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Un libro elaborado por periodistas y estudiantes registra cómo se vive la desinformación en Venezuela
En la producción del libro, Dibiana Torres, estudiante de la ULA, abordó la situación de las invasiones de terrenos baldíos en su ciudad específicamente en el sector Brisas del Río

 

 

La Asociación Civil Medianálisis presentó el pasado 4 de noviembre el libro “Cómo se vive la desinformación”, elaborado por un grupo de estudiantes de periodismo. 

El libro consta de dos partes: la primera elaborada por periodistas venezolanos en ejercicio y la segunda por estudiantes de periodismo de los últimos semestres de la carrera en diferentes universidades del país.

En el texto, estudiantes contaron la experiencia de retratar cómo los habitantes de a pie, y que viven a lo largo y ancho del país, se informan en medio de la censura y los cierres de medios de comunicación.

«Pudimos difundir, denunciar y esperamos el cambio de esta situación” fue la manera de sintetizar el aporte en el libro que hizo Roxana Sarmiento, una estudiante de origen Wayúu quien a diario y con los recursos que tiene le hace frente a la desinformación en este punto al occidente de Venezuela. 

Otros de los seleccionados fue Keyler Guillén de ULA-Táchira quien desde la frontera con Colombia pudo mostrar la realidad social, política y económica de lo que sucede en cada conexión territorial de esta zona. Allí, según su experiencia, logró conocer que la lucha contra la desinformación no es solo de los periodistas, sino de entes como Unesco. 

En la producción del libro, Dibiana Torres, de Mérida, consiguió una ventana para abordar un tema que no tiene suficiente cobertura en los medios de comunicación que hacen vida en esta tierra andina. Detalla esta estudiante de la ULA que abordó la situación de las invasiones de terrenos baldíos en su ciudad, específicamente en el sector Brisas del Río. 

Otro aspecto que lograron destacar los estudiantes es que informar la realidad de sus regiones es un reto por el clima de «desconocimiento y distorsión» que existe debido a las diferentes acciones de los gobiernos de línea oficialista, pues los ciudadanos y ellos como estudiantes de comunicación social ven disminuida su capacidad de construcción de lo real, lo que trae como consecuencia la desinformación.

*Con información de NP

Provea presentará libro sobre víctimas de violaciones de DDHH el #3Dic
El libro no estará a la venta y solo se podrá acceder a su copia en físico bajo el formato de Música X Medicinas

La ONG Provea presentará el nuevo libro «Lo que se cuenta no se olvida: 12 historias de dignidad y derechos humanos«, el próximo viernes, 3 de diciembre.

El evento será en la fecha mencionada a las 12:00 pm, en el Salón Americano de la Biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

De acuerdo con Provea, este libro es una compilación de crónicas escritas por seis periodistas y seis activistas de derechos humanos.

Algunos de los temas que trata este libro son los despidos injustificados por razones políticas, desalojos arbitrarios de Misión Vivienda, ejecuciones policiales y detenciones arbitrarias por razones sindicales.

Además, el libro abordará los desaparecidos en alta mar por la migración forzada, falta de identidad de la comunidad transexual y la precariedad de servicios básicos durante la COVID-19.

 

Según una nota de El Pitazo, la presentación del libro se acompaña del foro «Ustedes mordieron la mano que les dio de comer», inspirada en el despido masivo de educadoras de la Fundación Niño Simón que participaron en el Referéndum Revocatorio de 2016.

Dicho evento contará con un panel compuesto por las víctimas Aglaia Berlutti, Julett Pineda y con la moderación de la socióloga Lissette González.

El libro no estará a la venta y solo se podrá acceder a su copia en físico bajo el formato de Música X Medicinas, donando 5 medicamentos o 10 insumos médicos no vencidos en beneficio de Prepara Familia.

*También puede leer: ProBox: Maduro volvió a pagar a su tropa y utilizó recursos públicos para la campaña electoral en Twitter

Editorial Dahbar presenta el libro “¿Quién destruyó PDVSA?”
Un informe detallado sobre el descalabro de la industria petrolera dirigida por uno de los hombres claves del chavismo

 

Con la coordinación de los especialistas petroleros Sergio Sáez y Gustavo Coronel, editorial Dahbar presenta el libro “¿Quién destruyó PDVSA?”, un estudio pormenorizado de la gestión de Rafael Ramírez, en la presidencia de la industria petrolera de Venezuela.
 
Este es un texto de no ficción, donde los lectores ubican un trabajo detallado de corte económico y socio-político, sobre la gerencia del otrora hombre fuerte de PVDSA.

En esta publicación, se analiza el deterioro de la empresa, con la colaboración de una diversidad de especialistas petroleros nacionales e internacionales, todo esto en el marco de la denominada ¡”mayor devastación de una industria petrolera ocurrida alguna vez en el mundo de la producción de hidrocarburos”.

¿Qué tiene el texto?

Por primera vez el lector tiene en sus manos una investigación sobre las causas que llevaron a la ruina de PDVSA en Venezuela. No se trata de un tema menor, es un ensayo detallado sobre el evidente deterioro de la industria petrolera del país, destrucción que ha significado el colapso de la nación.

