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Dic 08, 2016 | Actualizado hace 7 años
Maickel Melamed: Movilizador de entusiasmos

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Poco antes de nacer, Maickel Melamed enfrentaba ya su primer reto. El 27 de abril de 1975 consiguió sobrevivir a la asfixia que le provocaba el cordón umbilical durante el parto. Aun así, las noticias no eran alentadoras. Los médicos le diagnosticaron distrofia muscular, un estado de inmovilidad general del cuerpo. Y lo peor: le dieron apenas una semana de vida. Sus padres decidieron revertir el impacto de la noticia aferrándose al espíritu de la contradicción: su hijo no sólo se salvaría, sino que sería tratado como cualquier otro niño. Tal convicción familiar, templada en el amor y la entereza, resultaría decisiva en la vida de Maickel Melamed, un hombre que no ha cesado hasta el día de hoy en su empeño por movilizar entusiasmos propios y ajenos.

Desde sus primeros meses de vida, y gracias al respaldo de gente que lo quiso y ayudó sin sobreprotegerlo, Melamed logró superar en gran medida su inmovilidad física. Además de sus padres y hermanos, su nana significó una persona importante en su niñez; una segunda madre. De ella recuerda con especial agradecimiento que fue la mujer que se aprendió el alfabeto para luego enseñárselo. Posteriormente, Melamed ingresó en la misma escuela donde estudiaban sus hermanos. Los maestros que trabajaron conmigo –recuerda– se arriesgaron a romper lo que dictaba el esquema educativo de ese momento. A personas como yo solían mandarlas a lugares para gente muy particular, donde permanecer tirado en una cama era lo más adecuado. Mientras los niños estudiaban y se formaban, a la gente como yo sólo le quedaba sobrevivir. Mis maestros rompieron ese paradigma. Generaron espacios de inclusión donde me sentía forzado a aportar desde mis propias capacidades”. De esa época de profesores comprometidos con su formación, Avelina, su maestra de historia de Quinto Grado, ha permanecido indeleble en su memoria. Aunque era una señora mayor que se vestía y pintaba el pelo de forma bastante llamativa, por lo que varios alumnos la tildaban de loca, Melamed asegura haber aprendido una frase esencial de sus clases: la historia consiste en echar un cuento. “Ahora que me dedico a construir historias –afirma convencido– admito que todo eso se lo debo a la frase de esa profesora.

Sus compañeros no hicieron menos que sus profesores en esa labor de integración. En los recreos, por ejemplo, preferían quedarse en el pasillo del colegio para acompañar a Melamed en vez de salir al patio, y cuando tocaban días de fútbol, lo nombraban entrenador o dueño del equipo, y hasta utilizaron una pelota de golf para que él pudiera sumarse a la cancha y jugar con ellos. De modo que varios de sus condiscípulos fueron también maestros ejemplares en esa escuela de la solidaridad que representaron sus primeros años de vida colegial.

Al graduarse de bachiller, Melamed estudió Economía en la Universidad Católica Andrés Bello. Después de haberse destacado como alumno y líder estudiantil en esa casa de estudios, viajó a Londres donde se preparó en una de las disciplinas más exigentes: aprender a vivir solo. Cuando decidió regresar a Venezuela, ya había asumido su verdadera vocación: ser un motivador de conciencias. Empezó a trabajar en organizaciones juveniles en Venezuela y Latinoamérica, también como profesor de Ética y Valores, se preparó en Psicoterapia Gestáltica y se aficionó al teatro y a los deportes extremos como parapente, paracaidismo, buceo, alpinismo y atletismo. Su trabajo como conferencista, facilitador y tallerista lo ha llevado a países como Colombia, México, Perú, Costa Rica y Estados Unidos. Melamed cuenta además con varios libros en su haber: El sueño y el vuelo –libro infantil ilustrado por Fernando Belisario–, y los textos de carácter autobiográfico y motivacional, Si lo sueñas, haz que pase y Ruta para un sueño. Asimismo, protagonizó, junto con el corredor keniano Shadrack Maiyo, la película Vamos –dirigida por Braulio Rodríguez–, en la que relata su experiencia al completar el célebre Maratón de Nueva York del año 2011; uno de los varios maratones en los que ha participado internacionalmente.

Si la Economía es la ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas, entonces Maickel Melamed ha sabido aplicar con propiedad los principios de la carrera en la que se graduó, en función de unos bienes y servicios motivacionales que se conectan con la necesidad de historias inspiradoras. Eso explica que miles de personas reconozcan en él la viva imagen de una existencia al margen de derrotismos. Una lección de optimismo que recorre el mundo sin prisas, para dejar mejor impresa la huella de un mensaje a prueba de imposibles.

