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Juan José Caldera

Yo se donde vive Octavio Lepage y Juan José Caldera por Eduardo Semtei

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Sí señor. Yo sé dónde viven esos señores.  Grandes capitanes de los gobiernos del Pacto de Punto Fijo.  Uno de ellos fue presidente encargado y el otro fue encargado del presidente. Octavio Lepage y Juan José Caldera. Y no solo yo, hay un gentío que sabe la dirección y el paradero de esos viejos dirigentes.  Es que ellos parecen no tener miedo a que la gente sepa donde viven.  Es más, Octavio, conocido como “El Breve” (el cuento es que Lepage sustituyó a Pérez como presidente pensando que iba para largo pero fue corto, mayo y junio de 1993) le encanta, disfruta, le gusta, que los vecinos lo saluden, que le recuerden sus días de gloria.  Lo mismo ocurre con Juan José Caldera que sufre de la manía del saludo “politiquero” vale decir, al encontrarse a alguien en la calle, en la barbería o en el supermercado le recuerda que “tienen una conversación pendiente”.  Total que Lepage como muchos otros dirigentes adecos se acostumbró al saludo, a la asistencia  a parrilladas y a las adecadas, viven en mi memoria las llamadas “navidades blancas” que no eran sino grandes aquelarres, inmensos  festines donde se daban cita los principales dirigentes adecos para bañarse de masas y medir su popularidad. Y los adecos solían, menos que los copeyanos,  recibir a la gente en sus casas y oficinas y en firmar cuantas cartas de recomendaciones le pidieran para cargos, becas, ayudas y demás solidaridades propias de los gobiernos populistas y neopopulistas. Es conocido de todo el mundo que el viejo Alfaro, que en paz descanse,  le firmó a Diosdado y a su hermano José David sendas cartas de recomendación para su ingreso en la Academia Militar.  A bichos malagradecidos.  En aquellos años varios generales eran simpatizantes voluntarios de AD, de Copei y hasta del MAS, dije voluntarios, no como  ahora que los tenientes coroneles, coroneles y generales para seguir ascendiendo tienen que vestirse de rojo y jurar fidelidad a la “revolución”.  ¡Ay Señor! Con esa carta de Alfaro los hermanos Cabello Rondón entraron como empujados por un cañón, como río crecido por conuco. No se olviden que esos hermanos vienen de una familia absolutamente adeca, tanto es así que en la casa de AD en El Furrial, fue donde vivieron y se criaron esos pajaritos que al correr de los años se convertirían en cuervos.  Sigo el cuento, Lepage, Canache,  Álvarez Paz, Eduardo Fernández, Juan José Caldera y la inmensa mayoría de aquellos líderes de Punto Fijo y la llamada IV República les sigue gustando que los saluden en público.  Y se llegan de regocijo cuando alguien los reconoce fuera de las fronteras patrias. Yo he sido personalmente testigo en uno que otro encuentro festivo: cumpleaños, bautizos de libros o de tripones y hasta de asuntos ya no tan festivos como visitas a hospitales y hasta cementerios donde tales personajes reciben el saludo respetuoso y cariñoso de mucha gente.  Nunca he presenciado ni he sabido de ningún acto de repudio de sus vecinos.  Pero ahora me pregunto ¿Y los de la V República?  ¿A qué playa pueden ir libremente que no los piten, los abucheen? ¿En qué vecindario viven que parece siempre ser un ultra secreto, algo privado? ¿Quiénes son sus vecinos?  No conozco a nadie que sepa ni donde desayunan, ni almuerzan, ni cenan, o si van al cine, o al teatro, o al béisbol, o al básquet, o a la playa, o al río. Viven escondidos.  Miedosos.  Hasta en el exterior andan sigilosos, llenos de miedo, que les griten, los acusen, los señalen.  Le tienen miedo a ser fotografiados comprando, turisteando.  Puede ser una vida con dinero, pero esa no es vida. No se atreven a ponerse un traje baño. A meterse en un maratón o en una caminata. Verlos en una piscina: Nunca de los jamases.  Never han sido vistos en toros coleados o en tarimas de carnaval.  Viven una vida oscura. Secreta. Llena de temores y miedos. Errantes. Si fuera cierto que el cariño de las masas se advierte, se siente, se percibe,  precisamente donde las masas pululan, en donde  las masas están,  sería allí entonces, que los poco talentosos del chavismo debían exhibir sus humanidades,  nos preguntamos de seguida ¿Por qué los grandes capitanes del gobierno, los hombres de dos apellidos como Arias Cárdenas o Chacón Escamillo  nunca aparecen en tales sitios,  sino que viven en casas guardadas por esbirros y perros de presa, en camionetas blindadas de vidrios oscuros, en fiestas privadas y secretas en clubes cerrados? Una vaina igual a la vida de Fidel Castro que después de 55 años en el poder nadie sabe en Cuba donde vive el anciano dictador.  Carajo, entre la vida libertaria y hasta facilona, por cierto, sin grandes despliegues de dinero, de riquezas, ni  bienes ostentosos de los cuartarepublicanos y la otra vida secreta, privada, miedosa y escondida de los actuales mandatarios, llenas de riquezas mal habidas, yo, sin lugar  dudas, escojo la libertaria, la libre, la que no tiene que rendirle cuentas a nadie, la que no se ve rodeada de odio y desprecio.  No me lo digan,  lo que ya sé “Quien siembra vientos, recoge tempestades”   Por estas y otras razones parecidas; Canache, Caldera, Lepage, y hasta Claudio Fermín andan bien tranquilazos en cuanto a la política se refiere,  temerosos eso sí,  del  hampa, ese  otro mal que aqueja más a la oposición que al gobierno.  Para esos viejos líderes adecos y copeyanos, y hasta para los masistas, mepistas e incluso comunistas nunca fue problema dónde y cómo vivir después de terminar un gobierno, un período presidencial. Ahora, eso es un verdadero dilema, un desiderátum,  los jerarcas chavistas se preguntan todos los días, sin falta ¿Y si perdemos el gobierno, dónde vivimos, para dónde nos vamos, qué hacemos para no para que no se devuelva el odio?  Es que han hecho tantas marramuncias, tantas maldades, tantas trampas, tantas traiciones, tanto daño, tantas expropiaciones, tantas acusaciones que no conciben la posibilidad de una convivencia en paz.  Tienen el temor que se cumpla aquella maldición que reza así, se lo dijo un hombre sabio a su hijo recién estrenado de ministro “Hijo, todos los amigos que usted haga mientras sea ministro, serán falsos y durarán un instante, ahora, hijo, oiga bien, serán auténticos todos los enemigos que usted haga en ese mismo lapso; verdaderos y eternos”

