liberalismo archivos - Runrun

liberalismo

“Fascistas neoliberales”: mamarrachada conceptual

 

Tachar a la oposición de fascista y neoliberal al mismo tiempo es absurdo. La idea de un “fascista neoliberal” es  un adefesio semántico, una mamarrachada conceptual

 

@AAAD25

La neolengua chavista que hoy copa casi todos los espacios de poder en Venezuela se ha discutido mucho, con conclusiones por lo general desfavorables para ella. Desde todos o casi todos los puntos de vista es un ejercicio retórico despreciable. Ha degradado el discurso político nacional hasta convertirlo en gritería propia de un pleito entre borrachos, con insultos y groserías a la orden del día, ignorados olímpicamente por Conatel, a pesar de que son exclamados en horario no apto para menores en cadena nacional. Quienes lo vivieron (yo ni había nacido, pero me han contado), ¿recuerdan la reacción de escándalo cuando a Lusinchi se le ocurrió espetar frente a las cámaras un “Tú a mí no me jo…”? Eso no es nada frente a lo que ahora se escucha desde las tarimas en Miraflores y, para ser justos, las bocas de uno que otro dirigente opositor. En vez de avergonzarse, todos creen que se la están comiendo.

Está además la militarización del verbo. Toda forma de expresión de la vida civil tiene que ser metamorfoseada para que parezca salida de unas barracas. Así, por ejemplo, las bases del partido son “unidades de batalla”. Los cónclaves de figuras destacadas son “Estados Mayores”. Hay un “Estado Mayor de la Cultura”, que reúne a artistas e intelectuales oficialistas, y un “Estado Mayor de la Comunicación”, con periodistas.

¿Hay algo más incoherente que las artes, la filosofía y la prensa, reinos por naturaleza de la diversidad, actuando bajo lineamientos militares?

La cosa no pasaría de farsa de mal gusto si no se tratara de un síntoma de la pretendida imposición desde el poder político de una uniformidad vertical del pensamiento y la acción, con inquebrantables estructuras de orden y obediencia, en la que el disenso es un enemigo que debe ser exterminado.

Tal vez el peor aspecto de la neolengua revolucionaria sea su obsesión por cambiarle el significado a los términos, para armar un vocabulario con el que explotar la insuficiente educación que en gobiernos anteriores fue una falla, y que en este más parece un objetivo. La cuestión ya fue tratada en este espacio, con foco específico en la transformación roja endógena de la palabra “oligarca”. Esta vez se hará un examen similar con otros dos descalificativos predilectos del chavismo: “fascista” y “neoliberal”.

A ver. Con estos adjetivos el PSUV y sus aliados se refieren sistemáticamente a la oposición, y sobre todo a sus dirigentes. Es decir, para el chavismo quienes lo adversan son al mismo tiempo fascistas y neoliberales. Pero, la idea de un “fascista neoliberal” es un adefesio semántico, una mamarrachada conceptual. Porque resulta que el fascismo y el liberalismo son inherentemente antagónicos. Se rechazan sin posibilidad de conciliación. No pueden convivir. La presencia de uno implica la ausencia del otro. Advierto de una vez que me deshago del prefijo “neo” por considerar que su añadidura a la palabra original constituye una etiqueta vacía, usada peyorativamente por la izquierda radical trasnochada. En realidad hay personas liberales y ya. Aunque se inspiren en autores más modernos que los clásicos de esta corriente (Smith, Ricardo, etc.), dudo que se hagan llamar “neoliberales”.

No es por menospreciar a nadie, pero tengo la impresión de que si se le preguntara a quienes repiten los señalamientos de fascismo y neoliberalismo en qué consisten esas acusaciones, no sabrían responder más allá de que son “algo malo”. Y es que el discurso de los líderes chavistas no arroja mayores luces sobre lo que significan los descalificativos que usa. Se limita a relacionarlos vagamente con comportamientos universalmente repudiados: egoísmo, prejuicio, violencia, etc. Es así como dos opuestos pueden convertirse en sinónimos.

Solo hace falta una indagación superficial, pero independiente, de los conceptos de liberalismo y fascismo para revelar su falsa fusión. En tal sentido, revisar sus orígenes basta. Comencemos por el más antiguo de los dos, el liberalismo. Su génesis está ligada al ascenso, en Inglaterra, de la burguesía comercial en el siglo XVII, a la que en el XVIII se le añadió la naciente burguesía industrial. A diferencia del continente europeo (con la excepción notable de Holanda), en la nación insular fueron los burgueses, y no la monarquía absoluta, quienes desplazaron a la nobleza terrateniente feudal como estamento dominante.

