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#HistoriaDeMédicos | La consideración de la locura en nuestro siglo XIX

Algunas ideas sobre los locos y sobre la locura en el siglo XIX venezolano parecen ajustadas a lo que generalmente se piensa en la época. Imagen: personificación de la locura en el Hospital Pitié-Salpêtrière, París. Litografía de Armand Gautier (1857).

@eliaspino

Un informe del jefe político de Maturín, referido a los tres primeros años de la autonomía nacional, nos coloca frente a las maneras de tratar el problema de la locura, que hasta ahora no habíamos manejado en nuestra serie de artículos. Dice:

En 1831, 1832 y lo que va del año presente ha sido difícil el cuidado de los orates, que en número superior a los veinte pululan en la calle y en variedad de lugares del Cantón, recogiendo inmundicias, haciendo sus necesidades en la vía, peleando, caminando en desnudez y haciendo una fuerte comparsa por no tener familia que los protejan. La colecta para comprarles ropas y medicina contra los piojos, se quedó en cinco pesos, que no alcanzan para nada. No existiendo un depósito para ellos, tenemos la necesidad de hacer celdas para una correcta vigilancia porque han abundado las quejas de la ciudadanía, y porque no se ha encontrado modo de llevarlos al orden.

Cinco años más tarde, el jefe político de La Asunción habla de los dolores de cabeza causados en la población por una media docena de locos que deambula en la vía pública. De acuerdo con su relación:

Son dos hombres y cuatro mujeres gritando y bailando en la calle, entrando en las casas, hablando insertidumbres (sic) de nunca acabar, hasta el suceso de gritar contra la Divina Providencia y sus sagrados Ministros, contra la Madre de Dios y la autoridad civil. Se comprende la fuerza de su enajenación, al saber que han llegado a arrojar malas expresiones contra la memoria de Simón Bolívar, mientras hacen el disparate de vivar al rey de España. Como no caben en la cárcel, muy estrecha y en proceso de arreglarle el tejado, queda el remedio de darle unos buenos palos y asearlos, que se les han dado, ante el reclamo de los vecinos disconformes por lo pasajero del dicho remedio. Por ese motivo, una suscripción de vecinos ha pedido el destierro de esos enfermos, pero no se ha intentado, porque nadie los aceptará para perder la quietud de sus costumbres, razón debido a la cual el problema no se puede arreglar, sin que se deje de estar pendiente con los mismos arbitrios.

El episodio debió preocupar a quienes lo presenciaban, pues atentaba contra figuras y valores esenciales como la religión católica y la fama del Padre de la Patria, pero nadie pensó mejores salidas que el desarraigo y el castigo corporal.

Ni los casos ni los desenlaces son extravagantes, si consideramos un escrito redactado por el gobernador de Carabobo en 1842. Veamos:

Del ejemplo de los locos se puede arribar a la conclusión de que no tenemos manera de componernos. Los que andan mostrando sus vergüenzas no hay como taparlos con un manto decente, por mucho que se pida en el nombre de la modestia. A los pleitistas no los quiere recibir la policía, porque no les corresponde. Y en relación con el cuartel, a nadie le parece un buen almacén para su pernoctación. Cuando se reclama dinero para fabricar unos apresamientos o hasta otro tipo de detención, no aparece la plata. El remedio de unos correazos es pasajero, que se aplica para que se amansen y para que se devuelvan otra vez a la locura. No hay manera tampoco de componernos en apartar a los varones de las hembras, por mucha dureza que se haga; porque hasta se ha platicado con el sor. Vicario del partido, a ver con una de sus predicas, y asegura que no hay predica que entre en los entendimientos disturbados. Habrá que encerrarlos para cuando venga el Sor. Presidente, por dos o tres días, pero y después estaremos como estábamos antes.

Como se ha visto, con la ocasión de una visita del primer magistrado a Valencia aparecen algunas ideas sobre los locos y sobre la locura que parecen ajustadas a lo que generalmente se piensa en la época. Se asemejan a los pareceres de los jefes políticos de Maturín y La Asunción. Pero el asunto merece un tratamiento más profundo. Ahora apenas se ha presentado un bosquejo para provocar la curiosidad de los lectores y, ojalá, la atención de investigadores especializados.