@ssemtei

Luisana Solano Nov 11, 2014 | Actualizado hace 9 años
Mi testimonio por Asdrúbal Aguiar

rafaelcaldera

 

Escribe Juan José Caldera, con prólogo de su hermano Rafael Tomás, académico de la lengua, un libro testimonio sobre la vida de su padre, el ex presidente venezolano Rafael Caldera. Y da cuenta de la presencia a su lado de una mujer hecha dignidad y de origen corso, Alicia Pietri Montemayor, “compañera de vicisitudes”, como la llama el mismo biografiado en una de sus obras fundamentales, Moldes para la fragua, publicada en 1962.

Juan José, que es diputado y fue senador por el estado Yaracuy, donde nace su padre y en el que a la sazón también ejerciera como gobernador, aclara que no escribe una biografía ni un libro de historia; pero, como lo aprecio, narra cronológicamente con pluma diestra, enlaza fechas y vuelve sobre ellas con ritmo en la medida en que avanzan sus trazos, argumentando sin especular y apelando siempre a las fuentes documentales.

Anda y desanda pasos para refrescar la memoria colectiva, sobre todo la de una opinión pública que como la nuestra, la venezolana, mineraliza percepciones, consejas, creencias que corren de voz en voz y nada tienen que ver con la realidad de los sucesos oficiales.

Muestra –es testigo de excepción– cómo se cuecen y hacen los verdaderos hombres de Estado –su padre es uno de ellos– destacando el valor de la paciencia, del estudio, el compromiso con los ideales, sobre todo el sentido de la oportunidad –cosa distinta del oportunismo– para navegar en medio de las aguas encrespadas, mirándolas y enfrentándolas por encima de los traspiés e intentando conservar siempre el norte, los intereses superiores de la patria como tarea existencial que no se agota en lo momentáneo.

Alguna vez afirme que así como Rómulo Betancourt, hombre ilustrado, se hace a puñetazos sacando del calor de la refriega las enseñanzas que luego moldean sus ideales democráticos, Caldera se aproxima a la realidad aferrado a principios trascendentes que toma del magisterio de la Iglesia e intenta insuflarlos como en el quehacer de nuestra república civil en el siglo XX, incluso a contracorriente, que es lo propio de los líderes; cosa distinta del deshacer de quienes se aproximan a la diatriba ciudadana en calidad de candidatos, como sirvientes de la opinión pasional y no como sus constructores.

Debo decir que Mi testimonio, título de la obra que desde ya circula, es, dentro de sus características, la autobiografía esperada y que no llega de manos del propio presidente Caldera, autor, no obstante, de una amplia obra escrita que inicia a temprana edad, cuando sin cumplir los 20 años recibe ya los honores de la Academia Nacional de la Lengua por su texto sobre Andrés Bello. Nos deja como legado último, sí, su testamento político y el libro Los causahabientes, que algunos, de buenas a primera, aprecian de insuficiente pero que, al releerlo, también dicen que solo pudo escribirlo un estadista cabal.

El expresidente, padre de la democracia cristiana continental y copartero de la democracia venezolana, deja el poder a los 83 años y fallece a los 93. Hasta ese instante priva en sus decisiones –me consta como su secretario presidencial y ministro– el cuidado celoso de los intereses superiores de Venezuela, acertando o errando como lo reconoce; al margen de sus humanas debilidades o de sus legítimos afectos, que solo decanta en la estricta privacidad.

Prefiere echar tierra sobre los desencuentros de la brega cotidiana para darle vuelo a las enseñanzas que mejor ayuden al porvenir de los venezolanos. Y quizás por eso deja en reposo sus vivencias y su monumental archivo epistolar y político, evitando atizar las pasiones en una hora crucial para la vida del país, que coincide casualmente con el final de su vida. Opta por soportar las incomprensiones y las más injustas agresiones, con estoicismo y admirable resignación cristiana.

Como líder y constructor que fue, insobornable en las convicciones, Caldera supo que el costo de su amor por Venezuela es evitar la cultura del collage y las medianerías del clientelismo, por lo que carga sobre sus hombros el equívoco señalamiento de soberbio.

No adelanto sobre el contenido del libro de Juan José, cuya mejor virtud es contar lo esencial sin huirle a los asuntos más polémicos que rodean la vida intelectual y de Estado de su padre. Sin zaherir, eso sí, pone el dedo sobre la llaga.

Saludo que, en un momento de pérdida de nuestras certezas históricas, ahíto de reconstrucción de lazos que nos devuelvan el sentido de sociedad como venezolanos, tres hombres forjados dentro del ideario socialcristiano contribuyan con seriedad, sin ánimo subalterno, con ese propósito: Del Pacto de Puntofijo al pacto de La Habana, de José Curiel; Venezuela, raíces de invertebración, de Pedro Paúl Bello; y Mi testimonio, motivo de estas notas.

 

@asdrubalaguiar

El Nacional