En torno a la nueva aristocracia, cuyos valores eran diferentes a los de la anterior, surgió una filosofía que pregonaba principalmente el laissez faire (“dejar hacer”). Esto es la mínima intervención del Estado en la economía nacional, dejando a los emprendimientos individuales relacionarse libremente en el mercado bajo leyes de oferta y demanda. Las autoridades públicas controlan lo menos posible la producción y distribución de bienes y servicios. Para los liberales, esto no necesariamente deriva en las injusticias sociales denunciadas por el marxismo. Sostienen que bajo este régimen el esfuerzo permite hasta a la persona de orígenes más humildes salir de la pobreza, y que la libre competencia estimula el ahínco por el trabajo de calidad. Todo eso se traduce, según ellos, en una colectividad más próspera por el agregado de individuos que luchan por su beneficio individual.

Aunque el liberalismo originalmente se concentró en aspectos económicos, con el tiempo algunas de sus tendencias se extendieron a lo social. Ejemplos: la libertad de cultos dentro de un Estado laico y, más recientemente, la libertad de identidad sexual y de consumo de sustancias tradicionalmente prohibidas.

Toca su turno ahora al fascismo. A lo largo del siglo XIX, gracias a la industrialización, la burguesía fue ganando terreno político en el continente europeo, como antes lo hizo en Inglaterra. El resultado de la Primera Guerra Mundial fue la estocada final para las monarquías absolutas y las viejas aristocracias agrícolas de “sangre azul”. Es entonces cuando surgen los movimientos fascistas entre los sectores más conservadores de la población, como una reacción, no solo al comunismo que amenazaba desde Rusia, sino a la consolidación del liberalismo.

Los dolientes del antiguo régimen no concebían una sociedad flexible de clases sociales, en la que se podía ascender y descender gracias al dinero. Añoraban el viejo sistema de división férrea por estamentos. Criticaban la situación del proletariado en el marco del capitalismo liberal, pero no porque la burguesía lo explotara, como sostienen los marxistas, sino porque lo explotara para su ganancia individual, sin considerar las “necesidades de la nación”.

El fascismo concibió un sistema económico en el que conviven la propiedad pública y la privada, pero con esta última totalmente sometida a los intereses del Estado, lo que se traducía en los intereses del partido de gobierno (ya que los fascistas identifican exclusivamente su ideología con el bienestar de la patria, igual que ciertas personas). Ello implicaba regulaciones para todo. Es el corporativismo de Mussolini, emulado en Portugal y Brasil con el nombre de “Estado Novo”.

Para tener de su lado a los campesinos y trabajadores, el fascismo les vendió la promesa de un futuro de gloria y redención nacional, el destino de una raza superior de la que son parte. Lograrlo implicaba una épica en la que todos, desde el ejecutivo más alto hasta el trabajador más humilde, conocen su papel y están felices de representarlo. Las clases sociales, en vez de luchar entre ellas, armonizan y luchan contra el sistema financiero internacional y los enemigos internos (etnias inferiores, inmigrantes, degenerados homosexuales, etc.)

¿Es todo esto cónsono con los principios liberales? Obviamente no. Ambas formas de pensamiento se han considerado desde el principio una amenaza el uno para el otro. El fascismo incluso depuso su conflicto con los comunistas para que entre los dos exterminaran el liberalismo europeo. Así estalló la Segunda Guerra Mundial. Alemania y la Unión Soviética se lanzan a conquistar el Viejo Continente. Pero la traición anticipada de Hitler a Stalin volteó la tortilla y llevó a una alianza entre los soviéticos y las democracias liberales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia), que sepultó a los regímenes Mussolini y Hitler.

Así pues, tachar a la oposición venezolana de fascista y neoliberal al mismo tiempo es absurdo. Dicho lo anterior vale la pena preguntarse si se la puede catalogar en al menos una de estas categorías. ¿Está la MUD dominada por el liberalismo? Para nada. No hay que ser politólogo para darse cuenta de que la mayoría de los partidos que la componen pregonan alguna forma de socialdemocracia. Tiene sentido. Desde la revolución de octubre de 1945 esa ha sido la filosofía política predilecta de los venezolanos. Solo el chavismo ha podido disputarle esta posición, no con mucho éxito desde al menos el año pasado. En todo caso pueden verse aproximaciones al liberalismo en Vente Venezuela, el partido de María Corina Machado. Porque este país nunca ha tenido una tradición liberal como fenómeno de masas. ¿No lo cree? Pregunte por ahí a la gente si estaría de acuerdo con la privatización de Pdvsa y la UCV. Apuesto a que pocos responderían afirmativamente.

¿Y el fascismo? Por favor. Si tiene dudas, relea los párrafos anteriores. Hablar de fascismo en la MUD es una necedad todavía mayor.