“Venezuela debe tener en sus manos instrumentos para proceder, si ello fuese lo indicado, al enjuiciamiento y eventual castigo de los venezolanos sin dignidad que destruyeron su industria petrolera, se enriquecieron indebidamente y contribuyeron al colapso material y espiritual del país’’, afirmó de forma reflexiva uno de los coordinadores de la publicación, Gustavo Coronel.

El libro revela que, en la historia mundial, pocos países tomaron tantas decisiones desacertadas juntas para arruinar el futuro de su economía. Venezuela se encaminaba, en el siglo pasado, hacia su consolidación como parte del primer mundo, pero ocurrió lo inesperado, se derrumbó su principal industria, y hoy es uno de los países más pobres del planeta.

Venezuela, después de haber disfrutado de una calidad de vida superior a la de Chile, Uruguay, Costa Rica, entre otros, en tiempos decimonónicos. Hoy compite con Haití, en carencias de orden humanitario.

Como afirman los autores de la compilación: “grandes culpables de tal debacle han sido, quienes gobernaron a Venezuela desde 1999. Una democracia que no era perfecta se ha transformado en una autocracia, donde parte de la población padece hambre y no disfruta servicios esenciales como salud pública”.

Este libro es un balance de la gestión de Rafael Ramírez Carreño. Fue ministro de Energía y Petróleo durante doce años, entre 2002 y 2014 y en paralelo, presidente de Petróleos de Venezuela por una década, entre 2004 y 2014. En esa ápoca el holding venezolano cayó estrepitosamente en un abismo de corrupción e ineficiencia.

La élite gerencial despilfarró una suma que es 80 veces superior a la que empleó el Plan Marshall para recuperar a Europa después de la II Guerra Mundial. Las consecuencias se ven todos los días en el país: una nación en ruinas, que sobrevive sin calidad de vida y con enormes carencias. “¿Los culpables? Se salieron con la suya. Andan impunes por el mundo. Hoy comen en los mejores restaurantes y a veces dejan propinas de cinco mil euros. O viven en palacetes romanos” sentencian los compiladores del texto.
 

Exclusivo: Extractos del libro “La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf”, de Diego Arroyo Gil

 

 
La cineasta venezolana cumple 93 años de edad mientras trabaja con el escritor la publicación de sus memorias

 

MARGOT BENACERRAF, conocida como la dama y la pionera del cine venezolano, ha llegado, este 14 de agosto, a los 93 años de edad. Ha vivido una vida larga y llena de incidencias, pero poco conocida para el gran público. Es como una gran película que se resiste a llegar a las pantallas. Con el objetivo de esclarecer un poco ese misterio hace un par de años el periodista Diego Arroyo Gil fue en busca de la señora Benacerraf para conversar con ella. El resultado de esos encuentros hacen el nuevo libro de Arroyo Gil, titulado La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf, que está por publicar la editorial Planeta. A propósito de los 93 años de Benacerraf, Runrun.es publica aquí las primeras páginas y la portada del libro de Arroyo Gil, que se estima llegue pronto a las librerías.

 

***

 

La sal de ayer

Memorias de Margot Benacerraf

Por @diegoarroyogil

 

Al fondo de un corredor oscuro, desde una habitación iluminada, se escucha un hilo de voz. Si no supiera a quién pertenece –es una dama–, me preguntaría de qué ser humano procede ese sonido agudo, de una cadencia inconstante, tan peculiar. De pronto un bulto a contraluz (parece una mujer…, sí, es una mujer: pequeña, un poco robusta, dulce) me llama, me dice que pase. Me acerco, la mujer pequeña y un poco robusta se aparta y desde la puerta la veo a ella, a la dama del hilo de voz, con una mano apoyada sobre un escritorio. Me mira, sonríe y viene a mi encuentro, sin prisa. Temo que pierda el equilibrio, pero en un gesto resuelto me toma por los hombros y me saluda como si nos conociéramos de toda la vida: me besa en la mejilla y me dice mi amor. Al corresponderle el abrazo, que ha sido inesperado, me digo: qué flaca, y pienso que, aunque de baja estatura, parece una espiga. Una espiga que remata en un peinado cobrizo perfectamente abombado, echado hacia atrás, de otra época, pero que a ella le va de perlas. De boca muy fina, como sus dedos, lleva los labios de carmín, y detrás se asoman unos dientes como miniaturas japonesas. La nariz es de judía, de eso no cabe duda, lo que le da un carácter sólido y sobrio a un rostro a la vez tan delicado y sugerente. Todo en ella deja ver que es una mujer coqueta, pero la suya es una coquetería sin ambiciones exageradas, algo muy propio de otras mujeres caraqueñas de su tiempo que, como ella, son elegantes sin pose ni artificio y que optan mucho por una blusa blanca o negra, de rayas o ligeramente estampada, siempre a condición de que sea fresca. Margot se llama, Margot Benacerraf, y ahora que la tengo enfrente, sentados ambos a una mesa redonda de cuatro sillas donde dos quedan vacías, me siento extrañado de encontrarme cara a cara, de cuerpo presente, con una mujer que, además de una mujer, es una leyenda, un misterio.

