No serán tan solo una estadística los jóvenes asesinados durante las manifestaciones de 2014 y 2017. Tendrán rostro e historia. La memoria se escribe cada día, se documenta cada caso y muchos se llevarán a La Haya. El padre de David José Vallenilla Luis, tiroteado frente a la base aérea de La Carlota, está en Madrid para hacer justicia. Y la hará
DAVID VALLENILLA LLEGÓ A MADRID hace tres meses y desde esta ciudad luchará por llevar a Nicolás Maduro a la Corte Penal Internacional de La Haya. Ese es su objetivo, eso es lo que tiene entre ceja y ceja. Que Maduro, Padrino López y otros militares sean condenados por crímenes de lesa humanidad. No es fácil, pero parece moverlo una determinación serena.
—Tengo que ser un buen guerrero, como David José. Quiero tener esa misma gallardía que él tuvo —dijo, durante una conversación, sentado en un banco del parque del Retiro.
Llegó del país donde los padres entierran a sus hijos, y no al revés. Llegó de la tierra arrasada donde los estudiantes les enseñan a los demás ciudadanos a ser valientes y enfrentarse a la barbarie. Tomó buena nota de las lecciones que le dejó su muchacho. Cuando se conversa con David hay que estar preparado para que su voz se le quiebre en ciertos momentos, puede que baje la cabeza —siempre cubierta con una gorra— o que se le pongan los ojos aguados; pero enseguida se repone.
Se ha quedado a vivir en Madrid porque su hijo tenía la nacionalidad española y se supone que el Estado español hará algo a favor de la justicia. A fin de cuentas, se trata de un súbdito del Reino, asesinado el 22 de junio de 2017 por un miembro de la Aviación venezolana, un sargento de 28 años con un nombre de pila tan ridículo como Arli Cleiwy. Le disparó casi a quemarropa desde detrás de la reja que protege La Carlota. El muchacho tenía el siguiente armamento, peligrosísimo para los defensores de la base aérea: un morral, un envase vacío de su última comida, unos lentes de natación y un trapo o pañuelo.
22 DE JUNIO DE 2017, EN CÚA
David José nació el 20 de septiembre de 1994 en Ocumare del Tuy. Su padre lo conoció a través de un vidrio en la sala de maternidad de una clínica privada. Lo acompañaba su propia madre, todavía vivía. Su comentario fue: “Es igualito a ti cuando naciste”.
Se separaron apenas a los dos años de casados, David y Milagros Luis. Ella se fue a vivir a Caricuao con el muchachito. Cuando entró en bachillerato, el cambio lo afectó y comenzó a tener problemas, incluso tuvo que repetir primer año. El padre pidió llevárselo y encargarse de él en Cúa, de modo que todo ese periodo estuvo viviendo en los Valles del Tuy y terminó allí su bachillerato siendo el segundo de su curso. Lo llamaban nerd, cosa que quizás le molestase pues se la comentó al padre. Apenas se graduó de bachiller se fue a Caracas a estudiar Enfermería en la Universidad. Se graduó muy rápido y con notas excelentes.
Al hablar con Vallenilla cualquiera puede darse cuenta: fue un buen padre. Hay tres episodios claves: el muchacho quiso ser modelo a los 18 años, inscribirse en una escuela y todo eso. David convino en ello aunque le advirtió seriamente de algunas cosas. David José hizo su curso, lo transformaron físicamente, fue seleccionado para su primer desfile en el Sambil y al regresar le dijo al papá que no quería saber más de ese oficio.
El segundo episodio fue una perrita que se consiguieron en la calle y que estaba enferma. Le dedicó una noche de desvelo a hidratarla. Puede que entonces se le haya despertado su vocación por la salud. Puede, también, que un tío suyo, el médico Jean Carlo, hermano de crianza de David, le haya acicateado esa vocación. Hay otro familiar importante, Gabriel, que arrastraba problemas por cierta discapacidad y fue una persona muy querida. Murió a los 45, justo un año antes que David José. El joven no quiso asistir al entierro, seguramente no se sintió preparado para aguantar esa despedida. Ahora descansan juntos en el mismo lugar.
El tercer episodio es el negocio que montaron padre e hijo, una administradora de condominios. El muchacho solo ayudaba en el cobro recorriendo los apartamentos, pero seguramente se sentía partícipe de un emprendimiento familiar y esto ha debido tener importancia en su formación.
David vio a David José por última vez el día del padre de 2017, en un almuerzo en el apartamento de su exmujer en Charallave.
—Compartimos ese domingo y al siguiente jueves lo asesinaron.
Después de eso su exmujer y él, que habían mantenido una relación de amistad a pesar del divorcio, se han distanciado.