Laureano Márquez P. May 03, 2018 | Actualizado hace 6 años

 

Jorge Luis Borges amaba las etimologías, tanto que, en un verso de su poema “Los Justos”, enumera entre las actividades encomiables de un ser humano: “El que descubre con placer una etimología”.

Esta semana me vino -no sé por qué- la palabra “demente” a la cabeza, aunque haya en esto cierta redundancia. Según el diccionario etimológico, viene del latín “dementis” y significa “el que se sale de su mente”. Sus componentes léxicos son: el prefijo “de”- (dirección de arriba a abajo, alejamiento, privación) y “mens, mentis” (mente). Ahora bien, en la etimología de la palabra, tanto como en la expresión sinónima de “perder la razón”, se alude a una persona que sale de la normalidad de su raciocinio o que pierde una lucidez que alguna vez tuvo. En ambos casos, hay una ruptura de una linealidad. Sin embargo, la palabra en cuestión, que denota lo que en lenguaje popular llamamos locura, no logra explicar aquellos casos en los cuales nunca existió lucidez. Me explico: una persona que nace demente y crece así y actúa así durante toda su vida, ¿cómo podemos decir que perdió algo de lo que nunca estuvo en posesión?

Conforme a lo expresado –salvo que la persona ingiera excrecencias, como suele decirse popularmente con otras palabras– no hay forma de determinar su locura, lo que nos lleva a pensar que el mundo cuenta con muchos más locos que los que así han sido oficialmente declarados, tanto por las autoridades de la mente, como por otras autoridades, como directores jefes de cualquier casa de cualquier color. Siendo así, la demencia es mucho más peligrosa de lo que parece a simple vista, puesto que pasando desapercibida para las grandes mayorías, cualquier ente de peligrosidad podría encumbrarse. ¿No sé si me explico?

Una de las definiciones de locura es esta: “acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria”; otra: “privación del juicio o del uso de la razón”. No sé qué piensan ustedes, al autor de estas líneas le parece que todo encaja a la perfección

De la locura se ha escrito tanto a lo largo de los siglos, que no resulta fácil resumir. Una forma de ver el asunto en tiempos remotos fue como una obra del mal, del mismísimo demonio y la verdad es que algunas veces lo parece. Baste señalar, para nuestros fines, varios de los síntomas que se suelen atribuir a la locura:

* Pérdida de control en la que los sentimientos se muestran desinhibidamente (bailar y danzar a destiempo, por ejemplo, como cuando es momento de llorar).
* Las consecuencias de los propios actos no se tienen en cuenta (puedes transformar mil en uno y uno en 637 mil).
* Los actos pueden ser objetivamente inútiles y absurdos (aumentar insensatamente los estipendios de los asalariados en tiempos de hipertrofia de los precios, sin que nunca se logre alcanzarlos).
* Se ve perturbada la apreciación de la realidad (pensar que todos te quieren cuando ya nadie puede aguantarte ni un minuto más y entonces amenazar para que finjan amor a quienes te detestan).

No sé cómo lo aprecia el lúcido lector, pero en verdad parece que todo encaja. Podríamos seguir abundando sobre el tema ad infinitum, sin embargo, para nuestros efectos consideramos suficientemente demostrado el punto y pensamos que la conclusión de la susodicha autoridad es bastante razonable: de perinolita.

 

@laureanomar

¿Majo, gilipollas o loco?, Mario Guillermo Massone

Miraflores

 

El cauce de la locura se llenó y ya no cabe más demencia en su curso. Entramos a la dimensión de la irracionalidad desbordada. La realidad es inhumanidad cabal. Maduro es un Nerón aturdido. Aún no se suicida el primer espectador del desespero y el sufrimiento que producen el estar expuesto permanentemente a las actuaciones diarias del actor demente al que le dicen presidente, pero que se autoproclama becerro.

Dice ser majo pero más bien parece gilipollas. Es tan lunático, tan gilipollas, que cree poder ganar unas elecciones en España. Y habla y habla y habla. Luego baila. Parece estar a veces drogado y a veces cansado. Unas jalado y otras fumado. No sabemos qué tiene. ¿Jorge Rodríguez le estará prescribiendo psicotrópicos?

