luto archivos - Runrun

luto

#MonitorDeVictimas / Mataron a un comerciante informal en La Hoyada
Desconocidos le propinaron un golpe en la cabeza y murió cuatro días después

Francisco Zambrano @franzambranor / Fotografía: Carlos Ramírez

De un traumatismo severo en la cabeza falleció el pasado martes 30 de junio, Raúl Díaz, de 66 años de edad. 

Su hermana Nelly Díaz, en la morgue de Bello Monte, aseguró que personas desconocidas atacaron a Díaz con un objeto contundente el pasado sábado 27 de junio a las 3:00 am en las inmediaciones de La Hoyada.

Fue llevado a un centro asistencial donde murió cuatro días después.

Díaz era comerciante informal del Mercado de Coche y vivía solo en una pensión en el centro de Caracas.

Dejó a una hija mayor de edad que emigró a República Dominicana.

 

el futuro de la juventud en sectores populares

 

 

 

Cuando el luto se pinta tricolor, por Antonio José Monagas

Bandera-Miguel-Castillo

La profunda confusión que se ha instalado en Venezuela estos días de abril y mayo, responde a distintas causas. Causas éstas no sólo de razón política. También de índole económica, social, moral y cultural. Inclusive, de acepción ética. Todas ellas reflejan anomia que, por estos días, tiene secuestrada a la nación. Ésta no es fortuita. Podría decirse, que fue promulgada por el Estado en atención al desorden gubernamental que se fraguó como resultado del desbocamiento de contradicciones, desarreglos y desacato de preceptos trazados constitucionalmente.

No obstante, la protesta no cesa. Por el contrario, se ha intensificado. Y es porque lo que recorre cada parte de la humanidad y espiritualidad de tantos venezolanos, es la indignación que significa la desvergonzada retracción del país por culpa de un régimen soberbio, indolente y ortodoxo. No hay duda de que estos momentos de crudos conflictos que padece el país político por causa de la ofensiva de la cual ha sido víctima la institucionalidad democrática constitucionalmente establecida, no ha sido óbice para que esos mismos venezolanos hayan decidido reconquistar los valores morales y políticos sobre los cuales se ha asentado el sistema político. Ese mismo sistema político que ha permitido disfrutar la convivencia, aunque con sus altos y sus bajos, ha sido lugar común de las actuales generaciones.

Pero pareciera que por ahora y hasta ahora, la represión ha sido la única respuesta del alto gobierno toda vez que su enmudecimiento tiene aprisionado todo rasgo de elemental conducta política y comportamiento ciudadano para encarar los problemas que su propia incapacidad o quizás, su enmascarado proyecto de gobierno, no le ha permitido despejar.

Aun peor ha sido el desconocimiento mostrado o la descarada postergación asumida por el gobierno central, en cuanto a lo que determina la letra constitucional. Tanta saña gubernamental,  exasperó el estoicismo o aguante de venezolanos quienes comenzaron a verse cuales prisioneros sometidos a un riguroso régimen disciplinario sin que fueran demostradas las acusaciones del “denunciante difamador o calumniador”.

Y como siempre, la juventud se presta para ir a al frente de luchas que inhabilitan su futuro. Frente a tan avivada motivación, los muchachos han ocupado las primeras líneas de tan particular confrontación donde se apersona la violencia representada por un actor cuya soberbia rebasa los límites de la civilidad. Cuyo cinismo excede las fronteras del buen negociador. Es decir, la presencia de un gobierno desesperado por el miedo que le produce verse echado del poder. Más, porque sus contrastados delitos constituyen la mejor garantía para ser recibido por una justicia cuya espada está desenvainada.

Esa muchachada, no se amilana ante demostraciones de fuerza y de poder que se solapan con el envalentonamiento de quienes no tienen la razón. Es por eso que esa disposición de lucha, se potencia tantas veces como el sentimiento libertad, junto a la virtud y el honor, se convierten en aceleradores de la acción emprendida.

El valor que acompaña a esa muchachada, inocula en su sangre el empuje necesario  para ir hasta el final de pensamientos que viven de la esperanza y de la fe. Esa libertad por la que luchan estos jóvenes y venezolanos de todas las edades, no sólo existe donde la inteligencia y la determinación consiguen frustrar los planes al opresor. También, donde la persistencia y la paciencia logran desencajar las ilusas pretensiones de un gobierno persuadido de ser propietario vitalicio del poder.

Sin embargo, tan críticos desencuentros no siempre alcanzan la victoria en el tiempo esperado. Y vivir tan agobiante espacio, no sólo lleva a perderse entre las contingencias del camino. Igualmente, a sucumbir ante los riesgos propios de tan escarpados momentos.