Hace ya muchos años, en 1959, cuando Margot se hizo famosa, era una chica de apenas 32 que se alzaba en el Festival de Cannes con dos premios por su película Araya, la segunda y la última que hizo (la primera fue un cortometraje sobre Armando Reverón, en el 52), la cual le dio una figuración y luego le otorgó una gloria de la que aún goza, tanto después, al margen de quienes le riñen por no haber hecho ninguna otra a pesar de haber tenido la vida entera por delante. La leyenda, el misterio se deben un poco a eso precisamente: a que luego de Araya, que fue un logro tremendo por donde se le mire, Margot “no hizo más nada”, “no hizo más obra”, y que hoy por hoy sea la misma de 1959 pero ya no de 32 sino de más de 90 años, es decir, una mujer casi eterna, una mujer que, para algunos, incluso ya no vive. Yo mismo, antes de venir aquí, lo preguntaba: ¿Está activa? ¿Está lúcida Margot? Porque, como para muchos, para mí Margot Benacerraf era, claro, la mujer de Araya, pero vox pópuli era el nombre de la sala de cine del Ateneo de Caracas, una sala a la que habían bautizado así para honrar la memoria de una artista inconfundible, aunque de historia (casi) desconocida…

¡Cuánto hay siempre por descubrir! Esta tarde el hilo de la voz, el abrazo inesperado, la presencia de Margot me llevan de pronto a observar un cuadro que está en la habitación caraqueña en la que ella me recibe. Es el retrato de una mujer. Solo el rostro.

 

Margot Benacerraf, por Oswaldo Guayasamín

 

–Soy yo –dice Margot, que se ha dado cuenta de mi curiosidad–. Me lo hizo Oswaldo Guayasamín, el pintor ecuatoriano, que fue mi amigo.

–Es bello el cuadro.

–¿Te parece? –se asombra un poco–. A muy poca gente le gusta.

Me parece, sí. Además de que el cuadro es bello, me gusta su decidida rareza. Lo observo y en él reconozco a Margot, pero al mismo tiempo percibo que esa no es Margot o, más bien, se me ocurre, que esa es la otra Margot, la Margot secreta. Percibo que ese es su rostro, sí, pero atravesado… cómo puedo decirlo… atravesado por el teatro de la vida, por el teatro de la vida vivida. Fantaseo: ese cuadro es Margot como personaje de la memoria, el personaje que justamente he venido a buscar… La verdad, ¿estoy aquí para otra cosa? ¿Por qué razón he organizado esta cita si no es porque quiero escudriñar en ese rostro, atestiguar de cerca su belleza, su rareza?

La mujer pequeña, un poco robusta y dulce se llama Milvia y es la asistente de Margot. Ha traído a la mesa una taza de agua caliente y varios sobrecitos de té.

–Supe que te gusta el whisky –me dice Margot–, pero puedo ofrecerte un té, ¿está bien?

Carcajadas de mi parte y una sonrisa hospitalaria de su lado terminan de abrirle paso a la confianza que ya había anunciado el abrazo del saludo, pero no pierdo de vista el retrato del rostro indescifrable.

–También me gusta el té –concedo–, hay que variar.

Margot estudia con cuidado los sobrecitos de té. Escoge uno y se lo lleva a la nariz.

–¡Mariage Frères! El mejor té francés.

Milvia me mira y me hace un gesto como diciendo: “Adelante, no pierdas tiempo, cariño”. La experiencia me aconseja que para acceder mejor a la vida de un personaje casi mítico –Margot Benacerraf en este caso– siempre es mejor recibir antes el santo y seña de un daimon suyo protector. Pues bien, pienso, me ha dado acceso.

–Mariage Frères, entonces –digo, y echo el sobrecito dentro de la taza, desde la cual de inmediato se desprende un aroma a roble oscuro con flores de azahar.

Milvia se retira y quedamos Margot y yo. Y la pintura de Guayasamín.

 

I

 

–¿Le parece que comencemos por el principio?

–Por donde tú quieras.

–Yo quiero empezar como siempre empieza James Lipton sus entrevistas en Inside the Actors Studio, para entrar en ambiente: ¿cuándo y dónde nació usted?

–Yo nací el 14 de agosto de 1926, en Caracas.

Pero su padre nació en Tetuán, en Marruecos.

–Sí, en Tetuán. Mi padre se llamaba Fortunato, Fortunato Benacerraf, y aunque nació allá, en el Marruecos español, alrededor de 1885, era un venezolano absoluto. De 30 y pico de años, en un viaje a la Costa Azul, en el sur de Francia, a orilla de aquellas playas maravillosas decía que las de Carúpano eran mejores y más bellas. (Se ríe). En 1900, siendo un jovencito, un tío suyo de apellido Benzacar lo hizo venirse al estado Sucre para que trabajara con él en el negocio del cacao y el café. Por aquellos días a las costas de Carúpano llegaban barcos de muchas partes de Europa. Sobre todo, de Alemania. Era una época esplendorosa de la ciudad y yo me imagino que mi padre, por más que venía de Tetuán, que es una ciudad preciosa, se fascinó de inmediato con ese escenario que a sus ojos era el Nuevo Mundo. Hay que ver lo que era que un adolescente como él, judío sefardita, se encontrara de pronto en la faena de “hacer la América”, como se le decía a la aventura de cruzar el Atlántico para dedicarse a la conquista de otra vida.

–¿Qué le contaba su padre sobre su niñez y su juventud en Marruecos, antes del viaje a Venezuela?

–Ni papá ni mamá hablaban mucho de sí mismos. Ni de sus historias respectivas ni de su vida en pareja. Lo que sé de ellos antes de yo nacer se lo debo a lecturas que hice luego y a cuentos que otros me echaron. Me he arrepentido tanto de no haberlos puesto a hablar. (Calla). Es que eso no se estilaba, ¿me entiendes?