Luis Yslas

 

Dic 01, 2016 | Actualizado hace 7 años
Luis Vicente León: Hombre de números

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Luis Vicente León lo sabe y lo asume: los resultados de su trabajo como presidente de Datanalisis pueden provocar sentimientos encontrados en un país donde las cifras económicas o electorales alteran la subjetividad de millones de personas. No hay objetividad estadística que logre satisfacer las plurales expectativas de la sociedad venezolana. Aun así, su voz es una de las más atendidas, cuando no controversiales, al momento de analizar los complejos escenarios políticos, económicos y sociales de la Venezuela actual.

Nacido en Caracas el 31 de octubre de 1959, el futuro economista, profesor, conferencista, encuestador y articulista Luis Vicente León confiesa haber vivido una infancia feliz junto con sus padres y sus dos hermanas en el sector Casalta de la Parroquia Sucre. Luego su familia se muda a El Cafetal, y Luis Vicente permanece en el hogar paterno hasta que contrae matrimonio con María Estrella Iraguen, madre de sus dos hijos: los morochos Bernardo y Nicolás.

De su época colegial, Luis Vicente León conserva puros recuerdos gratos. Era un alumno aplicado, muy dado a los retos intelectuales. No sorprende, dado su oficio actual, que su materia predilecta fuese matemáticas, aunque sí resulta difícil imaginarlo, dada su contextura actual, como lo que fue por esos años: un “gordito” que sufría muchísimo en clases de Educación Física. Aunque era un tanto tímido, logró relajarse cuando aprendió a tocar cuatro y se volvió no solo el alma de las fiestas, sino un serenatero que conquistaba a las chicas gracias a los encantos de la música.

También evoca con admiración a dos de sus maestras de primaria en la escuela pública de El Cafetal. Aura de López, una mujer fuerte, estricta, cuya exigencia le enseñó a superar retos difíciles. Y Alicia Calatrava, quien le inculcó la pasión por los escenarios: no había acto escolar en el que Luis Vicente no dramatizara una pieza de teatro, un poema o un cuento. Desde entonces, el escenario ha significado para él un espacio natural. Ese temprano contacto con el público resultaría un entrenamiento idóneo para las innumerables conferencias que daría de adulto, e incluso para espectáculos de humor, realizados a dos voces con Laureano Márquez.

Haber sido un buen estudiante durante la primaria y el bachillerato le garantizó a Luis Vicente León la posibilidad de ingresar en importantes instituciones educativas dentro y fuera del país. Empezó a estudiar Matemática e Ingeniería en la Universidad Católica Andrés Bello, pero luego se cambió a Economía. Obtuvo el Magíster en Ingeniería Empresarial en la USB y realizó varias especializaciones: Análisis de Industrias en la Escuela de Organización Industrial de Madrid; Economía Industrial en la Universidad Nacional Autónoma de México; Management of Marketing Communications and Consumer Behaviour en Manchester Business School; y Comercio Internacional y zonas especiales en el Ministerio de Comercio de Taiwán. Esta experiencia internacional le sirvió para descubrir una verdad de la cual se precia: la educación que recibió en Venezuela le permitió competir de igual a igual con estudiantes que venían de países más desarrollados. Un orgullo que es también un tributo a la formación adquirida.

Su actividad profesional comenzó en las aulas, dando clases en el departamento de Estudios económicos de las empresas Mendoza. Trabajó diez años en la Cámara Venezolana de la Industria y el Vestido (Cavediv) como director ejecutivo y llegó a ser el miembro más joven de Conindustria. También se desempeñó como presidente de la Federación Andina de Confeccionistas y representante de Calvin Klein en Venezuela. A inicios de los años 90, entró a formar parte del equipo de Datanalisis y, en 1994, se convirtió en Presidente de esa empresa de investigación de mercado y Socio Director de Tendencias Digitales. Actualmente es miembro de Junta de la Corporación Grupo Químico, Gold’s Gym, y del Consejo Fundacional de la UCAB.

Asimismo, Luis Vicente León lleva años dando clases en diversas instituciones universitarias y empresariales, por lo que conoce de cerca las responsabilidades de la docencia. “Todos hemos sido educados –afirma– gracias al esfuerzo de nuestros padres y maestros. Por eso dar clases es devolver un poco lo que uno recibió. Devolver la formación, el esfuerzo y el cariño. Y también tener la oportunidad de cambiar vidas”. Hombre de cifras y proyecciones, Luis Vicente León ha formado a lo largo de su carrera a una notable cantidad de alumnos, consciente de que el ámbito donde ocurren las verdaderas transformaciones sociales es el escenario educativo.