Es cuando el tiempo se impone y hace sentirse imperecedero. Es cuando en  medio de tanto letargo, surge el odio como fuente de rebelión. Entonces, quienes emplean la represión como criterio de gobierno, se aprovechan del poder el cual apoyado en la beligerancia, lo hace convertirse en instrumento de muerte. Y es cuando comienzan a contarse las bajas del lado cuyas manos desabrigadas sólo pueden repeler tan cruentos ataques con el impulso de cualquier objeto que actúe como proyectil. Tal, como juego de niños.

Es cuando las diferencias de poder, alojan discrepancias que resultan ser nocivas ante la posibilidad de un entendimiento. Es cuando dichas distancias, de ideas, actitudes y aptitudes, arrojan desproporcionados e injustos balances. Y aunque la muerte se asoma por exiguos momentos, su efecto trae como resultado la baja de algún combatiente situado en la primera línea de batalla. Y no es otro que alguien de esa misma muchachada irreverente que ha apostado hasta su vida a cambio de libertades conculcadas por el vandalismo gubernamental.

Es cuando surge lo inevitable: la muerte exhibe sus garras de siniestro efecto. Y aunque si bien no todo morirá, es precisamente el valor de esta muchachada la razón que sigue inspirando arrojo y decisión ante las injusticias y arbitrariedades de un régimen forajido. Deberá reconocerse que si bien el verdadero valor comienza con el miedo, al final, ese mismo sentimiento induce la valentía y el coraje necesaria para derrocar un proyecto ideológico contenido en un ataúd de desvergüenza, pillaje y corrupción. Por eso, cada baja de cualquier venezolano, es razón para dar cuenta del instante cuando el luto se pinta tricolor.

Luto crónico por Gonzalo Himiob Santomé

#11A2002

 

Ayer se cumplieron trece años del 11A. Diecinueve cadáveres, hombres y mujeres víctimas de la misma violencia, del mismo absurdo, de la misma maldad en el poder que en estos tiempos recientes ha revelado completamente y sin tapujos su faz, aún esperan justicia, aún esperan verdad. La impunidad, el silencio y la mentira, todo promovido desde el poder por quienes se saben los directos responsables de las graves violaciones a los derechos humanos que vivimos aquel oscuro abril, se han convertido en la regla.

Fue en aquel lejano 2002 cuando se estrenó, luego de algunos ensayos previos, la metodología perversa que luego acompañaría, cada vez que contra el gobierno se alza la voz, la sistemática y violenta represión que ahora es usual y que hasta ha sido “legalizada”. Recientemente muchos nos han sido arrebatados por la muerte, por la violencia política de aquellos que solo piensan en mantenerse en el poder, a costa de lo que sea y aunque sean absolutamente incapaces hasta de remedar las funciones que se supone deberían cumplir. Se les olvidó para qué fueron elegidos y a quién se deben. No han sabido siquiera “montar el paro”, son una mueca, no son autoridad, son miedo e ineficiencia, verborrea, improvisación, pataleo, delirio y burla. No han sabido sino engordar, ellos y sus cuentas bancarias, y dilapidarnos y abusarnos al punto de que ya ni el pollo vamos a poder llevar a la mesa. Mientras tú te desgastas en colas e indignidades, unos pocos, los muchos menos, los del cogollo rojo, acaparan riquezas mal habidas sacadas directamente del bolso de nuestra nación. Para eso sí son eficientes.

Hoy hablamos de Bassil Da Costa, de Kluiverth Roa, de Juancho Montoya, de Geraldine Moreno, de Génesis Carmona, y de muchos otros, demasiados, a los que la infame bala a la cabeza les destruyó el futuro, pues eso es lo que promueve, sin dobleces además, el “Patria, socialismo o muerte”; pero ayer hablábamos de Jesús Espinoza Capote, de Jhonnie Palencia, de Juan David Querales, de Jesús Arellano y de otros, también demasiados, que fueron sentenciados a la misma ausencia eterna por el mismo credo, por la misma felonía, con las mismas armas, por las mismas razones. Entre los de antes y los de ahora, otros también fueron asesinados por la misma gavilla; mucha sangre, demasiada, ha manchado nuestra tierra, solo porque unos pocos, poquísimos, le cogieron el gusto a sus cargos y a los lujos que disfrutan a costa de nuestro erario. Ideales no hay, o en todo caso son mascarada y pan rancio y mohoso que se lanza a las tribunas cuando el circo, cotidiano y cansón, deja de entretener.

Es menester tender los puentes, analizar las similitudes, contrastar formas y fondo. En todos los casos, en todas las muertes de manifestantes por motivos políticos de 2002 a 2015, es la misma mano la que engatilla y dispara, es el mismo fogonazo, son los mismos pretextos y las mismas argucias. Es la muerte como lema y como método, el miedo como alimento y la mentira oficial como argumento.