–Pero usted sabe cómo se conocieron sus padres, ¿o tampoco?

–¡Ah, claro, es una historia divina! Mamá era una mujer muy bella. Tenía los ojos verdes almendrados. Se llamaba Sete Coriat y formaba parte de la aristocracia sefardita de Tetuán. Su padre, mi abuelo, el Sr. Coriat, era nada menos que el cónsul de España en la ciudad. Mamá y papá se conocieron en 1923, durante un viaje que papá hizo a Marruecos para visitar a su familia. Papá entró a comprar algo en una farmacia y allí estaba mamá, buscando remedios para un resfriado. Papá se le acercó para recomendarle un jarabe y ella le respondió. Al cabo de unos días se hicieron novios, papá fue introducido en la familia de mamá y se casaron. La diferencia de edad que había entre ellos, él mayor que ella, no fue un impedimento para nada. Desde luego, papá supo demostrar que era un hombre bien instalado, que podía formar familia, y entonces el hombre que había “hecho la América” se trajo a Venezuela a la hija del cónsul de Tetuán. Papá fue el único de sus hermanos que se casó con una marroquí española. Los demás se casaron con mujeres provenientes de familias del protectorado francés. Gente de Orán, Argelia.

–Cuando sus padres se casaron, ¿su papá ya se había mudado a Caracas?

–Sí. Cuando mis padres se conocieron y se casaron, en Tetuán, en 1923, papá ya se había venido de Carúpano a Caracas. 1918. Sus otros hermanos, mis tíos, vivían aquí desde hacía años y lo habían invitado a que se uniera a ellos, como socio, en el manejo de Hermanos Benacerraf, una compañía de comercio que era propiedad de la familia. Durante unos años vivieron todos juntos, con sus esposas, en una casa entre las esquinas de Puente Yánez y Tracabordo, en el centro, hasta que un día mis tíos decidieron irse a París y dejaron a papá encargado del negocio. Luego, en el verano del 39, vinieron de visita para vernos y revisar cuentas, pero apenas unas semanas después de su llegada, a comienzos de septiembre de ese mismo año, explotó la Segunda Guerra y no les quedó otra opción que quedarse un tiempo en Venezuela. Cuando terminó la guerra, en el 45, se volvieron a ir. Nosotros nos quedamos.

–¿Por qué?

–Porque papá era muy venezolano y no se iba a ir de aquí. De modo que mis hermanos Moisés, el mayor, y Enrique, el menor, y yo, crecimos en Caracas… ¿Tú sabes que yo tuve un primo que se ganó el Nobel de Medicina?

–¿Un primo, primo? ¿Venezolano?

–Esa es la cosa. Baruj Benacerraf, premio Nobel de Medicina 1980, nació en Caracas en 1920 y vivió aquí hasta que sus padres se fueron para Francia. Luego volvió, como todos, en el 39, que fue cuando yo lo conocí, pero más tarde decidió irse para los Estados Unidos, donde estudió e hizo su vida. Cuando ganó el Nobel lo invitaron a Caracas. Miguel Otero Silva, que era mi amigo, me llamó: “Mira, voy a mandar a unos reporteros a recibir a tu primo el Nobel en el aeropuerto. Le voy a dar una página completa en El Nacional”. Pero resulta que cuando Baruj llegó a Maiquetía y lo entrevistaron, lo primero que dijo fue que él había nacido en Venezuela “por accidente”. Los periodistas se quedaron fríos. Después, cuando se enteró de que la comunidad judía quería hacerle un homenaje, dijo que él no creía en Dios. Viendo aquello le recomendamos que lo mejor era que no hablara más. (Se ríe). Baruj era inteligentísimo. Y también lo es Paul, su hermano, que fue decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Princeton.

–¿En su familia se fomentaba la búsqueda de una profesión propia, el desarrollo personal?

–No tanto. De hecho, mi tío no estaba de acuerdo con que Baruj estudiara Medicina. Quería que se dedicara al comercio, que siguiera la tradición familiar. Pero Baruj lo engañó y le dijo que se iba para Nueva York a estudiar Business Administration, y estando allá se zafó.

–¿Y usted?

–¿Yo?

–Sí, usted. ¿Tuvo libertad para hacer lo que quería?

–Bueno… (Calla). Yo recuerdo mucho la casa donde transcurrieron mi infancia y mi juventud. “La casa de los tres patios” la llamo yo, que quedaba de Miseria a Pinto 129. El primer patio era el lugar al que daban las habitaciones y el tercero era un corral, pero el mío era el segundo, donde había una mesita a la que yo me iba a escribir y a estar sola, siendo ya una muchacha de universidad. Era lo que me gustaba en aquel tiempo: la escritura. Y mis padres no me comprendían. Eran maravillosos, ambos, mamá una mujer muy dulce, pero no había comunicación alguna entre ellos y ese mundo mío. Mi otro sitio preferido era la cocina, que era como un cascarón donde lo principal era la presencia de Angelina, la cocinera, a quien recuerdo un día llorando a mares por la muerte de Carlos Gardel, a quien amaba. (Se ríe). Yo escribía con sentimiento de culpa. Tenía la sensación de que cometía un pecado. (Calla). Yo debo haber hecho sufrir mucho a mis padres. (Calla).