 

Nov 24, 2016 | Actualizado hace 7 años
Emilio Lovera: humor y libertad

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Emilio Lovera ha llegado a esa etapa en la que su sola presencia basta para instaurar la sonrisa cómplice entre los venezolanos. Es automático: verlo es poner entre paréntesis a la seriedad y disponerse a entrar en ese estado de gracia donde la risa es una forma de liberación. Su imagen está inscrita en la zona más alegre de la memoria nacional. Cualquiera que lo recuerde de aquellos años en la célebre Radio Rochela –y son millones quienes lo recuerdan–, de inmediato evocará a Perolito, el Waperó, Gustavo el Chunior, Chepina Viloria, Palomino Vergara… decenas de personificaciones que integran el imaginario costumbrista del país. Son muchos los rostros, las voces, las encarnaciones que habitan en Emilio Lovera, pero el deseo ha sido uno solo desde el principio: hacer felices a los demás.

Sin embargo, ese deseo tuvo su origen, y acaso su razón de ser, en una infancia ajena a la alegría. Nacido en Caracas el 31 de agosto de 1961, Emilio Alejandro Lovera Ruiz pierde a su madre a los cuatro años. Él y su hermana quedan bajo la custodia del padre y empieza lo que en sus palabras define como el “régimen del terror”. 12 años en los que la violencia y la humillación paternas son parte de la rutina, y la única tarea del hijo es cumplir con las obligaciones escolares. Como era de esperarse, estudiar bajo amenaza lo entrena para la desobediencia. Eso explica la diversidad de instituciones educativas por las que transita –incluido un colegio militarizado–, sin que despierten en él otro entusiasmo que no sea el de permanecer al menos unas horas lejos de casa. El estudio no es por esos años su prioridad, pero se hace respetar entre sus compañeros y docentes debido a un talento singular para el humor. Tal es su habilidad, que algunos profesores se confiesan incapaces de contener la risa y reprenderlo. El ambiente colegial le deja a Emilio Lovera una enseñanza no prevista en los programas oficiales: su adiestramiento como comediante.

Puertas adentro, Lovera aprende desde niño a sobrellevar el autoritarismo y la crueldad que imperan en su casa. En el encierro de su cuarto, se refugia en las páginas de Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Alban Butler y Aquiles Nazoa, entre otros clásicos de su biblioteca, pero, sobre todo, se desdobla en figuras de la música y la televisión para provocar así la simpatía de quienes le celebran sus desternillantes imitaciones. Fugas de la imaginación y la risa que logran amortiguar una larga sucesión de maltratos, hasta que se produce el escape final, a los 17 años, cuando Emilio Lovera termina el bachillerato y huye, literalmente, de su casa.

Afuera lo recibe el rigor de la calle, donde incluso llega a dormir dentro de los carros cuando no consigue un cuarto prestado. Luego trabaja en una fábrica de ropa y como mensajero de una empresa. Logra inscribirse en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, pero a los dos meses se retira por motivos económicos. Se casa a los 21 años con su primera novia, con quien vive durante más de dos décadas y tiene un par de hijos.

Después de trabajar un año en Radio Rochela Radio, Emilio Lovera ingresa en 1982 al elenco televisivo del afamado programa humorístico, iniciando así un camino de formación y ascenso en su carrera. En ese espacio emblemático de Radio Caracas Televisión permanecerá 23 años construyendo su figura como humorista y descubriendo algo que de joven le parecía insólito: que podía ganar dinero haciendo reír a los demás. Su mirada crítica –propia del humorista nato– advierte también que la comedia en la televisión venezolana no recibía el mismo reconocimiento y presupuesto que los programas dramáticos. Lo que sobraba de las telenovelas era destinado a la limitada producción de los programas de humor. Aunque con los años, Lovera y otro grupo del gremio contribuyeron a elevar la importancia y el respeto que merecen los espacios de la comedia, esos entretelones del espectáculo le dejan una lección ya intuida en la infancia: el humor suele fabricarse con los desechos del drama.

Además de su labor en Radio Rochela, Lovera forma parte de programas como Federrico y Kiko Botones, acompañando al famoso comediante mexicano Carlos Villagrán. En 1986 tiene su primer programa en solitario llamado Gavimán. En 1996 estrena Humor a Primera vista, haciendo dupla con su colega Laureano Márquez, además de participar en varios programas radiales. Otras series que llevan la marca de su talento son Emilio Punto Combo, La cámara indiscreta y Las mil caras de Emilio Lovera. En 2010, decide realizar, junto con los creadores de El Chigüire Bipolar, la exitosa serie animada Isla Presidencial, en la que dobla la voz de todos los personajes. En 2011, se estrena Misión Emilio, que dura hasta 2014. Incursiona también en el cine, participando en Papita, maní, tostón; Er relajo del loro (donde hizo la voz del loro) y Paquete #3. De unos años para acá, y a raíz de la disminución de espacios de humor en la televisión venezolana, se han multiplicado sus espectáculos en vivo, dentro y fuera del país, que lo mantienen en contacto con una audiencia que colma sus presentaciones e impulsa su imagen a escala internacional.