Disertar sobre las cuestiones de la neolengua puede parecer una nimiedad mientras el país atraviesa esta tragedia. Pero no lo es. Estamos ante un Gobierno que se toma en serio la tesis goebbeliana de la mentira convertida en verdad por haber sido repetida mil veces. Combatir esa retórica es una forma de lucha válida, y discúlpenme si yo también sueno como un civil de verbo militar al decir esto.

Nota del editor: este artículo, publicado previamente en julio de 2016, se actualiza hoy a propósito de la Ley Antifascismo, aprobada en primera discusión en la Asamblea Nacional oficialista.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
 
 
Alejandro Armas Ene 28, 2022 | Actualizado hace 1 mes
La gran claudicación liberal
Liberales, no se adhieran al conservadurismo populista esperando que los salvará de la izquierda. Es un atajo ilusorio. Mejor es asumir el desafío de adaptarse a los nuevos tiempos

 

@AAAD25

Bueno, la posibilidad de un referéndum revocatorio contra Nicolás Maduro fue rematada antes incluso de lo esperado. A juzgar por la última rueda de prensa de la Plataforma Unitaria (vaya que la MUD tiene más avatares que Vishnu y Shiva juntos), la coalición opositora entró en modo de preparación para las elecciones presidenciales de 2024. Aunque en Venezuela nunca se sabe, no hay sucesos de política nacional relevantes en el horizonte. En consecuencia, este es un buen momento para prestar atención a otros asuntos.

Este es un artículo que espero lean sobre todo los militantes del liberalismo. Espero que el título les haya llamado la atención. Desde hace tiempo, tengo una inquietud que les incumbe. Me pregunto, ¿qué son esas malas juntas? ¿Qué hacen de pronto llamando a ver conferencias de Agustín Laje o videos del recientemente fallecido Olavo de Carvalho? ¿Cómo es que ven en Vox lo que España necesita?

Comenzaron de manera discreta, como quienes no quieren la cosa. Pero ahora lo reconocen de manera ruidosa, lo cual valoro, en aras de la honestidad que en la esfera pública nos permite saber con quiénes estamos hablando. Así ha sido, pues, la formación de una gran alianza entre liberales y conservadores, vista sobre todo en el Occidente desarrollado y reproducida con menor notoriedad en Latinoamérica, como suele ocurrir con todo lo que nos llega desde el norte.

Antes que nada, quiero aclarar qué es lo que no me inquieta. No tengo casi nada de conservador y casi siempre me encontrarán en una posición contraria a lo que un conservador cree. Pero tampoco me parece que el conservadurismo sea en sí mismo peligroso e indigno de pertenecer al debate público. Ergo, no todo acercamiento entre conservadores y liberales es algo malo. De hecho, más o menos eso era el Partido Republicano estadounidense en tiempos de Ronald Reagan, así como su coetáneo, el Partido Conservador británico dirigido por Margaret Thatcher. Aunque uno tenga profundos desacuerdos con estos campeones de la derecha finisecular, es difícil verlos, o a lo que representan, como una amenaza para la política civilizada.

Pero, como sabemos, el conservadurismo en Europa y Norteamérica ha dado un giro inquietante en este primer cuarto del siglo XXI. Se ha vuelto en demasiados casos colérico, populista, paranoico, intolerante y autoritario. De los argumentos dignos de discusión pasó a los bulos conspirativos. De admirar a Reagan y Thatcher a venerar a Donald Trump y Viktor Orbán.

Es con este conservadurismo reaccionario e intransigente que algunos liberales quieren tender puentes.

Algunos van más allá y pretenden ser una fusión de ambas ideologías, la ya “memificada” identidad del “liberal en lo económico y conservador en lo social”. Me parece problemático por varias razones, obviando el hecho de un pacto con enemigos de la democracia. Pero antes, ¿cómo se llegó a esto?

Tengo una hipótesis. No es ningún secreto que los héroes intelectuales del liberalismo por siglos consagraron el grueso de sus estudios a la economía: Adam Smith, Friedrich Hayek, Milton Friedman, etc. Aunque sus premisas básicas, en el nivel más abstracto, tienen mucho más que ofrecer, al liberalismo se le asocia principalmente con temas económicos como regulaciones financieras, impuestos y emisión monetaria. Ello les aseguró un papel preponderante en los grandes debates políticos en aquellos países que se desarrollaron más que otros en los 250 años que median entre la Revolución industrial y el fin del siglo XX.

