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Infamia

La economía de la infamia, por Antonio José Monagas

NO ES EXTRAÑO ADVERTIR QUE EL MANEJO REVOLUCIONARIO de una gestión de gobierno asida a criterios militaristas, arrogándose objetivos desarrollistas que, aparte de absurdos, resultan de ridícula inspiración populista, terminan desgraciando todo a su entorno y contorno. De manera que reconocer el fracaso del gobierno socialista que tiene deprimida a Venezuela, no es un asunto casual. Menos, de carácter emotivo. Aún cuando la decepción por el ejercicio político llevado a cabo en lo que va de siglo XXI, cundió la faz del país.

El desastre que sumió a Venezuela en el fango del anacronismo político, social y económico, es la resultante de todo un proceso de distorsiones acumuladas. Cual pesado fardo trabando el camino que conduce hacia el desarrollo económico y social del país. En consecuencia, emergieron múltiples problemas que derivaron en serios conflictos. Y que a su vez, determinaron la grave crisis de gobernabilidad y de gobernanza que tiene al país desnudo. Esta vez, en su propio espinazo.

Duchos analistas de la economía y la política, vinieron avisando del trastorno que habría de suscitarse de no entender y atender, personeros gubernamentales, sesudas sugerencias apuntadas ante las secuelas de la enorme crisis que recaería sobre el país. Como en efecto, intempestivamente vio venirse. Fue así como Venezuela se hundió hasta el extremo. Y de ahí en adelante, no ha podido “levantar cabeza”. O porque sus gobernantes no han querido sacarla del marasmo en que ahora se halla.

¿Qué parte o axioma de la teoría económica refiere que la inflación, en medio de cualquiera de sus manifestaciones críticas, se supera asfixiando o sacrificando capacidades y recursos que comprometen posibilidades de desarrollo nacional? O políticamente hablando, ¿afectando principios constitucionales cuya perversión insumen a la sociedad en un parapléjico estado de confusión y desaliento capaz de mediatizar la conciencia histórica? Sobre todo, cuando la economía se ve atrapada entre la torpeza, el mutismo, la obscenidad y la avidez.

Las decisiones del un régimen militarista que comprende la gerencia pública apoyada en un sentido de severidad e indolencia propio de frío cuartel, resulta siempre en una inequívoca aberración que solapa todo sin orden, ni medida. Tampoco, sin metódica alguna. Y exactamente, es el caso Venezuela.

Tanto desarreglo político gubernamental, terminado en incoherencia de la economía y por tanto, en amenaza y represión social, pervirtió la moral pública. Pero al mismo tiempo, trastocó el ánimo individual y colectivo. De modo que en su causa, se gestó la crisis que actualmente abate al país en todas sus expresiones. Fundamentalmente, de moralidad, de honestidad, tolerancia y de solidaridad. El egoísmo, avivado por el ejemplo de gobernantes timadores, pillos y mentirosos, se apropió del país.

El alto gobierno, empecinado en manipular esperanzas de una población con hambre y afectada por problemas que tocan desde la salud hasta proyectos de crecimiento personal, logró sus pérfidos objetivos. En lo particular, consiguió apaciguar los ímpetus de inconformidad del venezolano. De esa forma, implantó mecanismos de sometimiento confundidos con seguidos aumentos salariales. Pero que lejos de contener el desplome de una economía que viene en picada por el peso de su obesidad monetaria (léase hiperinflación), sólo ha complicado el panorama de funcionalidad administrativa del país. Estado éste de inconsistencias que arrastra una crisis de tipo de acumulación y otra de tipo de dominación.

En su cauce, marcado por brechas entre las realidades y el discurso embaucador y soez de la demagogia impositiva, la sociedad democrática venezolana cayó en una hendidura de descomunal profundidad. O sea, el lugar donde el vacío inducido por un espacio contaminado, promovió que el venezolano se viera consumido o por el silencio que le ordena la inseguridad en la que vive, o por el hecho de acostumbrarse a la desidia resignándose a los atropellos impuestos a la fuerza por el poder gubernamental.

Por consiguiente, no hay excusa para negarse a reconocer que el gobierno central venezolano ha sido muy prolífico en cuanto a la creación de esquemas sancionatorios y formas de humillación aplicadas con el propósito de reducir al venezolano a su mínima expresión. Fue así como entre tanteo y ensayo dio con la ecuación que resuelve el problema que la teoría económica se ha planteado desde que surge como vía de desarrollo y crecimiento de la sociedad. Pero el régimen logró contravenir sus razones y justificaciones. Su oprobioso estilo de hacer política, moldeó la ecuación y la adaptó de tal forma que la configuró a sus depravaciones. En su locura socialista, formalizó lo que en postulados y preceptos le valieron para dictaminar la consumación o extinción de las libertades y derechos del venezolano. Así se aprovechó de la misma. Sólo que a instancia de sus infames intereses haciéndolo a través de lo que podría calificarse como la teoría de la economía de la “infamia”.