Si alguien puede dar fe de los alcances curativos del humor, ese es Emilio Lovera, un sobreviviente de la adversidad que halló en la risa, pero sobre todo en la risa compartida, un amortiguador de las penas. Esa forma ingeniosa de entereza que, en casos extremos, puede salvar vidas. De ahí que en esta entrega para Guao, Lovera no duda en aconsejar a los profesores que empleen los recursos del humor durante sus clases, “porque lo que se aprende por medio de la risa –afirma convencido–, jamás se olvida”. Palabras de quien sabe también que el humor es una manera de ejercer la libertad de pensamiento.

Nov 17, 2016 | Actualizado hace 7 años
Willy Mckey: La palabra versátil

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“Yo soy de Catia”, son las primeras palabras de Willy McKey en esta entrega de Guao, como quien muestra de entrada la cédula de identidad. La verdadera. Una procedencia que marca una ruta, un modo de observar y recorrer la vida. También de cifrarla y descifrarla. Un mapa del origen donde la familia, los maestros y los amigos adquieren un lugar privilegiado en la memoria.

Pero antes de ser llamado McKey, fue Willy Madrid Lira, hijo de una maestra y de un operador del Metro, nacido el 11 de septiembre de 1980 en la popular Parroquia Sucre de Caracas. De la infancia recuerda con gratitud a su maestra Yolima, de la escuela Juan Antonio Pérez Bonalde, quien hizo “el acto de magia más grande que se puede hacer con un alumno: enseñarle a leer”. Apenas a los tres años, Willy McKey descubre los dos verbos que conjugan su vocación: leer y escribir. En adelante, su vida será la diversa entonación de ambos descubrimientos.

Aunque confiesa padecer de fotofobia y amaxofobia – intolerancia anormal a la luz y miedo a manejar vehículos–, McKey ha sabido ingeniárselas para sortear esas limitaciones. No sorprende entonces verlo conducirse con versatilidad –y hasta con ubicuidad– en varios vehículos de la comunicación que van desde la crítica literaria, la poesía, la crónica y la semiología política, hasta la edición, la radio, la música y el teatro. Cuando en una charla pública, el moderador presentó a Willy McKey como promotor cultural, su compañero de mesa, el poeta Rafael Cadenas, lo corrigió: “será más bien agitador cultural”. Ese bautizo imprevisto se convirtió para McKey en consigna y estrategia: obrar por la cultura también implica sacarla de sus casillas.

Después de haber estudiado Letras en la Universidad Central de Venezuela, sus inicios en el oficio de la literatura lo muestran como creador, crítico y editor de poesía. Su poemario Vocado de orfandad obtiene el Premio Fundarte en el año 2008. Luego crea junto a Santiago Acosta el proyecto hemerográfico El Salmón (Premio Nacional del Libro 2010), una revista que se propuso revalorizar ciertos temas y autores de la tradición poética venezolana. En 2011, publica su trabajo más ambicioso, Paisajeno, artefacto literario que se ofrece como una experiencia poética desde el inicio mismo de su adquisición: el libro no se vendía en librerías; su autor lo entregaba personalmente al lector. Paisajeno despliega vasos comunicantes con el ámbito digital, donde el discurso se expande y transforma en cada interacción. La naturaleza del libro se compone además de performances poemáticos que fueron ejecutados dentro y fuera del país. La repercusión de esta obra ha hecho que la editorial madrileña Esto No Es Berlín la incluyera en su catálogo y el escritor español Jorge Carrión la calificara como “uno de los libros más importantes de la literatura venezolana de las últimas décadas”. Willy McKey se alzó con el Premio Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas 2016 y continúa trabajando en su obra Pleistoceno (dieciocho cantos contra el petróleo).

Inquieto por naturaleza y convicción, Willy Mckey ha dejado también su huella en el quehacer musical. Entre estas incursiones se cuenta el experimento poético Nuestra Señora del Jabillo, combinación de imaginarios religiosos y música en coautoría con Carmen Ruiz, Ximena Borges y José Alejandro Delgado, y varias colaboraciones en proyectos de artistas como Yordano, Rafael “El Pollo” Brito, Franco De Vita, Ulises Hadjis y la banda oaxaqueña Paulina y el buscapié. El teatro tampoco ha permanecido ajeno a sus asedios creativos: escribe y produce para el Teatro Nueva Era, y hasta se le ha visto recitando y actuando sobre las tablas. Por si fuera poco, mantiene sus apariciones radiales, sus proyectos literarios y su participación como editor, articulista y cronista de uno de los portales periodísticos más importantes del país: Prodavinci.