Pero cuando esas sociedades avanzaron hacia la era de los servicios, las grandes tecnologías y la economía del conocimiento; y en paralelo alcanzaron un grado de desarrollo por el cual las necesidades básicas del grueso de la población quedaron cubiertas, las polémicas económicas quedaron relegadas a un papel secundario. El protagonismo lo cobraron los asuntos socioculturales. Eso lo supieron aprovechar dos corrientes ideológicas. A saber, la nueva izquierda posmarxista, con sus articulaciones identitarias y anticapitalistas sugeridas por el matrimonio Mouffe-Laclau; y el conservadurismo, que ha reaccionado para preservar como sea las viejas convenciones sociales que aquella busca destruir. El liberalismo, en cambio, por su obsesión atávica con la economía, ha quedado un poco relegado.

Así que, al verse incapaces de movilizar suficientes apoyos por cuenta propia, muchos liberales han decidido abrazar a los conservadores, que tienen más resonancia popular, para hacer frente al enemigo común izquierdista. Eso, insisto, no siempre es malo. Pero sí lo es cuando los aliados conservadores pertenecen a la variedad populista y antidemocrática. Aunque no puedan manifestarlo en público en aras de preservar el pacto, sospecho que a algunos de estos liberales les incomodan no pocos aspectos de sus “compañeros de lucha”, y de que no se les acercarían si sus propias circunstancias fueran más favorables. En otras palabras, el pacto es una especie de claudicación.

Ahora sí, veamos cuáles son los grandes problemas del contubernio indecente. El primero es que va contra la esencia misma del liberalismo, que no es otra cosa que anteponer la libertad del individuo como virtud para la vida en sociedad. No hay ninguna diferencia entre avalar que el Estado, un ente colectivo, dicte a los individuos qué precio deben fijar al producto de su trabajo, y avalar que ese mismo Estado dicte a los individuos con quién pueden contraer matrimonio civil partiendo del sexo biológico como criterio y en atención a las preferencias de una comunidad religiosa, otro ente colectivo.

El mejor postulado sobre la validez o invalidez de la restricción de la libertad individual nos viene de las propias filas del liberalismo. Me refiero al “principio del daño” de John Stuart Mill, el cual sostiene que solo es válido hacerlo cuando esa libertad produce un perjuicio empíricamente verificable en otros.

Martha Nussbaum, filósofa estadounidense contemporánea, partió de este principio para cuestionar la “política del asco”, que supone la imposición de un orden social que restringe la libertad del individuo no para prevenir un daño empíricamente verificable, sino el disgusto moral de un colectivo humano que obedece a consideraciones metafísicas o espirituales. Por ejemplo, la legislación restrictiva con fundamento religioso que el conservadurismo a menudo promueve. Todo eso debería ser inadmisible para un liberal pleno.

El segundo problema radica en la efectividad de la alianza. Puesta en práctica ha demostrado ser un negocio de retornos irregulares, en el mejor de los casos. El populismo ultraconservador no está manteniendo a la izquierda fuera del poder en demasiados casos como para que se le considere un éxito seguro o casi seguro. Trump fracasó en su intento de reelección aunque fue peligrosamente más lejos que cualquiera de sus predecesores tratando de evitar ceder la Casa Blanca a un rival.

Al otro lado del Atlántico, la ocupación de gobiernos por partidos afines se limita a un puñado de países en Europa Oriental de poco peso geopolítico. Ni hablar de Latinoamérica, donde el subdesarrollo dificulta que las cuestiones socioculturales marquen la pauta política. Y es que hasta en Chile, una de sus naciones más prósperas, la nueva izquierda encarnada en Gabriel Boric se impuso sobre José Antonio Kast, la opción conservadora. En Brasil, Jair Bolsonaro muy probablemente será aplastado por Lula da Silva en las presidenciales de este año.

Por último, el tercer problema atenta contra el interés propio. Al ser el socio minoritario en la coalición, el componente liberal está en franca desventaja a la hora de planificar una agenda gubernamental. Tiene las de perder cada vez que sus posturas chocan con las del socio fuerte. Peor aun es el riesgo inherente a colaborar con la elevación al poder de un factor autoritario. Una vez que este desmantela las estructuras democráticas del Estado, puede darse el lujo de prescindir del apoyo mayoritario y desechar a sus colaboradores si le resultan incómodos. También puede atravesar transformaciones ideológicas a su antojo. Un gobernante autoritario que hoy tiene creencias socialmente conservadoras y económicamente liberales, mañana pudiera despojarse de cualquiera de estas dos facetas.

Como sujeto sin militancia ideológica pero creyente en que el liberalismo ha sido de las corrientes de pensamiento que más han contribuido con la civilización moderna, mi consejo a todos los liberales es que no acepten la claudicación. No se adhieran al conservadurismo populista esperando que los salvará de la izquierda. Es un atajo ilusorio. Mejor es asumir el desafío de adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas preocupaciones.