Tras 13 años, prevalecen la impunidad y el cuento. La verdad no interesa, la justicia tampoco. No se investiga nada. En aquel momento, en 2002, fueron 79 las investigaciones penales que se abrieron por las muertes y lesiones de ciudadanos venezolanos durante el 11A. En ninguna afloró la verdad. A los que dispararon contra policías y pueblo, o los absolvieron, concediéndoles además el dudoso mérito de ser “Héroes de la Revolución”, o ni siquiera los investigaron. A los que salvaron las vidas de muchos, poniendo su pecho entre las balas del oprobio y la ciudadanía, los condenaron a la pena máxima, sin tener, como pasa ahora con los que son investigados por “conspiradores” o “terroristas”, ni una prueba en la mano que lo justificara. Solo el mandato del ausente, una voz envalentonada en cadena nacional buscando consolidar mentiras, bastó y sobró para que la justicia fuera desterrada del estrado y fuera sacada de los tribunales por la puerta trasera. Ese día se fue, y aún no regresa.

La culpa no es jamás del poder, sino de quienes se le oponen. Así rezaba en 2002 y reza ahora la homilía oficial, impuesta, fastidiosa y repetitiva. Antes se buscó y ahora también se busca a los culpables de las muertes y de los excesos dónde no están, y se montan parapetos judiciales en los que ni la razón ni la ley tienen cabida, para tapar el sol con un dedo. Es la estrategia del que la debe, la teme y sabe que debe forzar nuestra mirada hacia otro lado, para que no veamos que las que están manchadas de sangre son sus manos, no las nuestras.

El silencio no es solo nacional, la OEA y la CIDH tampoco abrieron la boca. Aún esperamos que se decida la causa, admitida y documentada, contra el Estado venezolano por al menos nueve de los asesinatos del 11 de abril de 2002. Sigue el silencio. Las víctimas de aquellos hechos, y los familiares de los asesinados, esperan y esperan. Al dolor de la pérdida se suma el daño de la decepción ¿Cómo creer en una justicia que tarda y que se regodea en su demora?

Las inquietudes y las dudas, ya en lo político, permanecen. Pocos saben en realidad qué pasó, allá en las “bajuras” del poder, y por qué se lanzó a la basura, con un absurdo e inconstitucional decreto, el sueño libertario de los millones de personas que no creían, y aún no creen, en este accidente histórico que hoy padecemos y sufrimos. Nadie sabe, por ejemplo, por qué si era cierto que Chávez no había renunciado, generando su ausencia absoluta en el cargo, Diosdado Cabello se juramentó, porque así lo hizo, como presidente interino, siguiendo el procedimiento previsto para ello en la misma Constitución bolivariana. Nadie sabe por qué si eso fue así, no se convocó en los plazos que correspondía a elecciones presidenciales, ni por qué los militares que llevaron de nuevo a Chávez a Miraflores no le hicieron cumplir después las condiciones que ellos mismos le habían impuesto. Aun guardo la esperanza de que la verdad, terca como es, algún día se imponga. Se la debemos a los que ya no están, pero más allá, a nuestros hijos.

Son trece años ya, pero yo les invito a no dejar que el largo tiempo transcurrido nos nuble el entendimiento. Debemos evitar que las penurias diarias y el paso de los años nos pongan al servicio del olvido y de la injusticia. Estos son sus nombres, por ellos también seguimos luchando. Mi ruego es por todos los que nos han dejado a manos de la barbarie, y va especialmente hoy por los que fueron asesinados el 11 de abril de 2002: Erasmo Sánchez, Rudy Urbano Duque, Josefina Rengifo, César Matías Ochoa, Pedro Linares, Nelson Zambrano, Luis Alfonso Monsalve, Luis Alberto Caro, Jesús Espinoza Capote, Jesús Orlando Arellano, Orlando Rojas, Alexis Bordones, José Antonio Gamallo, Jhonnie Palencia, Víctor Reinoso, Juan David Querales, Jorge Tortoza, Ángel Figueroa y José Alexis González Revette. No me importa si estaban de un lado o del otro. A todos deben honrarlos nuestra memoria, y por encima de todo, nuestros actos.

@HimiobSantome

Conmoción e indignación en Kenia tras ataque a universidad que dejó 147 muertos

 

kenia1

 

El ataque de Al Shabab a la Universidad de Garissa, que el jueves 2 de abril dejó al menos 147 muertos y 79 heridos, ha conmocionado e indignado a la sociedad keniana, que todavía está de luto tras una de las peores masacres que ha vivido el país en los últimos años.

Durante todo el día varios aviones que traían los cadáveres de los fallecidos aterrizaron en Nairobi para luego ser trasladados a la morgue, donde los familiares esperaban para identificar los cuerpos.

Luego del ataque fue perpetrado por el grupo islamista Al Shabab contra el campus universitario de Garissa, en el noreste de Kenia, fueron rescatados 500 rehenes.