Willy McKey reconoce que su multifacética labor está marcada a fuego por su formación educativa. Por eso considera el estudio como una disciplina que debiera trascender los recintos institucionales y convertirse en un hábito de vida. “El estudio –señala– posee una doble dinámica: singular y colectiva. Más que una actividad formativa, de crecimiento intelectual, es sobre todo un acto que permite rescatar dos cosas valiosas: pasar tiempo consigo mismo y compartir lo aprendido con los demás”. Si algo queda claro en el trabajo incansable de Willy McKey es que todo lo que sabe y lo que inventa lo comparte en diversos formatos creativos. Un acto de entrega que apenas lleva 36 años de agitación cultural.

Nov 10, 2016 | Actualizado hace 7 años
Laureano Márquez: La risa subversiva


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Laureano Márquez no ha olvidado aquella mañana de abril de 1976 cuando su profesora de Castellano entró al salón de primer año y anunció la noticia: “Este fin de semana falleció Aquiles Nazoa”. Al constatar que ninguno de sus alumnos sabía quién era Aquiles Nazoa, la profesora cerró el libro de Castellano, abrió el periódico y empezó a leer los artículos contenidos en la edición especial que El Nacional le dedicó al autor caraqueño. Ese día Laureano Márquez aprendió dos cosas decisivas. Que Aquiles Nazoa es uno de los escritores y humoristas más importantes del país. Que los humoristas provocan eso que ocurrió en la clase: un recreo imprevisto en la rutina.

Nacido el 4 de julio de 1963 en el pueblo de Güimar (Tenerife), Laureano Márquez vivió sus primeros años al cuidado de su madre. Mientras tanto, su padre, uno de los muchos emigrantes fabricados en masa por el franquismo español, enviaba desde Venezuela baúles repletos de dinero, café y otros productos que lograron sostener a la familia antes de su traslado definitivo a Maracay en 1971. De sus años de infancia, Laureano conserva ciertas escenas imborrables: la escuela española como un lugar donde los maestros les pegaban a los niños con una regla, su habilidad para memorizar las misas en un alarde de precoz religiosidad, la vez que conoció a su padre en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y las risas que generaba entre sus familiares cada vez que imitaba a un conocido. Una de sus primeras imitaciones paródicas fue la que hizo de su padre, quien en vez de celebrarle la broma le propinó un severo castigo. La anécdota le ha servido a Laureano para ilustrar los riesgos que ya a temprana edad le ocasionaba reírse del poder.

Una vez instalado en Maracay con su familia, el niño Laureano fue inscrito en un colegio cuyo nombre era un guiño a sus orígenes pero también a su jovial porvenir: Miguel de Cervantes Saavedra. Luego estudia en un colegio de los hermanos maristas, donde continúa alimentando su inclinación por la religión cristiana, aunque padece el calvario de las tres marías del bachillerato: química, física y matemática. Al finalizar la secundaria, Laureano les revela a sus padres su deseo de ser cura. Éstos logran persuadirlo y finalmente decide estudiar Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela.

Luego de graduarse como politólogo y de haber militado por breve tiempo en el PRV, Laureano está convencido de que la pasión política debe conducir a la felicidad colectiva. El resultado de esa convicción lo hace desconfiar, precisamente, de los partidos políticos tradicionales. Tales recelos lo llevan a buscar trabajo en áreas ajenas a su formación. Así, luego de asistir a una entrevista en la dirección de inteligencia militar del gobierno, y de estar a punto de trabajar como conductor de la línea de Metrobús, da por fin con esa escuela de la risa que fue para tantos venezolanos la Radio Rochela. Allí se desempeña como guionista y actor. Allí su figura se proyecta por todo el país y sus caracterizaciones de Rafael Caldera y Juan Pablo II, entre otras memorables parodias, quedan grabadas en el imaginario nacional. Allí conoce a su amigo Emilio Lovera, dupla en numerosos proyectos radiales, televisivos y teatrales. Allí, en definitiva, termina de asumir como destino una pasión que los años convertirían en oficio permanente: el humorismo.