–¿Por qué?

–Porque sé que ellos hubieran preferido que yo viviera según otros parámetros.

–¿Según cuáles parámetros?

–Que me casara al terminar el bachillerato, que tuviera hijos y siguiera la rutina. Y ya en el bachillerato yo empecé a ser un bicho raro. (Se ríe). Comencé a interesarme por la literatura, por el teatro. Mi papá murió muy pronto y no tuvo tiempo de ver ni siquiera mi película sobre Reverón, pero mamá estuvo en el Festival de Cannes conmigo cuando me dieron el Premio de la Crítica por Araya y eso la hizo feliz, pero hubiera sido más feliz si mi vida hubiese sido distinta desde un principio.

–¿Y alguna vez habló de eso con ella?

–No, no. Había un cariño tremendo entre nosotras, pero nunca hablamos de eso. Yo encuentro que una de las cosas más bellas de hoy en día es que hay una relación más estrecha entre padres e hijos, me parece. Baruj fue una de las pocas personas que trataron de ayudarme. Estando al tanto de mis intereses, le dijo a mi padre que me mandara a estudiar en un colegio en los Estados Unidos, pero papá no quiso.

–Era conservador su padre.

–No sé. Papá tenía fama de haber sido enamoradizo y parrandero durante su juventud, y era un hombre de buen humor, pero como cabeza de familia se ajustó a la costumbre de la vida venezolana de la época, según la cual el lugar de la mujer era el hogar. En eso también influía su origen sefardí. Mamá tenía las virtudes que exigía ese mundo y hacía todo sinceramente y con un gran talento.

–¿Usted se recrimina por no haber encajado en ese molde?

–No. A fin de cuentas, en ese momento hice lo que sentía que tenía que hacer. Y es mi vida. Además, ellos nunca me reclamaron nada.

–Pero usted sí se lo reclamaba a sí misma.

–Yo era muy sensible a todo. (Piensa). Aún lo soy. Por ejemplo, a mí me enferman los días grises. Yo soy muy solar, me gusta la luz. No sé cómo sobreviví a tantos inviernos en Europa.

Edgar C. Otálvora estrena su libro: Venezuela ya es un problema global

LA CRISIS QUE VIVE VENEZUELA se ha expandido a todos los países vecinos y su forma más gráfica es la migración de millones de venezolanos. Ese es solamente uno de los aspectos que reflejan que Venezuela se convirtió en un problema internacional que ahora es objeto de tensiones entre las grandes potencias.

“Venezuela un problema global” es el más reciente libro del investigador venezolano Edgar C. Otálvora el cual está disponible en versión digital a nivel mundial en la plataforma de Amazon.

Otálvora, economista e historiador, es el autor del Informe Otálvora, una columna de amplia difusión internacional que aparece en Diario Las Américas de Miami, EEUU, y en Runrunes desde 2014 y que regularmente es reproducida en diversos medios de Latinoamérica.

En más de ochocientas páginas Otálvora narra el proceso iniciado con la muerte de Hugo Chávez y la toma del poder por un “comando político de la revolución” encabezado por Nicolás Maduro. Todo visto desde el contexto de la diplomacia y la política internacional y los procesos políticos de los principales países de la región donde se ha librado una verdadera batalla entre el castrochavismo promovido desde La Habana y Caracas contra los gobiernos democráticos de la región. “Fastuosos palacios, frías salas de reuniones diplomáticas, auditorios partidistas, salas vip de aeropuertos, caminos fronterizos, salas de prensa. Asesinatos, elecciones, pugnas internacionales, amenazas de guerras, intrigas políticas, pactos secretos, negocios turbios, ascensos y caídas de innumerables personajes”.

En su presentación, Otálvora afirma: “a principios del siglo el chavismo era visto en los centros de poder de Occidente como una excentricidad local a la cual no se prestaba atención. Dos décadas después Venezuela se había convertido en un problema global”.  

Exclusivo: Extractos del libro Osmel: un hombre desconocido, por Diego Arroyo Gil

Yo nací en Cuba, en el pueblo de Rodas, provincia de Cienfuegos, no voy a decir en qué año, el que quiera saber que vaya y lo averigüe. Toda la vida me he sentido joven y a estas alturas no pienso estropearlo. Soy, eso sí, del 26 de septiembre, signo Libra, que no sé qué significa. Mi nombre es Osmel Sousa, pero también soy conocido entre la gente como el Zar de la Belleza y el Hacedor de Reinas. Desde que me inicié en el mundo de las misses, a mediados de los años sesenta, hasta el día en que abandoné la presidencia del Miss Venezuela, llevé a siete mujeres hasta la corona del Miss Universo, a cinco a la corona del Miss Mundo y a siete a la corona del Miss International. Un récord para el Libro Guinness. Las recuerdo muy bien a todas. Viví grandes momentos junto a cada una de ellas, y sin embargo hoy muy pocas de ellas me llaman en mi cumpleaños, en Navidad y el día de Año Nuevo. Cuando se encuentran conmigo, me saludan con cariño. Yo sé que me quieren, y yo a ellas, pero no somos amigos íntimos y, la verdad, eso no me quita el sueño. Me basta con haberlas visto conquistar el triunfo. Me basta con haber presenciado, desde la primera fila, cómo la perfección que habíamos alcanzado juntos, ellas y yo, era premiada con la corona, pues de esa manera la corona también se hacía mía. El poder de la belleza tiene pocos sustitutos y yo he consagrado mi vida a conseguirlo.