LA LENTA RESPUESTA
No hay manifestación alguna, al cabo de tres meses, del gobierno socialista de Pedro Sánchez de que apoyará a Vallenilla en su cometido. No ha sido entrevistado por la TV local, que lanza todos los días informaciones sobre la crisis venezolana. Los sagaces reporteros españoles quizás no se hayan dado cuenta de lo que representa Vallenilla y su causa; suelen tenerla, la sagacidad, para llamar “polarización” al exterminio de un pueblo por parte de una mafia enquistada en el poder. Un sacerdote jesuita primero atendió a Vallenilla y ahora le rehúye. Por su parte, él no quiere que su caso sea utilizado como un arma arrojadiza por los partidos políticos ni sirva de catapulta para algunos adalides de los Derechos Humanos en busca de pantalla y viralidad tuitera. Eso lo tiene claro.
Su lucha, también en este lado del charco, luce cuesta arriba. En el acto de presentación del libro de Carol Prunhuber, Sangre y asfalto («135 días en las calles de Venezuela»), el lustroso Antonio Ledezma se quiso robar el show al perorar más de la cuenta sobre lo que debe hacer o dejar de hacer la oposición, y eso que se trataba de un homenaje a las víctimas de la barbarie pues de eso va el libro de Prunhuber. Ledezma habla más de la cuenta en cada oportunidad, quizás alguien debería hacerle entender que en ciertas ocasiones se ve de lo más elegante con la boca cerrada.
Vallenilla, antes, fue supervisor en el Metro de Caracas, donde conoció al OTS (operador de transporte superficial) Nicolás Maduro. Ahora es un activista de los Derechos Humanos, por David José pero también por otros tantos jóvenes que siguen muriendo en las calles de Venezuela. Asegura que existe denegación de justicia, en este caso, pues el culpable fue identificado en su oportunidad por Néstor Reverol (ministro del Interior) y Tarek William Saab (defensor del Pueblo); sin embargo, no fue privado de libertad inmediatamente, tal como indica la ley. Seis meses después fue cuando apareció en los tribunales, en una audiencia preliminar. Es la única vez que lo tuvo frente a frente. Hasta el día de hoy no se ha llevado a cabo la primera audiencia de juicio. El criminal no admitió los hechos, se acogió al precepto constitucional al declararse no culpable. Si hubiera aceptado los cargos, el juez de Control procede a sentenciarlo de una vez, concediéndole una rebaja en la pena.
—Dudo que esté encarcelado. Hubo seis diferimientos. Hay otro caso que lleva 19 diferimientos de la audiencia preliminar —dice Vallenilla.
Armó un escándalo en las redes y por eso probablemente fue que se consiguió la audiencia preliminar, pero de allí en adelante, nada. El propio juez, en los pasillos del palacio de Justicia, le reclamó que lo estuviera nombrando públicamente.
—Usted haga su trabajo y yo no lo mencionaré —le contestó Vallenilla.
Estuvo a punto de írsele encima a ese individuo, el juez 21 de Control del área metropolitana de Caracas, José Maximino Márquez, cuando se atrevió a preguntarle que por qué su hijo, en vez de irse a la Universidad, había salido a protestar.
El director de la Escuela de Derecho de la UCV lo llamó, a poco de suceder la tragedia, y le dijo que todos los profesores de esa Escuela estaban a su orden para llevar el caso. Escogió a tres de ellos, que hoy en día siguen trabajando y no le cobran un céntimo. Uno de esos profesionales es la abogada María Alejandra Poleo, quien hace unos meses fue a Ramo Verde a verificar si el individuo seguía preso allí. La autoridad que la atendió le dijo que no le daba la gana de decirle si en efecto estaba privado o no de libertad. A los militares no les gusta que el caso se lleve en la jurisdicción civil. Lo que desearían es que el sargento de nombre ridículo fuese juzgado en tribunales militares.
Hay otro protagonista en esta historia, el periodista gocho Golcar Rojas, quien también vive en Madrid y fue quien promovió este encuentro en el parque del Retiro con Vallenilla. Rojas encontró, durante los peores días de la represión en 2014 y 2017, la forma de exorcizar su angustia ante la orfandad de la población civil, ese dolor por el país, ese descorazonamiento por las víctimas de la represión. Durante muchas noches, hasta las tres de la mañana, insomne, escribía con obstinada pasión unos obituarios dedicados a los jóvenes caídos. Insiste escribiendo, dice que lo hace para mantener la memoria viva. Tiene unos 75 obituarios escritos hasta ahora y los juntó en forma de libro que subió a la plataforma online de Amazon. La obra se titula Obituarios de un no-país y es accesible colocando el nombre de Golcar Rojas en el buscador de la tienda digital.
El régimen está empeñado en hacer ver lo que no fue: que las víctimas eran delincuentes, drogadictos o cualquier cosa. El régimen está empeñado en la desmemoria. El régimen cree que sus líderes saldrán impunes de esto. El deber de los periodistas, de los activistas de Derechos Humanos como Vallenilla y de cualquier venezolano con uso de razón y corazón en el pecho, es preservar cada uno de esos nombres, saber cuál fue su historia y cuál su verdad. Creer en la justicia internacional. David Vallenilla no está solo tampoco en España (a pesar de lo anotado más arriba).
@sdelanuez
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