No tengo dudas de que el liberalismo tiene mucho que ofrecer, sin abandonar sus principios, a grupos histórica e injustamente marginados. Si lo consiguen, dejarán de ponérselos en bandeja de plata a la izquierda identitaria. Y aunque en el grueso de Latinoamérica todavía no se han consolidado a la cabeza del debate público los mismos temas que en el Occidente septentrional, para allá vamos nosotros también, poco a poco. En latitudes más frías, ya es tarde. Pero acá hay una oportunidad para el liberalismo de afincarse en estos asuntos y estar listo para abordarlos de cara a las masas antes incluso de que se masifiquen. No desperdicien esta oportunidad, amigos liberales.

La guerra contra Occidente

La guerra contra Occidente

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco Oct 20, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
El multiculturalismo no se decreta
La lucha de género, matrimonios del mismo sexo, ambientalismo, pluralismo étnico, el hibridismo histórico conducen a una suerte avidez multicultural donde quien no lo sea (multicultural) discrimina, es malo. 

 

@ovierablanco

El Multiculturalismo es un término con amplio significado en la sociología y la filosofía política. En sociología y cotidiano, es sinónimo de «pluralismo étnico»; también entendido como pluralismo cultural en el que diversos grupos étnicos entran en diálogo sin tener que sacrificar sus identidades particulares. Un diálogo, debemos anticipar, consensuado.

El multiculturalismo comenzó a difundirse en Canadá y EE. UU. Cada uno le ha dado su propia interpretación. El resto del mundo lo mete en la denominada agenda globalizadora, con un afán integracionista, transcultural, que ha llevado a extremos de valoración donde no serlo (multicultural) ha conducido a la tacha de un racismo implícito inapropiado. En esa dirección la polarización política emerge siendo bueno el integracionista y malo quien no lo es

La izquierda multicultural

La narrativa igualitaria de los movimientos de izquierda montados en su materialismo histórico, en el debate entre lo agrario y lo industrial, lo rural y lo urbano, la burguesía vs. el grito del pueblo, al decir del semanario de Gramsci, ha deslizado las ideas de la multiculturalidad como bandera de igualdad.

Apelan a la impostergable necesidad de delegarle al Estado el monopolio de la justicia social. La responsabilidad de aplanar las fuerzas industriosas -según su entender- generadoras de inequidades.

En contrapartida al Estado liberal, competitivo y moderno, proponen un estado docente, benefactor, planificador, contralor de los medios de producción y de la vida. Pero no les basta con controlar la economía. También es preciso controlar la célula de la sociedad como la familia…

El multiculturalismo proviene de los cambios en las sociedades occidentales después de la II Guerra Mundial, en lo que Susanne Wessendorf llama la «revolución de los derechos humanos». Los horrores del racismo institucionalizado y la limpieza étnica se volvieron imposibles de ignorar a raíz del Holocausto. Todo este movimiento fue inspirador a lo que se conoce en filosofía política como las políticas de identidad, de la diferencia, del reconocimiento, que buscan la integración de las minorías étnicas y religiosas.

Un complejo proceso de armonización de intereses donde el respeto a la diversidad libra su batalla vs. el respeto a las tradiciones y el derecho de las comunidades a salvaguardar sus costumbres e identidades. Por eso el proceso integrador [cultural] debe ser inmensamente espontáneo, consensuado, pactado, para que cumpla un rol sanador.

Por el contrario, decretar la multiculturalidad puede resultar un vilipendio discriminatorio y prejuicioso. Venezuela tiene mucho que decir y exhibir de un proceso de brazos abiertos multiculturales, en los 50, 60 y 70, siendo destino migratorio por excelencia.    

En Canadá desde 1971 la legalización del bilingüismo y la multiculturalidad anglo y francófona ha favorecido los procesos de inmigración controlada con una integración exitosa. La gradualidad ha sido clave. Toronto es hoy la ciudad más multicultural del planeta. Más del 40 % de sus habitantes son de otras razas. Montreal ha sabido mantener sus raíces francesas. El valor de la tolerancia ha sido fundamental. El “derecho a la multiculturalidad” no es un gimmick. El reconocimiento al migrante lo ordena la ley en el marco del derecho a la libertad de credo, raza y religión, no como un trend topic [tendencia] o hashtag [etiqueta]. Así el multiculturalismo no es causa sino consecuencia, a lo que le antecede la pluralidad y la tolerancia de una sociedad horizontal.

En EE. UU. los prejuicios contra aquellos que actúen contra “leyes angloamericanas”, han ido escalando niveles de conflictividad política. Las minorías de raza negra, latina o asiática -con todo su derecho a ser incluidas y reconocidas- han sido etiquetadas como parte de un debate político inapropiadamente racista. La lucha de género, matrimonios del mismo sexo, ambientalismo, pluralismo étnico, el hibridismo histórico, conducen a una suerte de avidez multicultural [que no se debe imponer] donde quien no lo sea [multicultural] discrimina. También las tradiciones y el custodio de identidades originarias matter [importa].