 

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El rostro de mujer más bello que yo he visto nunca es el de María Félix, María Bonita. Así sería de poderoso que yo ya lo dibujaba, de niño, antes de que se me pusiera por primera vez delante de los ojos. Yo no había tenido todavía el placer de saber que María Félix existía en la vida real y sin embargo su rostro era una realidad de mi imaginación. Fue cuando estaba en el colegio y no servía para nada. Ni para Castellano ni para Historia y mucho menos para Matemáticas. Yo no servía para nada sino para dibujar, y dibujaba el rostro de María Félix. Cuando la conocí en persona, en los años setenta, durante un viaje que hizo a Caracas, el encuentro me sirvió para confirmar que esa era la mujer que me había obsesionado cuando yo era un pésimo estudiante y me pasaba todas las horas de clase haciendo bocetos de sus rasgos maravillosos. La fascinación que ella me ha causado me ha hecho decir incluso que, si la reencarnación existe, a mí me encantaría reencarnar en María Félix.

Lo de que yo era un incapaz para los estudios no es una exageración. Yo era brutísimo, o por lo menos así pensábamos todos. Luego supe, muchos años más tarde, adulto e independizado, que padezco déficit de atención en el mayor grado posible, tanto que cuando se revelaron los resultados del examen que determinó esa condición, la doctora que me atendía me dijo, asombrada: «Yo no sé cómo usted se acuerda de su propio nombre…». Un diagnóstico así de especializado era imposible en Rodas en mi época. Allá sencillamente yo era medio burro, cuando menos un torpe, un muchacho al que nadie sabía qué le pasaba por la cabeza. Mis padres me pusieron profesores particulares para ver si mejoraba, pero fue inútil. Llegué a sexto grado por puro milagro, y para pasar al bachillerato hubo que convencer al director del colegio de que me hiciera el favor.

 

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Las mujeres son mucho más interesantes que los hombres, de eso no cabe duda. Como ser, la mujer es divina, y como cuerpo, mucho más armoniosa. Mencioné a María Félix, que es como la cumbre, pero yo me pongo a pensar, por ejemplo, en Lupita Ferrer, la gran actriz venezolana y también diva de América Latina, y me parece evidente que es un personaje de un magnetismo que yo, por ejemplo, no tengo. Así sería que Lupita tenía una abuela, terrible, que cuando salía a la calle con ella se llevaba un bate de béisbol por si algún hombre se acercaba y trataba de propasarse con su nieta. Cuando yo la conocí, a Lupita, en Maracaibo, me di cuenta de que tenía esa cosa de que despertaba pasiones y, desde luego, de que las vivía ella misma con gran intensidad.

Lupita fue una de mis primeras amigas en Venezuela. La conocí gracias a Waldo, de cuyo grupo de teatro ella formaba parte. Aquella obra del Club Creole fue protagonizada por Lupita. Me acuerdo de que estaba basada en Gigi, una novela de Colette, la escritora francesa. Años antes se había hecho, en Hollywood, con mucho éxito, una película con la misma historia, y estos amigos míos la llevaron al teatro. La destreza que Waldo demostraba en todo lo que hacía era increíble. Era capaz de una cosa como esa, tan difícil: montar una obra, y a la vez ser decorador y dibujante profesional. Lo mejor que a mí me pudo pasar cuando vivía en Corito fue caer en su entorno, porque eso me permitía estar cerca de personas interesantes, gente del teatro y de la cultura en general. Los amigos de Waldo eran escritores, pintores, músicos, y así.

 

 

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A finales de los años sesenta yo incluso fui modelo. Como era delgadito, toda la ropa me quedaba bien y me veía impecable. La gente me echaba muchos menos años de los que en verdad tenía. Álvaro Clement era el nombre de uno de los sastres principales de Caracas. Tenía una boutique en la urbanización Chacaíto, y allí mismo presentaba sus colecciones una o dos veces al año. Chacaíto estaba en boga porque recién habían inaugurado en esa zona el primer centro comercial de la ciudad, un lugar adonde ibas y te sentías en la civilización. Ahí conseguías lo que querías. Había ropa y zapatos de todas las grandes marcas del mundo. Yo me dediqué al modelaje en pleno auge de Chacaíto. Una época inolvidable. Recuerdo que un día Clement, a quien conocí en mis andanzas de dibujante publicitario que no se perdía una sola fiesta, me hizo salir a la pasarela acompañado de una niña muy bella y divertida, Margarita Zingg, que luego se hizo diseñadora y trabajó conmigo en el Miss Venezuela. Desde que yo la conocí ya Margarita llamaba la atención por su elegancia y su buen gusto. Atraía a los fotógrafos sociales como una estrella. Estaba siempre perfecta y era simpatiquísima. ¡Todavía!

 

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Hoy hay gente que me critica porque yo tengo amistades en el Gobierno venezolano. Pues esas amistades no son nada nuevo y además no perjudican a nadie. Trabajar para el concurso de belleza más importante del país me puso en contacto, desde el principio, con todo tipo de personas, muchas de ellas con poder, desde actrices y animadores de televisión, hasta ministros, magistrados y presidentes de la República.