Si aún despacha o no en Miraflores, no lo sabemos. Está desatado en una permanente actuación mediática. Ya ni él mismo sabe o entiende qué es lo que dice, lo que quiere decir o lo que cree decir. Quizá ya olvidó dónde fue que realmente nació. Se confunde. Por si acaso, Cilia no habla desde hace un par de años, no vaya a ser cosa que se contradigan dentro de un mismo minuto.

La locura arrecia en su verbo y se olvida que debe insultarnos es a nosotros los opositores y no a los prepago a los que obliga a asistir a sus desmanes actorales. A veces da la impresión de que ni sabe en cuál país se encuentra o en qué lugar. Repite una palabra dos, tres, cuatro, cinco veces y más, para luego no decir nada diciendo algo.

Y es que haber abandonado el cargo, el verdadero cargo, el de presidente, para dedicarse a mentir, hablar sin decir algo, a vociferar insultos y endilgar sandeces a la humanidad entera cansa. Cansa mucho. Desgasta. Es muy difícil llevar la cuenta de las irrealidades.

Su locura interna, lo lleva a estados de paranoia que son solapados y aplastados por episodios de esquizofrenia. Su demencia externa se expresa en la trastornada idea de una conspiración universal y hasta multiversal en su contra. “¡Vienen por mí! ¡Desde hace doscientos años vienen por mí! ¡Me pongo más becerro!”

La escasez de medicamentos para los trastornos mentales llegó y se quedó en Miraflores.

 

@massone59

Gonzalo Himiob Sep 27, 2015 | Actualizado hace 9 años
Como locos por Gonzalo Himiob Santomé

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“El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra”.

Arturo Graf

 

A veces pienso que soy yo, que el problema es mío, que de tanto cabezazo contra estrados judiciales obtusos algunos tornillos se me han aflojado ya, sin remedio posible. Otras veces, con ánimo más benevolente, pienso que quizás lo que me ocurre es que, como mecanismo de defensa, mi mente y mi percepción de la realidad se han conjurado para mantenerme, contra toda corriente, relativamente sano, al menos en mi pequeña parcela interior, a modo de refugio. A veces me consuelo también pensando que como soy escritor “en construcción”, algo de orate debo tener. 

No es fácil. Los niveles de incivilidad y de angustia a los que estos lustros nos han sometido no pasan lisos. Alguna mácula dejan. Mientras el mundo en general trata, al menos trata, de evolucionar, de ver un poco más allá de las desesperanzas, Venezuela no hace más que dar saltos hacia atrás, y los da con los ojos desorbitados, saltando y vociferando como guerrero maorí danzando su Haka. Es imposible no sentirlo no más al poner un pie en la calle.

Voy al mercado y me pregunto si soy el único al que un cartón de huevos a casi mil bolívares (hablamos de casi un millón de los bolívares viejos) le parece una patada en gónadas. Con esa plata, no hace tanto, uno podía comprarse un carro, y hace un poco más, pero no tanto más, un apartamento. Me pregunto si a alguien más le indigna hacer cola bajo el sol, cédula en mano y por varias horas, para que algún sujeto improbable con cara de “perdonavidas” decida si ese día vas a poder llevar harina, leche o detergente a la casa, mientras que por la “caja exclusiva para empleados” (nueva modalidad corporativa de promoción del bachaqueo) desfilan felices uniformes sacando en pacas lo que a ti solo te dejan llevar al detal, de a poco, y como si te estuvieran haciendo un favor ¿Soy yo el único al que el pitico que suena cuando te exigen poner tus huellas en una farmacia para comprar cualquier medicina le suena a burlona mentada de madre? La duda me asalta porque ahí nos veo a todos (y noten que no me excluyo) mansitos, callados y sumisos. 

