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¡Bendición mamá, me voy, no llores! Por Armando Martini Pietri

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Impensable, que fuera común en hogares venezolanos observar una madre inundada en lágrimas e inconsolable llanto exclamar: “¡Pobrecito, mi muchachito!” ¿Por qué? ¿Qué pasó? Pasa que su hijo se va en busca de mejor futuro y calidad de vida. Son muchas las interrogantes ante lo desconocido, no saber lo que sucederá en tierras extrañas a quienes han sido paridos con esfuerzo y dolor. Pero así es esta vida que no conocíamos, por el contrario, éramos nosotros quienes recibíamos con los brazos abiertos, cordialidad y generosidad, a chilenos, uruguayos, argentinos, ecuatorianos y colombianos, sólo para recordar a quienes encontraron amparo contra crueles dictaduras y desaciertos económicos.

En esta Venezuela desvalijada que nos deja la revolución, lo triste y lamentable es que no todos los que deciden huir y buscar futuro, tienen la suerte de poseer dinero para estar cómodos al menos por un tiempo. Por ello, es posible y no debe causar asombro, encontrarse coterráneos desempeñando labores por debajo de sus capacidades, que nunca imaginaron ejecutar.

La mayoría no tienen la costumbre de barrer o pasar coleto, jamás cocinaron, mucho menos lavar su ropa o zurcir una media. Cuando iban a algún restaurant, miraban con amable supremacía al mesonero, veían con suspicaz descortesía al que cuidaba el carro, y ni hablar de la cajera del abasto o recepcionista de algún consultorio u oficina. Eran menos que ellos.

Estudiantes en universidades venezolanas se gradúan con buen e incluso magnifico nivel académico. Su calidad profesional es apreciada y reconocida en los países. Alumnos de buenas universidades, recién graduados con pasantías, profesionales que surgen sobresalientes en sus disciplinas, ahora son empleados domésticos, parqueros, cuidan perros y gatos, lavan carros o limpian jardines y piscinas para ganarse la vida, tras haberse preparado para un camino hacia el éxito.

La tradición y situación cambiaron, Venezuela se arrugó, se hizo estropajo, la volvieron caca y ni siquiera es capaz de producir suficiente papel higiénico. Se nos hizo polvo el futuro, y a nuestros hijos les tocó migrar, salir corriendo -huyendo- de un país descuartizado donde se mueren de hambre, falta de medicinas, o los mata la delincuencia.

Existimos esparcidos por Panamá, Canadá, Francia, España, Estados Unidos, México, Australia, Perú, Inglaterra, Italia, Costa Rica, República Dominicana y pare de contar, estamos por todas partes, el mundo que era una inmensidad, se hace pequeño para ciudadanos venezolanos. Está tan mal la Venezuela revolucionaria, que hasta coletear en otro país es mejor que vivir aquí. Eso sí, nunca olvidando y siempre recordando nuestros orígenes. Pero una cosa es recordar y otra estar.

Es frecuente, ya habitual, encontrar ingenieros de mesoneros, arquitectos como cocineros, abogados conduciendo un taxi, químicos cuidando bebes, publicistas lavando baños y vidrios, diseñadores pintando uñas o dibujando caricaturas en plazas, verbenas o circos, médicos haciendo de recepcionistas o dando clases de anatomía básica o puericultura en algún colegio de primaria, psicólogas atendiendo tiendas boutique, periodistas cargando cajas en un almacén o despachando comida rápida, administradores haciendo empanadas y arepas vendiéndolas en mercados. Lo importante, ninguno se queja, no critican, hacen lo que tienen que hacer, lo que nunca pensaron hacer, pero están contentos, nunca arrepentidos, sus familias están mejor, con papeles o sin ellos son parte de Estados dignos de confianza.

Luego de un arduo día y sus complicaciones, un bien merecido rato de esparcimiento y descanso, cocinan sin angustias, toman una cerveza, colocan música -sin molestar al vecino-, comparten con amigos. Crean lazos. Imaginan a su madre y llaman por whatsapp, presentarán novias, novios, pretendientes, quizás se casen y lo harán, entonces enseñarán sus nietos y así sucesivamente, hasta que Venezuela vuelva a ser un país decente, con valores éticos y morales, con buenas costumbres ciudadanas y la inseguridad sea minimizada a cifras tolerables de convivencia.

Esa maravillosa generación que crece, se prepara, pasa trabajo, llora, ríe, se enferma, está “echándole bolas a la vida”, y tendrá una gran descendencia. Tienen la formación profesional, pero a la vez aprenden una lección de vida, de humildad, respeto al dinero, ponerse en el lugar del otro, entender el valor del trabajo, que nuestros derechos terminan cuando empieza el del otro. Están asimilando diferentes culturas, nuevos idiomas, distintas costumbres y haciendo bueno el refrán bíblico y popular de: “ganarse el pan con el sudor de la frente”.