Universalidad vs. Multiculturalismo

No toda agenda multicultural es necesariamente una expresión de universalidad, entendido el concepto [universal] como aquellos valores, derechos y virtudes que, por ser propios del ser humano, son universalmente aceptados y tutelados por la humanidad. El multiculturalismo puede ser entendido como voluntad legítima de los pueblos de integrarse culturalmente, voluntariosamente.

El profesor de ciencias políticas de Harvard, Robert D. Putnam, realizó un estudio de casi una década sobre cómo el multiculturalismo afecta la confianza social. Encuestó a 26.200 personas en 40 comunidades estadounidenses y descubrió que cuando los datos se ajustaban por clase, ingresos y otros factores, cuanto más diversa sea una comunidad, mayor es la pérdida de confianza. Las personas en comunidades diversas «no confían en el alcalde local, no confían en el periódico local, no confían en otras personas y no confían en las instituciones», escribe Putnam. 

Putnam también ha declarado, sin embargo, que «esta alergia a la diversidad tiende a disminuir y desaparecer… Creo que a la larga todos seremos mejores». Pero libremente. No por decreto o modelo de poder, sino profundamente social.

*Embajador de Venezuela en Canadá

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Consejos de Montesquieu, por Elías Pino Iturrieta

 

 

MONTESQUIEU ESCRIBIÓ EL ESPÍRITU DE LAS LEYES EN 1748, una obra que mantiene vigencia hasta límites insospechados, porque ha influido con sus propuestas a través de las épocas o porque ellas están en la espera de tocar tierra. Planeó una solución para el ataque del despotismo de los gobiernos que llega hasta nuestros días, no solo porque pretendió, según las tendencias de la dominante Ilustración, recetas de orientación universal a través de las cuales se demostraran los atributos de la diosa Razón, sino también porque el examen de las sociedades que conoció en su tiempo, distintas a la francesa de su origen, abrían ancha puerta a lecciones que podían tener general aceptación desde la perspectiva de uno de los movimientos de mayor trascendencia en el mundo moderno, desde entonces y hasta la actualidad: el liberalismo. De allí el predominio de una vocación práctica, de una aplicación de la teoría a los hechos concretos, o de una doctrina nacida de tales hechos, capaz de resistir el paso del tiempo.

Se sabe que el aporte fundamental de su obra radica en la propuesta de la división de los poderes públicos, aceptada progresivamente por las formas de administración que se van imponiendo en adelante, cuando se multiplican los ataques contra el absolutismo, especialmente desde finales del siglo XVIII y hasta hoy: monarquías constitucionales, democracias liberales o relativamente liberales, por ejemplo. La fórmula se puede resumir en el siguiente fragmento: “Cuando en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistratura está el Poder Legislativo unido al Poder Ejecutivo, no hay libertad; porque se puede temer que el mismo individuo o el mismo Senado haga leyes tiránicas para ejecutarlas tiránicamente. No hay tampoco libertad si el poder de juzgar no está separado del Poder Legislativo y del Ejecutivo”. Estamos ante la esencia de una constitución ideal, de una propuesta orientada a la protección de los derechos de los miembros de las sociedades que, si no ha logrado pleno establecimiento por las maneras que ha tenido el despotismo de permanecer descarnado o embozado, continúa como paradigma digno de aplicación.

Pero hay un aspecto esencial escondido tras el imponente récipe, determinante como sostén de lo que puede quedar como civilizada quimera si no se considera a cabalidad: el equilibrio de las potestades no depende de lo que un pensador proponga desde su cátedra de civilidad ni de lo que se escriba de buena fe en los códigos, sino de la fortaleza que distinga a cada una de ellas hasta convertirla en posibilidad efectiva de contrapeso, en freno concreto de la autoridad que compite con ella en la cumbre de la sociedad. Un poder vacío no puede contener a los otros. Un poder requiere necesariamente de la influencia irrebatible que debe tener en un conglomerado determinado. Pese a las ideas que lo recomiendan y justifican, necesita la posesión y la exhibición de una fortaleza susceptible de convertirlo no solo en respetado, sino también en temido. Cada poder, especialmente cada uno de los que compite con el Ejecutivo, más reverenciado y acostumbrado al mando desde el nacimiento de los Estados nacionales de Europa, debe contar con un soporte social que le permita un desenvolvimiento sin ataduras asfixiantes. De lo contrario, solo será la representación inocua de una formalidad, un accesorio sin consecuencias en la vida de su contorno.

