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Humberto Fernández Morán

¿País posible? por Antonio José Monagas

constitucion

 

Todo proyecto político que por sus pretensiones de moldear realidades admirables luzca interesante, es objeto de ineludible estudio por la historia de los pueblos. La Biblia, es precisamente, la mejor muestra de propuestas político-ideológicas que, además de destacar hechos de hermosa trascendencia, revela orientaciones que, a modo de líneas de conducta, documenta las doctrinas que guían al cristiano en su vida apegada a los atributos y carácter de Dios.

No obstante, las realidades dan cuenta de situaciones que, en su esencia, se apartan de los trazados o dictados de moralidad y civismo, ciudadanía y buen gobierno, que siempre ponen de manifiesto proyectos de vida y de gobierno que ofrecen instituciones y organizaciones de naturaleza político-social. Es decir, organizaciones que anuncian su presencia mediante llamados a la paz, a la reconciliación y a la unión en nombre de valores y principios relacionados con el desarrollo de las naciones. Desde los que tocan al ser humano en sus sentimientos, expectativas y emociones, hasta los que exaltan el conocimiento como mecanismo de ascenso social y progreso económico.

Mucho se ha hablado de “la universidad posible”, de “la ciudad posible” y hasta del “amor posible”. Sobre todo, en tiempos electorales donde la palabra se convierte en manoseado argumento para disfrazar presunciones e intenciones de ganar el espacio necesario y suficiente que tienda a garantizar vías de superación en todos los ámbitos de la vida. Pero también, se ha exaltado la situación que compromete la idea de alcanzar el “país posible”. El país casi perfecto. Pero más allá de lo que apunta la posibilidad de lograr el objetivo anhelado, las realidades se topan con una perfecta maraña que encubre todo lo factible de lo cual se vale el individuo para excusarse ante lo pronunciado. O peor aún, ante lo escrito y publicado en forma de normas, proposiciones, planes o pautas de comportamiento cívico o de ordenamiento jurídico-institucional.

Las constituciones, de países revueltos por confundidas realidades, sirven para magnificar propósitos que se vuelven razones de subrayada complicación. En el ámbito de la retórica, previo a su aplicación, permite disociar de su texto cualquier connotación que traduzca todo lo opuesto a lo que, en principio, estableció su naturaleza político-etimológica. O sea, la letra constitucional se convierte en una “melcocha” que permite solapar ideas y trastocar principios. De manera que, en la coyuntura o entre gatos y medianoche, transforman la norma en una versión trampeada, en un diseño contrahecho y contradicho ante lo que inicialmente se tenía pensado o establecido. En consecuencia, se arma un mazacote jurídico capaz de torcer la más pundonorosa Constitución. Es decir, se preparan de antemano el mayor número de nudos que asfixian la noción y praxis de lo que denota el concepto de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”.

Es el caso Venezuela, analizado desde las implicaciones que derivan del doloso manejo de la actual Constitución de Venezuela. Aunque dicho problema adquiere graves ribetes que terminaron embrollando la situación de crisis nacional. Y es que sin mediar efecto alguno, el alto gobierno se valió de un Tribunal de Justicia subordinado a los designios que ordena el interés político-partidista a instancia de lo que han definido las circunstancias. Circunstancias éstas, sopesadas por las reacciones de una Venezuela que comulga ideales democráticos y de libertad. O sea, una Venezuela libre.

Cuando se ha pensado en la posibilidad de reconstruir un país acorde con el esfuerzo de venezolanos que rindieron sus vidas a las luchas dirigidas a la reivindicación de derechos y libertades, o infundidas por el valeroso atrevimiento de precursores y libertadores por independizar al país del yugo que oprimía su autonomía y soberanía, la idea se transforma en una necesidad indeleble e ineludible. En una necesidad que debe considerarse cual proceso de educación ciudadana que configure un patrón de conducta cívico, moral y ética que no sólo comprenda valores políticos como inspiradores y motivadores de vida social, política y económica. También, que disponga de un conocimiento necesario de historia a partir del cual pueda consolidarse una base firme. Una base sólida que articule prácticas cognitivas dirigidas a cimentar ventajas que conduzcan al país a distinguirse y destacarse en términos de rangos de productividad y competitividad hacia adentro y hacia afuera del ámbito geopolítico, económico e industrial.

La idea brillantemente encaminada por el periodista Cesar Miguel Rondón, desde su matutino programa radial proyectado a todo el país, ha tocado el meollo de cuanto recoge la necesaria intención de dar o discutir el “País Posible”. Aunque conceptualmente. Sin embargo, cada corolario deja ver la hondura que envuelve al tema, tanto como su amplitud en virtud de las variables que determinan la hoja de ruta para resolver y aplicar tan necesario proyecto nacional. Más, cuando la idea de transformarse en un proyecto de Estado, mediante un juego de políticas públicas de permanente revisión y adecuación, se vea asociada al sueño y anhelo de cada venezolano. Cual es la de reconstruir a Venezuela. Particularmente, desde perspectivas que fueron líneas de pensamiento en hombres como Andrés Bello, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Simón Rodríguez. O en Jacinto Convit, Humberto Fernández Morán, Arturo Uslar Pietri, Arístides Calvani. Alberto Adriani, Jesús María Bianco, Manuel Caballero, Rómulo Gallegos, Pedro Rincón Gutiérrez, entre otros. Todos, eximios militantes de la educación, la cultura o las ciencias.

Alcanzar el “país posible” que bien es propio y plausible construir, ha sido antagónico con ese país caracterizado por el facilismo consustanciado con el deseo de riqueza fácil. Condiciones éstas que no han permitido la generación de un proceso sostenido en el tiempo respecto de las transformaciones que comprometen allanar la vía para llegar al “país posible” y necesario. Alejado de tan honrados propósitos, no puede esconderse la verdad de ver cómo Venezuela se sumió en un lodazal de dejadez. Muchos de sus habitantes se sintieron más cómodos vivir conformándose con dádivas gubernamentales, que vivir con el esfuerzo de su trabajo. Tan volteada conducta, llevó a apoyar un gobierno al cual se le hizo bastante asequible, provocar situaciones de improductividad e inequidad a cambio de compensar al venezolano con migajas de moralidad, decencia y respeto. Así el país se desequilibró política y socialmente. Ello significó un dramático retroceso histórico que conjugó contradicciones y desviadas vocaciones que culminaron en un golpe de Estado a la ciudadanía, a la dignidad del venezolano y a su idiosincrasia o naturaleza civilista. Así que frente a estas amenazas, pareciera de suma complicación y a merced del largo plazo, acordar nuevas pautas de conducta que inciten a lograr un ¿país posible?