No hay duda que esa generación será más fuerte, astuta, audaz, prudente, menos confiada y bondadosa. Soñarán con una Venezuela renovada, emprendedora, libre, a la cual se sientan deseosos de regresar, y más importante, de quedarse.

¡Madre no llores, dales tu bendición! Sé feliz, tus hijos están mejor, construyendo vida que en la Venezuela donde tú los esperas, no se les permite. Cuando regresen quizás algunas madres ya no estén, pero su angustia y abnegación conforman la base de la resistencia de esos hijos triunfantes, y nietos, que serán la recompensa de un pueblo golpeado pero que no se deja vencer.

Retornarán saludables, repletos de ánimos, ilusionados, esperanzados, atiborrados de ideas, listos para la reconstrucción, con fortaleza de gladiadores, sabiduría e inteligencia; el sacrificio y esfuerzo enseñan lo que en Venezuela a veces se olvida, el valor del otro, el compromiso con la ciudadanía, para nunca más permitir que fantoches, ladrones y bufones vuelvan a tener oportunidad de engañar, de hacerse con el poder y arruinar el país que es de nuestros hijos, aunque estén en otras tierras, que hoy es nuestro y que no supimos defender.

Han aprendido a valorar lo suyo desde la distancia. ¡No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde! Pero habrán ganado mucho, serán mejores, nunca perderán sus vínculos y menos la gratitud con el país que les dio la bienvenida.

Ese coraje que han recibido quienes siguen aquí y los que han tenido el valor de irse, que no es sencillo y merece respeto, una decisión que exige bravura y valentía. Nuestros hijos no nos han abandonado, han salido a prepararse con excelencia para un nuevo país, ser mejores personas, óptimos venezolanos e insuperables ciudadanos del mundo. Nosotros sostenemos la resistencia mientras ellos se rearman mental y espiritualmente; esa Venezuela que se está forjando en el mundo es también presión y ejemplo, con renovados ímpetus volverán. Tardará un poco, aun hay creídos, ególatras, bandidos y sinvergüenzas, pero mientras los que aquí estamos, hagamos lo que tenemos que hacer, resistir, más temprano que tarde llegarán y todos juntos reconstruiremos la patria con nuevas, mejores experiencias y tecnologías.

Irse no es abandonar, es para volver mejor. ¡Que Dios bendiga los hijos de Venezuela!

 

@ArmandoMartini

Candidato Armando Armas: Quiero ser de la generación que rescató a Venezuela de la peor crisis de su historia

Tienen menos de 35 años y son candidatos a diputados en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Runrunes presenta una serie de los jóvenes que apuestan por hacer cambios en el país desde el poder legislativo.

Los candidatos #PalaANconmenosde35 respondieron un cuestionario que resume lo que será su propuesta y sus intenciones como parlamentarios.

La siguiente entrega de esta serie es el candidato Armando Armas.

(Haz clic en los círculos para conocer las respuestas del candidato)

Revise el cuestionario de otros candidatos>>>

 

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El reto de nuestra generación por Brian Fincheltub

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Los jóvenes siempre hemos tenido un rol histórico en los cambios de nuestro país. Han sido diferentes generaciones las que han logrado sacar adelante a Venezuela en sus momentos más difíciles. No es la primera vez que nos azota la violencia, la miseria y la destrucción. Tampoco será la última vez que la juventud resista y logre levantarnos de lo más bajo, lavarnos la cara y continuar adelante, asumiendo nuestro rol histórico como una nación que no fue creada para ser un territorio sin ley y de mendigos, sino para estar al frente de las grandes transformaciones de nuestra América.

No tengo la receta para salir del desastre, pero considero que un paso esencial para vencerlo es no rendirse, no claudicar, no entregarse, no perder las ganas de hacer, pero sobre todo, hacer las cosas diferentes. No niego que nos enfrentamos a dos realidades un poco inditas en nuestro ADN país: La inmigración y la criminalidad.

Que haya jóvenes forzados a emigrar es algo relativamente reciente en una Venezuela que siempre abrió los brazos al mundo, sin preguntar condición social, política, racial o religiosa. No niego que es una realidad creciente, no menos grave que la guerra interna que tiene encabezando la lista de víctimas y victimarios a jóvenes venezolanos.

Escucho con frecuencia que nos robaron el futuro, lo único que digo es que nadie podrá robarnos el futuro sino no los dejamos quitar. No se imaginan la cantidad de jóvenes que están aquí en Venezuela emprendiendo, invirtiendo, creando nuevas ideas, pese a la hostilidad del día a día y a la ruleta rusa que significa el hampa, donde sabes que sales pero no sabes si regresas.