Mi primera incursión en las esferas de la política ocurrió gracias a «Polvo de estrellas», aquella columna mía de la revista Páginas. Muñeca de Morales Bello, la esposa de un dirigente muy influyente del partido Acción Democrática, era una mujer que se vestía bastante bien, siempre estaba arregladita, y se me ocurrió dibujarla y hablar bien de ella en mi columna. En la página opuesta, sin ofensas, pero con cierto atrevimiento, dibujé a Blanca de Pérez, la esposa de Carlos Andrés, y comenté que estaba gordita y que debía cuidar un poco más su aspecto. Es decir, Muñeca era la bella y Blanca era la fea.

Al cabo de unos días estoy en mi oficina, en Últimas Noticias, y me avisan que hay una señora de Acción Democrática que quiere que la reciba. «Ya está. Les cayó mal la columna a las adecas», me dije yo. Cuando veo, aparece en la puerta la propia Muñeca de Morales Bello, simpatiquísima. «¡Esas páginas te quedaron perfectas!», comentó. «Tanto que vengo a pedirte que asesores a Blanca para la campaña electoral». Muñeca se refería a la campaña de Carlos Andrés, el candidato de Acción Democrática para la presidencia. Agregó: «Blanca va a ser la Primera Dama y debe verse perfecta». La propuesta era tan inesperada que la acepté, a lo que Muñeca se detuvo para hacer hincapié en que nadie podía enterarse de aquello. Blanca me exigía discreción total.

Carlos Dorado Dic 03, 2017 | Actualizado hace 6 años
¡Querer volver!, por Carlos Dorado

Maiquetía

Esta semana, Editorial Planeta me envió el cuarto libro que estoy publicando; titulado: ¡Querer volver!, que ya debe estar en casi todas las librerías del país. Es un libro que me entristece y me emociona muchísimo, porque trata de plasmar los sentimientos de esos “héroes anónimos” que han tenido que abandonar su tierra, sus amigos, y su gente buscando un futuro mejor.

“Abandonar el lugar donde se nace es una experiencia que no todos tienen en la vida, y los que la tienen quedan marcados irremediablemente, porque el drama de los inmigrantes esta bordado de nostalgias –La Morriña-, de incomprensiones, ausencias, soledad, incertidumbre y exilio interior, pero también de sueños y esperanzas que siempre revitalizan y deslumbran”…, escribió magistralmente Marianella Salazar en la contraportada del libro.

Esta película de la inmigración, nadie me la contó, la viví en primera persona cuando mis padres decidieron venir a Venezuela, siendo yo todavía un niño. Esa incertidumbre, esa soledad, esa nostalgia de la que habla Marianella, la viví en carne propia desde que aterrizamos en una pensión de la Parroquia del Cementerio. Pero también viví esos sueños, esas esperanzas, esas ilusiones en esta tierra de gracia.

“Querer volver” está escrito con el corazón, pensando en voz alta, como un viaje a lo más profundo de mis sentimientos, sin adornos, sin pretensiones; pero con la seguridad de que muchas personas emigrantes al igual que yo, se sentirán identificados. “El testimonio que se nos expone en primera persona es clave para todos aquellos que viven el drama de la aventura migratoria en Venezuela. Sus páginas invitan a pensar en profundidad a quienes están pensando en tomar la decisión de radicarse en otras tierras, brindando la riqueza del testimonio y la experiencia de un emigrante exitoso, pero que pasó también por los desiertos en busca de una tierra prometida”…, escribió en el prólogo el padre Francisco José Virtuoso, Rector de la Universidad Católica Andrés Bello, donde me formaron y donde forjé tantos sueños.

Lo escribí, y lo vuelvo a leer una y otra vez, y algunas frases me traen tantos recuerdos, tantos sentimientos… “Hay momentos en la vida en los que hay que ser muy valientes para emigrar, y muy valientes para quedarse”. “Buen viaje hijo, olvídate de mis lágrimas, de mis gritos de silencio, de mi tristeza. Vete y haz que cada día valga la pena”, “Me tuve que ir a buscar mi futuro, me fui físicamente; pero papá, estás más presente que nunca, y estoy seguro que también yo para ti…”

Nacer en un pequeño pueblo de Galicia (España) escuchar a diario los consejos sabios de mis padres, y emigrar de niño junto a ellos hacia una gran tierra como lo es Venezuela me dejaron lecciones de vida, y formas de entender las realidades, que nunca habría aprendido de los libros; y por eso hablo de ella en “Querer volver”, sin complejos y sin resentimientos, dentro de una atmósfera de gran tristeza y soledad; pero también siempre con la ilusión de que estaba siendo el arquitecto de mi futuro, y por el cual merecía la pena luchar.

Mi libro “Cartas a un hijo” me dio muchas satisfacciones. “Querer volver” estoy seguro que será apreciado por muchos venezolanos. Los que se van, y los que se quedan. Esos que se van con una maleta cargada de sueños y de ilusiones, pero que dejan aquí lo más preciado; sus padres y sus familias, los cuales aunque se quedan también son emigrantes, porque una buena parte de su corazón se fue a otro lugar.

cdoradof@hotmail.com

La rebelión de los tejones, por Antonio José Monagas

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Desde que el hombre reconoce su capacidad y potencialidad para complicar o solventar situaciones, la vida adquirió otro sentido. Es el que propicia la política cuando logra ser entendida en la dirección de afianzar fuerzas sociales capaces de generar cambios, impulsar procesos y adecuar circunstancias. Sólo que su aplicación se complica cuando el aprendizaje histórico permite a las naciones concienciar el significado de la política entendida como recurso de sobrevivencia y criterio de desarrollo. Aunque el problema que su comprensión promueve, comienza a asentirse en la medida que la cultura política se expande o se contrae en términos de lo que desde el ejercicio de la política se hace posible de cara al crecimiento, contracción o encogimiento de los países.