Desde ese momento, su imagen no ha hecho sino expandirse. La televisión, la prensa, la radio, el teatro, los libros y hasta las aulas han sido los canales de difusión que Laureano ha empleado para ejercer con profesionalismo el saludable trabajo de hacer comedia en tiempos trágicos. Su oficio ha merecido no pocos lauros fuera y dentro del país, y hasta ha recibido el mejor (aunque también el más peligroso) de los reconocimientos con el que puede contar un humorista: el airado acoso del poder de turno materializado en procesos judiciales que derivaron en sanciones y advertencias.

Sin embargo, estas amenazas no lo amilanan. Laureano sigue recorriendo el país y viajando por el mundo dictando cátedra de humor en monólogos que reparten hilaridad y crítica entre un público compuesto cada vez más por venezolanos del exilio. Sus escritos siguen apareciendo en la prensa mostrando con oportuna comicidad el revés y el derecho de las calamidades diarias. Porque Laureano Márquez, quien alguna vez quiso prepararse para el sacerdocio y coqueteó con la militancia ideológica, acaso terminó descubriendo que el humor, al igual que la religión y la política, también aspira, por la vía de la amena inteligencia, a la felicidad colectiva.

Nov 03, 2016 | Actualizado hace 7 años
Inés Quintero: Historia viva

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Uno de los principales atributos de Inés Quintero es haber asumido la historia como un relato impostergable que debe desmarcarse del discurso tradicional y contarse con rigor investigativo, libertad crítica y destreza narrativa. La historia como materia viva del tiempo. Por este motivo y desde hace más de una década, los libros de esta caraqueña, nacida el 12 de junio de 1955, cuentan ya con varias reediciones y su nombre es un referente no sólo para el círculo académico, sino para miles de lectores que han descubierto en su escritura un relato ameno y desmitificador que los conecta estrechamente con su pasado histórico.

Si algo destaca en el currículo educativo de Inés Quintero es la fidelidad a las instituciones. Fue alumna del colegio San José de Tarbes en Los Teques, luego en El Paraíso y por último en La Florida, de modo que las mudanzas de la infancia no impidieron su continuidad en esas aulas donde aprendió que la disciplina comulga con la pasión. Y aunque confiesa que por esos años la historia era la materia que menos le gustaba, el amor por esa carrera despertaría con fuerza durante sus años universitarios.

Al igual que su colegio tarbesiano, la Universidad Central de Venezuela constituye un hogar irremplazable en su formación académica. Allí obtiene los títulos de licenciada (1981), magíster (2001) y doctora (2005) en Historia, además de desempeñarse en esa casa de estudios como Profesora Titular de Estudios Hispanoamericanos, Coordinadora de la Maestría de Historia de Venezuela, miembro del Grupo Académico Binacional Colombia-Venezuela, representante para la Red Andina de Universidades Cátedra de Historia de América de la Organización de Estados Iberoamericanos y representante en la Comisión Académica Nacional para la conmemoración del Bicentenario de las Independencias. Estudios, cargos y ocupaciones que resaltan lo que ella misma admite con orgullo: su ininterrumpida relación amorosa con la Universidad Central de Venezuela.

En el año 2005, su experiencia como historiadora incorporaría un notable reconocimiento al ser designada como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia en Venezuela, siendo la segunda mujer en presidir ese ente académico.

Pero es a partir de la aparición de La criolla principal en el año 2003 cuando el nombre de Inés Quintero empieza a resonar públicamente en el país. La historia de María Antonia Bolívar –hermana de Simón Bolívar–, cuya biografía había sido soslayada o apenas citada en los registros históricos, se convirtió en un inesperado fenómeno de ventas. El libro cuenta hoy con más de 15.000 ejemplares vendidos, lo que lo distingue como una rara avis entre los libros de historia nacional, generalmente destinados al consumo de especialistas.

La criolla principal se abrió paso firme entre un público curioso de conocer los entretelones del pasado patrio. Esas zonas de la historia donde episodios y personajes adquieren un brillo generalmente inadvertido en los manuales oficiales. Para su autora, esa obra marcó además un giro en su manera de escribir, allanando el camino de unos libros que hoy lucen imprescindibles para conocer el trasfondo de la historia, y en donde el papel de la mujer recibe un tratamiento poco común en ese tipo de investigaciones. El ocaso de una estirpe; La conjura de los mantuanos; El último marqués; El fabricante de peinetas; No es cuento, es historia; El hijo de la panadera; y La palabra ignorada son parte de un trabajo infatigable en el que la pasión por contar va de la mano con la búsqueda de la verdad histórica.