Afuera son muchos los que también se preparan para trabajar en la reconstrucción de Venezuela. Estudiando y adquiriendo experiencia en todo el mundo, para estar listos cuando les toque regresar. Yo sigo esperando ese día, donde en lugar de llenar Maiquetía de despedidas, la llenemos de aplausos al ver que miles de jóvenes regresan a levantar a Venezuela de la ruina. Sigo esperando el momento en cual se vacíen las morgues y se llenen los salones de clases  de chamos dispuestos a superarse y cambiar de vida.

Mi espera no es de brazos cruzados, yo hago la diferencia desde mi lugar de trabajo, desde mi familia, desde mi entorno social. Porque un país donde nos han destruido todo, lo primero que tenemos que recuperar es la confianza y la fe en nosotros mismos.

 

@Brianfincheltub

Encontacto@brianfincheltub.com

 

Carlos Dorado Abr 12, 2015 | Actualizado hace 9 años
¿Fue mejor el pasado? por Carlos Dorado

Pasado

 

“Ustedes, los jóvenes sólo piensan en la música electrónica, en Google y en las redes sociales, y nos le gusta mucho el sacrificio ni el trabajo. Veo muy mal el futuro” ¿Qué padre, en algún momento de su vida, no le ha dicho esta frase  a un hijo? Ahora que somos padres,  viendo a nuestros hijos, vuelve a nuestra memoria: ¿será que el pasado fue mejor de lo que va a ser el futuro?

Un pasado como el mío, donde uno llegaba a la mesa antes que sus padres, y sólo con una mirada de estos era suficiente para permanecer callados, donde sólo cabía el obedecer, donde a los padres se les trataba de Usted, y la vejez representaba sabiduría y respeto; versus un presente en el que si los hijos vienen a comer es todo un acontecimiento, y donde la figura de padre es decorativa, y la vejez sólo representa un estorbo.

Una época como la mía, donde se jugaba en la calle con los amigos de la cuadra, y donde nuestra comunicación era cara a cara, sin importarnos mucho quién era cada uno, porque todos éramos iguales; versus un presente donde a los niños se les lleva a clases de todo: natación, tenis, etc., y donde terminan practicando de todo y de nada; donde la comunicación entre ellos es toda virtual, y donde dependen de la cantidad de seguidores que tengan en las redes sociales, para sentirse distintos.

Un tiempo como el mío, donde no éramos alérgicos a nada, sólo a las malas notas, donde los carros no tenían cinturón de seguridad, donde no había teléfono celular para estar todo el tiempo comunicados con los padres, donde si querías saber algo tenías que buscar un libro o preguntárselo a alguien que lo supiese; versus un presente donde son alérgicos a casi todo, donde los carros tienen cinturones y presumen de seguridad; pero cada día quienes los conducen son más inconscientes, donde hay teléfonos que hacen todo, pero no sirven para llamar a los padres; y donde no hace falta aprender de nada, porque Google te lo dice todo.

Una vida pasada como la mía, donde comíamos de todo y sólo nos importaba la apariencia y el sabor,  sin saber si era orgánico o natural, donde no había la descripción del producto, ni mucho menos cuántas calorías tenia, donde el café se tomaba con azúcar y se comía para engordar; pero casi todos éramos flacos; donde sabíamos quienes éramos y el psicólogo lo relacionábamos con los locos,  e íbamos al cine con la esperanza de robar un beso, y donde a las discotecas se iba a bailar; versus un presente donde lo que se come se mide por lo verde y las calorías que tiene, donde el café se toma con edulcorantes, donde se come para adelgazar, y  casi todos están gordos; donde van al psicólogo  todas las semanas para que les diga quiénes son, donde las películas se ven en casa, y a las discotecas se va a escuchar y acaso a bailar, pero solos.

¡Nada es tan poderoso como el pasado! Ya que a él nadie, ni nada  lo pueden cambiar, y es precisamente ahora cuando ya pasé los cincuenta que empiezo a darme cuenta de que la existencia sórdida, maldita y abominable que he llevado en el pasado sin antialérgicos, sin cinturones de seguridad, sin juegos virtuales, sin productos sin calorías, sin Google, sin psicólogos, y sin música electrónica… ¡fue muy feliz!

Mi madre me decía: “Carlos, la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”

Sin lugar a dudas, que hemos y estamos avanzando muchísimo en ciencia y tecnología, pero estoy seguro de que estamos retrocediendo en principios, valores y dignidad; y lo primero sin lo segundo, puede terminar siendo un infierno.

 

cdoradof@hotmail.com