El siglo XX venezolano inoculó en su población no muy excelsos valores cuyos efectos alcanzaron no solamente la picardía que por la causalidad de tantas dificultades vividas, añadió como parte de los rasgos que socialmente distinguen al venezolano. El gentilicio que la economía petrolera cimentó en el nativo, y de la cual se valieron los gobiernos para imponer modelos ideológicos populistas, cada cual desde su praxis y programa político, tergiversaron el modo de vida de los venezolanos. Pero lo habituaron no más a resignarse ante las contingencias, que a batallar ante las eventualidades que amenazaran su calidad de vida. Por sencilla y modesta que pudiera ser.

Así que este arquetipo de venezolano, aprendió a sortear las entuertos que la movilidad de una economía azarosa o que las perturbaciones de una política incongruente, lo sometían. Sin embargo, siempre se mostró con la suficiente disposición para llenarse de la resistencia necesaria y del valor suficiente con los que pudo tramontar los escollos que frenaban su paso en medio de las adversidades.

Es precisamente el parangón que acertadamente hace Leocenis García, en su libro “La rebelión de los Tejones” cuando toma el ejemplo de tan tenaces animales a manera de analogía en virtud de las fortalezas que posee este animal, pero vistas como símbolo de perseverancia. Particularmente, en el curso de difíciles situaciones que motivan su lucha para sobreponerse a las duras condiciones que la vida le depara. El comportamiento del venezolano, crecido y formado a conciencia del significado de la democracia como pivote y palanca de desarrollo económico y social en lo individual y colectivo, es propio de quien ha sido referente de una historia forjada por episodios de lucha, coraje y entereza. He ahí la razón del parangón.

Así como los tejones suelen mostrarse bastante territoriales, además de tener un sentido de profunda persistencia demostrado cada vez que las circunstancias se tornan hostiles cuando tienden a limitarle sus haberes naturales, asimismo se revela el venezolano al momento de advertir la confiscación de sus derechos. Pero sobre todo, la extorsión y el chantaje de las razones que justifican su apego a las virtudes políticas, económicas y sociales de la democracia.

La Rebelión de los Tejones, testimonia el sentimiento institucionalista que reside en la humanidad de un venezolano que en la persona de Leocenis García, revela ante el mundo político, reflexivo, crítico y analítico, las contradicciones que hicieron sucumbir la democracia nacional en lo que la historia contemporánea puede considerar un “parpadeo”. Para ello, Leocenis no sólo se afinca en su veta de hombre político, al mejor estilo aristotélico. Igualmente, apela a su conocimiento de la teoría económica para elaborar el balance necesario a partir del cual hizo posible destacar inferencias que descubren reveses, rarezas e incongruencias que llevaron al país a padecer crudas anomalías propias de una funcionalidad económica que en nada alcanzó a corresponderse con los principios señalados por una política económica exhortada a estar a la altura de un desarrollo en curso continuado y equilibrado.

La Rebelión de los Tejones, resulta ser un logrado análisis comparativo de política el cual, sin la pertinencia del estudio comparado de estructuras económicas que apuntalaron la dinámica de países cuya analogía socioeconómica y sociopolítica con Venezuela se corresponde en alto grado, permitieron a Leocenis García desprender relaciones, conexiones y conclusiones propias de un modelo de investigación inductivo-deductivo que desenmascara los oprobios más recónditos que gobernantes de nuevo cuño pretendieron exhibir como el instrumento de mayor eficacia para ordenar la movilidad del país.

Tan densa disertación, superior a cualquier análisis político que tienda a evidenciar el lastre del populismo, por acicalado que sea, constituye una bien lograda conjugación de conocimiento, carácter y talento que llegó a esbozarse y a convertirse en letra firme. Sobre todo, porque en el caso de Leocenis, sus convicciones de probidad se alinean con la dignidad y principios de venezolanos que como él, han experimentado el tormento de la prisión. Más, cuando la condena estribada desliza la injusticia que habita en la mano pusilánime de un dictador que esconde su debilidad en las bayonetas que forman sus pretendidos arrogantes  y falsos anillos de seguridad.

Es lo que Leocenis argumenta cuando refiere la conocida “Ley de Gresham”, que si bien se explica en el ámbito de la economía, también podría dirigirse hacia la política al mirarse en retrospectiva la crisis que literalmente borró a Venezuela de la faz del mundo democrático. Por eso, Leocenis García refiere la libertad de conciencia y la convierte en blasón de la esperanza a la cual se aferra todo venezolano con profundos ideales de justicia. Cual tejón cuando lucha sin descanso para hacer valer la razón que la naturaleza le ha brindado y por la cual “saca sus garras” frente a cualquier extraño que constriña sus espacios de vida. Es cuando sobreviene “La Rebelión de los Tejones”.