El vínculo entre las influencias que determinan la marcha de la administración de la cotidianidad y la autoridad de quienes la manejan se expresa entonces en las Cartas inglesas de Voltaire y en los Ensayos sobre el gobierno civil de Locke, sillares del pensamiento liberal e interpretaciones que pudieron influir en Montesquieu para insistir en la necesidad de magistrados, diputados, representantes y jueces sostenidos en sus nexos con la colectividad, y dependientes necesariamente de la autoridad que puedan imponer en términos concretos sobre ella. Bien por el prestigio adquirido en el ejercicio de sus funciones, bien por la posesión de herramientas para imponerse frente a los administrados solo cumplen su trabajo de liquidación de hegemonías odiosas cuando son respetados y respaldados por la sociedad debido a la utilidad del papel que representan. Para que lo escrito no sea vana erudición, sugiero que lo relacionen, respetados lectores, con el trance que pasa la Asamblea Nacional ante el continuismo de la dictadura.

 

@eliaspino

El Nacional

Luis De Lión May 08, 2016 | Actualizado hace 8 años
Viva el liberalismo por Luis De Lion

políticaHacer política sí, militar en un partido no. Esa ha sido, mi idea y pienso que es también la de muchas personas. Por cuanto, la política cada vez pasa menos por los partidos, y en cierta medida pasa cada vez menos por el voto. La prueba, más dramática de ello es el caso del voto en la Venezuela chavista. Poco o casi nada importa que usted esté políticamente motivado. Su voto no elige y punto. No es abstención, ni pereza, sino toma de conciencia, el sistema tal y como lo presentan no funciona más.

Lo más grave, es que el virus, ya se propagó del lado “opositor” lo vimos hace poco con el sobresalto de una inesperada recolección de firmas, apenas meses después, de una aplastante victoria legislativa.

Las razones son múltiples y variadas. Pero son principalmente las trabas del intermediario político, que cada vez más produce el desinterés. Justo en el momento en que el mundo vive fenómenos, libres de intermediarios, como Uber y Airbnb. Se volvieron insoportables los intermediarios políticos clásicos.

Contagiados en buena parte por una enfermiza obsesión por la persona política. Esa relación paterno-enfermiza de un hombre y su pueblo, que desembocó en una infantilización de la democracia, que solo produce obsesiones personales. Una hipersensibilización política que mató el debate de ideas.

Al desaparecer el intercambio se impuso el pensamiento único y los teóricos de una sola corriente ideológica, lo cual, llevó a diabolizar cualquier idea distinta.

Así llegamos a la perversión, en medio de infinitos diagnósticos económicos, de crónicas de lo obvio y de denuncias en ráfaga, de desestimar principio sólidos y desechar ideas tales como el liberalismo.

Dos siglos de existencia tiene el liberalismo. Filosofía política nacida en Francia en tiempos de la Revolución. Entre el liberalismo económico de derecha y el liberalismo de sociedad de izquierda. Tocqueville era un diputado liberal que sesionaba desde el lazo izquierdo del parlamento. Del lado derecho había proteccionistas que solo aspiraban proteger sus intereses industriales. Pero ninguno, se oponía a la presencia y a la función reguladora del Estado. Por cuanto el liberalismo consiste en darle al individuo la oportunidad de elegir, de escoger su estilo de vida, su libertad de expresión.

En la Venezuela del 2016, pràcticamente nadie se aventura políticamente en el terreno del liberalismo económico, ni los empresarios,  ni los diputados de oposición, mucho menos la dictadura. Sin embargo, es el liberalismo una corriente de pensamiento estrechamente ligada a nuestra historia política, a nuestros orígenes como Estado y como Nación.

La propaganda de la dictadura y el populismo de oposición, pretenden asimilar liberalismo con  capitalismo salvaje. No queda otra opción que rechazar esa tentación paralizante responsable de tanta injusticia y exclusión.

@ldelion
¡De inteligencia no moriréis...! por Orlando Viera-Blanco

HenryRA-AN

 

«Sus seguidores [Marx] agonizan en sus miserables ideas, a los que Ramos les consuela alertando: no se preocupen que de inteligencia ¡no morirán!…»

 

Recién culmino de leer el libro, Reflexiones sobre el liberalismo (Caracas: Nueva visión, 2007, 528 pp) de ‎Henry Ramos Allup. Una extraordinaria obra, erudita, de una inmensa profundidad académica, que coloca el liberalismo, como una reformulación de la relación entre ciudadano y poder, que va más allá de la teoría sectaria liberal sobre el mercado, la economía o la producción de bienes.

