tecnotrónico”, el espacio jurisdiccional del Leviatán –cárcel de la ciudadanía– cede en importancia y lo que vale –no lo entienden los alabarderos de esta suerte de “socialismo digital” –es el tiempo y su velocidad de vértigo. Las cosas cambian a cada segundo y la fuerza envolvente de lo humano– en comunicación por las redes sociales– y como mano difícil de frenar en su crecimiento, descose, rompe el guante que la contiene hasta ayer, a saber, la prepotencia del Estado y sus gendarmes.

Como alternativa renovada para su parque jurásico –el pensamiento marxista decimonónico y las enseñanzas del socialismo real del siglo XX– obviamente se propone, en paralelo, dominar los medios de comunicación social y disponer de los capitales suficientes para doblegar a los editores y las tendencias globales, intentando recrear otro Estado postizo, virtual o de espectáculo, cuyos efectos diluyan lo ominoso de su parto, como en Venezuela: un país sin tradición, que luego de haber enterrado 300 años de aprendizaje dentro de una cultura milenaria fundante (grego-romana, latina e hispana) se ata a un ícono polémico pero divisor en el presente: Simón Bolívar. Un país sin instituciones, pues las creadas a lo largo del siglo XX son “desconstitucionalizadas” para resucitar, constitucionalmente, al “gendarme necesario”, hoy muerto, sin herederos de igual talante. Un país que al perder sus endebles lazos históricos bajo un modelo enajenado, que no tiene otra promesa que la división entre amigos y enemigos, ha profanado su “mestizaje cósmico”, recreador del afecto societario.

Lo cierto es que esta alternativa, que se dice hija de la “posdemocracia” (propaganda + dinero= populismo del siglo XXI), no tiene apellido. En Italia la inaugura Berlusconi. Pero al declinar la audiencia de los medios controlados y agotarse el dinero que nutre a la propaganda y otorga premios, su cuerpo flácido y sin alma se hace evidente. Es la consecuencia última del uso de la democracia como objeto de desecho y la cosificación de la persona humana para explotarla en el tráfico de las ilusiones.

La partida de defunción de Venezuela, por lo mismo, la firma recién el Comité contra la Tortura de la ONU: Carece de independencia su justicia y no existe en la Defensoría del Pueblo; la Fiscalía promueve la impunidad de los centenares de miles de crímenes ocurridos; su Estado o Leviatán miente, de forma contumaz; encarcela y tortura a quien piensa y piensa distinto; inflige palizas, descargas eléctricas, quemaduras, y asfixian sus esbirros a las víctimas; la fuerza militar reprime y lo hacen también los “grupos armados pro oficialistas”; es dantesco el panorama carcelario; las instituciones de remedio –los jueces– son de utilería; y al paso, la última expresión del engaño y el espectáculo transformados en política de Estado la representa el programa de televisión del teniente Diosdado Cabello, con sus “patriotas cooperantes”, promotores de la violencia y del desprecio a la dignidad humana.

 

@asdrubalaguiar

El Nacional