No es solo miedo. El miedo está allí, nos carcome, nos determina. Nadie quiere pelear con los demás arriesgándose a sufrir la violencia desbordada, caníbal y boba (porque es entre nosotros mismos, la víctimas, y no afecta para nada a nuestros victimarios) que ya es regla en nuestra nación; tampoco queremos que algún iluminado con ansias de “ganar puntos” rojos decida que, por quejarte, eres un “subversivo desestabilizador” lanzándote con ello al infierno de una absurda persecución penal por el simple hecho de expresar, con justas razones, tu descontento. A veces incluso el cálculo es hasta mucho más sencillo y peligroso, por la inmediatez que implica, y solo considera la conveniencia de nuestro indigno silencio momentáneo como parte del sacrificio que hay que hacer para poder disfrutar de una arepita en casa o para poder lavar los platos unos días. A pocos se les ocurre, en tales trances, siquiera preguntarse por qué en una nación como la nuestra, con toda la riqueza que ha recibido en la que fue nuestra mayor bonanza petrolera, tiene uno que estar haciendo “sacrificios” como éstos.

Todo eso es verdad, los temores existen y conjuran oscuras realidades que todos hemos padecido en mayor o menor medida, pero la cosa no para allí. Nos estamos además haciendo reos de la costumbre. A la anomalía, al abuso, a las carencias, incluso a la superstición, les estamos dando, poco a poco, carta de naturaleza en nuestra cotidianidad, y de tan comunes que se han vuelto las hemos empezado a considerar normales. Saquémoslo por acá: Según el Observatorio Venezolano de la Violencia, tenemos una tasa de homicidios de 82 por cada 100.000 habitantes (eso significa que son asesinadas más de 65 personas al día, en promedio), pero acá “no pasa nada”. Lo que hacemos con respecto a esto es modificar nuestros hábitos, adaptar nuestra forma de vida, en una apuesta paranoica en la que los números no dan, a tal realidad, pero nada más. Si con respecto a esta gravísima afrenta contra la vida, el más importante y fundamental de los “valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico”, que es responsabilidad directa de la ineficiencia de nuestros gobernantes, la opción no ha sido la queja, la demanda ni la exigencia, sino el “acomodo” ¿Cómo quedamos con respecto a otras situaciones, quizás menos dramáticas pero también muy graves, que también nos afectan y distorsionan?   

Y no es por meter el dedo en las llagas de nadie, pero mientras todo esto pasa, nos rodean y ahogan el absurdo y la locura.  Estamos muy mal. Tenemos un primer mandatario que habla con fantasmas que se le aparecen como pajaritos, que compra costosísimos aviones rusos y que baila con su señora la “pollera colorá” mientras le busca pelea a los vecinos y en las clínicas no hay insumos y la gente muere de mengua por falta de medicinas; tenemos un presidente de la AN que se dedica a difundir falsedades en los medios oficiales con un garrote de cavernícola (sí, tal cual, no es cuento) en la mano y hasta tenemos a CONATEL llamándole ahora la atención a César Miguel Rondón porque supuestamente guardó un “vergonzoso silencio” en una entrevista que le hizo a un sujeto que no escatimó críticas contra el gobierno venezolano. O sea, CONATEL lo amonesta no por “lo que dijo”, sino por lo que “no dijo”. Porque “no dijo” lo que a gobierno le parece o le nace que el locutor “debía haber dicho” en la entrevista, todo en supuesto resguardo, esto es de antología, de la “libertad” de expresión ¡Épico!

Pero eso no es todo, mientras todo esto pasa además tenemos, ya más cerca, el amigo opositor que te dice que “no cree en el voto” ni en los métodos de reivindicación pacíficos y democráticos, pero que publica orondo cada vez que salen las predicciones de algún “vidente”, en el que misteriosamente sí cree porque le dice que “ya el tiempo se agotó” y que “el cambio ya viene”. Poco le importa, por cierto, que el tipo lleve meses o años diciéndole lo mismo, sin “pegarla” ni una vez. Del otro lado, tampoco te falta el amigo chavista que te dice, mirándote a los ojos y con plena convicción, mientras pasa a tu lado horas en la cola de la bodega para ver qué consigue ese día, que “Chávez vive”, y que la escasez y el alto costo de la vida son un invento mediático producto de la “guerra económica”, o si es más elaborado, que todo lo que estamos viviendo es parte de un “golpe continuado”, a cargo de la “derecha apátrida”. Que el gobierno sea el que haya acabado con la producción nacional, a punta de amenazas y de “exprópieses”, ni le va, ni le viene

Así estamos, como locos, desorientados y perdidos. La lucha ya no es solo por la libertad, ni por la supervivencia, ahora es también por la cordura.

 

@HimiobSantome