Quiero por lo pronto detenerme en la fascinante lucha de Ramos Allup entre el concepto conservador del liberalismo vs. su pasión por la socialdemocracia, donde no oculta su reconocimiento al individuo creativo, dueño y protagonista de su realidad formando parte de una sociedad industrial, pero sin la embriaguez de la opulencia, la codicia y la riqueza, mal utilizada «para comprar la consciencia del otro» (Rousseau, El Estado de las Leyes).

Ramos Allup es un hombre ‎irrenunciablemente irreverente, de insaciable aprendizaje y filoso en la defensa de sus convicciones. El hoy presidente de la AN inicia su disertación, con un análisis histórico sobre la génesis del pensamiento humano, desde el absolutismo al post-modernismo liberal; desde los clivages feudales, sacrosantos, monárquicos y nobiliarios, pasando por la reforma de Calvino y Lutero, El leviatán de Hobbes, el «burgos» aldeano del Quijote de Cervantes, las aglomeraciones mercaderes que Pirenne reconoció como el origen de las ciudades hasta la Revolución Francesa, la cual Henry no escatima en tildar de mercenaria y sangrienta, por ser un movimiento que más persiguió y decapitó en tres días de cacería Robesperiana, Dantoneana o Maratina, que en tres siglos de inquisición. Ramos no ve el liberalismo como una secta de atribulados libre-cambistas de espíritu estrictamente material, sino un movimiento natural del proceso reformista y evolutivo de la humanidad, donde remarcando ideas de Sócrates o Platón, de Locke, Stuart Mill o Hayek, de Popper hasta Berlin, nos proporciona un concepto de liberalismo emancipador, elemental para la construcción de la vida democrática, y por cierto, fundamento de Don Rómulo Betancourt, para la instauración de la democracia en Venezuela.

Con impoluto uso de citas y hermenéutica, Ramos nos recuerda cómo desde tiempos medievales (1214), nace el liberalismo. Cómo desde las aldeas a las afueras de las fortalezas reales, se tejió un «dirigismo económico» (Pirenne 1960 V.80), donde la permuta, el trueque y los primeros intercambios de monedas, dieron con una nueva dinámica social, («Burgos, forasteros»), que forzaron nuevas reglas de convivencia. Cómo se pasó de un régimen feudal a un régimen mercantil; del orden terrateniente al orden de las ciudades. De manera amena y bien reseñada, el autor crea en el lector una noción ponderada de las improntas liberales, basado en el respeto al Estado de Derecho, la propiedad privada y el derecho del hombre a consagrarse en su esfuerzo, con el uso, goce, disfrute e incluso abuso, de sus bienes adquiridos. Es la descentralización social sustentada en la tenencia, la industria y el comercio; una santísima trinidad donde se gestó una nueva relación entre ciudadano, gobierno y mando. Ramos comprende el nuevo concepto de poder basado en lo liberal. No por casualidad advierte como imperios completos (Roma), cayeron desplazados por la fuerza aldeana de la descentralización mercantilista, y desde lo cual el propio autor se ve cercado en la necesidad de darle «una solución» a esa tensión entre el individuo creador, industrioso y mercader y los desbalances que producen en los menos habilidosos. Ese valor equilibrante, es la virtud de la justicia social, el imperio de la Ley y el respeto de la propiedad rural y menesterosa, frente a la opulencia. Entonces Ramos no es hombre de una sola idea. Rechaza las revoluciones por retrógradas y violentas. Acepta la propiedad como parte de la vida, pero advierte que la vida no puede dedicarse obsesivamente a ser propietario, «por lo cual se requisa el alma». Este es el mérito de Ramos Allup. ¡Su elasticidad intelectual!

Me siento honrado de haber recibido de sus manos su valiosa obra. No puedo omitir la cita que hace de Talmón: «El lujo excesivo siempre acompaña al despotismo, y presupone una nación dividida entre opresores y oprimidos, entre usurpadores y usurpados. Pero siendo los usurpadores menos, ¿por qué no sucumben-pregunta Helvecio -ante el esfuerzo de los más? ¿A qué deben su éxito? A la imposibilidad de hacer causa común en que los robados se encuentran». Lapidario…

Hombres como Marx eran filósofos de una idea. El capital, la burguesía, el proletariado, la plusvalía. Ninguna de sus tesis -el valor agregado de la mano de obra o la muerte de la sociedad industrial dueña de medios de producción- se validaron. Pero sus seguidores agonizan en sus miserables ideas, a los que Ramos les consuela alertando, «no se preocupen que de inteligencia ¡no morirán!…».

Henry es un socialdemócrata pragmático. Un hombre que lo tiene claro. Venezuela no resiste otro caudillo. Ya el supremo marchó, por lo que hoy el Romulero, apela al valor supremo de la razón: la libertad. Pues nada Ramos. Por ella [la libertad] hagamos causa común…

 

@ovierablanco

vierablanco@gmail.com