Con la espontánea gracia que la caracteriza, Inés Quintero revela en esta charla para Guao, el entusiasmo con el que defiende el derecho de todos los ciudadanos a descubrir en la historia un lugar de pertenencia y crecimiento: la historia como escuela para la construcción de la vida republicana. Por último, confiesa en un arrebato de agradecimiento por la educación recibida, que querría “abrazar uno por uno a cada maestro y decirles cuán importantes son en nuestras vidas”. Un abrazo en el que habría que incluir a la propia Inés Quintero por el significativo aporte que como historiadora ha dejado entre sus numerosos colegas, alumnos y lectores.

Oct 27, 2016 | Actualizado hace 7 años
César Miguel Rondón: La construcción de una voz

 

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Aunque César Miguel Rondón es reconocido actualmente como la vozradial que despierta al país de lunes a viernes, su trayectoria trasciende el espectro de la radiodifusión y abarca largos años de solvente oficio en el periodismo, la publicidad, la televisión, el cine, la música, la literatura y el teatro. Aquí rememora su temprana formación educativa que empezó a cincelar la imagen de un hombre que hoy es una de las personalidades con mayor credibilidad entre los venezolanos.

Formado en las escuelas de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, y de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello, César Miguel Rondón se inició en la radio en los años 70. De allí en adelante, su labor en diversas emisoras ha sido firme e ininterrumpida, destacándose como productor y conductor de exitosos programas musicales, noticiosos, de entrevistas y opinión. También ha dejado su impronta en la televisión y el cine, destacándose como director, productor, animador, entrevistador y autor de telenovelas, series, miniseries y películas. Asimismo, se ha desempeñado como columnista en distintos medios periodísticos y forma parte del equipo fundador de la Revista Comunicación, en el Centro Pellín de la Compañía de Jesús, una de las principales publicaciones de investigación de la comunicación en Latinoamérica. En su bibliografía se cuentan títulos como El Libro de la Salsa, Crónica de la música del Caribe urbano (1979), País de estreno (1988), Ellos que se conocen tanto (2009), Armando el rompecabezas de un país (2012) y País de salida, bitácora de la debacle (2015). Más recientemente, ha participado como guionista de espectáculos musicales tales como El libro de la salsa en vivo (2011), En la vida hay amores… (2013) y El club de los porfiaos (2015). Su amplio conocimiento sobre música ha hecho que sus textos aparezcan en varias carátulas de álbumes venezolanos. Entre los galardones acumulados en su carrera se encuentran el Premio Publicidad y Mercadeo (recibido en ocho ocasiones), Premio Nacional de Cine, Premio ANAC, Premio Nacional Casa del Artista, Venus de la Prensa, Guaicaipuro de Oro, Premio Monseñor Pellín 1999 como Hombre de Radio, y la distinción de Hombre de Televisión del Año, otorgado por la Conferencia Episcopal Venezolana.

Hijo de padres venezolanos en el exilio, César Miguel Rondón nació en Ciudad de México el 18 de noviembre de 1953. En esa vasta metrópoli, donde cuenta que su madre le compró su primer libro –Mickey Mouse va a la luna–,vivió durante cinco años hasta que el derrocamiento de Marco Pérez Jiménez en Venezuela estimuló el regreso de su familia a un país que empezaba a festejar la llegada de la democracia. Fue como un segundo nacimiento para el niño César Miguel, quien comenzó a hacer suyas las calles de Propatria, primero, y luego las de El Paraíso, en esos iniciáticos años de asimilación caraqueña.

En sintonía con los aires de renovación que se respiraban en el país, sus padres lo inscribieron en el colegio Santiago de León de Caracas, bajo la disciplinada dirección de Rafael Vegas, fundador de la institución. De aquellos profesores, Rondón recuerda al propio Rafael Vegas, preocupado por enseñar a pensar a sus alumnos; al profesor de matemáticas, el republicano español Farrugia, ajeno al caletre y dado más bien a la explicación de las fórmulas aritméticas;y a la profesora de Historia, la señorita Maritza, quien solía dibujar el mapa de Venezuela en el pizarrón con tizas de colores, y trazar luego un detallado cruce de líneas y nombres que ponía la historia en movimiento. De modo que la historia, junto con la literatura, fueron dos de sus materias predilectas, pues ambas compartían esa naturaleza narrativa que tanto lo cautivaba.

No sin vergüenza, pero con tono risueño, Rondón recuerda también las clases de Manualidades impartidas por Cándido Millán, las cuales le resultaron tan difíciles que estuvo a punto de aplazar la materia. Sin embargo, no deja de reconocer la calidad docente del profesor Millán, quien le enseñó a apreciar tanto el arte de Miguel Ángel como el funcional diseño de un bolígrafo, enun estilo de enseñanza que apuntaba al conocimiento integral.

