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Del difícil arte del salto de talanquera

La expresión “saltar la talanquera” es un venezolanismo (la talanquera es una valla o cerca) que significa cambiar de opinión o bando. Tiene lógica que sea una expresión muy nuestra, porque si hay una institución venezolana por excelencia es la del “salto de talanquera”, con raigambre y tradición histórica. Desde los albores de nuestra vida como nación, allí estuvo el salto de talanquera presente: los que no querían la separación de España en el primer congreso, fueron los primeros en saltarla y a partir de allí, como se dice en latín popular: “tuttiri mundachi”.

Durante la Guerra de Independencia, los partidarios de Boves, que eran las grandes mayorías populares, la saltaron. De hecho, aquello de: “americanos contad con la vida aun siendo culpables” (tan vuelto a poner de moda en estos tiempos), no fue otra cosa que una invitación al salto de talanquera. Cuentan que Negro Primero en Carabobo, los días previos a la batalla, a punto de conocer al Libertador, le pidió a Páez que por favor no le contara que él había estado al servicio de la causa del rey Fernando VII y menos que lo había hecho por la única razón de que le habían ofrecido un uniforme bonito. Cuando Páez, llanero por todo el cañón, le presenta a Pedro Camejo a Bolívar le dice más o menos:

– ¡A Bolíva!… ¿a qué no sabes quien estaba con los realistas? (mientras torcía la boca señalando con picardía)…Esteban de Jesús!!!!

El Negro tenía mucho miedo de que Bolívar se molestase, pero Páez, buen conocedor de nuestra idiosincrasia sabía que no lo haría y que tomaría la “delación” con buen humor, porque en esta tierra nuestra, el que esté libre de pecado que lance la primera piedra.

Se saltó la talanquera en La Cosiata, también en la Revolución de las Reformas contra Vargas, cuando el mismo Páez cabalgaba a Caracas sin decir muy claramente de qué lado estaba. Todo el siglo XIX fue de salto de talanqueras, una guerra tras otra, la federal incluida. El siglo XX comienza con Gómez saltándola para salir de Castro, López para salir de Gómez, los militares para librarse de los adecos y una larga lista de etcéteras. Quizá en nuestro escudo, más que el caballo de la libertad, deberíamos representar a la talanquera salvadora que -en algunos casos- ha podido ahorrarnos tantos males en el último momento, cuando ya nadie se lo esperaba.

El arte de saltar la talanquera entraña un cálculo milimétrico de la supervivencia política e incluso, muchas veces, de la física. No debe ser confundido con el rebote, que es su degradación, muy propio de personajes que no saltan sino brincan de un bando a otro sin la necesaria premeditación. Esos siempre serán despreciados por todos y nunca generarán confianza.

Para que se entienda bien, saltar de talanquera es como cambiarse de un autobús que va rumbo al abismo a otro que viene en ascenso en plena marcha y a gran velocidad. Es algo que se hace una sola vez, que requiere de mucha precisión y de algunas certezas: la primera la seguridad de que la caída es inminente, porque si saltas demasiado pronto el chofer del autobús que abandonas (que está armado siempre) puede aniquilarte. Si saltas demasiado tarde puede que pierdas el autobús que viene (que es el último) y el impulso del que cae te arrastre al fondo del barranco de la historia.

Además, tu salto debe ser útil para el que asciende, para poder conseguir puesto y no ser de los que van siempre de pie, agarrados del tubito. La física tiene un concepto extrapolable al del salto de talanquera, es el llamado “momentum” (“una magnitud física fundamental de tipo vectorial que describe el movimiento de un cuerpo”) . El salto de talanquera es al final, más que un tema de ideología, convicción o conciencia, un simple cálculo matemático-vectorial de la propia supervivencia. Hay gente que se amarró demasiado fuerte al autobús que se desbarranca, esos nunca podrán saltar. Hay otros (los más), sin embargo, que fingen estar atados, están sacando sus cuentas y tratando de vencer sus vértigos. A ellos les digo: ¡señores es el “momentum”!

Gloria al bravo pueblo, por Laureano Márquez

 

Laureano

GLORIA AL BRAVO PUEBLO

Ese es el nombre de nuestro himno. Su coro, como todos recuerdan,  dice:

“Gloria al bravo pueblo

que el yugo lanzó

la ley respetando

la virtud y honor”.

Hoy es el día de actualizar esta estrofa: la gente de virtud y honor que conforma  mayoritariamente el alma nacional, sale a la calle a exigir el respeto a la ley. ¿A qué ley? Nada más y nada menos que a  la más importante de todas: la Constitución Nacional en la que dice que el pueblo tiene el derecho a un referéndum revocatorio si no está satisfecho con el gobierno que tiene. Y no estar satisfecho no es la frase  que exactamente calza a este momento: la gran mayoría  de los venezolanos estamos hartos de tanta indignidad, maltrato, opresión y miseria. Hemos sido conducidos a una situación inédita de desdicha y destrucción.

El gobierno está verdaderamente aterrorizado, se sabe absolutamente indefenso frente a la voluntad mayoritaria de la población. Propio de las tiranías es siempre negarse a reconocer la opinión del pueblo, porque las tiranías solo se sustentan en la amenaza, el miedo, la cárcel y  la violencia cruel. Esto nos obliga hoy a extremar la prudencia, el orden, el civismo, la vocación de paz y respeto que los hijos de esta tierra anhelamos. En los últimos días, desde el poder no se hace otra cosa que pretender asustar a los que pretendemos ejercer el legítimo derecho a la protesta y la manifestación. Pocas veces en nuestra historia el poder había amenazado tan directamente a la población con tantos males y calamidades por el simple deseo de ejercer un derecho que las leyes consagran. Pero la gente ha perdido el miedo, porque se ha llegado a una de esas situaciones límite en la que “no tenemos nada  que perder sino las cadenas y tenemos en cambio un mundo entero por  ganar”.

Este gobierno se transformó en todo aquello en contra de lo cual insurgió.  Se alzó en contra de la corrupción, las tribus judiciales y la pobreza, en contra de la ausencia de verdadera democracia. El país de hoy es el más corrupto, el  más inseguro y el que cuenta  con mayor inflación del planeta tierra. La justicia es una vergüenza, la división de poderes no existe. La democracia brilla por su ausencia, la opinión popular no cuenta, su expresión se persigue, las leyes se quebrantan con directrices emanadas del mismísimo  Tribunal Supremo. Pocas veces en nuestra historia  el pueblo ha sido acorralado de manera tan extrema. El ejercicio del poder es una mezcla de cinismo y crueldad.

El gobierno, como esos maridos maltratadores y violentos no entiende por qué la mujer ha dejado de amarle. No entiende que se cansó de ser golpeada, vejada y violada. Sí, algún día le quiso. Alguna vez él representó la esperanza de una vida feliz, pero solo fue una ilusión que duró poco. Ahora que ella quiere separarse, él solo responde de la única manera que conoce: la violencia. Hay mujeres que se callan y aguantan toda una vida, pero hay otras que en algún momento, se arman de valor, le pierden el miedo a ese esposo que la destruye y se libera. En ese punto estamos: cansados del maltrato. La mujer inteligente sabe que en el terreno de la violencia no tiene nada que ganar con el bruto, solo le queda exigir el divorcio, tal como lo garantiza el código civil, dadas las causales existentes. Venezuela, que es una hermosa mujer, le hace saber hoy a quien tanto la agrede, que perdió el miedo, que no aguanta más, que quiere el divorcio.

«Compatriotas fieles, la fuerza es la unión».

@laureanomar

 

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