Convencido de que la constancia es una de las claves para edificar una idea, un proyecto, una vida, César Miguel Rondón asegura que el oficio del maestro –ejercicio ejemplar de constancia– es el más importante de todos porque en las manos de estos profesionales se encuentra el porvenir de un país. “Yo no rezo, pero si lo hiciera lo haría por ellos”, confiesa en este repaso de su experiencia como alumno, en el que subraya cuán decisiva es la labor pedagógica en la construcción de una historia que es, a un tiempo, personal y colectiva.

Si quieres conocer nuestro portal educativo, visita www.guao.org

 

Oct 20, 2016 | Actualizado hace 7 años
El Padre Ugalde: alumno y maestro

 

En esta suerte de memoria íntima y compartida, Luis María Ugalde Olalde, S. J., mejor conocido como el padre Ugalde, nos permite conocer parte del origen y desarrollo de su vocación formadora a través de un anecdotario en el que su compromiso de vida adquiere la sólida imagen de un camino firme y ejemplar, invitándonos a la construcción de una ciudadanía sustentada en la educación de valores.

El padre Ugalde es una de las conciencias educativas más importantes de Venezuela. Su labor pedagógica, social y religiosa está respaldada por una experiencia de más de medio siglo en la que destacan su formación en Filosofía y Letras, Sociología y Teología, sus años de docencia en el Instituto de Teología para Religiosos, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad del Zulia y la Universidad Católica Andrés Bello –donde fue rector de 1990 a 2010–, así como innumerables cargos y reconocimientos entre los que sobresalen la presidencia de la Asociación de Universidades de la Compañía de Jesús de América Latina, la dirección del Centro de Reflexión y de Planificación Educativa de los Jesuitas, la dirección de la Revista SIC, la autoría de más de treinta libros y cientos de artículos de opinión, el Premio Nacional de Periodismo (1997), y la incorporación como Individuo de Número a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela, por citar apenas una muestra de los muchos méritos que hacen de este jesuita oriundo del País Vasco una figura representativa de la historia de la educación contemporánea en el país.

Nacido el 2 de diciembre de 1938 en Vergara, un pueblo de la provincia Guipuzcoa, el niño que luego dedicaría su vida a la educación, cuenta que vio transcurrir sus primeras experiencias como alumno de un colegio público, en un arco de tiempo en el que coinciden los estragos de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años del gobierno franquista. En esa evocación aparecen maestros como don Elías o Luis Armendáriz, quienes, pese a la rigidez de sus métodos pedagógicos, la escasez de libros y los limitados recursos de la época, supieron despertar en él una vocación que, de no ser por su enseñanza, tal vez habría pasado inadvertida, o no se hubiera desarrollado de manera consistente.

Confiesa el padre Ugalde haber sido un buen alumno, muy dado a los deportes, con una temprana inclinación religiosa, y apasionado de la historia, a tal punto que décadas después retomaría ese entusiasmo de la infancia realizando varios postgrados en los que obtendría los títulos de Especialista en Historia Económica y Social de Venezuela, Magister Scientiarum en Historia y Doctor en Historia.

No deja de mencionar tampoco aquellas materias que le resultaron poco estimulantes, como la música, la biología o la química, aunque hace énfasis en que son más bien los profesores los encargados de contagiar la curiosidad y el interés por las asignaturas y disciplinas del conocimiento, así como de descubrir en el alumno habilidades que el propio alumno desconoce. Un educador, en ese sentido, es un descubridor de aptitudes latentes que, gracias a su oficio pedagógico, se convertirán en destrezas futuras: posibles.

“Sin buenos educadores, no hay educación”, afirma el padre Ugalde con la convicción de quien lleva varias décadas formándose y formando ciudadanos en un país que ha adoptado como suyo desde aquel día de 1957 en que llegó de España como voluntario jesuita. Resalta asimismo una de las paradojas de una sociedad donde todos los padres quieren que sus hijos tengan los mejores educadores, pero pocos padres quieren que sus hijos estudien educación. Esta situación, señala, obliga a los profesores a resistir y, al mismo tiempo, a comunicar verdades fundamentales para la convivencia ciudadana.

Consciente de que en estos tiempos ser maestro es nadar a contracorriente, el padre Ugalde subraya la necesidad de transmitir la idea de que sin buenos maestros la sociedad no tendrá un futuro promisorio, y de que la educación no debe entenderse como un castigo para quien la imparte o la recibe, sino como uno de los deportes más gustosos.

De esta manera, el padre Ugalde nos abre las puertas de una memoria diáfana y confesional, donde resaltan las certezas adquiridas durante una existencia que ha sabido ejercitarse con notable desempeño en la siempre urgente y enriquecedora disciplina de la educación humanista.

 

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